Capítulo 10

Joanna se puso la camisa complacida con el trabajo de la tarde No solo había averiguado el nombre del monje, Zou Tun, sino que había dejado clara su posición Ella era una fuerte mujer norteamericana a quien no se le podía mentir Y no lo necesitaba a él para nada Lo que ella necesitaba… Joanna dejo sus pensamientos en suspenso porque en realidad no sabía cómo terminar.

Necesitaba algo Pero no a Zou Tun Y por eso se lo había demostrado.

Joanna habría completado el gesto marchándose de la habitación, pero la verdad es que no sabia adonde ir Aunque le preocupaba su padre, no quería ir a casa Su única idea hacia unos días era alejarse un buen tiempo para ayudar a planear la gran revolución contra el opresor imperial. Joanna no esperaba terminar aquí, pero, claro, tampoco esperaba que los revolucionarios la atacaran.

Y ¿que significaba todo ello? ¿Que por ahora quena aprender lo que la Tigresa Shi Po le podía enseñar Significaba que se quedaría aquí aunque tuviera que realizar ciertos ejercicios con ciertos hombres, que la dejaban temblando por dentro y con un movimiento nervioso en las manos. Se quedaría aunque tuviera que soportar mostrar la cara encendida de vergüenza y que la sangre parecía palpitarle de manera desbocada por el cuerpo.

Lo que le enseñaran aquí era algo que ella quería aprender. Quería tener la paz de Perlita. Quería encontrar su centro. Incluso si eso significaba tener que quedarse aquí, con Zou Tun, para encontrarlo.

Joanna fue hasta la puerta y la abrió para coger la bandeja de comida. Al lado de la bandeja había pergamino, tinta y un pincel. Sería difícil escribir una carta a su padre en inglés con un pincel chino, pero encontraría la manera. Suponiendo, claro, que encontrara las palabras.

Detrás Joanna notó al monje —no, se corrigió —, oyó a Zou Tun moviéndose, seguramente para limpiar y cubrir sus vergüenzas. Al sentir sus movimientos, la muchacha no pudo dejar de sonreír.

¡Lo había derrotado! A un hombre que era capaz de luchar simultáneamente con cinco decididos revolucionarios, un hombre cuyo cuerpo vibraba de poder y dominio, un hombre que, después de todo, sólo era un hombre. Uno al cual se podía vencer con la más sencilla de las técnicas, de la manera más elemental. La estrategia de la Tigresa.

Y aunque el padre de Joanna se sentiría horrorizado por sus actos, a ella no le importaba. Lo que estaba aprendiendo aquí era un poder. Y era un poder que no se podía aprender en ninguna otra parte. Así que ella intentaba agarrarlo con las dos manos… por decirlo de alguna manera.

—Se siente muy satisfecha por lo que ha hecho. —Las palabras de Zou Tun cogieron a Joanna por sorpresa. Aunque no se había olvidado de su presencia, la verdad es que era extremadamente consciente de cada uno de sus movimientos y suspiros, no esperaba que él le hablara con tanta tranquilidad sobre cualquier tema, y menos sobre lo que acababa de ocurrir. Se suponía que él debería estar escondiendo su vergüenza o sintiéndose totalmente incómodo, y no evaluando tranquilamente el estado de ánimo de Joanna.

No obstante, ella había elegido este camino y ahora no iba a salir corriendo. Así que se dio la vuelta y lo miró directamente a los ojos. Y luego provocó que su cara se iluminara con la sonrisa más maliciosa que fue capaz de dibujar.

—¿Toda la gente fantasma disfruta tanto humillando a los demás? —preguntó Zou Tun.

Joanna contuvo la sonrisa, pero no la borró totalmente de su cara. En lugar de eso negó con la cabeza y apuntó a Zou Tun con un dedo largo y furioso.

Zou Tun asintió.

—Sí, yo me lo merecía. Y lo acepto como el castigo adecuado. —Cruzó los brazos sobre el pecho desnudo. No se había molestado en ponerse nada encima, y ahora que se había puesto de pie, su glorioso cuerpo desafiaba a Joanna simplemente por la aparente comodidad con que asumía su propia desnudez —. Pero no sé si la gente fantasma se queda atrapada dentro de su rabia, deleitándose con la angustia de los otros —siguió diciendo, levantando la cara ahora desafiante —, o si después de aplicar el castigo siguen adelante. ¿Ha quedado resuelta y completa mi humillación?

Joanna tragó saliva y el gesto terminó de borrarle la sonrisa. La pregunta del monje era razonable y ella era una mujer razonable. No veía de qué serviría llenarse de rencor, sobre todo después de haber expuesto su punto de vista con claridad. La Tigresa los había elegido para ser compañeros. Ella podía portarse como una persona generosa y dejar atrás la falta de Zou Tun para avanzar a un espacio más amplio. Un lugar mejor. En nombre de la caridad cristiana o del progreso de la Tigresa, se comprometía a no volver a hacerle daño.

Joanna bajó la cabeza.

—Creo que ahora nos entendemos. —Las palabras lastimaron su garganta dolorida, pero Joanna sentía que era importante decirlo en voz alta. Y aparentemente él estuvo de acuerdo, porque sonrió. De una manera cálida. Amplia. Con una actitud que encendió las alarmas de Joanna.

—Excelente —dijo al mismo tiempo que se estiraba para coger la bandeja de comida —. Entonces sugiero que disfrutemos de la comida. —Luego señaló el papel y la tinta con la barbilla —. ¿Tiene intención de escribir a su padre?

Joanna asintió mientras miraba los instrumentos de escritura que tenía en la mano como si los viera por primera vez.

—Bien. Entonces comeremos. Luego usted escribirá su carta y podremos comenzar sus ejercicios.

Zou Tun lo dijo de manera casual, como si el plan no fuera más importante que decidir si pasearían a caballo o en carruaje esa tarde, Pero Joanna percibió un brillo de malicia en sus ojos. ¿O acaso era expectativa? O tal vez sólo era el sencillo placer de comer después de hacer tanto ejercicio. La verdad es que se llevaba a la boca esos humeantes pastelillos como si se estuviera muriendo de hambre.

Pero, si se estaba muriendo de hambre, ¿por qué no dejaba de mirarla? ¿Y por qué su atención se centraba en los senos, que apenas estaban cubiertos? ¿Y por qué no debía pensar ella que ahora él querría vengarse?

Aunque ella considerara el asunto concluido, aunque él dijera que se merecía y aceptaba el castigo, ¿lo decía realmente de corazón? ¿O acaso trataría de atacarla cuando ella estuviera en la posición más vulnerable?

Zou Tun no dijo nada aunque era obvio que entendía la angustia de Joanna. En cambio empezó a sonreír. Más que sonreír, de hecho. La sonrisa se fue volviendo cada vez más amplia. La tenía dibujada en la cara cuando le ofreció un tazón de arroz. Estaba presente en sus movimientos cuando se movió en la cama para dejarle espacio. Y seguía presente en su actitud cuando ella declinó el ofrecimiento, pues había decidido tratar de escribir la carta a su padre.

En realidad no había muchas opciones en lo que Joanna escribió. Había sólo una cosa que calmaría los temores de su padre y lo haría desistir de levantar a todo el país para buscarla. No obstante, Joanna vaciló ante la idea de escribirlo con el monje al lado mientras que su complacencia por la incomodidad de ella era como una presencia tangible en medio de la habitación. El único consuelo de la muchacha era que el monje no entendiera el inglés. Así que Joanna se apresuró a escribir la carta, la dobló y la dejó al otro lado de la puerta. Ella sabía que el marido de la Tigresa se encargaría de hacerla llegar.

De nuevo se vio otra vez sola con las consecuencias de sus actos: Zou Tun y esa sonrisita maliciosa en la cara.

Pero en lugar de enfrentarse a Zou Tun, Joanna decidió comer. Aunque no tenía mucho apetito, o al menos eso creía. La verdad es que tan pronto se llevó la sopa de huevo a los labios se le despertó un hambre voraz. Y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no devorar la comida como una bestia.

Entretanto, el mandarín sólo observaba y sus ojos oscuros resplandecían mientras que en la boca se le dibujaba una gran sonrisa de felicidad.

Un rato después se había acabado la comida y Joanna ya había escrito su carta, así que Zou Tun decidió retirar la bandeja con un movimiento despreocupado.

Entonces dijo:

—La Tigresa no ahorra en comida. Excelente rasgo para un anfitrión, ¿no cree?

Joanna sonrió y asintió por cortesía. Pero ¿acaso eso no era una ridiculez? ¿Mantener las normas de cortesía cuando estaba a punto de… a punto de qué? ¿Qué era exactamente lo que estaban a punto de hacer?

Joanna miró a Zou Tun y la pregunta debió de representarse en su expresión porque él cerró lentamente la puerta y su buen humor se evaporó.

—Usted está nerviosa y se pregunta qué está a punto de ocurrir. ¿No es cierto?

Joanna no quería admitir que estaba nerviosa, no después de esa demostración de independencia, pero, como era verdad, asintió con la cabeza.

—Trabajaremos en los círculos de sus senos. Su yin es sorprendentemente puro. —Hizo una pausa y era evidente que estaba pensando. Luego encogió los hombros, como si hubiese tomado una decisión —. E incluso aunque no lo fuera, no me puedo quedar mucho tiempo más aquí.

Joanna frunció el ceño.

—Una semana más, a lo sumo. —Zou Tun suspiró —. Me encantaría molestarla, devolverle un poco de la humillación por la que usted me acaba, de hacer pasar.

Joanna se enderezó alarmada, pero Zou Tun dijo enseguida:

—Pero no tenemos tiempo. E incluso aunque lo tuviéramos yo nunca le haría daño. —Zou Tun estiró el brazo para levantar la barbilla de Joanna de manera que viera su expresión de seriedad —. Fui sincero al decir que aceptaba mí castigo. Merezco algo mucho peor, pero me complace que la rabia entre nosotros haya desaparecido. —La miró a los ojos —. Desapareció, ¿verdad? Usted está recuperando la voz. Está más fuerte cada minuto.

Joanna se mordió el labio, pues sabía que lo que el monje decía era cierto. Ya estaba recobrando la voz. Pero en aras de la honestidad dijo:

—Todavía queda un poco de rabia. No puedo simplemente desear que desaparezca.

Zou Tun la soltó y dijo con la misma seriedad:

—Eso es natural, supongo. Pero usted no dejará que eso interfiera en nuestra tarea, ¿verdad? —La pregunta era en parte un desafío.

Un desafío que ella estaba más que dispuesta a aceptar.

—No soy una persona mezquina —afirmó Joanna de manera enfática y usó su expresión para devolverle la pregunta.

—Yo tampoco —replicó Zou Tun —. Entonces, comencemos. —Vaciló un momento, todavía estudiando la cara de la muchacha —. Sé que la iluminación no es algo que pueda acelerarse. Pero espero que la podamos buscar de manera agresiva. —La expresión del monje se hizo más intensa —. ¿Está de acuerdo?

—¿De manera agresiva? —susurró Joanna. La garganta le ardía.

—No le haré daño. Pero a veces el despertar del yin de una mujer, en especial de una virgen, puede ser inquietante. Usted me dirá si se siente muy agitada para continuar.

Joanna asintió sin saber muy bien todavía a qué se refería.

—Bien. Entonces abriré el flujo de su yin, tal como usted extrajo mi yang.

Zou Tun se inclinó para quitarle la camisa, pero Joanna lo detuvo y le agarró las muñecas con toda su fuerza.

—¿Cómo? —preguntó con voz ronca.

—Le chuparé los senos. —Al ver que la muchacha no lo soltaba, le sonrió con dulzura —. No dolerá. Eso se lo juro. —Al ver que todavía no lo soltaba, se movió un poco y trató de liberarse para tocarle la cara —. Me detendré en el momento en que usted me lo pida. Lo juro por mi honor y por mi apellido.

Ella esperó. Al ver que Zou Tun se quedaba callado, ella insistió.

—¿Qué apellido?

Zou Tun suspiró. Un suspiro que le salió de las entrañas. Pero al final habló y su voz sonó apenas como un susurro.

—Kang. Mi nombre es Kang Zou Tun. Y ahora ya sabe lo suficiente para que nos maten a ambos. —Volvió a suspirar —. Tengo muchos enemigos, Joanna. Y después de tres años en un monasterio no sé quién me quiere muerto. De hecho, ésa es la razón por la cual me estoy ocultando. Para decidir mi camino antes de regresar a Pekín. —Zou Tun la observó atentamente —. No vaya a traicionarme. Usted no se puede imaginar las consecuencias.

Joanna levantó el rostro hacia él.

—Hay peores cosas que la muerte.

Zou Tun abrió los ojos súbitamente y un rayo de terror lo golpeó. Tomó a Joanna de los brazos.

—¿Está planeando suicidarse por lo que hacemos aquí?

Joanna parpadeó sorprendida por la súbita vehemencia del monje. Luego el hombre miró hacia la puerta, donde estaba la carta de la muchacha.

—¿Acaso es eso lo que dice la carta? ¿Es una carta de despedida?

Joanna frunció el ceño sin entender la urgencia del tono del monje, y mucho menos sus palabras.

—¡Respóndame! —exclamó Zou Tun —. ¿Está pensando suicidarse?

—¡No! —respondió Joanna y lo alejó de su lado. Ella sabía que no tenía la fuerza necesaria para moverlo, pero él se dejó apartar —. No —repitió ella con más firmeza al ver que él no dejaba de mirarla.

—¿No se matará para salvar su honor?

Joanna se quedó mirando a Zou Tun con incredulidad. Y luego lo vio asentir, soltar la respiración y relajarse.

—Claro —dijo más para él mismo que hablando a Joanna —. Usted es blanca. Eso no entraría dentro de sus…

—¡Nosotros sí sabemos de honor! —replicó ella con rabia, hablando de forma brusca a pesar del dolor en la garganta —. Yo moriría por cosas importantes. Libertad. Justicia. —Soltó una risita a costa de sus propias intenciones —. Yo quería unirme a la rebelión. —Luego se concentró en Zou Tun —. Ahora quiero el poder de Shi Po.

Zou Tun retrocedió como si lo hubiesen golpeado.

—¿Quería contribuir a la rebelión? ¿Contra mí?

Joanna se habría echado a reír al oír eso. Habría dado al monje toda una charla sobre la arrogancia de creer que él personificaba el imperio. Pero ya no podía aguantar el dolor en la garganta, así que sólo bajó la barbilla.

Joanna se dio cuenta de que el monje pareció volverse un témpano de hielo.

— Debería matarla ya mismo.

Joanna tragó saliva mientras se convencía a sí misma de que no tenía miedo, de que él no le haría daño. Pero su corazón pensaba otra cosa, que salió como un ronco susurro:

—El mendigo. ¿Lo mataría a él también?

Joanna no había dicho todo lo que pensaba, pero sabía que él había entendido. El mendigo de Perlita había sido mutilado y expulsado, todo por el capricho de un eunuco de la corte. No era posible que este monje apoyara semejantes atrocidades. Aunque aparentemente si lo hacía, porque Zou Tun se sentó lentamente en la cama y sus palabras resonaron con más tristeza que culpabilidad.

—Los eunucos son seres amargados y rabiosos.

Joanna dio unos pasos para quedar frente a él y se paró de una manera que dejara bien clara su opinión: no importa lo rabioso o amargado que esté un hombre, esos abusos no deben ocurrir.

Zou Tun no la miró.

—Hay tradiciones, Joanna Crane. Formas de vida que tienen miles de años de existencia.

Y ahí fue cuando ella lo vio: Zou Tun no se estaba defendiendo con agresividad, ni siquiera negaba las cosas de manera apasionada, el único sentimiento que lo animaba era una profunda tristeza. Como un pozo negro sin fondo, una infinita fuente de dolor y pena. Todo en nombre de la tradición.

—Usted sabe —susurró finalmente Joanna mientras el asombro y la impresión enfriaban su estado de ánimo —. Usted sabe que el imperio va a caer algún día.

Zou Tun levantó la vista con una expresión de esperanza, no de negación, sino de loca esperanza.

—El pueblo no se levantará contra el Hijo del Cielo.

Joanna soltó un ronquido a manera de risa. El Hijo del Cielo era demasiado joven y estaba demasiado oculto tras la sombra de su madre, la emperatriz viuda. Era ella quien gobernaba China.

—Se rebelarán contra una mujer —pronunció suavemente —. ¿Cuál es la importancia de una concubina?

Zou Tun desvió la mirada y Joanna supo que estaba luchando contra sus propios pensamientos. Parecía estar luchando contra su arrogancia. Por un lado, los manchús eran educados bajo el convencimiento de que descendían del Cielo. Que nada malo podría contradecir su posición de poder. Sin embargo, la parte racional de su mente sabía la verdad: que ningún pueblo podía soportar indefinidamente el yugo opresor. Algún día se levantaría. ¿Y por qué no hacerlo cuando era una mujer la que gobernaba China y Occidente les daba todo el día ejemplo de independencia y libertad?

Al final Zou Tun negó con la cabeza.

—La emperatriz Cixi es… fuerte. Si alguien puede enfrentarse a las hordas bárbaras que atacan China es ella. Y su hijo.

Zou Tun realmente lo creía. Joanna podía verlo en la actitud de su cuerpo. O tal vez deseaba que así fuera con cada fibra de su alma. Sin embargo, estaba aquí, estudiando las enseñanzas de la Tigresa y el Dragón en lugar de estar sentado al lado de su emperador, ayudándolo a marcar una diferencia.

—¿Por qué está usted aquí? —preguntó Joanna y apretó los ojos por el dolor de la garganta —. ¿Qué piensa hacer?

Zou Tun no contestó. O tal vez no podía contestar porque él mismo no lo sabía. Sólo negó con la cabeza y su mirada permaneció distante, infinitamente triste. Al final levantó la vista y estiró la columna como si se estuviera blindando.

—Estoy aquí para ayudarla a liberar su yin, Joanna Crane. Prepárese.

Joanna no se sorprendió por el tono de mando del monje. En realidad sabía que él no tardaba mucho en dar por terminada una conversación. Estaba demasiado confundido como para permitir que ella ahondara en sus heridas con tanta facilidad. Y ahí había una herida; sólo que Joanna no sabía exactamente de qué se trataba. Pero lo sabría algún día. Porque ella quería saber y él necesitaba hablar de eso.

Pero ahora no. Era hora de que Joanna sintiera su río de yin. Y si era muy fuerte, podría montarse en él para alcanzar la inmortalidad.

La muchacha se quitó lentamente la camisa por encima de la cabeza. Los senos se mecieron con el movimiento y ella se sintió extremadamente consciente de la mirada del monje. Pero luego Joanna se recordó a sí misma que eso era lo que ella quería. De hecho, los senos comenzaron a levantarse en busca de las manos de Zou Tun.

—Déjeme sentarme detrás de usted —pidió el monje —. Ajustaré nuestra posición cuando sea el momento.

Joanna asintió mientras observaba con creciente ansiedad cómo el monje se acomodaba con la espalda contra la pared y abría las piernas. Zou Tun seguía estando gloriosamente desnudo y su dragón descansaba en la entrepierna como un lazo grueso y pesado. Joanna ya no le tenía miedo. Después de lo que acababa de hacer, sabía que era algo vivo, caliente y palpitante al tacto. Y por lo que había visto, parecía tener su propia mente, de tal modo que se estiraba buscando atención cuando lo deseaba y se escondía cuando no era así.

—No tenga miedo —le aconsejó Zou Tun y abrió los brazos para que ella se pudiera acomodar entre ellos. Joanna asintió, pero no dijo nada. Se estaba preguntando si en su cuerpo también había una parte que podía dominarla, que podía despertarse como lo había hecho el dragón de Zou Tun. Con el contacto preciso, la caricia correcta, ¿se sentirían sus senos como el dragón del monje? ¿O había otro lugar? Otro…

La muchacha interrumpió sus pensamientos y se obligó a darle la espalda al monje y a concentrarse en sus ejercicios. Ya se sentía húmeda entre las piernas y sentía unas palpitaciones que la hacían preguntarse si sería ése el lugar de su propio dragón. Pero no tuvo más tiempo de pensar, pues Zou Tun la ayudó a sentarse entre sus piernas. Tomándola de las caderas, acomodó el trasero de la muchacha contra su dragón. Joanna sintió la presencia del dragón como un hierro caliente que ardía contra la base de su columna vertebral. Que la deseaba. Y ella deseaba…

—Tiene que quitarse los pantalones. Así estará más cómoda.

La muchacha se sobresaltó un poco y se giró para mirarlo. No podía hablar. Tenía la garganta demasiado caliente, demasiado dolorida. Pero su pregunta fue clara de todas maneras. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que quitarse la ropa?

—Se sentirá más cómoda —repitió Zou Tun. Luego cerró los ojos —. Ni siquiera miraré. Y usted se puede cubrir con la sábana. Pero no debe haber una tela entre su talón y la cueva bermellón.

Joanna no respondió. No tenía voz ni palabras, sólo un pánico que flotaba sobre ella como una llama intermitente que giraba y se contorsionaba detrás del pecho.

—Se sentirá más cómoda —repitió Zou Tun una última vez.

Joanna se quedó mirándolo. El monje tenía los ojos terrados y el cuerpo relajado. Estaba desnudo y relajado.

La muchacha se dio cuenta de que el monje tenía razón. Obviamente él se había sentido más cómodo sin la interferencia de la ropa. Y era cierto que a ella no le gustaba la idea de tener una tela burda apretada contra su cueva. Pero ¿desvestirse totalmente? Joanna no sabía si podría hacerlo.

Sin embargo, ¿qué alternativa tenía? Si quería aprender el poder de la Tigresa, tendría que desnudarse ahora o después. Joanna había visto los manuscritos de la Tigresa. No había tenido mucho tiempo, pero había desenrollado uno y había mirado los dibujos y leído lo que podía. Sabía que vendrían actividades más íntimas. Más… abiertas. Lo que ella había hecho a Zou Tun se lo harían también a ella.

Joanna lo sabía. Entonces, ¿por qué la demora? Si quería aprender, tendría que desvestirse.

Así que lo hizo. Tan rápidamente como pudo. Luego se sentó en la cama y se cubrió con la sábana hasta la cintura.

Sin embargo, sentía que su desnudez era como un estigma. Un tatuaje. Una declaración ante el mundo de lo que ella era. Pero Joanna no tenía un nombre para lo que era. No era una Tigresa. Aún no. Y tampoco estaba avergonzada. Bueno, no exactamente. Ya ni siquiera era el tesoro de su padre. No desde que se había marchado de su casa.

¿Qué era ahora? Una mujer desnuda entre los brazos de un mandarín. Pero ¿qué significaba eso? ¿Quién era ella?

Las preguntas se arremolinaban en la mente de la muchacha, calentándose y entrelazándose con la llama que se revolvía en su interior. Esas preguntas, ese temor, la hacían sentir enferma. Esa desnudez.

Hasta que Joanna sintió que el monje la tocaba. Zou Tun le puso las manos suavemente sobre los hombros.

—Trate de respirar de manera estable. Encuentre su centro en medio de su mente.

Joanna no se había dado cuenta de que estaba respirando de manera entrecortada hasta que oyó a Zou Tun. Pero con el calor de las manos del monje sobre los hombros y la serenidad de sus palabras la muchacha comenzó a calmarse. Se concentró en respirar de manera estable y después de un rato logró disminuir el ritmo frenético de su corazón.

¿Acaso era ése su centro?

—No la obligaré a hacer esto, Joanna Crane. Si prefiere cambiar de opinión…

Joanna negó con la cabeza de manera rápida y decidida. Luego habló, pues las palabras eran más importantes que el dolor.

—Quiero aprender.

—Entonces, que así sea —respondió el monje y comenzó a bajar lentamente las manos por los brazos de Joanna —. Tiene que doblar la pierna derecha. Con el talón…

Joanna se acordó. Dobló la pierna, pero no logró acomodarse. Se sentía torpe y la sábana parecía no querer cooperar y se le escurría constantemente de las caderas. Comenzó a mover las manos con desesperación y la respiración volvió a agitarse y a jadear.

Hasta que, nuevamente, el monje la tocó. Esta vez le deslizó las manos por los brazos para detener el temblor.

—¿Por qué está temblando? —preguntó —. ¿Es vergüenza?

Joanna negó con la cabeza. Sabía que debería sentirse avergonzada, pero en realidad no se sentía así. A las mujeres se les negaban muchas cosas. En todo el mundo las trataban como si fueran menos que una persona. Por eso el hecho de que ella hubiese encontrado una manera de hacerse fuerte no era nada vergonzoso. El hecho de que esto fuera la clave para alcanzar algo mucho más grande era glorioso. Así que no, no era vergüenza lo que sentía.

—¿Es miedo por lo que está a punto de ocurrir?

Joanna vaciló pero volvió a negar con la cabeza. Cuando miraba hacia el futuro no era temor lo que sentía, más bien curiosidad. O, tal vez, «nervios» era una palabra mejor. Pero muy, muy interesada.

—Joanna Crane. No entiendo. ¿Por qué…?

Cambio. —Joanna finalmente pronunció la palabra. Se apresuró a hacerlo con el deseo de poder explicarse de una manera más clara. Su vida siempre había sido terriblemente insatisfactoria. Sin embargo, temblaba de miedo ante la posibilidad de dar el siguiente paso. Se sentía aterrada y ansiosa y excitada y confundida, todo al mismo tiempo. Y no podía entenderlo totalmente ella misma, mucho menos explicárselo a él.

Zou Tun pareció entender. Le dio unos golpecitos en la mano y su voz pareció adoptar un tono menos seno.

—Los chinos tienen un libro muy grande. Se llama I Ching, El libro de los cambios. Muchos poemas y muchas palabras están dedicados a los cambios que tienen lugar en los cielos, en nuestros mundos y en especial en nuestra mente. —Zou Tun tomó las manos de la muchacha entre las suyas y le acomodó casualmente la trenza —. Hay uno que creo que le cuadra muy bien a usted.

Joanna se giró un poco para poder mirarlo. Había oído hablar sobre El libro de los cambios, pero no sabía mucho sobre él.

—«El despertar». También se llama «Sorpresa y trueno». ¿Le gustaría oírlo?

Joanna asintió y se concentró en las palabras del monje para tranquilizarse. Tal vez ellas la ayudaran a entender sus propias necesidades.

—«La sorpresa trae el éxito» —comenzó —. «La sorpresa viene… ¡Oh, oh! Risas… ¡Ja, ja! La sorpresa aterroriza desde que está a cientos de millas, pero no deja caer el cáliz ni la cuchara de los sacrificios».

Joanna se quedó en silencio. Las palabras eran hermosas, pero no las entendía.

—Significa que la sorpresa, el cambio, viene de Dios. Siempre es aterrador. Pero con él también vienen la risa y la dicha.

—¿Cuchara? —preguntó Joanna —. ¿Cáliz?

Zou Tun asintió.

—Ah, usted ha visto el punto esencial del poema. Cuando uno está centrado, sosteniendo la cuchara y el cáliz de su fe, puede aceptar la dicha sin ser superado por el terror.

Joanna inclinó un poco la cabeza mientras pensaba en las palabras del monje. ¿Podría ser cierto? ¿Acaso su terror estaba motivado por algo más profundo? ¿Algo divino?

Eso no era lo que a ella le habían enseñado. El cristianismo no estaría de acuerdo con nada de lo que ella había aprendido aquí. Pero las palabras de Zou Tun parecían ciertas, que Dios se podía revelar dentro de su propio cuerpo. Y que la revelación sería… desconcertante.

—¿Entiende lo que le digo? —preguntó Zou Tun con voz suave.

A manera de respuesta, Joanna volvió a acomodarse con la columna apoyada contra el pecho de Zou Tun y el talón derecho haciendo presión contra la ingle. Tal como temía, la sábana se deslizó nuevamente. Al mirar hacia abajo, Joanna pudo ver más de lo que deseaba; sin embargo, la visión de su propio cuerpo ya no la inquietaba. En especial porque estaba tratando de ver a Dios dentro de él, lo divino que había en su corazón.

Con ese pensamiento en mente y envuelta entre los brazos de Zou Tun, Joanna logró estabilizar el ritmo de su corazón y la llama intermitente que sentía en su interior.

—Lista —murmuró.

Zou Tun asintió con la cabeza,

—Cierre los ojos. Encuentre su centro. Voy a comenzar.

La muchacha hizo lo que le decían. En alguna parte de su mente palpitaba la idea de que ella sola se podía hacer los ejercicios de los círculos de los senos. No necesitaba tener las manos de él encima, tocándole la zona cercana a los pezones con los dedos mientras trazaba una larga y agradable espiral sobre su piel. Pero Joanna no dijo nada y se obligó a concentrarse en la respiración. Y en la sensación que le producían las manos del monje.

Era más agradable con la participación de Zou Tun, así era más fácil pensar en la respiración. Además, la sensación de esas manos grandes y callosas la hacía temblar de placer.

Los movimientos de Zou Tun eran exquisitos, hacían la presión suficiente para relajar y acariciar al mismo tiempo. A medida que la respiración de Joanna se fue haciendo más profunda, se apretó más contra las manos del monje, mientras mecía el cuerpo sobre el talón. Sin pensarlo conscientemente, comenzaron a moverse a un mismo ritmo: hacia delante cuando él circundaba el pezón y hacia atrás cuando el círculo se expandía y la respiración se hacía más profunda. Joanna exhalaba cuando las manos de Zou Tun regresaban a un punto justo al lado del centro, y los dos, él y ella, se inclinaban otra vez hacia delante.

—Setenta y dos —susurró Zou Tun. Joanna no se había dado cuenta de que el monje estaba llevando la cuenta en voz alta. Su aliento era como un eco ardiente de la fuerte presión que hacía su dragón abajo, contra la base di la columna vertebral de Joanna. Pero en ese momento los círculos cesaron cuando ella estaba recostada contra él y sus senos eran un peso muerto sobre su pecho.

—Ahora voy a hacer los círculos en el otro sentido. Eso hará subir el yin como si fuera una marea creciente. Después de setenta y dos espirales la recostaré en la cama y lo extraeré. ¿Está lista?

Joanna asintió con la cabeza, pues sentía que el aire que le brotaba de la nariz estaba tan caliente que le quemaba los labios y le impedía hablar.

—Primero cambie la posición de su pierna.

Joanna lo había olvidado. Y, curiosamente, no quería moverse. Pero Zou Tun la ayudó a levantar la rodilla mientras ella extendía la pierna adormecida. Se oyó una especie de chapoteo cuando se movió y la muchacha sintió que se ruborizaba de vergüenza y que una llamarada de fuego ardiente le quemaba el vientre.

Se movió más rápido entonces, acomodando su posición de manera que el otro pie quedara haciendo presión contra la ingle y volvió a ponerse la sábana encima. Pero Joanna no podía ocultar la sensación de humedad y se sintió tan incómoda que giró la cara.

—Su rocío es abundante y dulce. Eso es excelente, Joanna Crane —aseguró Zou Tun.

La muchacha no sabía cómo responder, así que no dijo nada. Dejó que el monje la empujara suavemente hacia atrás y retomaron su ritmo.

Era un movimiento sencillo, en realidad. Comenzaron con el cuerpo de ella relajado contra el de él, ligeramente reclinado, y los dedos de él en la misma posición de antes, en la parte superior del hueso que hay entre los senos. Cuando ella exhalaba, las manos del monje se deslizaban hasta quedar debajo de los senos. Sólo cuando subían, cuando las manos quedaban en la parte exterior de los senos, Joanna comenzaba a inhalar. Y con ese movimiento él hacía presión hacia delante y el cuerpo de Joanna se mecía contra su talón, mientras las manos de Zou Tun iban cerrando cada vez más el círculo.

Zou Tun siempre detenía la espiral antes de tocar los pezones a pesar de lo mucho que ella trataba de que él los tocara. Y luego volvía a empezar y la empujaba hacia atrás, hasta que ella volvía a recostarse contra él.

Sólo que nunca era exactamente como al comienzo. Era como si cada círculo atrajera o empujara o extrajera algo de ella. Con cada círculo los senos parecían llenarse, expandiéndose como nunca antes. Y mientras las manos del monje subían en espiral hasta la cima, así también subía la energía de Joanna, su yin, hasta que comenzaba a hacer presión contra los pezones. El yin esperaba ahí, justo detrás de los discos oscuros y cerrados. Y sin importar lo abrumada que se sentía Joanna no podía aliviar esa tensión.

Sin embargo, Zou Tun seguía haciendo círculos, atrayendo cada vez más y más energía. Abajo el talón de Joanna seguía haciendo presión rítmica contra la ingle, cada vez con más fuerza. La muchacha no lo hacía conscientemente, pero sabía lo que estaba pasando. Sentía la tensión en el muslo a medida que apretaba cada vez más la pierna. Y también sabía que fuera lo que fuera lo que estaba ocurriendo allá abajo estaba creando más yin, llenando su sangre cada vez más de él para que Zou Tun pudiera reunirlo luego y llevarla hasta el clímax.

En realidad Joanna no tenía muy claras las imágenes de lo que estaba ocurriendo. Sólo se sentía llena y con cada círculo, con cada presión, con cada acercamiento al pezón, se sentía más llena. Y no quería que eso parara.

¿Era así como se sentía Zou Tun cuando su dragón crecía? ¿Cuando salía de su funda? Joanna sentía el órgano del monje contra el trasero, cada vez más grueso, más grande y más duro. Ella sabía que podía hacer que el dragón volviera a liberar su lluvia, pero no tenía ganas de dejar lo que estaba haciendo. Quería experimentar la liberación de su yin, tal como ella había liberado el yang del monje.

—Setenta y dos —dijo Zou Tun con voz ronca y casi sin aliento al oído de Joanna. Luego la echó hacia delante para poder ponerse de pie. De manera un poco brusca la empujó para que el talón se deslizara de su posición. Lo que le produjo una presión más profunda que la que había sentido hasta entonces, Joanna gimió ante la exquisita sensación e incluso trató de intensificarla.

—Recuéstese —le pidió Zou Tun. Luego, antes de que ella pudiera obedecer, comenzó a ayudarla a acostarse y le estiró la pierna a pesar de las protestas de ella.

—Tan llena —susurró ella, Joanna no estaba totalmente segura de qué quería decir. Sólo que su sangre corría desbocada, los senos le palpitaban y experimentaba una sensación de enormidad. La expansión era asombrosa y maravillosa, pero al mismo tiempo la asustaba.

Zou Tun no respondió con palabras. En lugar de eso Joanna sintió cómo tomó su seno derecho entre las manos, lo moldeó y lo levantó hacia arriba, atrayéndolo hacia él. Ella arqueó la espalda al sentirlo, mientras movía nerviosamente las caderas sobre la cama. ¿Qué era lo que quería? No lo sabía.

Joanna trató de ser analítica. Trató de entender esas sensaciones como entendería un texto de filosofía. Pero las sensaciones eran demasiado abrumadoras; la marea, demasiado alta para poder siquiera respirar.

Y luego Zou Tun puso la boca sobre el pezón. Tenía los labios húmedos y la lengua, áspera. Cuando chupó, Joanna sintió que le lamía todo el cuerpo.

Un rayo la recorrió de arriba abajo. Un fuego blanco e hirviente parecía latir desde la boca del monje —que chupaba y chupaba y chupaba — hasta un punto palpitante entre los muslos de la muchacha. Era como si ella tuviera su propio dragón, pero éste estuviera dentro de ella, hambriento, ávido y vivo.

Zou Tun siguió chupando y con cada succión contra el pezón las caderas de Joanna saltaban. Ella tenía la espalda arqueada y todo el cuerpo en tensión, pues quería estar cada vez más cerca de la boca del monje. Sin embargo, el alivio no llegaba, no se producía ninguna liberación. Y entretanto la presión seguía aumentando en su cuerpo y su mente.

Joanna agarró a Zou Tun de los brazos con fuerza. No recordaba haberlo agarrado nunca, pero ahora se aferraba a él como si él fuera la única respuesta. Ella quería algo. Lo necesitaba tanto como necesitaba tomar aire.

Sin embargo, ese algo no llegaba. La bestia enroscada que tenía dentro no quería salir.

Finalmente Zou Tun abrió la boca y se retiró. El aire frío golpeó el seno de Joanna y le produjo otro escalofrío que le recorrió la columna, haciendo que el dragón se retorciera dentro de ella.

—Intentaré al otro lado —dijo y Joanna aún tenía la suficiente conciencia para oír el tono de desesperación en su voz —. Llevará un poco de tiempo prepararla mejor.

Joanna no entendió. Aunque él comenzó a masajear y chupar el seno, la muchacha no sabía cómo podía estar más preparada. Ella estaba preparada. Estaba más que preparada. Estaba desesperada.

Joanna sintió que el peso de Zou Tun le caía encima. Sus piernas quedaron atrapadas, abiertas, pero ella sólo estaba pendiente de la boca del monje. De sus labios. El tenía que…

El monje tomó el pezón derecho entre los dedos. Lo enrolló y le dio un mordisco. Joanna se revolvió en la cama y sus movimientos eran el eco de los coletazos del dragón que tenía dentro. Se había vuelto gigante, un monstruo aterrador que le llenaba el pecho.

—Voy a succionar ahora —le anunció —. Una vez. Muy fuerte. Para abrir la entrada.

—Ahora —jadeó Joanna —. Sí. Por favor, ahora —Arqueó la espalda, acercándose a él todo lo que pudo No tuvo que empujar mucho, pues Zou Tun inclinó la cabeza, apretó los labios contra el pezón y succionó.

Un tirón fuerte y doloroso.

Dentro de Joanna la bestia se lanzó hacia delante, pero sólo se estrelló contra el dolor. Joanna gritó por la agonía, que se mezcló con el ardor de su garganta lastimada.

Eso no estaba funcionando. ¡No estaba funcionando! Joanna no podía pensar en nada más a pesar de que el monje volvió a comenzar sus succiones rítmicas. Pero no estaba funcionando.

¡Bang! Una puerta se golpeó contra la pared.

—¿Qué estáis haciendo? —Era la Tigresa Shi Po, que preguntaba algo en voz alta y alterada —. ¡Deteneos ahora mismo!

Zou Tun soltó abruptamente a Joanna y ella dejó de sentir su peso de una manera tan repentina que la dejó jadeando.

—Ella no está lista, idiota.

Joanna gimió. Nada de esto tenía sentido. Sin embargo, sabía que fuera lo que fuera lo que estaba pasando, lo que Zou Tun había hecho mal, Joanna no quería que Shi Po se enterara. Así que se movió hacia atrás con las extremidades temblorosas, arrastrando la sábana hasta el pecho y apretándola allí, como si una faja de algodón pudiera contener al dragón que se retorcía dentro de ella.

Zou Tun la ayudó. Se levantó de la cama y se paró frente a la Tigresa para servirle de escudo. Pero, cuando habló, su voz sonó ronca y gutural, como si tuviera tanta dificultad como ella para emitir sonidos.

—Ella quería liberar su yin.

Incluso desde su posición sobre la cama Joanna pudo ver a la Tigresa, que arrugó la nariz y olisqueó el aire.

—¿De la misma forma que tú liberaste tu yang? —preguntó con una risita.

Joanna vio cómo los músculos de la espalda de Zou Tun se contraían por el insulto, pero no lo negó. En lugar de eso cruzó los brazos sobre el pecho.

—Ella entiende sus enseñanzas. Quiere aprender.

—Tu puta blanca no entiende nada.

Joanna se puso enseguida de rodillas y sintió que la ira la consumía. Pero eso no fue nada comparado con la reacción de Zou Tun Él se lanzó hacia delante y agarró los brazos de la Tigresa con las dos manos. Debió de causarle dolor, porque las manos se hundieron en la carne de la Tigresa y la levantó en el aire cuando dijo:

—¡Ella no es ninguna puta!

—Entonces, ¿por qué la tratas como si lo fuera? —replicó Shi Po —. ¿Por qué estabas metido entre sus muslos con tu dragón listo para atacar?

Joanna frunció el ceño e hizo un esfuerzo para aplacar el ritmo de su sangre. Necesitaba recuperar la razón para recordar lo que había sucedido, para recordar que…

Él sí estaba entre sus piernas. Le había abierto las piernas y la empujaba hacia abajo con las caderas mientras que su dragón…

Joanna no recordaba dónde estaba el dragón del monje. No sabía si había estado listo para entrar dentro de ella. Pero si lo había estado, si el monje hubiera querido quitarle la virginidad, si hubiera querido… usarla como una puta, ella sabía que no lo habría detenido. No se habría dado cuenta de lo que estaba pasando hasta que hubiera sido demasiado tarde.

Entretanto Zou Tun había vuelto a poner a la Tigresa sobre el suelo. Le había soltado los brazos y se había erguido totalmente.

—Yo no habría hecho eso.

La Tigresa negó con la cabeza.

—Tú no tienes control sobre ti mismo. —Miró desdeñosamente a Joanna —. Ninguno de vosotros lo tiene —Luego cruzó los brazos y clavó los ojos en Zou Tun — La culpa no es de ella. Ella es una bárbara que no entiende el poder del qi. Pero tú eres un monje, entrenado en los principios Shaolin. Tú sabes lo que el yang puro puede hacer —Dio un paso adelante y le levantó la quijada a Zou Tun con una de sus afiladas uñas —. Debes saber que el yin y el yang combinados son mil veces más potentes. Se convierten en una bestia que sólo se puede montar, nunca controlar.

Shi Po cambió de posición para mirar a Joanna.

—Hoy la lastimaste, monje. Tal como la has estado lastimando desde el comienzo. —Volvió a mirar a Zou Tun —. ¿Qué es lo que te impulsa a portarte así? ¿Qué es lo que te causa tanto dolor que tienes que desquitarte con una ingenua chica fantasma?

Zou Tun no respondió. Su dolor era demasiado profundo para explicárselo a alguien como Shi Po. Joanna lo sabía aunque la Tigresa no lo supiera. Así que mientras la mujer esperaba una respuesta y su impaciencia se volvía palpable, Joanna decidió intervenir. Aunque ni la Tigresa ni Zou Tun le estaban prestando la más mínima atención, Joanna hizo un esfuerzo por ponerse de pie, a pesar del temblor del cuerpo, y se envolvió entre la sábana.

Luego, antes de que pudiera pensar en lo que estaba haciendo, se interpuso entre los dos.

—Yo sí entiendo —dijo. Fue lo único que pudo decir.

Ninguno de los otros dos parpadeó siquiera. Estaban totalmente absortos el uno en el otro. O tal vez no, porque Zou Tun extendió la mano y retuvo a Joanna cuando ella trató de dar un paso adelante.

—La Tigresa tiene razón —dijo finalmente —. La iluminación no se puede apresurar. Si se apresura, terminaremos fornicando como bestias en el campo. Lo que hacemos aquí se supone que es algo más.

Joanna negó con la cabeza y deseó poder explicarse. Ahora que su mente se estaba aclarando, quería hacer muchas preguntas. Pero lo único que pudo hacer fue negar con la cabeza y repetir lo que había dicho antes.

—Yo sí entiendo.

La Tigresa se volvió hacia ella.

—¿Qué es lo que entiendes, bárbara? ¿Que te gustó?

Joanna negó con la cabeza.

A su lado Zou Tun abrió los ojos.

—¿Hubo dolor?

Joanna entornó los ojos por la frustración, esperó un momento y luego volvió a negar con la cabeza.

—¿No hubo dolor? —repitió Zou Tun y Joanna sintió que la estudiaba con la mirada.

—Hubo un poco de dolor —tradujo Shi Po —. Pero también hubo placer, ¿no es cierto?

Joanna asintió.

—Eso es natural. Su yin todavía no está suficientemente puro para fluir sin dolor.

Joanna volvió a asentir. Pero eso no era de lo que ella quería hablar. Se volvió hacia Zou Tun y le puso la mano abierta sobre el pecho.

—Yo… entiendo —afirmó con voz ronca una última vez.

Zou Tun le envolvió las manos entre las suyas y la apretó contra el pecho. Pero su ceño fruncido mostraba que seguía confundido. Nuevamente la Tigresa llenó los silencios con voz menos alterada.

—Ella te entiende a ti, monje. —Miró a Joanna con más intensidad —. ¿No es así? ¿Usted entiende la rabia del monje?

Por fin. Por fin habían comprendido lo que Joanna estaba tratando de decir Sólo que Zou Tun estaba sacudiendo la cabeza.

—No puede —dijo —. Ella no sabe.

—No importa si entiende o no —afirmó la Tigresa tajantemente —. Aprovecharse de otra persona es el peor abuso que se puede cometer. ¿Acaso no eres mejor que un eunuco amargado?

La mirada de Zou Tun volvió a fijarse en la Tigresa.

—No quise hacerle daño. Pensé que estaba lista.

—Pensaste. Porque eres un experto en esta práctica —insinuó la Tigresa con una risita —. Puedes saber cuándo están preparados los músculos de una muchacha. Cuándo su mente está concentrada, y su cuerpo, lo suficientemente fuerte para controlar el río del yin.

Era obvio que Zou Tun no era ningún experto en estas cosas, así que inclinó la cabeza, con vergüenza. Aunque probablemente tuvo que hacer un gran esfuerzo para doblegar su orgullo, el monje alargó la reverencia: se arrodilló sobre una pierna e hizo una reverencia imperial hasta el suelo.

—¿Cómo puedo reparar el daño? Joanna se conmovió y los ojos le ardieron al verlo tan avergonzado. Quería levantarlo, quería decirle que no le había hecho daño. Pero su voz se lo impidió. Y su mente le dijo que todavía no sabía cuánto daño le había hecho. Porque ella también era nueva en esto y todavía no sabía qué era verdad y qué no lo era.

Shi Po suspiró y sus ojos inquisitivos captaron la angustia de Joanna y la vergüenza de Zou Tun.

—Un hombre atribulado no puede montar un tigre y ningún monje, Shaolin o Dragón de jade, puede alcanzar el Cielo si hay un gusano devorándole las entrañas. Saca fuera tu dolor, monje, y busca la manera de arreglar las cosas.

Shi Po esperó hasta que el monje asintió. Luego se volvió a mirar a Joanna.

—Continúa con tus ejercicios. Él ha acelerado el proceso, así que debes tener mayor cuidado para mantener la mente y el cuerpo puros. —Luego la Tigresa se sacó del bolsillo dos bolas de piedra unidas por una corta cadena. La primera era pequeña y estaba hecha de jade. La otra era casi el doble de la primera y estaba hecha de mármol pulido —. Introduce la bola pequeña dentro de la cueva bermellón. Cuando puedas permanecer de pie, sin dejarla salir, hasta contar mil latidos del corazón, estarás lista para experimentar el río del yin.

Shi Po se dio la vuelta para marcharse, pero se detuvo en la puerta para dar una última instrucción por encima del hombro.

—Hasta entonces él no debe tocarte.

21 de enero de 1898

Querido padre:

Te escribo con el corazón apesadumbrado porque sé que esta carta te causará dolor. No pretendí hacerte daño con mis imprudencias, pero ahora sé que era inevitable. Siento mucha pena por eso. Sin embargo, por favor, entiende que soy más feliz ahora de lo que nunca he sido.

Me casé, padre, con un hombre maravilloso que me llena de alegría. Y con él estoy aprendiendo una cosa asombrosa que no te puedo describir. En lo que estamos aprendiendo hay una belleza, una dicha y una paz que yo nunca había conocido. Nunca me imaginé que esto fuera posible. Ay, padre, por eso quiero quedarme donde estoy. E incluso si pudieras encontrarme y llevarme a rastras a casa, me escaparía. Quiero y debo quedarme aquí para aprender más.

Por favor, deja de buscarme. Por favor, envía tus hombres a casa y dedícate a encontrar tu propia felicidad.

Y, por favor, alégrate por mí. Porque estaba buscando algo y ahora lo he encontrado. ¡Y la vida es maravillosa!

Tu hija que te adora,

Joanna.