Capítulo 8

 

El lunes por la mañana estoy tan cansada como el lunes anterior tras regresar de Chicago. Pero este cansancio es mucho mejor que el agotamiento por trabajar hasta tarde y viajar casi de madrugada. Estoy cansada porque no he parado de divertirme y eso es algo que echaba muchísimo de menos.

El domingo en la Hamptons ha sido, simplemente, fabuloso, y no me arrepiento nada de haberme quedado.

La noche del sábado fue intensa y reconozco que me fui a dormir con cierta preocupación por si Saul me haría pagar que hubiera cortado en seco nuestro rollo en la playa. En el desayuno me senté con Fanny y los gemelos, que intercambiaron alguna frase con su madrastra, hasta que él llegó, recién afeitado, con pantalón corto blanco y un polo rojo que le quedaba como hecho a medida.

Me sonrió con los ojos limpios de reproches, aunque con un anhelo que yo también sentía por dentro. Y todo empezó a ir estupendamente otra vez. Su padre se había ido a jugar al golf y Fanny tenía planes para comer con unas amigas, así que nos preparamos para ir a navegar, que es algo que suelo hacer a menudo cuando estoy con mi padre en casa.

Cuando estábamos a punto de irnos a preparar -yo con ropa prestada que juro por dios no sé de dónde había salido y que Saul me había entregado con la sentencia “no preguntes”- él se giró y se dirigió a la mesa donde los gemelos aún estaban apurando su desayuno.

―¿Os apetece venir, chicos? ―y los gemelos abrieron mucho los ojos a modo de sorpresa y se lanzaron escaleras arriba a sus habitaciones para prepararse también.

En el barco lo pasamos muy bien. Es un velero precioso, muy diferente del de mi padre. Este es mucho más grande y complicado, así que recibí unas prácticas clases de cómo manejarlo de las sabias manos de Saul. Nos bañamos en el mar, tomamos el sol, jugamos con los gemelos a batallas de agua y nos relajamos como si estuviéramos de vacaciones.

Y por la noche, hechos polvo pero con el sol aún brillando en nuestra piel, volvimos a Nueva York, y el fin de semana más intenso que he vivido en años, llegó a su fin.

Al entrar en la oficina el lunes a las ocho de la mañana no puedo dejar de mostrar una sonrisa de oreja a oreja. Sé que estoy más morena, que se me nota la alegría en el cuerpo y que los chismorreos volverán a señalarme hoy, pero esta mañana no me importa, porque estoy relajada y todo me resbala.

Saul está fuera, de viaje, tiene la reunión general del Consejo Editorial y de Administración de la empresa en Los Angeles, y no vuelve hasta el jueves por la noche. Aprovecho para ponerme al día con varias tareas relacionadas con su agenda y sus contactos, y sigo concertándole citas para la semana siguiente y recibiendo documentos que le reenvío por correo electrónico, para que no pierda el hilo durante su viaje.

En cierto modo, su ausencia me viene bien. Necesito distancia para pensar en lo que está ocurriendo en mi vida últimamente y hacerme una idea general de mis sentimientos.

Primero está Marie. Es guapo, alegre, sorprendente, me saca una sonrisa con sólo mirarle, me hace sentir muchas cosas y, además, parece que está siempre cerca en momentos delicados como el encierro en el ascensor o el atraco. Cuando estoy con él me siento como en casa, muy a gusto, como si todo el asunto del destino, con sus encuentros y coincidencias, tuviera todo el sentido del mundo.

Me encanta que no haya dejado de lado su vocación pese a tener la vida resuelta. Que siga soñando con llegar a metas altas, que ponga los medios para lograrlas. Me gusta que se esfuerce y que, pese a lo que le digan, él siga aferrado a ello.

En contra, claro está, no me puedo olvidar de su compromiso. No dejo de pensar en él, pero es que no es una persona libre y sin ataduras. No está a mi alcance por más que, a veces, se comporte como si lo estuviera. Y eso me exaspera de él, porque nunca me he fiado de la gente que le hace eso a sus parejas. Jugar a tres bandas no es mi estilo y con eso debería descartarlo de mis pensamientos de una vez por todas… aunque es tannnnnn difícil…

Y luego está Saul. Es el prototipo de hombre ideal si nos ceñimos a la definición física del término. Está como un tren, es alto, guapo y tiene un magnetismo que es imposible pasar por alto. La mitad de las mujeres de Manhattan matarían por estar con él como yo estuve la noche del sábado y la otra mitad, matarían por haber sido presentadas a su familia y  poder relacionarse con ellos.

Pero es que además de todo eso, he descubierto en los últimos días que es un ser humano sensible, atento y con un gran sentido del humor. Es un prepotente a veces, y un snob de cuidado, pero también tiene mucha capacidad de análisis y me ha escuchado en todo momento. Valora mis ideas y no ha dudado en darme el espacio que le he pedido para no ser perjudicada en la oficina. Y ha sido, sobre todo, un perfecto caballero cuando yo he decidido no seguir adelante con la situación pasional de la playa la noche del sábado.

Su pero es simple. Es mi jefe y justo en este momento de mi vida es más importante para mí demostrar mi capacidad en este puesto que cualquier otra cosa. Porque llevo mucho tiempo buscando mi camino y parece que, por fin, se me muestran las baldosas amarillas por las que andar este trayecto. No puedo permitir que nada me desvíe de mi propósito de encontrarme a mí misma.

La opción más fácil sería centrarme en mi trabajo, si es lo que quiero, y dejar de pensar en estos dos hombres. O buscar un trabajo por mí misma y abrirle la puerta a Saul. O colarme en al boda de Marie y echarla abajo con un alegato en la iglesia para que se venga conmigo. Son buenas opciones. Lo que pasa es que soy demasiado cobarde como para llevar a cabo ninguna de ellas.

El martes por la tarde, cerca de la hora de salir, recibo una llamada de Saul. Está eufórico y puedo sentir la alegría en su voz y en su respiración entrecortada.

―¡Martina! ―exclama tan alto que casi puedo escucharle sin teléfono desde Los Angeles― ¡Les ha encantado! ¡Todo!

No tengo ni idea de qué me está hablando y me quedo muda con el teléfono pegado a la oreja. Si no fuera porque me ha llamado por mi nombre, juraría que se ha equivocado de persona al marcar el número.

―El Consejo Editorial y el de Administración han sido hoy. Todos los consejeros estaban un poco disgustados por los resultados del trimestre, que han sido buenos, pero no tanto como se esperaba. La cosa se ha puesto fea porque mi padre ha aparecido cuando dijo que no lo haría y no hace buenas migas con algunos de los peces gordos del Consejo.

“Mi padre nunca se ha caracterizado por ser un hombre con mucho tacto. Pero esa es otra historia. En fin, que en la reunión se ha empezado a cuestionar mi forma de dirigir la empresa y mi padre, sin pararse a pensar, ha soltado lo que le contamos en la cena del sábado, sobre las ideas tan buenas que me diste para reflotar la parte de la compañía que se está quedando desfasada.

Se calla un momento para coger aire. Puedo sentir cómo la emoción le impide contarme lo que ha pasado de forma más pausada y coherente, así que le dejo que se recupere y continúe.

―¿Sigues ahí?

―Sigo aquí ―le confirmo.

―Les he contado tus ideas, y todos han llegado a la misma conclusión que yo. Tenemos que ponernos a trabajar ya. Lo hablaremos el viernes en la oficina y te cuento todos los detalles. Ahora me era imposible seguir con las reuniones sin contártelo.

Es como un niño la mañana de Navidad, demasiado ansioso para contener su ilusión. Sonrío para mí misma e, incluso después de colgar, mantengo ese estado de satisfacción.

―¿Una llamada romántica en horario laboral, señorita Egia? ―me sorprende Claire con cara de pocos amigos― Le quedan diez minutos para salir, reprímase hombre, que aquí está para trabajar y no para perder el tiempo.

La dama de hierro de la oficina, lo que me faltaba. No puedo decirle que hablaba con su jefe, y el mío, porque esa cara de colegiala tonta con la que me ha pillado, delataría que entre Saul y yo hay, efectivamente, algo tal y como se rumorea. Pero tampoco quiero que se salga con la suya.

―Era una llamada personal, efectivamente, pero sin gasto para la empresa y la he contestado tras haber concluido todas las tareas pendientes. ¿Y usted? ¿Puede decir lo mismo de su paseo hasta mi mesa?

Me mira como si yo fuera un insecto, magnificando su figura que, desde su posición estando de pie y yo sentada, es mucho más intimidante. Arruga el morro aunque, si pudiera, estoy segura de que me escupiría fuego por la boca para borrarme del mapa.

―Es usted una insolente, señorita Egia.

Y diciendo esto se aleja de mi escritorio y yo no puedo evitar pensar “Martina 1, Vieja Bruja Amargada 0”, lo que me provoca, incluso, una leve carcajada que debo reprimir si no quiero meterme en más líos.

 

******

 

La semana pasa tranquila tanto en la oficina como en mis tareas. Se nota cuando Saul está fuera porque mi volumen de trabajo se ve drásticamente disminuido. Pese a todo, procuro que no me falten los quehaceres, y voy organizando y adelantando otras tareas y así estar entretenida.

Las chicas me han estado preguntando insistentemente por el café que me tomé con Marie el sábado, pero sólo les he dado unas pequeñas pinceladas. Supongo que no lograré tenerlas controladas más tiempo y en nuestro momento de cóctel en Antoine's el bombardeo será a discreción.

No saben nada de la invitación de Saul a cenar con su familia del domingo, y no sé si sacar el tema. Porque de hacerlo, confirmaría que puede que haya algo entre nosotros pese a que les he estado diciendo que no desde que se iniciaron los rumores. Pero es que necesito aclararme y para eso están las amigas, ¿no? Siempre es bueno tener puntos de vista diferentes y, sobre todo, alejados de una misma, que yo para estas cosas no sé ser nada objetiva.

El viernes llego temprano a la oficina. Hoy vuelve Saul de Los Angeles y quiero estar presente para que me hable de cómo ha ido todo y de cómo se va a proceder con las nuevas ideas ya en marcha.

Me ha llamado un par de veces a lo largo de la semana para darme alguna indicación sobre temas de agenda y para contarme pequeños detalles más sobre lo que se está cociendo en las intensas reuniones de Los Angeles.

Y me llamó a casa. Anoche. Fue extraño ver su nombre en la pantalla de mi teléfono, nunca antes lo había hecho.

―Hola ―saludó y se quedó callado.

―Hola ―saludé yo. No sabía qué pensar. ¿Negocios o placer? Se le podía haber olvidado decirme algo importante que hubiera que hacer como enviar un correo a alguien o pedir un mensajero o… ¿qué se yo? O podía ser, que sólo quisiera hablarme a mí, a la chica y no a la secretaria.

―Estoy esperando para embarcar, vuelvo a casa por fin.

Su voz era suave y se le notaba muchísimo más relajado que los días pasados. Definitivamente, se trataba de una llamada personal y no profesional. Me alegré. Mucho.

―Al menos estás contento con los resultados del viaje, ¿no?

―Mucho. Martina, creo que vamos a tener un año excepcional si ponemos en marcha la mitad de lo que llevo cuatro días hablando ―exclamó feliz― Y una parte enorme, te lo debo a ti.

Sonreí aunque no pudiera verme. Este Saul que reconocía los méritos de los demás, que se mostraba cercano y cálido, estaba a mil años luz del jefe distante y snob que conocía hasta dos semanas atrás. Parece mentira lo mucho que puede llegar a sorprenderte una persona cuando realmente la conoces. Y supongo que él podría decir lo mismo de mí.

―¿Te he interrumpido? ―preguntó, de pronto preocupado por si estuviera entrometiéndose en algo importante― Me apetecía charlar contigo y ni siquiera me he dado cuenta de que allí son tres horas más.

―No te preocupes ―me apresuré a contestar―. Estaba leyendo.

―Será un libro de una buena editorial, ¿verdad ―bromeó.

―¡Claro! De hecho es uno que he cogido de los fondos de la editorial para la que trabajo, pero no se lo digas a mi jefe ―era agradable conversar con él de ese modo tan relajado, que me daba otra faceta del hombre que estoy conociendo poco a poco.

―Y tengo ganas de verte. No he dejado de pensar en ti todos estos días. Debería haberte obligado a venir, como en Chicago.

Me quedé callada. Sentí en mi pecho algo que me impedía respirar por un segundo, como si mi corazón se hubiera saltado un latido, y pinté en mis labios una sonrisa bobalicona que agradecí que él no pudiera ver.

―Yo también he pensado mucho en ti estos días, y no siempre porque tuviera que coger tus recados ―me reí.

―Mi padre quedó encantado contigo en la cena. Me dijo ayer que tienes el espíritu de tu madre dentro, y que le creyera si me decía que eso era algo muy especial. Y le creo, claro que sí.

La comparación con mi madre hizo que se me anegaran los ojos de lágrimas. La echo de menos y la quiero matar con mis manos por no dar señales de vida. Me estoy volviendo loca de preocupación. Así que se lo conté a Saul y él intentó tranquilizar mi ánimo desmoralizado.

Y así, entre mi madre y las reuniones, las vistas horrorosas desde su hotel, el tiempo maravilloso que hace en Nueva York y los recuerdos fantásticos del fin de semana en los Hamptons, llamaron a embarcar a su vuelo y nos despedimos.

No se me va de la cabeza la conversación ni lo que me hizo sentir recibir su llamada, mientras reviso la bandeja de entrada corporativa de Saul por si hubiera algún correo electrónico urgente.

La oficina se va llenando poco a poco de gente. Los ánimos están altos, es viernes y las vacaciones de verano, para muchos, ya casi se pueden saborear. Así que el bullicio va envolviéndome y yo sólo busco entre los que entran, la cara de quien me interesa.

Para matar el rato, entro en mi cuenta de correo personal, quizá haya noticias de mi madre y pueda empezar a relajarme con ese tema. Hay un correo de mi padre, que leo por encima sólo para saber si contiene alguna cosas sobre ella y, como no es así, lo cierro para leerlo más tarde, con tranquilidad.

Cuando estoy a punto de cerrar la aplicación de correo electrónico, veo que tengo un mensaje sin leer cuyo destinatario desconozco. Lo abro intrigada.

 

Para: martinapeleona@mail.com

De: a.martin@tbp.com

Asunto: De gran interés para usted y su blog

 

Estimada señorita Egia,

Mi nombre es Alexander Martin y soy editor senior en TrendingBooks Publishing. He leído de arriba a abajo su excelente trabajo en su blog de viajes 'El mundo, contigo' y no me queda más remedio que felicitarla sinceramente.

En TrendingBooks hemos iniciado recientemente una campaña de captación de talento entre los blogueros con más proyección del panorama actual y usted es, sin duda, nuestra más firme apuesta para el género de viajes.

Creemos que el futuro del mercado editorial está evolucionando y son ustedes, los creadores de tendencia y opinión a través de sus sitios Web, los que ahora merecen que se les dé la palabra en las editoriales.

Me gustaría poder mantener con usted una reunión para detallarle nuestra oferta y tratar en persona la posibilidad de trabajar juntos para hacer cosas más que interesantes. ¿Se imagina 'El mundo, contigo' en formato libro?

Quedo a su disposición para tratar esta propuesta y, sobre todo, concertar una cita para conocernos y hablar de este asunto con la profesionalidad que el tema requiere.

Sin otro particular, reciba un cordial saludo.

Suyo, sinceramente:

Alex Martin

 

Tengo que leer dos veces el mail para estar segura de que lo que pone en él es como creo que lo he entendido la primera vez. Se me cae el alma a los pies y no consigo ordenar mis pensamientos para lograr que mi cabeza trabaje con claridad.

He de levantarme y salir a la terraza de fumadores del piso de arriba para volver a respirar con normalidad. A esas horas, la terraza está completamente desierta y lo agradezco. No me gustaría que nadie me viera tan alterada como lo estoy ahora mismo.

Esto no puede ser casualidad. Es la primera cosa con sentido que logro esbozar en mi cabeza. No puede ser que la misma semana que la idea sale de labios de Saul, otra editorial tenga los mismos planes para lanzar una línea basada en blogueros que despuntan.

Y no cualquier editorial. TrendingBook Publishing es una de las más nuevas del país, pero su crecimiento ha sido meteórico y ahora es una de las diez editoriales norteamericanas con mejor catálogo y proyección.

No doy crédito. Sigo sin creerme que la idea pululara por más cabezas. Y no es que yo sea visionaria, pero ¿la misma semana que nosotros lo ponemos en marcha, ellos nos cogen la delantera? No, simplemente no lo creo.

Tengo que pasar más de media hora en la terraza para que mi corazón vuelva a latir con normalidad y mis nervios permitan a mis manos dejar de temblar. No sé cómo se lo va a tomar Saul.

Cuando bajo, veo que la luz de mi teléfono parpadea. Tengo una llamada perdida y es del despacho de Saul, que ha debido de llegar en mi ausencia.

―Ven a mi despacho, por favor ―su voz suena cordial y me siento fatal por lo que voy a decirle. Estoy segura de que no volverá a estar así de contento en días. O semanas.

Imprimo el correo electrónico de Alexander Martin y me dirijo a su despacho con el corazón en un puño.

―Pasa, Martina ―dice con una sonrisa enorme en los labios cuando llamo a la puerta y paso al interior de su despacho. Pero algo ve en mi semblante, porque enseguida la sonrisa se le muere y me mira preocupado― ¿Pasa algo?

Tengo un nudo en el estómago que me impide abrir la boca. Le tiendo el papel con el correo electrónico impreso y él comienza a leerlo. Puedo ver cómo su semblante va perdiendo color y sus ojos se abren como platos.

―¿Qué significa esto? ―su voz es dura, su mirada se ha quedado sin vida. Ha vuelto el Saul distante que conocía antes de Chicago.

―He recibido esta misma mañana ese correo electrónico. Me he quedado tan sorprendida como tú.

―No es posible que esto te haya llegado esta misma mañana. Simplemente no puede ser…

―Pues lo es.

No sale de su estupor. Sé que no entiende nada y no sé si está calibrando la situación en general o está enfadado conmigo por ser la portadora de la mala noticia.

―Esto sólo puede significar una cosa y es lo peor que podría pasarle a una compañía…

―Tenemos un topo ―digo en voz alta, confirmando lo que ambos pensamos.

Asiente y deja la mirada fija en un punto más allá de mí. No sé qué hay en su cabeza ahora mismo. A mí la noticia me ha trastocado, pero no soy yo quien ha apostado por ella al cien por cien y la ha hecho pública a su Consejo de Administración y a su Consejo Editorial.

―Tenemos un topo en Coleman and Asociated Publishing ―corrobora él mismo, devastado y con toda la tristeza del mundo en su voz.

Me gustaría tanto acercarme a él y consolarlo. Me gustaría tanto que supiera que estoy aquí para él, para lo que sea que necesite de mí. Pero no lo hago, temo su reacción y, además, no sería correcto. No aquí en la oficina, en su despacho.

―¿Tienes idea de quién puede ser? ―pregunto mientras intento reprimir mis ganas de consolarlo.

―Sólo puede ser una persona, y daría todo lo que tengo por equivocarme.

Lo miro expectante, dispuesta a esperar lo que haga falta para que me lo cuente, para que se desahogue, para que saque de dentro la amargura que ahora sé que lo está recorriendo todo entero.

Saul me indica la silla para que me siente frente a él, mientras hunde la cabeza entre sus enormes manos. Se echa el pelo para atrás y vuelve a mirarme.

―En las reuniones de esta semana ha habido mucha gente. Pero todos tienen intereses en nuestra compañía. No creo que uno sólo de ellos tenga intenciones suicidas contra la empresa, porque sería ir contra ellos mismos. No estaremos en horas altas, pero seguimos siendo el tercer grupo editorial de Estados Unidos.

―Alguien ajenos a los consejos, pues.

―Sólo había una persona que no pertenezca al Consejo de Administración y sí lo esté en el Editorial: Virginia Olsen.

Me quedo de piedra y, por un instante, soy incapaz de reaccionar. Virginia es una zorra sin escrúpulos con ganas de llegar a lo más alto sin importar a quién pise en su camino, pero no me la imagino vendiendo secretos de Coleman and Asociated Publishing al mejor postor.

―¿Estás seguro? Es una acusación muy seria.

―No, no estoy seguro de nada, Martina. Pero en alguna dirección tendrán que ir las sospechas, y ella es quien más papeletas tiene.

―Creo que deberías pensarlo bien antes de actuar contra ella, si esa es tu intención. Podrías equivocarte y hacerle mucho daño.

Me mira incrédulo. Sé que es raro que yo interceda por la persona que ha despertado rumores (cada vez más ciertos, todo hay que decirlo) contra mí, pero es que no me gustaría que se precipitara y pusiera las cosas peor de lo que ya están.

―No sabía que escribieras un blog y, menos aún que fuera tan importante como para que te contacten a ti ―me impreca con tono duro tras unos segundos.

―No quería decirte lo de mi blog después de hablarte de las ideas que tenía para no influirte. Tiene muy buenos datos, pero no creí que fuera tan popular como para que me escribieran un mail proponiéndome nada.

Presiento que no me cree. En su cara puedo ver que se siente utilizado, que le he propuesto lo de los blogueros en el medio de mis ideas con vistas a colocarme yo entre ellos. Pero nada más lejos de la realidad. Si compartí con él mis ideas fue para ver plasmadas algunas de las cosas que a mí, como lectora, me gustaría ver en una empresa como esta.

La decepción en sus ojos me paraliza por dentro. No puedo creer que esto se vuelva en mi contra, pero sé que él necesita culpar a alguien y, la verdad, prefiero ser yo, que lo conozco, a que lance toda su bilis contra Virginia Olsen y que luego se arrepienta si resulta estar equivocado.

Salgo de su despacho dejándolo solo y muy enfadado. Se acabó el caballero encantador y atento. Se acabó verlo sonreír y dedicarme palabras sinceras y bonitas. Salgo de allí y sé que me dejo algo propio dentro. Las lágrimas se agolpan en mis ojos y no sé si seré capaz de retenerlas o tendré que salir corriendo de ahí.