Capítulo 12

Zou tun no iba a responder a Joanna, ella podía verlo claramente en su cara. El monje no tenía ninguna intención de compartir sus pensamientos más íntimos con una mujer bárbara. Bueno, pues era una lástima. Porque ella acababa de desnudar su corazón. Y los senos también. Y si él quería que ella confiara en él, tendría que aprender a compartir.

Joanna se recostó contra la pared y se quedó mirándolo.

—Déjeme explicárselo de esta forma, Zou Tun —dijo Joanna de una manera extremadamente seca —. Usted todavía está tratando de ganarse mi confianza. Pues esta actitud no está ayudando mucho.

—¿Y cuánto tiempo más estaré pagando esa deuda, Joanna Crane? —replicó Zou Tun —. ¿Tendré que pasar toda la vida sirviéndole de esclavo para poder ganarme su confianza? Para siempre…

—Yo no le pedí que fuera mi esclavo. Sólo le pedí una respuesta a la misma pregunta que usted me hizo hace sólo un rato. ¿Todos los manchús se irritan tan fácilmente?

—¡Sí! No estamos acostumbrados a ser interrogados por mujeres. Y menos aún por…

—Por bárbaras mujeres fantasmas —terminó de decir Joanna —. Sí, lo sé. Pero ¿sabe una cosa? Estoy harta de que todo el mundo piense que soy estúpida o insustancial o salvaje sólo porque mi piel es más blanca que la de ustedes. Entonces, ¿qué le parece mi propuesta, monje? Usted comenzará a pensar en mí como su igual o saldrá por esa puerta ahora mismo a buscarse una nueva pareja.

Zou Tun retrocedió como si lo hubiesen golpeado. Joanna se dio cuenta de que la idea de pensar en una mujer como su igual era algo que nunca se le había ocurrido. Había que reconocerle el gesto de no rechazar el concepto enseguida. La muchacha se preguntó si esa contención sería una prueba de su actitud abierta ante las nuevas ideas o de su desesperación por tenerla a ella como su compañera. En todo caso, el monje se sentó con la boca abierta mientras ella suspiraba molesta. Parecía como si Joanna se tuviera que pasar toda la vida tratando de probar a alguien que no era una idiota. Que era capaz de hacer muchas más cosas de las que todos pensaban. La muchacha respiró profundamente y se lanzó en su defensa una última vez.

—Descubrí su verdadera identidad a pesar de su disfraz, ¿no? Cuando nadie más lo había hecho.

—Hubo otra persona que lo consiguió también —susurró Zou Tun con voz grave.

Joanna se encogió de hombros.

—Está bien. Otra persona. ¿Entre cuántas? —Se inclinó hacia delante —. Tengo una mente rápida y muchos deseos de aprender. ¿Cuántos de sus compatriotas, hombres o mujeres, comparten y defienden esa afirmación?

Zou Tun asintió antes de hablar.

—Es verdad que usted ha mostrado., una inteligencia y una curiosidad inusuales.

—¡Puede guardarse sus falsos elogios! —murmuró Joanna. Luego decidió intentar una táctica diferente —. Es obvio que usted piensa que yo soy capaz de servirle de pareja. De hecho, parece preferirme por encima de todas esas otras damas. Incluso por encima de la Tigresa Shi Po. —Frunció el ceño —. ¿Por qué? ¿Qué es exacta mente lo que ve en mí que no ve en todas esas otras mujeres?

Joanna podía ver claramente que Zou Tun tenía todavía menos ganas de hablar de eso que de sus razones para estar aquí. La expresión del monje se ensombreció pareció retorcer la cara, como si quisiera golpear algo. D hecho, toda su actitud se ensombreció y se volvió más amenazante. Pero Joanna no se sintió intimidada. El monje había prometido mantenerla a salvo antes y Joanna pensaba que guardaría su promesa.

Además, era evidente que él la quería por alguna razón. Y no arriesgaría la poca confianza que ya habían lo grado establecer.

—Y le sugiero que deje ya de mirarme así. No me siento intimidada.

Zou Tun frunció el ceño.

—No estaba tratando de lanzarle ninguna maldición ni nada por el estilo. Y, a diferencia de lo que piensan lo campesinos, los monjes Shaolin no practicamos la magia ni el mal de ojo.

Joanna parpadeó. No había tenido la intención d sugerir nada parecido. Pero sí entendía por qué un campesino supersticioso podía creer que los monjes luchadores eran capaces de todo tipo de cosas. La muchacha se arrodilló frente a Zou Tun.

—Zou Tun, ¿por qué quiere que yo sea su pareja por encima de todas esas otras mujeres con más experiencia?

El monje suspiró y Joanna vio que finalmente había ganado.

—Porque confío en usted —confesó él finalmente.

Joanna negó con la cabeza.

—Es más que eso.

—La confianza no es algo sin importancia, Joanna Crane. Yo no conozco a esas mujeres. No sé cuál es su propósito al seguir este entrenamiento. No sé si la Tigresa Shi Po quiere tener poder político. Lidera un grupo de mujeres hacia la inmortalidad haciendo uso de medios que no todos aceptan. Sería muy fácil convencer a las fuerzas imperiales para que la destruyeran a ella y a sus seguidoras.

Joanna se estremeció y se echó la manta sobre los hombros, como si con eso pudiera alejar el horror que suponían las palabras del monje.

—¿Destruirla? ¿Se refiere a matarla?

—Me refiero a matarla a ella y a toda su familia. Me refiero a que ellos ejecutarían a todas sus seguidoras y a sus familias. Y se apoderarían de todas sus fortunas sin importar lo pequeñas o grandes que fueran. —Señaló el complejo de edificios que había afuera —. El tesoro del imperio siempre está corto de fondos debido a las exigencias de los bárbaros. El imperio busca fuentes de financiación donde puede.

Joanna abrió los ojos estupefacta.

—¿Haría usted eso? ¿La denunciaría sólo porque ella enseña a las mujeres sobre su cuerpo? ¿Y sobre el cuerpo de los hombres?

Si la expresión de Zou Tun parecía sombría antes, ahora adquirió un matiz de disgusto.

—Yo no haría nada semejante —afirmó tajantemente —. Pero otros sí. Y ella está corriendo muchos riesgos al tenerme aquí.

—Entonces, ¿por qué lo hace?

—Porque tenerme de su lado también puede ser algo muy bueno y favorable, una gran seguridad para ella.

Joanna guardó silencio un momento mientras asimilaba las palabras del monje y las maniobras políticas que estaba describiendo. Era un mundo que ella no entendía. En realidad no quería entenderlo. Pensar permanentemente en intereses ocultos y vivir evaluando todo, cada acción, de acuerdo con las pérdidas y ganancias, era una vida demasiado compleja. Joanna sentía pena por él por tener que soportarla.

—¿Por esa razón está usted aquí? ¿Para escapar de… —¿Cómo podía plantearlo? —. ¿De todas las maquinaciones del poder?

—¡Claro que no! —respondió él con tono enfático aunque la muchacha pudo ver una sombra de pánico en su expresión —. ¡Soy un manchú de la clase dirigente! No me escondería tras las faldas de una mujer sólo para evitar la tarea de dirigir el país.

Paradójicamente, cuanto más a la defensiva se poma el monje, más segura se sentía Joanna de que se estaba acercando a la verdad.

—¿Acaso eso es lo que está haciendo? —insistió Joanna —. ¿Ocultándose tras las faldas de una mujer?

Zou Tun se puso tan rígido como una vara.

—Estoy buscando la inmortalidad mediante la práctica de un Dragón de jade. Si no, ¿Qué cree —preguntó Zou Tun — que estamos haciendo?

A Joanna casi le dio la risa. No obstante, le contestó:

—Estoy aprendiendo algo que nunca han enseñado a ninguna mujer norteamericana. De hecho, ésta es una filosofía que ningún norteamericano, hombre o mujer, ha concebido en su vida.

El monje entrecerró los ojos.

—Entonces, ¿sí cree que sea posible? ¿Cree que podrá alcanzar el Cielo gracias a estas prácticas?

Joanna vaciló, preguntándose qué era lo que creía. Había sido educada dentro de la religión cristiana. Se estremecía al imaginarse lo que podría pensar su confesor sobre lo que ella estaba haciendo.

—Mi fe siempre ha sido débil: no me produce ningún consuelo y tampoco me da fuerza.

—No hay que confundir el placer de la marea del yin con la presencia de Dios, Joanna Crane. Eso sería un grave error.

Ella estuvo de acuerdo.

—Pero ¿por qué Dios nos daría cuerpos y el placer y el poder que residen en la marea del yin si eso no tuviera un propósito?

—¿Alcanzar el Cielo?

—¿Por qué no? Esta mañana escuché a algunas de las mujeres conversando. Decían que dos de los alumnos de Shi Po lo habían logrado. Se volvieron inmortales. —Joanna levantó la mirada y desafió a Zou Tun a negar su siguiente afirmación —. Y que uno de ellos era una mujer inglesa.

—Sí yo también lo oí.

—Entonces usted cree en eso. Cree que es posible.

Zou Tun se tomó un tiempo para responder, pero luego lo hizo con tal solemnidad que la muchacha se sorprendió; en realidad, más que sorprenderse, la respuesta del monje inspiró en ella un sentido de admiración. Y de que tenía un propósito.

—Sí lo creo, Joanna Crane. Más aún, creo que lo puedo lograr con usted.

—¿Por qué? —preguntó ella jadeando sin darse cuenta de que había hablado hasta que oyó su propia voz —. ¿Por qué conmigo?

El monje sacudió la cabeza como si no fuera a responder. Pero luego habló y sus palabras resonaron con intensidad.

—Llevo muchos años estudiando el camino medio, el Tao. El me ha proporcionado paz y valor en momentos en que me sentía perdido. —Suspiró —. Pero nunca me ha dado fuerza.

Joanna frunció el ceño.

—Pero su cuerpo tiene una fuerza y un poder asombrosos. Usted fue capaz de derrotar fácilmente a cinco atacantes.

—No me refiero a la fuerza del cuerpo. Cualquier hombre puede entrenarse para lograr eso. Me refiero a un tipo de fuerza distinto. —El monje fijó sus ojos en el rostro de Joanna —. Una fuerza inmortal. El tipo de claridad que lleva a un hombre hasta el Cielo.

—Entonces, ¿por qué…?

—Porque yo ya la he sentido con usted, Joanna Crane. Tuve un atisbo de esa claridad. Esa primera vez que la ayudé con sus ejercicios la sentí. —Zou Tun levantó las manos con un gesto de incertidumbre —. Yo pensaba que todo el yin era igual. Lo mismo que las mujeres, todas iguales.

Joanna resopló, pues no podía dejar pasar semejante afirmación sin reaccionar.

—Las mujeres no somos todas iguales.

—No —aceptó él con suavidad —. En eso estaba tan equivocado como un tonto, pues usted no se parece en nada a las mujeres que he conocido hasta ahora. No sé si eso se debe a que usted es una bárbara fantasma…

Joanna negó con la cabeza con la intención de corregir la impresión de Zou Tun.

—Incluso entre mi pueblo soy terriblemente inusual, Zou Tun.

—Entonces es tal como lo supuse. Usted es única. Y su yin, Joanna Crane, es increíblemente potente.

Joanna no sabía qué pensar de eso. ¿Debería sentirse halagada al oír que su esencia femenina era muy extraña? La muchacha creía que no. Después de todo ella no tenía nada que ver con la fabricación de su yin. Sólo era una parte de ella, corno un brazo o una pierna. Aunque tal vez no fuera tan similar.

—El yin no sólo es una parte de nuestro cuerpo, ¿no es cierto? Es una parte esencial de lo que cada uno es.

Zou Tun asintió con expresión pensativa.

—Así que lo que soy, lo que pienso y lo que hago, todo interviene en mi yin. En su creación y en su pureza, ¿no es así?

—Claro Con el yang sucede lo mismo. Es la esencia más pura de lo que soy yo como hombre. Con mi educación. Mi entrenamiento. Mis actos. —La voz de Zou Tun se quebró ligeramente al pronunciar la última palabra, pero no dijo nada más.

—Entonces me complace que mi yin sea tan fuerte. Eso sugiere…

—Sí, Joanna Crane —la interrumpió Zou Tun —. Significa que usted es una mujer fuerte y asombrosa.

Zou Tun lo expresó secamente, sin hacer mucho énfasis, pero en sus ojos había admiración y una especie de deseo.

—Entonces, ¿es ésa la razón por la que me desea? —preguntó Joanna —. ¿Porque soy fuerte? ¿Y asombrosa? —A la muchacha le gustaba el sonido de esa palabra y desplegó la vanidad suficiente como para repetirla.

—Esa es la razón por la que quiero que sea mi compañera. Y por eso creo que juntos podemos alcanzar el Cielo.

—Porque su yang es tan poderoso como mi yin. —No fue una pregunta. Joanna había sentido la fuerza de Zou Tun, su masculinidad A veces era abrumadora.

Zou Tun no respondió Pero su silencio fue una clara aceptación.

—Muy bien —dijo Joanna finalmente —. Tenemos un objetivo común. Supongo que será mejor que volvamos a la tarea de alcanzarlo.

Zou Tun se quedó quieto durante un momento, como si estuviera evaluando la sinceridad o la intensidad del propósito de la muchacha. Cualquiera que fuera, le debió de parecer aceptable porque un momento después levantó la bandeja y la dejó fuera. Luego se volvió hacia ella con una actitud casi militar.

—Cometí un error antes al apresurarla sin esperar a que estuviera lista. No lo volveré a hacer.

Joanna asintió.

—Shi Po dijo que no debía tocarme. No hasta que pueda sostener las bolas…

—Sí, lo sé.

—Ya estoy cerca de los mil latidos.

Zou Tun sonrió y eso lo hizo parecer de repente como un chiquillo, un chiquillo increíblemente apuesto.

—Eso también lo sé.

—Bueno. Entonces supongo que debemos hacer los ejercicios. ¿Quiere comenzar?

Zou Tun vaciló y Joanna se preguntó por un momento qué estaría pensando.

—No debemos tocarnos. ¿De acuerdo?

Joanna asintió.

—Claro.

—Entonces, fortalezcámonos y purifiquémonos al mismo tiempo.

Joanna se detuvo un momento y se dio cuenta de lo mucho que extrañaría las manos del monje sobre los senos y sus caricias durante los ejercicios. Pero sabía que Zou Tun tenía razón. Y no tenía sentido que él la observara a ella, o ella a él, si no podían ayudarse. Tocarse. Aprender.

No obstante, la muchacha tuvo un ataque de timidez ante la idea de tocarse los senos estando en la misma habitación con él. Y el hecho de que él también estuviera haciendo sus propios ejercicios contribuía a la sensación de incomodidad. Y de excitación.

—¿Joanna?

—Sí —dijo ella rápidamente antes de que pudiera cambiar de parecer —. Sí. Lo haremos al mismo tiempo. Pero cada uno en un extremo de la habitación.

Las manos le temblaron cuando se quitó la camisa, pero no de nervios sino de excitación. A ella le había gustado observar la cara de Zou Tun mientras realizaba sus ejercicios. Más específicamente, Joanna quería ver otra vez los ojos del monje, sentirlos fijos en los de ella y sentir nuevamente la conexión que había entre ellos. Daba igual que él esparciera su semilla o no, y la muchacha sabía que no se suponía que él lo hiciera, ella quería sentir esa electricidad que se producía cuando él se tocaba sus partes íntimas.

Y el hecho de que ella se estuviera tocando los senos al mismo tiempo le producía grandes expectativas.

Joanna se instaló en la cama con la espalda contra la pared. Pero, cuando comenzó a doblar la pierna izquierda para meter el pie debajo de la cueva bermellón, la bata se le abrió. Ya era hora, pensó la muchacha, de estar completamente desnuda ante Zou Tun. Ya lo había hecho una vez. Podía volverlo a hacer.

Joanna levantó la mirada para observarlo y se encontró con el pozo oscuro y abismal de los ojos del monje. Lentamente, mientras él la observaba sin parpadear, se quitó la bata, que cayó alrededor de los pies. Y cuando lo hizo Joanna vio claramente cómo temblaron las fosas nasales del monje y los ojos se le volvieron más negros. Estaba segura de que su dragón se había asomado con interés y se sintió atraída por su poder.

Joanna se enderezó y sin dejar de mirarlo se acomodó en la cama. Luego, lo que resultó lo más difícil de todo, abrió completamente las piernas para poder meter el talón izquierdo debajo de la cueva bermellón. La zona ya estaba húmeda y el contacto con el talón áspero le produjo una sensación agradable. Luego comenzó a hacer presión.

Entretanto Zou Tun la estaba observado. Su mirada era una presencia tangible y su respiración, una brisa ardiente en medio de la oscuridad.

Ella estaba lista. Y él también, aparentemente. Su mano sostenía el dragón exactamente como mostraba el manuscrito.

Joanna levantó las manos y se hizo presión sobre los senos también de la manera en que le habían enseñado. Lo que no les habían enseñado era a sincronizar el ritmo de su respiración, a moverse como si fueran uno: un círculo, un masaje, mientras se miraban uno al otro con tanto asombro como si estuvieran uno junto al otro y no separados por un espacio.

Se suponía que los primeros setenta y dos masajes debían producir una sensación de calma. Pero no fue así. Cada vez que Joanna y Zou Tun tomaban aire al unísono ella sentía que la marea de su yin se elevaba. Y con cada círculo que levantaba y moldeaba los senos sentía arder más el fuego que había sobre su corazón.

Joanna sintió la boca seca, así que se humedeció los labios. E incluso desde el otro lado de la habitación logró ver cómo el cuerpo de Zou Tun se tensó. Los ojos del monje se desplazaron de los ojos de la muchacha hacia la boca al mismo tiempo que apretó las nalgas y se levantó del asiento.

—Joanna… —exclamó con voz ronca y grave. La muchacha no supo si la llamada era una súplica o una advertencia, pero no le importó. La marea del yin ya fluía como lava hirviente a lo largo de su cuerpo.

Joanna sintió la necesidad de moverse. Arqueando la espalda, apretó los senos contra las manos. Echó la cabeza hacia atrás y la pelvis hacia delante, restregándola contra el talón. En ese momento sintió que una llamarada se disparaba desde ahí y se enroscaba alrededor de su columna vertebral como si fuera una ávida serpiente. Enseguida sintió cómo la boca de la serpiente mordía con fuerza el centro del yin que estaba justo detrás de los senos. El poder se hizo más fuerte en esa línea, estableciendo una cuerda ardiente y palpitante que conectaba la cueva bermellón con los senos.

Joanna no había sentido tanto poder antes, tanto deseo. Así que hizo un ensayo y comenzó el siguiente círculo justo encima de los pezones.

Un solo contacto, un pellizco, y su cuerpo se convulsionó. La muchacha trató de mantener la concentración, trató de analizar las sensaciones, pero no tenía palabras. O siempre eran incorrectas. Se daba cuenta de que el corazón le retumbaba y estaba respirando mediante jadeos ardientes. Pero, más allá de eso, sentía el pecho lleno y ávido, la mente inquieta con toda esa energía y cada vez era más difícil mantener la concentración.

—Setenta y dos —mintió. En realidad no tenía idea de cuántos círculos había hecho. Sólo sabía que ya había terminado con la etapa de los masajes calmantes. Ella quería aumentar, empujar, hacer crecer esa marea ardiente.

—Joanna, ¿qué está haciendo? —Las palabras de Zou Tun le llegaron desde el otro lado del cuarto y, sin embargo, las oyó como si estuviera justo a su lado.

Joanna abrió los ojos y volvió a trabar su mirada con la del monje. Vio desde lejos que el hombre tenía la cara colorada y la boca ligeramente abierta, y que resoplaba tratando de controlar la respiración. Abajo Joanna vio el dragón de Zou Tun grande y de color rojo oscuro, estirándose hacia ella. Zou Tun ya no lo sostenía en la posición correcta, sino que lo tenía agarrado con fuerza.

Joanna absorbió todo eso desde lejos, dejando que los pensamientos atravesaran su conciencia para desaparecer después.

—Quiero saber —susurró Joanna y la voz pareció ganar más fuerza cuando giró a la inversa la dirección de las manos —. ¿Adonde va el yin? ¿Qué sigue después?

—No —dijo Zou Tun jadeando — Usted no esta lista.

Los círculos eran mas fuertes ahora y Joanna sintió la fuerza del yin atizándola cada vez con mas potencia, mas brillante.

—Si —afirmó Joanna, sintiéndose victoriosa — Lo estoy.

La muchacha no estaba adivinando De hecho, ni en su mente ni en su cuerpo había lugar para la duda Solo había yin, palpitando de manera poderosa y ardiente en su sangre El yin iba creciendo dentro de ella y la muchacha hacia todo lo que podía para hacerlo arder con más brillo Por eso no terminaba los círculos cerca de los pezones Cada espiral terminaba con un pellizco y un empujón cada vez mas fuerte, que mantenía la sangre zumbando en tonos cada vez mas altos.

Estaba lista Estaba más que lista y se mecía hacia delante y hacia atrás, presionando la cueva bermellón contra el talón cada vez con más fuerza Unas cuantas espirales mas Unas cuantas vueltas mas Ya pronto ¡Si!

Algo la agarro de las muñecas y se las alejó del cuerpo Joanna resistió, haciendo fuerza con los brazos y tratando de volverlos a llevar a donde los tenía, pero solo logro incorporarse y levantar las caderas de encima del talón.

—¡No! —grito Joanna mientras luchaba contra lo que la tenia agarrada Tuvo la conciencia suficiente para abrir los ojos Entonces vio a Zou Tun encima de ella con los ojos oscuros bailando de la preocupación Pero no le importó La marea estaba tan alta y el pico innombrable, debía de estar tan cerca — ¡No! —volvió a gritar mientras se retorcía para liberarse.

Pero no funciono El siguió reteniéndola con fuerza, pero debido al sudor de los brazos de la muchacha las manos se le fueron resbalando Zou Tun luchaba por mantenerla quieta, así que ella redoblo los esfuerzos.

—¡Joanna! —la llamo, pero ella no lo escucho Estaba luchando contra el con todas sus fuerzas, con todo el poder acumulado de la marea del yin que todavía se elevaba dentro de ella.

—¡Joanna! —Zou Tun volvió a llamarla, pero ella dobló las piernas y le puso los pies sobre el pecho Luego lo empujo con todas sus fuerzas.

Zou Tun lanzó una maldición y se hizo a un lado para que las piernas de la muchacha se resbalaran y toda su fuerza terminara golpeando el vacío Luego uso esa estrategia sorpresa para llevarle las manos por encima de la cabeza de manera que el cuerpo de la muchacha se estiró de repente en el aire.

Joanna cayó sobre el colchón con un ruido sordo Luego, antes de que pudiera tomar aire para gritar, Zou Tun se monto encima, inmovilizándola completamente El monje aterrizo con un fuerte gruñido y ella quiso golpearlo, lanzarlo lejos, pero las piernas de el ya teman atrapadas las suyas y las caderas del hombre la aplastaban con un peso que le pareció exquisito y que le hizo estremecer todo el cuerpo.

—Joanna —le dijo Zou Tun al oído con un jadeo — Usted no esta lista.

Joanna lo empujó, pues sentía un cosquilleo en cada parte del cuerpo donde sus pieles se tocaban.

—¡Maldita sea! ¡Claro que estoy lista! —estallo.

—Eso es sexo, Joanna No es la práctica Sólo es sexo.

Joanna negó con la cabeza, pues no quería escuchar Entretanto siguió sacudiendo el cuerpo tratando de liberarse de Zou Tun El dragón del monje, endurecido, le hacía presión sobre el vientre y ella lo oyó rugir por la sensación.

—Usted no entiende, Joanna —dijo Zou Tun, y sus palabras fueron en parte una súplica y en parte un gemido.

—Siento el yin —aseguró ella en voz baja y luego sintió cómo la vibración de su voz resonó a través del cuerpo de Zou Tun —. Lo siento. —Joanna se movió para mirarlo a los ojos —. Quiero saber adonde lleva.

—Al orgasmo —le confesó el monje.

Joanna frunció el ceño, pues no conocía la palabra en chino.

—¿Orgasmo? —repitió.

—El pico del yin —explicó Zou Tun, que comenzaba a levantar el pecho de encima de ella, pues el forcejeo de la muchacha había cedido. Pero, cuando el aire rozó los senos de Joanna, ella gimió por su ausencia. La marea se estaba disolviendo, la lava se enfriaba y dejaba tras de sí un espacio oscuro.

—Quiero sentirlo. —Joanna apretó los puños —. ¡Quiero saber cómo es!

—Sólo es sexo —repitió Zou Tun —. No taoísmo.

—Entonces que así sea —respondió ella airadamente. Luego, para enfatizar su necesidad, empujó las caderas y se restregó contra el dragón de Zou Tun con toda la fuerza que pudo. Él rugió al sentir la fuerza de su empujón, pero ella siguió hablando —: Usted sabe lo que quiero. Usted sabe qué es.

Zou Tun asintió y Joanna pudo ver claramente cómo luchaba contra sus deseos.

—¿Puede mostrarme? —preguntó —. ¿Puede mostrármelo sin…? —¿Cómo decirlo?

—¿Sin penetrarla?

Joanna se estremeció al oír la palabra y al pensar en la violencia que implicaba.

—Un monje sigue siendo hombre, Joanna. Usted me ha tentado ya demasiado.

—Pero eso es práctica, ¿no es así? ¿Aumentar el deseo sin ceder a él? —Joanna no sabía qué estaba diciendo. ¿Cómo podía pedirle semejante cosa? ¿Cómo podía querer que él le hiciera eso? Sin embargo, eso era lo que quería. Quería tentarlo. Quería sentir lo que las demás sentían. Y si eso significaba…

—¿Está dispuesta a arriesgar su virginidad?

Joanna tragó saliva. ¿Era eso lo que estaba arriesgando? ¿Acaso importaba tanto? ¿No había tirado ya todo por la borda?

—¿Puede enseñarme y aun así controlar su dragón? —Joanna lo miró a los ojos, buscando comprensión —. ¿Puede controlarse?

La muchacha lo sintió estremecerse. Después una tensión y un relajamiento que sintió como deliciosos contra su cuerpo.

—Zou Tun —insistió —, ¿es usted capaz de mantenerse fiel a la práctica mientras yo abandono la mía?

Zou Tun no dijo nada, pero ella sintió el conflicto al que se enfrentaba al reflexionar sobre su pregunta. Joanna sabía, al igual que él, que estaba decidida a seguir este camino. Había sentido el pulso ardiente del yin y alcanzaría su cresta de una manera o de otra, hiciera esas cosas o no una Tigresa. Aunque fuera sólo una vez, necesitaba saber.

—Sí —susurró finalmente Zou Tun.

Joanna aguzó la vista y sintió que el corazón le temblaba al tiempo que el yin comenzaba a calentarse otra vez.

—¿Me lo mostrará?

—Si está usted segura. —Zou Tun no esperó la respuesta. Se levantó enseguida de encima de Joanna y se arrodilló entre sus piernas. Con un movimiento rápido Zou Tun acercó los muslos de ella. La muchacha tenía las caderas levantadas de la cama, las rodillas dobladas encima de los hombros del monje y la cueva bermellón abierta justo frente a su cara. Zou Tun todavía tenía los ojos fijos en ella, la expresión seria y la boca estirada en una sonrisa de deseo —. ¿Está segura, Joanna Crane?

Ella intentó tragar saliva de nuevo. Luego, antes de que pudiera hablar, sintió que el monje movía las manos. Él había estado sosteniéndole el trasero y ajustando el pe so de la muchacha sobre sus hombros. Ahora las manos del monje se doblaron hacia dentro y Joanna jadeó de sorpresa cuando sintió que los pulgares del monje se resbalaban hacia su cueva. Deslizándose desde el trasero hacia allí, los pulgares comenzaron a explorar cada vez más dentro, ampliando y abriendo los pliegues de sus partes más íntimas como nunca había hecho nadie.

Joanna estaba muy húmeda. Era lo que las Tigresas llamaban rocío del yin. Y luego vio cómo el monje inhalaba profundamente, aspirando su aroma y susurrando de placer con un rumor bajo contra su pierna. Entretanto los dedos de Zou Tun seguían avanzando lenta mente, haciendo presión cada vez más dentro, abriéndola cada vez más.

—Tiene que estar segura, Joanna, porque después de que comience no voy a detenerme hasta que usted entregue toda su lluvia.

—¿Dolerá? —preguntó ella jadeando.

Zou Tun sonrió.

—Sí.

—No me importa.

El monje sonrió con una expresión casi majestuosa.

—Como quiera. —Luego le levantó las caderas y la apretó contra su boca.

No dolió. Ése fue el primer y el último pensamiento claro de la muchacha. No dolió, pero tampoco fue completamente indoloro. Tan pronto la lengua del monje la tocó, haciendo presión y explorando, Joanna comenzó a temblar. O tal vez no fue tanto un temblor como una tensión y una vibración. El flujo de lava comenzó a estallar en hirvientes nubes blancas, pero siguiendo un ritmo, como si en su sangre resonara un lejano golpe de tambores.

Joanna sintió cómo apretaba las piernas contra los hombros de Zou Tun, haciendo presión para acercarse más a él. Arqueó el cuerpo y comenzó a sentir que la cabeza y el cuello, que seguían rígidos contra la cama, le dolían. Pero su mente apenas registraba esas sensaciones. Toda su atención estaba enfocada allá abajo mientras los pulgares del monje la abrían, dando a la lengua espacio para iniciar un extraño recorrido en forma de ocho: un círculo más amplio alrededor de la cueva y luego uno más pequeño más arriba, en un lugar que ardía convertido en una sola llama hirviente. Y con cada círculo pequeño Zou Tun empujaba esa pequeña hoguera cada vez más arriba y más dentro del cuerpo de la muchacha. Cuando el fuego comenzó a lamer el cordón que terminaba en los senos, la llama pareció expandirse. Irradiaba hacia abajo por las piernas, que estaban fuertemente aferradas al cuerpo de Zou Tun. Rugía a través de la sangre de tal manera que hasta los dedos le vibraban.

Pero había más. Joanna lo sabía. Lo sentía. Ese fuego, esa llama no había alcanzado su cima. Si sólo Zou Tun dejara de hacer toda la figura del ocho. Si sólo se concentrara en el círculo superior, el más pequeño. Justo ahí. Oh, Dios, ahí mismo.

Luego Joanna sintió algo distinto. Algo duro. Algo… Los pulgares del monje. Haciendo presión dentro de la cueva. Abriéndola, expandiéndola. Ya no podía abrir más las piernas, pero de todas maneras lo intentó. Quería abrirse de piernas totalmente. Haría cualquier cosa con tal de que Zou Tun rodeara esa llama unas cuantas veces más. Sólo las suficientes. Hasta que sintió…

Zou Tun insertó los dos pulgares dentro de ella. Adentro. Luego los sacó. Los metía y luego los sacaba. Con un ritmo que casi coincidía con el que Joanna sentía en los oídos. Pero era demasiado lento y bajito. Si hubiese tenido aire suficiente para hablar, habría suplicado al monje que lo aumentara. Pero lo único que podía hacer era arquearse con cada caricia, rogando en silencio que volviera a usar la lengua.

El monje cambió el movimiento de los pulgares, Mientras que antes simplemente la estaba penetrando, ahora le hacía presión hacia dentro y la sostenía un momento, empujando las paredes de la cueva con tal fuerza que Joanna sentía la presión casi en el vientre. Zou Tun dejó los pulgares ahí, masajeando y empujando un círculo diminuto. Joanna no entendía qué era lo que estaba haciendo. La presión cruzaba la llama, casi como si quisiera cortarla.

Pero Joanna no tenía suficiente aire como para preguntar. Y finalmente Zou Tun volvió a poner los labios sobre el cuerpo de Joanna.

La presión transversal continuó, pero con algo más. Ahora parecía empujar la fuente de la llama hacia el monje, abriéndola más hacia él, de manera que cuando la lengua de Zou Tun finalmente llegó y comenzó a hacer espirales tuvo suficiente espacio para empujar y jugar con ese maravilloso lugar.

¡Sí!

Las piernas de Joanna temblaron, le faltó el aire. Y luego…

La llama estalló.

Un relámpago de fuego recorrió su piel y ella gritó de placer. Pero hubo más. Su mente se expandió debido al poder. Voló a través del fuego y más allá al mismo tiempo que su cuerpo se sacudió entre los brazos de Zou Tun.

Y fue hermoso.

Incluso mientras se desvanecía, fue sublime.

Joanna suspiró feliz mientras flotaba en ese hermoso océano de yin. Se sentía arrullada por ese calor, rodeada por él y por Zou Tun, que continuaba acunando su cuerpo mientras sus piernas desmadejadas todavía colgaban de los hombros del monje.

Esto ha sido sexo —afirmó Zou Tun y su voz resonó como un murmullo bajo contra el muslo de Joanna.

Ella sonrió, sintiéndose demasiado débil para hacer ningún comentario. Zou Tun la estaba depositando en la cama y cambiando de posición. Un minuto después Joanna estuvo acostada sobre el colchón, o casi completamente. No habían apartado la manta lo suficiente y ahora estaba enrollada debajo de las caderas de la muchacha, lo cual hacía que su cueva bermellón quedara levantada de la cama unos cuantos centímetros.

Joanna habría cerrado las piernas en ese momento, habría adoptado una posición más modesta, pero Zou Tun todavía estaba entre sus piernas, acostado sobre el vientre, con las piernas extendidas fuera de la cama. La cara del monje seguía donde estaba antes, unos cuantos centímetros arriba de la cueva de la muchacha, y tenía una sonrisa tan radiante como complacida.

Luego él la toco y pasó las manos por debajo de los muslos de Joanna, levantándolos de manera que ella dobló las piernas y sus rodillas se elevaron en el aire. A ella no le gustó el cambio de posición y murmuró una vaga protesta. La sensación era discordante, como una serie de fuegos diminutos que se encendían y se apagaban al azar por todo el cuerpo.

—Zou Tun —susurró Joanna, que quería que él se alejara pero no sabía cómo decírselo o cómo empujarlo —, deténgase. Ya entiendo.

Zou Tun asintió y comenzó a deslizar las manos a lo largo de la parte interna de los muslos de Joanna.

—Usted entiende el sexo. Pero ahora debe aprender la práctica.

La muchacha frunció el ceño y levantó la cabeza para mirarlo.

—¿Práctica?

—La única manera de dominar la marea del yin, de dirigirla hacia donde usted quiere ir, es experimentarla una y otra vez hasta que su mente pueda controlarla.

—¿Qu-qué? —tartamudeó Joanna, que no se sentía lo suficientemente lúcida para comprender las palabras del monje, y mucho menos para controlar nada.

—La marea del yin es una tigresa que usted debe dominar —le recordó Zou Tun. Luego sonrió —. Tengo mucha energía, Joanna Crane. Le daré muchas horas de práctica.

—Muchas horas… —Joanna no pudo seguir hablando porque le faltó el aire. Las caricias del monje en los muslos habían ido subiendo y ahora comenzaba a hacerle, con el pulgar, otra lenta figura de un ocho alrededor de su cueva.

—Muchas, muchas horas —repitió Zou Tun. Luego se inclinó hacia delante y comenzó su beso.

23 de junio de 1896

Hermano:

He dicho a todo el mundo que traerás al abad a mi boda, y mi padre está ansioso por conocerlo. La fecha está cada vez más cerca, pero los miles de preparativos me confunden. Estoy cada día más irritable y ni siquiera el jardín de verano me brinda un poco de paz. Temo que vaya a enfermar. Lo único que aliviaría mi corazón sería tu veloz retorno.

¿Ya se han recuperado de su enfermedad todos los hermanos?

Tu ansiosa hermana,

Wen Ji

Traducción decodificada:

Hijo:

El emperador está muy complacido con tu progreso. Tengo que terminar unos pocos detalles, pero pronto estaré listo para atacar el monasterio, sobre todo ahora que tengo permiso del emperador para matar al abad Tseng. Debes regresar a casa de inmediato o podrías ser asesinado en medio de la confusión.

¿Ya identificaste a los rebeldes? ¿O debemos matar a todos los monjes del monasterio?

Tu ansioso padre,

General Kang.

7 de julio de 1896

Hermana, ¡no te puedes casar tan pronto! Eres demasiado joven Y ciertamente no debes casarte con alguien viejo y débil, a quien desprecias. Sin duda la vida debe de haberse vuelto muy confusa para ti. Pero aquí todo es paz. La enfermedad se ha ido por fin. Todos los hermanos están ocupados con sus estudios. Y el abad Tseng es un gran líder espiritual sin inclinación política alguna. De hecho, siento decirte que no regresaré a casa en muchos, muchos meses Incluso años. Es hermoso este lugar Y tranquilo. No es un sitio adecuado para las cosas desagradables.

Dile a mi padre que quiero vivir mi vida aquí como Shaolin.

Ruego constantemente para que mi padre no haga más gestiones para casarte con alguien horrible.

Tu devoto hermano,

Kang Zou.

Traducción decodificada según la entendió el general Kang:

Padre:

Por favor no ataques el monasterio. Sería una acción temeraria e imprudente. Entiendo que mis mensajes han sido confusos, pero puedes tener la seguridad de que las cosas se hallan bajo mi control. Los hermanos están planeando la rebelión. El abad Tseng esconde bien sus planes. De hecho, es tan engañoso que planeo estudiarlo un tiempo más. Puede llevarme años.

Oro constantemente por hacerte sentir orgulloso, padre.

Tu devoto hijo,

Zou Tun.