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Sigo sin rendirme. Vuelvo a la carga. Y lo hago de la misma forma. Salgo del ascensor y voy derecha a la mesa de Erika. Tengo que hablar con él. Necesito explicarme y decirle cosas. Muchas cosas. Procuraré sintetizar todo lo que pueda pero creo que esta confesión nos vendrá bien a los dos. Yo deseo hacerlo y algo me dice que él desea escucharlo.

Cuando Erika me localiza caminando por el pasillo, sonríe lanzándome una mirada suspicaz.

—Buenos días, Erika.

—¡Buenos días, Carla! ¿Qué tal?

—Bien —miento—. Ayer no conseguí localizar a Morales. ¿Está por aquí?

—Sí, pero está reunido —pone cara de pena—. Lo siento, Carla, pero nunca es buena idea venir a verle sin avisar. Tiene una agenda complicada. Y más en pleno cierre de año fiscal.

Yo no me voy de aquí sin que me escuche. Si tengo que ponerle unas esposas y aprisionarle contra la pared como me retuvo él este domingo, pienso hacer lo mismo.

—Me lo imagino, pero no me importa esperar. ¿Puedo hacerlo aquí?

Sus ojos se abren con incredulidad.

—Sí, claro. Pero acaban de entrar, probablemente les lleve toda la mañana.

Mis ojos revolotean hasta la puerta de su despacho.

—¿Está ahí dentro?

—No, en una sala de juntas. ¿Seguro que estás bien, Carla? ¿Ha pasado algo? ¿Te puedo ayudar yo?

Sonrío desganada. No. Ni tú, ni nadie. Solo él. Ahora lo sé y siento que me he dado cuenta demasiado tarde.

—¿Podrías indicarme dónde está el baño, por favor?

—Por ese pasillo, al fondo a la izquierda. ¿Te traigo un café?

Sí, lo sé. Tengo un aspecto horrible y por mucho que me ayude con el maquillaje, nada disimula mi malestar. Es más que palpable.

Asiento para distraerla y ganar tiempo.

—Gracias.

Me doy media vuelta y tras escabullirme por el pasillo que me indica, voy derechita a la misma sala donde Sandra y yo nos reunimos con él por primera vez. Lo dicho. Este me va a oír.

Sin embargo, me quedo alelada cuando compruebo que junto a esa puerta, hay varias más. No me va a quedar otra que ir una por una a lo «Alicia en el país de las maravillas» para ver cuál es la correcta. Me tiemblan un poco las manos. Esto va mucho más allá de la locura. Joder, esto es amor. Sin poder controlarlo, me echo a reír. ¿Cuándo he hecho yo este tipo de cosas? Dani me ha calado tanto que ni me importan las consecuencias de esta intrusión desmedida.

Nunca me he desesperado tanto por otra persona. No recuerdo nada parecido con ninguno de mis ex. Cuando terminé esas relaciones no sufrí más de lo necesario y con algunas hasta respiré aliviada. Pero bueno, ¿es que nunca he estado enamorada? Con Dani se me ha despertado algo aquí dentro que no sabía que tenía. Por un lado, es un sentimiento efusivo y pletórico pero por otro, al no sentirme ni completa ni correspondida, me consume, convirtiendo las horas que pasan en un sinvivir. Como si todo lo viera negro, nada tuviera interés excepto él y dar cualquier paso fuera cuesta arriba.

Respiro hondo y abro la primera. Hay dos hombres reunidos. Finjo una sonrisa y pido disculpas antes de cerrarla. Vuelvo a echarme a reír. Esto es surrealista. Voy a por otra. Una mujer y un teléfono en plena conference call. Hago lo mismo. Abro la tercera, está vacía. Abro la cuarta.

Bingo.

Hay mucha gente. Todos reunidos alrededor de una mesa ovalada y mirando fijamente algo que se proyecta junto a la puerta. Esa en la que me encuentro yo. Localizo a Dani con la mirada sin mucho esfuerzo. Es quien preside la sala. Su cara es toda una mezcla de sensaciones. Al principio creo que parece aliviado o liberado pero al segundo, cierra la boca y convirtiéndola en una fina línea, sus ojos brillantes me provocan escalofríos.

Aparto la mirada para poder pensar con rapidez. Hay un montón de ojos mirándome con una mezcla de sorpresa, extrañeza y clara expectación. Junto a Dani, veo a Víctor. Me guiña un ojo sonriente cargado de significado.

Vuelvo a Dani.

Vamos, Carla. Di algo que pareces tonta.

—Tengo que hablar contigo.

Y me importa una mierda soltarlo todo delante de esta gente pero él, con mucho más sentido común, se levanta y camina a zancadas hasta donde estoy. Sin pensármelo dos veces, reculo ante su velocidad y él sale conmigo al pasillo cerrando la puerta tras de sí.

—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunta con sequedad.

Me fijo en su rostro antes risueño, ahora iracundo. No puedo hablar. No es solo la totalidad de su presencia lo que me amilana. También sus labios ligeramente rojos e hinchados.

Balbuceo sin poder dejar de mirarlos.

—Tengo que hablar contigo.

Bien, vuelvo a parecer retrasada como cuando lo conocí. Cerebro: ponte a trabajar ¡ya!

—He venido a pedirte perdón y…

—Muy bien. Ahora, lárgate, tengo trabajo.

Se gira para volver a entrar en la sala pero tiro de su brazo. Por muy poco. Se zafa tan fácil y tan rápido de mí que me asusto de verdad de que ya no sienta lo mismo que hace días.

—¿Y es más importante que yo? ¿Que lo nuestro?

Dani se queda en silencio por unos segundos. Pero su ira persiste en su lugar.

—No te montes películas, Carla. No hay ningún nuestro.

Parpadeo. Me acabo de estampar mentalmente contra un muro.

En ese momento, una mujer alta, morena y de grandes ojos negros abre la puerta y toma a Dani del brazo con familiaridad. Mucha familiaridad.

—Morales, ¿va todo bien por aquí?

Él le dedica una sonrisa que le habrá empapado las bragas enteritas y contesta:

—Perfectamente. Ahora mismo entro, Paula.

¿Pero qué hace este idiota? ¡Esas sonrisas son para mí!

La mujer asiente con una risilla estúpida y le suelta para volver a entrar. Al girar el pomo de la puerta, observo desconcertada unas marcas en la mano de Dani.

—¿Eso es un mordisco?

Él se lo mira con curiosidad y sonríe perverso al volver a mí.

—Sí.

Me acabo de quedar en blanco.

—Fuera. De. Aquí.

—No —vuelvo momentáneamente—. No si no me perdonas antes.

Dani se cruza de brazos entrecerrando la vista.

—Tienes cargo de conciencia, ¿eh?

No, es mucho más que eso.

—No puedo seguir con mi vida si no me perdonas.

Mi confesión sé que le pilla por sorpresa. Siempre he sabido ver ese titilar de sus ojos cuando escucha lo que no espera.

—Haberlo pensado antes de volverte loca.

Y como veo que vuelve a la puerta, insisto sin pensarlo:

—Dani, por favor…

Levanta una mano para mantener las distancias y me ahoga con su mordacidad:

—Deja de hacer el ridículo y márchate antes de que llame a los de seguridad.

Después, abre la puerta y antes de desaparecer, se inclina siseando:

—Y no te atrevas a volver a llamarme así. Para ti, como para todos, soy Morales. Que no se te olvide.

El portazo me sobresalta justo en mitad del pecho. Tanto, que temo que me haya roto algo en mil pedazos diminutos.

Tras arrastrar los tacones por todo IA, me he sentado y me he dedicado a llorar amargamente. Así hasta que no sé cuánto tiempo después, el vigilante del parking se ha acercado para preguntarme a qué me dedico tanto tiempo en el coche.

Enjugándome las lágrimas, me alejo de allí llevándome mis penas a otra parte.

Una vez en McNeill, suelto mi bolso en mi mesa y camino como por inercia al sitio de Manu. Necesito hablar con alguien o me volveré loca del todo. Como estamos prácticamente solos, escucho que tiene la música puesta. Sin que repare en mi presencia, pues estoy detrás de él, continúa con sus labores en el ordenador.

Me detengo al ver que el muro de Facebook que fisgonea no es de ningún cliente, sino de Eva. Está revisando sus fotos una por una. Cuando mi mente despierta y me atrevo a decirle algo, escucho atentamente su canción:

No me abandones,

No me dejes que yo vuelva a caer.

No me dejes que yo vuelva a caer.

No me traiciones,

Ahora me siento arrepentido.

No me dejes que yo vuelva a caer.

Humíllame si quieres,

Provócame si es tu deseo

arrastrar el dolor.

No me dejes que yo vuelva a caer.

Aún no es tarde para llorar

y arrodillarme

pidiéndote perdón.

Hecha un mar de lágrimas, leo en su Spotify: «Arrepentido». Sôber. Asiento con la cabeza sin dirigirme a nadie en concreto y reculo de vuelta a mi sitio.

Muy bien, mundo. Ya veo que es todo el cosmos el que me quiere bien jodida.

No puedo más. He aguantado en la oficina hasta que las señoras de la limpieza me han echado sin delicadezas. Miro el reloj de mi móvil y veo que es lo suficientemente tarde como para que Dani, perdón, Morales. No, no me da la gana. Para que Dani haya regresado a casa. Con determinación, recojo mi bolso y mi maletín y bajo hasta el coche.

No hay mucho tráfico por Madrid. La gente ya está fuera de la ciudad con sus familiares o, simplemente, en sus casas. Solo unos pocos no nos hemos cogido vacaciones hasta el último minuto. Llego pronto y muy acelerada. Salgo del coche y corro hasta la puerta para llamar al timbre. No puedo dejar de llorar, parezco estúpida. ¿Quién me iba a decir a mí que me pondría así por un tío? Y más por alguien como Dani, de quien pensé que nada tendríamos que hacer juntos.

Tengo que soltarlo y escupirle todos mis sentimientos a la cara, quiera o no. Y debo hacerlo antes de marcharme para no verle jamás. Mañana cogeré el avión a Santander y ahora tengo más claro que nunca que cuando vuelva, todo habrá acabado para siempre y será mucho más difícil verle. Si ha mantenido lejos a Virginia de alguna forma, conmigo hará lo mismo. Qué duda cabe. Encima es peor. Porque creo que estoy todavía más zumbada que ella.

Llamo y llamo y aquí no abre nadie. Pego la oreja a la puerta. Es absurdo, nunca oiría nada aunque a mi alrededor solo hubiera silencio sepulcral. Rezo para mis adentros… Joder, ¿qué hago yo rezando? No me reconozco, ¿tengo un lado tierno y sensiblero con los tíos y no me he enterado?, ¿dónde ha estado todo este tiempo?

Llamo a su móvil y cuelga al primer tono. No mejoramos. Dudosa, miro la puerta y después hago lo mismo con la carretera. Resoplo y me siento apoyando la espalda contra la pared de la entrada. Me encojo y guardo las manos en los bolsillos para no congelarme de frío. No quiero rendirme así que le espero paciente hasta que llegue.

Es la idea más gilipollesca que se me ha ocurrido nunca. Creo que hace poco estaba azul, pero ahora ya estoy morada y los dedos de las manos me hormiguean tanto que la palabra «amputación» me amenaza desde el fondo de mi mente. Ni siquiera sé si va a pasar la noche aquí. Igual tiene una cena o alguna otra estúpida fiestecita a la que llevarse a una escort que lucir con alegría. Sí, tiene que estar encantando con la idea de volver a su vida de mujeres de pasarela rendidas a sus pies.

No me extraña que esta mañana me haya echado así. ¿Le estaría truncando los planes de beneficiarse a esa tal Paula? ¿O lo habrá hecho ya? Porque lo de los morros y el mordisco me ha dejado patitiesa. ¿Tan poco dura el duelo en un hombre? ¿En serio? ¿De qué pasta están hechos?

Maldita morenaza. Si la vuelvo a ver, le arranco los pelos mal teñidos que tiene y se los meto por…

Ay, mi madre. Esto es serio.

Vale, Carla. Piensa. Puedes superar esto. Nunca te ha costado. Los hombres vienen y van, ya lo sabes. Deja que pase el tiempo y conozcas a otro macho ibérico que te caliente la cama y te regale cosas bonitas en tus cumpleaños. Madrid está lleno de tíos. No puede ser tan trágico. Hombres como Dani hay a montones. Mira a Jorge, mira a Patrick… Oh, estoy desvariando. ¿Qué tendrá que ver uno con otro? ¿Me los puedo tirar cuando quiera? Sí. ¿Me corro gritando como una soprano con ellos? No. ¿Estoy loca por ellos? No.

Pues ahí lo tienes. Haz algo para desahogarte de una vez y después vuelve a tu triste vida gris y vacía de novela de Jane Austen. No arruines más las que están a tu alrededor.

Tiritando y a trompicones, me levanto y saco un folio de mi maletín y un boli de mi bolso. Me apoyo en el maletín para escribir. Espero que entienda la letra, no soy buena calígrafa a varios grados bajo cero y sin guantes.

También espero que no la queme antes de abrirla.

Con mis últimas lágrimas en los ojos, termino la nota y me desabrocho el hermoso violín que llevo al cuello. Doblo el folio en dos escondiendo la joya en su interior y lo dejo todo bajo la puerta.

No me puedo creer que esto se haya acabado.

Tanto como no me puedo creer que Dani piense que no hay ningún «nuestro».