34

Mis pestañas aletean sobre la almohada. Despierto restregándome los ojos para adecuar la visión. Sonrío mentalmente. Estoy realmente asombrada. Morales está a mi lado, está mucho más despierto que yo puesto que no deja de mirarme, pero me da igual. El caso es que me he despertado y no estaba sola.

—Buenos días —saludo con voz ronca—. ¿Has dormido algo?

Él asiente sin dejar de estudiarme. Se ha cambiado de ropa. Lleva los pantalones habituales y su camiseta de Extremoduro.

—¿Qué hora es?

—Las siete y media.

Uf, ya debería estar vistiéndome.

—¿Vas a ir a la oficina?

Morales reprime las ganas de echarse a reír.

—No me apetece una mierda ir a trabajar, Carla.

Su declaración es suficiente para envalentonarme y hacer lo que llevo queriendo hacer desde ayer.

—Me voy a pedir el día libre.

—Vale.

Parpadeo atónita. Ha accedido a mi arrebato solidario. Tiene que estar muy afectado para permitirme pasar el día con él.

—La incineración es hoy —aclara—. Al mediodía.

Comprendo. Sé leer entre líneas.

—Yo te acompaño.

Morales asiente relajado pero al ver que me incorporo, me engancha del brazo.

—¿Dónde vas?

—A hacer el desayuno. Tú espera aquí, lo traeré a la cama.

No muy convencido, se vuelve a recostar y me libera para poder llevar a cabo mi cometido. Aprovecho para coger el móvil y enviar un e-mail urgente desde el salón. En él explico a Gerardo con Sandra y Recursos Humanos en copia que hoy me cojo el día como asuntos propios. Me lo merezco, me estoy deslomando para ellos. No deberían protestar.

Dejo el móvil sobre la mesa esperando no tener que lidiar con los improperios de Sandra y me pongo con el desayuno.

Me alegra comprobar que Morales no ha perdido el apetito. Si bien es cierto que no devora la comida con ansiedad como de costumbre, se está alimentando bien. Tan solo le he ofrecido tostadas, yogures y fruta. No tengo mucho más. Yo me termino mi tostada mientras calibro las palabras que quiero que salgan de mi boca sin sonar fuera de lugar. Aunque mucho me temo que así va a ser.

—Ayer me dieron un toque por IA en McNeill.

Morales mastica lentamente frunciendo el ceño.

—¿Por?

—Creen que os visito demasiado y no facturamos en proporción a lo que nos vemos.

Él parece darle un par de vueltas volviendo a su plato. Por favor, que esta estúpida mentirijilla haya servido para que recuerde el dichoso contrato y me diga que ya lo tiene firmado.

—Si el problema soy yo, que tiene toda la pinta, puedes quedar solo con Juanjo a partir de ahora.

Pues no ha servido de mucho. Un momento, ¿ya solo veré a Juanjo?

—¿Siempre?

—Siempre.

—¿Sin verte?

Asiente.

—¿No te importa?

—No.

La pregunta más bien era: «¿No te importa no verme?» pero me he comido algunas palabras.

Su idea no me complace, es justo lo que me dijo antes de dejarme.

—Pensé que te gustaba supervisarlo todo.

—No lo relacionado contigo. Confío mucho en tu trabajo, sé que nos aconsejarás bien.

Uy, este hombre está fatal. Le está dando carta blanca a uno de sus proveedores. O este de aquí no es el verdadero Daniel Morales o realmente estoy consiguiendo progresos.

—Come —ordena metiéndome un trozo de tostada en la boca.

Molesta, estoy a un paso de escupirla pero lo medito y la acepto dejándome llevar. No voy a seguir con este tema. Si no se le ha encendido una lucecita al mencionar a McNeill, es absurdo continuar con los rodeos y no estoy dispuesta a exigirle que me envíe nada en un día como hoy. Tampoco voy a protestar por cada uno de los bocados que me está metiendo en la boca en silencio. Dejaré que se salga con la suya por un tiempo limitado.

—Tenemos que pasar por mi casa —anuncia al cabo de un rato—. Me gustaría cambiarme de ropa.

—Claro —coincido—. Me doy una ducha, me preparo y nos vamos, ¿vale?

Morales asiente y terminamos de desayunar.

Tras pasar por La Finca, nos dirigimos al cementerio en mi coche. Como imaginaba, Morales está muy callado. Es un día duro, de despedida y por eso mismo va vestido de riguroso negro. Puede que esté de más decir lo guapo que está con el traje oscuro e impoluto, pero no lo puedo evitar. Su cabello parece aún más claro y sus ojos brillan con una melancolía entristecedora.

Cuando aparcamos, Morales me lleva de la mano hasta el crematorio. No conozco el lugar pero por lo visto él sí. Me pregunto si fue aquí donde se despidió también de su madre. Cuando nos conducen amablemente a la sala, me quedo alucinada al encontrarnos con un montón de caras conocidas. Víctor, Vicky, Carmen, Manu, Eva y hasta mi prima se dan la vuelta para recibirnos. Espera, ¿mi prima? Pero, ¿qué está haciendo aquí?

Eva me dedica una sonrisilla nerviosa cuando averigua lo que pienso. Rechino los dientes, yo la mato. Noe me va a torturar con sus incesantes preguntas. Ardo literalmente en deseos de saber lo que habrán hablado.

En cuanto damos unos pasos, mis amigos se acercan a Morales para darle el pésame. Me separo de él y me doy cuenta por su semblante en que está tan sorprendido como yo, pero también agradecido. Aprovecho el pequeño tumulto para empujar a Eva por el hombro y llevármela a una esquina.

—Explícame ahora mismo…

—Tranquila, tranquila —apacigua levantando las manos—. Solo le he dicho que erais amigos.

—¿Pero cómo se te ha ocurrido traerla?

—Quería darte una sorpresa. Me obligó a no decirte nada. Carmen me llamó anoche. Al parecer Vicky le mandó un mensaje contándole lo de Morales y como tú comprenderás, yo también quería acompañaros.

—Gracias —suspiro abrazándola.

—El problema es que Noe no tiene plan alguno. El plan eras tú, iba a pasar el día contigo. ¿Qué querías que hiciera con ella? ¿La encierro en casa? Su vuelo no sale hasta mañana.

Me muerdo el labio intentando pensar lo más rápido posible, pero de pronto escucho la voz de Morales.

—Perdona, creo que no nos conocemos.

Me doy la vuelta ipso facto y agarro a Noe por los hombros.

—Es Noelia, mi prima —Morales abre mucho los ojos—. Acaba de regresar de Alemania con Eva. Se ha enterado de lo ocurrido y quería acompañarnos y darte el pésame.

Morales medio esboza una sonrisa de las suyas y le da dos besos a Noe. Huelga decir que siento cómo mi querida prima se tensa de pies a cabeza ante su cercanía.

—Es verdad —tartamudea—. Me parecía feo no venir. Siento mucho que estés pasando por esto y más en estas fechas. A nosotras nos ocurrió lo mismo hace años, yo era muy pequeña pero…

—Noelia, cállate.

Ella me apunta con dos ojos azules como platos y al instante, baja la cabeza con arrepentimiento.

—Perdona, Carla.

En ese momento, Vicky posa su mano en el brazo de Morales y él se vuelve en su dirección.

—Yo también lo siento mucho —murmura—. De verdad.

Morales, derrochando ternura por los cuatro costados, se agacha para abrazarla. Ella parece confundida pero se deja abrazar hasta que él le dice algo al oído que no alcanzo a entender y la suelta. Vicky, con cara de desconcierto, vuelve junto a Víctor sin emitir vocablo.

Antes de que pueda saludar a los demás y agradecerles el detalle que han tenido, Morales toma mi mano y me hace avanzar con él. Estupendo. Primera fila. Es la primera vez que voy a presenciar un cadáver antes de su cremación, no sé cómo se me va a dar.

La sala es todavía más deprimente que la del velatorio. En unos minutos, aparecen dos hombres arrastrando el féretro abierto de Cecilia. Su tez clara y sus cabellos blancos le dan un aspecto solemne. Su expresión denota quietud, pero no la suficiente para sosegarnos. Morales se inclina para darle un último beso en la frente y despedirse a su manera.

Tras dar su consentimiento, los hombres cierran el ataúd y desaparecen con él por la puerta. Morales presiona mi mano una vez pero el gesto se intensifica. Me hace daño. Dejo rodar mi cabeza sobre su hombro y le tomo del brazo con la otra mano. Su rigidez va disminuyendo y al tiempo, su mejilla queda pegada a mi cabello.

Pasamos un buen rato en esa misma postura con la vista fija en la puerta. Me limpio un par de lágrimas con disimulo. Alzo el rostro y Morales hace lo mismo.

—Sabes que no estás solo, ¿no?

No contesta.

—Me tienes a mí.

Mis palabras captan su atención y los ojos de Morales repasan todas mis facciones con parsimonia. Cuando se da por satisfecho, fija su mirada en mis labios. Ni se inmuta. Conozco esa expresión, la he visto antes. Sé lo que quiere, entiendo su demanda al instante.

Beso su boca con dulzura y con un montón de gramíneas explotando y pululando por mi interior. Cuando me aparto, él me da un casto beso primero en la punta de la nariz y después en la frente.

—Ya lo sé, nena.

Al girarnos, nos damos cuenta de que nos hemos quedado solos. El resto ha salido sin que los oyéramos. Un hombre de la funeraria nos intercepta en el pasillo para informar a Morales de que las cenizas de Cecilia estarán listas al día siguiente.

—Dani… —me detengo al ver que sonríe mirando al vacío—. ¿Qué pasa?

—Me gusta que me llames así.

Sonrío, a mí también me gusta hacerlo.

—¿Te molestó cuando lo hice por primera vez?

—Sí.

No sé ni para qué pregunto.

—Me molestaba que te tomaras esas confianzas —explica—. Pero luego pensé que si entre dos personas que tenían un sexo tan bueno como el nuestro no había la suficiente confianza como para llamarse por el nombre… es que teníamos un problema.

Desde luego que sí. Aunque su razonamiento me deja un poco fría.

—¿Qué vas a hacer con las cenizas? —pregunto al salir al exterior.

—Enterrarlas junto al nicho de mi madre. Es lo que mi abuela quería.

Asiento acercándonos al grupo de amigos que nos espera bajo las escaleras. Mi móvil vibra dentro de mi Kelly negro y lo saco con interés. Al ver el número de la oficina, decido cortar la llamada y volver a guardarlo. Qué pesados son cuando se lo proponen.

Morales echa un ojo a mi bolso y hace un mohín.

—A ella le hubiera quedado mejor que a ti.

Ignoro elegantemente su comentario. Está dolido. No sabe lo que dice.

Charlamos un rato entre todos de banalidades que intuyo tienen el objetivo de distraer y animar a Morales. En cuanto me lo permite la conversación, cojo a Carmen del brazo y me alejo unos pasos del resto.

—¿Cómo estás, cariño?

Ella atrapa su labio inferior entre los dientes y mira al suelo.

—Lo hemos dejado.

Enmudezco. Tengo que contenerme una barbaridad para no ponerme a saltar y bailar de felicidad.

—O más bien, me ha dejado él a mí —suspira—. Podríamos haber hablado las cosas, fue todo tan traumático…

—El resultado hubiera sido el mismo se enterara como se enterara.

—Ya lo sé, pero habría podido explicarme con calma.

—No, Carmen. Deja de castigar a Vicky. Raúl te habría dejado igual.

Su gesto se endurece.

—¿Te has puesto de su parte?

—No estoy de parte de nadie. Solo te digo que recapacites sobre lo que estás haciendo con ella. Vicky te adora y siempre te ha dado su apoyo en todo. No es justo.

Carmen vuelve a amilanarse consciente de que le estoy revelando algo que ya sabe.

—Tendrías que haberle visto. Estaba tan enfadado, tan histérico, daba miedo.

—Pues eso se acabó. Sácatelo de la cabeza, ya no puede hacerte daño. Ni tú a él —apunto.

—Me dijo cosas horribles…

—Ya está, cariño —la consuelo estrechándola entre mis brazos—. Deja que pase el tiempo. Llegará un día en que cuando lo recuerdes, te alegrarás de haber conocido a otro y ser mucho más feliz de lo que lo eras con él.

—¿Conoceré a otro?

—¿Tú qué crees, so boba? ¡Los tendrás a puñados!

Carmen ríe y se limpia las lágrimas de los ojos.

—He vuelto a casa de mis padres. Si te enteras de algún bonito apartamento en alquiler por tu zona, avísame, ¿vale?

—Eso está hecho. Vecinas… —bromeo—. ¿Te imaginas?

Ella asiente y me da un cariñoso abrazo de los que hacía tiempo que no me daba.

—Carla, perdona si alguna vez he pasado por encima de ti con este tema. Siempre has estado ahí y yo me he portado fatal contigo.

Sacudo la cabeza sin darle importancia.

—Si de verdad quieres disculparte, solo te pido una cosa.

—Lo que sea.

—No vuelvas jamás con él. Si quieres tirarte a algún ex, hazlo con cualquiera menos con Raúl. Te destrozará.

—Descuida. Tampoco creo que ese témpano me lo pusiera fácil si quisiera hacerlo.

—¿Témpano? —murmuro.

—Eso es lo que ha sido siempre. No hay nada tan destructivo en la pareja como la frialdad, los insultos y los gritos, Carla. Te lo digo por experiencia.

—¿Qué cuchicheáis por aquí?

Eva y los demás nos rodean sin que me dé tiempo a cambiar mi cara de espanto.

—Que es tardísimo y tengo que volver al trabajo.

Manu y Vicky secundan la máxima de Carmen, pero lo peor de todo es que Morales hace lo mismo. Lo que me faltaba. Me encaro a su mal juicio.

—No.

Morales me mira pasmado.

—¿No?

—No, tú te quedas conmigo.

Me he pedido el día libre para pasarlo con él no para que se largue de buenas a primeras.

—¿Y tu prima? —pregunta señalándola con descaro.

Ay, mierda. La había olvidado. Sin pensar, cojo a Noe por la cintura y decido:

—Que se una también.

Ella abre los ojos de par en par encantadísima de la vida.

—¡Sí! —exclama dirigiéndose a Morales—. Vayamos a comer algo, ¿te parece bien? ¿Cuál es tu restaurante preferido?

Él me mira arrugando la frente.

—Sois como dos gotas de agua.

—Yo también me apunto —interviene Eva—. No tengo nada mejor que hacer…

Morales no parece muy convencido del plan.

—Carla, no es buena idea, se me están acumulando…

—Ve con ellas, Morales —corta Víctor—. Yo me ocuparé de todo en IA, no te hagas de rogar.

—¿Qué prefieres? —añado yo—, ¿trabajar o escuchar las aventuras romántico-europeas de mi prima y las incursiones laborales de una exestrella televisiva?

Morales sonríe. Y aunque seamos tres mujeres las que nos desinflamos, solo me está mirando a mí.

Tras despedirnos del resto, las chicas, Morales y yo entramos en mi coche dispuestos a pasar el resto del día juntos. Cuantas más vueltas le doy a la idea, más me convenzo de que es probable que esta sea la primera vez que Morales coma con tres mujeres y no se las vaya a tirar a las tres seguidas después.

Pensarlo me hace reír pero también me inquieta. ¿Le gustaría algo así? Nunca me he detenido a pensarlo. Este hombre ha hecho de todo, me lo ha dejado entrever en numerosas conversaciones y tiene una experiencia que, indudablemente, se consigue con mucha práctica. Me apena llegar a pensar que yo podría no ser suficiente para él.

—Ay, Eva, Manu me ha caído fenomenal —cotillea mi prima poniéndose el cinturón—. Y además es monísimo.

—Sí, me tiene loca. Es un artista en la cama.

Morales suelta una carcajada y veo por el retrovisor que mi prima se pone colorada.

—¿Solo estás con él por eso?

—Claro que no, enana. Es un pedazo de pan.

—Está visto que después de tanto pico-pala, pico-pala, nos vamos dando cuenta de las cosas, ¿eh?

Eva me da unas palmaditas en el hombro.

—Lo mismo digo.

Frunzo el ceño y miro a Morales.

—¿Ya has decidido dónde vamos a comer?

—¿Elijo yo?

Me encojo de hombros. Morales pone cara de concentración.

—Tengo antojo de indio.

—¿Algún restaurante en concreto?

—Vayamos al Annapurna.

—Joder —exclama Eva—. Qué ojo tienes.

—¿Por?

—Es el indio favorito de Carla.

Arranco el coche sin apartar la vista de la carretera. Hay veces en que me encanta que me lea la mente.

Tras pedir nuestros platos y estar deseando saborear ese fabuloso pollo Murgh Korma, Eva nos cuenta sus impresiones sobre la entrevista en Stuttgart.

—Creo que me lo van a dar —comenta entusiasmada—. Es solo un presentimiento pero es que bordé la entrevista. Era con los jefazos de la cadena y estaba hecha un flan, pero salió muy bien. Les sorprendió mi acento, temían que fuera un problema y resulta que fue una de las cosas que más les gustó.

—Me alegro, cielo. ¿Cuándo te dirán algo?

—Enseguida. Tendría que incorporarme a mediados de enero.

Abro la boca conmocionada.

—¿Tan pronto?

—Mejor —enfatiza ella—. Necesito salir de casa o me volveré tarumba. Me gusta mucho mi trabajo, lo echo de menos.

—Te entiendo.

Yo tampoco sé estarme quieta.

—¡Pero vayamos al quid de la cuestión! —propone señalando a Noe con los ojos.

Sin embargo, mi prima se encuentra un poco turbada. Imagino que por la presencia de un hombre entre nosotras. Procuro desviar el tema.

—Si quieres lo hablamos en otro momento.

Ella vacila, pero se lo piensa y accede.

—No, no pasa nada. ¿Tú sabes mi historia con César? —pregunta a Morales.

—Lo siento, Noelia, pero hasta hoy no sabía ni de tu existencia.

—Ah, qué bien —masculla sin dejar de mirarme.

Eva le resta importancia.

—Yo te pongo al día en un momento. Cuando murió el socio del bufete de Carla, vino César, su sobrino. Un biólogo, treintañero, soltero y buenorro que vive en Múnich. Pasó en Santander un par de semanas. Noe se enamoró de él, él de ella no, y la niña se ha ido conmigo a Alemania a tocarle la moral.

Morales casi se atraganta con el agua pero se recompone limpiándose con su servilleta.

—Muy preciso, gracias Eva. ¿Y qué ha pasado en Múnich?

Mi prima suspira melancólica.

—Un montón de cosas, no sé ni por cuál empezar…

—Haznos un resumen, por favor.

Veo que hace visibles esfuerzos por no taladrarme con la mirada.

—Me presenté en el laboratorio donde trabaja y pregunté por él. Di mi nombre y pedí que saliera. Cuando me vio se quedó cortadísimo y yo también. Todo lo que me había aprendido de memoria se me olvidó en un segundo y tuve que improvisar.

—¿Qué le dijiste?

—La muy descerebrada le dijo que le echaba de menos —contesta Eva.

—Noe…

—¡Lo sé, lo sé! No entraba en mis planes, pero me salió del alma.

Morales nos muestra su confusión.

—¿Qué problema hay con eso?

—¿Hablas en serio? —casi me echo a reír—. Eso es inmolarse, no puedes abrirte así, es exponerse demasiado.

—¿Pero eso no es lo que hacéis todas?

Pongo los ojos en blanco y vuelvo a mi prima.

—¿Y él qué hizo?

—Se dio la vuelta y volvió a entrar en el laboratorio.

—¡Pero será gilipollas!

—Sí, un poquito, sí —me respalda Morales.

—Aunque —sonríe Noe— cuando salí a la calle, me alcanzó corriendo. Vi que lo que había hecho era quitarse la bata blanca y ponerse una cazadora.

—Ooooohhhh —se pitorrea Eva.

—Me dijo que no había podido dejar de pensar en el beso que nos dimos en el aeropuerto de Santander y que estaba deseando volver a repetirlo. Así que me besó en mitad de la acera…

—Y follaron dentro del coche.

Noe baja la cabeza poniéndose de todos los colores mientras Morales procura aguantarse la risa a mi lado.

—Fue… —tartamudea mi prima—. Fue todo un caballero.

—Mentira, me dijiste que viste las estrellas.

—Eva, por favor…

—¿En un coche, Noe? —retomo mientras nos traen los platos—. ¿La primera vez? Ni que tuvierais quince años.

Morales estudia a mi prima con la mirada.

—¿Cuántos años tienes, Noelia?

—Veinte.

—¿Y él?

—Treinta y dos.

—Vamos, que el tío está que ni se lo cree —comenta mirándome—. El pobre César tendría un calentón de tres pares de narices, Carla. ¿Qué iban a hacer?

Sí, supongo que no lo podrían aguantar.

—Así que has vuelto de Alemania con novio.

—No exactamente —objeta ella ladeando la cabeza—. Después de pasar la tarde juntos me dijo que no estaba seguro de lo que estábamos haciendo.

—¿En serio? ¿Necesitaba un croquis?

—La verdad es que discutimos un par de veces. Chocamos un poco en algunas cosas. Ya sabes que yo soy muy… muy…

—¿Cansina? —bromeo.

—Dejémoslo en dicharachera —corrige Eva.

—Sí, algo así. Y eso a él le vuelve loco pero no en el buen sentido. Creo que lo machaqué y al final nos separamos.

—¿Y lo habéis dejado así?

—No, no. Eva me aconsejó.

—Uf… A ver…

—Aquella noche decidimos salir de fiesta y me dejó uno de sus supervestidos.

—Uno bien corto, ¿no?

Ella asiente divertida.

—Cuando elegimos el bar, le mandé un mensaje a César diciéndole que me iba al día siguiente y que no quería marcharme así. Que quería hacer las paces con él. Le mandé la dirección del local y esperé.

—¿Y fue?

—Sí —afirma Eva—. Pero para entonces ella ya estaba ligándose a otro.

Morales emite un gruñido.

—Qué crueles sois todas…

—Sí —repite ella—. Pero funciona a las mil maravillas.

—¿Qué pasó?

—Que cuando César vio que otro se lanzaba a comerle los morros, lo estampó contra la pared e hizo papilla con sus cataplines.

Morales hace un gesto de dolor pero no por eso se queda callado.

—No os entiendo. Si hubiera sido yo y hubiera visto eso, habría pasado de ti y me habría largado. Si estabas tan a gusto como parece ser que estabas, me habría dado por aludido y yo también me habría buscado a otra.

Se hace el silencio. Las chicas le miran anonadadas.

—¿No habrías hecho nada?

—Buscarme a otra, ya os lo he dicho.

Noelia no da crédito.

—¿No te habrían entrado los siete males de golpe?

Morales se siente acorralado, no sabe qué decir y es Eva quien lo agravia un poco más.

—¿Alguna vez has estado enamorado, Morales?

Su gesto de sorpresa no pasa desapercibido para nadie pero sigue sin hablar.

—No, no lo ha estado —confirmo yo.

Morales parece que por fin reacciona pero tapo su boca con mi mano.

—Porque entonces sabrías que es el amor el que te hace actuar así. De forma estúpida.

Morales parpadea y mi prima refunfuña frente a nosotros.

—No fue estúpido.

—Sí que lo fue, Noe. Se le fue de las manos, actuó como un cavernícola. ¿Había bebido?

—Ni una gota.

—¿Y qué pasó después? —inquiero soltando a Morales.

—Me sacó de allí sin mediar palabra y pasamos el resto de la noche juntos.

Sonrío trinchando un pedacito de pollo.

—¿Estás contenta?

—No.

—¡Joder! —profiero soltando el tenedor—. ¿Qué más pasó?

—Hizo algo que no me gustó —admite entristecida—. Me echó en cara que le diera coba a todo el mundo, como si me hubiera comportado como una facilona con el chico del bar.

Morales hace un gesto afirmativo y yo le doy un pisotón bajo la mesa.

—Hasta con el camarero de la cafetería donde desayunamos. Me confundía. No sabía si me estaba diciendo que estaba celoso o que no le gustaba mi forma de ser con los demás. ¡Yo soy así! ¡No lo puedo evitar!

—Y no lo hagas —advierto muy seria—, no cambies por nadie.

—Así que… —interviene Eva—. ¡Discusión al canto!

Noe juguetea con su comida sin probar bocado.

—Le mandé a freír churros, Carla —musita—. Con eso vi la luz.

—Lo siento, cariño —me apiado de ella y aprieto su mano sobre el mantel.

—Yo también. Por un momento todo me pareció perfecto. Nada se interponía entre nosotros. Ni la distancia, ni la diferencia de edad, ni nuestro carácter… Era una burbuja.

Eva hace un gesto con la mano.

—Y la aguja de los celos la hizo explotar, ¡pum!

Noe se levanta arrastrando la silla de malas maneras.

—Disculpadme.

—¡Noe! —pero ella ya está lejos de la mesa—. Pobrecilla… No tendría que haber ido.

—Yo creo que sí —apostilla Morales—. Si ha ido hasta Alemania a buscarle es porque estaba encoñada perdida. Imagina cómo seguiría si no se hubiera dado cuenta de lo que hay.

Eva le apoya.

—Cierto, ahora puede olvidarse de él.

Tienen razón. No obstante, me da pena que la pobre se haya hecho ese viaje para volver con el corazón roto en vez de para lo que esperaba, que era justamente todo lo contrario.

Morales y Eva conversan sobre el asunto. Mi mente cavila lo que habrá podido hacer mi amiga en solitario mientras los tortolitos se comían a besos por ahí.

—¿Y tú qué tal?

Eva mastica arrugando la frente.

—¿Yo? ¿De qué?

—¿Conociste a alguien esa noche?

—No —replica extrañada—, me volví al hotel.

Morales nos mira primero a una y luego a otra con desconcierto.

—¿Pero tú no estabas con Manu? ¿Qué panda de arpías sois vosotras?

—Está con Manu pero es que ellos…

Un empellón me zarandea y me calla de golpe. Me sujeto a la mesa antes de comerme el pollo Korma de un cabezazo.

—¡Ay! ¡Perdón!

Me giro y veo a mi prima en brazos de Morales. Sonriendo y ruborizada como una princesita de cuento.

—Tranquila, ¿estás bien?, ¿te has hecho daño?

Ella suelta una risita nerviosa frotándose un tobillo desnudo. Su zapato sigue en el suelo. Debería dejar esos andamios si no sabe andar con ellos.

—Estoy bien. Gracias a ti.

—Noe, por favor —resoplo—. Deja de dar el cante y levántate.

Ella hace pucheros sin mirarme.

—¿Cómo la aguantas?

Morales tampoco me mira.

—Fácilmente. Tu prima es un amor.

Noelia se incorpora sin soltarle y desde aquí aprecio mucho más de lo que debería de su escotado jersey azul celeste. Eva tira de la manga de mi vestido.

—O le suelta o necesitará bragas nuevas.

—¡Noe! —vocifero—. Siéntate ya.

Mi prima me obedece con recelo y ahora es Morales quien se incorpora a mi lado.

—¿Celosa? —susurra su sonrisa en mi oído.

—Ah, ¿pero es que debo estarlo?

—En absoluto —replica pellizcándome un pezón—. Estas son inimitables.

Morales se marcha en dirección al lavabo y yo no puedo ni moverme.

Mi prima se escandaliza.

—¿Te acaba de tocar una teta?

—Joder…

Tras una entretenida sobremesa, damos un paseo hasta Living in London y rematamos la tarde. Noe me confiesa que su idea primigenia era irnos de compras pero dadas las circunstancias, debemos distraer a Morales, no torturarle.

Viéndole, no me puede negar que se lo está pasando bien. Sonríe con frecuencia y se carcajea con algunas de las ocurrencias de las chicas. También aprecio la comodidad entre ellas. Están empezando a tener complicidad y está claro que han disfrutado la una de la otra en el viaje a Alemania. Me gusta. Aunque Eva enloquezca un poquito más a Noe con sus disparates, creo que he creado una bonita amistad.

Mi prima me ha pedido discreción cuando vuelva a ver a mis tíos por Navidad. Según ella, nosotras no nos hemos visto. Lo único que saben es que Noe está pasando la semana en casa de una compañera de la facultad en Picos de Europa. Es para matarla. Está compinchada con la amiga por si se les ocurre llamarla por teléfono pero hasta hoy, no ha habido susto alguno. Mis tíos confían en Noelia a pesar de que reprenden en algunos casos sus extravagancias. Es una excelente estudiante y, para ellos, eso es lo más importante. Me alegro entonces de que la aventurilla de César haya concluido.

Al anochecer, salimos del salón de té y mientras las chicas parlotean, Morales me aparta y nos detiene junto a la carretera.

—Me voy a pedir un taxi.

—¿Te vas?

No puedo disimular el chasco.

—Tengo que volver a casa.

—Yo te llevo.

—No —sonríe—. Ya has paseado suficiente a Miss Daisy por hoy.

—Puedes quedarte en mi piso —persisto—. Abriré el sofá cama para Noe.

Morales tuerce el gesto.

—Eso no está bonito. No te preocupes, mi idea es meterme en la piscina a hacer unos largos y después irme a la cama temprano.

Alzo las cejas incrédula y como temo un cambio de parecer, le digo:

—Prométeme que no vas a trabajar.

Su cara denota cansancio.

—Carla…

—Prométeme que no abrirás tu portátil hasta mañana.

El apunte le hace reflexionar. Sorprendida, veo que levanta la mano derecha y extiende el dedo meñique. Sin saber qué decir, hago lo mismo y él los entrelaza estrechándolos.

—Prometido —sonríe.

Yo me echo a reír y él se acerca un poco más. Nuestros dedos quedan enredados sobre mi pecho cuando me habla.

—No sé cómo darte las gracias por esto. De no ser por ti, hoy me habría pasado el día solo.

Hago un gesto quitándole hierro al asunto.

—Hubiera estado Víctor.

Morales sacude la cabeza.

—Probablemente ni hubiera tenido fuerzas para llamarlo. De hecho, fue él quien me llamó. Se enteró por Vicky.

No voy a disculparme por eso. Merecían saberlo.

Morales levanta su brazo libre para parar un taxi y el coche estaciona junto a nosotros. Al mirarme de nuevo, su mechón de pelo rebelde cae y oculta un ojo. Se lo retiro con naturalidad y lo devuelvo a su sitio.

—Si ves que esta noche tampoco consigues dormir, puedes venir a verme.

—Gracias por el permiso —contesta reprimiendo una sonrisa—. ¿Te veré este fin de semana?

En ese momento recuerdo que el sábado he quedado con mis amigas para pasar el día juntas. Normalmente esas quedadas se estiran hasta el día siguiente pero entiendo que habrá un mísero hueco en el que pueda ver a Morales. Es más, lo deseo con todas mis fuerzas.

Asiento lo más rápido y disimuladamente que puedo.

Su boca se posa sobre la mía y con la punta de su lengua lame y succiona mi labio inferior. Cierro los ojos rendida al placer que me ofrece su cuerpo y cuando desaparece y los vuelvo a abrir, Morales ya está montado en su taxi.

Me encanta mi bolso nuevo. Me lo ha regalado mi prima. Un Hugo Boss de mano en rosa palo recién traído de Stuttgart. Me la como a besos antes de guardarlo en el guardapolvo y pensar con qué lo puedo combinar este fin de semana.

—A ver cuándo dejas este pisucho y te mudas a un ático decente —reprocha desmaquillándose—. Por Gran Vía hay algunos chulísimos.

No es la primera vez que me lo dice. No sé qué tiene de malo, tiene todo lo que necesito hoy por hoy.

—Me gusta este piso.

Noe no contesta así que alzo la vista mientras me pongo el pijama. Entre las manos, extiende la camiseta de Morales y la deja sobre la cama.

—¿Cómo os conocisteis? Eva no me lo contó.

Y menos mal, porque a ver cómo nos habríamos puesto de acuerdo.

—En una fiesta de la empresa —miento.

—¿Trabaja en la agencia contigo?

—No —respondo guardando la camiseta en el armario—. Iba con uno de mis compañeros. Yo también me he llevado a las chicas alguna vez.

Noelia se tira en plancha sobre la cama.

—¿Y cómo empezó todo? ¡Quiero detalles!

—No te emociones, Noe. No estamos saliendo.

Relax, prima. No se lo voy a decir a papá y mamá.

—¡Obviamente! ¡No hay nada que contar!

Ella se encoge ante mis gritos.

—Qué genio… ¿Te avergüenzas de él?

—¡Yo no me avergüenzo de Dani, es una bellísima persona!

—¡Y está cañón! —aplaude emocionada—. ¡Qué calores, por favor, qué calores! ¿A ver? —dice estrujando mis sábanas—. ¡Tu almohada huele a él!

—Noelia, por Dios Santo, ¡estás cachonda como una mona!

Ella se lleva las manos a la cara.

—Es que ya le echo de menos.

Le arrebato mi almohada y me dejo caer sobre la cama.

—Pues búscate a otro para olvidarle que el friki-maromo-parleño es mío.

—¿Quién?

—Ve a cepillarte los dientes.

—Sí, señora.

Mi prima se levanta pesarosa y yo acerco mi nariz a la almohada y aspiro su olor. Oh, sí, es cierto. Huele a él.

Mierda, ¿qué estoy haciendo?

—¡Pero qué preciosidad! ¿De dónde es, Carla?

Estiro el cuello y compruebo que lo que sostienen sus manos es mi pequeño violín de diamantes.

—Me lo regaló él —contesto con orgullo.

—Qué ricura. Tiene un gusto exquisito. Al menos, en joyas.

Le lanzo la almohada y da de pleno en su costado pero lejos de enfadarse, mi prima se ríe a mandíbula batiente. Sin querer, las carcajadas también asoman a mi boca. La adoro.