Capítulo 6
El cuerpo de Zou tun se inflamó de rabia.
¿Cómo se atrevía a entrar la Tigresa en su cuarto sin anunciarse? ¿Cómo se atrevía a mirarlos a él y a Joanna Crane como si fueran comida en mal estado, que ni siquiera los perros se atreverían a tocar? ¿Y cómo se atrevía a quedarse ahí en silencio, juzgándolos como juzgaría…
… a un estudiante? ¿Evaluándolos como evaluaría un instructor a sus discípulos?
No. Los pensamientos de la Tigresa eran más calculadores. Más enrevesados. ¿En qué estaba pensando?
No importaba. No volvería a hacerlo.
Joanna estaba todavía recuperando la conciencia y el cuerpo aún le temblaba por el poder del yin. ¡Qué dulce era ese poder! Ardía como una estrella blanca, de una manera que Zou Tun nunca había experimentado. El hombre se inclinó rápidamente y agarró la sábana para cubrir a Joanna. La Tigresa no tenía necesidad de ver semejante belleza. En cierta forma, eso rebajaba a Joanna. Y Zou Tun quería tenerla sólo para él, no quería compartirla ni siquiera con la mujer que decía ser su maestra.
No eran ésos los pensamientos de un hombre santo, pero a Zou Tun no le importó. Estaba demasiado molesto por la intrusión de Shi Po como para pensar correctamente.
La Tigresa se acercó más y entrecerró los ojos. Los estudió con más detalle. Sin duda debió de ver el rubor en las mejillas de Joanna y sus labios enrojecidos. Zou Tun sabia que, debajo de la sábana, las manos de la mujer blanca estaban apretadas en dos puños. Pero aún más importante, estaba comenzando a encogerse sobre sí misma, apretujándose cada vez más contra Zou Tun para alejarse de la Tigresa.
—¿Por qué nos ha interrumpido? —preguntó con brusquedad Zou Tun pero en voz baja.
Shi Po se enervó.
—Es mi derecho inspeccionar a mis estudiantes.
Zou Tun se deslizó suavemente por detrás de Joanna y se paró con determinación frente a la Tigresa. La mujer era bajita de estatura, mucho más bajita de lo que él esperaba, teniendo en cuenta el poder de su qi. Pero Zou Tun no se sintió intimidado. En lugar de eso, hizo su mejor esfuerzo para erguirse sobre ella y plantear sus exigencias con absoluta claridad mientras se interponía entre los ojos de la Tigresa y Joanna.
—No me importa lo que haga con los otros estudiantes. Usted no entrará aquí sin nuestro permiso. Nunca más.
—Ésta es mi casa —afirmó con rabia la Tigresa —. Tú eres mi invitado.
—Entonces concédanos los privilegios de un huésped y no entre en nuestra habitación sin ser invitada.
Shi Po entrecerró los ojos y por un momento Zou Tun sintió el poder del rango de la mujer. Se sintió amenazado por una tigresa. Sin embargo, se negó a parpadear.
—Hay una gran conmoción en el territorio de los barbaros. Parece que hay una mujer fantasma perdida.



Zou Tun oyó que Joanna se movió en la cama, pues obviamente las palabras de Shi Po atrajeron su atención Por fortuna, todavía estaba sin voz. Antes de que pudiera decir o hacer cualquier cosa, él habló para distraer a Shi Po.
—¿Quién puede entender lo que hacen los barbaros?
Irritada, Shi Po se deslizó por el lado de Zou Tun y se quedó mirando a Joanna.
—No juegues conmigo, monje. Están buscando a esta muchacha. ¿Por qué? ¿Qué desgracia has traído a mi casa?
—Ninguna desgracia. Pero si eso la asusta, déjeme ir y déjela ir también a ella. Me ocuparé de que sea devuelta a los bárbaros.
Joanna asintió en la cama, pues obviamente deseaba que ocurriera justo lo que el hombre acababa de decir. Pero Shi Po no se inmutó ante la sugerencia, tal como él esperaba. En lugar de eso, se inclinó hacia delante y colocó la mano a centímetros del pecho de Joanna, como si estuviera palpando el aire.
—Su yin corre con tanta claridad. Y después de sólo una sesión. —Joanna se encogió al ver las afiladas uñas de Shi Po, pero no podía moverse. Así que cerró los ojos y guardó silencio mientras la Tigresa le asía la mandíbula y le levantaba la cara enrojecida para girarla hacia la luz que entraba desde el pasillo.
—Estos bárbaros son criaturas extrañas. Tal vez su falta de civilización los hace estar más cerca de los elementos. Tal vez…
De repente Joanna se rebeló. Ya había soportado suficientemente la inspección, porque de pronto retiró la cabeza y se puso de pie con la sábana envuelta sobre el pecho. Con un porte tan imponente como el de cualquier consorte imperial se dirigió con pasos firmes hacia la puerta abierta.
Por un momento Zou Tun casi llegó a creer que podría hacerlo, que esta mujer bárbara de pelo rojizo, envuelta en una sábana, iba a poder salir de la casa de la Tigresa sin que nadie se atreviera a detenerla. Pero alguien se atrevió, y no fueron ni Zou Tun ni la Tigresa. Fue Kui Yu, el marido de la Tigresa, que entró despreocupadamente.
—Oh —exclamó, como si estuviera buscando el comedor y se hubiese equivocado de puerta. Parpadeó y se fijo en lo que había a su alrededor.
—Mis disculpas —le dijo a Joanna mientras le bloqueaba la salida —. Pero, querida, usted sencillamente no se puede ir así. Parece ir vestida con una sábana.
Joanna señaló la puerta, indicando que quería salir. Desde un lateral Zou Tun alcanzó a ver el brillo de las lágrimas en sus ojos. La habían presionado demasiado, no era fácil perder la libertad y la voz en menos de dos días.
Kui Yu la cogió de los brazos y le asió las manos.
—Veo esto con frecuencia, ¿sabe? Mi esposa cree que no, pero sí lo veo. Al principio todas las chicas están asustadas aunque hayan elegido este camino. —Kui Yu sacudió la cabeza —. Esto de convertirse en Tigresa es algo muy confuso. Y mucho más para una blanca sin entrenamiento en los principios del Tao. Aun así, le diré lo que les dije a todas.
Kui Yu le sonrió con amabilidad e incluso se atrevió a quitarle un mechón de la cara.









—Usted debe pensar en qué le ofrece la casa a la que quiere regresar y a qué está renunciando. Aquí nadie la tratará mal. Le enseñarán una habilidad con la cual podrá fascinar a su marido y mantenerlo cautivado a lo largo de su vida juntos. Usted tiene la oportunidad de volverse inmortal y ser reverenciada por todos. Pero lo más importante es que alcanzará la paz, hija mía. Una serenidad de espíritu que proviene del hecho de transitar por el camino medio. —Kui Yu inclinó la cabeza de Joanna para que lo mirara directamente a los ojos —. ¿La vida en su casa puede ofrecerle todo eso?
Joanna contestó afirmativamente con la cabeza. Sí, dijo. Su casa le ofrecía todo eso.
Kui Yu le dio unas palmaditas en la mano.
—Ah, es el miedo el que habla por usted. En todo caso, hoy es demasiado tarde para que salga. Hay muchos peligros en Shanghai por la noche. Por fortuna aquí tenemos robustos sirvientes que nos mantienen protegidos. —Al decir esto, Kui Yu señaló al animal de pecho enorme que montaba guardia al otro lado de la puerta. Luego volvió a mirar a Joanna, le acarició el rostro y le sonrió con aire paternal —. Piense en eso esta noche y veamos cómo se siente por la mañana. Si todavía se quiere ir, yo la ayudaré. —Luego extendió la mano a su esposa —. Mi corazón, las sombras de la noche se alargan y mis pensamientos se oscurecen si tú no iluminas mis preocupaciones. Por favor, dejemos a nuestros invitados en sus tareas. Incluso las grandes Tigresas deben descansar.
Como atraída por la voluntad de su marido, Shi Po se deslizó hacia delante y tomó la mano de Kui Yu. Pero no se fue enseguida. En lugar de eso, frunció el ceño y miró a Joanna, ladeando un poco la cabeza.
—¿Qué será lo que tienen estas mujeres bárbaras que hace que su yin sea tan fuerte? Es un enigma que deberíamos resolver.
—Desde luego —reconoció Kui Yu con voz suave —. Pero no esta noche. Se hace tarde.
Shi Po asintió con la cabeza y se fue con él cual obediente esposa. Pero se alcanzaron a oír sus palabras al cerrar la puerta.
—Quisiera haber visto a la mascota de Ru Shan antes de que se fueran. Ahora sólo tengo para estudiar a esta mujer fantasma.
Luego se perdió el eco de su voz y Zou Tun se quedó mirando a Joanna luchar contra la puerta: primero trató de abrir el cerrojo y luego golpeó la madera hasta hacerla temblar. No hubo diferencia alguna. Zou Tun oyó el golpe de la tranca después de que saliera Shi Po. E incluso, aunque la puerta estuviese abierta, también había un guardia fuera a la espera de cualquier movimiento extraño. La lucha de la muchacha no tenía esperanzas.
Al igual que la de él.
Zou Tun se dejó caer en la cama con un suspiro y esperó hasta que Joanna llegó a la misma conclusión. Ella lo hizo lentamente: primero su cuerpo se fue debilitando y dejó de dar golpes a la puerta cuando se le cansó el brazo. Pero luego, un momento después, volvió a recuperar la energía y comenzó a golpear de nuevo. Zou Tun la vio pasar por este proceso dos veces: permitir primero que la falta de esperanzas se apoderara de ella, mientras su espíritu se debilitaba, y recuperarse luego para volver a pegar a la puerta con ese pequeño puño blanco. Obviamente parecía rogar que alguien la oyera.
Pero nadie la oyó. Sólo Zou Tun observaba y al final no pudo soportarlo más. Se puso de pie y le tocó los brazos con suavidad.
—Esta noche no la van a oír, Joanna. Pero tal vez Kui Yu la ayude mañana. —Era una mentira, pues él no podía permitir que eso pasara. Incluso aunque la muchacha lograra convencer a Kui Yu de liberarla, Zou Tun no podía permitir que se fuera. No mientras él estuviera obligado a quedarse. Ya era suficientemente peligroso que los soldados imperiales lo encontraran y lo llevaran arrastrado hasta donde su padre. Pero sería aún peor para todo el mundo si sus primos, sus rivales en la sucesión al trono, lo descubrieran. Ellos no tendrían inconveniente en destruir la casa entera.


Sin embargo, Joanna necesitaba aferrarse a algo, así que él murmuró que el día de mañana traería nuevas posibilidades.
Joanna no quería que el hombre la tocara y trató de apartarlo repetidas veces. Pero él era persistente. Y gentil Al final las lágrimas de la muchacha lo convencieron de desistir en el empeño. Zou Tun la vio desmoronarse contra la puerta. En ese momento supo que ella por fin había adquirido total conciencia de su situación. Finalmente había aceptado que los dos estaban atrapados ahí y que no los dejarían ir tan pronto como ambos deseaban. Hasta ahora la muchacha había fingido que entendía, pero seguía pensando que era un juego.
Ahora por fin ya sí sabía. Y sus sollozos rompieron el corazón a Zou Tun.
Éste tomó a la muchacha entre los brazos y la llevó hasta la cama. Ella no opuso resistencia, ni siquiera cuando el hombre la arropó con su cuerpo. Era una noche fría incluso en la ciudad de Shanghai. Con sólo una manta para cubrirse el calor corporal era más que bienvenido.
Además, aunque ella no necesitara ese consuelo, Zou Tun sí lo necesitaba. El hombre cerró los ojos y trató de disfrutar de su primera cama de verdad desde el incendio del monasterio. A pesar de que su cuerpo debería estar deleitándose en esta suave almohada, en lugar del suelo frío y duro, no pudo disfrutarlo. Su único placer provenía de la suavidad de la mujer que tenía entre los brazos, la hermosa Joanna Crane, una mujer fantasma cuyo yin había sido como un río de plata derretida alrededor de su alma. Más que una sensación física, fue como una imagen mental que permaneció en su cabeza durante todo el tiempo que estuvo purificando el yin de la muchacha.
Él era un monje con tres años de entrenamiento: tres años de disciplina mental y física, de aprender a aquietar el alma y prepararse para poder oír los mensajes de lo divino. Sin embargo, durante todo ese tiempo nunca oyó nada. Ni una palabra. Sólo encontró una paz que lo calmaba y que invadía su espíritu como nunca lo había hecho ninguna intriga política.
Pero ahora había llegado ella. Joanna Crane. Una blanca fantasma cuya pureza había fluido a través de Zou Tun, y lo había calentado y le había traído un susurro divino que no había logrado encontrar en tres años de estudio. ¿Sería posible que esta extraña secta femenina, este culto de la Tigresa, supiera algo que los ascéticos monjes Shaolin no sabían? ¿Sería posible que la práctica de la lucha de Paochui y el estudio de los textos antiguos no fueran suficientes para alcanzar la iluminación? ¿Que la comprensión sublime requiriera combinar la energía del yin femenino y el yang masculino para catapultarlo a uno hacia un lugar en el que ninguno de los estudiantes célibes de su abad había estado nunca?
Zou Tun no quería creer que eso fuera posible. Sin embargo, no podía negar que había sentido más que simple deseo mientras purificaba el yin de Joanna. Había sentido un susurro de lo divino.
Esta situación lo ponía ante un dilema. Su intención inicial era quedarse con la Tigresa unos pocos días, una semana, a lo sumo. Aprender lo que pudiera de ella y luego escapar. Un descanso de siete días. Siete días para aplacar su conciencia con respecto a lo que había pasado con su viejo maestro. Siete días para decidir cómo procedería a su llegada a Pekín.
Siete días habrían sido tiempo suficiente para esas tareas. Incluso había planeado devolver a Joanna a su casa, siempre y cuando las circunstancias lo permitieran. Pero siete días no eran ni remotamente suficientes para alcanzar la iluminación.





Peor aún, Zou Tun sabía que el yin puro era tan raro como la pluma de un ave fénix. Ciertamente ninguna de las mujeres que había conocido antes estaba siquiera cer ca de lo que había encontrado en Joanna. Zou Tun no sabía si todas las mujeres blancas fluían con tanta dulzura, pero ella era la única mujer a la que tenía acceso ahora. Y bien podía ser una clave para llegar a la iluminación.
Nada de esto tenía sentido para él: que un culto femenino pudiera tener respuestas que los Shaolin no tenían, que una blanca fantasma pudiera conducir a un príncipe imperial a la iluminación. Sin embargo, la suerte llegaba de distintas maneras. Y él sería un tonto si dejara marchar lo que muchos se pasaban buscando toda la vida.
Tenía que conservarla. Tenía que seguir con Joanna las enseñanzas de la Tigresa con mucha seriedad. Y, sin embargo, también tenía que regresar a Pekín a afrontar sus responsabilidades. Si ella fuera china, podría desposarla y llevarla a donde quisiera. Pero Joanna era blanca, un miembro de la tribu de bárbaros que estaban envenenando a su país con opio. Él no podía casarse con una mujer fantasma. Y tampoco podía tomarla como concubina y ni siquiera como mascota. En un hombre corriente esas cosas serían consideradas infames, pero en el caso de un príncipe imperial serían un crimen que no sólo le causaría la muerte, sino que posiblemente destruiría a toda su familia.
No, Zou Tun no podía llevar a Joanna a Pekín, así que, si quería avanzar en el camino de la iluminación, tenía que hacerlo ahora, aquí, en la casa de la Tigresa Shi Po. Mientras tanto, fuera las fuerzas imperiales se acercaban cada vez más.
Con ese infeliz pensamiento en mente Zou Tun decidió dormir. La mañana traería novedades, traería un estudio hasta entonces desconocido para él.
Joanna sintió que tenía calor por primera vez desde hacía mucho tiempo. La sensación era tan placentera que deliberadamente mantuvo los ojos cerrados y la mente en blanco.
Ella sabía que algo la aguardaba, algo horrible saldría a la superficie tan pronto como adquiriera plena conciencia, así que trató de posponer lo inevitable; se concentró exclusivamente en el calor que la envolvía, dándole nombres e imponiéndole imágenes, mientras entraba y salía del sueño.
Era como una brisa cálida en una noche fría.
Como un par de guantes de pelo en un día de invierno.
Como un hombre fuerte y caliente envolviéndola entre sus poderosos muslos.
Joanna dio un salto aterrada por ese pensamiento. Pero lo que la hizo recuperar la conciencia fue la terrible verdad: efectivamente un hombre que desprendía mucho calor la estaba abrazando. Y estaba casi desnudo. ¡Y ella también estaba casi desnuda!
La muchacha se sentó de repente y sintió como si unas agujas le bajaran por la garganta. Y ahí fue cuando la golpeó la fea realidad, cuando recordó todo lo que no había querido recordar, cuando supo dónde estaba y se dio cuenta de que había dormido toda la noche con un hombre.
Zou Tun también tenía los ojos abiertos, pero no se movió. Sólo la observó con expresión tranquila pero con el cuerpo tenso.
Joanna abrió la boca para decir algo, pero el dolor en la garganta se lo impidió. No, no fue el dolor en la garganta. La verdad es que sencillamente no sabía qué decir. ¿Qué se le dice a un hombre a medio vestir que se despierta en tu cama? En especial cuando las circunstancias hacían imposible clamar por el daño a la virtud y las perversiones masculinas.

Desde luego, su virtud no había sufrido realmente daño, ¿no era cierto? Y en cuanto a las perversiones masculinas, no había habido ninguna, ¿no era así? Joanna soltó un gruñido suave y cerró los ojos para tratar de organizar los hechos de los dos días pasados. Sólo habían transcurrido dos días, ¿verdad? No estaba segura. Tal vez tres. Había estado inconsciente una parte. Dormida, otra. Y entretanto, había estado…
Joanna sintió que la cara se le encendía de vergüenza. Se había estado tocando los senos. Había permitido que él se los tocara. Y ella lo había visto tocándose su… sus… ¿cómo lo había llamado el hombre? Su dragón. Lo había observado y había tocado y había sido tocada. No podía soportar que eso hubiese ocurrido.
Bueno, no realmente. Debería odiarlo. Pero en realidad ella…, bueno, no sabía qué pensar. Joanna se consideraba una persona lógica y racional. Centrada. Con un pensamiento casi científico. Alguien que analizaba objetivamente las situaciones y llegaba a conclusiones racionales. Y su mente lógica y racional le decía que todavía estaba clasificando las experiencias, aprendiendo lo que podía aprender, mientras encontraba la forma de escapar.
Joanna decidió que eso era todo lo que sentía. Curiosidad científica. Y un placer hedonista.
Dejó caer la cara entre las manos con un gemido suave, o lo que habría sido un gemido si sus cuerdas vocales estuviesen funcionando. Pero lo que salió en realidad fue un chirrido. Joanna agradeció que el manchú hablara antes de que ella entrara en un verdadero estado de histeria. Y sus palabras, para su sorpresa, fueron exactamente lo que necesitaba oír.
—Tengo un plan —dijo —. Para escapar. Pero tendré que encontrar el momento preciso.
Joanna levantó rápidamente la cabeza y se concentró en las palabras del chino.
—Me llevará un tiempo arreglarlo. Pero en una semana, tal vez un poco más, podremos escapar de este lugar. —Zou Tun se fue incorporando lentamente. La manta se deslizó y dejó al descubierto la enorme y musculosa extensión de su pecho bronceado. Joanna parpadeó, tratando de obligarse a dejar de mirar, pero el cuerpo del hombre parecía tan… tan… vivo. Y estaba tan cerca que podría tocarlo con los dedos. El pecho desnudo del hombre.
—Pero usted tiene que ayudarme —siguió diciendo el chino, como si ella no tuviera la vista clavada en su pecho, en la manera en que el cuerpo se iba reduciendo y estrechando luego hasta llegar a un vientre apretado y… ¿tendría pantalones debajo de la manta? ¿Había dormido Joanna rodeada por unas piernas cubiertas por una tela? ¿O por unas piernas de hombre desnudas en contacto con su piel también desnuda? No lo recordaba. Ella sólo llevaba puesta una bata, lo cual quería decir estar medio vestida, pues la bata se había arrebujado en torno al pecho y había dejado las piernas al aire.
Joanna negó con la cabeza. ¡Realmente no tenía importancia saber cómo habían dormido! Pero por alguna razón necesitaba saberlo.
—¿Joanna?
La muchacha parpadeó. Luego volvió a parpadear, pero se quedó con los ojos cerrados. Continuar mirándolo no iba a ayudarla a entender nada. Bueno, tal vez podría aprender más sobre la anatomía masculina, pero durante el día de ayer ya había recibido suficientes lecciones sobre el tema. Ya no quería saber más. ¿O sí?
Joanna interrumpió sus pensamientos sin piedad. El hombre le estaba diciendo algo, algo importante, que ella realmente quería escuchar. De verdad. Pero ¿tenía puestos los pantalones?
¡Basta! ¡Ya no más! ¡Ya no más!, se ordenó a sí misma. Levántate de la cama. Deja de pensar en lo que él lleva puesto Sólo ponte de pie y piensa.
Eso hizo, aunque con renuencia, lo que entorpeció sus movimientos y los volvió ridículamente lentos.
—No hay necesidad de alarmarse —dijo él mientras ella posaba los pies descalzos sobre el frío suelo de madera. El fuerte cambio de temperatura la ayudó a espabilarse y finalmente pudo retroceder hasta apoyar la espalda contra el biombo.
—¿Necesita usar el baño? —preguntó el hombre.
Sí necesitaba usarlo, pero también necesitaba que el hombre siguiera hablando. Así que negó con la cabeza e hizo una seña para que siguiera con lo que estaba diciendo. Fuera lo que fuera. Entretanto, comentó a arreglarse la bata con movimientos torpes, metiendo los brazos nuevamente en las mangas y abrochándose el cinturón.
—¿Cómo está su garganta hoy? ¿Le duele?
Joanna asintió con la cabeza al mismo tiempo que frunció el ceño. La voz del hombre parecía más profunda ahora, más ronca que su tono normal. ¿Se debería a que estaba enfermando? ¿Acaso terminaría contagiándose de una extraña enfermedad? ¿Acaso…
El hombre cambió de posición en la cama y comenzó a levantarse sobre las rodillas mientras se quitaba la manta. Joanna soltó el aire con fuerza: Zou Tun llevaba puestos los pantalones. No obstante, la muchacha no sabía si se sintió complacida o decepcionada. Lo único que sabía era que la pregunta que la estaba matando por fin estaba resuelta. El hombre llevaba pantalones. Joanna ya no tenía que pensar más en eso.
—¿Me ayudará con un plan para escapar? —preguntó el chino, y su voz tenía un timbre de frustración.
La muchacha asintió mientras intentaba retomar el control de sus pensamientos. Sí. Ella más que nadie quería terminar con toda esta… inquietud.
—Bien, porque lo que quiero será difícil, pero es muy importante. Absolutamente necesario. —El hombre hizo una pausa y era evidente queestaba esperando una señal de aceptación por parte de ella. Joanna movió rápidamente la cabeza en señal de afirmación —. Tenemos que aceptar el entrenamiento. No sólo aceptarlosino seguirlo con dedicación. Completamente. Sin reservas.
Joanna sintió que los ojos se le abrían, pero sus pensamientos eran demasiado caóticos para entenderlos. La invadió un pánico aterrador.
El hombre debió de notarlo. Debió de entender la reacción de la muchacha, porque rápidamente se levantó de la cama, fue hasta donde ella estaba y la cogió de los brazos. Ella se echó hacia atrás, tratando de alejarse. No estaba preparada para que él la tocara. No podía pensar cuando el pecho desnudo del hombre estaba justo ahí, frente a ella, y ese glorioso cuerpo masculino estaba totalmente expuesto a su mirada.
Por desgracia lo único que había detrás de ella era el biombo, ese hermoso artefacto de bambú con un adorable dibujo de un jardín. Adorable, claro, si uno no miraba con detalle lo que estaban haciendo las figuras a la sombra del follaje. En todo caso, el biombo estaba detrás de ella y ella se recostó contra él tratando de escapar.
Pero el biombo no era lo suficientemente pesado para soportar el peso de la muchacha, así que, cuando ella lo golpeó al apoyarse, el mueble se fue hacia atrás, se pegó a la pared y comenzó a deslizarse hacia el suelo. Acto seguido se enredó en los pies de Joanna y casi la hizo caer. Ella trató de mantener el equilibrio, trató de hacerse a un lado, pero no acercándose más a él, sino alejándose.
Pero el hombre no la soltó. La urgencia que había en sus palabras había contaminado también sus movimientos y por eso la sostuvo con mano firme. Ella trató de soltarse. Comenzó a forcejear. Quería huir. Quería irse. Quería…
Pero no había adonde ir. No con el biombo enredado en los pies y este hombre rodeándola, Joanna comenzó a perder el equilibrio. Sintió que algo la golpeaba en el tobillo. No pudo encontrar un punto de apoyo. Pero él la tenía agarrada con fuerza. La estaba…
Levantando en el aire.


Ella le dio patadas y le golpeó en la cara con toda la fuerza que consiguió reunir. Subió la rodilla y le dio un rodillazo al mismo pecho enorme que había estado contemplando hacía sólo un momento. El hombre rugió de dolor, pero enseguida la agarró con más fuerza. La muchacha trató de gritar, pero lo único que logró emitir fue un terrible graznido que le causó un dolor agudo en la garganta y en toda la cabeza.
Luego, de repente, estaba libre. Y se estaba cayendo. ¡No!
Aterrizó sobre la cama. Cayó sobre las manos y se apoyó sobre ellas para recuperar el equilibrio mientras miraba al hombre con odio. El manchú estaba encima de ella, enorme e intimidante, y se frotaba con una mano la marca roja que le había dejado la rodilla de la muchacha en el pecho.
—No quiero hacerle daño —gruñó el hombre —. No tengo ningún interés en quitarle la virginidad. —Resopló y se puso las manos en la cadera —. Joanna Crane, ¡escúcheme! Para escapar tiene que parecer que estamos siguiendo con dedicación esta práctica. Tenemos que hacerlo con el corazón.
Joanna abrió la boca para objetar, para gritar o decir algo, cualquier cosa, pero él levantó la mano para detenerla. Normalmente ella habría hecho caso omiso de ese gesto, pero cualquier sonido era doloroso y la debilitaba más. Así que la muchacha se mordió el labio y se forzó a permanecer tranquila, a ser racional. El hombre siguió hablando.
—La práctica de la Tigresa no quita la virginidad. Sólo el yin. Su pureza no sufrirá daño alguno.
Joanna levantó una ceja. No era tan ingenua. Una práctica que involucraba cuerpos desnudos que se tocaban implicaba una pérdida de pureza, punto. Virgen o no, este entrenamiento de la Tigresa mancharía para siempre su honor a los ojos de cualquier pretendiente.
El hombre siguió hablando.
—Haga todos los ejercicios. Aprenda las lecciones. Sea mi pareja en este entrenamiento y yo arreglaré nuestra huida.
Joanna entrecerró los ojos para mostrar su incredulidad.
—En dos semanas.
La muchacha negó con la cabeza.
El hizo una mueca.
—Una semana. Una sola semana. Coopere con el entrenamiento durante una semana. Eso me dará el tiempo suficiente para planear una manera de escapar.
Joanna se quedó mirando al hombre y sus ideas por fin se aclararon. Entendía lo que él le estaba proponiendo, pero ¿confiaba en que estuviera diciendo la verdad? El instinto le decía que sí, que podía confiar en él. Pero la cabeza no estaba tan segura. ¿Acaso no había sido él quien la había golpeado y la había arrastrado a este lugar de perdición? ¿No era él quien andaba por ahí fingiendo ser un monje, cuando cualquiera que tuviera ojos podía ver que no lo era? ¿Acaso no era…?
Él había hablado sincera y abiertamente sobre su situación. Él la había tocado con gentileza y le había explicado que era necesario. Esta Tigresa Shi Po tenía cierto poder sobre él. Y no se trataba de ninguna historia de amor. Pero ¿acaso eso significaba que Joanna podía confiar en que él se las ingeniaría para encontrar una forma de escapar?
No lo sabía. Pero luego la razón le mostró que no importaba. Ella no tenía otra opción que esperar la ayuda del marido de la Tigresa. En todo caso, el manchú tenía razón. Si aparentaban cooperar, tal vez podrían tener un trato más suave y más opciones.
Joanna asintió lentamente para indicar que aceptaba la propuesta del hombre. Pero tenía una condición. Estiró la mano con los dedos extendidos y la palma hacia arriba.
El chino frunció el ceño sin entender.
Ella expresó su condición a través de la mímica: señaló el bolsillo en el que él tenía la llave y fingió que la sacaba y abría la puerta. Luego volvió a señalar. La llave. Quería la llave de la puerta.
Joanna se dio cuenta de que a él no le gustó la idea. Ya sabía que todos los hombres, ingleses o chinos, querían tener el control. Pues bien, ella no cooperaría a menos que tuviera el control de la puerta.
—Pero sigue habiendo un guardia —replicó él —. Usted no podrá escapar con un guardia espetando ahí fuera.
Joanna se encogió de hombros. Ya se encargaría del guardia. El primer obstáculo era la puerta cerrada.
El hombre vaciló, así que ella cruzó los brazos y se quedó mirándolo para dejar clara su posición. No cooperaría a menos que le entregara la llave. Y obviamente el chino era renuente. Lástima. La muchacha se mantuvo firme.
El hombre sacó la llave del bolsillo, pero no se la entregó. En lugar de eso, la levantó a una altura que ella no podía alcanzar.
—¿Cooperará sin reservas? —preguntó —. ¿Hará lo que la Tigresa diga? —Ella vaciló y él agregó enseguida —: Su virginidad permanecerá intacta. De eso estoy seguro.
Nuevamente Joanna consideró sus opciones y trató de verlas desde todos los ángulos. Parecía que no tenía muchas, así que asintió. Ante los ojos de todo el mundo sería la mejor estudiante que había tenido la Tigresa.
Un estremecimiento de entusiasmo la recorrió, dejándole un sabor de placer y desagrado al mismo tiempo. En realidad se suponía que no se sentiría intrigada por lo que estaba a punto de aprender, pero no sería humana si el proyecto no atrajera su atención. Después de todo a ella le parecía atractivo este hombre. ¿Exactamente qué era lo que estaba a punto de aprender? ¿Sobre su propio cuerpo? ¿Sobre el de él?
Joanna sonrió y el hombre le puso la llave en la mano. De pronto se oyó un golpe fuerte en la puerta.
Joanna dio unos pasos adelante y quitó el cerrojo mientras que detrás de ella el manchú se puso tenso y se reafirmó sobre la planta de los pies. Ella sabía que estaba alerta, preparado para cualquier peligro que esperara al otro lado. Joanna se movió más despacio mientras miraba hacia atrás para asegurarse de que el hombre estuviera listo. Cuando el manchú asintió, ella abrió la puerta.
Ahí estaba la Tigresa Shi Po, con expresión impasible a pesar de que sus ojos inquisitivos registraban la habitación.
—Es la hora de las lecciones. Vendréis los dos.

20 de abril de 1896
Querido Kang Zou,
Tus estudios suenan interesantes, pero, claro, para mí no tienen ningún significado. El sol se ha oscurecido y aquí todo está agitado. Y sin mi ave cantora estoy cada vez más melancólica. Incluso mi madre desfallece sin tener noticias tuyas. Se niega a comer y se ha rasgado las vestiduras.
Ahora mi padre está escogiendo a mi marido. Pero todos son viejos, o gordos o pobres, así que no sé por qué debo casarme con ninguno. Las elecciones de una mujer nunca están en sus manos. Regresa pronto a casa, hermano, para que puedas encontrar a un joven atractivo para mí.
Tu aterrorizada hermana,
Wen Ji.
Traducción decodificada:
Querido hijo:



Tus estudios no tienen ningún impacto en el desastre familiar. Nuestra humillación a manos de los japoneses es una terrible tragedia. En especial después de perder con los bárbaros blancos. Pero era inevitable, dado que me veo obligado a pelear con tropas mal equipadas, poco educadas y asustadas. Pronto perderemos todo sin tu ayuda.
Regresa enseguida a casa con noticias del triunfo sobre los insurgentes. De otra manera, no sólo temo por nuestra familia, sino por el país entero. Más y más invasores nos roban sin recibir ningún castigo. Y China tiene menos opciones que una muchacha fea.
Tu impaciente padre,
General Kang.
3 de mayo de 1896
Querida Wen Ji:
Mi corazón tiembla al pensar en la elección a la que se enfrenta mi padre. Y soy consciente de las terribles pruebas que nuestra madre afronta diariamente aunque creo que ella es más fuerte de lo que parece. Pero no todo está perdido. Los manuscritos de Lao Tse hablan de la sabiduría de la no acción. Del fin de la lucha. ¿Acaso no puedes buscar la paz en tiempos de agitación? De verdad, la sabiduría del abad Tseng sobrepasa la comprensión ordinaria.
No pierdas la esperanza,
Kang Zou.
Traducción decodificada según la entendió el general Kang:
Querido padre:
He oído de los peligros a los que se enfrenta China. Las noticias han llegado incluso hasta aquí, a las montañas. También recuerdo mis responsabilidades para con la familia y el país, pero tienes que saber que pronto encontrarás un camino entre las dificultades. Recuerda que el gran maestro Lao Tse aconseja el principio de la no acción. El abad Tseng nos ha enseñado que hay gran sabiduría en el fin de la lucha.
Tu encantado hijo,
Zou Tun.