36
Llevo un buen rato llamando a la puerta. Todo apunta a que no hay nadie en casa. Justo cuando busco su contacto para escribirle, un Jaguar negro se abre paso por el jardín. Al estacionar, Morales sale del coche con abrigo y traje y cara de sorpresa.
—¿Habíamos quedado?
Buenas noches a ti también.
—No, quería pasar a verte. No he pensado que fuera necesario avisarte.
Morales sonríe al llegar a mi lado.
—Y no lo es, nena, pero tienes suerte de no haber llegado antes. Me habrías esperado a lo tonto.
—¿Vienes de la ofi?
—No, del entierro.
Abro la boca y los ojos hasta dolerme. Este hombre cada día está peor.
—¿Has ido tú solo?
—Relájate, Carla —demanda viendo mi estado de nervios—. Solo han sellado el nicho con las cenizas, nada más.
—¿Pero cómo no me has avisado?
—Lo más duro fue lo de ayer. Esto ha sido un momento y me he venido enseguida. Iba a cambiarme para ir a buscarte.
Su sinceridad aplaca a medias mi disgusto. Quería estar a su lado en un momento así. Veo que hoy tampoco es buen día para llevar a cabo mi plan. Ya me imagino a mí misma en una realidad paralela: «Muy bien Dani, por cierto, ¿te acuerdas de que me tienes que enviar un papelito firmado por e-mail?». Es una muy muy mala idea. Me voy a volver loca de camisa de fuerza.
—¿Dónde está tu coche?
Eso tampoco lo mejora.
—He venido en taxi.
—¿Por? —pregunta sacándose las llaves del bolsillo.
—Me han pinchado las ruedas.
Morales parpadea y las llaves quedan a medio camino de la cerradura.
—¿Qué?
—Las cuatro.
Con eso basta para sacarle de sus casillas y que se ponga hecho una furia.
—¡Quién!
—¡Y yo qué sé! ¡Cómo voy a saberlo! Los vigilantes del parking me han dicho que solo hay cámaras en la entrada y en la salida, no pueden ver lo que pasa en los aparcamientos. Es imposible que pueda comprobarlo.
Sus ojos brillan de ira.
—¿Crees que está relacionado con lo del cuadro?
No, ha sido la guarra de mi exhomóloga. La otra a la que te follaste, querido Morales. Pero no pienso decírtelo porque ya has pasado bastante mal trago por hoy y ya no hablemos de ayer. Saberlo te disgustaría, te preocuparía y te hundiría un poco más y lo que necesitas no es eso, es sonreír de una puñetera vez.
—No lo sé, Dani. Abre, por favor. Tengo frío.
—Sí, sí. Perdona —se apresura abriendo la puerta.
Entramos y caminamos hasta la cocina.
—¿No sospechas de nadie? ¿Has discutido con alguien últimamente o…?
—Te he dicho que no lo sé —freno sentándome en un taburete—. No quiero hablar más del tema. El coche está en el taller, ya lo recogeré el lunes.
Morales se pasa la lengua por los labios sin dejar de atravesarme con la mirada. Y no es nada sexual, es más bien tenebroso. Sé que quiere seguir indagando pero, conmigo, todo esfuerzo es inútil. Al final, renuncia al interrogatorio y se apoya sobre la isla.
—¿Tienes hambre? Puedo hacer algo de cenar.
—No.
—Qué pregunta… Olvidaba con quién hablaba.
Molesta, me llevo la mano a la garganta y arrastro las palabras.
—Vengo de la comida de Navidad de McNeill. Tengo el postre aquí.
—Perdona —se disculpa desconfiado.
Madre mía, cómo me pone cuando está en plan niño bueno.
Morales se dirige hacia la nevera negra y sin que pueda apartar mis ojos de su culo trajeado, se para frente a su propio reflejo.
—Joder, qué pintas. Parezco Seiya.
—¿Qué pasa?
—Tengo que cortarme el pelo —explica sacudiéndoselo sin piedad.
Se echa otro par de vistazos achinando la vista y se quita la corbata y la chaqueta del traje.
—Ahora vengo.
—¿Dónde vas? —pregunto viéndole salir de la cocina.
—A cortármelo.
—¿Vas a llamar a un peluquero a estas horas?
—No, nena. Me lo corto yo mismo.
Me va a dar algo.
Este superdotado en carne y alma sabe hacer de todo. Atontada me deja.
—¿No prefieres ir a la peluquería?
—No me hace falta. Cuando murió mi madre me lo cortaba mi abuela pero desde que ingresó, me lo hago yo —comenta encogiéndose de hombros—. No es tan difícil.
En su caso no debe serlo. Se hiciera lo que se hiciera seguiría estando de rechupete pero yo no me vería capaz de hacerlo sin unas nociones básicas. No se trata de pasarse una maquinilla y listo, Morales tiene mechones capeados y tiene muchos. Su maña no puede estar ligada a su cerebro prodigioso. Esto es otra cosa y creo que ya sé por dónde va.
—Dani, ¿a qué se dedicaba tu madre?
Él sonríe, y para mi deleite, me muestra su dentadura perfecta al hacerlo.
—Era peluquera.
Doy palmadas saltando al suelo.
—¡Voy contigo! —chillo como una cría—. ¡Esto no me lo pierdo!
Divertido, se echa a reír mientras llegamos a su habitación y entramos al cuarto de baño. Morales deja su móvil junto al lavabo y se quita la camisa quedándose desnudo de cintura para arriba. Me siento sobre la encimera con las piernas colgando y la boca salivando. Mis brazos luchan por no salir al encuentro de su piel llameante, atraerlo hacia mí y colocármelo entre las piernas. Llevo tan solo tres días sin tenerlo dentro y ya empiezo a sufrir las consecuencias de su ausencia.
Metódico, se cubre los hombros con una toalla blanca y saca un peine y unas tijeras de peluquería de un cajón. Se estudia con minuciosidad en el espejo antes de hacer nada. Poco después, saca un par de pinzas metálicas y se recoge un montón de cabello. Desliza los dedos índice y corazón entre un mechón y empieza a cortar con precisión. Así, una y otra vez a ambos lados de la cabeza.
Verlo es fascinante. Puede sonar exagerado pero ciertamente lo es. Me sorprenden tanto sus salidas incomprensibles como todo lo que sabe hacer. Lo mismo te monta una empresa que te fabrica un trineo con plásticos, te corta el pelo a capas, te hace el desayuno o te folla hasta perder el sentido. ¿Hay algo que no sepa hacer?
Morales continúa con su sesión de belleza particular y yo me asusto un poco al ver peligrar esos sexys mechones castaños casi rubios.
—No te lo cortes tanto.
Él se detiene en el acto.
—¿Te gusta así?
Asiento. Me pirra así.
Morales comprueba su obra soltándose las pinzas y moviendo la cabeza de un lado a otro frente al espejo. Se revuelve el cabello y yo me sujeto de la encimera para no caerme de la tontería que me está entrando.
—Yo creo que ha quedado bastante bien. ¿Tú qué opinas?
—Estás espectacular.
Morales me mira alucinando en colores.
—¿Eso ha sido un piropo?
Prefiero no contestar, que no se acostumbre. No los necesita.
Él se quita la toalla y se posiciona delante de mí. Rodeándome, deja los brazos sobre la encimera y yo esquivo su mirada. Sé que estos días no me ha tocado como quiero porque dudo que su humor se lo permitiera. No quiero presionarle y no quiero que piense que lo hago. Es solo que lo anhelo demasiado y me cuesta horrores disimularlo si me mira así.
—¿A qué viene semejante ramalazo de amabilidad? ¿Tienes algo que contarme? —inquiere con guasa.
Sus manos se posan en mis rodillas y me abren las piernas para él. Una mano rueda por el interior de mi muslo, sobre las medias, y se desliza por el elástico rozando mi sexo. El deseo invade mi cuerpo frágil y ávido de Daniel Morales.
—¿Has sido una niña mala?
Niego con la cabeza. Me cuesta hasta hablar.
—No, claro que no. Tú eres una niña buena, ¿verdad?
Sus dedos se humedecen con mis fluidos y el calor serpentea por mi entrepierna.
—Aunque las buenas no se pringan como tú cuando las manosean.
Sonrío a un lametazo de su boca.
—Te equivocas. Las buenas son las peores.
Avivado por mis palabras, Morales invade mi boca poseyéndola por completo. Su beso es posesivo y está cargado de necesidad. Yo también necesito que me bese así. Necesito que me haga saltar en mil pedazos ya.
Con aparatosidad, me quito las medias y las bragas y dejo caer los tacones al suelo. Morales, sin dejar de tomar mi boca, me levanta y posiciona mi culo justo en el borde de la encimera. Me recuesto como puedo sobre el espejo y con ganas de todo, cojo la mano que frota mi clítoris y lo obligo a que me meta un dedo. Aunque él me lo impide retirándola.
—No corras —sonríe en mi boca—. Disfruta el momento.
No puedo. No tengo su autocontrol. Lloriqueo sin vergüenza, pero él se niega a conceder mis deseos. Sus masajes en mi vagina me acaloran mientras su cabeza desciende y ataca mis pechos. Succiona mi pezón izquierdo a través de la tela del vestido de Manoush. Aun a riesgo de rasgarlo, me bajo las copas del sostén con ansia para que la sensibilidad sea mayor. Y vaya si lo es.
Su lengua traza círculos empitonándome a través del tejido oscuro. Hace lo mismo con mi pecho derecho y yo hundo mis dedos en su cabello recién cortado. Me encanta cómo le ha quedado, me gusta seguir teniendo género del que tirar con cada mordisco sobre mi areola. Me arqueo. Pido más fricción, ya siento mis mejillas arreboladas por el deseo y los gemidos que huyen de mi boca.
Morales me sube la falda del vestido y amplía su sonrisa al tiempo que baja hasta mi sexo.
—Esta vez voy a empezar la cena por el postre. Espero que no te importe.
¿Importarme? Ahora mismo no podría meterme nada a la boca que no fuera su polla.
Aprieto los dientes cuando Morales hunde su nariz entre mis labios vaginales. Inhala mi olor y su respiración se mezcla con mis jugos. Vuelvo a agarrarle del pelo. Me gustaría pegarme completamente a él, pero admito que disfruto cuando hace esto. Me hace sentir que llevo las riendas de su mente calenturienta. Si me diera por saltar al suelo y salir corriendo, sé que sería capaz de cualquier cosa por llevarse mis fluidos, mi tacto y mi olor a su boca. No pararía hasta conseguirlo, sé que le chifla tanto como a mí. Me basta con ver la perversión de su semblante al hacerlo.
Morales saca la lengua. Me saluda con un lametón. Después con otro. Y otro. La puntita juguetea arriba y abajo. Dibuja circunferencias sobre mi piel despertando la demente que llevo dentro. Un dedo me penetra y al primero le sigue un segundo. Se encarga de cautivar mi sexo con mimo, con entusiasmo y sobre todo, con acierto.
—Me encanta comértelo todo —ronronea sin dejar lo que está haciendo—. No paras de chorrear.
Es lógico. Él es el primero que verdaderamente sabe lo que hace ahí abajo conmigo. Nunca antes lo he sentido con tanta plenitud.
—Es por ti —jadeo—. Por esa lengua y esa maravillosa boca que tienes. Me vuelven loca.
Morales saca los dientes y doy un respingo de impresión y de placer.
—Mientras sea loca de gusto, no me arrepentiré.
Me muerdo los labios conteniendo un grito. Que hable o que ría mientras lame mi sexo a la vez me hace estremecer.
Alza la vista y nuestras miradas se encuentran. Sus ojos son de un verde oscuro y candente. Los míos tienen que ser un par de ranuras de deseo eléctrico. No logro cortar la conexión, verlo me gusta y me calienta demasiado. Es todo un provocador. La manera en que sus labios me chupan y su lengua se pasea sobre mi clítoris, los sonidos del encuentro entre mi humedad y su boca, sus dedos agujereándome… jadeo sin control. No puedo cerrar la boca, me pego más a Morales.
Le doy un tirón de pelo cuando siento su mordisco. Comienzo a bambolear presintiendo el clímax demasiado cerca aunque no me extraña. Juraría que Morales es capaz de llevarme al más allá de un orgasmo con tan solo mirarme.
—Estás empezando a vibrar, nena. ¿Te corres?
Asiento enérgicamente y levanto las piernas hasta reposar mis pies desnudos sobre sus hombros. Morales agiliza las idas y venidas de sus dedos añadiendo un tercero y su lengua se convierte en un molinillo. Sudo, resoplo, pierdo la compostura.
—Mmm… veo que tu precioso coño me echaba de menos.
No sabes cuánto, mi querido Morales.
Con las manos, tanteo la encimera para seguir bailando sobre su rostro y sin querer, hago resbalar su móvil, el cual se desliza por el lavabo. Una corriente eléctrica nace en mi sexo y mi mirada se clava en el fondo de pantalla recién iluminado del móvil.
Abro los ojos sofocadísima y creyendo desvariar. Ese lunar es mío. Ese hombro es mío. Ese mechón negro es mío. Esa desconocida para todos soy yo y antes de que pueda razonar nada más, siento que me corro sacudiéndome de éxtasis. No sé si del asombro, de las decenas de chupetones en mi vagina o de puro deleite, pero lo hago. Echo la cabeza hacia atrás y chillo al sentir el orgasmo transpirando por mi piel.
Morales deja de asaltarme pero se mantiene un rato pegado a mí, calmando mi sexo aún palpitante. Cuando se incorpora, se chupa un dedo y después otro. El tercero me lo ofrece a mí y yo lo paladeo bajo su mirada seductora y libidinosa.
Demasiado bloqueada por lo que acabo de descubrir, dejo que me bese sin rechistar. Mis fluidos invaden mi boca y también mi piel cuando Morales me besa la mandíbula y el cuello.
—Estás pegajoso.
Él me da un mordisco en el lóbulo y ordena:
—Ocúpate tú.
Sigo sin protestar. Su juego me gusta.
Sostengo su rostro entre mis manos y como un gatito, lamo mi propia excitación. Por la comisura de sus labios, la barbilla y las mejillas. Así hasta que lo convierto en lengüetazos y Morales se aguanta las cosquillas como puede. Al final, entre risas, lo consigo y él continúa sin parar de reír.
Su móvil suena de pronto y el corazón me da un bote en el pecho creyendo que vamos a ver lo que acabo de ver yo. Aunque no es así. Es una llamada entrante y aparece un nombre en la pantalla: «Álvaro Torres».
Morales gruñe y se aleja de mí.
—Es el pesado del marido de tu amiga.
Cierto, el marido recién estrenado de Susana.
—¿Por qué te llama tan tarde?
—Acaba de aterrizar en Madrid.
Menuda forma de dilatar una luna de miel en el tiempo. Susana no tiene de qué quejarse.
Morales descuelga y comienza a hablar con él. Tengo ganas de cogerle el iPhone y tirárselo por el váter, pero me resisto. Sigo descolocada. Sé que esa soy yo, la fotografía de fondo de pantalla de su móvil es mía. Reconozco mis propios lunares. Pienso un momento cuándo me la habrá hecho y si tendrá más. Es muy poco profesional llevar algo así en su móvil pero conociéndole, poco le importará lo que piensen los demás. Debería estar agradecida, podría haber sido mucho peor. Si eso es un lunar y es medianamente público, escondido tiene que tener de todo.
Extrañamente, no deseo echarle la bronca por ello. En el pasado lo habría hecho. Hoy me provoca diferentes sentimientos. Llega incluso a gustarme. Yo también quiero fotos suyas y las quiero hechas por mí, no descargadas de internet.
Morales prosigue su charla muy concentrado. Me encanta cuando se pone en modo profesional y no entiendo nada de lo que dice. Pero la imagen es mucho pero que mucho más tentadora si está tan empalmado como lo está ahora. Me aguanto la risa. Es tocarme y activarse. Eso me enloquece.
Desciendo y me pongo de pie. Morales me mira un segundo y yo me relamo los labios. Es un hombre apetitoso y deseable en todas sus versiones. No puedo eludirlo. Su miembro erecto me está mandando señales y no quiero rechazarlas. Estoy hecha para complacerlas. Al levantar la vista veo que sabe lo que pienso, lo que quiero. Morales hace un gesto de negación. Sonriendo, dejo caer mi melena a un lado y le dedico una caída de ojos digna de un Goya. Me arrodillo y desabrocho su cinturón.
Al principio, forcejea, pero es una mano contra otras dos y una boca que está que muerde. Literalmente. Morales retira la mano sacudiéndola de dolor y yo termino por despojarle la ropa y dejar su preciosa erección al aire.
La tomo con mi mano y él tensa la mandíbula.
—El lunes no puedo, tendrá… —lamo el glande con cuidado—. Eh… Tendrá que ser el martes.
Morales aparta sus ojos de los míos y los cierra alzando la cabeza. Se lleva un brazo a la cara. Tengo que hacer uso de toda mi concentración para no estallar en carcajadas. En vez de eso, me introduzco su polla en la boca lo máximo que puedo y juego con mi lengua.
Por supuesto, no emito sonido alguno. Todos los gemidillos de placer, me los trago, al igual que hago con las primeras gotitas de semen que encuentro. Me ayudo con mi mano moviéndola arriba y abajo por su tronco. Con la otra froto sus testículos, pero me dejo llevar por el momento y mi pellizco le sobresalta.
—¡Ah!
Por poco me ahogo. La mitad de mi garganta está obstruida por su carne.
—No, nada, nada. Sigue.
En sus labios leo un urgente: «tú también».
Y eso hago. Su mano libre se posa en mi cabeza. Acaricia mi pelo mientras lamo su polla esparciendo mi saliva por su piel enrojecida e hinchada. Cada vez lo está más.
—Sí…
Descubro los dientes.
—No…
Los vuelvo a ocultar.
—No, no.
Confundida, los arrastro una vez más.
—Vale, vale. Así está bien. Así es perfecto…
Me la meto más. Todo lo que puedo hasta rozar el mareo.
—Sí, eso he dicho.
Chupo y chupo con mi saliva goteando entre mis dedos y sobre los azulejos del suelo. Un pequeño espasmo me indica que está cerca. No me lo creo, le estoy poniendo a mil, siempre aguanta una barbaridad.
—Ya…
Me la saco babeando y levanto las cejas maravillada. Él me mira negando y sacudiendo la cabeza como un loco empujando mi cabeza devuelta a su banquete.
—¡Sigue!
Acato la orden descendiendo otra vez.
—Que sigas hablando.
Su pecho sube y baja perdiendo el control de la respiración. Retomo el ritmo habitual. Relajo la mandíbula y permito que sea él quien me asalte. Ya no uso las manos, las mantengo pegadas a sus nalgas. Hinco las uñas en su culo duro como la piedra.
—Exacto… exacto… Eso mismo es lo que quiero.
Alzo la mirada con la boca repleta de un abultado pene que me penetra sin contemplaciones. Las gotas de sudor empapan su frente, contrae el rostro y estruja mi cabello con cada entrada.
—Vale. Vale. ¡Así!
La punta de mi lengua encuentra un hueco por el que deslizarse entre tanto balanceo y Morales no puede reprimir un gemido.
—Tengo que colgar. ¡No! ¡No estoy bien!
Cuelga y lanza el móvil al lavabo.
—¡Porque voy a reventar! ¡Joder, Carla! ¡Joder!
Yo sigo a lo mío justo cuando me agarra de la cabeza con las dos manos y se pone hecho una fiera. Su lefa salta demasiado pronto. A poco me precinta la tráquea. Me despego un poco para tragarla y sustituyo mi paladar por mi mano. Fricciono con ansia para macerarlo entero. Morales resuella desbocado contemplando mi tarea.
Finalmente, consigo mi propósito y él me la saca para dejarse caer arrodillado y exhausto. Retiro el pelo sudado de su cara buscando, o más bien, temiendo un reproche silencioso. En lugar de eso, me dedica una sonrisa incrédula.
—La hostia, nena —suspira—. Yo a ti te voy a volver loca pero tú a mí me vas a matar.
Me encojo de hombros.
—Mientras sea de gusto, no me arrepentiré.
Morales suelta una carcajada y me coge de las cachas del culo.
—¿Sabes que este método es mucho más bueno que cualquiera de los que utilizas para quitarme el móvil de las manos?
—No le cojas el gusto —rumio—, no se volverá a repetir.
Vuelve a reír lanzándome una dentellada al cuello que me hace gritar.
—¡A la ducha!
Asiento contenta. Yo también estoy bañada en sudor.
Morales abre las puertas de su ducha-sauna hidromasaje. Es la primera vez que me voy a duchar aquí con él. Supongo que para él no será una novedad meterse aquí con una mujer. Los bancos de madera a cada lado incitan a todo tipo de fantasías y seguro que los habrá sabido aprovechar. Me incomoda levemente.
Abre el grifo y en segundos, el agua templada reconforta nuestros cuerpos desnudos. Morales toma su esponja y me hace dar la vuelta para pasármela por los hombros.
—¿Te quedas a dormir?
Cierro los ojos encantada con sus atenciones.
—Si tú quieres, sí.
—Siempre quiero que te quedes. Así duermo yo también.
Baja la esponja y me da un pequeño beso en un hombro. No es necesario girarme para saber que bajo sus labios había un lunar.
Antes de que siga haciendo proposiciones a las que me deba negar, anuncio lo que debería haber hecho con anterioridad.
—Mañana tengo planes.
Su recorrido se detiene, pero luego vuelve a enjabonarme con delicadeza.
—¿Qué vas a hacer?
—Pasaré el día con las chicas. Salimos a desayunar, vamos de compras, tomamos algo… Esas cosas.
—Bien.
Noto el desasosiego en su voz. Quizá no es adecuado que me dedique a hacerme las uñas justo este fin de semana. Con la muerte de Cecilia tan reciente, Morales debería ocupar su tiempo con alguien. Sé que aunque procure disimularlo, sigue hecho polvo por dentro.
—Dani, si quieres que me quede…
—No —me interrumpe—. Sal con ellas. Nunca te privaría de eso.
—Ya, ya lo sé, pero si prefieres no estar solo, a mí no me importa cancelarlo y verlas otro día.
—No. Podremos vernos cuando termines. No quiero que Vicky me lo eche en cara y me persiga con una motosierra.
Me echo a reír. ¿Sería capaz?
—¿El domingo te tendré para mí solo?
—No sé cuándo terminaremos.
La esponja se detiene de nuevo.
—¿Pero no has hablado de mañana?
—Sí, pero a veces esas cosas se alargan y nos liamos todo el fin de semana.
—Joder —masculla—. Ya me llamarás cuando te apetezca. Supongo.
Su tacto se esfuma y me quedo petrificada.
—Puedo llamarlas.
—No. Quedaré con Víctor, seguro que no tiene plan.
Eso me convence un poquito más.
—Como quieras.
—Hombre, por querer quiero otra cosa, pero estará probándose trapitos y cotorreando con sus amigas.
Eso me enfurece.
—Te he dicho que puedo aplazarlo.
—Y yo te he dicho que no lo hagas.
Me vuelvo para encararlo. La misma ira que debe irradiar mi rostro se posiciona en el suyo.
—¿Estás cabreado?
—Ayer me dijiste que nos veríamos el fin de semana.
—Nos estamos viendo ahora.
—Hoy es viernes.
—No seas tiquismiquis.
—¡Y tú no me mientas! —acusa señalándome con el dedo—. No haberme dicho que nos íbamos a ver si sabías que no iba a ser así.
No era mi intención. Soy la primera a la que le disgusta mentirle.
—Me estás haciendo sentir mal.
—Eso es tu problema —me reprende muy serio—. Queda con tus amigas siempre que quieras, pero no me prometas cosas que luego no puedes cumplir.
Se está pasando. Lo que me está pidiendo es insostenible.
—Dani, no puedo estar las veinticuatro horas del día a tu disposición.
Él muda de expresión. Los chorros de agua y el vaho no me permiten vislumbrar si eso es sorpresa o aflicción.
—Accediste a ayudarme.
—Sí y veo que tendríamos que haber hecho un calendario de horarios porque no nos estamos organizando muy bien.
—¿Y qué pretendes? —brama levantando los brazos—. ¿Verme lunes y miércoles y librar martes y jueves?
—Eres un idiota —rechino entre dientes—. Las llamaré, ¿vale? ¡Las llamaré y no iré!
—No se trata de eso, no me estás entendiendo —protesta nervioso—. ¡Y no me insultes!
—¡Es que me estás poniendo enferma!
Esto es un maldito bucle. Ya no sé si tiene celos, si cree que le miento con gusto, si le insulto con gusto o si le caigo mal.
—¿Solo me hablas así de mal a mí?
—¡No! ¡Insulto a mucha más gente!
Morales se aparta el pelo empapado de la cara y se me queda mirando de brazos en jarras.
—Tu prima tiene razón. No sé cómo te aguanto.
Los ojos se me salen de las órbitas. Eso es, Morales. Muy bien. Directo en la llaga.
—Pues fóllatela a ella a ver si te compensa más.
Le aparto de un empujón y me dirijo a abrir las puertas de cristal pero me sujeta del brazo sin delicadezas.
—¡Eh, eh, eh! ¡Estamos hablando!
—¡Estamos discutiendo! —corrijo.
Tira de mí y el impulso me hace caer en un banco. Quiero abofetearle, estoy rabiosa y echo humo.
—¿Por qué dices eso de Noelia? —pregunta agachándose para quedar a mi altura—. ¿Estás celosa de verdad?
—¡Claro que no, pedazo de imbécil!
—Que dejes… —se levanta como un resorte—. ¡Se acabó! O me pides perdón ahora mismo por insultarme o te largas de esta casa.
Yo también me levanto. Aparte de cabreada ahora estoy espantada.
—¿Me estás echando?
—¡Sí!
No me da la gana. No quiero irme de aquí.
—¿Cómo eres tan exagerado? No puedes ponerte así por eso.
—¡Puedo y lo hago, pedazo de estúpida!
Tambaleándome, doy un paso atrás. Su rugido se me ha colado tan adentro que me encoge el corazón. Él se cruza de brazos bajo la ducha.
—¿Duele? —pregunta sibilino—. Jode, ¿verdad?
No lo puedo negar, se me van a saltar las lágrimas. Nunca me ha hablado así y me rasga en trizas por dentro.
—Me tratas como un puto objeto.
—Por Dios… —susurro sin apenas voz—. ¿Qué estás diciendo?
—¡Mira esa cara! —grita señalándome—. Yo también me siento así cuando lo haces.
No, no, no. Que no se ponga en plan hipócrita. Yo tendré lo mío pero él no es ningún santo.
—Tú también tratabas a las mujeres como tal.
—¡Qué! —grita ofuscado—. ¿Desde cuándo?
—Te acostabas con putas, las utilizabas…
—¿Y eso qué tiene que ver? Las trataba y respetaba como a cualquier otra. Pagaba por sexo porque me apetecía tenerlo y era lo más fácil. ¿Qué hay de malo en eso? ¿En qué las desprecio? ¡Es su trabajo!
Morales tiene los ojos muy abiertos. Parece querer lanzármelos para acribillarme pero no me puedo callar.
—Es denigrante.
Él resopla.
—Las que yo conocí, no opinaban lo mismo. Nadie…
—¡Es patético! —replico—. Hasta para ti.
—¿Lo ves? Tú me insultas y me tratas como a un idiota. ¡Yo jamás te hablaría así! ¡Los hombres también tenemos sentimientos, no somos un pedazo de carne pegado a una polla!
Sus palabras me patean mentalmente. No puedo ni abrir la boca. Jamás he pensado algo así, pero me parece mucho más preocupante que él piense que sí.
Morales está muy tenso. Demasiado. No sé cómo aplacar esa reacción. Le he alienado de verdad. Por más que discurro no encuentro la forma de salir bien parada de esta.
El agua sigue corriendo y ambos seguimos retándonos con la mirada. Su respiración está descontrolada. Todo él lo está. Vale, me estoy impacientando de verdad. Pero la inquietud que me bulle bajo su mirada no es nada comparado a lo que siento cuando se tira sobre mí y caemos los dos al banco y mi espalda se estampa contra el cristal.
Morales busca mi boca pero yo forcejeo concentrando mis cinco sentidos en comprender algo de lo que pretende.
—¡Qué estás haciendo!
Su cara de enajenado mental me confunde todavía más.
—¡No puedo discutir contigo en un metro cuadrado estando desnuda, resbaladiza y con esas tetas delante de mi cara!
Ahora sí que no tengo palabras. Su erección, en la cual no había reparado, presiona mi bajo vientre y yo le clavo mis uñas en los hombros. Sí, sí, ¡sí! Esto es mucho mejor a una bronca monumental o peor, a que me eche a patadas de su casa.
Completamente convencida y cayendo en su juego, me lanzo a su boca y la devoro con auténtica pasión. Él acepta de buen grado pero por sus formas, me da a entender que quiere llevar la voz cantante. Me levanta la cadera y sin dejar de besarnos, me penetra con impetuosidad. Chillo pero mi aliento queda atrapado en su boca. No me suelta. Me ahoga arriba y abajo.
A cada encontronazo me golpeo contra el cristal y la madera. El agua y mi propia lubricación por lo sucedido poco antes hacen que nuestra unión sea mucho más que fácil. Pero no por eso dejo de querer seguir respirando. Morales capta el mensaje con mis incesantes jadeos y libera mis labios.
—¡Sigo cabreado! —protesta sacudiéndome.
—¡Yo también!
Le agarro del pelo y tiro con fuerza al tiempo que él exhibe su flamante cuello y ruge dolorido. Arremeto contra la rigidez de su piel todo lo que sus embestidas me permiten. Chupo y muerdo con desenfreno.
—¡Joder!
Cojo impulso para atrapar su polla entre mis piernas antes de que llegue a mí. Busco cada encuentro con desesperación, con agonía.
—¿A cuántas mujeres te has tirado aquí? —pregunto junto a su oído.
Morales me arrincona de vuelta al cristal con un movimiento. Sus ojos verdes me muestran su perplejidad.
—A una.
Con el rostro congestionado sigue taladrándome con su dulce tortura.
—Pero está en proyecto. Y como siga preguntando gilipolleces, va a conseguir cortarme el polvo.
Otro estacazo. Y otro más. Me exalta de una manera portentosa. Mis pezones se endurecen botando en cada envite y el calor se concentra en mi entrepierna. Pero quiero más, quiero toda su energía, toda su locura y toda su fogosidad.
—¡Más rápido! —apremio—. ¡Fóllame bien!
La orden hace que Morales presione sus dedos en mis muslos rubricándome su ira.
—¿Bien?
—¡Sí!
Con el siguiente embate me sienta de golpe. Comienza su bamboleo infernal. Grito extasiada.
—¿Así?
No puedo articular palabra, requiere demasiado esfuerzo mental. Mi cerebro está dormido, en off. Es mi cuerpo quien responde hechizado y agitado a un ritmo de vértigo.
—¿Así, Carla?
Joder, cállate y fóllame.
—¡Sí!
—¿Vas a volver a insultarme?
—¡No!
Y es verdad, no quiero hacerlo.
—¿Me lo juras?
—¡No!
—¿Cómo que no? —replica desnucándome.
—¡No puedo controlarlo!
Sus movimientos son muy bruscos, mis órganos bailan salsa en mi interior.
—¡Pues yo haré lo mismo!
Que haga lo que quiera. Lo veo justo, pero que no pare, esto es magnífico.
—¡Vale!
Su ceño se arruga dándole un aspecto siniestro.
—¡No! —niega fuera de sí—. ¡No me sale de los huevos!
Si pretende asustarme, no lo consigue. Me está fascinando con semejantes ataques y por eso no puedo evitar reírme.
—¿De qué te ríes ahora?
—¡De ti!
Mala idea. No le complazco en absoluto. Me atrae más a él, abre mis piernas impidiendo que lo rodee y se hunde de un modo en que la profundidad, unida a su velocidad, me atrofia del todo.
Me quedo sin aire, es excesivamente rudo. Lo que hay a nuestro alrededor es pura nebulosa. Mi vista solo enfoca un imponente cuerpazo que me acosa con bestialidad y yo respondo inmovilizada. Morales me funde doblemente: con su mirada y con sus movimientos.
Este arrebato suyo me provoca miles de minidescargas galvánicas. Me folla con posesión y con locura y sé que no piensa parar hasta exprimirnos a los dos. Me está triturando. El quemazón es insoportable. Es una represalia y no puedo más, esto es correrse a golpes.
—¡Lo siento, Dani, lo siento! —voceo trastornada—. ¡Lo siento…!
Y con mi grito suspendido en el aire, me machaca una vez más y hace picadillo conmigo. Siento que todo mi cuerpo se inflama cuando se corre dentro de mí y yo lo hago absorbiéndole y empapándome de él. Alcanzo el clímax como si fuera la llama olímpica con cada folículo de mi piel. Caigo por el precipicio del éxtasis y patino por la colina de la inconsciencia. Morales también. Se desploma sobre mi cuerpo mientras termino de descomponerme del todo.
Su pecho aplasta el mío con latidos encabritados y su polla se sacude entre mis músculos. Como puedo, desengrano mis articulaciones y acaricio el cabello mojado de su nuca. Su cabeza se estremece sobre mi hombro. Le rodeo con mis piernas temblorosas y cubro su coronilla de pequeños besos. El agua continúa mojándonos y chisporroteando sobre nosotros.
Pasa un buen rato hasta que nuestros latidos se calman y dejo de tener calambres en las piernas. No paro de darle vueltas al asunto. ¿Pueden salir moratones en la vagina por cosas como esta?
Morales habla. Lo sé por cómo se rozan sus labios sobre mi cuello. No obstante, no le oigo. Puede que por la ducha o porque siga con la cabeza embotada de placer explosivo. Pido suavemente que me lo repita.
—Se me ha pasado un poco.
Sonrío agradecida.
—A mí también.
Morales se levanta con cuidado y los ojos puestos en los míos. Ya no veo desafío alguno en ellos, solo sincero afecto. Mi cerebro se alarma y el rubor corretea por mis mejillas. Sin pensarlo, le regalo un beso en los labios y observo que suspira medio sonriente al apartarme. Cierra el grifo del agua y nos levanta a los dos. La estampa es hilarante. Parecemos dos patos mareaos.
—Me siento un poco dolorida —lloriqueo al salir de la ducha.
—Es que eres muy burra.
—¿Yo?
—Más rápido, más rápido —se burla imitándome.
Me envuelvo en una toalla y le dedico mi mirada más amenazadora.
—Sal de aquí.
Él me ignora y me da un azote en el culo.
—Sal tú. Es mi baño.
Refunfuño. Aquí no tengo poder.
Me quito la humedad del cabello con otra toalla y él se apoya desnudo sobre el quicio de la puerta de la ducha. Si tuviera fuerzas, me lo comería entero otra vez.
—¿Puedo mirar?
Asiento. No me molesta que lo haga. Al revés, me encanta que le encante mirar. Ya sea mi pelo o cualquier otra parte de mí. Adoro que me mire y eso me inquieta mucho más de lo que deseo.
—¿Tu madre también tenía el pelo tan largo?
Yo no puedo saberlo pues en la foto de su cuarto la mujer joven lleva un pañuelo de flores rojas en la cabeza. Ahora ya sé por qué.
—No, era rubio y rizado, y no tan largo. Se lo teñía a menudo. Si la hubieras conocido, se habría vuelto loca por peinarte.
Río convencida de sus palabras.
—Mi peluquero lo disfruta mucho.
Él también ríe.
—¿Preparo algo de cenar?
—Por mí, no. Gracias.
—Algo ligero.
Niego con la cabeza. Me he atiborrado de gambas esta mañana y todavía siguen digiriéndose por alguna parte.
—¿Leche con galletas?
—No, de verdad.
—¿Un Cola-Cao? ¿Con grumos?
Resoplo agotando mis cartuchos de paciencia. Hemos llegado a lo que se podría considerar buen puerto, que no lo estropee en el último momento.
—Mañana desayunarás —afirma con contundencia.
—He quedado para desayunar fuera.
—También desayunarás aquí.
Despejo la vista de cabello húmedo pero es demasiado tarde. Cierra la puerta tras de sí.
En cuanto consigo secar mi pelo con plenitud, saco la camiseta de La Fuga del vestidor y me la pongo en ausencia de ropa interior limpia. Camino hasta la habitación y encuentro a Morales tumbado bocarriba, sobre la cama y con la mirada perdida en el vacío. Se cubre con las sábanas hasta la cintura y reposa la cabeza sobre su brazo derecho. El otro lado de la cama continúa abierto. Es una invitación.
Me deslizo entre las sábanas y, ni corta ni perezosa, me adhiero a él como una lapa. Abrazo su pecho en busca de calor. Morales libera el brazo que queda bajo mi cuerpo y me atrae hacia él haciéndome cosquillas por la cintura.
Ninguno decimos nada. Supongo que está de más. Cierro los ojos y dejo que el sueño me vaya envolviendo con tranquilidad.
—¿Qué voy a hacer ahora todos los viernes, Carla?
Parpadeo retornando a la realidad.
No tengo ni la menor idea, pero debe ser algo que le distraiga, de lo que disfrute y que indiscutiblemente, me permita acompañarle.
—Podemos ir al cine —pienso en voz alta—. O ver alguna película aquí. ¿Tienes sala de cine?
Su cuerpo se revuelve junto al mío y poso mi mentón en su pecho para mirarle. Asiente a medio camino de una sonrisa perfecta.
—Viernes cinéfilos… —murmura—. Me gusta.
Bien, es todo un comienzo. Vuelvo a coger postura.
—Pero la película la elijo yo.
Hasta ahí podríamos llegar.
—No. Un viernes eliges tú y otro viernes elijo yo.
—Mmm… Es justo. Pero no vale quedarse dormida.
—Me dormiré si quiero.
—Te compraré un cacharro con ganchos como el de «La naranja mecánica» para mantenerte los ojos abiertos.
—Y yo te haré ver una maratón de todas las pelis de Robert Pattinson.
—No te compraré nada.
—Eso está mejor.
Procuro dejarme llevar por Morfeo de nuevo, pero me temo que Morales se encuentra demasiado emocionado como para dormir.
—¿Por cuál empezamos?
Suspiro.
—¿Qué te apetece?
Se lo piensa un rato y decide:
—Algo de Michael Bay.
Madre mía, ¿para qué abro la boca?
—¿Te gusta el cine clásico? —pregunto con esperanzas.
—¿Como por ejemplo?
—Jean Cocteau, Orson Welles, Fritz Lang…
—¿Fritz Lang?
—¿Le conoces?
—¿Has visto «Metrópolis», Carla?
Eso me ofende.
—Por supuesto.
Sus dedos toman mi barbilla para que pueda mirarle a la cara.
—¿Sabías que C-3PO de «La Guerra de las Galaxias» está inspirado en María, el robot de «Metrópolis»?
Arrugo la cara.
—¿Eso es verdad?
Él asiente mostrándome su entusiasmo.
—No lo sabía.
—Pues empezaremos con «La Guerra de las Galaxias».
—No —subrayo volviéndome a tumbar—. Empezaremos con «Metrópolis» y ya otro día, allá por 2050, veremos «La Guerra de las Galaxias».
La risa de Morales truena por su habitación y yo me controlo para no contagiarme y caer en su red.
—Un viernes tú, otro viernes yo. No vale echarse atrás, pequeño poni. La idea ha sido tuya.
Cierto, cierto. Aceptaré lo que venga. No puede ser tan horripilante. Aunque casi al instante recuerdo que ya van a sacar la séptima película de «Star Wars» y me arrepiento enseguida de mi ocurrencia. Se va a enterar. Y como me vuelva a llamar así, me pienso traer la filmografía entera de Ashton Kutcher.
Es mentira. Ni siquiera yo soy tan mala.