Capítulo 12
Me muero de aburrimiento por culpa del reposo que el doctor Meyer me ha impuesto.
No salgo mucho, sólo cuando desfallezco de hambre y de ganas de charlar e intercambiar libros con Onur. Menos mal que tengo a Buffy conmigo, si no, sería la mayor condena que me hubieran impuesto en mis treinta años de vida.
Llevo así nueve días y, afortunadamente, mi tiempo de reclusión acabará, espero, mañana después de mi visita al pequeño hospital de Brooklyn, donde me atendieron tras mi accidente con el corcho del champagne.
Al principio no puedo negar que la situación me gustó bastante, y no lo digo por escaquearme de trabajar, sino por evitar a toda costa a Saul tras mi bochornoso mensaje del viernes por la tarde. No hubiera sabido reaccionar bien el lunes al verle y quizá, me hubiera enfrentando a su ira y a un mal humor aún más acusado que la semana anterior. O peor, quizá me hubiera tratado con indiferencia y eso me hubiera matado un poquito por dentro, porque ya sabéis lo que dicen, “lo opuesto al amor no es el odio, sino la indiferencia”.
Pero no tuve que enfrentarme a él y sólo por eso, ya mereció la pena el haber recibido el brutal impacto que a punto estuvo de hacerme perder mi valioso ojo derecho. No quiero sonar frívola, pero a grandes males, grandes remedios.
Sin embargo, no todo el mundo estaba igual de contento que yo por no acudir a trabajar el lunes por la mañana. Sobre las diez y media, una enfadadísima Claire Sontag me llamó para hacerme partícipe de su malestar por esta situación. Con el enfado de Saul, su trabajo se había incrementado, pero es que mi ausencia la dejaba a ella al pie del cañón como única responsable, y eso era algo que no podía hacer sin dejarme claro su total y absoluto rechazo a mi accidente.
―He recibido una llamada de su aseguradora para comunicarme su baja médica, señorita Egia ―dijo con un siseo escalofriante―. No sé qué se habrá creído, pero quiero hacerle saber que su falta a sus obligaciones laborales, hará que sus compañeros deban esforzarse el doble por suplir su ausencia.
―Por compañeros se refiere a usted misma, ¿verdad, Claire? ―le contesté con la gran satisfacción de darle un mayúsculo zas en toda la boca― Le aconsejo que bucee en sus recuerdos para volver a ponerse a trabajar como solía hacer antes de delegar en mí todas y cada una de sus tareas. Mire que si falto yo, usted no tendrá detrás de quien esconderse para no dar ni palo al agua.
Y diciendo esto, colgué satisfecha porque sabía que había dado en el clavo. Lo que le fastidiaba era que ahora debía trabajar porque, no hacerlo, la descubriría ante Saul y, a unos años de su jubilación, no podía jugarse el puesto.
Saboreé el momento con una complacencia tal que no pude evitar reírme a carcajadas yo sola en mi apartamento. Asusté incluso a mi pequeña gatita que, de un salto, salió huyendo de mis risotadas histéricas. Sentaba tan bien quedar por encima de esa insoportable mujer…
Desde el día que entré por la puerta de Coleman and Asociated Publishing me colocó en el ojo del huracán. Sabía que llegaba con enchufe y no se molestó ni un minuto en disimular la profunda repulsión que este hecho le causaba. Así que se dedicó a descargar todas sus obligaciones en mí, a convertir el supervisarme en su única tarea diaria y a ponerme la zancadilla, metafóricamente hablando, a la más mínima ocasión.
Es un ser despreciable que se aprovecha de su elevado estatus en la empresa gracias a sus contactos con el padre de Saul, a quien sirvió de secretaria desde sus inicios al frente de la empresa y que ya venía recomendada por el padre de éste. Toda una institución la señorita Sontag en la compañía.
Se pasea orgullosa como si la editorial fuera suya y tiene subyugados a varios trabajadores -yo no soy su única víctima- para encubrir su nulidad para el puesto que ocupa.
Creo que si algún día llegara a verla salir de la empresa, me alegraría mucho por la compañía. Perder un lastre siempre es motivo de alegría.
Las llamadas no se quedaron sólo en Claire, afortunadamente. Las chicas también se interesaron por mi ausencia en la oficina y Marcus me llamaba cada poco para preguntar si necesitaba algo. Creo que tardará en írsele de la cabeza la certeza de su culpa en todo el asunto de mi ojo. Y es que no logro convencerle de que lo olvide, así que preveo que Marcus permanecerá en mi vida hasta que logre pagar la deuda que cree haber contraído conmigo.
Al final de mi primera jornada de reposo llegó también la llamada de Saul. Ver su nombre en la pantalla del teléfono me llenó de un terror agudo, pero también de una estúpida esperanza, no sé muy bien de qué.
―Hola, Martina ―saludó escuetamente.
―Señor Coleman ―le correspondí yo volviendo a tratarle de usted y estableciendo una barrera invisible para protegerme de lo que tuviera que decirme.
―He oído que estás de baja laboral. Quería saber si te encuentras bien o..
¿O qué? Seguro que pensaba que me lo había inventado para no ir a trabajar y así poder evitarme el bochorno de encontrármelo en la oficina y enfrentarme al hecho de mi ridículo al llamarle el viernes. Pues no le iba a dar la satisfacción de que se creyera tan importante…
―No me encuentro bien. Nada bien. Tras mi accidente, el médico me ha impuesto un riguroso reposo y no quiero abusar respondiendo llamadas así que…
Le noté incómodo al otro lado de la línea. ¡Misión cumplida! Exclamé para mí con un júbilo impropio de mi persona. ¿Qué me estaba pasando?
―Siento oír eso. No te molesto más. Sólo deseaba comprobar que estabas bien.
Y colgó.
Dentro de mí se volvieron a encontrar cientos de sensaciones y sentimientos diferentes. Iba a volverme loca a este paso con la montaña rusa en la que vivía desde hacía unas semanas. Todo me daba vueltas en la cabeza, y Saul y Marie ocupaban todo el espacio libre. Cada vez estaba más convencida de que ninguno de los dos era para mí, a la vez que no había otra cosa que deseara más que la puerta se me abriera con… no sé, ¡con alguno! Era difícil incluso decidirse.
Saul seguía en modo enfadado, pese a su llamada. Que, realmente, aún no sé si fue de cortesía o de control. Tenía miedo y ganas a la vez de volver a la oficina y verlo. Quería comprobar si la presión de los últimos días por fin comenzaba a darle un respiro y si, poco a poco, dejaba de estar tan tenso y enfadado. Deseaba que supiera que yo quería estar a su lado de nuevo, recuperar nuestra complicidad y nuestro buen rollo, que no soy rencorosa ni creo que esto que ha pasado sea un escollo insalvable. No sé si llegará la oportunidad para todo eso, y de ahí que el miedo a lo que me encuentre a mi vuelta aún gane la mayoría de las partidas dentro de mi cabeza.
Pensar en Saul ocupaba parte de mi tiempo durante mis primeros días de reposo. Pero también pensar en Marie. Pensar en la noche de mi cumpleaños, en nuestra despedida junto a mi casa.
Tras separarnos del primer beso real que compartimos, el mundo estalló en mil pedazos. Estaba tan a gusto, sentía tanto bienestar en ese momento, que sólo deseaba que se alargara para siempre, convencida como estaba de que no habría modo mejor de pasar los siguientes cien años de mi vida.
Y él también debió de pensar algo parecido, porque no estaba dispuesto a parar en un simple beso. Había desatado su corazón con sus confidencias sobre lo que estaba sintiendo conmigo y no quería ponerse limitaciones ahora. Así que me giró ligeramente y me apoyó contra la puerta de mi edificio. Sin mediar más palabras entre nosotros y sólo mediante el poder que dan las miradas intensas que todo lo dicen, me sacó un asentimiento para continuar lo que había empezado.
Paseó su mano por mi mejilla y me sostuvo el mentón durante unos instantes, antes de volver a fundir sus labios con los míos y robarme un pequeño gemido de placer. Su otra mano, enlazada con la mía, se soltó y empezó a explorar mi cuerpo, con timidez primero, con ganas, después. Sus caricias consiguieron hacerme olvidar todo: que yo no tenía nada claro con respecto a mis sentimientos, que quizá estaba jugando conmigo, que se casaba en unas semanas, que me dolería si llegaba a enamorarme del todo…
Sólo era capaz de sentirle cerca, de saborear su aliento dentro de mi boca y de pegarme a su cuerpo como si fuéramos uno solo. No importaba nada más.
Yo también me volví audaz entonces, y metí mis manos por debajo de su camiseta y sentí su cuerpo como si no hubiera ropa entre los dos. Sentí su calor y su fuerza, y también las mismas ganas que se desprendían de él.
No sé cuánto duró aquel arrebato a la puerta de mi casa, quizá fueron sólo segundos o una eternidad, lo único que sé es que, llegado un momento, sólo podíamos parar o subir a mi casa y acabar lo que habíamos empezado.
Nos fuimos separando poco a poco, nuestras respiraciones irregulares, como si hubiéramos corrido una maratón, y en sus ojos la pregunta, muda, de si le dejaba acompañarle a mi casa.
―Será mejor que suba e inicie ese reposo que me han prescrito ―dijo una voz extraña que salió de mi boca. La sensatez había ganado dentro de mi cabeza y el punto final a una noche increíble no iba a ser entre las paredes de mi habitación.
Él me miró con una ternura infinita, con algo parecido al respeto. Y sé que en el fondo me estaba agradeciendo que mi decisión le ayudase a no cargarse su vida, así, de un plumazo, y a no hacer daño a la mujer con la que se había comprometido.
Ver eso en sus ojos me provocó un intenso dolor en mi interior. Pero ¿qué esperaba? Él lo había dejado claro, quería a esa mujer, sin importar lo que pasara en su cabeza cuando yo me cruzaba por ella. Y así, lenta y dolorosamente, nos separamos del todo y la magia se fue disipando poco a poco.
El sabor de sus besos aún me quemaba en mi interior cuando saqué las llaves de mi bolso y me dispuse a abrir la puerta de mi edificio.
―¿Puedo llamarte? ―me pidió bajito, casi en un susurro.
¿Podía? ¿Quería que lo hiciera? Con Marie nada es racional, yo no soy racional, así que asentí con mi cabeza y le prometí que le mandaría un mensaje con mi número porque él aún no lo tenía.
Esa noche no pude dormir. Entre el lío de mi cabeza con respecto a los acontecimientos que acababan de suceder, el malestar interior por la ausencia de noticias de Saul (sí, me esperaba que me devolviera la llamada, aunque hubiera sido para llamarme psicópata y pedirme que lo dejara en paz) y el dolor que, poco a poco, fue llenándolo todo cuando el efecto de los analgésicos que me habían dado en el hospital fue remitiendo, dormir se convirtió en un imposible esa noche.
Marie me llamó al día siguiente, sumándose a esa lista de llamadas interminable del primer día de descanso obligado. Se ofreció, incluso, a venir a ponerme las gotas de la noche, pero yo le pedí que me diera espacio para pensar en todas las cosas que nos habían pasado, y le prometí que quedaríamos para hablar en persona cuando volviera a estar bien.
Así que, ahora mismo, mi vida no es sólo caótica, sino que con todo el tiempo del mundo a mi disposición, sólo he logrado armarme aún más lío en la cabeza con respecto a todo. ¿Quién diría que tener tiempo para pensar era más perjudicial que beneficioso para los líos mentales en fase creciente? Pues es así, y es horrible.
Mi lío mental con Saul ha llegado hasta el extremo de pensar que con él toda posibilidad se ha acabado, porque las circunstancias nos han sobrepasado. Y con Marie, que se ha acabado porque no puedo entrometerme (más) en una relación consolidada como la que él tiene.
Saul ha dejado claro que, ahora mismo, no me quiere en si vida y no seré yo quien intente entrar por la fuerza, cuando hasta ha echado el pestillo a esa puerta.
Y Marie... Marie es ese helado de chocolate que entra en tu vida cuando estás a dieta y sabes que no te conviene en absoluto. Aun así, en tu cabeza sólo existe ese helado, y eres infeliz hasta que das rienda suelta al placer de hincarle el diente y devorarlo.
Su novia es lo único que me frena. Una novia que, seamos francos, ha estado muy poco presente en mis pensamientos. Porque pese ser un elemento importante en esta historia, no la hemos tenido muy en cuenta. Marie casi no la ha mencionado, supongo que para no sentirse mal, y yo, por mal que me sienta al respecto, evitaba sacar el tema por puro egoísmo. Porque, aunque me muriera de ganas de saber las motivaciones de Marie para coquetear conmigo, evitaba hablar de su prometida para no cargarme los momentos perfectos que hemos pasado. Sí, debería haber sacado el tema antes, debería haberle dejado claro que no me hacía gracia el hecho de que su presencia, sin nombrarla, nos acompañara siempre, pero estando con él, sólo lo quería para mí, y hablar de ella no entraba en mis planes. Creo que tampoco en los de él.
Se acaban mis días de darle vueltas a las cosas en la soledad de mi apartamento, y creo que si no fuera así, estaría a menos de dos pasos de cortarme las venas.
*****
Antes de dirigirme al hospital -tengo cita a las tres y media de la tarde con el doctor Meyer- me paro en la esquina de mi calle a charlar con Onur.
Mi proveedor de alimentos y recomendaciones literarias ha sido más que un amigo estos días interminables. Onur ha subido a mi casa para charlar conmigo y hacerme compañía, me ha traído libros de la biblioteca con un criterio impecable, y me ha proporcionado una dieta rica y variada de lo mejor de su carrito, para que la rutina y la apatía no se cebaran también con mis comidas.
Tengo que agradecerle profundamente sus atenciones, que incluso incluyeron leerme durante los dos primeros días de mi baja, ya que era incapaz de leer o escribir en mi blog debido a unos terribles mareos que me dejaban fuera de juego. Afortunadamente, ese malestar inicial acabó pasando y fui otra vez capaz de leer y devorar todo lo que él me iba trayendo, y de sentarme a actualizar mi blog con unas cuantas entradas sobre la comida y la cocina de varios de los destinos que ya había reseñado.
El blog va fenomenal, mejor que nunca, y Alexander Martin, de TrendingBooks me ha escrito otros tres correos electrónicos a pesar de que le he dejado bastante claro que no deseo reunirme con él. Onur me ha ayudado mucho con el tema, cuando le he contado por encima los detalles de la oferta y de la pequeña revolución que hay montada en la compañía por este tema. Siento que, con él, puedo hablar de muchísimas cosas, porque siento que me entiende con sólo estar sentado a mi lado.
Desde el atraco, además, hemos desarrollado una empatía aún más especial y es raro el día que no hablemos de lo que nos pasó y de lo que ese chico nos hizo sentir a ambos. Es nuestro tema favorito, aunque nos duele que se quede todo en palabras ya que, realmente, no podamos hacer nada para evitar cosas como esa.
―Tendrás ya ganas de quitarte el parche pirata, ¿no? ―me recibe él con una sonrisa enorme y sincera pintada en su rostro curtido.
―Ni te lo imaginas ―le digo imitando su sonrisa y haciendo un gesto de hastío máximo―. Creo que ya no recuerdo mi cara sin esto. No sé si me reconoceré la próxima vez que me mire en el espejo. Bueno, eso si es que puedo quitármelo ya de una vez.
En los últimos días, el dolor ha remitido bastante y estoy casi segura de que la revisión de hoy me traerá el alta médica sin un solo problema. O eso espero, ¡por favor!
―Pues como hoy vas a recibir buenas noticias y, además, volverás a la normalidad, quiero comentarte una cosa que sé desde hace unos días. Me la he guardado porque no sabía qué harías al saberlo y no quería alterarte en tu reposo.
Me pongo en guardia inmediatamente. Esas palabras de alerta no suelen traer cosas tranquilas y bonitas detrás… antes al contrario. Cruzo los dedos para que no sea algo grave y asiento para darle a entender a Onur que tiene toda mi atención.
―Hace ya unos días, mi hermano empezó a ayudarme a indagar sobre el muchacho que nos atracó. Él piensa que tenemos que darle un escarmiento para que deje de hacerlo, pero yo no creo que esa sea la forma correcta. En cualquier caso, otros compañeros también han sido atracados de una manera parecida y el sospechoso coincide…
Es sólo cuestión de tiempo que alguien dé con el chico y se acaben sus peligrosas incursiones en busca de comida y dinero. Si no es la Policía, será uno de los compañeros de Onur que se tome la justicia por su manos o, peor aún, que alguien vea invadido su territorio de operaciones y decida eliminarlo de un plumazo sin pararse a pensar mucho.
―Dios mío, Onur. Esto va a acabar mal… ―susurro con una pena dura y oscura golpeándome la garganta.
―Muy mal, creo yo ―corrobora él―. Al parecer, tienen algunos indicios. Algunas de las cosas robadas a clientes o compañeros han sido recuperadas, tiradas por ahí. En dos ocasiones, al menos, en el mismo lugar que las tuyas.
Roosevelt Island. Vale, tenemos una pista, pero ¿qué diablos podemos hacer con eso si no tenemos, ni siquiera, un plan de rescate para un chico que se ha quedado clavado en el recuerdo de los dos?
―Déjame pensar en algo, Onur ―le pido para ganar tiempo y dar con alguna solución― y si a ti se te ocurre algo, soy toda oídos.
Nos despedimos hasta el día siguiente y yo me dirijo a Brooklyn. Voy en bus porque evito el metro y el tren siempre que puedo, aunque hoy el tráfico está particularmente lento.
En mi camino hasta la cita con el médico, consulto mis mensajes, y compruebo que el grupo de Whatsapp que tengo con las chicas de la oficina está que arde. Más de quince mensajes en apenas cuatro minutos.
Muerta de curiosidad entro y veo que no es para menos, que hay montada toda una revolución...
Marla: Se confirman los rumores, chicas. Se la han cargado (14:22)
Giorgie: ¡NO! ¡Lo sabía, te dije que lo sabía! Esa cara de mustia era por algo y mira… (14:22)
Miriam: ¿De qué estáis hablando? No me entero de nada (14:23)
Giorgie: Se han cargado a la Olsen. Es historia. (14:23)
Miriam: ¿Qué dices???? (14:23)
Marla: Lo que lees… esta mañana ya se sospechaba algo, había un silencio a primera hora y mira qué era. (14:23)
Georgie: Marla y yo hemos hecho una apuesta sobre qué podía ser, pero no la hemos podido llevar a cabo, porque las dos creíamos que era por Virginia y hemos acertado. (14:24)
Miriam: Pobre mujer… después de lo mal que lo ha pasado estas dos semanas… me parece injusto. (14:24)
Marla: Venga Miriam, si tú no la puedes ni ver. (14:24)
Miriam: Ya, pero eso no quita para que un despido no me afecte. (14:25)
Georgie: En Comunicación ya lo veían venir. Ascenderán a John o a Andrew. (14:25)
Rosa: ¿Se saben los motivos? (14:25)
Marla: No. (14:25)
Georgie: De hecho, se rumorea que ha sido ella la que se ha ido. (14:25)
Rosa: A mí me da pena. No es manera de salir de una empresa. (14:26)
Marla: Otra igual. ¿Sois santas ahora o qué? (14:26)
Los mensajes se cortan a partir de ese comentario de Marla y ya no hay más detalles. Me quedo absolutamente boquiabierta y, también, un poquito triste por Saul, la compañía y, sí, por Virginia Olsen. No sé si al final es la culpable o no de la filtración de las novedades de la editorial, pero desde luego, no creo que su vida sea fácil ahora que ha sido señalada, con o sin razón.
Decido no meterme en la conversación y hablarlo mañana en persona, cuando, quizá, ya se tengan más detalles.
Llego un poco tarde a mi cita con el doctor Meyer, pero, al final, salgo realmente contenta de allí. Me examina mi ojo y lo ve recuperado al cien por cien. Me ha costado acostumbrarme a la luz tras llevar el ojo tapado diez días, pero no puedo estar más exultante y feliz. ¡Vuelvo a ser yo!
No sé si llamar a las chicas para darles la noticia, aunque, con el tema de Virginia de rabiosa actualidad, imagino que me tendrán horas al teléfono. Decido saltarme este paso y le mando un mensaje a Marcus para hacerle saber que ya no hay más que hablar del tema de mi ojo y que un día de estos le dejaré que me invite a un par de cervezas porque, según me ha dicho en tropecientos mensajes, qué menos que eso para compensar su torpeza con el champagne.
A Marie también le pongo un mensaje para contárselo y, al instante, me responde con una carita feliz y un plan: “¿Quedamos para hablar mañana?”
Pues sí que está impaciente. Quedamos en que hablaríamos de lo que ha pasado entre nosotros en cuanto me quitaran el parche y, por lo que parece, no va a dejar pasar ni un día… ¿Quiero hablar con él? ¿Estoy preparada para plantarme y dejarle ser feliz con su prometida? Eso espero… si no, creo que realmente lo voy a pasar muy mal en el futuro.
Le contesto que sí, que mañana por la tarde podemos quedar para una cena informal tempranera a eso de las siete y media de la tarde, y me empiezo a preparar mentalmente para una cita devastadora de ruptura antes de empezar siquiera a salir con él.
Aunque debo reconocer que, por un instante, fantaseo con la posibilidad de que desee hablar de que ha roto su compromiso y quiere intentarlo conmigo, vuelvo pronto a fábulas más reales y asumo que quiere hablar para acabar con lo que sea que pudiera haber empezado entre los dos.