20
El martes por la mañana vuelvo a tener la sensación de que he recuperado el control de mi vida.
El lunes Damien y yo no nos quedamos a dormir en la oficina. Me fue a buscar, me folló y me ayudó a recomponerme de nuevo. Pero yo no quería quedarme allí a pasar la noche, así que me llevó al ático de la Stark Tower. Por el camino, llamó a Ryan y le dio instrucciones de que fuera a la casa de Malibú para verificar la seguridad y ver de paso cómo estaba Jamie.
En el ático, me preparó un baño caliente y me sirvió una copa de vino. Luego llevó más vino y queso a la cama. Después me puso películas antiguas y me hizo el amor con gran dulzura. Cuando amaneció, estaba deseando darle una segunda oportunidad al mundo.
Pero también soy muy consciente de la realidad y por eso dejo que me lleve al trabajo Edward, que no solo es el chófer de Damien, sino que también forma parte de su equipo de seguridad y le ha prometido a Damien que me acompañará en persona hasta la misma oficina.
Por eso, cuando le digo que quiero pasar primero por el Starbucks, se resiste.
—Señorita Fairchild, ese no tiene autoservicio.
—Aparca delante. Serán cinco minutos.
El cristal de separación está bajado y veo cómo frunce el ceño cuando me mira por el espejo retrovisor.
Inclino la cabeza y frunzo el ceño a mi vez.
—¿Realmente crees que hay alguien agazapado en la cafetería esperándome?
—Creo que alguien que ha ido a casa de su madre para llevarse sus fotos la está espiando y aprendiendo sus hábitos, y tiene mucha, mucha paciencia.
Como no tengo argumentos para discutírselo, le invito a acompañarme y suavizo la discusión ofreciéndole un café.
Estamos en la cola, charlando sobre El manantial, el audiolibro que está leyendo, cuando la puerta se abre y entra Monica. Saluda y se acerca.
—Esperaba poder verte hoy. Quería decirte que los ignoraras. Solo son capullos avariciosos.
Miro a Edward. No sé de qué está hablando, pero, a juzgar por la expresión de Edward, él sí.
—¿Qué? —pregunto, primero a Monica y después a Edward.
—¿No lo has visto? Pues salía en una página de cotilleos esta mañana —dice Monica—. Seguramente lo tuitearían en cuanto apareció.
—¿El qué? —repito, hablando despacio y clarito.
Edward rebusca en su maletín y saca un iPad. Pulsa un par de veces en la pantalla y me lo da.
—El señor Stark pensaba que sería mejor no molestarla con esto hoy.
—Oh, ¿en serio?
Miro la pantalla y se me revuelve el estómago. Sí, creo que hoy podría habérmelo ahorrado.
El artículo va acompañado de una foto de Jamie con un minúsculo biquini andando por la playa. La foto incluye un recuadro con la casa de Malibú de Damien, junto con un texto muy útil para informar al lector medio de que Jamie está en Malibú, pavoneándose en la propiedad del multimillonario Damien Stark.
NIKKI, ¿TE HAN QUITADO A DAMIEN?
Según fuentes bien informadas, el multimillonario Damien Stark, que algunos creen que ha comprado su exculpación del cargo de asesinato, ha enfriado su ardiente relación con la guapa reina de la belleza Nikki Fairchild en favor de la compañera de piso de esta, Jamie Archer, una prometedora actriz a la que se ha visto recientemente del brazo (y a saber de qué más) del rompecorazones Bryan Raine. Según fuentes de Inland Empire, Archer fue hospitalizada recientemente tras un accidente que acabó con Archer en urgencias y uno de los preciados Ferraris de Stark en el desguace. ¿Y ahora está viviendo en casa de Stark? ¿Qué creéis, niños? Seguro que eso es amor.
Pero ¿ha roto realmente Stark con la señorita Fairchild? ¿O es el rey del exceso y como tal busca el exceso también con sus mujeres? Según gente de su entorno, Archer y Fairchild han sido amantes de forma intermitente durante años. ¿Cierto? No lo sabemos, pero las fotografías que pululan por Twitter muestran al trío tremendamente cómodo hace poco en el lago Arrowhead, donde Stark posee un nidito de amor en la cima de la montaña.
—Eso —digo devolviendo el iPad a Edward— es una gran mentira. Pero a Jamie le va a gustar. Al fin y al cabo, dicen que es una actriz prometedora.
—¿No estás cabreada? —pregunta Monica.
Niego con la cabeza.
—Solo molesta. Estoy más que harta de que distorsionen mi vida personal en la prensa. Pero la historia en sí es tan tonta que hasta resulta divertida.
—Genial, me siento aliviada —dice Monica—. Es decir, ya me imaginaba que era todo mentira, pero me preocupaba. Mi separación fue horrible.
—Lo siento.
—Estuvimos bien durante mucho tiempo y, de repente, decidió que estaba enamorado de otra. Hombres —añade, mirando a Edward con una sonrisita.
—Eso debe de doler.
Intento imaginarme a Damien dejándome por otra, pero mi cerebro es incapaz de asimilar la idea.
—Oh, sí —dice—. Fue como si alguien cogiera un cuchillo y me cortara el corazón a rodajas. Pero ahora estoy bien —dice suspirando—. Lo que tuvimos fue muy especial. ¿Y la otra? Solo es una aventura. Temporal. Volverá conmigo. Lo sé.
Quiero aconsejarle que pase página, pero sonrío y le digo:
—Espero que tengas razón.
Invito a Edward a un café con leche y luego me acompaña a la oficina.
—Iré a aparcar la limusina en cuanto la deje en el edificio —dice.
Entra conmigo y pasamos la recepción. Una vez que estoy dentro, desaparece, imagino que para llevar la limusina al aparcamiento y seguir escuchando el audiolibro hasta que acabe.
A pesar de que la última vez que estuve en la oficina me agasajaron con fotos en las que mi cara aparecía marcada y tachada con saña, consigo avanzar algo en el trabajo y me siento bastante orgullosa por mi productividad cuando Giselle me llama para decirme que hoy no puede venir para enseñarme las muestras.
—No hay problema. Tenía pensado irme dentro de un rato de todas formas.
Esta noche hemos quedado en el Westerfield’s, y Jamie y yo hemos planeado pasar un buen rato probándonos ropa hasta dar con el atuendo adecuado. Nos beberemos un vodka aromatizado y nos lo pasaremos en grande.
—¿Va todo bien? —le pregunto a Giselle.
—No podría ir mejor —dice con alegría—. Viene un cliente. Uno de los mejores.
—Ten cuidado con contárselo a según quién. No creo que a Damien le guste que le destronen de ese puesto.
Hace una pausa y baja la voz.
—Para serte sincera, el cliente es Damien, pero prométeme que no vas a decir nada. Tengo la impresión de que quiere comprar un cuadro para tu oficina.
Me echo a reír encantada.
—¿En serio? Te prometo que será una sorpresa.
Todavía estoy sonriendo cuando Damien llama.
—¡Hola! —digo—. Estaba a punto de volver a Malibú para vestirme para la noche. ¿Vamos a pedir algo para cenar o quieres que soborne a Jamie para que cocine algo?
—¿Por qué no escogéis entre las dos un restaurante y nos vemos luego en el club? Yo invito.
—¿Trabajo?
—Una reunión. Tengo la sensación de que se va a alargar.
—Ah. ¿Dónde estarás? Lo digo porque puedo pedir a Edward que vuelva y te recoja cuando acabes.
Vale, le estoy tendiendo una trampa, por supuesto, pero no suelta prenda.
—Chicas, pasadlo bien —dice con firmeza—. Pero no demasiado. Al menos no hasta que yo llegue. Y, Nikki —añade—, ya he hablado con mi encargado sobre la seguridad del club para que tomen más medidas. Estarás protegida.
—Vale —digo. Era lo que me esperaba.
—Voy a mandar a Ryan al club. Quiero que se quede contigo hasta que yo llegue.
Ahora sí que me siento culpable.
—Pobre chico. Seguramente tenía una vida antes de verse obligado a vigilar a mis monstruos.
—No hay nada que le guste más que perseguir monstruos —dice Damien—. Y el hecho de que le pague más que bien lo vuelve todo aún más divertido. Créeme, no tienes que sentirte culpable por Ryan.
Me echo a reír.
—Bueno, entonces vale. Pero, Damien, por favor, date prisa.
El Westerfield’s es ruidoso y divertido, y cuenta con algunos de los mejores barmans y DJ de la ciudad. Ollie, Jamie y yo lo descubrimos incluso antes de que Damien entrara en escena, pero ya hemos venido unas cuantas veces desde entonces y el gorila de la entrada VIP me saluda cuando Jamie y yo nos acercamos. Edward nos escolta hasta la puerta, pero no entra con nosotras y vuelve a la limusina.
Llevo puesta una falda plateada de seda, un top a juego y unos zapatos con un tacón de ocho centímetros. Jamie es mi negativo, vestida toda de negro, un color inusualmente sofisticado para ella. Sin embargo, el estilo añade el punto que Jamie por lo general busca en el color. Es un vestido sin espalda hasta el hoyuelo que tiene justo encima del trasero. El corpiño se mantiene en su sitio gracias a una serie de cordones negros que cruzan holgadamente sus omóplatos. Si alguien con un par de tijeras los cortara, el vestido caería al suelo. Ambas estamos muy sexis, si se me permite decirlo.
—Está muy guapa, señorita Fairchild —dice el gorila cuando pasamos junto a él—. A por ellos, señorita Archer.
—Es por esto por lo que adoro a Damien —dice Jamie mientras bajamos por el pasillo exclusivo—. Contrata a gente que sabe cómo hacerte la pelota.
Me echo a reír y llegamos a la puerta que da a la parte pública del club. Ryan aparece de entre las sombras y se une a nosotras. Inclina la cabeza educadamente, pero veo una leve sonrisa en su cara cuando mira a Jamie. Y, a no ser que la luz me confunda, veo que Jamie también le sonríe.
La preocupación empieza a zumbar alrededor como un mosquito insistente, así que tiro de uno de los cordones del vestido negro de Jamie para pararla un poco.
—¿Qué pasa? —dice.
—Eso digo yo.
Intercepto una mirada suya a Ryan e, incluso en la tenue luz, puedo ver cómo se ruborizan sus mejillas.
Recuerdo que Ryan fue anoche a la casa para verificar la seguridad y tengo que llevarme la mano a la boca para no gritar.
—Dime que no te acostaste con él —exijo cuando estoy segura de que no voy a explotar.
—Te lo juro por Dios —dice—. Hablamos. Y es un absoluto caballero. Le preparé unos huevos.
—¿Que tú qué?
Sube un hombro.
—Vino corriendo por la mierda esa de las fotos y no había comido, así que le preparé unos huevos. Y dijo que le habían gustado mucho. La próxima vez intentaré hacerle gofres. ¿Qué? —pregunta tras unos minutos, mirándome con expresión severa.
Me doy cuenta de que llevo un rato mirándola con una mezcla de alegría y perplejidad.
—Nada —digo—. Solo que… me alegra que le gusten tus huevos.
—¡Eh! ¿Y por qué no le iban a gustar?
No espera una respuesta, lanza una sonrisa por encima de su hombro y sale corriendo a ver si lo atrapa. La sigo, luego ralentizo el paso y me paro cuando advierto que mi móvil está vibrando. Lo saco de mi pequeño bolso y veo que es un mensaje de Giselle. Lo abro con impaciencia esperando que sea algún cotilleo sobre el cuadro que me ha comprado Damien. Sin embargo, me encuentro con un mensaje que parece estar escrito en clave.
Lo siento. De verdad que quería arreglarlo. Las cosas se me escaparon de las manos.
Lo vuelvo a leer, pero sigo sin entenderlo. Pulso el botón para llamarla, pero me salta el buzón de voz.
—¿Qué pasa? —pregunta Jamie cuando llego hasta ella.
Agito la cabeza.
—No lo sé muy bien. Te lo diré luego.
Además hay demasiado ruido en el club como para poder charlar.
Ahora estamos en la zona principal, a solo unos metros de distancia de la pista de baile. Echo un vistazo alrededor y por fin veo que Ollie y Courtney me saludan con la mano desde el otro lado de la sala. Al final Lisa no viene; me ha dejado un mensaje en el contestador diciendo que tiene que ir a Sacramento por negocios, pero que promete quedar otro día.
Jamie y Ryan se acercan a donde están Courtney y Ollie antes que yo. Miro a ver si Damien ha llegado, pero ni rastro.
—¡Hola, Courtney! —digo.
Estoy muy contenta de verla y le doy un abrazo efusivo. Mi saludo a Ollie parece más forzado, pero nos relajamos un poco en la pista de baile. Sea cual sea el problema que tengamos, no hay nada que no solucione una buena canción bailable.
—Oye, Nik —dice Ollie media hora después mientras recuperamos el aliento con una canción más lenta—. ¿Podemos hablar?
Creía que íbamos a aparcar nuestras mierdas esta noche. Me pongo rígida, pero no parece percatarse de mi reacción. Se inclina para asegurarse de que le oigo.
—Solo quería disculparme. Por todo el dolor que te haya podido causar por Stark, me refiero.
Me echo hacia atrás para mirarlo a la cara y para que él pueda ver mi expresión de sorpresa.
Inspira profundamente.
—Sé lo de las fotos, Nik. Nadie debería haber pasado por eso.
Hace calor en el club, pero de repente estoy helada.
—Él no necesita tu compasión.
—Y no la tiene. Es solo que… no sé. Supongo que intento decir que sé que ha tenido que pasar por experiencias horribles y que ahora tiene que vivir con ese recuerdo.
Me tenso, pero no digo nada. No puedo decirle que todavía no se ha acabado.
—Stark nunca estará en mi lista de amigos íntimos, pero en Alemania vi lo bien que estáis los dos juntos. Creo que sois buenos el uno para el otro.
Trago saliva y el hielo de mis venas se funde en un nudo de lágrimas.
—Lo somos.
Su sonrisa es vacilante.
—Y eso es todo. Solo quería disculparme. No diré que vaya a salir con él a tomar una copa y hablar de hombre a hombre, pero, bueno…
Estallo en una carcajada de alivio.
—Gracias —susurro.
—¿Quieres que tomemos una copa?
—No —digo—. Quédate y bailemos un poco más.
Sonríe y volvemos a dejarnos llevar por la música. No puedo decir que lo haya superado todo, pero me siento más cómoda con Ollie de lo que había estado en mucho tiempo.
Tras cuatro canciones seguidas, empieza a apetecerme mucho tomarme esa copa, así que cuando Courtney se nos acerca y sugiere la idea, nos vamos con ella sin dudarlo. Ollie se queda por el camino hablando con alguien que conoce del trabajo y yo acabo a solas con Courtney en la barra. Le digo al camarero que apunte nuestras copas en la cuenta de Damien y él accede con tanta facilidad que sé que Damien no solo ha hablado con el personal para que no nos cobren nada, sino que además me han reconocido. Me observan. Me protegen. Y aunque resulte raro estar bajo los focos de esa manera, no puedo negar que me siento más segura.
Pero no me sentiré del todo segura hasta que Damien aparezca y me rodee con sus brazos.
—¿Qué ha pasado con tu despedida de soltera? —pregunto a Courtney mientras esperamos a que nos sirvan las bebidas.
Prácticamente he debido gritarle la pregunta para que pudiera oírla y sé que mañana no tendré voz.
—Creo que no habrá —dice.
—¿Por qué?
Espero que la respuesta tenga algo que ver con su horrible calendario de viajes y trabajo, pero señala con la cabeza hacia la pista de baile donde Jamie está con los brazos en alto y girando las caderas entre Ryan y Ollie.
—Debería odiarla, ¿sabes? —dice Courtney sin maldad, y un escalofrío vuelve a atravesarme.
—¿De qué hablas, Courtney? —pregunto, rezando por que haya entendido mal.
Veo cómo su pecho se eleva y baja.
—No voy a casarme con él —dice—. No quiero tener un marido que me engaña ni quiero casarme porque soy un buen partido. No pienso hacerme esa faena. Y tampoco quiero hacérsela a él. Seríamos infelices al cabo de un año y nos divorciaríamos en dos.
—Oh.
Intento tragar saliva, pero tengo la boca demasiado seca. Sus palabras me han dejado de piedra y me siento mal por Ollie, que va a saber que la ha cagado y que eso lo empeorará todo. Pero, al mismo tiempo, estoy contenta. Por mucho que Ollie y yo estemos recuperando la amistad que teníamos, es cierto que se ha portado mal con Courtney; todo lo que ella ha dicho hasta ahora es verdad al cien por cien.
—¿Cuándo se lo piensas decir?
—Pronto. Quizá esta noche. Solo necesito reunir el valor necesario —dice encogiéndose de hombros—. No es que no le quiera. Es solo que…
No termina la frase, más que nada porque no parece saber qué decir.
—No te preocupes —digo cogiéndola de la mano—. Créeme, lo sé.
Cuando Damien llega al club, yo ya me he tomado unas copas más de la cuenta y he bailado demasiado. Como siempre, todas las miradas se centran en él y la gente se aparta. Viene directamente hacia mí y yo lo observo, cautivada, mientras cruza la pista de baile, incapaz de creerme que todo ese poder y esa elegancia me pertenecen. Solo yo puedo verlo desnudo, nadie más. Solo yo sentiré el calor de su boca sobre mi piel. Solo yo gritaré cuando entre dentro de mí.
Me rodea con un brazo y me besa intensamente. Me aferro a él. Me dejo caer entre sus brazos sintiéndome embriagada, y las notas de la música reverberan dentro de mí. Estoy sudada y la ropa se me pega al cuerpo. Me pongo de puntillas y lo beso en la oreja.
—Te deseo. Ahora.
No estoy exagerando; lo deseo desesperadamente. Pero estamos en medio de la pista de baile y no creo que mi deseo vaya a hacerse realidad. Así que me sorprende cuando me coge del brazo, me lleva a la parte del fondo y me mete en un pequeño ascensor que abre con una tarjeta.
Pese a mi confusión, advierto la tensión en su rostro. La dureza de su mirada. Y caigo en la cuenta de que todavía no me ha dicho ni una sola palabra.
—¿Damien? ¿Qué pasa?
El ascensor se abre y estamos en una oficina. Una pared es enteramente de cristal y recuerdo haberla visto desde abajo. Está hecha de cristal de espejo e iluminada de tal modo que desde fuera no se ve sino un reflejo distorsionado de los bailarines rodeados por un resplandor de luces de colores.
Pero desde aquí arriba tenemos una vista perfecta del club.
Damien me empuja a esa pared hasta que mi espalda queda contra el cristal y los bailarines se contorsionan bajo nosotros, y ya no hay ningún otro sitio donde yo pueda ir.
La pasión en su mirada es incontestable y siento que la atracción asciende en mi interior. No sé qué le ha pasado ni por qué lo necesita, pero ahora mismo no importa. Soy suya y puede tomarme cómo quiera.
Y ahora lo quiere con brusquedad.
Me levanta la falda y me quita las bragas, jadeo. Me levanta la pierna y me la pone alrededor de su cintura, dejándome totalmente expuesta. Me estremezco al notar el aire frío en mi sexo, pero no tiemblo por eso, sino por el roce de sus vaqueros contra mí.
Su erección presiona sus pantalones y yo giro mis caderas para frotarme contra su miembro aprisionado por la tela vaquera, queriendo sentirla dentro de mí, necesitando que me llene.
Busco su mirada en silencio; el anhelo que veo en su cara es tan potente como el que crece en mi interior.
Prácticamente me abalanzo sobre los botones de su bragueta y observo embelesada cómo su pene emerge impetuoso. Quiero tocarlo, acariciarlo, pero no tengo tiempo. Me coge por las caderas, me levanta y me penetra con tal fuerza que me cuesta no gritar.
Me empuja hacia atrás, empotrándome contra el cristal y, por un momento, nos imagino cayendo sobre la pista de baile, todavía unidos, todavía follando, mientras el mundo entero nos observa. Con esa fantasía me mojo aún más.
Me mira fijamente mientras la intensidad de sus embestidas aumenta. En sus ojos crece la liberación inminente y aprieto la pierna que lo rodea para acercarlo más a mí justo en el momento en que se corre.
Todavía tiembla dentro de mí cuando meto la mano para acariciar su miembro y toquetear mi clítoris, más y más rápido hasta que yo también me corro; mis músculos se tensan en torno a él y las últimas oleadas del orgasmo nos recorren.
Por fin caemos al suelo, respirando entrecortadamente, con un revoltijo de ropa, brazos y piernas alrededor.
Cuando por fin conseguimos movernos, me apoyo en el codo para mirarlo.
—¿Quieres contarme de qué va esto? —pregunto suavemente.
Me coge la cara, y con el pulgar me acaricia levemente la barbilla.
—Nadie juega con lo que es mío.
Frunzo el ceño; no entiendo nada.
—¿Qué es tuyo? ¿Te refieres a mí?
No responde, pero la intensidad de su mirada me dice cuanto necesito saber.
—¿Qué ha pasado?
—He ido a visitar a Giselle. No vuelvas a trabajar con ella nunca más.
Sus palabras me obligan a sentarme.
—Pero ¿qué diablos? —pregunto, y entonces me acuerdo del mensaje—. Joder, Damien, déjate de adivinanzas y dime qué está pasando.
Mueve las caderas para reajustarse la ropa y luego se pone en pie. Yo hago lo propio y lo sigo hasta la pared de cristal.
—Era ella la de la grabación del cajero. Me he encarado con ella y me ha confesado que filtró la historia del retrato por dinero; quería salvar su negocio después de que Bruce y ella rompieran. También ha vendido la historia de Jamie y el Ferrari, aparte de las mentiras sobre nuestro nidito de amor en Malibú.
—¿Qué? No puede ser.
Ahora recuerdo la cara que puso Giselle cuando le conté que Jamie se había instalado una temporada en Malibú. Y luego pienso en todos los problemas financieros que me contó que tenía debido al divorcio.
Y, sobre todo, pienso en el mensaje. Era una confesión. Una confesión y una disculpa.
—Pero si ella fue la que me contó lo del artículo en el Business Journal.
—Para disimular —dice—. Vende la historia, luego te lo cuenta. Ambas os sorprendéis juntas y ella parece inocente.
La cabeza me da vueltas.
—Espera un segundo. ¿La has despedido? Iba a decorar el despacho. Si alguien tiene que despedirla, debo ser yo.
—Te lo he dicho —dice—. Nadie juega con lo que es mío.
Rara vez he escuchado ese tono. Y me recuerda que sí, Damien tiene un lado peligroso. Esa dureza le permitió ganar un partido de tenis tras otro cuando era joven, y más tarde iniciar su ascenso en el mundo de los negocios sin siquiera despeinarse. Si juegas con este hombre sales malparado.
Pero Giselle no estaba jugando con él. Vale que los artículos fueran sobre los dos, pero la mujer entró en mi oficina, en mi vida.
Damien me mira a la cara y, obviamente, se da cuenta de mi enfado.
—Ya está hecho —dice—. Se acabó.
—¿Qué has hecho exactamente?
—Le he explicado que mis abogados no encontrarían dificultades para presentar varias denuncias por difamación e invasión de la privacidad. Es una mujer de negocios, así que sabe que puedo litigar durante años y que ella puede arruinarse en el proceso. Así que hemos llegado a un acuerdo.
—¿Qué acuerdo?
—Me transfiere todos los derechos, títulos e intereses de sus galerías, se muda a Florida y no vuelve a aparecer.
Aprieto la palma de mi mano contra el cristal, como si el frío pudiera mitigar un poco mi ira.
—No tienes derecho a lidiar mis batallas, Damien.
—Te quiero, Nikki. Siempre pelearé por ti.
Sus palabras están cargadas de significado y rebosantes de pasión. Me atacan por la espalda y me dejan sin respiración.
—Me quieres —repito estúpidamente.
Hace una pequeña mueca.
—Desesperadamente.
Me trago el nudo de lágrimas que se me ha formado en la garganta.
—Hacía semanas que no me lo decías —digo.
Cierra los ojos como si el mundo lo estuviera matando, pero cuando los abre no veo dolor en ellos, sino amor. Me atrae hacia él. Me inclino y aspiro el olor de gel mezclado con el sexo. Es embriagador y quiero perderme en ese aroma. Perderme para siempre.
—Te quiero, Nikki —repite—. Y te lo digo siempre con cada caricia, con cada mirada, con cada respiración. Te quiero. Te quiero tanto que duele.
—Yo también.
Le beso en los labios y me encuentro su sonrisa.
—Pero no puedes protegerme de todo, Damien. Y, desde luego, no puedes protegerme apartando los obstáculos de mi camino. Deberías haberme dicho lo de Giselle. Dios, quién sabe qué más habrá que no me hayas querido contar. Deja de hacer eso, ¿vale? No me proteges, solo me cabreas —añado.
—Vale —dice sin alterar la voz.
Creo que hemos terminado la conversación cuando dice:
—Sofia envió las fotos.
Rebobino sus palabras en mi cabeza; lo que dice no tiene sentido.
—Las fotos de Alemania. ¿Sofia las envió al tribunal? No lo entiendo. ¿Por qué? ¿Cómo lo sabes? ¿Has hablado con ella?
Se aparta de la pared de cristal y se dirige al centro de la habitación. No es el andar de alguien que intenta resolver un problema, sino el del hombre que ya conoce la respuesta y no le gusta demasiado.
—Descubrí ciertas irregularidades en las cuentas de mi padre. Habían desviado pequeñas cantidades a una cuenta a la que yo no tengo acceso. Más de cien mil dólares, y ayer descubrí que ese dinero había acabado en manos de Sofia.
No le pregunto cómo sabe todo eso si no tiene acceso a la cuenta. No me cabe duda de que Damien Stark puede conseguir la información que quiera si está dispuesto a pagar por ella.
—¿Y por qué tu padre le ha mandado ese dinero a Sofia?
—Para pagar su testimonio. Quería que testificara sobre los abusos; la misma razón que tú tenías para insistirme a mí. Pero él ignoraba lo de las fotos. Imagino que Sofia las encontró entre las cosas de Richter. Cogió las fotos, las mandó al tribunal, esperó un poco a ver si funcionaba y luego utilizó el dinero para salir de Europa.
—¿Cómo sabes todo eso?
—Cuando averigüé lo del dinero desviado, tuve otra conversación con mi querido padre. Me lo contó todo.
—¿Y le crees?
—Sí.
Asiento lentamente mientras asimilo toda la información.
—¿Y él sabe dónde está Sofia?
—Dice que no, y antes de que me lo preguntes, sí, también le creo en esto. A Sofia nunca le ha gustado mi padre. Puedo imaginármela cogiendo su dinero, pero no manteniéndose en contacto con él.
—Vale —digo lentamente—. Entiendo que sigas inquieto por ella, pero al menos ya no tienes que preocuparte por que las fotografías salgan a la luz. Sofia jamás las publicaría, ¿verdad?
—No —dice con más intensidad de la que me esperaba—. Estoy seguro de que no permitiría que nadie pusiera las manos encima a esas imágenes.
—Así que son buenas noticias —digo—. Al final la encontrarás. ¿No acaba apareciendo siempre?
—Sí, y puede que ya tenga alguna pista. He estado siguiendo a David y su banda. Hace poco llegaron de Chicago procedentes de Shangai. He hablado con David por teléfono. Dice que no ha visto a Sofia, pero no le creo. Una charla cara a cara quizá le refresque la memoria.
—¿Cuándo te vas?
—Mañana a primera hora —dice.
Dejo de dar vueltas por la habitación, me acerco y le cojo las manos.
—¿Cuánto tiempo estarás fuera?
—¿Si tengo suerte? Estaré aquí para la cena.
—¿Y si no tienes suerte?
—La tendré.