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Es estúpido, lo sé. Pero aquí sigo. Esperando que avance la cola de embarque con una pequeña esperanza de que Dani aparezca corriendo por el aeropuerto. Obviamente, no está ocurriendo nada parecido.
Mi móvil vibra en mi mano y miro la pantalla con ansiedad. Pero las esperanzas se disipan al leer un nombre distinto.
—Hola.
—Hola, guapa. ¿Ya estás en Santander?
—No, estoy embarcando.
—Ah, vale, vale. No te lío, solo quería desearte Feliz Navidad antes de que las líneas se colapsen, ya sabes.
Suspiro perdiendo el hilo de la conversación. Mi mente sigue concentrada en buscar un cuerpo perfecto abriéndose paso entre la gente para llegar hasta mí, auparme y besarme como nunca me han besado.
—Carla, cariño, ¿estás bien?
—No, Vicky. No estoy bien.
—¿Sabes algo de Morales?
Sí. Sé que hubiera deseado que no hubiera aparecido en su vida. Pero no me lo ha dicho a la cara, ni por teléfono, ni de ninguna otra forma. Sigo sin tener noticias suyas y eso me indica que tiene la sensibilidad de un palo de madera.
—Morales es historia, Vicky. Puedes respirar tranquila.
—No digas eso. Yo nunca he querido que lo pasaras mal. Aunque sí que me imaginaba que este día llegaría —murmura.
—¿Pero qué pasa? ¿Es que estábamos abocados al fracaso o algo así?
Oigo cómo resopla al otro extremo de la línea.
—No creo que seáis buenos el uno para el otro, y mucho menos después de lo ocurrido este fin de semana.
—¿Por qué dices eso?
—Víctor me dijo que nunca había visto a Morales tan enfadado. Que de hecho, es una persona muy difícil de cabrear, pero que tú lo habías conseguido hasta que al tío casi le explota la cabeza de los nervios.
No sé qué decir, no sabía nada de esto. Me ha dejado sin palabras. Lo que está claro es que el cabreo sigue en marcha porque ayer no parecía de mejor humor y si hoy no he tenido noticias suyas, es que la nota o se la comió un perro, o tras leerla, le ha explotado la cabeza de verdad.
Oh, mierda. Espero que no conozca a ese dichoso grupo que escuché en el Spotify de Manu. No quise plagiarlos en mi carta. Solo hice uso de una frasecilla, mi intención era básicamente poética. Si pensase que he hecho una especie de copy-paste de alguna parte, me decepcionaría muchísimo.
—¿Lo ves? Tú sufres ayudándole y él sufre porque no aguanta tus métodos. Al final, se ha hartado de este disparate y te ha roto el corazón.
Es cierto que no aguantaba mis métodos, pero mira tú por dónde que llegó un momento en que venía a mi casa a buscarlos.
—Sabía que a la primera de cambio te haría daño. Estabas demasiado involucrada emocionalmente, Carla.
—No, Vicky, él no…
—Olvídate de él —ordena—. Morales hará lo mismo y solo entonces ambos podréis vivir en paz.
—Señorita, por favor, tiene que entrar ya en el avión —me anuncia una azafata—. Vamos a cerrar la puerta de embarque.
Asiento y le entrego mi tarjeta mecánicamente. Me he quedado sola en la sala. Ya no hay nadie más aquí a excepción de las dos azafatas y yo.
—Tengo que colgar, Vicky, pero antes tengo que pedirte algo.
—Lo que tú quieras.
—No vuelvas a mencionar a Dani en mi presencia si es para desprestigiarlo. No te lo perdonaré jamás. Feliz Navidad, cariño.
Cuelgo y echo una última mirada a la T4 antes de que me cierren la puerta en las narices.
Mensaje captado.
Esta será la última vez que miraré atrás con respecto a este tema.
Vuelvo a casa.
No hay tanto polvo como la última vez. No hace mucho que limpiaron toda la casa a fondo y eso se nota. Es permisible vivir aquí unos días y no ser engullida por la porquería. He sacado un vestido de Hannibal Laguna del portatrajes. Negro y dorado con plumas. Muy bonito. Pero desafortunadamente lo luciré sin muchas ganas de fiesta.
Enfundada en un batín y recién duchada, reviso mis antiguos CD de música. El silencio aquí dentro es apisonador. Prefiero enmascararlo. Aunque no me apetece escuchar ni el «The Fat of the Land» de The Prodigy, ni el «Synkronized» de Jamiroquai. Pulso el botón de la radio y me dirijo al vestidor. Allí me siento en el tocador y comienzo a aplicarme el maquillaje. Ya me puedo esmerar, con esta cara de despechada amargada voy a tener mucho trabajo antes de la cena.
Mientras paso mi brocha por los pómulos, la voz de Mónica Naranjo llega hasta mis oídos. No conozco la canción pero el vozarrón de esta mujer es siempre inconfundible.
y abierto para darte así, sí,
Por amor
yo soy capaz
de arrodillarme,
de pedir perdón,
de dar la vida.
y abierto para darte así, sí,
Pero, ¿quién me curará?
¿Quién lamerá mi piel?
¿Quién?
Si me quedo
sola.
Ay, la madre que la trajo.
Mónica por Dios, cállate. Cállate ya. Cállate o reviento la minicadena de un taconazo.
Hoy me abriré las venas.
Se cerrará la tarde
al ver tu corazón de yeso
pegado con mi sangre
y abierto para darte así, sí,
mi carne ¡eh!
Ya está. Ya pasó. Mi Jimmy Choo derecho ha acabado con la agonía folclórica de Mónica, y con la mía también. Pero esos dardos envenenados siguen estancados en mi pecho. Hundo la cara entre las manos y respiro profundamente para no dejarme llevar por las lágrimas. Hoy no. La cena de hoy ya va a ser suficientemente traumática como para añadirle este último bonito revés de mi vida.
El móvil vibra sobre la mesa y me altero irremediablemente. No sé por qué, nunca es él.
—Hola, Eva.
—¡Feliz Navidad amigüita mía!
—Feliz Navidad.
—¿Ya estás en Santander?
—Sí, me estoy vistiendo para la cena.
—Guay, yo también. Pero quería hablar antes contigo.
Eso me pone en guardia.
—¿Ha pasado algo?
—Ayer me llamaron de Stuttgart.
—¿Del puesto de la entrevista?
—Sip.
—¿Y?
—Me han cogido.
Ay, no. Me estoy quedando sola, pero sola, sola. Estoy por apuntarme a alemán e irme con ella.
—¿Carla?
—Sí, sí, eh… es fantástico, Eva. Muchísimas felicidades. Admito que me da muchísima pena, pero sé que va a ser genial para ti…
—Lo he rechazado.
Arrugo el ceño frente al espejo. Creo que no he oído bien.
—Me lo he pensado y les he llamado hace un rato para decírselo.
Vale. Por un lado me alegro, pero por otro no entiendo nada de lo que está pasando.
—¿Y por qué has hecho eso?
Eva suspira visiblemente afectada.
—No sé si estoy segura de que sea el tipo de trabajo que quiero en este momento.
Eso no se lo cree ni ella. Solo hay que recordar lo eufórica que estaba cuando me contó la oportunidad que le había salido para saber que aquí pasa algo que no me está diciendo.
—¿A qué viene eso? Estabas encantada.
—Ya, pero está tan lejos… no sé.
—Eva, ¿qué me ocultas?
—Nada.
Oh, no. Acabo de caer. Mi pobre Eva. ¿Otra igual? ¿Será la época de los encoñamientos?
—Lo has hecho por Manu.
Su respiración vuelve a colarse por la línea en unos segundos en que no dice nada.
—Sí. Un poco, sí.
Sonrío.
—¿Entonces es que vais en serio?
—Sí, ¿no?
—A mí no me preguntes. ¿Habéis hablado de esto los dos? ¿Sabe que lo has rechazado por él?
—¡No! ¡Ni muerta! ¡No se lo pienso decir así!
Qué raro. Últimamente inmolarse está de moda.
—Tenéis que aclarar en qué punto estáis —aconsejo antes de que haga el tonto—. No podéis seguir viendo a otras personas y yendo por libre…
—Yo no veo a otras personas.
—Pues soluciona lo de su ex. No es sano para vosotros que…
—¿Lo de su ex? —interrumpe airada—. ¿Qué pasa con su ex?
—Que se están viendo.
—¡Qué! —exclama estridente. Mi móvil rebota por el tocador—. ¿Con esa guarra que le dejó tirado? ¿Una guarra que, por cierto, no le soltó hasta que tuvo a otro bien amarrado?
Cuando compruebo que no hay más gritos, me pego el teléfono a la oreja de nuevo. Mi cara en el espejo es blanca como la leche. No es posible.
—Mierda, Eva. Pensé… —tartamudeo incrédula—. Pensé que hablabais de esto.
—Joder, Carla, le voy a matar.
—¡Espera, espera!
Pi-pi-pi. Eva ya no está en línea.
Estupendo.
Mi misión en este mundo es indudablemente destruir la vida de los demás.