CAPÍTULO 9
Y el mundo se hizo transparente

Ya en las sociedades míticas señalaba Mircea Eliade que el hombre escucha al mundo porque éste no es mudo, sino que dice cosas, es significativo, inteligible, y, para descifrar su lenguaje —estructuras, objetos, vida, ritmos—, recurre a los símbolos. Mediante esta comunicación en la misma clave simbólica, la naturaleza revela los misteriosrealidades: «si el mundo le habla a través de sus astros, sus plantas y sus animales, sus ríos y sus rocas, sus estaciones y sus noches, el hombre le responde mediante sus sueños y su vida imaginaria… Si el Mundo es transparente para el hombre arcaico, éste siente que él también es “mirado” y comprendido por el Mundo. La caza le mira y le comprende…, pero también la roca o el árbol o el río. Cada uno tiene su “historia” que contar, un consejo que dar».

Eduardo Martínez de Pisón, La protección del paisaje. Una reflexión

Una geografía cordial

De repente, por sorpresa, nuestra tierra, la vieja Europa, se llenó de alma: se animó. Las rocas, los ríos, el mar, los árboles y los seres animales, y más arriba, las nubes, el sol, la luna y las estrellas, se dirigieron al hombre y le hablaron a través del viento. Después de tanto tiempo de existencia, hallaron por fin a alguien que entendiera su mensaje, y le contaron sus historias: algunas tiernas, otras terribles. Pero el hombre encontró en la naturaleza su aliada, una madre que le guiaba en sus afanes para sobrevivir en un clima muchas veces hostil. El ritmo de las estaciones y el comportamiento de los animales tenían por fin una explicación: era posible entender los fenómenos naturales y predecirlos.

Millones de años después de que los primeros homínidos alcanzaran el dominio del arte de leer la mente de sus congéneres, los humanos aprendieron a leer también la mente de la naturaleza, que se volvió transparente a sus ojos. La cabeza del águila expresa orgullo y fiereza, dijeron; cada especie tiene su carácter. El gran arco natural de piedra se convirtió en el puente de unos gigantes de leyenda. Otras formas del paisaje sugerían animales míticos, petrificados para siempre, y compañeros eternos del hombre: pobladores de su mismo mundo. Hasta el cielo estrellado era un gran fresco lleno de historias.

Y el hombre aprendió a contarlas y transmitirlas, junto al fuego, de una generación a otra, y a reproducirlas en las paredes de las cuevas, o en las rocas al aire libre, y a transportarlas consigo en pequeñas placas y en estatuas hechas de piedra, o con trozos del cuerpo de los animales: hueso, asta, marfil. De este modo el paisaje se llenó de símbolos y, por vez primera, el hombre dejaba su impronta sobre la naturaleza. Algo había cambiado para siempre en el planeta.

En su mundo, poblado de seres míticos, el hombre se sentía arropado y guiado; la vida y la muerte tenían ahora un sentido. Por fin ya no estaba solo. La comunión entre el hombre y los animales era tan íntima que los primeros se sabían hijos de los segundos y cada grupo tenía su tótem protector. Aquellos humanos que aprendieron, por primera vez en la historia, a escuchar a la naturaleza, éramos nosotros. El viejo Shakespeare dio en el clavo: estamos hechos de sueños.

Datos para una historia

Los psicólogos que han estudiado a los chimpancés observan un cierto paralelismo entre ellos y nosotros en el aprendizaje que dura sólo hasta los dos años y medio de vida. A partir de ese momento la brecha se hace más y más profunda, para finalmente llegar a ser un verdadero abismo. Aunque los pequeños chimpancés siguen progresando en el aprendizaje de nuevas palabras al menos hasta los cinco años, los niños lo hacen a una increíble velocidad, y además construyen cada vez mejor las frases. Con ellas dan muestras de ir descubriendo la naturaleza del mundo en el que viven, cuál es su propia posición dentro él y cómo lo perciben. También van entendiendo mejor a los demás humanos y anticipando sus acciones y reacciones; se sirven para ello de un eficaz truco, a saber: mirar el mundo desde el punto de vista del otro. De este modo, gracias a su asombrosa avidez de información nueva, y a la capacidad de asimilarla, los niños se van haciendo cada vez más socialmente conscientes.

Los neandertales no eran mentalmente como nuestros niños de dos años y medio. En realidad, su desarrollo era fisiológicamente muy parecido al nuestro. Para empezar nacían en un estado de madurez similar al de un niño moderno, y desde luego mucho más retrasado que el de los chimpancés. A los dos años y medio habían recorrido esencialmente el mismo camino para llegar a ser adultos que nosotros a la misma edad. Y después seguían creciendo, y continuaban aprendiendo de sus mayores, exactamente igual que nuestros niños. Sus actos estaban llenos de consciencia, de propósito, cuando tallaban la piedra, encendían fuego y enterraban a sus muertos.

Los neandertales eran una especie contemporánea de la nuestra hasta que desaparecieron hace menos de 30 000 años. Nunca fueron una especie anterior, más antigua, más arcaica. Pertenecían a nuestro mismo tiempo, no al de nuestros remotos antecesores. Pero los antepasados de los neandertales, en el Pleistoceno Medio, como los nuestros de la misma época, también realizaban actos conscientes, así como los antepasados comunes de humanos modernos y de neandertales, y también el Homo erectus y el Homo ergaster. Incluso puede que lo hiciera, en alguna medida, el Homo habilis.

La expansión cerebral, en términos absolutos y relativos, la existencia de diferencias entre los dos hemisferios, la presencia de un área de Broca prominente, el desarrollo del lóbulo frontal, la preferencia en el uso de un lado del cuerpo sobre el otro, son datos biológicos que indican, de una forma indirecta, unas capacidades cognitivas próximas a las nuestras, aunque sólo sea porque cuanto más se parecen dos estructuras más tentados estamos de creer que funcionen de modo semejante. Sin embargo, la función de un órgano sólo se conoce directamente por sus productos, y el del cerebro es el pensamiento, que se expresa (y quizás también se construye) a través del lenguaje.

Desgraciadamente, es difícil saber a partir del registro paleontológico y del arqueológico qué homínidos fósiles tenían lenguaje, porque la única prueba verdaderamente directa de su capacidad para comunicarse por medio de símbolos sería uno de estos símbolos fosilizados. Naturalmente, no en forma de una palabra escrita, pero sí de algo que sólo tuviera sentido (significado) en clave simbólica, o que exigiera tal nivel de planificación y acuerdo que no se concibiera sin largas conversaciones entre personas.

Noble y Davidson encuentran la prueba más antigua del lenguaje en el poblamiento de Australia, que exigió sin duda una larga travesía marítima. Construir balsas o barcos implica, desde luego, tener un objetivo y compartirlo con otros. Los primeros humanos que pusieron el pie en Australia eran miembros de nuestra propia especie, y eso ocurrió hace 40 000 años, y quizás algunos miles más, hasta 60 000 años como mucho. No se ha podido demostrar la existencia de otra travesía marítima anterior en ninguna parte, aunque hay cierta evidencia, bastante débil por otro lado, de que la isla de Flores, en Indonesia, fue poblada hace 800 000 años.

Cualquier forma de planificación económica a muy largo plazo también implica lenguaje. Por eso se discute si había diferencias importantes entre la economía de los neandertales y la de los cromañones. Se ha dicho que los primeros cazaban y recolectaban lo que se encontraban en su medio, simplemente, como haría cualquier animal que vive, o sobrevive, al día. Los cromañones, sin embargo, conocedores de antemano de los cambios estacionales de los recursos, se moverían mucho más libremente por territorios muy amplios, cambiando de medio en cada temporada para aprovechar los desplazamientos de los herbívoros y los diferentes productos vegetales de los distintos ecosistemas. Tendrían un detallado mapa mental, ya que cuando la montaña no va a Mahoma, es necesario que Mahoma vaya a la montaña. Su actividad estaba, en definitiva, encaminada a obtener el máximo rendimiento de la naturaleza en cualquier época del año. En cierto sentido se basaría en los mismos principios que rigen la agricultura y la ganadería, y que se pueden resumir en el conocimiento de los ciclos de la vida. Los cromañones serían, según esto, los primeros biólogos.

Está, finalmente, el caso de los enterramientos, un comportamiento simbólico y ritual donde los haya, pero que, como hemos visto, depierta acalorados debates.

Si es verdad que consciencia y lenguaje están indisolublemente unidos, hay en mi opinión lenguaje al menos desde el Homo ergaster. Las modernas técnicas de tomografía computarizada (TAC) han permitido estudiar mejor el alcance de las lesiones cerebrales de los pacientes que presentan afasia (incapacidad para hablar). La cartografía cerebral y la tomografía de emisión de positrones permiten conocer qué regiones de la corteza cerebral se activan cuando se habla o cuando se escucha. Los resultados a los que se va llegando indican que no existe un órgano biológico para el lenguaje como tal, aislado de las demás regiones del cerebro, sino que se observan amplias conexiones de las áreas de Broca y de Wernicke entre sí, con otras regiones del neocórtex y también con estructuras profundas y filogenéticamente muy antiguas del cerebro. Es posible que algún día se llegue a desentrañar la naturaleza de las relaciones entre los procesos cognitivos y el lenguaje, y alcancemos a saber hasta qué punto están unidos, pero hoy todavía no se puede dar la discusión por zanjada.

Hasta aquí me he esforzado por presentar en este libro, de una manera resumida y lo más rigurosa posible, las evidencias de que se dispone para abordar el más arduo de todos los problemas de la evolución humana: el despertar de la consciencia, lo propio del hombre. Con todos los datos recogidos elaboraré a continuación, en este capítulo final, mi particular relato de cómo ocurrieron las cosas.

La frontera del Ebro

Quizás el primer lugar donde neandertales y humanos modernos se vieron las caras fue en Israel, una tierra muy cercana a África con la que está conectada a través de la Península del Sinaí. Allí, en Israel, se han encontrado numerosos esqueletos en dos enterramientos múltiples a los que hemos hecho referencia en repetidas ocasiones: Skhul, un abrigo rocoso en el Monte Carmelo, y Qafzeh, una cueva próxima a Nazaret. La edad de estos esqueletos (los más antiguos de la historia) se sitúa alrededor de los 100 000 años, y su anatomía no deja lugar a dudas, ya que indica una constitución moderna, aunque con unos toques arcaicos; por ejemplo, algunos cráneos tienen aún rebordes óseos (toros) sobre los ojos. Podemos llamarlos por eso protocromañones. Además, en la forma de sus caderas y en el grosor de los huesos del cráneo y de las extremidades los humanos de Skhul y Qafzeh son radicalmente modernos y bien distintos de los neandertales.

Muy cerca del abrigo de Skhul, a unos cuantos cientos de metros, está la cueva de Tabun. En ella se ha encontrado un esqueleto femenino muy completo y una mandíbula aislada. Esta última tiene aproximadamente la misma edad que los protocromañones de Skhul y Qafzeh, aunque no está muy claro si es de un humano similar o de un neandertal; hoy en día se tiende a pensar lo primero. El esqueleto es de una mujer neandertal, pero su edad geológica no es segura y probablemente sea muy posterior. Parece, por lo tanto, que los protocromañones llegaron a la región, desde África, hace unos 100 000 años o más, y no encontraron allí a los neandertales.

Sin embargo, se han descubierto restos neandertales en la cueva de Amud y de Kebara, ambas también en Israel, con una edad en torno a los 60 000 años; la mujer de Tabun podría tener aproximadamente la misma antigüedad. No se han hallado, hasta la fecha, humanos de tipo moderno de esa misma época en la región, lo que hace pensar que, en la expansión que llevó a los neandertales desde Europa hasta Asia Central y Oriente Próximo, los protocromañones fueron sustituidos en Israel. O tal vez ya se habían ido. En todo caso, los neandertales, a lo largo de toda su área de distribución, así como los protocromañones de Israel, empleaban el mismo tipo de talla, el Musteriense, lo que indica que había entre ellos al menos «relaciones culturales». Unos y otros compartían el uso del fuego y la práctica del enterramiento, lo que podría indicar que formaban parte de la misma «noosfera» en el sentido de Teilhard de Chardin.

El siguiente acto de este drama tiene como escenario Europa, y el momento elegido es hace 32 000 años. La práctica totalidad del continente está entonces ocupada por humanos modernos, hombres de Cro-Magnon. Éstos confeccionan un utillaje nuevo y muy variado, con instrumentos como los raspadores, los buriles, los perforadores, las hojitas, etc., que se producían retocando delgadas y largas láminas de piedra, extraídas a su vez de núcleos marcadamente prismáticos. Con este instrumental lítico fabrican además puntas de azagaya en asta, hueso o marfil, que emplean para la caza. Como dice Marcel Otte, los hombres vuelven contra los animales sus propias armas: el cuerno y la defensa. Todas éstas son las manifestaciones de un nuevo modo técnico, que ha surgido en alguna otra parte y ha llegado a Europa, o que se ha desarrollado en ella: el Modo IV o Paleolítico Superior. El primer tecnocomplejo del Paleolítico Superior es el conocido como Auriñaciense.

Y por si esto fuera poco, hay en ese mismo tiempo, hace 32 000 años, expresiones simbólicas espectaculares, el llamado arte paleolítico, como los frisos de pinturas de la cueva Chauvet (en Francia), las estatuillas de animales en marfil de Vogelherd (Alemania), y la quizás más sorprendente de todas, precisamente por su simbolismo, la de un ser mitad humano/mitad león tallada en marfil en Hohlestein-Stadel (Alemania). Por otro lado, en el yacimiento alemán de Geissenklösterle y en el belga del Trou Magrite hay esculturas que podrían ser aún más antiguas y rebasar largamente los 32 000 años.

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Figura 23: Los últimos 90 000 años. A la izquierda, los tecnocomplejos del Paleolítico Medio y Superior cantábrico. A la derecha, la curva de paleotemperaturas y los estadios de los isótopos del oxígeno (OIS).

¿Qué ha sido entretanto de los neandertales que pocos miles de años antes eran señores absolutos de Europa, Asia central y Oriente Próximo? A estas alturas, hace 32 000 años, han perdido mucho terreno. Los últimos neandertales bien datados son los de la Península Ibérica, que parecen ocupar todavía la totalidad de la misma excepto su franja norte. El arqueólogo portugués João Zilhão llama a este límite geográfico entre cromañones y neandertales la frontera del Ebro, y a grandes rasgos coincide con la que en su momento vimos que separaba dos grandes regiones biogeográficas: la verde Iberia eurosiberiana y la más parda Iberia mediterránea. Esta coincidencia no es, según Zilhão, casual. Los cromañones pertenecerían a los ecosistemas del norte, los del mundo eurosiberiano, o sea, los bosques brumosos en los que vive el ciervo, el jabalí y el corzo, pero también las estepas en las que pastan las grandes manadas de caballos, los renos, los mamuts y los rinocerontes lanudos, incluso los antílopes saigas y los bueyes almizcleros. Y además, en bosques y praderas hay toros y bisontes, y en los roquedos, cabras y rebecos.

Los cromañones llegaron a Europa hace 40 000 años o más, pero se adaptaron bien al frío, el hielo, la nieve y la niebla. Los neandertales ibéricos, mientras tanto, continúan ligados al bosque perenne de la encina y del alcornoque, sin fauna ártica ni quizás bisontes. Este equilibrio finalizará cuando la ola de frío que se extiende como un viento helado por toda Europa llegue hasta los últimos confines de Iberia, altere drásticamente los ecosistemas mediterráneos y destruya el mundo de los últimos neandertales ibéricos. Entonces los cazadores de caballos empujarán a los neandertales hasta el mar.

Este escenario, esta historia, tiene el gran atractivo de que relaciona a los seres humanos con su medio. También tiene pruebas cronológicas, fechas, que lo apoyan. Por otro lado queda mucho por investigar en torno a los datos ecológicos en que se basa. Finalmente hay una enorme paradoja que entender, la de que los neandertales, unos humanos evolucionados en un continente alejado del Ecuador y adaptados al frío, fueran sustituidos por unos humanos recién llegados de África.

Desde el punto de vista de la Historia con mayúsculas, podemos decir que sabemos lo que pasó. Los neandertales fueron sustituidos por los humanos modernos. Tal vez hubo casos de mestizaje, pero no se dieron en una cantidad suficiente como para que sus genes hayan llegado hasta nosotros. Nada me haría tanta ilusión como llevar en mi sangre una gota siquiera de sangre neandertal, que me conectase con esos poderosos europeos de otro tiempo, pero temo que mi relación con ellos es sólo sentimental.

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Figura 24: Algunos de los yacimientos o estaciones de arte paleolítico que aparecen en el texto. También se muestra una placa de marfil magdaleniense grabada por las dos caras (según Corchón, 1997).

Sin embargo, no se acaba todo en este sumario relato de reemplazamiento y extinción, porque para entender la Historia con mayúsculas, para saber qué ocurrió realmente, cómo se produjeron los hechos y cuáles fueron las causas, en resumen, para llegar hasta los entresijos de la Historia (la intrahistoria de Unamuno) es necesario conocer, con el mayor detalle posible, las múltiples historias, con minúsculas, que tuvieron lugar aquí y allí. Y ocurre que casi 85 años después del libro de Obermaier, esas claves de la Historia están siendo descifradas en la Península Ibérica por científicos españoles y portugueses.

Al sur del Ebro no hay, en efecto, yacimientos con niveles auriñacienses de más de 30 000 años. Son todos más modernos y además presentan características evolucionadas respecto del primer Auriñaciense que se encuentra en Europa. Por el contrario, se conoce ya un puñado de yacimientos musterienses en torno a esa fecha, los 30 000 años, o aún algo más modernos: Cova Negra (Valencia), Cova Beneito (Alicante), Carihuela (Granada), Zafarraya (Málaga), y los yacimientos del litoral portugués de Figueira Brava, Lapa dos Furos, Pedreira das Salemas, Gruta do Caldeirão y, con dudas en la datación, Gruta Nova da Columbeira. La misma cronología tardía para el final del Musteriense podría muy bien darse en otros lugares, como la Cueva Bajondillo (Málaga), la cueva de Pêgo do Diablo (Portugal) o la Cueva de Gorham en Gibraltar, en el extremo más meridional de la Península. Es importante añadir que varios de los yacimientos españoles han sido además asignados, por el contenido en polen o por la geología, al comienzo de la última gran pulsación fría, confirmando que los últimos neandertales ibéricos se extinguieron cuando el deterioro climático alcanzó al litoral mediterráneo y atlántico.

Aunque hay evidencia sobrada, a tenor de lo dicho, de que el final del Musteriense es tardío en las templadas tierras de Levante, Andalucía y Portugal, aún no sabemos, por falta de yacimientos bien datados, cuándo penetraron los auriñacienses en las altas y más frías tierras del interior peninsular, pero hay un yacimiento musteriense en Burgos, llamado Cueva Millán, datado en 37 000-35 000 años y otro en Guadalajara (Jarama VI) que tiene una fecha aún más moderna, en torno a los 30 000 años, para el Musteriense final. Es interesante añadir que no sólo no hay en Cueva Millán fauna ártica, sino que se encuentra rinoceronte de estepa, ya extinguido en otras partes de Europa a causa del frío. Dado que la meseta castellana es un poco intermedia ecológicamente entre las dos Españas, podría suponerse que el cambio de faunas, y la llegada de los auriñacienses, se produciría en ella antes que en las proximidades del litoral mediterráneo, al sur del Ebro, y del litoral atlántico, al sur del Duero, pero eso está aún por verse.

Si los auriñacienses no hacen acto de presencia en la Iberia mediterránea hasta hace 30 000 años (o más), parece que ya están bien asentados en la franja cantábrica y en Cataluña 10 000 años antes de esa fecha. Los yacimientos que lo prueban son L’Arbreda y el Reclau Viver (Gerona), el Abric Romaní (Barcelona) y El Castillo (Cantabria). Es curioso que no haya fechas más antiguas para el Auriñaciense en el resto de Europa, salvo algunas dudosas en Bulgaria. Todo parece indicar que la colonización de Europa por los hombres de Cro-Magnon fue muy rápida, en torno a los 40 000 años, pero que no acabó inmediatamente con los neandertales, sino que después hubo un largo periodo de coexistencia, con las poblaciones de cromañones y neandertales más o menos en contacto.

Hay dos formas de imaginar esta coexistencia, que escenifico en mis conferencias con las dos manos abiertas, una para los neandertales y otra para los cromañones. Un posible modelo se expresa con las yemas de los dedos de las dos manos tocándose; ése sería el caso de la frontera del Ebro y quizás también el de las otras penínsulas mediterráneas, la itálica y la balcánica (incluso la de Crimea, en el mar Negro): cromañones al norte y neandertales al sur. El modelo alternativo se expresa con los dedos cruzados, y podría corresponder a la Europa no mediterránea, la eurosiberiana, donde se entremezclarían poblaciones de neandertales y cromañones durante miles de años. En la propia franja norte de España hay un yacimiento, la Cova dels Ermitons (Gerona), que sugiere que los musterienses, los neandertales, podrían haber persistido aislados varios miles de años después de que llegaran a Cataluña los primeros cromañones auriñacienses.

En Francia hay una serie de yacimientos en los que se ha encontrado una variante del Paleolítico Superior que lleva el nombre de Chatelperroniense (igualmente llamado Castelperroniense en nuestro país). También se configuran los útiles sobre láminas alargadas, e igualmente se usa el hueso para fabricar puntas de azagaya y agujas, y el marfil para hacer adornos. A este lado de los Pirineos se encuentran industrias chatelperronienses en los yacimientos guipuzcoanos de Ekain y Labeko Koba y en los montañeses de Cueva Morín y El Pendo. Lo más apasionante es que hay un par de yacimientos franceses en los que se han podido recuperar restos humanos asociados al Chatelperroniense. Uno es el de Saint Cesaire y ha proporcionado gran parte del cráneo y la mandíbula de un neandertal, que por cierto es de tipo totalmente «clásico», es decir, sin ningún rasgo moderno o intermedio. El otro yacimiento es la Cueva del Reno, en Arcy-sur-Cure, y en él se han rescatado restos humanos muy fragmentarios, pero que también se identifican como neandertales. Además, en este último yacimiento hay, asociados a los útiles chatelperronienses, dientes y huesos perforados o con surcos, es decir, preparados para ser colgados, y cuentas y anillos de marfil, junto con fósiles marinos que también se utilizaron para el adorno personal. Ésta es una noticia sorprendente y que da lugar al título de este libro: los neandertales de la Cueva del Reno llevaban collares. Hay otro yacimiento chatelperroniense francés, el de Quinçay, en el que también se encontraron dientes (en número de seis) perforados por la raíz. Industrias en cierto modo paralelas a las chatelperronienses, y que también podrían interpretarse como del Modo IV (Paleolítico Superior) pero hechas por neandertales, se encuentran en Italia (donde reciben el nombre de Uluzziense), en Europa central (Szeletiense), en Bulgaria (Bachokiriense), y en otras partes de Europa.

Hay en la actualidad un gran interés por conocer con detalle las fechas de todas estas primeras manifestaciones del Paleolítico Superior que, en conjunto, se extienden desde hace 40 000 años hasta hace 30 000 años. Muchos autores consideran que los yacimientos chatelperronienses son todos posteriores a los primeros yacimientos auriñacienses, y que los neandertales aprendieron a fabricar sus instrumentos, y a adornarse, de los hombres de Cro-Magnon. En tres yacimientos, los abrigos de Le Piage y Roc-de-Combe (suroeste de Francia) y la cueva del Pendo, se ha creído ver que el nivel chatelperroniense estaba intercalado entre un nivel auriñaciense, en posición inferior, y otro nivel auriñaciense superior, como si después de llegar por primera vez los cromañones, éstos hubieran sido sustituidos durante un tiempo por los neandertales, para finalmente volver los cromañones y quedarse para siempre en la región. Sin embargo, estas tres presuntas interestratificaciones del Chatelperroniense entre niveles auriñacienses han sido puestas en duda con argumentos dignos de ser tenidos en cuenta. De hecho, hay quien cree que el nacimiento del Chatelperroniense fue anterior al del Auriñaciense, y que fueron los neandertales los inventores del Modo IV (Paleolítico Superior), mientras que los recién llegados cromañones serían unos meros imitadores. Por eso, se argumenta, no hay fuera de Europa un Modo IV de época anterior que indique que los cromañones vinieron ya con este tipo de industria desarrollada. Como una última posibilidad a considerar, cromañones y neandertales podrían haber evolucionado técnicamente de forma paralela o influyéndose mutuamente.

Haría falta pues encontrar fuera de Europa conjuntos más antiguos del Paleolítico Superior para que quedase demostrado que fueron importados por los hombres de Cro-Magnon. El mejor sitio para mirar es África, de donde se piensa que proceden los humanos modernos, pero todavía hay poca información sobre este continente. No obstante, se han apuntado ya algunos indicios que no son aún definitivos: unas cuentas hechas hace 40 000 años con cáscara de huevo de avestruz en el abrigo de Enkapune Ya Muto en Kenia, industria en hueso de hace entre 80 000 y 95 000 años en la Cueva Blombos (Sudáfrica), e incluso arpones dentados de hueso de la misma edad en Katanda (República Democrática del Congo).

Puestos a dudar, podríamos también hacerlo de que los autores de la primera industria auriñaciense del norte de España fueran los cromañones. ¿No podrían haberlo sido los neandertales? Federico Bernáldez de Quirós y Victoria Cabrera, que trabajan en el yacimiento clásico de El Castillo (que excavó Obermaier entre 1910 y 1915), no ven ninguna diferencia entre la economía, o sea, el modo de vida, de los ocupantes musterienses de la cueva (los neandertales), y el de los ocupantes de los niveles auriñacienses inmediatamente superiores, esos que están datados en unos 40 000 años. También aprecian mucha continuidad en el utillaje lítico. ¿Se trataría de las mismas gentes? En l’Arbreda, por el contrario, mientras que la industria musteriense es casi toda en cuarcita, la auriñaciense se talla en sílex importado.

En realidad no tenemos aún buenos restos humanos de esa primera época auriñaciense para despejar totalmente la incógnita. Los más antiguos restos humanos auriñacienses son los de Mladec, en Moravia (República Checa), y son humanos modernos; su edad está probablemente en torno a los 32 000 años, es decir, más o menos la de las primeras manifestaciones bien datadas del arte figurativo, cuando todavía quedaban neandertales al sur del Ebro, y quizás también en otros puntos del Mediterráneo europeo. Los fósiles humanos modernos de Brno, en la misma región de Moravia, quizás tengan una cronología próxima, aunque no aparecieron asociados a industria. Un frontal moderno procedente de Hahnöfersand (Alemania), si bien fue encontrado sin contexto, se ha datado directamente en algunos miles de años más. Los propios fósiles de Cro-Magnon podrían ser contemporáneos de los de Mladec o tal vez algo posteriores (auriñacienses tardíos), en torno a los 30 000 años. Después de esa fecha sí que hay numerosos restos humanos en Europa, que son todos de tipo moderno y están asociados a los tecnocomplejos postauriñacienses, llamados Gravetiense, Solutrense y Magdaleniense. Un aspecto a destacar para nuestra historia es la diferencia ecológica entre los neandertales chatelperronienses franceses y los humanos modernos auriñacienses de Moravia, por un lado, y, por el otro, los neandertales contemporáneos del Mediterráneo: aquéllos convivían con renos, mamuts y rinocerontes lanudos, una fauna fría que éstos no conocían.

De todos modos, en el periodo que va entre hace 40 000 y hace 30 000 años no parece que los mamíferos típicos de la fauna ártica fueran todavía comunes en todo el norte peninsular al norte del Ebro; tan sólo se detectan en Guipúzcoa, que por su posición geográfica ha sido en los momentos glaciares casi un apéndice de Aquitania. La llegada a Europa de los cromañones, y su larga coexistencia de al menos 10 000 años con los neandertales se produjo al final de un interestadial (el OIS 3 de la escala isotópica marina); es decir, en una fase relativamente más cálida y húmeda entre las dos pulsaciones o estadios más fríos y secos de la última glaciación. El máximo glaciar anterior a la llegada de los cromañones (el OIS 4) lo pasaron los neandertales solos, y al comienzo del posterior (el OIS 2), que fue todavía más crudo, desaparecieron los últimos neandertales mediterráneos. No hay que perder de vista, en cualquier caso, que un interestadial es siempre un tiempo más frío que un interglaciar, o periodo cálido entre glaciaciones. El actual (OIS 1) es, por ahora, el último interglaciar.

Éste es el estado actual de los conocimientos, que yo prefiero interpretar en los siguientes términos, que son compartidos por la mayoría de los autores: los humanos modernos fueron desde el principio los autores de la industria auriñaciense. Los neandertales de ciertas áreas habrían aprendido de los cromañones, y reproducirían a su manera las mismas técnicas de talla de la piedra, el uso de materiales de origen animal, y el gusto por el adorno personal. Otros neandertales, al sur del Ebro, permanecerían sin cambios en su cultura hasta el final de su existencia, que coincidió con un recrudecimiento glaciar y el gran cambio ecológico que trajo consigo.

Como puede verse, necesitamos precisar todos estos datos, conocer mejor los pequeños detalles, a escala regional, para entender completamente y de una manera fehaciente qué fue lo que acabó con los neandertales.

El color del brezo

Junto con los soportes habituales para las representaciones llamadas artísticas, consistentes en paredes de roca o en lajas de piedra, y también hueso, asta y marfil (seguramente también madera, aunque no se haya conservado), los hombres de Cro-Magnon utilizaban otro soporte muy especial: su propio cuerpo. Sin duda se pintarían, aunque esta evidencia no ha perdurado, como es lógico. Hay enterramientos en los que parece haberse espolvoreado abundantemente el ocre rojo, el color de la sangre. Sin embargo, el ocre tiene excelentes propiedades bactericidas y serviría también para cuidar el cuero y las pieles que llevaran puestas los hombres prehistóricos, con lo que no está del todo claro si se pintaban el vestido o el cuerpo, y, en el primer caso, con qué finalidad lo hacían. Incluso es posible, pero no seguro, que los neandertales también usaran el ocre rojo en sus enterramientos (como en el caso de Le Moustier) o para pintarse en vida, ya que se han encontrado en muchos casos bloques de hematites en sus yacimientos. Sólo en el tiempo que corresponde al nivel X de la Cueva del Reno, el que tiene la mayor cantidad de objetos de adorno (24 en total), los neandertales introdujeron en el lugar más de 18 kg de ocre rojo.

Lo que sin duda es característico y nuevo de los cromañones es la abundante presencia de objetos de adorno personal, que pendían del cuello, se ensartaban en collares, cinturones, brazaletes y pulseras y se cosían a las pieles del vestido o al gorro. Estos objetos decorativos son muy diversos y no siempre es fácil establecer una separación nítida con las piezas del llamado arte mueble, que también se transportaban a veces colgando. Podríamos establecer la diferencia teórica de que los adornos pertenecían a los individuos y el arte mueble a la colectividad, pero muchas de las famosas Venus paleolíticas, las estatuillas de mujeres abundantes en carnes que son tan características del periodo gravetiense, probablemente iban suspendidas del cuello de los cromañones. Hace entre 28 000 y 20 000 años en un extensísimo territorio que iba desde los Pirineos hasta Siberia se podían ver seres humanos con esas Venus (que, curiosamente, faltan en la Península). La propias Venus muestran esculpidos ornamentos del tipo de collares, brazaletes, tocados, etc.

Las gentes del periodo magdaleniense decoraban también profusamente los objetos utilitarios, como los propulsores o los llamados «bastones de mando», que tenían un agujero y servían para enderezar las puntas de las azagayas. Estas puntas se fabricaban a partir de tiras extraídas de astas de cérvido o de huesos que tenían una curvatura natural que había que corregir, como se ha visto en poblaciones modernas. Kaj Birket-Smith, el estudioso de los Inuit (esquimales), nos cuenta a este respecto: «Para los tratadistas de la prehistoria es de considerable interés saber que las puntas de hueso se elaboraban reblandeciendo primero esta materia en agua caliente y enderezándola luego y dándole forma conveniente por medio de un utensilio hecho de un trozo de cuerno de reno provisto de uno o varios agujeros.» Es seguro que los propulsores y los «bastones de mando» más ornamentales fueron sobre todo objetos de prestigio, con significado simbólico para todo el grupo o tal vez propiedad exclusiva de algunos individuos de elevada posición social. En ese último caso formarían parte también de la «imagen» de una persona en particular.

Muchas veces los objetos de adorno eran restos animales, como caninos de zorro o de ciervo, incisivos de bovino o de cérvido, o conchas de moluscos, que a veces se encuentran en yacimientos muy alejados del mar. Los enterramientos de la Liguria italiana se caracterizan por la abundancia de conchas, y en el propio nivel auriñaciense antiguo del yacimiento de l’Arbreda se han rescatado ocho, una de las cuales tenía dos orificios para ser colgada. Por cierto, que contra lo que suele verse en las películas, no eran los grandes caninos de los fieros osos, leones o leopardos, ni siquiera los de los lobos, los que más adornaban a los cromañones europeos; al norte de los Pirineos, los caninos más populares eran los modestísimos del zorro polar (más pequeños aún que los del zorro común), perforados en la raíz para ser ensartados. También los neandertales chatelperronienses de la Gruta del Reno y de Quinçay los llevaban. Parece que veían en esta especie de color de pelo variable (es blanco en invierno y marrón-gris en verano) algo que la hacía especial y le confería un gran valor simbólico que se nos escapa, porque el zorro polar no tiene valor comestible ni un aspecto terrible, aunque tal vez se utilizasen sus pieles.

Pero a veces se trabajaba mucho más en el adorno corporal, como en el caso de las cuentas, que podían ser de hueso, marfil, asta de ciervo, o piedra blanda. Las cuentas, al ser tan pequeñas y numerosas, suponen la máxima inversión de tiempo. También se fabricaban en los mismos materiales diversos tipos de colgantes, tallados y decorados muy artísticamente en ocasiones. Hay un enterramiento triple en Sungir, Rusia, de hace 28 000 años, que se lleva en esto la palma. Los muertos son un adulto de unos 60 años y dos adolescentes, chico y chica. El número de objetos de adorno que portaban encima es apabullante, y supone muchísimas horas de trabajo, que se cuentan por miles. El ornamento de estos habitantes de la estepa era mucho más laborioso que el de los habitantes de la Liguria, que disponían de cuantas conchas pudieran necesitar y nada más tenían que ensartarlas. Sólo de cuentas de marfil de mamut cosidas al traje y gorro de piel, el adulto de Sungir tenía 3000, el chico 5000 y la chica aún algunas más. Además, el chico portaba un cinturón con 250 caninos de zorro polar, y había muchos otros objetos, como brazaletes, colgantes, azagayas, bastones de mando, etc., asociados a los tres cuerpos, que harían la lista interminable.

La función de los elementos de adorno no era, sólo, la puramente estética, o decorativa, sino que transmitían una información muy importante, por vía visual, sobre sus portadores; exactamente como hoy en día, lo que cubre el cuerpo expresaba entonces filiación, es decir, pertenencia a un grupo, estatus, posición social, y condición: soltero/a, casado/a, viudo/a. El cerebro humano tiene una capacidad limitada para identificar y recordar personas. Aunque se dice que Napoleón conocía uno por uno a los veteranos de su ejército, no por eso los soldados dejaban de llevar uniforme (todos vestidos iguales) y las insignias de su unidad y de su grado, más las medallas y otros distintivos individuales. La identidad social, la condición y la posición jerárquica dentro del grupo se hacen patentes y obvias por medio de claves simbólicas visuales, o sea, por la apariencia. Pese a ser la única especie que posee lenguaje oral como medio de comunicarse, somos también, sorprendentemente, la especie que más información transmite por vía visual gracias al arreglo personal. Paradójicamente, nosotros, miembros de la especie habladora, no necesitamos abrir la boca para saber ante quién estamos. La paradoja es, de todas formas, sólo aparente, porque las claves simbólicas se acuerdan y se transmiten por medio de la palabra: en realidad son códigos que hay que descifrar, otra forma de lenguaje.

Y no se trata tanto de asociar nombres y caras como de relacionarse socialmente, establecer vínculos interpersonales de camaradería y formar un grupo cohesionado con objetivos comunes. Ahí sí que estamos realmente limitados por la biología, quizás a colectivos de como máximo unas 150 personas, algunas más, algunas menos, según se ha comentado ya. Aunque las religiones predican el amor universal, realmente no podemos querer con la misma intensidad al amigo (al próximo) que al desconocido. El aspecto personal, lo que se llama la imagen, cumple la función de aumentar hasta el infinito el tamaño de nuestros grupos sociales, que pasan a incluir a personas que no conocemos personalmente, pero que re-conocemos a partir de la forma de arreglarse. El individuo transfiere su identidad a los objetos de adorno, que a su vez son in-corporados (integrados en nuestro cuerpo), al mismo tiempo que la expresión corporal se potencia a través de ellos. Como dice Yvette Taborin, el adorno amplifica el cuerpo.

Es así como cada grupo perfila a lo largo del tiempo sus señas de identidad por medio de objetos de valor simbólico. En nuestros días hay formas distintas de vestir según sea la ideología política de cada uno, o el grupo, la «tribu» con la que nos guste identificarnos y deseemos que los demás nos identifiquen. Pero la clave simbólica sólo puede ser descifrada por los miembros de la propia sociedad, porque se trata, como ocurre con las palabras, de signos arbitrarios, convenciones, acuerdos tácitos compartidos por la comunidad. Hasta hace muy poco era socialmente obligatorio que las viudas y los viudos indicaran su condición a través del color negro, pero no siempre ha sido así. Isabel la Católica dispuso, por decreto, que se utilizaran ropas de color negro para expresar el luto, simplemente con el fin de evitar el despilfarro económico que suponían las caras telas blancas que se estilaban antes. Los diferentes clanes escoceses se distinguían entre sí por el color de la planta que llevaban en el gorro (y no, como suele pensarse, por los colores del estampado o «tartan»); por ejemplo, el brezo rojo y el brezo blanco podían corresponder a clanes diferentes. Y no hace falta, por obvio, insistir en cómo se expresan sentimientos nacionales o de adhesión a equipos deportivos, o ambas cosas juntas, por medio de colores.

La etnicidad

Lo propio de nuestra especie no sólo es la explosión de símbolos de todos los tipos imaginables, que literalmente nos rodean por completo, sino también su función socializante e integradora. Todos los símbolos son, por definición, patrimonio exclusivo de la comunidad que los ha creado y que los entiende. Como a través del lenguaje el grupo inculca la consciencia en los individuos, puede hablarse, sin exagerar mucho, de una consciencia supraindividual, que está por encima de los individuos. En los casos, la gran mayoría, en los que la selección natural trabaja al nivel de individuos, éstos compiten entre sí en función de sus características individuales. Los afortunados viven y se reproducen más, transmitiendo esas características a sus descendientes. Como la evolución humana es una historia de competencia y selección entre grupos, gana (o sea, se perpetúa) el grupo más eficaz; es el grupo, y no el individuo, lo que cuenta al final. Todo lo que de solidario tenían los cromañones con los miembros de su propio grupo, lo tenían de despiadado con los demás.

Los neandertales no usaron apenas de ornamentos personales, que sólo se han encontrado en dos yacimientos chatelperronienses, el de la Cueva del Reno y el de Quinçay. Además se han identificado conchas perforadas en un par de yacimientos con industria uluzziense, una especie de equivalente italiano del Chatelperroniense, y también producto, supuestamente, de los neandertales. Los niveles musterienses, en cambio, no han proporcionado nunca ornamentos, ni los anteriores a la llegada de los auriñacienses, ni tampoco los posteriores. Los neandertales que vivían al sur del Ebro, por ejemplo, jamás los incorporaron, y se extinguieron sin haberlos usado. Lo discutido más arriba sobre el origen de la industria chatelperroniense vale igualmente para los ornamentos asociados. Aunque Francesco d’Errico, João Zilhão y otros arqueólogos creen que los adornos de la Cueva del Reno son tan antiguos como los primeros encontrados en niveles auriñacienses, si no más, Randall White e Ivette Taborin, reconocidos especialistas en la materia, así como otros muchos autores, creen que los objetos de adorno personal de Kostenki 17 (Rusia) y Bacho Kiro (Bulgaria) les preceden en varios miles de años. La hipótesis que goza hoy de más prestigio es la de que los cromañones inventaron los adornos y los neandertales los imitaron en algún que otro lugar, del mismo modo que copiaron las técnicas de talla.

De este último planteamiento, que considero el más acertado, pueden deducirse dos consecuencias diametralmente opuestas. Una es la de que los neandertales no eran capaces de captar el simbolismo que se ocultaba detrás de los objetos de adorno, y por lo tanto de descifrar su mensaje, por la sencilla razón de que se trataba de una forma de lenguaje visual, y ellos (como hoy los chimpancés) no tenían capacidad de lenguaje, ni de tipo oral ni de tipo visual. Su cerebro se había desarrollado mucho para favorecer la inteligencia «natural», una especie de «intuición instintiva», pero no llegaba hasta el nivel de abstracción y producción de símbolos. Copiaron los adornos de los cromañones, pero sin entenderlos. La opción contraria es la de que los neandertales sí tenían capacidades plenamente modernas para el lenguaje y el uso de objetos de tipo simbólico, pero no llegaron a desarrollarlas tanto como nosotros porque se extinguieron antes.

En mi opinión, y no me mueve ánimo conciliador alguno, la hipótesis más acertada está a mitad de camino (o dicho de otro modo, las dos anteriores están en parte equivocadas). Los neandertales tenían capacidad técnica para fabricar útiles de piedra y hueso al modo de los cromañones, y la prueba es que lo hicieron. También, creo yo, poseían lenguaje y tenían rituales funerarios. Es decir, eran humanos, no en el sentido meramente taxonómico de pertenecer a nuestro mismo grupo evolutivo y compartir muchos genes con nosotros, sino en el más espiritual de las creencias y los sentimientos, es decir, en el de la mente. La condición humana, la nuestra, no surgió de la nada, sin ningún precedente, sino que fue posible porque se habían dado muchos pasos antes en la misma dirección. Sin embargo, los neandertales no desarrollaron nuestra especialización extrema en la producción y manejo de símbolos, no alcanzaron nuestra desbordante creatividad, jamás su fantasía voló tan lejos. Eran más realistas, si se quiere, lo que no los hace inferiores.

Una gran duda que preocupa a los partidarios de que la condición propiamente humana (con el lenguaje y otras formas asociadas de simbolismo, como el arte) nació con nuestra especie, es decir, hace de 200 000 a 150 000 años, es la de por qué los humanos modernos tardaron tanto tiempo en salir de África y eliminar a las demás formas humanas (o mejor, no propiamente humanas). Más aún, después de asomarse por Palestina hace 100 000 años, ¿cómo es que volvieron sobre sus pasos y dejaron el Oriente Medio libre a los neandertales? Una respuesta que se da a veces es que aunque anatómicamente, o por lo menos en el esqueleto, los protocromañones eran modernos, todavía les quedaban unas conexiones por establecer entre algunos circuitos de neuronas, antes de decir ¡ajá! y convertirse en cromañones.

Yo no lo veo así. Ya he dicho antes que pienso que la reducción de la robustez del cuerpo tiene mucho que ver con la aparición de la capacidad para producir nuestro característico lenguaje articulado, y que los humanos modernos lo fueron en todo desde el principio. Mi respuesta a la pregunta de por qué no eliminaron a los neandertales en un santiamén es que éstos también eran humanos, y muy inteligentes, por cierto. De hecho, es posible que los humanos modernos llegaran hasta Australia hace 60 000 años, mucho antes de que pusieran los pies en Europa. En el camino quizás se encontraron a los últimos Homo erectus, como los hombres de Ngandong en Java, pero posiblemente no les dieron tanto trabajo como los neandertales. Y es que nuestra hipertrofia en el manejo de símbolos y en el lenguaje articulado es útil para contar historias, pero no necesariamente tenía que otorgarnos una ventaja decisiva sobre otros humanos, los neandertales, que eran muy fuertes y estaban mejor adaptados a los medios y climas europeos.

De ahí que el pulso entre neandertales y cromañones durara tantos miles de años, y es posible que la ventaja definitiva se la concedieran a nuestros antepasados tan sólo dos factores. En primer lugar, inventaron una nueva forma de fabricar utensilios (el Auriñaciense) y la desarrollaron y perfeccionaron más y más. Su entrada en Europa se produce ya con esa nueva tecnología, que les dio una cierta superioridad de la que antes carecían. Los neandertales fueron capaces de adoptarla allí donde sus densidades de población eran altas y donde, aunque rodeados por cromañones, fueron capaces de mantenerse algún tiempo, pero la ventaja inicial que les permitió llegar hasta el norte de España de forma muy rápida se la dio a los cromañones el Auriñaciense.

El segundo factor fue paradójicamente el clima. Aunque hace 40 000 años no se había llegado todavía al paroxismo glaciar, el clima era frío en la Europa del centro y del norte, y los renos y los mamuts vagaban en grandes manadas por una estepa interminable. Los cromañones no estaban mejor adaptados biológicamente al frío, sino todo lo contrario, pero sus sistemas de símbolos les permitieron pegarse como una piel al terreno y formar alianzas entre grupos separados por grandes distancias. Lo que les unía entre sí, con sus antepasados y con la naturaleza, eran sus viejos mitos, que no son otra cosa que colecciones de historias. Y contar historias era su especialidad. Cuanto más adversas eran las condiciones ambientales, y menor y más dispersa la población humana, mayor era su ventaja. Finalmente, también el estable mundo mediterráneo se vio afectado por el deterioro climático y desapareció el bosque para dar lugar a la estepa. Y por la estepa llegaron las grandes manadas de caballos, y detrás de ellos, los cazadores de caballos: nuestros antepasados los contadores de historias.

Una forma sencilla de conocer cómo el clima adverso fue vencido por los diferentes tipos de humanos es asomarse por un momento a la inmensa llanura de Europa oriental, que se extiende, interminable, desde los Cárpatos, al oeste, hasta los Urales, al este, y desde el océano Glacial Ártico, al norte, hasta el mar Negro, el mar Caspio y la muralla del Cáucaso que va de uno a otro, cerrando por el sur la baja planicie esteuropea. No hay en toda ella grandes elevaciones, y el clima va siendo cada vez más extremo conforme se asciende en latitud. En el centro de la Gran Llanura, a 50° N, la media del mes de enero es, en el actual periodo cálido en que nos encontramos, de 10° C bajo cero. Un lugar sin duda inhóspito para pasar la noche al raso.

Los primeros seres humanos que osaron adentrarse en la Gran Llanura Oriental fueron los neandertales, y lo hicieron hace poco más o menos 120 000 años, en el periodo interglaciar que precedió a la última glaciación. Los neandertales llegaron entonces más arriba del paralelo 50° N, según lo muestran los yacimientos de Rikhta, Zhitomir y Khotylevo I (¡a 52° N!): no cabe duda de que eran capaces de adaptarse a situaciones muy extremas, y es difícil negarles aptitudes extraordinarias para la organización y la planificación. ¿Se puede concebir en semejantes circunstancias una existencia humana sin ellas?

Sin embargo, los neandertales se vieron obligados a retirarse al borde sur de la planicie esteuropea cuando llegó la última glaciación, refugiándose en la Península de Crimea y en las laderas septentrionales del Cáucaso, de donde probablemente desaparecieron los últimos neandertales al mismo tiempo que sus congéneres ibéricos, entre hace 30 000 años y hace 25 000 años. Quienes sí que ganaron entonces la Gran Llanura Oriental fueron los cromañones, que llegaron hace entre 35 000 y 40 000 años hasta Kostenki 17 (a 50° N). La razón de que triunfaran donde los neandertales no pudieron hacerlo, a causa del frío, radica, en parte, en su superior tecnología. Hace 30 000 años en el yacimiento 14 de Kostenki hay abundancia de punzones y agujas de hueso, con los que aquellos humanos mejoraron las prestaciones de las pieles con las que se abrigaban. Ya había entonces verdaderos sastres y sus trajes no palidecerían quizás frente a los de los modernos Inuit.

Y más tarde, cuando el último y feroz máximo glacial se acercaba, los humanos de tipo moderno de la Gran Llanura Oriental aprendieron a fabricar cabañas revestidas de pieles y con huesos de mamut como armazón, a mantener hogares siempre encendidos dentro de ellas y, a falta de otro combustible que procurarse en la inhóspita llanura, a utilizar los propios huesos de los mamuts para calentarse. Cuando finalmente, a partir de hace 25 000 años, el frío glaciar alcanzó su punto álgido, los humanos estaban preparados para sobrevivir en semejantes condiciones. La media del mes de enero de hace 20 000 años debía de ser increíblemente baja, y la desolación del paisaje aterradora.

Pero además de la tecnología, que nos ha llegado en forma de utensilios, estructuras de cabaña y hogares, mucho tuvieron sin duda que influir en la supervivencia humana en la Gran Llanura Oriental otros objetos no menos importantes, aunque de apariencia humilde, que también se han encontrado, según vimos, en Kostenki 17: los adornos personales. Ellos nos indican que sus orgullosos portadores habían entrado en una nueva dimensión social que marcaría para siempre el destino humano: la pertenencia a un grupo que va más allá de lo puramente biológico y que se organiza en torno a símbolos compartidos. Lo que caracteriza esta nueva era, la nuestra, es la etnicidad.

El Homo sapiens, una vez desembarazado de las otras especies, creció y se multiplicó con la aparición de nuevas generaciones de tecnologías cada vez más eficaces, y más mortíferas también. Mientras que las industrias de piedra del Paleolítico Inferior (Olduvayense, Achelense), e incluso las del Paleolítico Medio (Musteriense, etc.) muestran una gran monotonía a todo lo largo de su inmensa área de distribución geográfica, las del Paleolítico Superior no sólo son más variadas en cuanto a tipos de instrumentos, sino también en diversidad regional.

Jean-Pierre Bocquet-Apppel ha apuntado un factor demográfico para explicar este hecho. Como los neandertales y las poblaciones de otras especies humanas «arcaicas» tenían densidades de población muy bajas, sus grupos necesitaban intercambiar individuos para no extinguirse, formando así una malla demográfica muy floja, pero extensísima. Sin embargo, a partir de la explosión demográfica del Paleolítico Superior, los humanos modernos llegaron a formar grupos cada vez mayores, que, como coágulos de población, se hicieron reproductivamente viables y autosuficientes, y al mismo tiempo biológica y culturalmente cerrados.

Los helenos de la segunda guerra médica se veían a sí mismos como miembros de una misma comunidad porque pertenecían a una misma sangre y a una misma lengua, compartían los santuarios y los ritos y tenían hábitos de vida semejantes. Símbolos y más símbolos. Las historias y los mitos compartidos que tan útiles les fueron a los hombres de Cro-Magnon cuando las bandas eran pequeñas y dispersas, se volvieron barreras infranqueables cuando las poblaciones se hicieron más grandes y los grupos se dieron la espalda unos a otros.

Como resultado final de nuestra historia evolutiva conviven en cada uno de nosotros dos identidades, la individual y la colectiva. Negar la existencia de cualquiera de las dos naturalezas humanas es cerrar los ojos a la realidad. Mientras que la identidad individual nos empuja al egoísmo y a la insolidaridad, la colectiva nos puede llevar al abismo, porque nos hace fácilmente manipulables. Sólo en este siglo que ahora termina, el más sangriento de la historia humana, han muerto decenas de millones de personas en conflictos entre grupos que se agrupaban en torno de símbolos enfrentados, al mismo tiempo que toda desviación de la unanimidad del grupo, cualquier alejamiento de la necesaria homogeneidad social, ha sido sañudamente perseguido como una amenaza intolerable para la colectividad. ¿Será posible que algún día el ser humano pueda superar su permanente contradicción entre el individuo y el grupo? ¿Nos habrá conducido la evolución hacia un callejón sin salida? La respuesta, amigo lector, está en el viento.