13
Eva ha vuelto a llamarme dos veces durante la noche pero no he sido capaz de cogérselo. Si lo hubiera hecho, no habría podido pegar ojo dándole vueltas al tema y he preferido optar por el descanso antes de enfrentarme a esto cara a cara con Manu. Hoy no tengo visitas hasta después de comer así que es cuestión de tiempo que aparezca por esa puerta y haga lo que haya decidido hacer.
Mi impaciencia desaparece cuando una sombra conocida crece sobre mi mesa y oigo su voz sobre mi cabeza.
—¿Tienes un rato para fumarte un cigarro?
En silencio, asiento mientras me quito las gafas y me levanto para seguirle. Ni me ha dado tiempo a verle la cara.
Una vez fuera del edificio, envueltos en nuestros abrigos, caminamos hasta un banco de la plaza y nos sentamos encogidos por el frío mañanero.
—¿Por qué no me lo dijiste?
Intento buscar una buena respuesta para esa pregunta y la mejor que se me ocurre es por miedo. Me asusta un poco qué es lo que pueda opinar de esto. Creo que me conoce lo suficiente como para saber que nunca me rebajaría a tirarme a nadie por una venta, que me tomo mi trabajo muy en serio y que nunca me salto las reglas, pero esto le ha debido descolocar sin remedio. Ya no sé qué consideración tiene de mí.
—Pensé que teníamos confianza para contarnos estas cosas.
—No —aclaro antes de que vaya demasiado lejos—, nunca te hablo de mi vida sentimental.
A Manu no parece gustarle mi matización.
—Pero estamos hablando de un cliente —aclara bajando la voz—, estoy involucrado lo mires por donde lo mires. Yo también trabajo para él.
Hundo la cara entre mis manos aun a riesgo de quemarme con la colilla.
—Lo sé, Manu, lo sé…
—Aquel día cuando nos vio fumando un peta o más bien, creyó que nos lo estábamos fumando, ¿ya estabais liados?
Abro dos dedos en «v» para que pueda ver la verdad en mi mirada. Silba alucinando.
—¿Lo sabe alguien de la oficina?
—¡No! ¡Claro que no!
Asiente algo menos airado.
—Lo siento, Manu. Siento que te hayas enterado así, siento que estés involucrado en el tema y sobre todo siento si te he decepcionado. No fue algo premeditado, ni mucho menos. Surgió porque tenía que surgir y punto. Estaba claro que iba a pasar algo pero créeme si te digo que yo no quería que llegara a esto…
—Está bien, tranquila —me frena pasándome la mano por la espalda—. Ya se ha acabado todo, déjalo así. Lo has hecho francamente bien, no se ha enterado nadie que tenga que preocuparte. Te llega a pillar Sandra y no tienes carretera para echar a correr.
Eso me arranca una sonrisa que ambos compartimos a la vez, aunque me preocupa lo siguiente que le tengo que decir, pues está hablando en pasado.
—Manu, supongo que Eva te ha dicho que esta historia se terminó hace un tiempo.
Afirma con la cabeza.
—En ese caso te daré una exclusiva. Eva desde luego, no se la ha ganado.
—¿Qué intentas decirme? —pregunta medio asustado.
—He vuelto a acostarme con él.
—Joder… —suelta con unos ojos azules muy escépticos—. ¿Y las chicas no lo saben?
—No.
Manu da una calada a su cigarro sin dejar de examinar mi gesto. Puede que le haya gustado tener ventaja sobre esta información antes que nadie más.
—¿Cuándo ha sido?
—Este fin de semana.
—¿Habéis pasado el puente juntos?
Asiento.
—Pero hay algo que no entiendo… ¿estáis saliendo o no?
—No.
—Solo es sexo.
Me encojo de hombros ante su argumento. Es difícil de explicar. Me cuesta razonarlo hasta a mí.
—¿Eso es lo que querías?
Depende. No sé si se refiere a Morales o a los hombres en general. Vuelvo a encogerme de hombros.
—¿Es buen tío?
Afirmo de nuevo. Eso es algo que ya no me cuesta tanto admitir.
—Eva dice lo mismo.
Eso sí que son noticias nuevas para mí. Vete tú a saber lo que le habrá contado y a las conclusiones a las que habrán llegado juntos.
—¿Eres feliz?
Qué pregunta tan tierna. No me la esperaba, aunque el rostro de Manu me habla como si dijera: «ay, perrilla, ¿merece la pena lo que estás haciendo?».
—La felicidad no existe, Manu.
—¿Ah, no?
—No —ratifico convencida—. Con el paso de los años me he dado cuenta de que a veces se está bien y otras se está mal. Y la mayor parte del tiempo se está mal.
Mi compañero casi se atraganta con el humo de la risa.
—Eres una agonías de cuidado, Carla.
Sí, puede ser, pero es lo que pienso.
—En serio, Manu, perdóname por haberlo hecho tan mal. Tienes que entender que me aterraba que alguien del trabajo o del sector se enterase. Estoy jugando con fuego.
—Y tanto —coincide—. No estás con un cliente cualquiera, es una de las cuentas más top de todo McNeill Iberia. El tío encima es una especie de maestro espiritual en lo suyo. Y no hablemos de cada vez que se presenta en un evento porque no hay objetivo que no le persiga como a un imán.
No me está resultando muy alentador el curso que está tomando esta conversación.
—Si Gerardo llegara a enterarse, me moriría.
—Yo temería más por el resto de la gente de la oficina.
—¿Por qué dices eso?
Manu pasea los dientes sobre su labio inferior. Guarda silencio. Creo que opina que acaba de irse de la lengua.
—¿Manu?
—Una vez, antes de que entraras en McNeill, hubo un caso parecido al tuyo.
—¿Con quién?
—No la conoces, ni lo harás nunca. Se la tragó la tierra —estupendo, encima se la quitaron de en medio—. Era una chica que estaba en el área de banca, creo. Se lio con un cliente mucho mayor que ella pero en su caso, estaba casado y hasta tenía hijos.
—¿Y qué pasó?
—No fueron muy discretos —explica alzando las cejas—. Alguien los vio y corrió la voz como la espuma. Tras unos días el rumor se convirtió en decenas de flyers que soltaron por el suelo de la cocina y después de eso, tocó la llamada de dirección y el finiquito de rigor.
Qué locura, parece que seguimos en la universidad, la gente ya hace cualquier cosa por llegar a la cuota.
—¿Quién hizo esos flyers?
Manu resopla, no parece que le guste recordar el tema. Ahora comprendo que se haya tomado mi situación tan a pecho. La empresa ya había pasado por esto y hoy sucede lo mismo pero con alguien que le toca de cerca.
—Tenía una archienemiga en el departamento, competían en el mismo territorio. Montaban circos cada dos por tres. Siempre se ha sospechado de ella, pero nunca se supo la verdad.
—¿Cómo no se va a saber algo así?
—No hay cámaras dentro de la oficina, Carla.
Es verdad. Qué espanto, si a mí me sucediera algo así, emigraría a la montaña más alta y me escondería en la cueva más oscura. Esta, sin duda, era una de las razones que me repetía a mí misma para no volver a ver a Morales. No solo perdería mi trabajo sino también todo el respeto de mis compañeros.
—Tranquila —apacigua Manu sosteniéndome la mano—. Tu bomba informativa está a salvo conmigo. Nunca soltaré prenda.
Lo miro aliviada y muy agradecida.
—¿De verdad?
—¡Claro! Somos amigos —sonríe—, ¡y casi cuñados!
Yo no sé si este tiene muy claro lo que ha hablado con Eva.
—Pero ten cuidado con Sandra, ¿vale? —me advierte dándome unas palmaditas—. No te ganes su enemistad. No solo es la mujer del jefe, también es con quien compartes las cuentas. Piénsalo.
Oh, mierda, lo último que quiero es pensar en ella y en su cara si se enterara de todo. ¿Sería tan vengativa como para planear algo así? No me la imagino mandando un correo anónimo largándolo todo. Quiero creer que está por encima de eso. Pero si unimos su humor de perros a la de veces que le he negado haberme visto con Morales en la intimidad, aquí se lía la de San Quintín.