19. El Enviado

El Torturador observó la ciudad a través de la ventana. No había tenido mucho donde elegir. Era el actor porno o el dibujante de cómics eróticos, y el actor estaba en un punto más céntrico. Los intentos de la Víctima por localizar a la Cazadora habían resultado frustrantemente inútiles, así que había que optar por otro enfoque. Si no podían poseer a un anfitrión que estuviese junto a la Cazadora, no había más remedio que tomar prestado un cuerpo y salir a buscarla. Y eso era lo que acababa de hacer. Se contempló en el espejo y se dio un pellizco cariñoso en la mejilla.

—Te he hecho el amo de tu profesión. Ahora necesito que me lleves a un par de sitios. —El rostro le devolvió desde el espejo un guiño que era suyo—. Empecemos por lo fácil.

Con precaución, el Torturador abrió la puerta del baño y buscó señales de peligro. No dejaba de ser un simple humano, y las formas humanas eran terriblemente frágiles. Todo parecía tranquilo. Había una chica medio devorada y desangrada hacía rato, y encima otra chica terminando de comérsela, pero una estaba demasiado muerta y la otra demasiado ocupada como para molestarse en mirarle. Un poco a la derecha yacía un cuerpo de hombre con la cabeza en un charco de sangre, probablemente tras habérsela destrozado a cabezazos contra la pared, por lo que indicaban los desconchones y las manchas en el muro. Nada que fuese asunto suyo. Salió del baño de puntillas, recogió lo que parecía el resto de su ropa y buscó carteras o bolsos. Encontró algo de dinero, pero nada que pareciese una llave de un coche. Eso era un problema. Tal y como estaban las cosas, no tenía la menor intención de meterse en el metro. Cogió todo lo útil y bajó a la calle por la escalera.

Una vez en la entrada del edificio, se paró a escrutar el paisaje al otro lado de las puertas de cristal. Violencia y deseo, y miedo, y violencia. No podía arriesgarse a que nada de eso se interpusiese en su camino. Pero ¿cuál era su camino? Cerró los ojos y percibió la presencia de la Cazadora como un destello brillante y plateado. No había pérdida, pero estaba lejos, y en movimiento. Y más sutil, pero estática, la otra piedra. Ese debía ser su objetivo. Sólo necesitaba el modo de llegar hasta él. Abrió la puerta y salió a la calle mirando con precaución a un lado y a otro. Tenía que elegir bien el medio de transporte porque no había opción a equivocarse. Un coche probablemente sería lo más seguro, quizás un todoterreno, pero le convertiría en un blanco muy grande y no demasiado ágil. Una moto, por otra parte, era más rápida y maniobrable, pero hasta un golpe perdido podía llevarlo al suelo. El Torturador sonrió a la calle vacía. «¿Dónde hay un helicóptero cuando lo necesitas?». Sin saber hacia dónde dirigirse, escrutó los vehículos que tenía a la vista. Una furgoneta de reparto que se había estrellado contra una señal de tráfico. Una bicicleta aplastada y retorcida. Una moto encadenada a la verja de una casa. Un monovolumen con las puertas abiertas y una mano colgando de una ventanilla. Nada le convencía. Así que empezó a andar.

Unas manzanas más adelante le llegó el estruendo de metal contra metal, mezclado con el rugido de motores acelerados al máximo. Con precaución, cruzó un callejón para acercarse entre sombras al origen de los sonidos. Al parecer, unos cuantos ciudadanos con tiempo libre habían decidido montar una justa versión actual. Habían despejado una calle, y dos tipos montados en motos cargaban el uno contra el otro, uno armado con una cadena que hacía girar sobre su cabeza y el otro con lo que bien podía ser el palo de una fregona con un cuchillo atado a la punta. Se cruzaron con un rugido, y mientras el cuchillo se clavaba en el estómago de uno de los luchadores, arrancándolo del asiento, la cadena se enredó en la rueda del otro y también lo hizo volar por los aires. Los dos cuerpos cayeron al suelo, aunque sólo uno trató de incorporarse. El Torturador extrajo el cuchillo del cuerpo inmóvil y se lo clavó un par de veces en el pecho al otro. No había tiempo para tonterías. Después revisó los alrededores. Al parecer había llegado al final de la justa, porque había algo más de una docena de motos por allí, con sus respectivos cadáveres junto a ellas. Pequeña cilindrada, gran cilindrada, todoterreno, urbanas… y lo que le hacía falta. Un quad. Sin perder más tiempo, quitó del asiento al piloto, que tenía un brazo casi arrancado de cuajo, y buscó entre los cadáveres un casco que le quedase bien. Una vez pertrechado, probó a accionar el contacto, y el motor lanzó un sólido ronroneo. Aceleró.

2

El Torturador contempló el rostro inexpresivo de Ivo Lain. Era muy extraño percibir a la Cazadora pero tener delante esa cara adusta en vez de su máscara de plata, y más raro aún bajar la vista y percibir por debajo de las ropas unos sólidos pectorales en vez de unos pechos, pero eso ya era una reflexión más personal. ¿Cómo ganarse la confianza de un amnésico? Ese era el auténtico problema.

—¿Qué te parece si entramos ahí? —dijo señalando un pequeño bar que tenía la puerta abierta y del que salía una acogedora luz ámbar.

La Cazadora mantuvo su política de silencio, así que detuvo el quad junto a la puerta y bajó para asomarse con precaución al interior. Algunas mesas tiradas, sangre y cristales por el suelo. Le pareció ver asomar una pierna por detrás de la barra, y al otro lado de la puerta de lo que supuso debía de ser el almacén parecían surgir gemidos y jadeos. Un sitio tan bueno como cualquier otro. El Torturador entró, y después de encontrar un vaso limpio tras la barra, se sirvió una cerveza del grifo. Sin preguntar, le puso otra a la Cazadora. Ivo bebió en silencio.

—Vale —dijo el Torturador—, pregunta. Sin tapujos, sin precios, sin nada. Necesito que confíes en mí y que te tragues la piedra, para que podamos terminar el trabajo que tenemos que hacer.

—¿Qué está pasando?

El Torturador observó la envoltura de la Cazadora mientras esbozaba una sonrisa cansada.

—Empezando por lo fácil, como a mí me gusta. —Suspiró—. No lo sé, pero puedo suponerlo. ¿Tienes prisa?

No hubo respuesta, así que comenzó por el principio.

—Imagínate una esfera flotando en el espacio. Ese es el mundo. Ahora imagínate que esa esfera ya no está flotando, sino que es un plano infinito, sin límites. Ahora ponle otra capa encima. Y si quieres otra debajo, y otra más. La realidad son planos. Una lasaña, si prefieres. Ahora estamos en el plano que los humanos llaman el mundo real, pero ni tú ni yo somos de aquí. Ambos pertenecemos al Reino. ¿Y qué es el Reino, te preguntarás? —Por supuesto, Ivo no había preguntado—. Es donde las pesadillas se desarrollan. Y he dicho «se desarrollan». Los humanos duermen, cruzan hasta el Reino y allí crean sus pesadillas. Una vez que se han despachado a gusto, vuelven al mundo y siguen sus vidas normales y felices, habiendo liberado esa parte oscura de sí mismos.

—Entonces ¿tú y yo somos pesadillas? —Algo había resonado en el interior de Ivo, el Torturador lo notaba.

—No tan rápido. —Sonrió—. Las pesadillas son de los humanos. Son parte de ellos. Forjadores, los llamamos. Nosotros sólo les prestamos el escenario y, en ocasiones, los actores secundarios. El guión es suyo y sólo suyo. Tú eres uno de los Señores del Reino. Arquetipos. Conceptos de pesadilla, por decirlo de algún modo. Y yo soy una Musa Oscura, como mi hermana, la cual, por cierto, está un poco indignada, porque lleva toda la noche buscándote, y todos sus anfitriones han tenido hoy la poca decencia de morirse. Los Señores representan aspectos del Reino. Las Musas inspiramos a los humanos a transformar parte de esa oscuridad en creación. —El Torturador bebió otro sorbo de cerveza—. Sublimación, lo llaman los psicólogos.

La Cazadora le miró con sus ojos prestados de asesino.

—Eso no responde a la pregunta.

—Lo sé —continuó el Torturador—, te aseguro que lo sé. Nos atacaron. Dejaron herida de muerte a la Reina. Y tú fuiste elegida para buscar al culpable. Hice un ritual que permitió que entrases en un cuerpo, pero…

—Déjame adivinar. —El rostro de Ivo no sonrió, pero sonrió—. Algo falló.

El Torturador asintió.

—El proceso por el cual puedo hablarte ahora es similar a una borrachera de inspiración. El anfitrión pierde el sentido y la Musa toma el control. Sólo que la piedra interfirió con el difunto doctor. La energía era demasiado intensa, o él demasiado débil. No pude controlarlo el tiempo suficiente para completar el ritual. Así que en vez de tener al gallo del gallinero, conseguimos un pollo sin cabeza y una cabeza sin pollo.

El Torturador se sirvió otra cerveza y logró encontrar una bandejita de frutos secos antes de seguir. Los sonidos de la trastienda habían cesado hacía unos minutos, pero nadie había salido, así que prosiguió:

—Llegamos a cuando las cosas se ponen interesantes. Dado que la había cagado, salí en tu busca, con la ayuda de la Víctima, mi hermana Musa. Y atacaron el Reino. Un ataque totalmente inesperado, por lo antiguo de su origen. Ya habrá tiempo para eso. Los Señores que quedaban tuvieron que tomar una decisión, así que cerraron las Puertas del Reino. Y este es el efecto. —Señaló con una mano todo lo que les rodeaba—. Sin poder acceder al Reino, los humanos se han quedado sin la posibilidad de echar su mierda a ningún sitio, hasta que la mierda les ha salido por la boca. La mitad de la población mundial sueña con matar a alguien, y la otra mitad está deseando que la castiguen. Y el que no fantasea con violar a alguien es porque fantasea con que le violan. Así que cuando el nivel ha subido lo suficiente, cada uno ha sacado a la luz lo que llevaba dentro, y le ha dado rienda suelta. Y así estamos. Entre polvos y cadáveres. Y no es que me queje, es casi como estar en casa. Sólo que estamos, como por así decirlo, encerrados fuera.

La máscara de la Cazadora se tomó su tiempo antes de asentir. El Torturador podía percibir como las piezas comenzaban a encajar en su interior.

—¿Y por qué se están agrupando ahora?

El Torturador se encogió de hombros.

—Ni idea. Supongo que algunos forjadores llevan dentro algo más parecido a un arquetipo, y que eso atrae a los forjadores normales. O vete tú a saber. Tampoco es que me importe mucho.

Ivo dio un par de vueltas al vaso vacío y lo rellenó. En la calle se oyó ruido de pasos a la carrera y gritos de furia, pero pasaron de largo.

—Has hablado de planos —dijo una vez tuvo el vaso lleno delante—. ¿No hay un reino de los sueños también?

El Torturador asintió.

—Así es. Con su rey y su reina. Y sus gloriosos señores. ¿Y?

—¿Por qué no lo solucionan ellos? ¿O por qué no ayudan?

—¿Llamarías a un electricista si te han reventado las tuberías y estás a punto de ahogarte? Pues eso mismo. Los planos no se cruzan. Tú y yo estamos sentados en la encrucijada, y nadie va a pasarse por aquí hasta que esto no se arregle o no se rompa del todo.

—¿Y cuál es nuestro objetivo? —preguntó la máscara de la Cazadora—. ¿Salvarlo o romperlo?

—Nuestro objetivo es que nos suda la polla todo esto. Trágate la piedra y vamos a salvar a la Reina.

En ese instante, el Torturador sintió como un relámpago helado le cruzaba las entrañas. Las Puertas. Las Puertas se habían abierto un instante. Lo suficiente para que entrase el enemigo. En el otro extremo de la realidad, el asalto al Reino había comenzado. Lanzó una mirada suplicante al cuerpo de la Cazadora, o lo más parecido de lo que era capaz. La Cazadora no lo había sentido como él. Pero había sentido algo. Se tragó la piedra. Y recordó.

Cuando los ojos de Ivo Lain volvieron a clavarse en él, ya era ella. El Torturador sonrió aliviado.

—¿Esto es lo mejor que me encontraste, Torturador? —dijo la Cazadora con sarcasmo—. ¿Un asesino en serie?

—No protestes —se defendió—. Yo estoy en un actor porno alternativo cuarentón, y no me quejo.

La Cazadora lanzó una carcajada breve y gélida.

—Acábate la cerveza, tenemos que desollar a alguien.

El Torturador dio un último trago largo, se guardó el resto de los frutos secos en un bolsillo y acompañó a la Cazadora hasta la calle. A pesar de la conmoción en el Reino, allí todo seguía igual. La tranquilidad de los muertos rota esporádicamente por los estallidos de los que matan. O de los follados y los que follan. O todo al mismo tiempo. El concepto era tremendamente familiar para el Torturador, pero no se sentía realmente cómodo al verlo ejecutado en el mundo. Cada cosa tenía su lugar, y no era ese.

—¿Hacia dónde? —preguntó sacudiéndose las reflexiones.

—Al centro de todo.

El cuerpo de Ivo comenzó a andar. El de Mark le siguió.