37
Me estiro sobre la cama. Está fría. Palpo el otro lado y compruebo melancólica que está vacío. Entra mucha luz en la habitación, será eso lo que me ha desvelado.
Bostezo tomando asiento y pego un gritito al ver a Morales apoyado en la jamba de la puerta. Sonríe, en sus manos lleva una taza humeante. Es café. Mi estómago habla por mí y hago como que no he oído nada.
—¿Qué hora es?
Morales me señala el despertador con la cabeza. ¿Las 9:34? ¡Es tardísimo! Me pongo de pie sobre el colchón y hecha un manojo de nervios, lo pisoteo hasta saltar al suelo. Corro hacia el cuarto de baño.
—¿Cómo no me has despertado antes?
Cierro la puerta para orinar tranquila y escucho su voz al otro lado.
—No he podido. Estabas tan mona roncando y babeando sobre mi almohada que me daba cosa.
Bajo la tapa del váter con estrépito y tiro de la cadena. En cuanto me lavo la cara y las manos, salgo como un vendaval hacia el vestidor y me pongo mi vestido. Morales no dice nada, solo me observa divertido y eso me agobia todavía más.
—¡No me da tiempo ni a pasar por casa para cambiarme!
—¿Y qué importa? —dice entregándome los zapatos—. Ya estás preciosa así, no necesitas cambiarte.
Cojeando, introduzco un pie en las medias cuando me percato de que no tengo bragas limpias. O más bien, secas. Pienso, pienso y pienso y doy con la solución perfecta.
—Dame mis bragas negras —ordeno extendiendo una mano.
Morales recula conmocionado.
—¿Te gusta hacerme daño a propósito?
—¿Vas a llorar por devolverme mis bragas?
—Son mías.
—¡Y una mierda! —pataleo—. Dámelas.
—¿Cuántos calzoncillos míos tienes ya?
Hago un gesto desesperada. Me exaspera. Voy hacia el cajón de su ropa interior y saco unos grises.
—¡Pues otro más!
Para mi desconcierto, él no se molesta. Cabecea sonriente y se lleva la taza a los labios mientras desaparece por el pasillo.
A este paso, las chicas me van a matar. No puedo ir con estas pintas, Morales no tiene material suficiente para que pueda adecentarme. Tengo el pelo hecho un asco, debo planchármelo y también maquillarme un mínimo. Sé que hoy seré inmortalizada tropecientas veces en Twitter, me gustaría salir a la altura del resto.
Cojo mi bolso y una vez en el baño, me peino y me arreglo el desastre que tengo por cara. Rebusco en mi pequeño neceser de maquillaje y cuando alzo la vista, Morales me planta una tostada con mantequilla y mermelada que huele a gloria.
—Come.
La mañana no empieza bien.
—Luego no tendré hambre.
Sorprendida, me veo acorralada entre su cuerpo y la esquina de la encimera y la pared. La tostada se aproxima a mi cara peligrosamente.
—Abre la boca.
Sacudo la cabeza.
Ante mi negativa, Morales no se lo piensa dos veces y extiende el otro brazo sobre el lavabo. Abre el puño y mi pequeño violín cuelga y se balancea sobre el desagüe. Hago aspavientos cercanos a la histeria.
—¡No! ¡Ni se te ocurra!
—Abre la boca.
Se ha vuelto loco del todo y encima le gusta verme sufrir. Atosigada por su determinación no me queda otra que acatar su orden. Abro haciendo un mohín asqueado e introduce la tostada en mi boca hasta que muerdo.
Satisfecho, rescata mi colgante y desabrocha el cierre mientras degusto la maldita tostada.
—¿Está buena? —yo gruño—. Es la mermelada que te gusta, la de arándanos. Vi que es la que tienes en casa y le pedí a mi asistenta que comprara la misma.
Mastico con pesadez. Qué observador es.
—¿Está rica?
—Prefiero que me metas otra cosa.
Morales suelta una risotada y me pide que me dé la vuelta. Al hacerlo, me abrocha el colgante. Termino mi tentempié y cuando al verme en el espejo me doy un aprobado raspado, salgo del baño seguida de él.
Llaman a la puerta y los dos bajamos mientras me abrocho el abrigo. Antes de doblar la esquina, Morales me da un toquecito en el hombro.
—Espera aquí.
Al principio me choca su reacción, pero luego recuerdo que se supone que yo nunca he estado aquí, nunca he mantenido relaciones extralaborales con Morales y que esta joya que llevo al cuello es algo que me he comprado yo misma porque sí. Bufo con la espalda pegada a la pared.
Segundos más tarde, escucho una voz familiar.
—Ya iba siendo hora, colega. ¿Dónde te metes? ¿Te apetece dar unos toques?
Sin dar tiempo a contestación alguna, ando escandalosamente ruidosa con mis tacones hasta que salgo al pasillo y descubro mi presencia. João Fernandes va vestido con ropa de deporte y juguetea con un balón de fútbol entre las manos. Al verme, su sonrisa se transforma en una mueca muy poco amistosa.
Morales nos mira a los dos. Diría que parece inquieto, no quiero decir indeciso porque quiero creer que sabe lo que tiene que hacer. Pero yo no soy su madre, solo estoy aquí para ayudarle. Si me obedece, saldrá de esta, si no, no iremos a ninguna parte. Creo que ya se lo he dejado bien claro.
—¿Vienes o no? —insiste João.
Morales se rasca la cabeza.
—João, pasa, tenemos que hablar.
Espléndido. Creía que la mañana no podía empeorar más pero estaba equivocada. Echo a andar, casi a correr, y cuando llego a su altura, Morales intenta retenerme pero yo me zafo.
—Carla, espera…
—Llego tarde.
Paso de largo y salgo corriendo en busca de un Jaguar negro. Si esto es lo que va a hacer Morales el resto del día, puede que ya no necesite que regrese ni mañana ni nunca.
Me he hecho una trenza en el coche. No creo haber mejorado gran cosa pero al menos lo he intentado. Tras dar las gracias al chófer, me bajo frente a las puertas de Mamá Framboise. Mis tres amigas ya me están esperando sentadas a la mesa. Al verme, no ocultan su alivio, estarán tan hambrientas como yo.
Me siento junto a Vicky y detecto cierta mejoría en su relación con Carmen. No hay hostilidad ni miradas reprobatorias. Tan solo silencio y monosílabos. Es todo un avance. En unos días hasta mantendrán una conversación de principio a fin. Sonrío a Carmen diciéndole sin palabras que está haciendo lo correcto.
Un rato después y con el estómago lleno, Eva regresa del baño y al sentarse, nos mira frunciendo el ceño.
—¿Os podéis creer que se me ha olvidado ponerme bragas?
Casi se me sale el café por la nariz.
—¿Y te das cuenta ahora?
—Sorprendentemente, sí.
—No ha llegado mucho antes que tú —me indica Carmen—. También se le han pegado las sábanas.
—¿Con Manu?
—No, con mi hermano —replica Eva—. ¡Pues claro!
Sonrío al imaginarme cómo se lo habrá encontrado después de cómo le dejé a última hora.
—Ayer se pilló una buena en la comida de Navidad.
—Eso me dijo. Por la noche estaba cieguísimo. Por eso hemos tenido que aprovechar la mañana —contesta guiñándonos un ojo.
No entiendo. Manu quedó con su ex.
—¿Estuviste anoche con él?
Eva asiente.
Me pregunto si mi amiga ya ha introducido los tríos en su relación.
—¿Y tú con Morales? —pregunta Vicky.
No me hago la interesante.
—Sí.
—Se nota —interviene Eva—. Tienes un careto de gafas de celebrity.
Está visto que por muchos retoques que me dé, necesito una buena base de maquillaje. O un polvo de buenos días como el que ha echado ella. Sí, definitivamente prefiero lo segundo.
Carmen se quita sus maxigafas negras de la cabeza y me las ofrece con guasa.
—¿Quieres las mías?
—No. En cuanto pasemos por MAC estaré lista para lo que haga falta.
Vicky se levanta.
—Magnífico, pero antes nos toca sesión de peeling y ya vamos justas. ¡Arriba!
Antes de que se nos pase la hora, salimos del local y vamos derechas al salón de belleza. No es muy grande, es más bien íntimo y familiar y nosotras lo conocemos por la propia Vicky. Una antigua compañera suya de la oficina montó el negocio con su hermana y les está yendo bastante bien. Hemos ido ya en un par de ocasiones y siempre hemos salido muy contentas con el resultado. El trato es personal y el ambiente muy relajado.
Al llegar, se llevan a Vicky para su peeling y a Eva para un masaje a cuatro manos. No es lista ni nada. Carmen y yo vamos hasta el fondo del local donde nos harán la manicura y la pedicura. Yo ya llevo las uñas hechas un desastre y necesitan atención. Me muestran la paleta de colores y escojo un tono burdeos tanto para las manos como para los pies. Carmen elige un azul eléctrico y se sienta a mi lado.
Opino que debería haber escogido un masaje o algo más relajante. No he dicho nada antes, pero ella no se ve precisamente bien descansada. Tiene ojeras que le cuesta ocultar y la vista cansada. Me maravilla que lo suyo con Raúl haya terminado, pero no a cualquier precio.
Instintivamente, recuerdo nuestra última conversación sobre el tema y mi mente vuela hacia donde sea que esté Morales. ¿Habré sido demasiado dura con él al largarme de su casa sin dejar que se explicara? Puede ser. Pero él tampoco lo ha hecho bien. ¿A qué viene eso de invitar a João a su casa?
Me llevo los dedos a las sienes. Últimamente no puedo pensar en otra cosa que no sea algo de lo relacionado con él. Y ya no sé si lo hago como supervisora, cuidadora, amiga, o lo que mierda sea esto. Que por cierto, ¿qué es? ¿Qué cree él que es?
—Carmen.
—¿Sí?
—¿Tú me ves como un témpano?
—¡Un témpano! —exclama por lo bajo—. Pero si tú eres todo un amor.
Genial.
—¿Por qué?
Echo una mirada rápida a mi amiga. Veo la confusión en su gesto. Libero mis temores mientras nos aplican el esmalte en las manos.
—El otro día cuando hiciste el comentario sobre Raúl dijiste que se comportaba como un témpano. Pensé en Dani y me vi reflejada en tu ex.
—¿En Raúl? ¿Tú? ¡Cómo se nota que no le conocías bien!
Ni tenía ganas de conocerle antes, ni mucho menos las tengo ahora. Pero sigo pensando lo mismo.
—A veces me porto fatal con Dani.
—¿Por qué dices eso?
—Soy demasiado brusca y seca, y malhablada con él.
—¿Tú? —repite—. ¿Y por qué lo haces?
—No lo sé. Se ha convertido en alguien que me importa. Nunca le haría daño pero sin saber por qué, se lo hago continuamente.
Vuelvo a girar la cabeza y sin decir nada, Carmen y yo nos comunicamos con la mirada. Mi amiga sonríe.
—Carla, ¿te gustaría tener algo más serio con Morales?
Resoplo. Menudo disparate.
—Aunque así fuera, tampoco podríamos. Recuerda que él es mi cliente y yo su proveedor. En McNeill no aprueban esa relación con los clientes.
A veces me gustaría saber por qué. Si pudiéramos tirárnoslos como si tal cosa, igual facturábamos más y a mí no me atosigarían tanto a cinco días de cerrar el año.
—Podríais llevarlo en secreto.
—Eso es imposible. Y también una estupidez.
Carmen sacude los hombros comprobando cómo le queda el color.
—Cuando salí de la editorial anterior, me hicieron una fiesta de despedida. Una de las comerciales, con la que me llevaba muy bien, me confesó que llevaba un año saliendo con un chico de administrativo. Nadie se había enterado y les iba muy bien. Entraban por separado a la oficina y al salir hacían lo mismo.
—¿Y si alguien les veía por la calle?
—¿Y si alguno encontrase trabajo en otro sitio? La vida da muchas vueltas, no vale resignarse por miedo antes de hacer nada. Deja de pensar en los «y si». No llegarás a ninguna conclusión. Lánzate. Yo lo voy a hacer.
—¿Perdona?
Los dientes de Carmen merodean por su labio inferior.
—Me voy a marchar, Carla.
—¿Marchar? ¿Adónde?
—Lejos. Quiero irme de viaje y despejar la mente en otro sitio, aquí no puedo hacerlo.
Parpadeo. Boqueo. ¿Esto es lo que ha conseguido Raúl? ¿Apartarla de nuestro lado incluso después de haberlo dejado? No puede ser.
—¿Y tu trabajo?
—Pediré una excedencia. Están contentos conmigo, lo entenderán.
Lo está diciendo completamente en serio. No puedo negar lo desolada que me siento. Acabo de recuperar a Carmen y ahora, de un día para otro, decide largarse en retiro espiritual.
—¿Y dónde quieres ir? ¿Cuándo te vas? ¿Cuándo vas a volver?
—No lo sé, cariño, no lo sé —frena dándome unos toquecitos en la mano—. Había pensado en algún punto del Índico, pero aún tengo que darle un par de pensadas. Aquí no puedo dormir, no me concentro en mi trabajo y siento que mi relación con Raúl me ha estancado todavía más.
Mi cerebro se ha quedo en punto muerto en cuanto ha mencionado el Índico. Demasiado lejos.
—No quiero que te vayas —susurro apenada—. Nosotras podemos ayudarte.
Carmen ladea la cabeza condescendiente.
—Tú ya te estás ocupando de alguien.
—Hay tiempo para todo —balbuceo.
—Pero es que yo quiero que lo inviertas en él. Me gustáis mucho los dos. Sois tan distintos y a la vez os entendéis tan bien.
—¿Que nos entendemos bien?
Ella asiente muy convencida.
—Se te cambia la cara cuando lo tienes cerca. Lo vi el finde pasado en Cercedilla. Necesitabas a alguien así. Rober te dio muy mala vida. ¿Morales sabe lo que te hizo?
—No, ni tiene por qué saberlo.
Nuestro final fue demasiado traumático. Jamás podré olvidarlo. Rober se comportaba como un loco autoritario pero hasta aquel día, nunca había llegado a semejantes extremos. Se le fue de las manos. Las cuerdas, la asfixia, el quemazón en el rostro… Supe enseguida que tenía que parar aquello antes de que anulara mi voluntad por completo.
No hemos vuelto a vernos desde que desapareció de mi vida. Las chicas y yo dejamos de ir al Chains, la sala de fiestas que regenta en el barrio donde vivo. Nos gustaba mucho ese sitio, sigue estando muy de moda pero después de lo sucedido, no hemos vuelto a querer saber nada de él. Hay mucha oferta de ocio en la capital, puedo permitirme obviar al malnacido de Rober y su querido negocio sin problema alguno.
—Lo entiendo —musita Carmen—. Morales te trata como a una reina y tú le apoyas de corazón a pesar de por lo que has pasado…
—No —interrumpo riéndome de los nervios—. No le apoyo una mierda… Tiene razón, no sé cómo me aguanta.
—¿Eso te ha dicho?
Asiento y Carmen se carcajea.
—¡Me encanta la sinceridad de ese hombre! Sé sincera tú también. Le tienes aquí —asegura señalando la palma de mi mano.
Otro dedo desconocido presiona mi coronilla.
—Y aquí también —las dos nos giramos en el asiento—. Vayamos a por una copa a ver si se te pasa el desvarío de una vez. Hoy te olvidas de ese bicho como que me llamo Victoria Abellán.
—¿Quieres dejar de emparejarme con todo lo que se cruza por delante?
Menudo día llevo. Tras tomar la primera copa, nos hemos ido de compras por la zona. Hay multitud de boutiques, algunas exclusivas y otras multimarca, con diseños preciosos y hemos claudicado fundiendo nuestras tarjetas.
Como pronto será Nochevieja y saldremos juntas como siempre, era buena excusa para mirarse un vestido. También hemos comprado zapatos, y aunque haya visto alguna que otra prenda perfecta para esa noche, estoy pensando que me pondré lo que quise ponerme el año pasado. Un conjunto de falda y corsé de Maya Hansen precioso en tonos azulones y negros repleto de lazadas. Es un conjunto muy sugerente. La pasada Nochevieja Rober me prohibió encarecidamente sacarlo del armario y ahí se mantiene desde entonces. Lo rescataré encantada.
Luego hemos entrado en MAC y allí nos hemos vuelto un poco más locas llenando nuestros bolsos de productos fetiche, ediciones limitadas, novedades y demás pinturitas con las que nos han dejado monísimas. Ahora sí. Ahora sí que no me molestan las fotos.
Eva me ciega con el flash de su móvil mientras poso con otra copa en la mano. Estamos picando algo para reponer fuerzas, pero Vicky me está llevando hasta el límite. A cada tío pasable que nos encontramos me pregunta qué me parece. Me siento como un capataz en un mercado de carne. Al próximo le pedirá que me enseñe la dentadura.
—No te esfuerces, Vicky —aconseja Eva—. Estás buscando sustitutos para un fuera de serie, no para un hombre cualquiera. Eso solo lo encontrarás en algún casting de calzoncillos de Armani.
Ella pone los ojos en blanco.
—No es para tanto.
Eva y Carmen intercambian una única mirada.
—Víctor es más guapo que él.
—Lo será para ti —apunto.
—Sus ojos son mucho más bonitos.
—Estás borracha.
Vicky se pone de morros y pide otra copa. Se queda embobada con el grupo de chicos de la mesa de al lado y me hace una seña con las cejas. Suspiro mirando en su dirección. Un morenazo alto y de ojos negros bebe de una cerveza a morro. Me encojo de hombros y hago un mohín.
—No —dice Eva de pronto—. Es gay.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque no me ha mirado ni una sola vez.
Carmen y yo nos reímos a carcajada limpia.
Vicky en cambio, continúa sin salirse del tiesto.
—No sé cómo Manu puede pasar por alto esos comentarios.
Eva deja de sonreír y baja la vista jugueteando con una servilleta.
—Tienes razón —coincide sin entusiasmo—. Aún me cuesta creer que un santo como Manu quiera estar con alguien como yo.
Eso me patina.
—Sois muy diferentes pero no veo qué problema hay en que se fije en «alguien como tú».
—Es obvio, Carla. A las mujeres nos gusta acostarnos con hombres con experiencia. En cambio, un hombre puede acostarse una o dos veces con una mujer que ha estado con muchos hombres. Incluso tener una aventurilla pasajera. Pero nunca se la presentará a su madre, ¿entiendes lo que digo?
—No.
—Que no les gusta meterla donde la ha metido ya todo Madrid.
Mi cara tiene que ser un poema. Es muy dura consigo misma. Afortunadamente, Manu tiene mejor concepto de ella. ¿Se lo hará saber como se merece? Por mucho que se lo digamos nosotras, nunca le calará tan hondo como si se lo dijera él. Lo sé por experiencia.
Al anochecer, nos adentramos en nuestro sex-shop preferido antes de que cierren. Al llevar alguna que otra copa de más, todo nos parece sensacional y todo lo queremos comprar. Por suerte, la dependienta nos conoce y como tiene sentido común y buena voluntad, nos aconseja antes de que nos llevemos hasta una vagina en lata.
Vicky y yo trasteamos en la zona de los lubricantes mientras Eva y Carmen se pierden por el resto de pasillos de la tienda. Ya tengo un estimulador de clítoris en la mano y ahora echo un vistazo por si veo algún mejunje que sea específico para penetraciones anales y no tenga que echar mano de mi mantequilla la próxima vez. Ojeo las instrucciones de uno de los botes lanzando alguna que otra miradita a lo que busca Vicky. No logro verlo bien, mi vista está un poco espesa por el alcohol.
Finalmente, parece que se decide por uno y yo me acerco con todo el sigilo posible.
—¿Te vas a llevar eso? ¿Para qué lo necesitas?
—Para las orejas.
—Es por el muñón, ¿verdad?
—¡Carla! —chilla espantada.
—Venga cuéntamelo, Vicky —suplico pegándome a ella—. Solo a mí. Prometo no decir nada.
—Una señorita no cuenta esas cosas.
—No me jodas, Vicky. Cuéntamelo.
Ella se acalora y resopla como si le faltara el aire. No sé si eso es porque lo está recordando y se está poniendo cachonda o porque le avergüenza hablar del tema.
—Venga, dímelo, ¿eso cómo es? —pregunto simulando tamaños entre las manos—. ¿Así? ¿Así?
—Era una rodilla, Carla —masculla—. Imagínatelo.
—¿Así?
Ella me aparta las manos y alza su puño derecho.
—Es como un puño cerrado de una mano grande. Más o menos.
—¿Y dónde te metió eso?
—Carla, por favor.
—Es que esto sí que es un mundo nuevo para mí…
—Pues menos cachondeo —amonesta señalándome con el dedo—. No frivolices con este tema, es muy serio.
Tras un par de súplicas, acaba por ceder.
—No es nada de lo que piensas —admite—. Si dije que la experiencia fue la mejor que he tenido, fue porque Víctor se entregó como nunca he visto hacerlo antes.
—¿A qué te refieres?
—A que es muy probable que por culpa de sus complejos, me mimara tanto, aguantase tanto, fuera tan detallista, y cumpliera todos y cada uno de mis deseos.
Oh, ahora lo comprendo. En el caso de Vicky, sería inverosímil que hubiera ocurrido de otra forma.
—¿Te trata bien? Mientras lo hacéis, digo.
A Vicky se le ilumina la cara. Es puro paverío cada vez que habla de él.
—Es tan atento y cariñoso…
Sonrío y le acaricio la cabeza.
—Qué cuquis que sois.
—¡Ay! —protesta dándome un manotazo—. ¡Quita, borracha!
Yo hoy tengo agujetas en la entrepierna pero otras veces también me tratan con cariño. Reviviré el polvo de anoche con mis nuevos juguetitos. Incluido el vibrador de doce centímetros que he apartado por ahí. Me imaginaré que es Morales quien entra y sale de mí cuando no lo tenga a mi lado. Aunque si voy a pensar en él, debería haber cogido uno más grande y trabajado. No pasa nada. Vibrador tamaño viaje. Al bolso que va. Ya me compraré otro para estar por casa.
—¡Chicas! —el berrido de Eva me lanza contra la estantería—. ¡Mirad lo que me voy a coger! ¡Una mariposa! ¡Mi primera mariposa! Me la voy a comprar con control remoto para que Manu la active mientras cenamos por ahí.
Nos enseña la caja. Es un pequeño artefacto con un micropene y arnés de color rosa.
—Yo también había pensado en llevarme una —dice Vicky—. Aunque no sé si Víctor es muy de estas cosas…
—¿Y tú, Carla? —pregunta la dependienta apareciendo del otro lado—. ¿Qué te llevas?
Le muestro mi juguete.
—Yo este cacharro que ha salido nuevo que es como si te follaran cuatro lenguas a la vez.
—¡Muy buena elección! Está recibiendo unas críticas fabulosas. ¿También te llevas a este pequeñín? —propone sujetando el vibrador.
—Sí, al pequeño Sandokán también.
—¿Ya le has puesto nombre?
—¿Qué nombre?
—Uf —resuella Vicky cogiéndome del brazo—. Vayámonos ya, te tiene que dar el aire.
Una vez en la caja, la chica introduce mis cosas en una discreta bolsa negra y Vicky estampa una mariposa sobre la mesa.
—¡Venga! Yo también me llevo otra.
—¿Pero esto qué es? ¿Es que se ha puesto de moda?
—Pues yo también —añade Carmen a nuestra espalda—. Pero con la mía te puedes ahorrar el mando a distancia.
Sin poder evitarlo, todas nos echamos a reír. Y cuando digo todas, es todas de verdad. Carmen suelta una carcajada y por primera vez siento que hay esperanzas de que sepa disfrutar de su soltería.
Parapetadas de bolsas, nos hemos hecho un sitio en un local de jazz de la zona. Hay bastante gente, pero hemos conseguido un hueco en el que con luz tenue, música agradable y ginebra en mano, charlamos y nos reímos disfrutando de la compañía.
Debo confesar que hay momentos en que me evado un poco y me llevo el móvil a las manos. He visto que tengo una perdida de nuestra amiga Susana, pero ni me he enterado. Ya la llamaré en otro momento. Ahora estoy ansiosa por otros menesteres.
He pasado todo el día sin tener noticias de Morales. Me hubiera gustado que me llamara aunque tan solo fuera para darme explicaciones a lo ocurrido esta mañana. Pero eso es una bobada. No tiene por qué hacerlo. Es un hombre maduro, para lo que quiere y cuando quiere, así que no se sentirá obligado a llamarme o escribirme cuando estamos separados. Lo entiendo. Es solo que no quiero hacerlo.
Suspiro con los pies hechos fosfatina en mis zapatos, la copa medio vacía en una mano y el móvil en la otra. Tengo el desesperado impulso de querer salir corriendo a buscar a ese friki-maromo-parleño y echarme a sus brazos. Empiezo a darme miedo a mí misma. Me estoy ablandando.
Las carcajadas de Eva me devuelven al presente. Carmen echa un trago a su gin-tonic y Vicky se guarda el móvil en el bolso con disimulo.
—Chicas, yo ya estoy agotada —advierte decaída—. Creo que me voy a ir a casa a dormir la mona.
—¿Quién te ha llamado? —inquiere Eva.
Vicky baja la vista y tenemos que pedirle que alce la voz para poder oírla.
—Víctor.
—Pues dínoslo, no te vamos a comer —regaño—. Tu sequía ha durado un siglo. Te comprendemos y te perdonamos.
Ella me saca la lengua y se levanta comenzando a recoger sus bolsas.
—En tal caso y bajo vuestra aprobación, me voy rápidamente a ducharme y cambiarme antes de que venga a recogerme.
Carmen arruga el rostro.
—Si nos han maqueado esta mañana.
—Sí, pero yo ya estoy demacrada, ¡mírame! No puede verme con estas pintas. ¡Todavía no!
Pero qué exagerada que es. Ellos no son como nosotras, pierde el tiempo.
—Vicky, cielo, rota la barrera del sexo ya da todo igual. Como si apareces con rulos y batín de guata.
—Qué espanto, por Dios…
—Así es el mundo parejil.
—Víctor nunca me verá así.
El resto nos miramos con el No comments parpadeando en la frente.
Nos levantamos para darnos un par de besos y despedirnos. Carmen no se los niega pero tampoco se la ve muy cómoda.
—¡Corre o te pillará con la Silk-épil en la mano! —grita Eva.
Vicky nos lanza un corte de mangas sin molestarse en mirar atrás.
Esta es mi oportunidad. Cuando alguien abre la veda, siempre parece más fácil. Apuro mi copa y me levanto. Estoy rodeada por todos los costados. Si la noche continuase no sé dónde podría meter todo esto.
—Chicas, yo igual también me voy. Al final acabaré perdiendo las bolsas.
Eva menea la cabeza en gesto de desaprobación.
—Nos hacemos mayores.
Carmen la sostiene cariñosamente por los hombros.
—Eso no importa. Aguantemos lo que aguantemos, tenemos que seguir haciendo esto.
—Eso siempre, amigüitas.
—¿Os quedáis?
Se miran y asienten decididas. Sonrío. Menudo peligro tienen estas dos.
—Carmen, si te apetece venir a casa conmigo, yo estoy encantada, ya lo sabes.
—No, cielo, pero gracias.
Uf, menos mal porque lo he dicho para quedar bien. Tengo unas ganas de pillar a Morales, que no veo la hora de tirarme encima de él.
—Mañana me pasaré el día mirando billetes de avión.
La abrazo con fuerza.
—Ojalá no te fueras.
—No me hagas pucheros que encima me voy mal —pide dándome un beso en la mejilla—. Te quiero, Carlita.
—Y yo a ti. Cuando sepas adónde vas, avísame.
Me despido de Eva con otro abrazo y salgo del bar cargada como una mula. Me meto en un taxi y doy mi dirección. Llevo más de doce horas dando vueltas y necesito asearme. Cuando me adecente, cogeré otro taxi rumbo a La Finca.