20

Hemos desayunado por turnos. Carmen y Raúl son quienes se han levantado primero y a ellos les han seguido Eva y Manu. Yo me he sentado sola sin esperanza alguna en que Morales apareciera por allí de repente. No sé cuánto le va a durar el arrebato así que tampoco voy a esperarle. Ni a él, ni a Víctor y Vicky, que parece que los haya engullido un agujero negro. Espero que sea una buena señal. O siguen dándole al tema o Vicky le ha tirado la pierna por la ventana en un ataque de furia y todavía siguen discutiendo.

Tras recoger mis cubiertos, salgo al porche de la casa donde Eva y Manu se meten mano como críos sobre la barandilla de piedra. Al verme, se separan levemente y yo me froto los brazos odiándome por ser tan estúpida de no haber cogido mi chaqueta en la habitación.

—¿Tienes un cigarro?

Manu asiente ofreciéndome su cajetilla. Me enciendo el pitillo sin que se me escape la sonrisilla que me dedican estos dos tontainas.

—¿Qué tal has dormido, bella durmiente?

El tono de Eva me confunde.

—Bien… ¿por?

La pareja intercambia una mirada y me sonríen guasones.

—¿No recuerdas cómo te dormiste anoche?

—No —es algo que llevo preguntándome desde que me han despertado—, ¿qué pasó?

Manu da una última calada a su cigarro antes de ilustrarme con su exclusiva.

—Estábamos todos hablando hasta que nos dimos cuenta de que te habías quedado sopa. Morales te susurró algo al oído, pero tú ni te inmutaste. Entonces, delante de todos, no se le ocurrió otra cosa que levantarte en volandas y decirnos: «La bella durmiente y yo nos retiramos, que descanséis» —ay, mi madre—. Luego te dijo: «Di buenas noches» y tú murmuraste algo entre sueños y desaparecisteis por el pasillo.

El rubor tiñe mis mejillas. Qué vergüenza tener que oír esto de boca de mis amigos y no tener conciencia de ello para rememorarlo como me gustaría.

—¿Y qué pasó después?

—Ah, eso ya no lo sé, apañera mía —sonríe inocentón—, aunque nos lo podemos imaginar.

Eva le sujeta del hombro pidiendo la palabra.

—Pero lo mejor no fue eso, sino lo que sucedió después. Resulta que Carmen también estaba como un tronco y Raúl no hizo otra cosa que zarandearla hasta despertarla… —hace un parón dramático en que se dedica a partirse de risa— increparle delante de todo el mundo que hubiera bebido tanto y levantarse dando las buenas noches dejándonos allí con ella —ríe de nuevo—. Víctor, Manu y yo miramos a Vicky, pero ella hizo como si nada y continuó animándonos a seguir jugando. Los demás casi nos meamos de la risa.

Manu menea la cabeza ensanchando sus labios.

—Todavía me cuesta asimilarlo. Se me hace super raro verte en esa actitud con él.

—Yo que tú me acostumbraría —aconseja Eva dándole un pequeño culazo.

Miro mi cigarro todavía aletargada. La mitad se ha consumido en ceniza. No sé qué pensar. No me sorprende que Morales me llevara en tales circunstancias a la cama, lo ha hecho con anterioridad. Pero sí que lo hace el hecho de que no se haya cortado un pelo delante de mis amigos. ¿A este hombre no le da vergüenza nada? ¿Cómo esa ternura innata puede transformarse en arrogancia y cabezonería de la noche a la mañana?

—Hola.

La vocecita de Vicky llega hasta donde estamos. Rápidamente, apago el cigarro y la veo salir por la puerta con Carmen pisándole los talones. Todas abrigadas como sherpas menos yo, la más lista de todas.

Las dos se nos acercan con las manos en los bolsillos, sin articular palabra alguna. Eva se da por aludida al instante y mira a Manu.

—Ahora es cuando te piras, cariño.

—Si me lo vas a contar luego.

Vicky abre los ojos de par en par y Eva mete a Manu a rastras en la casa con cara de malas pulgas.

—¡No seas bocas! ¡Lárgate!

Manu desaparece tras la puerta, no sin antes lanzarle un beso al aire. En cuanto nos quedamos solas, Vicky nos anima a bajar las escaleras.

—Demos una vuelta, no nos quedemos aquí.

Ella encabeza la marcha y nosotras la seguimos en silencio. Está muy callada, ha pasado algo, lo que no sé es si será bueno o malo. Nos alejamos lo suficiente de la casa para que ya nadie pueda oírnos pero ella sigue dando un rodeo. En todos los sentidos.

—¿No tienes frío? —me pregunta Carmen.

—Si vuelvo a por mi chaqueta, me perderé la mitad de lo que cuente.

Sin pensárselo, mi amiga comienza a desabrocharse su prenda.

—Toma mi bufanda y los guantes.

Los acepto gustosa. Hace un frío terrible y me tiembla todo el cuerpo.

—Gracias.

Llegamos a un pequeño cobertizo que hay junto a los coches. En la entrada hay leña apilada y protegida con plásticos. Vicky toma asiento sobre un tocón y nosotras hacemos lo mismo cogiendo varios plásticos que hay junto a la pila y poniéndolos sobre algunos leños alrededor.

—Bueno, ¿qué? —se impacienta Eva alzando sus manoplas—. Suéltalo ya, ¿cómo es tirarse a alguien sin pierna?

—¡Eva! —chillamos Carmen y yo al unísono.

—¿Qué? Solo estoy preguntando lo que no os atrevéis a preguntar vosotras.

Qué directa es.

—¿Llevaba puesta la ortopédica o no?

—¡Eva!

—¡Callaos! ¡Os estoy haciendo un favor!

Carmen relincha y se encoje sobre la madera para mirar a Vicky a los ojos.

—Vicky, di algo ya.

Su respuesta se hace esperar. Una muy directa, otra muy pava y la otra bien digna del óscar más esperado.

—Como conejos —desembucha finalmente—. Sin parar. No he pegado ojo en toda la noche. Creo que voy a tener agujetas.

Rompo a reír como una descosida y a mis carcajadas le siguen las de Eva y después las de Carmen. ¡Por fin! Las tres le hacemos una ola insulsa y descompasada. A ritmo del mejor «Oeoeoeoeeee», Eva aplaude con lágrimas en los ojos y yo suelto un par de silbidos con los dedos pero los silencio en cuanto los ojos de Vicky me dicen que o me callo ya, o esta noche duermo aquí mismo.

—¿Y cómo fue ese momento en que se supone que te enterabas de todo? —inquiere Carmen.

Vicky no parece preocupada al respecto.

—Le dije la verdad, que ya lo sabía.

Eso me acaba de cortar la risa de un tijeretazo. Mi amiga vuelve a mirarme y yo asisto boquiabierta a la confesión que desprenden sus ojos castaños. He aquí su venganza hecha verbo.

—¿Qué te dijo él? —pregunto sin humor alguno.

—Estaba alucinando. Patrick tenía razón, pensaba que iba a salir corriendo. Pero no fue así —sonríe para sí—. Me besó como no me había besado hasta ahora y retrocedimos juntos hasta que caímos sobre la cama…

—¿Y se la quitó?

Vicky hace un gesto de resignación mal disimulado.

—Sí, Eva. Se la quitó.

—Dinos ahora mismo qué hiciste con ese muñón.

Carmen le da un empujón en el hombro sin miramientos.

—La madre que te trajo, Eva…

Mientras ambas discuten sobre el derecho o no a tener acceso a una información detallada, yo me concentro en el rostro de Vicky. Aquí ha habido algo más. Y no es solo que le haya largado a Víctor que fui yo quien le dijo lo que había bajo sus pantalones. Aquí ha pasado algo con ese muñón del que Eva habla tanto. No hay más que verle la cara, no nos mira a nosotras, mira al suelo. Se mordisquea el labio, sus ojos no mantienen un punto fijo y además, se está sonrojando y eso no es del frío. Está forrada en capas, la única que está congelada y a la que le castañean los dientes soy yo.

—¿Vicky?

Mis amigas callan y ella nos contempla pasándose la lengua por los labios.

—Tan solo diré… que ha sido la mejor experiencia sexual que he tenido nunca.

Eva levanta los brazos exagerando su gesto.

—Tampoco has tenido tantas…

—Pues de todas esas pocas, esta se lleva el primer premio.

Lo dicho, y no me puedo contener.

—¿Influyó en algo que ahí hubiera un muñón?

Vicky sacude los hombros tragando saliva.

—Puede.

—¡Chicas!

Como cuatro locas, saltamos poniéndonos en pie y buscando a nuestro entrometido como un pollo sin cabeza.

Manu corre en nuestra dirección seguido de Víctor y de Morales, quienes se acercan charlando a paso más tranquilo. Fantástico. Ya sé a quién le voy a sonsacar todo lo que pueda.

—Chicas —repite con la lengua fuera una vez que nos da alcance—, ha caído una nevada impresionante esta noche. Está todo cubierto de nieve de camino al puerto. Raúl está llamando a información y turismo. Le han dicho que no es el día más recomendable para ir andando por allí. Tenemos que coger los coches y llevar las cadenas.

Vicky chasquea la lengua y patea la nieve como una niña pequeña. Nos hemos quedado sin paseo matutino. Espero que tenga pensado un plan b porque de lo contrario no sé qué vamos a hacer todo el día encerrados en casa.

En cuanto Morales y Víctor amplían el círculo, la parejita recién desprecintada se dedica una mirada que tan solo dura un segundo. Vicky enmudece y vuelve a ruborizarse delante de todos, hecho que Eva aprovecha para cuchichearme al oído:

—Mírala y no te engañes, ahí donde la ves es la más pervertida de las cuatro…

—¿Tú no te estás congelando?

No me da tiempo ni a girarme ni a contestar. Solo escucho el desliz de una cremallera y al instante Morales aparece de frente y me envuelve en su abrigo y sus brazos pegándome también a la calidez de su jersey. Sin reparo alguno, le devuelvo el abrazo agradecida de lo calentito que se está compartiendo abrigo con él. Sigo tiritando, pero solo por unos segundos. Un brazo me oprime contra él y el otro frota mi espalda con candor.

Sonrío sin querer sobre el jersey. Ya no me odia tanto, me alegra saberlo.

—Escucha, Carla, sobre lo de antes…

—Cállate.

No quiero tener esta discusión con público.

Ladeo la cara y veo cómo Vicky nos observa estupefacta. Rehúyo el contacto escondiéndome en el cuello de Morales.

—A ver, ¿y ahora qué hacemos? —interroga Carmen—. Poner las cadenas y llevar los coches hasta allí nos va a llevar la mitad de la mañana, tenemos que pensar en hacer otra cosa.

Nadie dice nada. Espero que estén dándole al bolo porque yo, desde luego, no lo estoy.

—De verdad, chicos, si queréis ir a esquiar, por mí no hay problema —comenta Víctor de pronto.

El brazo de Morales se detiene y nos gira en dirección a su amigo.

—Nadie quiere esquiar, Víctor. Se me ocurren mil cosas que hacer en la nieve antes que esquiar —su boca se pega sin pudor a mi oreja—. Y otras cuantas para entrar en calor.

Le doy un mini-puñetazo en un costado. Morales responde entre risas y desvía su mirada a mi asiento. Se muerde el labio pensativo. Me gustaría saber qué es lo que discurre esa cabecita loca suya.

De improviso, me suelta para quitarse su chaqueta y ponérmela sobre los hombros. Retira el plástico sobre el que estaba sentada y lo sacude en el aire. Después hace lo mismo con el de Eva y los demás contemplamos su recorrido sin comprender.

—Vicky, ¿quieres estos plásticos para algo?

Mi amiga pone cara de asco. Es un verdadero encanto.

—No, ¿qué vas a hacer con ellos?

—¿Tienes cinta aislante?

—Sí, tiene que haber ahí dentro pero…

Morales se mete en el cobertizo en silencio y con decisión.

Vicky me interroga con la mirada y yo hago lo propio con Víctor pero niega con la cabeza dándome a entender que está tan perdido como yo. Un minuto después, Morales sale con un rollo de cinta marrón y un montón de plásticos debajo del brazo.

—¿Qué haces? —insiste Vicky.

—Ahora lo veréis. Nos vamos.

—¿Dónde? —pregunto asombrada.

—Demos un paseo.

—¿Vas a ir con eso a cuestas?

—Sí, ¿por qué?

—Pareces el chatarrero de Cercedilla.

Morales aprieta los labios inspirando profundamente. Se me acerca con paso firme y me tiende sus bártulos sin escrúpulo alguno.

—Sujeta esto. Voy a por tu chaqueta.

Y sin más, echa a andar de vuelta a la casa.

Mis amigos se me quedan mirando confundidos, pero que no se engañen.

—A mí no me miréis, no tengo ni idea de lo que se propone.

Víctor se acerca hasta donde estoy.

—Espera, Carla. Déjame ayudarte.

Con gran arte, compartimos la carga y me echa a un lado para poder hablarme con relativa intimidad mientras el resto se entretiene en otra conversación.

—Vicky me contó un par de cosillas anoche.

Lo lleva claro. No pienso aceptar su reprimenda sin rechistar.

—Sinceramente, Víctor, pensé que ya lo habrías sospechado.

—Pues sí, pero como nunca me dijisteis nada ninguna de las dos…

—Te ha costado, ¿eh?

Mi réplica no le ha gustado. Lo veo en la forma en que sus ojos echan chispas.

—No es nada fácil, Carla. Aunque hayan pasado los años, nunca me resulta fácil. He intentado hasta tomármelo con humor, pero ni con esas lo consigo.

Abochornada, bajo la cabeza consciente de mi salida de tono.

—Perdona.

Víctor suspira serenándose.

—Estás perdonada. Ya has hecho mucho por mí indirectamente.

Ceñuda y creyendo saber a qué se refiere, poso mis ojos en Vicky, quien discute con el resto sin prestarnos atención.

—Vicky es especial, ¿sabes? Es la primera mujer que conozco desde que tuve el accidente que siento que es sincera del todo conmigo.

Me lo creo. Debe sentirse afortunado de que ella se haya fijado en él. El hombre que consiga retenerla de por vida tendrá a su lado a una mujer maravillosa. Para mí como amiga lo es, solo ansío que ella no se olvide de corresponderme.

—Además —prosigue embobado— es preciosa, cariñosa y muy dulce.

—Lo tiene todo… —murmuro.

—Lo tiene todo.

Y tú no eres menos para ella. Sobre todo después de esta noche. Ya han hecho lo más difícil. Pasado el sexo, si ahí se entienden bien, el resto está chupado.

O eso creía hasta hace más bien poco.