3
Ha sido un día de mucho trabajo. Estamos a punto de cerrar el año y se nos acumulan las visitas, los planes y las hojas Excel de columnas con números interminables. Sandra está de un humor de perros. Nos falta un pequeño empujón para llegar a la cuota y está tan nerviosa y tan tensa que salta a la mínima. Yo procuro tomármelo con calma, no quiero que el trabajo me ahogue, aunque tampoco tengo gran cosa con la que entretenerme y admito que cuando llego a casa, sigo trabajando. Este fin de semana volveré a inmiscuirme en mi portátil mientras que el resto de días los dedico a hacer visitas sin parar.
Hoy me daré un respiro para acudir a la inauguración de Patrick. He pasado por casa para arreglarme y embutirme en un vestido verde oscuro, de escote cruzado, de Antonio Miró. Tiene manga corta y falda recta por encima de las rodillas. Estaba escondido entre las decenas de vestidos de mi armario y me ha encantado recuperarlo.
Al salir del taxi en la calle Velarde, me topo con Carmen. Está esperándonos junto a la entrada del espacio. Hay un corrillo de gente fuera fumando y a través de los cristales también se ven otros grupos dando vueltas. O Patrick se está haciendo famoso de verdad, o sabe publicitarse muy bien.
—Qué puntual —señalo una vez que intercambiamos un par de besos.
—Sí, me acabo de bajar del coche. Me ha traído Raúl.
Claro, eso nunca cambia. Ni siquiera el hecho de haberle puesto una señora cornamenta con mi primo lo hace.
Cuando le dije a Carmen que no se lo dijera, se lo tomó demasiado al pie de la letra. No solo no se lo dijo, sino que no lo dejó como esperábamos todas. Tiene que ser por miedo, no se me ocurre otra razón. Sé por sus escasos comentarios que la relación se ha enfriado por su parte, pero no hace ni el más mínimo intento de sugerir darse un tiempo o una ruptura definitiva. Yo ya no abro la boca con el tema. Me agota.
—¿Cómo estás?
Sorprendida por la pregunta, contesto:
—Bien, ¿por qué?
Carmen pone mala cara.
—Ni con el mejor corrector te quitas esas ojeras de encima.
Es verdad que me he echado corrector. Capas y capas de maquillaje para intentar disimular mi penoso aspecto, pero veo que no da los resultados esperados.
—Tengo mucho lío en la ofi.
—¿Sigues sin saber nada de él?
Directa el grano, no se corta un pelo.
Niego con la cabeza.
—Quizá deberías coger unos días de vacaciones para despejarte y distraerte de verdad —sugiere.
—No es el mejor momento, ya te he dicho que tengo mucho lío —admito—. Además, no exageres, no es para tanto.
—Ya…
—Es verdad —protesto indignada—. Lo único que me preocupa ahora mismo es no volver a tener un sexo tan bueno como el que tenía con él.
Varias cabezas del grupo de al lado se vuelven en nuestra dirección. Lo he debido de decir demasiado alto. Carmen me agarra del brazo y nos retira a una esquina.
—¿Tan sensacional era? —pregunta ceñuda.
Con la expresión de mi cara basta para que sepa que digo la verdad.
—Era… ¡bah! —qué más le da—. Es una tontería.
—No, cuéntamelo.
Su curiosidad me anima a abrirme.
—Era como si venerara mi cuerpo. Como si adorara cada centímetro de mí. Me hacía sentir muy… muy…
—Querida.
—Deseada —corrijo.
Fue su trato en cada polvo el que me tenía hechizada sin remedio. Al esfumarse de un día para otro, siento como si volviera a ser la de siempre sin ningún tipo de cualidad especial.
—Si de verdad era así, no entiendo por qué te ha dejado.
Un grito cercano me libra de darle más vueltas al asunto.
—¡Guapísimas!
Vicky, seguida de Eva, se aproxima a zancadas para fundirnos en un abrazo efusivo. Con la cabeza atrapada sobre su hombro, logro ver un gesto resignado de Eva que me hace sonreír. A todas nos parece cómico el humor que gasta Vicky últimamente comparado con la sequía que arrastraba desde hacía meses. El sexo o el amor, ya sea lo uno o lo otro, nos lleva a comportamientos imprevisibles sin quererlo.
Me alejo un poco de los grititos de Vicky para saludar a Eva y entrar en la galería cogidas del brazo.
—¿Cómo va todo? ¿Alguna nueva entrevista?
Ella niega con la cabeza.
—Todo lo que me ofrecen es basura.
—¿Lo dices por el sueldo?
—No, por el tipo de trabajo —contesta resoplando mientras nos hacemos hueco entre la gente—. Parece que lo hacen para humillarme todavía más.
Desde que Eva se hizo aún más famosa por su idilio con el marqués, ha recibido varias ofertas de trabajo, a cada cual más variopinta. Desde Call TV a la teletienda, pasando por ser imagen de productos absurdos y conducir un consultorio de sexo. Eso sin considerar el par de reality para los que la han llamado para participar, algo que ella ni nombra porque no lo considera un trabajo.
Manu le da ánimos a su manera y me consta que ha hecho circular su currículum entre sus amistades, aunque no es muy necesario. Todo el mundo conoce ya a Eva, pero no por lo que ella quisiera.
Observamos varios cuadros de mujeres sensuales en actitud natural y desenfadada. Patrick hace muy bien su trabajo. Son obras muy hermosas, cargadas de erotismo y belleza realista. Las pinta tal y como son, no adhiere o quita nada. Eso siempre me ha llamado la atención. Nunca ha querido buscar la perfección en sus cuadros, algo que me repetía en el pasado constantemente al notar mi turbación por estar desnuda ante él.
Echo un vistazo a nuestro alrededor, pero con tanta gente me es imposible localizarlo.
—Estoy ampliando horizontes —dice Eva retomando la conversación.
—¿Horizontes?
—Sí, he empezado a mandar mi currículum fuera de España. Reino Unido y Alemania principalmente, pero no descarto Estados Unidos.
Nos paramos y la miro de hito en hito.
—¿Te irías?
—¿Por qué no? Viendo el panorama que me espera aquí…
—No te puedes ir.
Eva intenta ocultar una sonrisa.
—Carla, si no me queda más remedio, lo haré.
—¿Y no te va a dar pena dejar todo lo que tienes aquí? Nosotras, tu familia, Manu…
Ahora la que me observa sorprendida es ella.
—Manu tiene que entenderlo. De todos vosotros, si no lo hiciera, sería quien más me decepcionaría.
Me da que ese no va a ser el mejor camino para los dos.
—No creo que él esté dispuesto a dejar que te vayas sin más después de lo que le ha costado atarte en corto.
—Ah, no, amiga —replica abriendo mucho los ojos—. No me tiene atada en corto. Cada uno hace con su vida lo que quiere.
Estoy anonadada.
—No me digas que os habéis propuesto ser una especie de pareja liberal.
Asiente levantando el mentón.
—¡Pero si eso no es ni ser pareja ni ser nada! —antes de dejar que conteste continúo hablando—. Además, no tiene pinta de ser el estilo de relación que quiere Manu.
—Pues cuando yo lo propuse, no se quejó.
—Claro que no, está completamente ciego contigo.
—Cariño…
—No le hagas daño, Eva —interrumpo muy seria—. Te lo advertí, esto no…
—Cállate de una vez —lo hago completamente desconcertada—. Deja de meterte. No sabes nada de lo que hablamos entre nosotros. Es lo mejor para los dos.
—¿Cómo puedes decir eso?
—Es justo lo que necesito, no estoy en un buen momento, ¿no lo ves? —sí, ya lo sé. Agacho la cabeza sin saber ni qué decir—. A él también le vendrá bien, tiene que desengancharse un poco. Tú no lo entiendes.
—¡Carla!
Me giro para encontrarme con Vicky dando saltos para llegar hasta nosotras.
—Carla, ¡corre! Ven conmigo ahora mismo —ordena arrastrándome por la sala del brazo.
—¿Qué pasa?
No contesta. Se limita a hacer hueco entre la gente para bajar las escaleras a un piso inferior y meternos en otra sala. Estoy intrigada, no entiendo lo que ocurre pero mi confusión da paso al asombro en cuanto nos detenemos frente a un nuevo cuadro.
En mitad de la estancia hay una pintura de considerable tamaño con una mujer, obviamente desnuda, de pie, dando la espalda, tocando el violín y con el larguísimo cabello negro alborotado al viento. Cualquier persona que forme parte de mi círculo se daría cuenta al instante de que esa mujer soy yo.
Acalorada, me abanico disimuladamente con la mano rezando para que nadie note el modo en que me late el corazón. Una cosa es ser retratada en la intimidad y otra muy distinta que un montón de desconocidos examinen tu cuerpo como Dios te trajo al mundo, albergando todas las opiniones posibles. Me tranquilizo convenciéndome de que los que me rodean valoran el trabajo del artista y no a la modelo, así como que no me habrán reconocido porque lo que llevo hoy es un moño y no una larga trenza hasta el culo.
Me fijo en otros cuadros de la sala y observo que no soy la única que oculta el rostro. Habrá más gente que preferirá mantenerse en el anonimato. No es de extrañar, la sensación que tengo es de estar demasiado expuesta y vulnerable.
—¿Te gusta, chérie?
Giro la cabeza. Patrick también observa el cuadro con las manos a la espalda. Se ha vestido con una camiseta con dibujos verdes, una chaqueta de traje y unos vaqueros oscuros. Está muy guapo con esa mezcla de arreglado pero informal. Sonrío volviendo al cuadro.
—Todavía recuerdo cómo se me ponía la piel de gallina con aquel ventilador.
—Yo también. No podía hacerlo de otra forma pero llegué a pensar que cogerías un resfriado, y eso que era primavera.
—¿Es este el cuadro que quieres usar para hacer el díptico?
—No, no. Quiero aquel en el que te sentabas sobre la cama de perfil. ¿Sabes de cuál te hablo?
Fueron muchas pinturas, intento hacer memoria.
—Sí, aquel en el que también tenías el violín pero se veía el contorno del pecho. Estabas de rodillas en tu cama y tocabas una melodía que me obligó a parar la obra no sé cuántas veces. Tardé lo indecible en terminarlo —pone mala cara al ver la mía—. No me digas que no te acuerdas, ¿tan mal amante soy?
—Oye, chato, que estamos aquí mismo —oigo decir a Vicky.
Patrick se aparta para abrir los brazos emocionado.
—Mes femmes! No os había reconocido, ¡estáis espectaculares!
Vicky y Eva se dejan abrazar por el belga entre risas y arrumacos cariñosos.
—Patrick, ella es Carmen, una buena amiga —la presento viendo que se mantiene en un segundo plano.
Ambos se dan un par de besos.
—Que sepas que tus cuadros me tienen embobada, son preciosos —confiesa ella.
Patrick se dirige a decir algo pero Eva se lo impide.
—Has echado bíceps, ¿eh? —bromea palpándole un brazo—. ¿Tanta competencia tienes en el mundo del artisteo?
—Tengo que cuidarme si pretendo estar a la altura de las bellezas que pinto —sonríe burlón.
—¿Es verdad eso de que quieres volver a pintar a Carla? —pregunta Vicky.
—En efecto, aunque no la veo muy convencida.
—¡Píntame a mí! —se adelanta Eva—. Yo también quiero uno de esos, la has dejado preciosa, Patrick.
—La he dejado tal y como es —responde guiñándome un ojo al que yo contesto meneando la cabeza.
—Lo digo en serio, ¿podrías hacerme uno? —pero se alarma de pronto—. ¿O no doy la talla?
Patrick se ríe a carcajadas.
—¡Claro que sí, querida Eva! Pero en este viaje no voy a tener tiempo. Cuando vuelva, prometo llamarte. Dame tu número, no sé si lo tengo.
Menudo picaflor está hecho. No pierde el tiempo.
Carmen se acerca a mí retirándonos un poco del grupo.
—Aprovecha, esto es lo que te hace falta.
—¿El qué?
—Otro.
Desconcertada por su sinceridad, observo a Patrick de reojo. Sí, es indudable que me sigue resultando sexy pero lo que sentía hace años por él ha quedado en el olvido. No tiene sentido retomarlo para enamorarme con el paso del tiempo. Ni siquiera estoy segura de que lo consiguiera.
—Patrick solo va a estar aquí hasta el domingo.
—¿Y? Que te quiten lo bailao —sonríe encogiéndose de hombros.
Es posible. Podría intentarlo pero no sé si me pone como antes. Es más, ¿alguna vez me ha puesto tanto como Morales? ¿Me ha vuelto tan tonta como lo consiguió él? Desde luego, este es un partido más sano que él. Pero no, no puedo hacerme estas preguntas, estoy cayendo en la trampa que siempre he temido y en la que nunca he querido caer. Me niego a pensar que ningún hombre volverá a hacerme vibrar como lo hizo Morales. Carmen está en lo cierto, no puede ser para tanto.
En ese momento, llega una chica joven y coloca un pequeño cartel bajo mi cuerpo desnudo. Mi corazón bombea con fuerza cuando leo «vendido».
Rápidamente, camino hasta Patrick para sujetarle del hombro y que mire lo mismo que yo.
—¿Quién ha sido?
Mi ex ensancha su sonrisa ilusionado sin apartar sus ojos del cartel.
—Qué pasada, Carla —se asombra Vicky mirando por todas partes—. Es el primero de toda la sala que se vende.
—Patrick, ¿quién ha sido?
Pestañea volviendo a la tierra.
—No lo sé, ¿cómo lo voy a saber si estoy aquí contigo?
—Pregúntalo, vamos, pregúntaselo a la chica.
Frunce el ceño en mi dirección.
—No tengo por qué decírtelo, ya lo sabes.
Por supuesto que lo sé, pero dada la relación que nos une creo que puedo extralimitarme y tener el derecho a saberlo.
Pongo mi mejor cara de perrillo triste y finjo un puchero que causa el efecto deseado. Patrick suspira suavizando el gesto.
—Ahora vuelvo.
Se esfuma entre la gente, pero yo no consigo quitarme los nervios de encima.
—¿Y bien? ¿Qué se siente? —pregunta Eva guasona—. Alguien se la va a cascar mirándote colgada sobre la pared de un salón.
—Eva, por favor —mascullo rojísima.
—¿Qué? ¡Es verdad! Es como un calendario de Playboy en la cabina de un camionero, pero en fino.
Varias horas después, tras ducharme y secarme en el baño, me ato un batín de seda antes de entrar en mi habitación. Patrick está esperándome para comenzar a retratarme de nuevo. Confieso que he intentado eludirlo aduciendo el cansancio que debe tener tras la exitosa inauguración pero no ha servido de nada. Prácticamente me ha metido a la ducha a empujones para que me diera prisa. No voy a librarme de esta.
Al entrar en mi cuarto, veo que el artista se encuentra contando lapiceros y carboncillos sentado en una silla frente a un lienzo. Lo tiene colocado en un caballete de madera desplegado que antes era un maletín portátil. Con esto es con lo que trabajará por Europa. Al verme, levanta la vista y me hace un gesto para que me acomode sobre la cama. El violín y el arco ya se encuentran sobre las sábanas. Hemos escogido las mismas de seda rojo sangre que usábamos antiguamente para sus obras.
Todo lo confiada que puedo, me desanudo el batín y lo dejo caer al suelo. Sin poder evitarlo, le doy la espalda para arrodillarme sobre el colchón temblando ligeramente. Me hago con mi instrumento para tranquilizarme, es algo que siempre ayuda, aunque ahora no vaya a tocar nada. Tenerlo entre las manos me calma y, repentinamente, recuerdo que también lo hacía hace años en esta misma postura.
Las manos de Patrick me sobresaltan.
—Tranquila, chérie. Voy a colocarte.
Asiento mientras sus dedos se posan en mi cadera y me gira sobre las sábanas. Me voltea los hombros y retira parte del pelo de la cara. Lo deja caer por la espalda y aparta un poco a la altura del culo. Su tacto es delicado y atento, pero decidido. Igual que siempre.
—Levanta un poco más los brazos. Así. En la composición anterior estabas cabizbaja, ahora quiero lo contrario, d’accord?
Vuelvo a asentir, pero esto va a ser más difícil de lo que pensaba. Antes estaba acostumbrada a posar, pero al principio me costó lo mío. Horas con la misma postura, con pocos descansos y con los músculos entumecidos y dormidos. Esto me va a pasar factura como si saliera de una clase de spinning. Patrick tenía poca paciencia, no creo que se haya vuelto mucho más comprensivo con los años.
—Más, mira a esa esquina. Eso es.
Coloca mi mano a la altura deseada del arco con delicadeza y finalmente me suelta. Trago concentrando mis cinco sentidos en mantenerme como me ha dejado lo mejor posible. Un minuto después, siento el desnivel del colchón y lo escucho sentarse en la silla.
—Recuerda la cara. No quiero que se vea.
—Silencio, chérie. No hables —ordena en voz baja, pero añade apaciguándome—. Lo sé.
Comienza a trabajar.