Capítulo 13
Volver a la oficina me llena de una satisfacción que nunca antes creí poder sentir.
Nada más entrar por la puerta, las chicas me han bombardeado a preguntas de todo tipo, desde las más educadas y protocolarias, por mi reciente estado de salud, a las más peliagudas y cotillas, en relación a mi cumpleaños y Marie.
Quiero emplazar a las cuatro a la hora de la comida para hacerles saber los detalles más jugosos y, así, empezar a ponerme al día con lo que sea que haya en mi mesa. Pero reconozco que el tema de Virginia Olsen me tiene muy intrigada y no puedo esperar hasta la comida.
Les pido que me hagan un resumen de lo que ha ocurrido y todas se lanzan a contarme chismorreos de lo más dispar sobre todo lo que pasó ayer en la oficina.
―Antes de tu accidente ya habías visto alguna vez a Virginia Olsen como alma en pena por la oficina, ¿no? Pues ha pasado lo que tenía que pasar. Se la han cargado ―afirma categórica Marla, imponiendo su voz sobre las demás.
―Pero… ¿se ha ido o la han echado?
Todas se miran sin saber muy bien qué decir. Al parecer, y siempre según los rumores, no está del todo claro este punto en particular, aunque la mayoría se decanta, con morbo y mala leche, hacia un despido fulminante por su falta de rendimiento en las últimas semanas.
No saben nada. No saben qué ha ocurrido realmente, nada en absoluto de la situación que puso una espada de Damocles sobre el bronceado cuello de Virginia Olsen. Y yo, claro está, me muerdo la lengua. Con todo lo que ya se ha dicho, no haría más que echar combustible a un fuego que ya está bastante crecido. Yo sé las razones por las que Virginia estaba tan ausente y desmejorada últimamente, pero decirlas no sería más que otro argumento en esa colección de chismes que hoy son la comidilla de la oficina.
Escucho un par de minutos más lo que las chicas tienen que decir sobre este tema y me despido de ellas hasta la hora de la comida, no sin antes prometer que les contaré qué tal fue la celebración de mi cumpleaños con Marie y los pormenores de mis días de baja laboral.
Me encamino a mi escritorio para retomar mis funciones como secretaria, con el gusto agridulce de no saber exactamente qué ha pasado con Virginia. Claire no ha llegado, así que tengo unos minutos aún para hacerme con el control de mi trabajo, antes de que empiece a mangonearme y hacerme sentir como su esclava.
Compruebo la agenda de Saul para ese día y veo que estará de reuniones hasta bien entrada la tarde, y todas son lejos de Coleman and Asociated Publishing. No sé si respirar de alivio o maldecir mi suerte por estar otro día más sin verlo.
Veo, para mi satisfacción y, probablemente, la de Claire también, que muchas tareas que Saul me había retirado la semana antes de mi baja, vuelven a estar bajo mi control total, como la agenda (no sólo puedo verla, sino editarla), los correos, las citas y la correspondencia. Eso puede significar (quiero que signifique) que Saul poco a poco ha perdonado lo que tuviera que perdonarme y ya vuelve a confiar en mí. Quiero creerlo y empiezo mi jornada de vuelta con una sonrisa en los labios.
La mañana pasa volando mientras me pongo al día y retomo mis viejas responsabilidades. Claire apenas se me acerca y yo lo agradezco horrores.
Cuando vuelvo de mi descanso de media mañana, veo que la luz de mi teléfono parpadea con una llamada perdida. No reconozco el número, así que le doy a la rellamada, esperando no haberme perdido alguna cosa relacionada con la agenda de Saul.
―¡Martina, querida! ―oigo que gritan mi nombre tras llamar y presentarme― Pensé que me había equivocado con el día de tu vuelta a la oficina. Saul me aseguró que era hoy.
Reconozco la voz jovial y alegre de Fanny, la madrastra de Saul, y una sonrisa cruza mi rostro. Me gusta mucho esta mujer, con su alegría de vivir y su trato cercano.
―No te has equivocado, he vuelto hoy. Me has pillado en el aseo.
―¡Qué oportuna soy! ―se ríe― En fin, querida. Necesito que comas conmigo hoy. Y no admito excusas. No voy a volver por la ciudad hasta dentro de dos semanas, y será para dar la bienvenida a la nueva Coleman, a la que ya no le queda nada para nacer. Casi no puedo moverme ya y estoy asfixiada con este calor, así que no puedes negarte a comer con esta pobre embarazada de más de ocho meses.
No puedo negarme y, además, no quiero hacerlo. Me apetece comer con Fanny porque irradia buen humor y porque, quizá, logre descifrar el estado de ánimo de Saul antes de verlo en la oficina.
Quedamos a la una al lado de la oficina, en un restaurante con vistas a Bryant Park donde se come bastante bien.
Las chicas ponen pucheros cuando les digo que los cotilleos sobre Marie quedan relegados para mañana, y salgo camino de mi cita con Fanny cuando sólo quedan diez minutos para la una.
Ella llega puntual, bajándose trabajosamente de un coche oscuro y que me resulta familiar, conducido por Joseph, el chófer que ya conozco y que suele trabajar para Saul. Está, ciertamente, enorme. Mucho más que hace veinte días cuando la conocí en los Hamptons. Sigue conservando su porte y su esbeltez, pero su barriga es gigantesca y tengo mis dudas sobre cómo es capaz de soportar ese peso extra con la delgadez del resto de su figura.
Nos sentamos a comer y ella comienza a hablar sin parar sobre las molestias de estar embarazada, las ganas que tenía de venir a Nueva York y dejar el retiro al que su marido la somete en los Hamptons, para que pase un embarazo tranquilo, y del drama que se está viviendo en casa porque los gemelos están poniendo trabas a irse a estudiar al Reino Unido.
Me habla como si fuera su confidente, su amiga del alma y, en cierto modo, ella hace que te sientas así. Es preciosa, pero sobre todo es agradable, divertida y abierta. Y no puedes evitar querer ser su amiga y estar sentada en un restaurante oyendo todas esas cosas. Todo ese poder tiene.
―Y dime… ¿sabes qué le pasa a Saul?― me suelta de pronto.
¿Qué? Yo que venía a esta comida intentando sonsacarle sobre él y resulta que ella ha tenido la misma idea… sonrío para mí y niego con la cabeza al mismo tiempo.
―Llevo días sin verle y sin hablar con él. De hecho, hoy no ha venido aún a la oficina, está de reuniones. Así que no sé a qué te refieres.
―Lleva semanas rarísimo. Apenas habla con su padre, y si viene a casa, sólo está unos minutos y enseguida pone excusas para irse corriendo. Y yo le noto ausente, triste… me da pena ―me mira fijamente y hace una pausa dramática― ¿Puedo serte sincera?
Asiento con un gesto. Se ha puesto muy seria de repente y casi hasta tengo miedo de lo que vaya a decirme.
―Cuando lo vi contigo, lo vi diferente. Estaba radiante, relajado, era él mismo por primera vez en años. Pero ahora, no sólo ha vuelto el Saul estirado de antes, sino que está perpetuamente enfadado. Estoy preocupada… y quería saber si tenía algo que ver contigo.
―Pasan cosas en la editorial y sí, de rebote me han tocado a mí. Él no está muy contento y ahora prácticamente no me habla ―contesto con mucha pena y mucho dolor en mi voz.
Ella lo nota y pasa su mano por encima de la mesa para tocar la mía en un gesto reconfortante, a la vez que me dedica una sonrisa sincera y con su propio puntito de tristeza.
De repente, su rostro se queda blanco, el miedo se instala en sus preciosos ojos claros y se lleva las manos instintivamente a su vientre. Algo va mal y yo no sé qué hacer. Entro en pánico, me levanto de mi sitio, me acerco a ella y trato de saber qué le ocurre.
―¡Dios, cómo duele! ―grita, doblada por lo que parece ser un dolor intenso que no le da tregua― ¡Por favor, llama a mi marido!
Tiene lágrimas en sus ojos y en el restaurante ya se han levantado a nuestro alrededor para intentar ayudar. Alguien llama a una ambulancia y yo hago lo único útil que se me ocurre, y no es llamar a su marido, del cual desconozco su número de teléfono.
―¿Sí? ―dice la voz de Saul a la defensiva. Sabe que soy yo y se ha tomado su tiempo en coger el teléfono― Estoy ocupado ahora mismo, así que sé breve, por favor.
―Saul, tienes que venir inmediatamente al Virgil, te envío la dirección por Whatsapp, está al lado de la oficina. Estoy con Fanny y no está bien, creo que hay problemas con el bebé. Por favor ven, no sé qué hacer. Y avisa a tu padre.
Me cuelga apresurado, prometiendo que estará aquí en minutos, que no está lejos. Mientras, algunos comensales han tumbado a Fanny para evitar que la postura de sentada le provocara pinchazos y dolor, y está hecha un ovillo, sin soltar las manos alrededor de su vientre.
La ambulancia y Saul llegan prácticamente a la vez y salimos todos volando al hospital. El más cercano es el Lower Manhattan y allí la llevan. Los paramédicos no han puesto buena cara y a mí se me está empezando a poner un nudo en la garganta que me impide hasta hablar.
Saul sube con ella a la ambulancia y yo les prometo que los sigo en taxi, pero él se niega y me dice que suba con ellos. No quiero retrasar el ingreso en el hospital por discutir cómo vamos hasta allí, así que me dejo ayudar por un técnico sanitario, y me acomodo en una esquina, junto a Saul.
Él coge a Fanny de la mano y trata de tranquilizarla con palabras suaves. Ella está aterrada. El miedo se ha instalado en su cara y en su cuerpo, y va a ser difícil que desaparezca. De vez en cuando, no es capaz de reprimir un grito de dolor, y la piel de todo el cuerpo se me eriza. No quiero ni imaginarme lo que estará pasando ahora mismo por su cabeza.
Llegamos al hospital y, justo cuando la van a cambiar de la camilla de la ambulancia a la que han sacado los doctores del hospital, veo cómo toda su falda está teñida de un rojo intenso y cruel.
Fanny entra en el hospital llorando casi en silencio, y cuando a Saul lo frenan y no lo dejan acompañarla, se une a mí y nos cogemos de la mano.
―Se va a poner bien ―intento consolarle―, es fuerte y está sana, van a salvarla, ya lo verás.
Él no dice nada, se limita a apretarme la mano y a mirar a algún punto indeterminado de la pared. Está realmente afectado y no sé cómo se tomaría si Fanny, finalmente, no lograra superar este momento.
Saul ha avisado a su padre sobre el hospital al que veníamos desde la ambulancia, y el señor Coleman llega poco después que nosotros. Entra dispuesto a conseguir noticias de quien sea sobre el estado de su esposa, pero nadie puede decirle nada de momento.
La angustia que se pinta en su rostro es comprensible. No debe de circularle la sangre por el cuerpo con el shock de la noticia y, de repente, se le notan todos los años que tiene. Se le ve viejo y desolado, y a mí me nace una ternura inmensa, que me empuja a consolarlo.
No lo hago porque no tengo la confianza necesaria, pero lo miro e intento transmitirle fuerza, ánimo y muchísimo cariño.
Dos horas después de la entrada de Fanny en el quirófano, seguimos esperando sin una palabra por parte de nadie. Saul y su padre están en silencio, abatidos y con la mirada enterrada entre las manos o mirando al suelo.
Al poco de llegar, y pese a que no sabía cómo decirlo, me acerqué a Saul y le susurré que debía volver a la oficina. Pero él me retuvo a su lado con sólo una mirada, y no fui capaz de llevarle la contraria.
Claire me ha estado llamando desde entonces con insistencia y, como no quiero tener que decirle dónde estoy ni mentirle, decido no cogerle el teléfono pese a que eso encenderá (aún más) su ira.
Como las noticias no llegan, me levanto y me ofrezco a ir a buscar unos cafés. El señor Coleman agradece el gesto y me pide un café sólo doble, bien cargado. Saul, sin embargo, se pone de pie y me acompaña en silencio hasta la cafetería.
Es curioso lo poco que hemos hablado hoy, pero lo siento más cerca que en todas estas semanas que hemos pasado distanciados, física y emocionalmente.
Al llegar a la cafetería, me indica una mesa para que tome asiento y él se encarga de pedir y pagar los cafés. Pide el de su padre para llevar y los nuestros para tomar en el local. Le hace falta un respiro de esa sala de espera blanca, fría y claustrofóbica, y me alegro de que decida quedarse un rato lejos de ella.
―Gracias por avisarme tan rápido ―dice por fin―. Ha sido un milagro que estuviera contigo y no sola por ahí, de tiendas o dios sabe dónde.
―No tienes por qué darlas, cualquiera hubiera hecho lo mismo.
―Sí, pero yo fui muy borde cuando te contesté al teléfono y tú sólo querías ayudar… ―se lamenta― lo siento de verdad.
Lo miro con un cariño inmenso. A veces se comporta como un hijo que ha hecho daño a su madre con algo absurdo y que no tiene la mayor importancia. Le quito hierro al asunto con una sonrisa que espero crea que es sincera y le devuelva el ánimo, al menos en lo que a mí respecta.
―Te debo una disculpa. Iba a dártela de todas formas, tarde o temprano, o eso quiero creer.
―¿Quieres disculparte por contestarme mal al teléfono o…?― tanteo el terreno.
―Quiero disculparme por hacerte pagar mi enfado y mi impotencia con el tema del robo de ideas a ti… ¿qué culpa tenías? Fuiste solamente el mensajero, y yo me salí por la tangente y te ataqué, te acusé y te aparté como si lo hubieras causado todo tú ―me dice de carrerilla, como si temiera dejarse algo en el tintero.
¡Por fin! ¡Las palabras que llevo esperando escuchar tres semanas! Sé que Saul no ha sido él mismo estos días, pero tenía tantas ganas de que entendiera mi falta de culpa en todo este asunto que casi tengo ganas de gritar de alegría. No sería muy apropiado en este caso concreto, en un hospital y con Fanny en la situación en la que está.
―Tenías tus motivos para desconfiar ―concedo―, pero debiste haber creído en mí. Precisamente no te conté nada del blog para que no pensaras que intentaba abrir camino para colártelo cuando la idea estuviera en marcha.
Sé que me cree y siento un alivio inmenso por recuperar al Saul cómplice, cercano y amistoso que tanto he echado de menos. Nos sonreímos de manera tonta e infantil, como dos adolescentes idiotizados, y con eso queda claro que nos hemos perdonado los hechos de las últimas semanas.
―Y dime ¿nos dejarás por TrendingBooks? ¿Ya tienes una oferta en firme encima de la mesa? ―pregunta medio en broma, con cautela por si le digo algo que, realmente, no quiere escuchar.
―Les he dado largas. No me interesa trabajar para una gente que se sirve de soplones y topos para conseguir ideas, en lugar de generar las suyas propias. No me parece correcto ―digo con vehemencia, dejando claro de parte de quién están mis lealtades. No en vano, Coleman and Asociated Publishing me ha dado una buena oportunidad y, además, Saul me ha escuchado y tenido en cuenta. No puedo olvidarme de eso.
Sé que le ha gustado mi respuesta. Espero que no pensara ni por un momento en que me iba a ir corriendo con la competencia, después del modo tan deshonroso de hacerse con la idea. Aunque con el enfado de los últimos días, seguro que algún pensamiento negro con respecto a mí y mi decisión sobre la oferta, se le ha pasado por la cabeza.
―Me alegra escuchar eso. Buenas noticias, por fin. Quizá yo pueda ofrecerte algo parecido o mejor que TrendingBooks…
¿De verdad? ¿Lo dice porque realmente cree que merece la pena mi trabajo o por mantenerme en la compañía y atarme como un valor seguro, dado que la competencia se ha interesado por mí? No es normal que yo peque de insegura, pero con Saul y su humor a raíz del robo de las ideas, no sé si fiarme mucho.
―Ya hablaremos de ello. Ahora lo importante es consolidar las ideas. ¿Seguirás adelante con ellas pese a la jugada de TrendingBooks? ―pregunto con una curiosidad legítima.
―Por supuesto ―asegura con énfasis―. Al principio me vine abajo, me desmoroné. Busqué causas, culpables, removí cielo y tierra y… no me sirvió de nada. Al final, comencé a darme cuenta de que no importa lo que otros hagan, siempre y cuando nosotros lo hagamos mejor. Y de verdad que estoy en ello…
―¿Y despedir a Virginia Olsen era realmente necesario? ―pregunto de sopetón, incapaz de morderme la lengua.
Me mira con sorpresa primero y con pena después. No está contento con el tema de Virginia y no es para menos. Tras una pausa de algunos segundos, se pasa la mano por sus cabellos rebeldes y bebe un sorbo de su café.
―Nadie ha despedido a nadie, dado que nadie ha encontrado al culpable de la filtración.
―Pero Virginia no está…
―Presentó su dimisión ayer mismo. Se veía venir, no estaba en su mejor momento ―asegura, con muchísima tristeza en la voz―. Tengo que reconocer que no la he tratado muy bien desde que se filtraron las ideas, que ella siempre ha sido mi principal sospechosa. La interrogué y la sometí a muchísima presión… y al final no ha podido soportarlo.
Me quedo boquiabierta. La gran abeja reina de la oficina tratada como una vulgar delincuente y obligada a dimitir, por orgullo o por hastío, de uno de los puestos más importantes de la compañía. Me compadezco verdaderamente de ella si es que al final no es culpable de nada. Debe de ser horrible que te señalen y que nadie te dé el más mínimo voto de confianza.
Mi curiosidad ha quedado saciada, ya sé lo que ha pasado con Virginia, y estoy contenta con lo que me ha dicho Saul porque, desde el principio, no he creído que ella fuera el topo, mi intuición me decía que no lo creyera. Ojalá hubiera un modo de demostrarlo y de que todo quedara aclarado. Pero lo veo muy difícil.
Decidimos volver junto al señor Coleman y comprobar si alguien ha salido a dar noticias. En nuestro camino de vuelta todo es diferente, ya no hay silencios incómodos y una distancia abismal entre nosotros. Ahora vamos cogidos de la mano e intercambiamos miradas y palabras llenas de significados.
―Por cierto, me encantó tu llamada borracha ―dice antes de llegar a la sala de espera, con un guiño travieso en los ojos que hace que me ruborice desde la punta de los pies hasta el final de cada uno de mis cabellos.
Nos toca esperar otras dos horas para que alguien salga por la puerta de quirófanos y se acerque a darnos alguna novedad. El señor Coleman está lívido completamente, como si le hubieran licuado toda la sangre de su interior.
Cuando el médico se acerca, él se pone de pie con dificultad y le mira a los ojos. Le pide mentalmente que diga lo que deba decirle rápido, sin paños calientes, no está dispuesto a oír medias verdades y tener esperanzas vacías.
―Señor Coleman ―comienza el doctor (joven, sereno y, a todas luces, agotado)―, debo darle la enhorabuena. Es usted el feliz padre de una niña de 2 kilos y 600 gramos. Su esposa ha demostrado una fortaleza asombrosa y ha conseguido salir adelante y dejar que la niña naciera con todas las garantías de viabilidad. Su hija está en la incubadora pero perfectamente sana, y su mujer, despertará en unas horas.
―¿Qué ha ocurrido exactamente? ―inquiere Saul, que no quiere perderse ni un detalle de lo que ha pasado.
―La señora Coleman ha tenido un desprendimiento de placenta. Lo debía de estar sufriendo desde hacía unos días, pero no dijo nada y, al final, el cuadro se complicó. Ha sido una suerte que actuaran tan rápido, las consecuencias de no haberlo hecho, podrían haber sido letales para la madre y el bebé.
Saul J. Coleman Senior se desploma en brazos de su hijo, llorando como un niño pequeño, dejando escapar la tensión acumulada y llenándose de un alivio inmenso que le deja sin fuerzas.
Yo también lloro, de alegría, porque al final todo ha salido bien. Porque Fanny está fuera de peligro y porque hay una niñita en este mundo que va a recibir mucho amor de un padre y un hermano tan contentos de este feliz desenlace.
―Ya tienes a tu nena, papá ―le consuela Saul―, ya has tenido a la niña que tanto deseabas.
―Pueden pasar a verla, si lo desean, a la madre aún tardarán, porque está bajo los efectos de la anestesia y faltan horas hasta que despierte del todo ―concluye el médico, señalándonos el camino hacia la zona de prematuros del hospital.
Dos pisos más arriba, en una habitación llena de incubadoras (la mayor parte vacías, afortunadamente), y rodeada por las paredes salvadoras de su propio recipiente hermético, una personita pequeña, preciosa y dulce se aferra al mundo que acaba de descubrir.
Las lágrimas no quieren dejar de fluir y contemplamos al bebé como tres alelados que sólo saben llorar y sonreír con cara de tontos.
―Bienvenida al mundo, Olivia Katherine Coleman ―se le oye susurrar al padre de Saul, mientras éste me coge de la mano y me saca de allí con sigilo.
Dejamos al señor Coleman con su pequeña y Saul se ofrece a llevarme a casa. La verdad es que estoy rendida y necesito ir a mi casa, darme una ducha y descansar. No era así como imaginaba que sería mi primer día de vuelta al trabajo después de diez días de baja laboral.
De camino a mi casa, Saul está entusiasmado por la llegada de su hermana. La verdad es que es rarísimo ver a un hombre de treinta y cinco años mostrándose tan contento por tener una hermana… básicamente por los pocos casos que habrá ¡treinta y cinco años de diferencia! ¡Hay nietos que se llevan menos con sus abuelos!
Cuando llegamos, sale del coche para abrirme la puerta y ayudarme a salir. Se me queda mirando fijamente y me sonríe con mucha ternura. No acabo de creerme que Saul vuelva a ser el de antes y yo me sienta de nuevo tan a gusto a su lado.
Me quita un mechón de mi cara y la acaricia. Acerca su rostro al mío y me besa despacio, con dulzura, como aquel primer beso que compartimos en la puerta de mi casa, casi en ese mismo sitio. Parece que ha pasado una eternidad desde entonces, pero han sido sólo unas pocas semanas.
―Cena conmigo el sábado ―me pide casi en un susurro tras separar sus labios de los míos.
Yo no digo nada. El alma ha abandonado mi cuerpo. Por detrás de Saul veo que los ojos de Marie están clavados en los míos, y no hay más que dolor y decepción en ellos. ¡He olvidado completamente que habíamos quedado para hablar de nuestra extraña relación hoy mismo!
Saul me mira extrañado por mi reacción y mi falta de respuesta a su pregunta, y se gira para encontrarse cara a cara con Marie. Ambos se sostienen la mirada unos segundos y luego, los dos la posan en mí, como cargándome de reproches y haciéndome sentir un ser traicionero y malvado.
Trato de articular palabra, pero soy incapaz de decir nada. ¿Qué podría decir para solucionar una situación que no podría ni imaginar en mis peores pesadillas? Sólo sé mirarlos a los dos e intentar contener unas lágrimas que, por desgracia, no quieren quedarse detrás de mis párpados y comienzan a rodar por mis mejillas.
Marie se queda un segundo más y luego, con paso lento y una tristeza que me parte el alma rondándole sus preciosos ojos verdes, se pone el casco y se sube a la moto.
Cuando ya sólo se oye el ruido de su motor alejándose y mi corazón únicamente desea dejar de latir y olvidarse de todo lo que le estoy haciendo sentir, miro una vez más a Saul y paso por delante de él para ir a llorar a gusto a mi casa.
No tengo ni idea de cómo va a afectar este encuentro a mi vida futura, lo que sí sé es que ahora mismo sólo deseo hacerme muy pequeñita, meterme en la cama y desaparecer para siempre.