XXII
Comenzó a hablar de música, después habló de Lisa, y luego de música otra vez. Al hablar de Lisa parecía pronunciar las palabras más lentamente. Lavretzky dirigió la conversación sobre sus obras, y medio en serio, medio en broma, le propuso escribirle un libreto. -¡Hum… un libreto! -replicó Lemm. -Eso no es para mí.
No tengo la viveza de imaginación que se necesita para una ópera. He perdido ya mis fuerzas; pero si pudiera todavía hacer alguna cosa, me contentaría con una romanza: ciertamente, querría una hermosa letra.
Se calló y permaneció mucho tiempo inmóvil con los ojos fijos en el cielo.
- Por ejemplo -dijo al fin,- algo de este género: «¡Oh, vosotras, estrellas! ¡Oh, vosotras, puras estrellas!…»
Lavretzky se volvió ligeramente hacia él y se puso a contemplarlo.
- «¡Oh, vosotras, estrellas! ¡Puras estrellas!… -repitió Lemm.- Vosotras miráis de la misma manera a los inocentes que a los culpables… pero solo los puros de corazón», o algo en este género, «os comprenden», es decir, no, «os aman». Por lo demás, yo no soy poeta.
Eso no es cosa mía, pero algo de este género, algo elevado.
Lemm se echó atrás el sombrero, y, a la media luz de la noche, su rostro parecía más pálido y más joven.
- «Y vosotras también - continuó bajando gradualmente la voz, -vosotras sabéis quién ama, quién sabe amar, porque sois puras; vosotras solas podéis consolarlo.» No, no es esto todavía, no soy poeta, pero algo de este género…
- Siento no ser tampoco poeta -observó Lavretzky. _¡Vano empeño! -concluyó Lemm.
Y se acurrucó en el fondo del carruaje, y cerró los ojos como si hubiera querido dormir. Transcurrieron algunos instantes; Lavretzky aplicaba el oído para escuchar.
- «¡Oh, estrellas! ¡Puras estrellas! ¡Amor!» -murmuraba el viejo. _¡Amor! -repitió para sí Lavretzky.
Después empezó a soñar, y sintió su alma oprimida…
- Ha hecho usted una música muy buena para la letra de Fridolin -dijo de pronto en voz alta.-¿Pero cuál es su pensamiento? Ese Fridolin, después que el conde lo llevó a su mujer, ¿fue inmediatamente el amante de ésta?
- Usted lo piensa así -contestó Lemm -porque, verosímilmente, la experiencia…
Se detuvo de pronto, y se volvió con aire embarazado.
Lavretzky se echó a reír, violento, pero se volvió también y dirigió sus miradas al camino.
Comenzaban ya a palidecer las estrellas y el cielo blanqueaba, cuando se detuvo el carruaje delante de la escalinata de la casita de Wassiliewskoe. Lavretzky acompañó a su huésped hasta el cuarto que le estaba destinado, entró en su despacho y se sentó delante de la ventana. En el jardín, el ruiseñor dirigía su último canto a la aurora. Lavretzky recordó que también cantaba el ruiseñor en el jardín de los Kalitine, y recordó el lento movimiento de los ojos de Lisa cuando se dirigieron a la obscura ventana por donde penetraba el canto en la habitación. Su pensamiento se detuvo en ella, y su corazón recobró alguna calma. «¡Pura joven!»prorrumpió a media voz…-¡Puras estrellas! añadió con una sonrisa. Después fue a acostarse en paz.
Lemm, por su parte, permaneció mucho tiempo sentado en la cama, con un papel de música sobre las rodillas. Parecía que iba a brotar de su cerebro una melodía desconocida y triste. Ardoroso, agitado, sentía ya la embriagadora dulzura de la inspiración que iba a tomar cuerpo… Pero, ¡oh, esperó en vano!. -¡Ni poeta, ni músico! -murmuró.
Y su fatigada cabeza cayó pesadamente sobra la almohada.