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Lunes, 9 de octubre de 1905
Cuando llegó al Magdalene College para el primer día de curso, George comprobó con alivio que el portalón de la entrada principal estaba abierto.
Se acercó a la garita del portero, dejó la maleta en el suelo y saludó a la figura que se hallaba sentada tras el mostrador:
—Buenos días, mi nombre es…
—Señor Mallory —contestó el portero, quitándose el sombrero hongo—. No creerá que iba a olvidarme de usted, ¿verdad? —Añadió con una sonrisa de bienvenida mientras comprobaba su lista—. Le ha sido asignada una habitación en la escalera siete, señor, en el edificio Peppys. Normalmente, el primer día acompaño a los recién llegados a sus aposentos, pero usted parece un caballero capaz de encontrar su propio camino —comentó, y George se echó a reír—. Cruce First Court y pase bajo el arco.
—Gracias —repuso el joven, recogiendo su maleta y encaminándose hacia la puerta.
—Disculpe, señor —añadió el portero. George se dio la vuelta mientras el hombre se levantaba—. Creo que esto es de usted —dijo, entregándole otra maleta con las iniciales «GLM» grabadas en negro en un costado—. Ah, y procure ser puntual para su cita de las seis, señor.
—¿Tengo una cita a las seis?
—Sí, señor. Debe usted reunirse con el director para tomar un refrigerio en sus aposentos. Le gusta conocer personalmente a los nuevos alumnos el primer día de curso.
—Gracias por recordármelo —dijo George—. Y hablando de puntualidad, ¿no sabrá por casualidad si mi amigo Guy Bullock ha llegado ya?
—Desde luego que ha llegado, señor, hará un par de horas. —El portero volvió a comprobar su listado—. Se aloja en el piso de encima del de usted.
—¿Más arriba que yo? Pues eso sí que será una novedad —contestó George sin dar más explicaciones.
Mientras caminaba hacia el First Court tuvo cuidado de no pisar el césped, tan perfecto que parecía que lo hubieran recortado con unas tijeras de uñas. Se cruzó con varios estudiantes. Algunos iban ataviados con las largas togas correspondientes a los cursos superiores, mientras que otros llevaban un modelo más corto para indicar que, como él, eran novatos; el resto no llevaba toga, pero sí birrete, con el que se saludaban de vez en cuando.
Nadie se fijó en él y, desde luego, nadie se quitó el birrete al pasar a su lado, lo cual le evocó su primer día en Winchester. No pudo reprimir una sonrisa cuando pasó ante la escalera que conducía al despacho del señor Benson. Unos días después de su reunión, el jefe de tutores le había enviado un telegrama, ofreciéndole una beca de historia y, en una carta posterior, le había informado de que sería su tutor personal.
Pasó bajo el arco, entró en el Second Court, donde se encontraba el edificio Peppys, y llegó a un estrecho pasillo marcado con un gran «7». Cargó con sus maletas hasta el segundo piso, donde vio una puerta con el nombre «G. L. Mallory» pintado en letras plateadas, y se preguntó cuántos nombres habría conocido aquella puerta a lo largo del último siglo.
Entró en una diminuta habitación no mayor que su estudio de Winchester, pero que al menos no iba a tener que compartir con Guy. Estaba deshaciendo la maleta cuando alguien llamó a la puerta y su amigo entró sin esperar a que lo invitaran a pasar. Los dos jóvenes se dieron la mano como si fuera la primera vez que se veían, soltaron una carcajada y se fundieron en un abrazo.
—Estoy más arriba que tú —le dijo Guy.
—No te preocupes, ya he dejado bien claro lo que opino sobre tan ridícula idea —repuso George.
Guy sonrió cuando vio que su amigo ya había pinchado en la pared del escritorio su habitual cartelón donde se leía:
Ben Nevis, 1344 m. Ok.
Gran San Bernardo, 2473 m. Ok.
Mont Vélan, 3734 m. Ok. Grand Combin, 4314 m. Ok. Monte Rosa, 4634 m. Ok. Mont Blanc, 4810 m. No.
—Me parece que te has olvidado de Montmartre —comentó—. Por no hablar de la torre Eiffel.
—La torre Eiffel solo tiene trescientos cincuenta metros, y al parecer se te olvida que no llegué a la cima. Guy miró la hora.
—Creo que deberíamos ponernos en marcha si no queremos llegar tarde a la recepción del director.
—Tienes razón —contestó George, poniéndose la toga.
Mientras los dos jóvenes caminaban por el Second Court hacia los aposentos del director, George preguntó a su amigo qué sabía sobre el hombre que iba a ser la máxima autoridad de estudios.
—Solo lo que el señor Irving me contó. Por lo visto fue nuestro embajador en Berlín antes de jubilarse del servicio diplomático. Tenía fama de ser bastante duro con los alemanes. Según Irving, hasta el kaiser en persona lo respetaba.
George se ajustó la corbata mientras se unían a una multitud de jóvenes que cruzaban el jardín en dirección a la casa de estilo gótico Victoriano que dominaba todo un lado del patio. En la puerta los recibió un sirviente de la universidad vestido con chaquetilla blanca y pantalón negro que tenía una lista en la mano.
—Yo soy Bullock, y él es Mallory —dijo Guy.
El hombre puso una marca junto a sus nombres, no sin antes echar una atenta mirada a Mallory.
—Encontrarán al director en el salón del primer piso —les explicó.
George subió la escalera corriendo, como siempre hacía, y entró en una estancia espaciosa y lujosamente amueblada, llena de estudiantes y profesores, decorada con retratos de los antecesores de estos últimos. Otro sirviente les ofreció una copa de jerez. George vio a un conocido y fue a saludarlo.
—Buenas noches, señor —dijo.
—Mallory, estoy encantado de que haya conseguido llegar —respondió el jefe de tutores sin el menor tono burlón—. Estaba recordando a estos dos compañeros suyos que mi primera clase será mañana por la mañana, a las nueve en punto. Puesto que ha fijado usted su residencia en el Magdalene, ya no tendrá que escalar los muros de la universidad para llegar a tiempo, ¿verdad?
—Desde luego que no, señor —contestó Mallory, tomando un sorbo de jerez.
—De todas maneras, yo no contaría demasiado con ello, señor —intervino Guy.
—Permítame que le presente a mi amigo, Guy Bullock —dijo George—. No tendrá que preocuparse por él, señor. Es de los puntuales. La única persona que, aparte de los sirvientes, no iba ataviada con una toga se acercó a saludarlos.
—Ah, sir David —dijo el jefe de tutores—. Me parece que no conoce al señor Bullock, pero me consta que sabe perfectamente quién es el señor Mallory, ya que cayó en su jardín no hace mucho.
George se dio la vuelta y se encontró cara a cara con el director.
—¡Oh, Dios! —exclamó.
Sir David sonrió al alumno recién matriculado.
—No, señor Mallory. Con «director» bastará.
A la mañana siguiente, aunque Guy procuró que su amigo llegara puntualmente a su primera clase con el señor Benson, George se las arregló para aparecer escasos minutos antes de la hora prevista. El jefe de tutores empezó dejando bien claro que los trabajos semanales debían serle entregados todos los jueves, antes de las cinco de la tarde y que, si alguien llegaba tarde a clase, no se sorprendiera si encontraba la puerta cerrada. George se alegró de que su habitación estuviera a menos de cien metros de la del señor Benson y de que su madre le hubiera metido un despertador en la maleta.
Una vez concluidos los preliminares, la clase transcurrió mucho mejor de lo que George se había atrevido a imaginar. Su ánimo mejoró aún más esa noche cuando, mientras tomaba una copa de jerez, averiguó que su tutor compartía su amor por Boswell, así como por Byron y Wordsworth, eso sin contar con que había sido amigo personal de Browning.
Sin embargo, el señor Benson dejó bien claro a George lo que se esperaba de un becario durante el primer año y le recordó que, aunque el curso solo duraba ocho semanas en total, tendría que trabajar con el mismo empeño durante las vacaciones.
—Ah, señor Mallory, y asegúrese de asistir a la Fresher’s Fair este domingo —añadió Benson mientras lo despedía—. Sin la jornada de orientación nunca descubrirá la cantidad de actividades que esta universidad puede ofrecerle. Por ejemplo —concluyó con una sonrisa—, se le podría ocurrir inscribirse en la Sociedad de Arte Dramático.