Capítulo 17

Volaron como el viento, recorriendo caminos como si el Cielo hubiera dado alas a sus caballos. Zou Tun observaba a Joanna en busca de señales de cansancio o arrepentimiento, pero ella siempre fue una compañera segura, que no se quejaba ni se amilanaba. De verdad era una mujer asombrosa y Zou Tun envidiaba su energía.

Él, por su parte, sentía que el pecho se le encogía a medida que se iban acercando a Pekín Todo el tiempo lo acechaban voces, las de los hombres de su padre que lo perseguían, se preocupaba por los obstáculos que les esperaban y se angustiaba al pensar que podía fallar a Joanna cuando ella más lo necesitaba Zou Tun sabía que no podía hacer mucho más que apresurarse a llegar al palacio del emperador en la Ciudad Prohibida, pero su mente todavía se debatía contra los peligros que los esperaban.

Incluso cuando llegaran a la Ciudad Prohibida habría complicaciones. Llevaba mucho tiempo alejado de Pekín No tenía idea de cómo fluía ahora el poder entre el emperador y su madre Sabía que debía presentar su caso al emperador, que siempre había pensado que los bárbaros occidentales ofrecían más de lo que su madre quería aceptar. Pero ¿permitiría la emperatriz viuda que su hijo abriera más el país a la influencia bárbara? Zou Tun no lo sabía. Y llevar a Joanna al centro de una situación política tan cargada era, en el mejor de los casos, una imprudencia y, en el peor, un suicidio.

Joanna trataba de tranquilizarlo, pero Zou Tun no tenía consuelo. Sólo tenía paz cuando la abrazaba con fuerza y entre sus brazos sentía la llamada del yin a su yang. Pero Zou Tun ni siquiera podía permitirse eso porque ambos necesitaban descansar. No habría más prácticas hasta que él supiera que estaban a salvo.

Llegaron a la capital antes de lo esperado. Los caballos de Joanna eran excelentes y ella era una magnífica amazona. Zou Tun deseaba poder mostrar a Joanna su hermosa ciudad con seguridad. Deseaba que sus compatriotas pudieran verla como la maravillosa mujer que era. Pero no había seguridad para una persona blanca en Pekín. En Shanghai los bárbaros fantasmas eran sinónimo de dinero y comercio; aquí a la capital sólo traían armas. Así que Zou Tun le aconsejó permanecer callada y mantener la cara cubierta y la mirada baja.

Ella obedeció sin pronunciar una palabra, pero Zou Tun pudo ver el dolor en sus ojos. Al igual que él, Joanna deseaba un mundo mejor. Un lugar donde cada hombre y cada mujer pudieran ser como eran. Donde cada hombre, cada mujer y cada niño recordaran su herencia como criaturas de amor.

Pero eso no existía ahora. No aquí.

Llegaron a la puerta de la Ciudad Prohibida, casi al final de su camino. Para bien o para mal, los eunucos del palacio lo reconocieron. Su padre se había encargado de eso desde hacía mucho tiempo. Así que le permitieron entrar. Y a pesar de que normalmente habrían prohibido la entrada a Joanna o la habrían matado sin permitir que moviera un pie de donde estaba Zou Tun los detuvo con una sola palabra. Los eunucos pudieron ver su rabia y, como conocían su fuerza, permitieron la herejía.

Una mujer blanca tendría audiencia con el emperador porque Kang Zou Tun lo deseaba. ¡Cuándo se había oído algo semejante! Pero así de grande era el temor que inspiraba la familia de Zou Tun. O, mejor dicho, el miedo que despertaba su padre.

Zou Tun y Joanna entraron y los eunucos de palacio tuvieron que correr para seguirles el paso. Zou Tun agarró a Joanna con fuerza y la mantuvo a su lado mientras comenzaron a atravesar la ciudad dentro de la ciudad. Él se dio cuenta de que Joanna abría los ojos, absorbiendo todo lo que podía. Pero ella sólo hablaba el dialecto de Shanghai, no mandarín, así que no entendería nada de lo que se dijera aquí.

Probablemente fuera lo mejor. Las cosas que se iban a decir sobre los bárbaros blancos no serían muy elogiosas.

Fueron pasando de un edificio al otro dentro de la Ciudad Prohibida: atravesaron la Mansión de la Armonía Suprema, luego otro patio antes de llegar a la Mansión de la Perfecta Armonía. Hacía mucho tiempo que Zou Tun había notado la ironía de los nombres de estas construcciones. No había ninguna armonía en China a pesar de la manera en que los ancestros hubiesen bautizado sus antiguos edificios.

Luego llegaron a la Mansión de la Preservación de la Armonía, donde Zou Tun dobló hacia la izquierda, hacia el palacio del emperador. Pero fueron detenidos.

Dos eunucos les cerraron el paso mientras otros llegaban por los lados. Zou Tun no recordaba haber visto a estos hombres, no sabía a quién eran fieles. Y dentro de la Ciudad Prohibida no saber eso podía ser letal. No podía hacer otra cosa que esconder a Joanna tras él mientras ocho eunucos los rodeaban.

Los eunucos mantuvieron una actitud respetuosa, desde luego: la cortesía era la consigna máxima aquí. Pero aunque se inclinaron ante Zou Tun dejaron bien claro que no tenía alternativa. No podría ver al emperador. Otra persona importante solicitaba su presencia.

La emperatriz viuda.

—¿Qué pasa, Zou Tun? —preguntó en un susurro Joanna.

Zou Tun trató de sonreír, pero ella lo conocía demasiado bien.

—No me mientas —le pidió la muchacha —. Sólo dime la verdad.

Zou Tun asintió al tiempo que los eunucos comenzaron a empujarlos hacia un palacio totalmente distinto, donde él había entrado sólo una vez.

—La emperatriz viuda desea vernos.

Zou Tun oyó que Joanna contenía la respiración, pero estaba seguro de que ella no podía entender totalmente la situación. Afortunadamente estaban hablando en el dialecto de Shanghai. Lo más probable es que los eunucos de palacio no entendieran aunque estaba seguro de que la emperatriz tendría a un eunuco que le tradujera. Aquí, sin embargo, Zou Tun creía que era seguro, así que habló sin tapujos, aunque lo hizo rápidamente y en voz baja.

—Hay dos grandes poderes en China y en especial en la Ciudad Prohibida. Guang Xu es el emperador. Él está a favor de la modernización y, aunque no le gustan los bárbaros, entiende que tienen mejores armas.

—Pero no lo vamos a ver a él, ¿no es verdad?

Zou Tun negó con la cabeza.

—Su madre, la emperatriz viuda Cixi, detesta lo que su hijo ha logrado entender: que los extranjeros tienen algo valioso que ofrecer. No se la puede juzgar. Los bárbaros le han quitado todo. Por eso desea fervientemente expulsarlos de China.

Zou Tun observó que Joanna suspiraba y dejaba caer los hombros.

—Entonces estamos acabados antes de empezar. Ella se aliará con tu padre porque él parece estar del lado de ella. No oirá lo que tenemos que decirle. —Hizo un esfuerzo para continuar hablando —. Incluso podrá matarnos en el momento que quiera para no exponer a su hijo a mi presencia occidental.

Zou Tun asintió asombrado de ver que Joanna entendía tan bien la situación. Sin embargo, le dolía tener que exponerle esas realidades tan sangrientas. Los asesinatos, los envenenamientos y los aprisionamientos injustos eran comunes en la política china. Ya desde antes de ascender a la Antecámara del Cielo esas cosas lo agobiaban. Pero ahora esa verdad realmente lo horrorizaba.

Y, sin embargo, había traído a Joanna al centro mismo de esa carnicería.

—Tal vez ella vea tu bondad y se convierta en nuestra aliada —aventuró Zou Tun.

—O tal vez en cuanto vea mi cara de fantasma llame al verdugo.

Zou Tun no supo qué contestar. Realmente era una posibilidad. Pero antes de que pudiera hablar Joanna levantó la cabeza con los ojos afligidos.

—No, Zou Tun. No me prestes atención. He perdido la fe. No he debido mentirte y por eso he perdido el Cielo. Pero tú estás ahí todavía. Aférrate a tu amor, aférrate a lo que sabemos. Cree y así yo también podré creer.

Zou Tun frunció el ceño, tratando de entender las palabras de la muchacha. Su angustia era evidente, pero él no la entendía totalmente. Lo único que oyó fue que ella le había mentido y había perdido el Cielo. Sin embargo, él seguía viendo el Cielo en sus ojos y sintiéndolo en su cuerpo. Ella era una criatura de luz y de amor al igual que él. Y, sin embargo, parecía tan perdida.

—Joanna… —comenzó a decir, pero fue interrumpido. Habían llegado al palacio de la emperatriz viuda. Los eunucos estaban anunciando su llegada y Zou Tun sólo tuvo tiempo de oír las últimas palabras apresuradas de Joanna.

—Te amo —afirmó —. Pase lo que pase, recuerda que yo te amo.

Zou Tun se dio cuenta del énfasis que ella puso en las últimas palabras, sabía que era importante, pero ya los estaban anunciando. La emperatriz viuda esperaba una respuesta. Así que con un creciente sentimiento de frustración Zou Tun se volvió hacia la mujer que había gobernado China durante dos décadas mientras su hijo crecía.

Estaba vestida como le correspondía a una mujer de su rango: tenía la cara pintada de blanco con un punto rojo en los labios y llevaba un elaborado traje que ostentaba bordados con símbolos muy propicios. Tenía el pelo negro envuelto alrededor de un pesado cartón que sostenía un arreglo de flores frescas y mariposas pintadas. Sin embargo, a pesar de estar arreglada al mejor estilo manchú, Zou Tun pudo ver agotamiento y también una chispa de astucia en sus ojos.

No miraba a Joanna de manera favorable.

Zou Tun hizo una reverencia completa y se alegró de ver que Joanna imitó su comportamiento. Sería incómodo permanecer de rodillas durante toda la entrevista con la emperatriz, pero eso dictaba la costumbre. Y él sabía que Joanna seguiría su ejemplo aunque eso implicara besar el suelo.

La emperatriz habló y su voz sonó autoritaria a pesar de su edad:

—¿Por qué te presentas ante mí en un estado tan lamentable? ¿Y con semejante compañía?

Zou Tun levantó la mirada y vio que los labios de la mujer se torcían en un gesto de disgusto al observar a Joanna. Su alma quería saltar en defensa de su amada, explicar.

a la emperatriz que los bárbaros eran criaturas de amor al igual que ella y merecían el mismo respeto. Pero eso no le correspondía a él ni serviría de nada. Así que sólo bajó los ojos y pronunció una disculpa.

—Me siento mortificado, emperatriz. No tenía intención de presentarme ante su majestad imperial; de otra manera, ciertamente me habría vestido de una forma que honrara su divina belleza.

—Presentarse ante el emperador en ese estado es incluso más reprochable, Kang Zou Tun. Es una vergüenza para ti y para tu padre.

—La vergüenza es totalmente mía. —Zou Tun tragó saliva antes de revisar rápidamente sus opciones. Sabía lo suficiente sobre la política de la corte como para estar seguro de que no le permitirían ver al emperador. No hasta que la emperatriz viera sus deseos satisfechos. No se le ocurría ninguna mentira conveniente para explicar su presencia. Sobre todo por acudir con Joanna. Además, no era capaz de ser deshonesto. Así que, sabiendo que no tenía otra opción y consciente de que su petición era inútil ante la emperatriz xenófoba, Zou Tun comenzó a narrar su historia lo mejor que pudo.

—De hecho, emperatriz celestial, vengo aquí huyendo de mi padre. —Zou Tun levantó la cabeza y trató de hablar claramente y con toda la fuerza de su alma —. Él desea que yo gobierne China, su majestad imperial.

La emperatriz entrecerró los ojos.

—¿Traes al emperador noticias de un complot contra su vida?

Zou Tun frunció el ceño y se preguntó cómo podía explicarse.

—Los complots contra un emperador son muchísimos y la lealtad de un hijo para con su padre no tiene límites. Nunca podría sugerir que mi padre traicionaría su lealtad hacia China.

—Ese sentimiento demuestra tu valor como hijo.

Zou Tun se encogió al escuchar las palabras de la emperatriz. En realidad él era cualquier cosa menos un hijo leal y las siguientes palabras lo probaron.

—Emperatriz, si me permite hablar francamente. —Zou Tun se enderezó un poco —. No tengo ningún deseo de gobernar China. Además de que lo haría muy mal.

La emperatriz no dijo nada, sólo se quedó observándolo y Zou Tun sintió la presencia de su intelecto como una fuerza física. Hasta ahora la emperatriz le había parecido encantadora y femenina como todas las mujeres, en especial tratándose de la concubina de un emperador Qing. Pero en este momento veía a la mujer de verdad detrás de la bonita ropa, la madre del actual gobernante, la que había dirigido China durante tanto tiempo.

Qué extraño sentir que el poder de la emperatriz palidecía al lado del de Joanna. No porque tuviera menos inteligencia, fuerza o carácter. De hecho, Zou Tun pensaba que eran muy parecidas en ese aspecto. Pero ahora, con los dones del Cielo todavía en su alma, Zou Tun podía ver lo que los demás tal vez no veían.

La emperatriz tenía miedo mientras que Joanna no. Porque Joanna recordaba quién era y adonde iría su alma después de que su cuerpo muriera. Regresaría al amor que la había creado, el Cielo que esperaba a todo el mundo. Pero la emperatriz, a pesar de todo su poder, no lo recordaba.

—¿Qué ves cuando me miras, Kang Zou Tun? —preguntó la emperatriz como si hubiese adivinado los pensamientos de Zou Tun.

Zou Tun bajó la cabeza y volvió a apoyar la frente contra el suelo.

—A la emperatriz de China.

—¿Y bien? —insistió ella.

Zou Tun estiró los brazos y se levantó para mirarla directamente.

—Y a una mujer asustada.

Ella se quedó rígida y entrecerró los ojos.

—¿Quieres decirme que los monjes Shaolin no tienen miedo?

Zou Tun no se sorprendió al comprobar que la emperatriz sabía sobre su entrenamiento. Y, como estaba decidido a contárselo todo, levantó la cabeza del suelo.

—No los Shaolin. Los dragones inmortales. —Al ver el gesto de confusión de la emperatriz, Zou Tun le explicó —: Es una forma de taoísmo. Una que he aprendido con esta mujer que está aquí. —Zou Tun se enderezó todavía más y se levantó hasta quedar de rodillas —. No entiendo mucho de la política de la corte, ni de los planes de mi padre, ni de la dirección de una nación en guerra. —Respiró profundamente —. Pero sí sé esto —añadió mientras estiraba la mano para levantar a Joanna para que descansara sobre las rodillas como él —: Con esta mujer he entrado en la Antecámara del Cielo. —Guardó silencio un momento y se tomó el tiempo necesario para imprimir energía qi a sus siguientes palabras —: No voy a renunciar a ella, su majestad imperial. Ni siquiera aunque China se desmorone por ese motivo.

Zou Tun escuchó el murmullo de perplejidad de los eunucos que los rodeaban. Incluso sintió que Joanna se movió, pues obviamente se había dado cuenta de que él había dicho algo importante aunque no pudiera entender el dialecto en el que estaban hablando. Pero la emperatriz no hizo nada. Sólo se quedó mirándolo.

Zou Tun y Joanna esperaron ahí, arrodillados, ante la emperatriz. Esperaron en silencio mientras los eunucos se movían con impaciencia y el viento soplaba inquieto entre los árboles. Pero ni Zou Tun ni Joanna ni la emperatriz se movieron.

Finalmente la emperatriz suspiró y se volvió hacia el eunuco que estaba más cerca.

—¿Dónde está el destacamento del general Kang?

El eunuco hizo una reverencia.

—En la ciudad. Estará aquí en una hora.

Zou Tun se sobresaltó. ¿Estaba su padre tan cerca?

—¿Y los hombres del bárbaro? ¿Dirigidos por el hombre pájaro, Crane

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Al oír el nombre de su padre, Joanna lanzó una rápida mirada a Zou Tun.

El eunuco contestó:

—Al bárbaro lo están trayendo aquí ahora. Él llegará antes, pero podemos demorar su entrada.

La emperatriz asintió y volvió a posar la mirada en Zou Tun.

—Así que viste el Cielo a través de las piernas de una mujer fantasma —afirmó y después soltó una risita burlona. Pero había una sombra de duda en sus ojos. Y el temor de estar burlándose de algo de lo que nadie debía reírse.

Para acrecentar el miedo de la emperatriz, Zou Tun permaneció callado, sin negar ni confirmar la cruda afirmación de la mujer. Y después de un rato el miedo la hizo hablar otra vez:

—¿Has visto el Cielo?

Zou Tun asintió.

—¿Y qué te ha mostrado?

—Que todos venimos del amor, que fuimos creados a partir del amor y que merecemos ese amor. —Zou Tun pronunció las palabras con honestidad, sin la intención de avergonzar ni instruir. El efecto fue impresionante.

Los ojos de la emperatriz se llenaron de lágrimas. Y Zou Tun, un monje Shaolin, vio lo que los demás no pudieron ver. Esta emperatriz, esta fría concubina que todos tildaban de víbora o elogiaban como enviada del cielo, era sólo una mujer como cualquier otra. Y la pureza de sus lágrimas de yin revelaba la profundidad con que sentía las agonías de su posición como mandataria de un país empobrecido.

Pero, cuando habló de nuevo, su voz sonó dura y cruel.

—¿Y quién de nosotros recibe lo que se merece, ya sea amor u odio?

Zou Tun sacudió la cabeza.

—No lo sé. Pero no voy a renunciar a lo que he descubierto. Y no tengo deseos de tener lo que no puedo conservar.

—No, tú no puedes gobernar el país con una mascota bárbara. Y yo no quiero que esas perversiones infecten al Hijo del Cielo.

Zou Tun asintió, pues sabía que ella se refería a su hijo. Y que Zou Tun acababa de renunciar a su lugar como heredero al trono. Se habría sentido aliviado si no supiera que la mayor parte de las personas en esa situación eran ejecutadas para servir de ejemplo a los que abandonaban sus deberes. Las siguientes palabras de la emperatriz ordenarían la muerte de él y de Joanna.

Para sorpresa de Zou Tun, no fue así. En lugar de eso la emperatriz se inclinó hacia delante y entrecerró los ojos.

—El poder de tu padre crece día a día. Cada vez es más difícil manejar a los generales sublevados y a los ministros desinformados. Tu muerte, Kang Zou Tun, sólo fortalecería su posición. —La emperatriz frunció el ceño y se levantó lentamente. Cuando volvió a hablar, lo hizo con el peso de toda su nación y sus palabras sonaron tan oficiales como si estuvieran escritas en un decreto imperial.

—No te creo, Kang Zou Tun, no creo nada acerca del Cielo o sobre esta mujer. Creo que tu padre te envió aquí para tentar a mi hijo a tener más relaciones con los bárbaros. Pero se equivocó, porque viniste a mí y no a mi hijo. —La emperatriz dio un paso adelante, se acercó a Joanna y sus palabras fueron como el hacha de un verdugo —. Sí, tu padre se equivocó. Porque te quedaste atrapado en la red que quiso tender a mi hijo. —Dio media vuelta y se alejó de Joanna como se alejaría, de un plato de carne podrida. Luego miró con severidad a Zou Tun —. Te unirás ahora mismo con esta mujer. O morirás.

Zou Tun quiso saltar de alegría, incluso llegó a levantarse un poco, pero los eunucos que estaban tras él lo inmovilizaron colocándole las manos sobre los hombros y enterrándole las espadas en la espalda. Así que Zou Tun se contuvo y aprovechó el tiempo para aclarar sus pensamientos.

—¿Usted quiere que yo me case con Joanna Crane? ¿Ahora? —preguntó Zou Tun con asombro.

La emperatriz asintió.

—Sí. Ahora. Cuando y donde tu padre lo vea. Cuando y donde el emperador mismo lo vea. Y luego vivirás con tu vergüenza frente a todos.

Zou Tun parpadeó, pues al fin entendía la lógica de la emperatriz. Su padre era una amenaza para el poder de la emperatriz y de su hijo. Pero nadie apoyaría su ascenso al trono si un nieto mitad blanco pudiese heredar un día el imperio. Mientras que Zou Tun permaneciera vivo y unido abiertamente a una mujer blanca, nadie de la familia Kang podría llegar al trono.

Pero sólo si se probaba que Zou Tun tenía relaciones con una blanca. Y sólo si esa mujer tenía un hijo.

—Dime, monje Shaolin —preguntó la emperatriz —, ¿es fértil ella?

Zou Tun, aunque sorprendido y confuso, miró a Joanna.

—Sí —afirmó. Era cierto. Él podía saber esa clase de cosas.

—Entonces os uniréis.

Zou Tun levantó la vista para mirar a la emperatriz mientras analizaba el torbellino de emociones que lo recorría. Reconoció la rabia que le producía que lo obligaran y el temor frente a la emperatriz. También sintió pena y dolor por la vergüenza que estaba a punto de causar a su familia. Pero sobre todo sintió un nuevo terror: ¿qué pasaría si Joanna se negaba? ¿Qué pasaría si no quería casarse con él ahora? ¿Y ciertamente no de manera tan pública?

Pero si accedía, si decía que sí, entonces Zou Tun podría tener todo lo que deseaba. Estaría libre de la insidiosa corrupción que reinaba en la corte imperial Qing. Podría practicar abiertamente su religión con la mujer que había elegido. Y tendría a Joanna a su lado todas las noches y todas las mañanas.

Era demasiado pedir. Era demasiado esperar tanto. Sin embargo, la emperatriz no sólo se lo estaba ofreciendo, sino que se lo estaba exigiendo.

—¡Kang Zou Tun! —estalló la emperatriz —. ¿Se hará lo que dije o morirás ahora con tu honor intacto?

Zou Tun levantó la barbilla y se liberó de las manos de los eunucos. Se incorporó completamente, levantó también a Joanna y la atrajo a su lado con gesto protector. Luego respondió:

—Mi honor y mi vida están en manos de ella, su majestad imperial. Dejaremos que Joanna Crane decida.