XXXVII
El día de la llegada de Varvara Pavlowna a O… fue un día muy triste para su marido y muy penoso para Lisa. Antes de haber saludado a su madre, oyó el galope de un caballo y vio con secreto espanto entrar a Panchine en el patio.
«Viene tan temprano - pensó - para tener una explicación definitiva.» Y no se engañaba: después de haber estado algunos minutos en el salón, le propuso dar un paseo por el jardín, y allí le pidió una respuesta explícita. Lisa acudió a todo su valor y le declaró que no podía casarse con él. Panchine la escuchó hasta el fin, mirándola a hurtadillas, y calándose el sombrero hasta los ojos, le preguntó cortésmente, pero cambiando de tono, si era aquella una decisión irrevocable, y si él mismo no le había dado involuntariamente ocasión para un cambio semejante en sus ideas. Luego llevóse una mano a, los ojos, y la retiró lanzando un suspiro.
- Yo no he querido seguir el camino trillado -dijo con voz sorda; -he querido buscar una compañera siguiendo los impulsos de mi corazón. ¡Pero parece que esto es imposible! ¡Adiós, mis sueños!
La saludó profundamente, y volvió a la casa.
Lisa creía que se marcharía en seguida, pero fue a visitar a María Dmitrievna, y estuvo cerca de una hora con ella. Al salir dijo a Lisa:
- La llama a usted su madre. ¡Adiós para siempre!
Saltó sobro el caballo, y partió a galope tendido. Lisa encontró a su madre llorando; Panchine le había dicho su desgracia. -¿Quieres matarme? -dijo la pobre viuda para comenzar sus lamentaciones. -¿En qué piensas? ¿Por qué lo rechazas? ¿No es un excelente, partido para ti? Es gentilhombre de cámara; no es interesado: en Petersburgo podría casarse con una señorita de posición. ¡Y yo que esperaba con toda mi alma!… Pero dime, desde cuándo has cambiado respecto de él? ¡Esa siniestra nube no ha estallado por si misma! ¿Qué viento la ha traído? ¿Será por ventura ese tonto?… ¡Buen consejero has encontrado! Y él, el excelente joven, ¡qué respetuoso y qué delicado en su dolor! Ha prometido no abandonarme. ¡Ah! siento que no podré soportar esto. Comienza a dolerme la cabeza… Envíame la doncella. Si no cambias de parecer, me matarás, sábelo.
Después de haberle dicho dos o tres veces que era una ingrata, la despidió. Lisa volvió a su cuarto, pero no había tenido aún tiempo de reponerse de su explicación con Panchine con su madre, cuando estalló sobre su cabeza una nueva tempestad, y ésta venía del lado de donde menos la esperaba. Marpha Timofeevna entró en su habitación, cerrando tras sí la puerta. El rostro de la anciana estaba pálido; llevaba ladeado el gorro; sus ojos brillaban; sus manos y sus labios estaban temblorosos. Lisa se quedó aterrada; nunca había visto a su tía, a aquella mujer tan espiritual y tan razonable, en semejante estado.
- Muy bien, señorita -dijo con voz entrecortada y temblorosa; -muy bien, señorita. ¿Dónde has aprendido eso?… Dame agua, que no puedo hablar.
- Cálmese usted, tía. ¿Qué tiene? -le dijo Lisa presentándole un vaso de agua -¡Pero usted tampoco quería a Panchine! Marpha Timofeevna dejó el vaso.
- No puedo beber -dijo,- rompería mis últimos dientes. ¡No se trata de Panchine! ¿A qué hablar de Panchine?… Dime, ¿quién te ha enseñado a dar citas de noche?
Lisa palideció.
- No trates de negar; la traviesa Schourotschka lo vio todo y me lo ha contado. Le he prohibido que hable: pero no miente.
- No me defiendo, tía -respondió Lisa con voz apenas inteligible. -¡Ah! ¿De modo que has dado una cita a ese vicioso, a ese hipócrita? -¡No! -¿Cómo no?
- Había bajado al salón para tomar un libro, él estaba en el jardín, y me llamó. -¿Y tú fuiste? ¡Admirable! ¿Pero le amas?
- Sí -respondió Lisa con voz apagada. -¡Dios mío; lo ama! -_Marpha Timofeevna se arrancó el gorro. -¡Lo ama! ¡A un hombre casado! ¡Lo ama!
- Me había dicho… -comenzó Lisa. -¿Qué te ha dicho ese caballero?
- Me dijo que su mujer había muerto.
Marpha Timofeevna se santiguó. -¡Que Dios tenga piedad de su alma! -murmuró.- Era una mujer que valía poco. Pero no hablemos mal de ella. De modo que es viudo. Vamos, ya veo que es capaz de todo: hace morir a una mujer, y ya necesita otra: ¡con sus airecillos de santo! ¿Sabes, hija mía, que en el tiempo en que yo era joven esa conducta se pagaba muy cara? No te enfades conmigo, querida; sólo los imbéciles se enfadan contra la verdad.
Hoy le he cerrado la puerta. Lo quiero, pero no le perdonará nunca lo que ha hecho. ¡De modo que es viudo! Dame agua… Y en cuanto a haber despedido a Panchine, has hecho bien y te estimo más por ello; pero, te lo suplico, no hables de noche con ese pícaro. No trates de desarmarme, que no lo conseguirás; porque no sé sólo acariciar, sé también morder ¡De modo que es viudo!
Marpha Timofeevna salió, y Lisa se sentó en un rincón y se echó a llorar; su alma rebosaba de amargura; no merecía una humillación tan grande. El amor no se anunciaba para ella bajo alegres auspicios. Desde la víspera era ésta la segunda vez que lloraba. Apenas había tenido tiempo de florecer en su corazón aquel sentimiento nuevo, y ya lo había pagado caramente. Una mirada extraña había penetrado sin consideraciones en el misterio de su vida íntima. Sentía vergüenza, sufría amargamente, pero ni dudaba ni temía, y Lavretzky le era cada vez más querido. Antes estaba llena de vacilaciones en medio de las diversas ideas que la asaltaban, y ni siquiera se comprendía a si misma. Pero después de aquella entrevista de la noche, después de aquel beso, ya no podía dudar; sentía que amaba, y se puso a amar con un corazón recto y serio; se entregó para toda su vida y con toda su alma. Ya no temía las amenazas; comprendía que ninguna violencia rompería los lazos que había formado.