Capítulo 16

Joanna se quedó mirando a Zou Tun sin saber si lo había oído bien. Obviamente el monje debió de ver su confusión, porque se apresuró a explicar:

—Esto no es «práctica», Joanna. Esto es… es lo mejor que puedo hacer para salvarla. Compartir mi ser con usted.

—Pero… —Joanna ni siquiera podía articular las palabras; tenía demasiadas preguntas.

—Usted se está acercando al periodo de fertilidad. Puedo sentirlo. Si yo me entrego a usted ahora, es posible que conciba un hijo. La nombraré mi concubina. Si es una niña, usted tendrá estatus pero no representará mayor amenaza. —Zou Tun guardó silencio por un momento y suspiró —. Desde luego, si es un niño, y mi heredero —continuó diciendo y la expresión se le llenó de angustia —, entonces correrá mayor riesgo. Habrá muchas personas que no quieran tener a un niño mitad blanco como posible sucesor.

Zou Tun se quedó callado y con expresión pensativa. Joanna sólo podía mirarlo, pues la cabeza le daba vueltas. ¿Un niño? ¿De Zou Tun? La idea le producía una dicha inmensa. La muchacha descubrió que deseaba intensamente ese hijo, un niñito con cabello oscuro y ojos serios. O una niñita que tuviera la exótica piel de Zou Tun y una cabeza brillante. Pensar en ello la dejaba sin aire.

—¿Entiende lo que le digo, Joanna? Tengo dos enemigos: mi padre, que quiere ponerme en el trono, y mis primos, que quieren apartarme de él. Sólo hay una forma de dejar de ser elegible para gobernar…

—¿Teniendo abiertamente una amante blanca? —preguntó Joanna, que comenzaba a seguir el curso de la reflexión de Zou Tun.

Él asintió.

—Y ¿qué mejor manera de probar que tengo relaciones con una mujer blanca que traer al mundo un hijo mestizo? Si el emperador muriera, hasta el más incompetente de mis primos asumiría el trono del dragón antes que yo.

—Así que sus primos serían felices, pero ¿qué ocurriría con su padre?

Zou Tun se encogió de hombros.

—Las hijas no son importantes. Él pasaría por alto ese detalle. Y mis primos se ocuparían de garantizar la seguridad de la niña. Porque no hay mejor manera de probar que no soy apto para el trono.

—Pero ¿si es un niño? —preguntó Joanna con el corazón en la garganta.

Zou Tun sacudió la cabeza.

—Mi padre no toleraría la existencia de un nieto mitad blanco. Usted y el niño tendrían que morir.

Joanna tragó saliva. Ya era suficientemente malo pensar en convertirse en madre soltera. Pero sumar a eso el hecho de exponer a sus hijos a semejante peligro era imperdonable. Ella no podía obligarlos a eso.

Sin embargo, deseaba con mucha intensidad tener un hijo con Zou Tun.

Pero no podía poner en riesgo a ese hijo. Ni siquiera por amor.

Joanna se sentó e hizo que Zou Tun se arrodillara delante de ella. Lo besó tan intensa y apasionadamente como fue capaz. Sobre todo trató de transmitirle su amor. Y cuando terminó, dijo en voz alta para que él lo entendiera:

—Yo lo amo, Zou Tun. Con todo mi corazón quisiera tener hijos con usted. —Joanna se tragó las lágrimas y se obligó a seguir —: Pero no puedo hacerlo; no puedo arriesgar la vida de mis hijos ni siquiera por usted. —Y diciendo eso se alejó.

Zou Tun asintió en silencio. La tristeza era visible en cada uno de los rasgos de su cuerpo.

—Es usted muy sabia, Joanna.

La muchacha sacudió la cabeza y luego lo llamó por su nombre para obligarlo a mirarla directamente a los ojos.

—No, Zou Tun, pero estoy decidida. —Levantó la cara hacia él —. Entre nosotros no habrá medias tintas. Si usted quiere quitarme la virginidad y darme un hijo, entonces tendrá que casarse conmigo. Tendrá que quedarse conmigo para siempre y proteger a ese niño o niña de lo que venga. Tendrá que hacerlo.

—Yo… no puedo. —En la voz de Zou Tun se presentía el tono de angustia —. No puedo abandonar ni a mi familia ni a mi país. Soy un príncipe manchú. No puedo renunciar a todo lo que soy. Ni siquiera por amor. Ni siquiera por usted.

—Entonces, mi amor —Joanna dejó caer la cabeza sobre la frente de Zou Tun —, no podrá haber ningún niño. Y no…

—Yo me entregaré a usted, Joanna. Le daré mi alma en cada caricia. Pero… —Suspiró —. Pero usted tiene razón. No podrá haber ningún niño.

Y diciendo eso, Zou Tun la tocó. Comenzó con los senos, que levantó con las dos manos mientras los acariciaba con la lengua. Joanna sintió que la marea del yin comenzaba a crecer, hirviéndole en la sangre y disparándole relámpagos de fuego a través de la piel. El cuerpo de Joanna se estremeció debido al poder del yin mientras que sus senos danzaban en las manos de Zou Tun.

Zou Tun sonrió cuando la vio estremecerse y le susurró directamente contra el pezón derecho:

—Eso ha sido su cuerpo expulsando el miedo. Veamos si puedo ayudarla a purificarse más. —Zou Tun la empujó contra la cama y su lengua siguió trazando círculos alrededor de los senos de la muchacha mientras continuaba masajeándolos y acariciándolos con la otra mano, repitiendo los movimientos de su boca.

Joanna gimió de deseo, pero tenía los ojos puestos en Zou Tun mientras le acariciaba la cabeza casi pelada.

—Quiero más —susurró.

Zou Tun se detuvo y comenzó a bajar la mano hacia el vientre de la muchacha.

—¿Más?

Joanna negó con la cabeza.

—No para mí. Más de usted. —Joanna se sentó súbitamente y empujó a Zou Tun contra la cama. Cambió de posición y se acostó con la cabeza hacia la parte inferior del cuerpo de Zou Tun, alineada con su dragón. Así fue más fácil cogerlo entre las manos y, sacando la lengua, comenzar a jugar con él tal como Zou Tun había hecho con sus senos. La muchacha empezó a pasar la lengua alrededor de la cabeza del dragón, acunando con una mano las casas gemelas que guardaban la semilla del dragón, mientras que con la otra acariciaba el tallo de jade. El monje gruñó de placer y su cuerpo también se sacudió en un estremecimiento provocado por lo que ella le estaba haciendo.

—¿Eso que acaba de expulsar también era miedo? —preguntó Joanna.

—No —murmuró él contra el muslo de ella —. Era admiración.

A su vez, Zou Tun comenzó sus propias exploraciones: metió la cabeza entre los muslos de Joanna y los dos comenzaron a moverse al unísono. Mientras ella le chupaba el dragón, él introducía los dedos en su cueva. Mientras ella lamía la cara inferior de la cabeza del dragón, él le lamía la perla. Durante todo el tiempo Joanna sentía el poder del yang de Zou Tun mezclándose con su yin, pues la corriente de su yin parecía verterse dentro del remolino del yang del monje. Eran como un solo círculo, uno fluyendo dentro del otro, y el poder circulaba entre ellos. Pero no eran uno, sólo eran dos juntos.

Joanna sintió que él comenzaba a acercarse a la cima. Sabía que estaba cerca, al igual que ella. Su cuerpo se ponía cada vez más tenso. El dragón de Zou Tun comenzó a palpitar. Zou Tun introducía los dedos en su cueva cada vez con más fuerza, empujando y retorciendo, y haciendo esos pequeños círculos que hacían presión sobre su perla.

—Es la hora —jadeó Zou Tun al tiempo que su respiración entrecortada hacía estremecer la piel de Joanna.

—Sí —susurró ella. Entonces tomó el dragón entre las manos. Ella sabía qué era lo que Zou Tun quería que hiciera, así que las piernas le temblaron por la fuerza de la expectación.

—Ahora.

Una sola palabra y los dos se dedicaron a sus tareas. Ella puso la boca alrededor del dragón de Zou Tun y succionó con fuerza. Él introdujo los dedos dentro de ella y sus pequeños círculos se volvieron un punto de poder. Joanna extendió la lengua y comenzó a acariciar la cabeza del dragón con ella. Una vez. Dos. Una tercera. Zou Tun imitó el movimiento con la perla de Joanna.

—Ahora —repitió ella.

Y ambos apretaron los labios y succionaran. Una vez.

Ambos estallaron.

Juntos.

Pero no terminó ahí.

La cresta continuó. La marea del yin se elevó más y más y Joanna comenzó a convulsionarse mientras él seguía empujando.

Ambos volaron alto, felices y dichosos.

Al Cielo.

¡Estaban en el Cielo! Al menos así le parecía a Joanna. Estaban rodeados de un cielo inmenso y negro que se extendía incluso debajo de sus pies. Y había pequeños puntos de estrellas que colgaban como lámparas a su alrededor. ¡Era hermoso!

—¿Dónde estamos? —susurró Joanna.

—No lo sé —respondió Zou Tun. En ese momento la muchacha se dio cuenta de que en realidad no había hablado en voz alta. Sólo había pensado las palabras y aparentemente él las había oído.

Joanna respiró profundamente, absorbiendo su dicha. Y luego recordó.

—Conozco este lugar. Ya lo recuerdo. Esa primera noche de práctica.

A su lado la muchacha vio que Zou Tun se giraba hacia ella.

—¿Usted llegó hasta aquí?

Joanna asintió.

—Durante un momento. Lo sentí… —Joanna se abrió a la sensación y dejó que el alma se le llenara de admiración —. Sí, lo sentí así.

El Cielo comenzó a cambiar. Justamente frente a ellos la oscuridad se fue aclarando. Se partió en dos y apareció ante ellos un ser de increíble belleza. Era un ángel. Joanna lo supo con una certeza que no dejaba lugar a dudas.

Y luego esa gloriosa criatura habló:

—Bienvenida, Joanna. Bienvenido, Zou Tun. Estábamos esperándolos y estamos muy contentos de que hayan podido venir.

—Entonces estamos muertos. —Las horribles palabras de Zou Tun no sonaban atemorizadas. Tal vez se sentía aliviado. Tal vez por fin estaba en paz.

El ángel se rió y emitió un sonido hermoso y lleno de dicha que hizo que el firmamento temblara y vibrara.

—No, Zou Tun. Cuando muera, irá a un lugar mucho más grande que éste. Irá al Cielo. —El ángel señaló hacia un lado y la oscuridad se desvaneció lo suficiente como para que Joanna pudiera tener un atisbo de algo mucho más grande que esto. Sin embargo, ¿cómo podía haber algo mejor que esto?

—¿Esto no es el Cielo? —preguntó Joanna.

—Sólo es el primer paso, la antecámara. Ustedes deben tener un compromiso total antes de alcanzar el Cielo. Pero ahora están aquí, vivos y muy necesitados.

Joanna quiso dar un paso al frente. Quería preguntar tantas cosas. Pero estaba paralizada, no por el miedo sino por la admiración. Así que el ángel vino hasta donde estaba y pareció deslizarse hasta que ambos quedaron bañados por su luz.

—Queremos que ustedes recuerden —dijo el ángel.

—¿Que recordemos qué? —preguntaron A tiempo Joanna y Zou Tun, ambos tratando de causar una buena impresión.

—Quiénes son realmente.

Y diciendo eso el ángel tocó a ambos. Les hizo presión con un dedo encima del pecho, justo sobre el corazón.

Joanna no sabía qué esperaba, un recuerdo, tal vez, que estaba escondido en su mente. Un mensaje inadvertido. Algo pequeño pero extraviado.

Tenía razón. Y al mismo tiempo estaba equivocada. Esto no era pequeño. Era grande. Enorme. Y tan fundamental que no podía creer que lo hubiese olvidado. Pero lo había olvidado. Lo que había olvidado estaba ahí, en el fondo de su ser, pero enterrado debajo de los desechos de una vida. Y era tan simple que la muchacha no podía creer que lo hubiese olvidado.

Amor.

Era una sola palabra. Pero no sólo se trataba de que ella fuera amada por Dios, por Zou Tun, por su padre y sus amigos. No, era más que eso.

Ella era un ser de amor.

Todos los pequeños fragmentos de su ser: su cuerpo, su alma, su corazón y su mente, todos ellos estaban hechos de amor. Ésa era la esencia de su ser y estaba en el centro de todo. Ella era una criatura de amor, creada por el amor para encarnar amor y para expresar amor en todas sus miles de formas.

Sólo que lo había olvidado.

Al igual que todo el mundo. Porque ellos también —Zou Tun, su padre y cada una de las almas del planeta — venían de la misma fuente. Todos tenían el mismo centro de amor.

Sólo que lo habían olvidado.

Joanna oyó que Zou Tun lanzaba una exclamación que reflejaba su propio asombro. Frente a ellos el ángel sonrió de tal manera que todo el Cielo cantó.

—¿Cómo…?

—Nosotros…

Zou Tun y Joanna tartamudeaban mientras la cabeza les daba vueltas. Se les ocurrían miles de preguntas, pero luego se interrumpían para rendirse a la sencilla verdad: ellos eran criaturas de amor.

—Estamos muy contentos de comprobar que ya han logrado recordar —afirmó el ángel. Luego besó a ambos en la frente y los bendijo.

Y ahí terminó.

Joanna se despertó sobresaltada mientras que su cuerpo descansaba lánguidamente contra el muslo de Zou Tun. Él también se despertó y se levantó jadeando.

Ambos se miraron. Joanna vio en los ojos de Zou Tun un reflejo de su asombro, de su confusión. Y el recuerdo. Ese hermoso recuerdo todavía brillaba a través del cuerpo de Zou Tun.

—¿Sería un sueño? —susurró Joanna.

Zou Tun negó con la cabeza.

—Eso no fue un sueño. ¿O sí?

—No. No fue un sueño —estuvo de acuerdo ella.

Ambos se movieron como si fueran uno al incorporarse, tratando de orientarse. Joanna se acomodó entre los brazos de Zou Tun casi al mismo tiempo que él los abrió. El ritmo firme del corazón de Zou Tun le produjo algo de alivio, pero su mente siguió perturbada.

—Fue real —aseguró Joanna.

Zou Tun asintió y apretó los brazos alrededor de Joanna. Pero no dijo nada. Y así se quedaron hasta que la luz de la aurora iluminó el cielo.

—Lao Tse no dijo nada sobre el amor.

Joanna levantó la cabeza para poder mirar el rostro de Zou Tun.

—Lao Tse —siguió diciendo el monje —, el inmortal que fundó el taoísmo, habló sobre todas las cosas. Dijo que todas las cosas venían de la nada. —Zou Tun miró a Joanna y ella pudo ver el brillo de la angustia en sus ojos —. No dijo que todas las cosas están hechas de amor. No dijo que somos seres de amor.

—Tal vez no lo sabía.

Era una reflexión sencilla y obvia. Pero hizo que Zou Tun se estremeciera y que su cuerpo temblara por la confusión.

—Yo no puedo saber más que Lao Tse. Yo… Él…

—Él es el fundador del taoísmo. ¿Y todavía sientes que sus enseñanzas son verdaderas?

Zou Tun asintió.

—Desde luego. Ahora incluso más. Pero…

—Pero él no habló sobre el amor. Y no practicaba lo que las Tigresas enseñan, ¿verdad? —Joanna cambió de posición y se sentó para mirarlo de frente —. Nosotros nos basamos en lo que nuestros ancestros sabían. Aprendemos en función de lo que ellos entendían. ¿Por qué no podríamos haber descubierto algo que ni siquiera el gran Lao Tse sabía?

Los ojos de Zou Tun se llenaron de lágrimas al mirar a Joanna.

—Porque nosotros no lo descubrimos. Lo recordamos.

Zou Tun estaba diciendo cosas sin sentido. Sin embargo, tenía razón. Al igual que Joanna, se estaba recuperando de la magnitud de lo que acababan de aprender.

—La que está confundida sólo es nuestra mente. Porque nuestro corazón sí recuerda. —Joanna estaba pensando en voz alta. Para ella misma. Para él.

—Mi corazón se siente tan pleno —prosiguió Zou Tun —. No puedo expresarlo de ninguna otra manera. —Luego la miró —. Te amo.

Joanna sintió que el pecho se le encogía.

—Yo también te amo. —Joanna acababa de decirlo. Sentía la emoción. Sabía que lo que experimentaba era real. Pero las palabras de Zou Tun no querían decir lo que ella quería que dijeran. El amor de Zou Tun era el enorme amor que ambos sentían. Hacia todas las cosas. El mismo amor que ella sentía por los árboles y las aves y las ardillas.

Pero lo que Joanna sentía hacia Zou Tun era diferente. Era más y estaba dirigido sólo a él.

El amor de Zou Tun no era así. Joanna podía verlo en sus ojos, en la manera abstracta en que él parecía ver a través de ella. Él no estaba enamorado de ella. Sólo amaba todas las cosas.

Y ese pensamiento le causó una terrible herida en el corazón.

—¿Qué ocurre? —preguntó Zou Tun —. ¿Por qué pareces tan triste?

Joanna se tragó las lágrimas y parpadeó para hacer parecer que eran lágrimas de alegría.

—No es nada —mintió. Y al decir esas palabras gran parte de su experiencia, de sus recuerdos, de lo que ambos habían vivido se desvaneció. Joanna lo sintió irse y lamentó su pérdida aunque conocía la causa. Las mentiras sólo sirven para enterrar la verdad.

Joanna se apartó de Zou Tun sintiéndose avergonzada de sí misma, triste por lo que había perdido y, sobre todo, confundida y desorientada. Deseaba tanto regresar al Cielo. Quería volver a sentir todo ese amor. Quería estar con los ángeles.

Sin embargo, ahora sabía que ella no era digna de ese conocimiento. No si lo abandonaba con tanta facilidad.

—Quiero regresar allá —le confesó Zou Tun —. Quiero intentarlo otra vez. Ahora.

Joanna asintió, pues su deseo concordaba con esa proposición. No obstante, era fácil estar de acuerdo, pues podía sentir en la voz de Zou Tun que en realidad no iban a intentarlo inmediatamente. Él siguió hablando y confirmó su sospecha.

—Pero ya casi es de mañana. No puedo quedarme aquí.

—¿Qué vas a hacer?

Zou Tun respiró profundamente.

—No puedo ser un general. No puedo unirme a los militares. No ahora. No después de…

—No después de recordar, —Ninguna criatura de amor podría liderar a los hombres para que mataran a otros. La sola idea era repulsiva.

—Hablaré con el emperador, Él tiene que entenderlo. Tiene que recordar.

Joanna se enderezó y se giró para mirar a Zou Tun y comprobar si su intuición era correcta.

—¿Vas a contarle lo que pasó? ¿Quiénes somos? —Joanna sacudió la cabeza, pues no encontraba las palabras correctas —. Quiero decir… ¿lo que somos todos?

Zou Tun asintió.

—Manchús o Han, chinos o bárbaros, todos somos iguales. Todas las cosas son iguales. —Zou Tun miró a Joanna y todavía le brillaban los ojos por el beso del Cielo. Joanna lo admiró por eso. Lo admiró y lo envidió por conservar lo que ella había abandonado con tanta facilidad —. Estamos llenos de amor.

Pero, cuando Zou Tun lo dijo, ella recordó. Volvió a sentir la verdad.

—Sí —susurró —. Lo estamos.

Zou Tun la miró y se detuvo un buen rato en la cara de Joanna. Ella pensó que iba a besarla, pero no hizo ningún gesto en esa dirección. Sólo la miró y todo su ser resplandecía con la fuerza del amor.

Joanna no pudo detener las lágrimas que comenzaron a brotarle de los ojos. ¿Era malo querer tener la atención de Zou Tun, querer que su maravilloso amor hacia ella fuera un poco más fuerte? ¿Querer que él la quisiera un poco mejor, más personalmente, más individualmente? ¿Estaba mal desear eso?

—Joanna, ¿por qué estás llorando?

La muchacha se mordió el labio, pues no podía volver a mentir, pero tampoco quería disminuir la dicha de Zou Tun. Él todavía conservaba el amor del Cielo; todavía lo encarnaba como ella tal vez no podría volver a hacerlo jamás. Joanna no quería hacer nada que pudiera anular esa experiencia.

La muchacha apretó sus labios contra los de Zou Tun, vertiendo en ese beso todas sus necesidades y esperanzas, y sobre todo el último amor celestial que le quedaba. Zou Tun lo tomó y se lo devolvió multiplicado. Pero cuando ella quiso aferrarse a él, cuando quiso tener un mayor contacto, él se apartó.

—Debo irme, Joanna. Regresaré tan pronto como pueda.

Ella asintió y se obligó a volver a poner los pies en la tierra, a volver a los asuntos mundanos del viaje, el dinero y los soldados.

—Sé exactamente lo que hay que hacer —afirmó mientras se alejaba. Necesitó de toda su fuerza para dejarlo. De hecho, sintió que las rodillas se le doblaban cuando pisó el suelo. Afortunadamente le dio tiempo a agarrarse de la cama. Y si no lo hubiera logrado, el brazo de Zou Tun también estaba ahí, casi tocándola, casi salvándola.

Ella se alejó.

—Déjame los detalles a mí —pidió Joanna sin mirarlo. Y con una frialdad que no tenía hacía veinte minutos se enderezó y se marchó.

Zou Tun sacudió la cabeza, pues la mente le daba vueltas. Joanna era una mujer maravillosa. Cuando él terminó de vestirse y de asearse, se encontró con dos caballos ensillados y dinero y provisiones listas. La criada que debía informar a Zou Tun de los movimientos de su padre había hablado con Joanna y ahora Joanna estaba escribiendo una carta a su propio padre con su hermoso rostro encogido y apretado en una expresión impasible.

Zou Tun extrañaba su sonrisa. Ya extrañaba también sus caricias, su contacto y la generosidad de su espíritu.

Después de todo lo que él le había hecho ella aún podía mirarlo con amor. Verdadero amor. Por él.

Incluso el dolor de su garganta desapareció. Porque ella lo amaba.

Ese pensamiento lo hizo sentirse abrumado. Hasta la arrogancia manchú de Zou Tun se sintió más humilde frente al espíritu de Joanna. Pero eso no quería decir que él pudiera llevársela, que pudiera vivir con ella en armonía y felicidad. Sin embargo, el monje no quería empezar esa discusión ahora. Quería que su partida fuese más dulce. Sobre todo porque su alma ya estaba llorando por la idea de dejarla.

—¿Qué estás escribiendo a tu padre?

Joanna levantó la mirada y por un instante él captó una chispa de dolor en sus ojos. Luego ella miró la carta, la escondió de la mirada de Zou Tun y la dobló.

—Le digo que ya he tomado una decisión. —Joanna miró a Zou Tun con expresión imperturbable y voz seca —. Voy contigo, Zou Tun.

Zou Tun dio un paso adelante con deseos de tomarla entre sus brazos, pero Joanna estaba demasiado lejos.

—No puedes. Si mi padre te atrapa, te matará. —Solamente pronunciar esas palabras ya le congeló la garganta.

—¿Qué te hará a ti?

Zou Tun se encogió de hombros, tratando de parecer indiferente.

—Es mi padre.

—¿Y qué te hará tu padre cuando te atrape?

—No me matará.

Joanna se enderezó y salió de detrás de su escritorio.

—Cuéntamelo todo, Zou Tun. No me mientas. Eso… —La muchacha se mordió el labio —. Eso te haría daño.

Zou Tun frunció el ceño, pues quería saber qué quería decir Joanna con eso, pero luego sacudió la cabeza.

—¿Qué te hará?

Zou Tun suspiró, pues sabía que ella no pararía hasta que le explicara todo.

—Mi padre lleva trabajando mucho tiempo para convertirme en el nuevo emperador. Ha vivido siempre con ese objetivo en mente.

Joanna se echó hacia atrás, pues obviamente estaba impresionada.

—¿Acaso estás tan cerca del trono?

Zou Tun asintió.

—Soy la opción más lógica si el emperador Guang Xu muere sin tener un heredero.

Joanna parpadeó y abrió los ojos con asombro.

—Tú eres el «príncipe heredero».

Zou Tun simplemente se encogió de hombros, pues no entendió la expresión.

—Entonces, ¿por qué andabas errando por el campo sin ninguna protección? Y ¿por qué te envió tu padre a un templo en primer lugar?

Zou Tun suspiró.

—¿Sabes lo que es vivir siempre bajo llave? ¿Tener continuas sospechas de que haya veneno en la comida o asesinos tras la puerta? Ya no podía soportarlo. Así que convencí a mi padre para que me dejara marchar.

—Para descubrir a los revolucionarios en el templo —dedujo Joanna —. Pero también para escapar de las amenazas contra tu vida. —Joanna asintió.

—Sí, había amenazas en todas partes. Cada mañana me despertaba con temor, comía lo que me ponían en el plato, hacía planes en medio del terror y me acostaba con miedo. Pero ya no podía aguantarlo más.

—¿Es así la vida de un emperador en China?

Zou Tun negó con la cabeza.

—Ésa es la vida del posible heredero del emperador. —Suspiró —. La vida del emperador es mucho, mucho peor.

—Y tú la odias.

Zou Tun negó con la cabeza.

—Es mucho peor que eso, Joanna. No la entiendo. —Zou Tun comenzó a pasearse y sus palabras eran como vendas que finalmente dejaban expuesta una herida infectada —. Mi padre ve amenazas donde yo veo gente. Mi padre ve naciones y estrategia y yo sólo veo gente. Mi padre mueve ejércitos y conquista enemigos; yo sólo veo gente que necesita ayuda.

Zou Tun cruzó los brazos deseando poder contener su incompetencia, esconderla de la vista de Joanna. Pero quería explicárselo. Quería decírselo. Así que se sentó y dejó que sus palabras fluyeran en una corriente ininterrumpida.

—Entiendo que un hombre represente a una nación. Me lo han explicado muchas veces. Sin embargo, es sólo un hombre. ¿Cómo es que un solo hombre puede ser tan importante? ¿Cómo es que ese hombre puede elegir el destino de una nación? ¿Cómo puede ser eso correcto? ¿Qué puede hacer un hombre para saber lo que debería hacerse por el bien de todos?

Joanna ladeó la cabeza. Parecía confundida.

—Pero ése es el deber de un embajador o de un presidente o de un emperador.

Zou Tun asintió.

—Sí. Eso es verdad. Pero yo gobernaría como aconseja Lao Tse. A través del principio de la no acción. Viviendo una vida de acuerdo con la moral y esperando que los demás siguieran mi ejemplo. La gente debe elegir su propio camino.

Joanna frunció el ceño y Zou Tun se dio cuenta de que comenzaba a entenderlo.

—¿Y si no eligen con sabiduría?

Zou Tun suspiró.

—Yo no podría matar a los hombres que te atacaron y que querían violarte hasta matarte. —Suspiró —. ¿Cómo podría matar a un hombre simplemente porque piensa de una manera distinta a mí, por actuar de acuerdo con sus deseos y su conciencia?

—¿Y qué pasa si los actos de ese hombre son malos?

Zou Tun se quedó mirando a Joanna, deseando poder hacerla entender.

—No puedo matar a nadie, Joanna. Simplemente no puedo. No asumiré la responsabilidad de decidir la muerte de otra persona. —Zou Tun vio que Joanna abrió los ojos y supo que estaba comenzando a entender su debilidad. Así que terminó por decírselo todo —. Ningún dirigente de China puede gobernar el país teniendo semejante defecto. No ahora, no cuando hay naciones extranjeras cuyo objetivo es destruirnos.

—¡Eso no es un defecto! —replicó Joanna —. Es un rasgo honorable, noble y correcto.

Zou Tun suspiró.

—En el gobernante de un imperio amenazado sí es una debilidad.

Joanna asintió y dio un paso al frente para tocarlo. Sólo le apretó el brazo con la mano una vez, pero Zou Tun sintió que le aplicaba un bálsamo calmante en las heridas del alma. Y le quedó agradecido para siempre.

—¿Qué hará tu padre si te atrapa? —volvió a preguntar Joanna —. ¿Qué quiere hacer él?

Zou Tun miró la mano de Joanna, esa mano blanca y hermosa que contrastaba con su piel más oscura y amarilla.

—Matará al emperador, me pondrá en el trono y luego matará sistemáticamente a todos los extranjeros que hay en China.

Joanna se quedó sin aire.

—¡Tanta sangre! Y ¿para qué? China no tiene buenas defensas. Los barcos armados de mi gente diezmarán tu país. Tenemos mejores armas y mejores soldados. Enviaremos ejércitos que destruirán tu país y no quedará nada.

Zou Tun no podía negarlo.

—Mi padre considera que ése es un fin más noble para él mismo y para China. —Entonces Zou Tun asió la mano de Joanna —. Y yo no podré detenerlo. Me encerrará en algún lugar y gobernará en mi nombre. Incluso aunque muera, podrá mantenerlo en secreto para que nadie lo sepa. Podrá continuar gobernando en mi lugar, fingiendo que todavía estoy vivo.

—Eso no es posible —afirmó Joanna, pero ella sabía la verdad tan bien como él.

—Sí es posible. Y ya ha sucedido antes en China.

Joanna se retorció las manos.

—Así que por eso huiste.

Zou Tun asintió.

—Sin mí mi padre no puede asumir el poder. Me necesita especialmente al principio, mientras consolida su poder.

Joanna besó a Zou Tun con ternura. Pero luego se apartó.

—¿Por qué no ha asumido el poder todavía? ¿Por qué no se ha buscado una posición y unos medios para…?

Zou Tun suspiró.

—Al emperador no le gusta mi padre. Y tampoco a la emperatriz viuda.

—¿Pero tú sí les gustas?

Zou Tun asintió.

—Sí. Porque no saben hasta dónde es capaz de llegar mi padre. No creen que él pueda usarme para obtener el poder, y luego matarlos y encerrarme.

Joanna se irguió con una mirada de determinación.

—Entonces debemos decírselo.

Zou Tun la inmovilizó, agarrándola de la mano.

—No puedes venir conmigo, Joanna. No puedo arriesgar tu vida de esa manera.

—No puedes detenerme. —Joanna se inclinó hacia delante —. Piensa, Zou Tun. Tengo dinero, caballos, conexiones a lo largo de Shanghai… Puedo lograr salir de la ciudad.

—Y luego tú…

—Luego voy a ir contigo hasta Pekín, incluso aunque tenga que seguir sola. Zou Tun, no vas a abandonarme aquí.

Zou Tun se enderezó abrumado por la sugerencia.

—No te estoy abandonando…

—Te da miedo que te vean con una mujer blanca.

—¡Claro que no!

—Crees que soy una carga, un obstáculo para ti y tu deber.

Zou Tun negó con la cabeza.

—No, eso es…

Joanna estiró el brazo y le acarició la mejilla.

—Soy tu compañera, ¿recuerdas? Me quedaré contigo.

Joanna no dejó espacio para la discusión y, aunque Zou Tun sabía que era un error, se sintió débil frente a la resolución de la muchacha. La vida de ella estaría en peligro mientras estuvieran juntos. Sin embargo, ella le daba mucha fortaleza. Cada vez que lo miraba, él recordaba lo que habían compartido. Recordaba sus momentos en el Cielo y el mensaje que había recibido.

Con ella a su lado Zou Tun no tenía miedo de dejarse tentar por el poder. Y no temía olvidar que era una criatura de amor, destinada a compartir ese mensaje con todos los que quisieran escucharlo.

Así que aunque sabía que era un error decidió aceptar. Le permitiría permanecer a su lado a pesar de los peligros. Ella estaba en su derecho de decidir. Y él no quería estar solo. Y tampoco quería olvidar.

De repente Zou Tun se dio cuenta de que la amaba. Y él sabía que eso conduciría a la muerte de ambos.

22 de enero de 1898

Querido padre:

¿Sabes que todos somos criaturas de amor? ¿Que estamos hechos de amor, que existimos para expresar amor y que cuando morimos regresamos al amor? Es la verdad y, sin embargo, cuando releo esas palabras, me doy cuenta de que no transmiten ni la mitad de lo que quiero decir. Yo amo. Lo amo todo, incluyéndote a ti. En especial a ti, padre mío, aunque cuando me abandonaste anoche me causaste mucho dolor. Un vacío horrible y aplastante.

Pero hoy sé mucho más que ayer. Así que a pesar de lo que sucedió todavía te respeto y te adoro como mi padre Te amo y siempre te amaré.

¿Entiendes eso, padre? Nada de lo que digas o hagas podrá separarnos. Siempre te amaré.

Pero ya no viviré contigo. No puedo hacerlo. Mi futuro está en amar y ayudar a un gran hombre. Su mensaje es lo que he estado buscando durante mucho tiempo. Ayudarlo con su trabajo será el trabajo de mi vida. Porque ambos tenemos el mismo mensaje, los mismos objetivos: hacer recordar a todos lo que hemos olvidado. Sí, somos criaturas de amor, creadas para expresar ese amor y, cuando morimos, regresamos al amor. Así que ¿qué puedo temer, padre?

Nada. Así que hoy te dejo. Me voy a Pekín con Zou Tun. Veremos al emperador allá y lo ayudaremos a recordar lo que todos hemos olvidado. No sé adonde nos conducirá este camino, sólo sé que yo lo elegí y lo recorreré con todo el corazón.

Por favor, quiéreme, padre. Y déjame ir a donde el corazón me llama.

Con amor,

Joanna.