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Lunes, 9 de junio de 1924
Cuando Odell se despertó a las cinco de la mañana, lo primero que vio fue a Noel instalando su trípode en un saliente pequeño y llano. La gran lente de la cámara apuntaba hacia el Campamento Seis, dispuesta a rodar a la menor señal de vida. Momentos después, Norton salió arrastrándose de su tienda y se unió a ellos.
—Buenos días, Odell —saludó animadamente—. Por el momento no eres más que una mancha borrosa, pero al menos te distingo de Noel, aunque solo sea mínimamente.
—Eso es una buena noticia, porque espero que no tardemos mucho en ver aparecer a George y Sandy.
—No cuentes con ello —dijo Norton—. Mallory nunca ha destacado por lo madrugador, y supongo que el joven Irvine estará profundamente dormido.
—Pues yo no estoy dispuesto a esperarlos más —dijo Odell—. Voy a subir a prepararles el desayuno y a acompañarlos en su regreso triunfal.
—Espera un momento —le dijo Noel—. ¿Podrías hacerme un favor cuando llegues allí arriba? —le pidió. Odell se volvió a mirarlo—. ¿Podrías sacar sus sacos de dormir de la tienda y ponerlos uno junto a otro? De ese modo sabremos que alcanzaron la cima.
—¿Y si resulta que no? —preguntó Odell, quien tras una pausa añadió—: ¿Y si ha ocurrido algo peor?
—Entonces pon los sacos de dormir formando una cruz —contestó Noel con un hilo de voz.
Odell asintió, se echó la mochila a la espalda y empezó a subir al Campamento Seis por tercera vez en tres días. Sin embargo, el tiempo estaba empeorando por momentos y, en cuestión de minutos, se encontró luchando contra un vendaval que descendía por la ladera, una señal clara de que los monzones se les echarían encima en cuestión de horas. No obstante, siguió mirando ansiosamente hacia lo alto, confiando en ver a sus colegas en su triunfal descenso.
A medida que se acercaba al Campamento Seis intentó apartar de su mente la idea que pudiera haberles ocurrido alguna desgracia. Cuando por fin divisó la pequeña tienda, la halló cubierta de nieve recién caída, sin huellas visibles a su alrededor y con la toldilla agitándose al viento.
Intentó avivar el paso, pero su esfuerzo fue inútil porque solo consiguió hundir más las botas en la nieve. Al final, no tuvo más remedio que ponerse de rodillas y caminar a gatas los últimos metros que lo separaban de la tienda. Se asomó al interior y se quitó las gafas con el anhelo de ver el desorden causado por dos hombres agotados que seguían durmiendo. Sin embargo, a esas alturas ya sabía que se trataba de una esperanza vana. Contempló con incredulidad la escena que se abría ante sus ojos. En los años venideros, Odell comentó repetidas veces que fue como contemplar una naturaleza muerta. Los sacos de dormir estaban sin abrir, lo mismo que el bote de Bovril y las barras de Kendal Mint Cake, y entre ambos se hallaba el candil que nadie había encendido.
Se colocó nuevamente las gafas, salió de la tienda a gatas y, tras ponerse trabajosamente en pie, miró hacia la cima de la montaña, pero ya no alcanzaba a ver más que unos pocos metros.
—¡George! ¡Sandy! —gritó a pleno pulmón, pero el azote del viento y la nieve arrastró sus palabras. A pesar de todo, siguió gritando hasta que su voz quedó reducida a un gemido y apenas pudo oírla por encima del bramido del viento.
Al final no tuvo más remedio que rendirse al comprender en esos momentos que su vida corría peligro. Se arrastró al interior de la tienda y, con todo el dolor de su corazón, cogió un saco de dormir y lo extendió en la ladera de la montaña.
—¡Está sacando un saco de dormir! —anunció Noel.
—¿Cuál es el mensaje? —gritó Norton.
—No estoy seguro todavía… ¡Ah, ahora saca el otro! Noel enfocó la figura que se movía.
—¿Es George? —quiso saber Norton, mirando esperanzado la montaña mientras se cubría los ojos con la mano para protegerlos de la nieve.
Noel no respondió y se limitó a bajar la cabeza.
Somervell corrió como pudo y ocupó el lugar de Noel; luego, miró por el visor de la cámara. Una gran cruz llenaba toda la lente.