Epílogo
«El que, gallardo, se enfrenta a toda desgracia».
Si George Mallory se había sorprendido al ver el recibimiento que lo esperaba a su regreso a Inglaterra tras la expedición de 1922, ¿qué habría pensado de la misa de funeral que se celebró en la catedral de San Pablo en su honor? No había cuerpo, no había ataúd, no había tumba; sin embargo, cientos de ciudadanos habían acudido desde todos los rincones del país para abarrotar las calles y rendirle homenaje.
«Permítele que fielmente siga al Señor».
Su Majestad el rey, el príncipe de Gales, el duque de Connaught y el príncipe Arturo, todos se hallaban presentes, junto con el primer ministro, Ramsay MacDonald, el anterior secretario del Foreign Office, lord Curzon, acompañados por el alcalde de Londres y el de Birkenhead.
«No hay desengaño que lo haga desfallecer».
El general Bruce se hallaba de pie, en el extremo derecho de la catedral, junto al teniente coronel Norton, el doctor Somervell, el profesor Odell, el mayor Bullock, el mayor Morshead, el capitán Noel y Geoffrey Young. Formaron la guardia de honor y, llevando cada uno bajo el brazo un piolet de plata, siguieron al deán de San Pablo dejando atrás los abarrotados bancos y ocuparon sus lugares en la primera fila, junto a sir Francis Younghusband, el señor Hinks, el señor Raeburn y el comandante Ashcroft, que representaban a la Royal Geographical Society.
«De su declarado propósito de ser peregrino».
Cuando el obispo de Chester subió al púlpito para dirigirse a la numerosa congregación, inició su elogio intentando resumir los sentimientos de cariño y admiración de la gente hacia aquellos dos amigos de Birkenhead que, en el día del ascenso, habían copado la atención del mundo entero.
—Nunca sabremos —siguió diciendo— si juntos alcanzaron la cima de esa gran montaña, pero ¿quién de entre nosotros puede dudar de que, teniendo el triunfo al alcance de su mano, George Mallory habría batallado contra cualquier adversidad y el joven Sandy Irvine lo habría seguido hasta los confines de la tierra?
Ruth Mallory, que se hallaba sentada en primera fila, al otro lado del pasillo, estaba plenamente convencida de que su marido nunca habría retrocedido de haber creído que existía la menor posibilidad de alcanzar su más ambicionado sueño. Tampoco la tenía el reverendo Herbert Leigh Mallory, que estaba junto a su nuera. Hugh Thackeray Turner, sentado al otro lado de su hija, se iría a la tumba sin haber dado su opinión.
«Los que con historias tenebrosas pretenden confundirlo».
Cuando el deán de San Pablo hubo impartido las últimas bendiciones, y los capitanes y reyes se marcharon, Ruth se quedó de pie, sola, junto a la puerta norte, estrechando la mano de amigos y desconocidos, muchos de los cuales le confesaron que habían visto enriquecidas sus vidas gracias a aquel valiente y galante caballero.
Sonrió al ver a George Finch, que esperaba en la cola para hablar con ella. Iba vestido con traje oscuro, camisa blanca y corbata negra que parecían recién estrenados. Hizo una inclinación de cabeza y le cogió la mano. Ruth se acercó a él.
—Si hubieras sido su compañero de escalada, seguramente hoy estaría con vida —le susurró al oído.
Finch prefirió callarse su conocida opinión de que, de haber sido invitado a unirse a la expedición, seguramente él y Mallory habrían alcanzado la cima juntos y, más importante aún, habrían regresado sanos y salvos a casa.
Aun así, reconocía que, de haber tenido algún problema, Mallory seguramente habría hecho caso omiso de su consejo y habría seguido adelante, dejando que regresara solo a la base.
«Solo a sí mismos confunden, pues superior su fuerza es».
Al fin, el padre de Ruth decidió que había llegado el momento de llevarse a su hija a casa, a pesar de que todavía quedaba muchísima gente que deseaba darle el pésame.
Apenas hablaron durante el trayecto hasta Godalming; pero claro, Ruth había perdido al único hombre que había amado, y los caballeros de avanzada de edad no suelen acudir al entierro de sus yernos. Cuando cruzaron la verja de The Holt, Ruth dio las gracias a su padre por su atención y cariño, pero le pidió que la dejara sola para llorar la pérdida de George. A su pesar, él se marchó y regresó a Westbrook.
«No habrá enemigo que a su fuerza se oponga, pues contra gigantes lucha».
Lo primero que vio al abrir la puerta fue el sobre que descansaba en el felpudo, dirigido a ella con la inconfundible letra de George. Lo recogió, sabiendo amargamente que sin duda era su última carta. Fue al salón y se sirvió lo que George habría llamado «un buen whisky» antes de sentarse en el sillón junto a la ventana y contemplar el camino de acceso, casi esperando que George cruzara la vega y la estrechara en sus brazos.
«En realidad convertirá su derecho a ser peregrino».
Abrió el sobre, sacó la carta y empezó a leer las últimas palabras de su marido.
Amor mío:
7 de junio de 1924
Estoy sentado en una tienda diminuta, a ocho mil cuatrocientos setenta metros por encima del nivel del mar y a casi ocho mil kilómetros de casa, buscando la senda de la gloria; pero, aun suponiendo que la encuentre, no será nada si no puedo compartir ese momento contigo.
No me hacía falta atravesar medio mundo para descubrir que, tal como muchos hombres menos afortunados me han dicho a menudo con envidia en la mirada, sin ti no soy nada. Y no saben ni la mitad. Pregunta a cualquiera de ellos qué estaría dispuesto a sacrificar para que el primer momento de pasión durara toda una vida y te dirán que media vida, porque una mujer así no existe. Sin embargo, se equivocan, porque yo he encontrado a esa mujer y nada podrá ocupar su lugar, nunca, y menos aún esta gélida virgen que se alza sobre mí.
Algunos hombres presumen de sus conquistas. Lo cierto es que yo solo tengo una, ya que te quise desde el momento en que te vi. Eres el sol que me despierta por la mañana y mi atardecer.
Y si todo lo anterior no fuera suficiente, todavía me maravillo de mi buena suerte, ya que he sido triplemente bendecido.
La primera bendición ocurrió el día en que te convertiste en mi esposa y aceptaste compartir el resto de tu vida conmigo. Esa noche te convertiste en mi amante y desde entonces has sido mi mejor amiga.
La segunda bendición ocurrió cuando en un gesto de altruismo me animaste a que fuera en pos de mis sueños, dejando que mi cabeza estuviera siempre en las nubes mientras tú, con tu sabiduría y sentido común, mantenías los pies firmemente apoyados en el suelo.
Y por tercera vez me has bendecido con unos hijos maravillosos que son una inagotable fuente de alegría en mi vida, a pesar de que los días no tienen suficientes minutos para que pueda compartir sus risas y enjugar sus lágrimas. A menudo lamento privarme del breve tiempo que durará su niñez.
Clare seguirá mis pasos en Cambridge, donde no solo superará en inteligencia a muchos hombres que no han sido puestos a prueba, sino que, cuando ella misma se ponga a prueba, seguramente triunfará allí donde yo fracasé. Beridge ha heredado los dones de tu garbo y tu encanto, y crece cada día siguiendo tu imagen, de tal modo que, cuando florezca y se convierta en mujer, muchos serán los hombres que se rendirán a besar su mano. En cuanto al pequeño John, estoy impaciente por ver sus primeras notas, acompañarlo a su primer partido de fútbol y estar a su lado cuando tenga que enfrentarse a lo que creerá que es su primer desastre.
Querida mía, hay mucho más que quisiera decirte, pero las manos empiezan a temblarme y la débil llama del candil me recuerda que me queda todavía un objetivo, que cumpliré mañana cuando deposite tu fotografía en el punto más alto de la tierra. Así exorcizaré para siempre este demonio y podré regresar a los brazos de la única mujer que he amado.
Te imagino en The Holt, sentada en tu sillón, junto a la ventana, leyendo esta carta y sonriendo mientras pasas las hojas. Alza la vista, mi amor, porque en cualquier momento me verás cruzando esa verja, caminando a grandes zancadas hacia ti. ¿Saltarás y correrás a recibirme para que pueda estrecharte entre mis brazos y nunca más apartarme de tu lado?
Perdóname por haber tardado tanto en darme cuenta de que para mí eres más importante que mi vida.
George
Todos los días, durante el resto de su vida, a la misma hora, Ruth Mallory se sentó en el sillón orejero, junto a la ventana, y releyó la carta de su marido.
En su lecho de muerte, confesó a sus hijos que no había pasado un solo día sin que viera a George pasar bajo la verja y avanzar hacia ella por el camino.
George Leigh Mallory
Después de 1924
El cuerpo de George fue descubierto el 1 de mayo de 1999, a ocho mil cuarenta metros. La foto de su esposa, Ruth, no estaba en su cartera y tampoco había rastro de la cámara. A día de hoy, el mundo del alpinismo sigue dividido acerca de si fue la primera persona que conquistó el Everest. Pocos dudan, no obstante, de que fuera capaz de hacerlo.
Sandy Irvine
Cuando el Times publicó la noticia de la muerte de Irvine, hubo tres mujeres que se presentaron públicamente asegurando que eran sus prometidas.
A pesar de las distintas expediciones organizadas para hallar su cuerpo, este nunca ha sido encontrado. Aun así, en 1975, un montañero chino llamado Xu Jing le contó a un colega que había encontrado un cuerpo —al que describió como «el inglés muerto»— en una estrecha quebrada, a ocho mil ciento setenta metros. Unos días más tarde, y antes de que pudiera ser interrogado más a fondo, Xu Jing pereció en un alud.
Ruth Mallory
Tras la muerte de Mallory, Ruth y sus hijos se quedaron en Surrey, donde ella pasó el resto de sus días. Murió de cáncer de mama en 1945, alos cincuenta años.
Sir Trafford Leigh Mallory
Trafford, hermano de George y mariscal del aire, perdió la vida a los cincuenta y dos años cuando su avión se estrelló en los Alpes en noviembre de 1944, mientras se dirigía a tomar el mando de las Fuerzas Aéreas Aliadas en el Pacífico. Se cree que pilotaba personalmente el avión en el momento del accidente.
Arthur C. Benson
El tutor de Mallory se convirtió en director del Magdalene College de Cambridge en 1915, puesto que ocupó hasta 1925. Escribió un conmovedor homenaje a Mallory en el funeral que se celebró en su memoria en Cambridge, pero ya entonces se encontraba demasiado enfermo para leerlo personalmente. Se le recuerda especialmente por haber escrito la letra de Latid of Hope and Glory.
Benson murió en 1925, a la edad de sesenta y tres años.
LOS ESCALADORES
Charles Granville Bruce
A pesar de haber sido gravemente herido en Gallípoli, el General de la Brigada y miembro de la Royal Victorian Order Charles Granville.
Bruce siguió al mando de su regimiento en la frontera noroeste hasta 1920.
Fue presidente del Alpine Club entre 1923 y 1925 y fue nombrado coronel honorario del Quinto Regimiento de Fusileros Guijas en 1931. Bruce murió en 1939, a los setenta y tres años.
Geoffrey Young
En 1925 fue nombrado consejero de la Fundación Rockefeller, y en 1932 ocupó un alto cargo en la Universidad de Londres. Fue presidente del Alpine Club entre 1940 y 1943. En 1928, con cincuenta y dos años, escaló el Matterhorn; y a los cincuenta y nueve, el Zinal Rothorn (3361 m) a pesar de tener una pierna ortopédica.
Young murió en 1958, a los ochenta y dos años.
George Finch
Miembro de la Orden del Imperio Británico, en 1938 fue nombrado miembro de la Royal Geographical Society. Fue presidente del Alpine Club de 1959 a 1961. En 1931, tres amigos suyos se mataron en los Alpes y nunca más volvió a escalar. Murió en 1970, a los ochenta y dos años. Su hijo, Peter Finch, se hizo actor. Peter murió antes de saber que había ganado el Oscar al mejor actor del año 1976 por su papel en la película Un mundo implacable (S. Lumet, 1976).
Sir Edward Norton
El teniente general sir Edward Norton prosiguió su carrera militar y, después de haber sido ayuda de campo del rey Jorge VI, fue nombrado gobernador militar de Hong Kong. En 1926 recibió la Medalla Fundadora de la Royal Geographical Society.
Mantuvo su récord mundial de altitud hasta 1953, cuando Edmund Hillary y el sherpa Tensing conquistaron el Everest. Norton murió en 1954, a la edad de setenta años.
T. Howard Somervell
Médico y cirujano, pasó el resto de su vida profesional en un hospital de Travancore, al sur de la India, donde se convirtió en una de las autoridades mundiales en úlceras de duodeno. Se jubiló en 1956 y regresó a Inglaterra. Fue presidente del Alpine Club entre 1962 y 1965.
Somervell murió en 1975, a la edad de ochenta y cinco años, tras un vigorizante paseo por el Distrito de los Lagos.
Profesor Noel Odell
El Comité Everest rechazó la petición de Odell para formar parte de la expedición al Everest de 1933 alegando razones de edad cuando contaba con cincuenta y un años. Ese mismo año escaló el Nanda Devi, de siete mil novecientos cincuenta metros, la montaña más alta escalada hasta entonces. Ningún miembro de la expedición de 1933 logró alcanzar los siete mil quinientos metros.
Odell dedicó el resto de su vida profesional a la geología e impartió clases en Harvard y McGill. Se jubiló en Cambridge, donde fue nombrado miembro honorario del Clare College.
Odell murió en 1981, a los noventa y seis años.
Henry Morshead
Tras regresar de la expedición de 1924, al teniente coronel Henry Morshead tuvieron que amputarle la tercera falange de la mano derecha.
Regresó a la India en 1926 como inspector. Una noche de 1931, mientras montaba a caballo en Birmania, murió de un tiro a manos del amante paquistaní de su hermana.
John Noel
El capitán John Noel prosiguió su carrera como realizador y fotógrafo profesional. Su película The Epic of Everest fue vista por más de un millón de personas en Inglaterra y Estados Unidos. Su obra se halla preservada en el National Film Archive. Noel murió en 1987, a la edad de noventa y nueve años.
Sir Francis Younghusband
LA ROYAL GEOGRAPHICAL SOCIETY
Continuó ejerciendo su labor de presidente del Comité Everest hasta 1934. En 1925 escribió un libro titulado The Epic of Mount Everest, que se convirtió en un gran éxito de ventas. Donó sus ganancias a la RGS. En 1936 fundó el Congreso Mundial de la Fe.
Younghusband murió en 1945, a la edad de setenta y dos años.
Arthur Hinks
En 1912, Hinks recibió la Medalla de Oro de la Real Sociedad Astronómica. En 1931 fue elegido miembro de la RGS. En 1920 fue nombrado Comandante de la Orden del Imperio Británico y en 1938 recibió la Medalla Victoria de la RGS y permaneció como secretario del Comité Everest hasta 1939.
Hinks murió en 1945, a los setenta y dos años.
Guy Bullock
LAS AMISTADES DE MALLORY
En 1938, Bullock fue nombrado embajador británico en Ecuador. En 1944 ocupó la plaza de cónsul general de Brazzville. Bullock murió en 1956, a los sesenta y nueve años.
Mary Ann Sanders, Cottie
Después de que su padre quebrara, Cottie trabajó como dependienta de comercio en Woolworth’s. Más adelante se convirtió en una novelista de éxito escribiendo con el seudónimo de Ann Bridge. Varios de sus héroes de ficción no son más que disimulados retratos de George Mallory. Se casó con un diplomático, sir Owen O’Malley y siguió manteniendo una estrecha amistad con la familia Mallory.
Murió en 1974, a los ochenta y seis años.
Reverendo Herbert Leigh Mallory
EL RESTO DE LA FAMILIA MALLORY
El padre de George se convirtió en canónigo de la catedral de Chester. Murió en 1943, a la edad de ochenta y siete años.
Annie Mallory
Annie sobrevivió a su marido, a sus dos hijos varones y a sus dos nueras. Murió en 1946, a la edad de ochenta y tres años.
Las hermanas de George:
Mary Mallory
Señora de Ralph Brook. Murió en 1983, a los noventa y ocho años.
Avie Mallory
Señora de Harry Longbridge, murió en 1989, a los ciento dos años.
Los hijos de Mallory:
Clare
Se licenció en Cambridge con honores de primera clase. Se casó con un científico norteamericano, Glenn Millikan, y se estableció en California, donde tuvieron tres hijos. El marido de Clare murió en 1947, en un accidente de montañismo en Tennessee. Como su madre, Clare se quedó sola y al cuidado de tres hijos. Falleció en 2001, a la edad de ochenta y cinco años.
Beridge
Estudió Medicina y se casó con David Robertson, un profesor de inglés de la Universidad de Columbia, autor del libro George Mallory.
Tuvieron dos hijas y un hijo. Berry, al igual que su madre, padeció cáncer de mama.
Murió en 1953, a los treinta y seis años.
John
Emigró a Sudáfrica, donde trabajó como ingeniero hidráulico. Está casado y tiene cinco hijos. Uno de ellos es George Leigh Mallory II.
George Leigh Mallory II
El nieto de Mallory, es ingeniero hidráulico y trabaja en abastecimiento de aguas en Victoria, Australia.
A las 5.30 del 14 de mayo de 1995, George Leigh Mallory II depositó una fotografía laminada de sus abuelos, George y Ruth, en la cima del Everest. Según sus propias palabras, estaba «saldando una pequeña cuenta familiar pendiente».