3
En mis sueños, caigo una y otra vez de la azotea del edificio y me precipito interminablemente hacia el suelo. Damien extiende una mano con una expresión frenética mientras intenta agarrarme, pero es inútil. Está atrapado por encima de mí, y yo me desplomo en la tierra fría y dura, y acabo destrozada en mil pedazos. Luego rezo para que venga y me recomponga de nuevo, pero sé que no lo hará. Que no puede hacerlo. Porque ha sido él quien me ha empujado desde el borde de la azotea.
Me despierto gritando; estoy agarrada a Damien, aferrando su cuerpo con los brazos. Ni siquiera el palpitar tranquilo de su corazón y sus palabras suaves me tranquilizan, porque ya no soy capaz de distinguir dónde termina la pesadilla y dónde comienza la realidad.
Solo quiero que todo esto se acabe, pero cuando salimos del vestíbulo del Kempinski dos horas después, cuando empiezan a destellar las cámaras y los periodistas aúllan sus preguntas sobre el juicio que comienza hoy, me arrepiento de ese deseo. Temo que cuando esto termine llegue mi propia destrucción. Así que ahora ansío que toda esta estupidez previa al juicio siga y siga. Y quiero permanecer acurrucada en la seguridad del hotel si con eso logro eludir la dura realidad.
Desde el momento en que nos conocimos tuve la sensación de que una burbuja mágica nos rodeaba, pero el mundo real no tardó en penetrar en ella. Primero mi madre voló hasta Los Ángeles para precipitarse como una tormenta y destrozar la frágil vida que por fin había comenzado a organizar. Luego vinieron los paparazzi, que, tras enterarse de que había posado desnuda por un millón de dólares, casi consiguieron hundirme. Y ahora este juicio, que amenaza con destruir por completo todo lo que Damien y yo hemos construido juntos.
No tengo ninguna intención de abandonar a Damien, y creo que él tampoco a mí, pero no consigo sacudirme el miedo de que, pese a nuestros propósitos, el destino nos reserve otros planes. Puede que Damien sea la persona más fuerte que conozco, pero ¿será capaz de enfrentarse a todo el mundo?
El trayecto es demasiado corto, y no tardamos en llegar al Centro de Justicia Criminal, que alberga el tribunal del distrito de Munich, donde va a celebrarse el juicio de Damien. Es un edificio moderno y cuadrangular, construido en piedra blanca y cristal. Me recuerda al juzgado federal de Los Ángeles y al Dorothy Chandler Pavilion. Si tenemos en cuenta el espectáculo que está a punto de comenzar, supongo que resulta muy apropiado.
Últimamente he venido varias veces a este lugar para asistir a las reuniones con los abogados, pero en ninguna ocasión he temblado como hoy. No paro de estremecerme, con un temblor que me llega hasta los huesos, como si tuviera mucho frío. Como si nunca más fuera a entrar en calor.
Respiro hondo y me inclino hacia la portezuela del coche, que el chófer ya ha abierto. Damien me detiene poniendo una mano sobre la mía.
—Espera —me dice en voz baja.
Se quita la chaqueta y me la coloca sobre los hombros.
Cierro los ojos, pero solo un momento. El suficiente para maldecirme. Damien no debería estar ocupándose de mí. Debería ser yo quien le estuviera apoyando. Me vuelvo y me inclino sobre él para darle un rápido pero intenso beso en los labios.
—Te quiero —le susurro, y espero que esas sencillas palabras expresen lo que quiero decirle.
Me mira fijamente a los ojos.
—Lo sé. Anda, ponte la chaqueta.
Asiento y entiendo el mensaje implícito: no importa lo que pase, nunca dejará de cuidarme. No puedo discutir con él sobre eso. Después de todo, yo siento lo mismo.
Salgo del coche y me yergo con la sonrisa de la Nikki pública tallada en la cara; nos rodean docenas de periodistas de toda Europa y Estados Unidos, incluso de Asia. Tengo la suficiente experiencia ocultando mis emociones para saber que muestro un aspecto confiado y tranquilo. No me siento así. Estoy aterrorizada, y por el modo en el que Damien me agarra la mano, sé que él es consciente de ello. Ojalá fuera más fuerte, pero es imposible, y no tengo más remedio que aceptarlo. Hasta que esto no acabe, de un modo u otro, voy a caminar sobre el filo de la navaja. Espero que al final me desplome entre los brazos de Damien y no me precipite sola hacia el abismo como en el sueño.
—Herr Stark! Fräulein Fairchild! Nikki! Damien!
Las voces nos rodean, en alemán, en inglés, en francés. También en otros idiomas, pero no los reconozco.
La prensa nos ha acosado desde que llegamos a Munich. Y no solo por el juicio. La prensa amarilla está igual de ansiosa por analizar la vida amorosa de Damien. Gracias a Dios, no están todos los días hablando del retrato por el que Damien me pagó. Pero han rebuscado en sus archivos y no dejan de publicar fotografías de Damien con una serie interminable de mujeres. Modelos de pasarela. Actrices. Herederas. Damien me contó que había follado con muchas mujeres, pero que no hubo ninguna especial. Para él, solo existo yo.
Le creo, pero aun así no me gusta nada ver todas esas fotografías en los quioscos, en la televisión y en internet.
Sin embargo, ahora mismo me contentaría con que a la prensa solo le interesara saber con quién se acuesta Damien. Pero hoy no se centran en eso. Hoy buscan sangre, y les han servido un asesinato en bandeja.
Hasta que cruzamos el umbral y entramos en el edificio no me doy cuenta de que se me ha olvidado respirar. Miro a Damien y logro sonreír débilmente. Menea la cabeza.
—Ojalá te hubiera dejado en el hotel.
—Prefiero morir a no estar a tu lado.
Por desgracia, me parece que hoy eso acabará conmigo.
Los pasillos están abarrotados de abogados y personal administrativo. Todos caminan con aire eficiente hacia dondequiera que se dirijan. Apenas me doy cuenta de que pasan a mi lado. De hecho, apenas me doy cuenta de nada, y me sorprendo un poco cuando un guardia de seguridad me entrega mi propio bolso; entonces me percato de que acabo de pasar un arco de seguridad.
Un individuo en la cincuentena de aspecto impecable y cabello entrecano se dirige apresuradamente hacia nosotros. Es Charles Maynard, el abogado que representa a Damien desde que este apareció en los campeonatos de tenis como un prodigio de nueve años. Le estrecha la mano a Damien mientras me mira.
—Hola, Nikki. Mi equipo se sentará en la fila de detrás de la bancada de los testigos. Por supuesto, puedes sentarte ahí si quieres.
Asiento con la cabeza en un gesto de agradecimiento. Si no puedo estar junto a Damien, al menos me sentaré cerca de él.
—Debemos hablar antes de que esto empiece —sigue diciendo, pero esta vez se dirige a Damien. Me mira de nuevo—. ¿Te importa dejarnos a solas?
Tengo ganas de protestar a voz en grito, pero me limito a asentir de nuevo. No digo nada, porque temo que me tiemble la voz y revele mi nerviosismo. Damien me aprieta la mano.
—Entra. Te veo enseguida.
Hago otro gesto de asentimiento, pero no me muevo. Me quedo inmóvil en medio del pasillo mientras Maynard avanza unos metros con Damien y luego cruza la puerta de una pequeña sala de conferencias que le han asignado a él y a su equipo para que la usen durante el juicio. Permanezco un momento más en el pasillo; no tengo ganas de cruzar las pesadas puertas de madera que dan a la sala del tribunal. Quizá, si no entro, el juicio no empezará nunca.
Sigo allí de pie, recriminándome por mis tonterías, cuando me parece oír que pronuncian mi nombre a mi espalda, apagado por el bullicio que llena el amplio y resonante pasillo. Al principio creo que es uno de los periodistas que intenta llamar mi atención, pero la voz me resulta familiar. Frunzo el entrecejo, porque no puede ser…
Ollie.
Me doy la vuelta y lo veo. Orlando McKee, el chico con el que crecí y que ha sido uno de mis mejores amigos desde entonces. El hombre que siempre me dice que Damien es un peligro para mí.
El hombre que Damien cree que está enamorado de mí.
En el pasado habría corrido hacia él y le habría abrazado para después contarle sin apenas respirar todos mis miedos. Ahora ni siquiera estoy segura de lo que siento al verle.
Me quedo paralizada mientras él camina apresuradamente hacia mí. Llega casi sin aliento y me tiende la mano. La baja lentamente cuando presiente que no voy a estrechársela.
—No sabía que iba a encontrarte aquí —comento sin mostrar emoción alguna.
—Intenté llamarte esta mañana al Kempinski, pero ya te habías marchado.
—Tengo un móvil —le replico.
Asiente.
—Lo sé. Debería haberte llamado. Lo decidí a última hora. Maynard se enteró de que había ido a clase con uno de los ayudantes del equipo del fiscal, y me dijo que viniera.
—¿En la facultad de Derecho?
No se me ocurre ninguna razón por la que un fiscal alemán iría a una facultad de Derecho estadounidense.
Ollie niega con la cabeza.
—En el instituto. El mundo es un pañuelo, ¿verdad?
—¿Damien sabe que estás aquí?
Le hablo con voz fría y seca, y estoy segura de que Ollie sabe por qué. Si Damien hubiera escogido a las personas que formarían su equipo legal, seguro que Ollie no estaría incluido.
Ollie tiene la cortesía de parecer avergonzado.
—No —contesta mientras se pasa una mano por el cabello. Se ha peinado hacia atrás el pelo rizado que normalmente lleva descuidado, y ahora unos cuantos mechones le caen sobre el rostro y las gafas tipo Lennon—. ¿Qué se supone que debo decirle a Maynard? ¿Que Stark no quiere verme? Si le digo eso, tendré que contarle por qué. Y si Stark no le ha contado a Maynard que te revelé información privilegiada abusando de la confianza entre cliente y abogado, no veo por qué habría de contárselo yo.
—Se te podría haber ocurrido algo.
Asiente de nuevo, esta vez con más lentitud.
—Quizá. Pero he trabajado en la defensa de Stark desde Los Ángeles. Ha sido un trabajo que me ha absorbido por completo durante tres semanas. No estoy aquí solo por conocer a alguien, también estoy aquí porque conozco las leyes. Nikki, puedo ser muy útil, y sabes tan bien como yo que Damien necesita toda la ayuda que pueda conseguir.
Me muerdo la lengua para no preguntarle a qué se refiere. Maynard sabe que Damien sufrió abusos cuando era un niño, de eso estoy segura. Pero creo que nadie más de su equipo lo sabe. ¿Acaso Ollie sí? La posibilidad me inquieta, porque sé lo mucho que Damien quiere esconder esa parte de su vida, pero no puedo preguntarle sobre ella a Ollie sin revelarla. Aunque si Ollie no asiste a la reunión que están celebrando ahora mismo tal vez es porque no pertenece a ese círculo privado, me digo esperanzada.
—¿Vas a sentarte a la mesa de los abogados? —le pregunto, y me siento aliviada cuando niega con la cabeza.
—Pensaba sentarme contigo. Si no te importa.
—No me importa.
Puede que las cosas hayan cambiado mucho entre Ollie y yo, pero ha estado a mi lado en todas las crisis que he sufrido en la vida, y me parece justo que también esté ahora.
Me sonríe con dulzura y me pone una mano en el hombro, pero su mirada es intensa.
—¿Estás bien? Me refiero a que no… Ya sabes.
—Ya no… —le respondo, pero aparto la mirada—. Estoy bien.
Respiro hondo y contengo las ganas de llorar. Lamento haber perdido la confianza que me permitía contarle todo a Ollie; cómo todos los días me levanto esperando tener que reprimir el impulso de cortarme, y por la noche vuelvo a la cama junto a Damien sorprendida al advertir que no he tenido que combatir esa compulsión. No estoy «curada». Sé que nunca lo estaré. Siempre ansiaré el dolor para mantenerme centrada. Siempre me sorprenderá superar una crisis sin haberme hecho ningún corte. Pero ahora tengo a Damien, y es a él a quien ansío. Damien es mi válvula de escape, y ya no necesito un cuchillo para infligirme daño. Damien me mantiene centrada y a salvo.
Y sé que eso es otra de las razones por las que temo perderle.
—¿Nikki?
—De verdad —insisto mirándole a la cara—. Ni cuchillos ni cuchillas. Damien me cuida.
Lo veo torcer el gesto, y por un instante me arrepiento de mis palabras. Pero es una debilidad momentánea. Ollie se ha portado muy mal con Damien y conmigo, y aunque siempre le querré no pienso perdonar ni olvidar eso con facilidad.
—Me alegro —me responde con voz formal—. Todo te irá bien, Nikki. No importa lo que pase, vas a salir bien de esta.
Asiento con la cabeza, pero no se me escapa el sentido de sus palabras: a mí todo me irá bien, pero a Damien no. Me invade un arrebato de rabia teñido de tristeza porque me doy cuenta de que Ollie ya no es consciente de lo que necesito. Si realmente lo fuera, sabría que nada me irá bien sin Damien. Nunca más.
Estamos hablando en el pasillo a pocos pasos de la doble puerta de madera que da a la sala del tribunal. Ollie camina hacia ella y me la abre para que pase. Dudo un instante, y miro hacia la puerta por la que han entrado Damien y Maynard, pero todavía siguen en la sala de reuniones. Respiro hondo para reunir valor y me fuerzo a caminar. Al fin paso por delante de Ollie y entro en el tribunal donde está a punto de decidirse el resto de mi vida.
Aunque la tribuna está abarrotada de periodistas ansiosos de contemplar el espectáculo que constituye un juicio a Damien Stark, la zona principal está vacía a excepción de un individuo uniformado en posición de firmes que, presumiblemente, acompañará a los tres jueces profesionales y a los dos jueces legos que formarán el jurado popular en el proceso.
A diferencia de una sala de tribunal de Estados Unidos, no existe un estrado que separe a los asistentes del propio espacio del tribunal. Ollie y yo caminamos por el pasillo central hacia la fila de asientos situada detrás de la bancada de los testigos. El volumen de ruido en el lugar aumenta mientras los asistentes susurran entre ellos y se remueven en sus asientos para poder vernos mejor. Aunque apenas hablo alemán, capto mi nombre y el de Damien entre el bullicio general. Me concentro en seguir caminando para no volverme y soltarle una bofetada al periodista que tengo más cerca, y para no gritarles a todos que esto no es un espectáculo, que se trata de la vida de una persona. Que se trata de mi vida. De nuestra vida en común.
Todavía estoy de espaldas a la multitud cuando el bullicio de la sala aumenta aún más. Me giro a sabiendas de lo que voy a ver, y no me equivoco: las puertas se han abierto y Damien está en el umbral. Le acompañan Maynard y herr Vogel, su consejero legal alemán, pero a mis ojos no son más que dos figuras borrosas. Solo veo a Damien, solo quiero a Damien, y es Damien quien se dirige hacia mí con paso enérgico y confiado y hace que me tiemblen las rodillas.
No hay cámaras en la sala, así que cuando me abraza y me besa sé que este momento no quedará grabado en imágenes. Aunque tampoco me importaría. Le rodeo el cuello con los brazos y me agarro a él mientras me esfuerzo en contener las lágrimas. Luego me obligo a soltarle, porque no puedo seguir aferrada a él siempre.
Damien retrocede un paso, y mirándome con expresión ardiente me acaricia suavemente los labios con el pulgar.
—Te quiero —le susurro.
Las palabras quedan reflejadas en sus ojos de dos colores, pero su sonrisa es triste.
Aparta la mirada, y advierto que está mirando por encima de mi hombro a Ollie. Su rostro es indescifrable. Tras unos instantes, saluda con un gesto de la cabeza a mi amigo de la infancia y vuelve a mirarme. Me aprieta la mano y luego se sienta a la mesa de la defensa, al lado de sus abogados, que ya le esperan mientras abren los maletines y sacan los documentos, los expedientes y el resto del material que utilizarán en el juicio.
Me desplomo en mi asiento, de repente agotada. Ollie se sienta a mi lado. No me dice nada, pero capto la pregunta muda, y me giro hacia él con una leve sonrisa.
—Estoy bien —le digo, y él asiente con la cabeza.
Los jueces no tardan en entrar en la sala, y comienza el juicio.
Después de que el juez principal repase los asuntos preliminares, el fiscal se pone en pie. Empieza a hablar y, aunque no sé alemán, imagino lo que está diciendo. Describe a Damien como un deportista joven, competitivo, con hambre de triunfo. Pero es más que un simple deportista, porque desde muy joven le ha movido la ambición. Siempre ha tenido buena cabeza para los negocios y pasión por la ciencia.
Pero le faltaba dinero.
Contaba con el dinero de los premios, claro, pero ¿era suficiente para un joven que soñaba con crear un imperio? ¿Y acaso no había creado un imperio? ¿No era Damien Stark uno de los hombres más ricos del mundo?
¿Y cómo lo había conseguido? ¿Cómo había ganado su primer millón?
¿Patentó algún invento en su juventud, mientras todavía competía en los torneos de tenis? ¿Convenció a su padre, que tenía el control de sus finanzas mientras era menor, para que invirtiera sus ganancias deportivas?
¿O más bien heredó su primer millón del entrenador que le había formado, que le había apoyado, que le había protegido?
¿Y cómo devolvió Damien ese afecto y esas atenciones? Vio la posibilidad de conseguir dinero… y mató a Merle Richter. Así que ese primer millón procedía de un asesinato, declara el fiscal. Un dinero ensangrentado por el que según el pueblo alemán Damien debía pagar con la cárcel.
Esos hechos son los que cuentan, y si Damien se niega a testificar, temo que se considerarán verdaderos.
Tengo la impresión de que el fiscal no va a dejar de hablar nunca. Observo los rostros de los jueces. No parecen muy comprensivos.
Cuando termina de hablar, me percato de que tengo sangre en las rodillas. No recuerdo haber sacado la pluma del bolso, pero debo haberlo hecho, porque me he clavado la punta en la piel.
—¿Nikki? —dice Ollie en voz baja pero aguda.
—Estoy bien.
Me ensalivo el dedo e intento borrar la mancha de tinta y sangre. Damien la verá, y se preocupará por mí en lugar de por él.
Veo que Maynard le susurra algo a herr Vogel mientras el juez habla. Se dice que Vogel es uno de los mejores abogados defensores de Baviera, incluso de toda Alemania. Es un individuo de aspecto elegante y experimentado, y hasta el momento me he sentido impresionada por su apariencia, pero ahora que estamos en el juicio dudo de su profesionalidad y me pongo nerviosa. Vogel reúne sus documentos mientras se prepara para hablar, y en ese momento le pasan un papel al más alto de los jueces.
Lo lee, frunce el entrecejo, y luego habla rápidamente en alemán antes de ponerse en pie. Mira con dureza al fiscal y luego a herr Vogel. Maynard se vuelve para mirar a Damien, y desde donde estoy sentada distingo las profundas arrugas de su frente y su gesto de extrañeza.
No tengo ni idea de lo que está pasando, y creo que Damien tampoco. Como si percibiera que estoy pensando en él, se gira para mirarme. «¿Qué pasa?», le pregunto moviendo los labios, pero se limita a negar con la cabeza, no porque no quiera contestarme, sino porque está confuso.
Los jueces profesionales se ponen en pie, y los legos hacen lo mismo. No parecen estar muy contentos.
El juez más alto señala a herr Vogel y al fiscal y dice algo más en alemán. Sigo sin saber qué ocurre, pero por la rapidez con que los dos le siguen a través de la pesada puerta de madera que conduce al despacho interior del tribunal, tengo claro que está pasando algo grave.
Transcurren unos minutos llenos de tensión. Maynard se inclina hacia Damien y le dice algo, pero este niega con la cabeza. El público se remueve y murmura, y sé que todas las miradas de la tribuna están concentradas en Damien. Me aferro con las dos manos al banco donde estoy sentada porque temo salir volando hacia el espacio. Aunque creo que si sigo apretando tanto acabaré hundiendo la madera con los dedos.
El tiempo carece de significado hasta que la puerta vuelve a abrirse al fin. El alguacil sale. Habla con uno de los abogados alemanes, quien a su vez se inclina hacia Maynard y le susurra algo. Intento leerle los labios, aunque por supuesto no lo consigo, pero veo que Charles se pone muy rígido, y mi cuerpo se tensa. Charles se inclina a su vez hacia Damien y le toma del codo con la mano. Habla en voz baja, pero consigo oírle.
—Quieren que vayamos al despacho.
Trago saliva mientras Damien se pone en pie, y sin pensarlo, alargo una mano hacia él. No le veo moverse. No le veo acercarse a mí. Pero durante un brevísimo instante, sus dedos se posan sobre los míos y una descarga de energía me recorre el cuerpo. Me aprieta los dedos y me mira a los ojos.
Abro la boca para hablar, pero no sé qué decir. Tengo miedo, mucho miedo, pero no quiero que Damien lo note. Él lo sabe, por supuesto, pero quiero ser fuerte. Necesito ser todo lo fuerte que él cree que soy.
Lo único que sé es que los juicios no suelen interrumpirse porque sí.
Lo único que veo es la cara ceñuda de los jueces y el control férreo de la mirada de Charles Maynard.
Lo único que sé es que apartan a Damien de mi lado.
Lo único que siento es miedo.