9. Ámsterdam-1656
Bento llevó a Jacob y a Franco hasta la casa que compartía con Gabriel y los condujo a su estudio, pasando primero por un pequeño salón amueblado sin rastro alguno de una mano femenina: sólo un tosco banco de madera y una silla, una escoba de paja en un rincón y un hogar con varios fuelles. El estudio de Bento contenía un escritorio toscamente labrado, un taburete alto y una silla de madera desvencijada. Había también tres bocetos al carbón de escenas de canales de Ámsterdam fijados a la pared, encima de dos estanterías pandeadas por el peso de una docena de libros bien encuadernados. Jacob se encaminó inmediatamente hacia las estanterías para ver los títulos de los libros, pero Bento les hizo señas a él y a Franco para que se sentaran mientras él iba a buscar otra silla a la habitación contigua.
—Ahora, a trabajar —dijo alzando su ejemplar, muy gastado, de la Biblia hebrea.
Lo dejó caer pesadamente en el centro de la mesa y lo abrió para que Jacob y Franco lo inspeccionaran. De pronto lo pensó mejor y se detuvo, cerrando el libro de nuevo.
—Cumpliré mi promesa de mostraros exactamente lo que dice nuestra Torá, o no dice, sobre lo de que los judíos sean el pueblo elegido. Pero prefiero empezar con mis principales conclusiones, que son consecuencia de años de estudio de la Biblia.
Con la aprobación de Jacob y de Franco, Bento empezó:
—El mensaje central de la Biblia sobre Dios es, creo yo, que Él es perfecto, completo y posee sabiduría absoluta. Dios es todo y creó el mundo y todo lo que hay en él. ¿Estáis de acuerdo?
Franco asintió rápidamente. Jacob lo pensó, estiró el labio inferior, abrió el puño derecho para mostrar la palma y ofreció un asentimiento cauto y lento.
—Puesto que Dios es, por definición, perfecto y no tiene necesidad alguna, de ello se sigue que no creó el mundo para Él mismo sino para nosotros.
Recibió un asentimiento de Franco y una mirada de desconcierto y las dos palmas extendidas de Jacob, que indicaban: «¿Y a qué viene esto?».
Bento continuó sosegadamente:
—Y dado que Él nos creó de su propia sustancia, Su objetivo para todos nosotros (que, repito, somos parte de la sustancia de Dios) es que hallemos la felicidad y la bienaventuranza.
Jacob asintió cordialmente, como si hubiese oído por fin algo con lo que él pudiese estar de acuerdo.
—Sí, he oído hablar a mi tío de la chispa de Dios que hay en cada uno de nosotros.
—Exactamente. Tu tío y yo estamos totalmente de acuerdo en eso —dijo Spinoza y, al percibir un leve ceño en la cara de Jacob, decidió prescindir de comentarios de aquel género en el futuro…
Jacob era demasiado inteligente y desconfiado para que pudiera emplear con él un tono condescendiente. Abrió la Biblia y buscó en sus páginas.
—A ver, vamos a empezar con unos versículos de los salmos.
Bento empezó a leer en hebreo mientras señalaba con el dedo cada palabra, que, para que Franco entendiera, iba traduciendo al portugués. Tras un par de minutos Jacob le interrumpió, moviendo la cabeza y diciendo:
—No, no, no.
—¿No qué? —preguntó Bento—. ¿No estás de acuerdo con mi traducción? Te aseguro que…
—No son tus palabras —interrumpió Jacob—. Es tu actitud. Me ofende como judío tu forma de manejar nuestro libro sagrado. No lo besas ni lo honras. Prácticamente lo tiraste en la mesa, señalas con un dedo que no te has lavado. Y lees sin ningún tipo de inflexión en la voz. Lees como podrías leer un acuerdo de compra de tus uvas pasas. Ese tipo de lectura ofende a Dios.
—¿Ofende a Dios? Jacob, te ruego que sigas el camino de la razón. ¿No acabas de decir que estás de acuerdo en que Dios es completo, no tiene ninguna clase de necesidades, y no es un ser como nosotros? ¿Crees que un Dios así podría ofenderse por algo tan trivial como mi forma de leer?
Jacob movió la cabeza en silencio, mientras Franco asentía mostrando su conformidad y aproximaba más su asiento a Bento.
Bento continuó leyendo en voz alta el salmo en hebreo y traduciendo al portugués para Franco.
—«El Señor es benigno con todos, y Sus amorosas mercedes se extienden a todas sus obras» —Bento se saltó parte del salmo y siguió leyendo—: «El Señor está cerca de todos los que lo invocan». Creedme —dijo—, puedo encontrar muchos pasajes como éste que afirman claramente que Dios ha otorgado a todos los hombres el mismo entendimiento y ha formado del mismo modo sus corazones.
Bento desvió su atención a Jacob, que movió la cabeza de nuevo, indicando su discrepancia.
—¿No estás de acuerdo con mi traducción, Jacob? Puedo asegurarte que dice «todos los hombres». No dice todos «los judíos».
—No puedo decirte que no: las palabras son las palabras. La Biblia dice lo que dice. Pero la Biblia tiene muchas palabras, y hay muchas lecturas, y muchas interpretaciones de muchos hombres santos. ¿Ignoras o no tienes noticia siquiera de los grandes comentarios de Rashi y de Abarbanel?
Bento no se azoró por esto.
—Fui destetado con los comentarios primarios y secundarios. Los leía desde que salía el sol hasta que se ponía. He pasado años estudiando los libros sagrados, y como tú mismo me has dicho, muchos de nuestra comunidad me respetan como erudito. Hace varios años me puse a trabajar por mi cuenta, aprendí el arameo y el hebreo antiguos, dejé a un lado los comentarios de otros y estudié de nuevo las palabras concretas de la Biblia. Para comprender de verdad las palabras de la Biblia, uno debe conocer el idioma antiguo y leerla con un espíritu libre y sin trabas. Quiero que leamos y comprendamos las palabras exactas de la Biblia, no lo que piensan algunos rabinos qué significan, no unas metáforas imaginarias que los estudiosos dicen ver, y ninguno de los mensajes secretos que ven los cabalistas en ciertos órdenes de palabras y en supuestos valores numéricos de las letras. Quiero volver a leer lo que la Biblia dice realmente. Ése es mi método. ¿Queréis que continúe?
—Sí, sigue por favor —dijo Franco, pero Jacob vacilaba. Era evidente su agitación, pues en cuanto había visto que Bento hacía énfasis en la frase «todos los hombres» se había dado cuenta de adónde se dirigía su argumentación… podía oler la trampa. Intentó una maniobra preventiva:
—Aún no has contestado a mi simple y apremiante pregunta: «¿Niegas que los judíos son el pueblo elegido?».
—Jacob, tus preguntas son las preguntas incorrectas. Es evidente que no estoy siendo lo suficientemente claro. Lo que yo quiero hacer es poner en entredicho toda tu actitud hacia la autoridad. No es cuestión de si yo lo niego, o si de algún rabino u otro estudioso lo defiende. No miremos hacia arriba, hacia alguna gran autoridad, miremos las palabras de nuestro libro sagrado, que nos dicen que nuestra felicidad y bienaventuranza verdaderas consisten únicamente en el goce de lo que es bueno. La Biblia no nos dice que nos enorgullezcamos del hecho de que nosotros, los judíos, somos los únicos dichosos, o que gozamos de una dicha mayor porque los demás ignoran la verdadera felicidad.
Jacob no mostraba indicio alguno de dejarse convencer, así que Bento probó con otra táctica:
—Déjame que te dé un ejemplo de nuestra propia experiencia de hoy. Antes, cuando estábamos en la tienda, me enteré de que Franco no sabe nada de hebreo. ¿De acuerdo?
—Sí.
—Entonces, dime esto: ¿debería en consecuencia regocijarme yo de saber más hebreo que él? ¿Su ignorancia del hebreo me hace más culto a mí de lo que era hace una hora? Alegrarnos de nuestra superioridad sobre los demás no es santo. Es infantil o malévolo. ¿No te parece?
Jacob transmitió su escepticismo encogiendo los hombros, pero Bento se sintió fortificado. Oprimido por años de obligado silencio, saboreaba ahora la oportunidad de expresar en voz alta muchos de los argumentos que había estado elaborando. Se dirigió a Jacob:
—Supongo que estás de acuerdo en que la santidad reside en el amor. Es el mensaje supremo y fundamental de todas las Escrituras… y también del Testamento cristiano. Debemos establecer una distinción entre lo que la Biblia dice y lo que los profesionales de la religión dicen que dice. Rabinos y sacerdotes defienden demasiado a menudo sus propios intereses egoístas con interpretaciones tendenciosas, interpretaciones que aseguran que sólo ellos tienen la llave de la verdad.
Bento vio por el rabillo del ojo que Jacob y Franco intercambiaban miradas de asombro. Sin embargo insistió:
—Mira aquí, en Reyes 3, 12. —Spinoza abrió la Biblia por una página que tenía marcada con un hilo rojo—. Escuchad lo que Dios le dice a Salomón: «No habrá nadie tan sabio como tú en el tiempo futuro». Pensad ahora los dos un momento en ese comentario de Dios. Esto es prueba sin duda de que las palabras de la Torá no se pueden interpretar literalmente. Hay que interpretarlas de acuerdo con el contexto, la época…
—¿El contexto? —le interrumpió Franco.
—Me refiero al lenguaje y a los acontecimientos históricos del periodo. No podemos entender la Biblia desde el lenguaje de hoy. Hemos de leerla teniendo en cuenta las convenciones lingüísticas de la época en que se escribió y se compiló, y de eso hace unos dos mil años.
—¿Qué? —exclamó Jacob—. ¡Moisés escribió la Torá, los primeros cinco libros, hace mucho más de dos mil años!
—Ése es un tema importante. Volveré a él en un par de minutos. De momento, sigamos con Salomón. Lo que yo quiero decir es que el comentario de Dios a Salomón es simplemente una expresión utilizada para indicar una sabiduría grande, superior, y su propósito es aumentar la felicidad de Salomón. ¿Acaso podéis creer que Dios esperaba que Salomón, el más sabio de todos los hombres, se alegrase de que los demás fuesen siempre menos inteligentes que él? Es indudable que Dios, en su sabiduría, habría deseado que todo el mundo estuviese dotado de las mismas facultades.
Jacob protestó:
—No entiendo de qué hablas. Coges unas cuantas palabras o unas cuantas frases, pero ignoras el hecho evidente de que estamos elegidos por Dios. La Santa Biblia lo dice una y otra vez.
—Bueno, vamos a ver, en Job —dijo Bento, sin sentirse afectado por la interrupción. Pasó las páginas hasta Job 28 y leyó—: «Todos los hombres deberían evitar el mal y hacer el bien». En pasajes como éste —continuó Bento— está claro que Dios piensa en toda la raza humana. Y tened en cuenta, además, que Job era un gentil, y sin embargo fue él, de entre todos los hombres, el que le pareció más aceptable a Dios. Mirad estas líneas… léelas tú mismo.
Jacob se negó a mirar.
—La Biblia debe tener algunas palabras como ésas. Pero hay miles más que dicen lo contrario. Los judíos son diferentes, y tú lo sabes. Franco acaba de escapar de la Inquisición. Dime, Bento, ¿cuándo han tenido inquisidores los judíos? Los demás matan a los judíos. ¿Hemos matado nosotros, los judíos, a los demás?
Bento pasó tranquilamente las páginas, esta vez hasta Josué 10, 37 y leyó:
—«… y tomaron Eglón y la pasaron a filo de espada a ella y a su rey, a todas las ciudades dependientes de ella y a todos los que se hallaban en ellas vivos, sin dejar a nadie. La destruyó toda». O Josué 11, 11: «Pasaron a filo de espada a todos los que había en ella, aniquilándolos. Ni uno quedó que alentase, y Jasor fue entregada a las llamas».
»Oh de nuevo aquí, 1 Samuel 18, 6-7: “Cuando hicieron su entrada después de haber matado David al filisteo, salían las mujeres de todas las ciudades de Israel, cantando y bailando delante del rey Saúl, con tímpanos y triángulos alegremente y, alternando, cantaban las mujeres a coro: ‘Saúl mató sus mil, pero David sus diez mil’.”
»Lamentablemente hay muchas pruebas en la Torá de que, cuando los israelitas tenían poder, eran tan crueles y tan implacables como cualquier otra nación. No eran moralmente superiores, más justos, o más inteligentes que otras naciones antiguas. Sólo eran superiores en que tenían una sociedad bien ordenada y un gobierno superior que les permitió mantenerse unidos durante mucho tiempo. Pero aquella nación hebrea, antigua, hace mucho que dejó de existir, y siempre, desde entonces, han estado a la par con los otros pueblos vecinos. No veo nada en la Torá que indique que los judíos sean superiores a los demás. Dios es igual de misericordioso con todos.
Jacob dijo, con una expresión de incredulidad:
—¿Estás afirmando que no hay nada que distinga a los judíos de los gentiles?
—Exactamente, pero no soy yo quien dice eso, sino la Santa Biblia.
—¿Cómo te puedes llamar «Baruch» y hablar así? ¿Estás negando de verdad que Dios eligió a los judíos, los favoreció, los ayudó y que espera mucho de ellos?
—Jacob, reflexiona de nuevo sobre lo que dices. Te lo recuerdo otra vez: los seres humanos eligen, favorecen, ayudan, valoran, esperan. Pero ¿Dios? ¿Dios tiene esos atributos humanos? Recuerda lo que dije sobre la falacia de imaginar a Dios a nuestra imagen y semejanza. Recuerda lo que dije sobre los triángulos y un Dios triangular.
—Fuimos hechos a Su imagen y semejanza —dijo Jacob—. Vete al Génesis. Déjame que te enseñe esas palabras…
Bento recitó de memoria:
—«Entonces dijo Dios: “Hagamos un hombre a nuestra imagen y semejanza y dejémosle que rija sobre los peces del mar y las aves del aire, sobre el ganado, sobre toda la tierra y sobre todas las criaturas que se mueven en ella”. Y así Dios creó al hombre a su propia imagen, según la imagen de Dios lo creó; hembra y varón los creó».
—Exactamente, Baruch, ésas son las palabras —dijo Jacob—. Ojalá tu piedad fuese tan grande como tu memoria. Si ésas son las palabras de Dios, entonces, ¿quién eres tú para poner en duda que estamos hechos a Su imagen y semejanza?
—Jacob, usa esa razón que Dios te dio. No podemos interpretar esas palabras literalmente. Son metáforas. ¿De verdad crees que nosotros, los mortales, algunos sordos o jorobados, o estreñidos o desmedrados, estamos hechos a imagen y semejanza de Dios? Piensa en aquellos que, como mi madre, murieron a los veintitantos años, en los que nacieron ciegos o deformes o dementes, con hidrocefalia, con inmensas cabezas cavernosas, o con escrófula, aquellos a los que les fallan los pulmones y que escupen sangre, los que son avarientos o asesinos… ¿también ellos están hechos a imagen de Dios? ¿Tú crees que Dios tiene una mentalidad como la nuestra y desea que le halaguen, y se pone celoso y quiere vengarse si desobedecemos sus normas? ¿Podrían estar presentes en un ser perfecto esas formas de pensar imperfectas y deficientes? Se trata sólo de una forma de hablar de aquellos que escribieron la Biblia.
—¿Aquellos que escribieron la Biblia? ¿Hablas despectivamente de Moisés y Josué y los profetas y los jueces? ¿Niegas que la Biblia es la palabra de Dios? —La voz de Jacob iba haciéndose más fuerte a cada frase, y Franco, que estaba pendiente de cada palabra que Bento decía, le apoyó una mano en el brazo para tranquilizarle.
—Yo no desprecio a nadie —dijo Bento—. Esa conclusión sale de tu mente. Lo único que digo es que las palabras y las ideas de la Biblia proceden de la mente humana, de los hombres que escribieron esos pasajes e imaginaron… no, debería decir mejor «desearon», parecerse a Dios, estar hechos a imagen y semejanza de Dios.
—¿Así que niegas que Dios hable a través de las voces de los profetas?
—Es evidente que todas las palabras que la Biblia dice que son «palabras de Dios» tienen su origen únicamente en la imaginación de los profetas.
—¡Imaginación! ¿«Imaginación» dices? —Jacob se puso la mano delante de la boca abierta, horrorizado, mientras Franco intentaba reprimir una sonrisa.
Bento sabía que cada frase que salía de sus labios escandalizaba a Jacob, pero no podía contenerse. Se sentía entusiasmado rompiendo sus grilletes de silencio y expresando en voz alta todas las ideas que había ponderado en secreto o compartido con el rabino sólo de una forma muy velada. Aunque le vino al pensamiento la advertencia de Van den Enden de «caute, hijo mío», ignoró a la razón por una vez y se lanzó adelante.
—Sí, es evidentemente imaginación, Jacob, y no tienes por qué escandalizarte tanto. Es algo que sabemos por las propias palabras de la Torá. —Bento percibió por el rabillo del ojo la sonrisa de Franco y continuó—: Mira, Jacob, lee conmigo este versículo del Deuteronomio, 34, 10: «No ha vuelto a surgir en Israel profeta semejante a Moisés, con quien cara a cara tratase el Señor». Ahora, Jacob, consideran lo que eso significa. Tú sabes, claro, que la Torá nos dice que ni siquiera Moisés vio el rostro del Señor, ¿verdad?
Jacob asintió.
—Sí, la Torá dice eso.
—Entonces, Jacob, por un lado hemos eliminado esa visión cara a cara, y, por otro, tenemos que Moisés oyó la verdadera voz de Dios, y que ningún profeta después de Moisés oyó Su verdadera voz.
Jacob no tenía respuesta para esto.
—Explícame eso a mí —dijo Franco, que había estado escuchando atentamente cada palabra de Bento—. Si ninguno de los otros profetas oyó la voz de Dios, entonces, ¿de dónde proceden las profecías?
Bento contestó rápidamente, dando la bienvenida a la participación de Franco:
—Yo creo que los profetas eran hombres dotados de una imaginación excepcionalmente expresiva, pero no tenían una capacidad de razonamiento muy elevada.
—Entonces, Bento —dijo Franco—, ¿tú crees que las profecías milagrosas son sólo fruto de la imaginación de los profetas?
—Exactamente.
—Es como si no hubiese nada sobrenatural —continuó Franco—. Haces que parezca que todo es explicable.
—Eso es precisamente lo que creo. Todo, y quiero decir todo, tiene una causa natural.
—Para mí —dijo Jacob, que había estado mirando furioso a Bento mientras hablaba sobre los profetas—, hay cosas que sólo conoce Dios, cosas que se deben sólo a la voluntad de Dios.
—Yo creo que cuanto más sepamos, menos serán las cosas que sólo conoce Dios. En otras palabras, cuanto mayor es nuestra ignorancia, más atribuimos a Dios.
—Cómo puedes atreverte a…
—Jacob —lo interrumpió Bento—. Revisemos por qué estamos los tres reunidos. Vinisteis a verme porque Franco estaba en una crisis espiritual y necesitaba ayuda. No os busqué yo… en realidad yo os dije que era mejor que fueseis a ver al rabino. Tú dijiste que te habían dicho que lo único que haría el rabino sería que Franco se sintiera peor. ¿Te acuerdas?
—Sí, eso es verdad —dijo Jacob.
—Entonces, ¿de qué sirve que tú y yo nos enredemos en esta disputa? En vez de eso sólo hay una cuestión real. —Bento se volvió a Franco—. Dime, ¿te estoy sirviendo de ayuda? ¿Te ha servido de ayuda algo de lo que yo he dicho?
—Todo lo que has dicho me ha resultado confortante —dijo Franco—. Me estás ayudando a recuperar la cordura. Estaba perdiendo el rumbo y tu claro pensamiento, tu forma de no aceptar nada basado en la autoridad, es… es algo que nunca había oído. Veo la cólera de Jacob y pido disculpas por él, pero en cuanto a mí… sí, me has ayudado.
—En ese caso —dijo Jacob, poniéndose de pie—, hemos conseguido lo que veníamos a buscar, y nuestra tarea ha terminado.
Franco pareció sorprenderse por esto y siguió sentado, pero Jacob lo cogió por el codo y lo condujo hacia la puerta.
—Gracias, Bento —dijo Franco, cuando estaba en la puerta—. Dime, por favor, ¿estás disponible para más reuniones?
—Siempre estoy disponible para una discusión razonada… no tenéis más que pasar por la tienda. Pero —Bento se dirigió a Jacob— no estoy disponible para una disputa que excluya la razón.
Una vez que perdieron de vista la casa de Bento, Jacob sonrió satisfecho y rodeó con el brazo los hombros de Franco.
—Hemos conseguido ya todo lo que necesitamos. Trabajamos bien juntos. Tu representaste bien tu papel… casi demasiado bien, tengo que decirlo… pero no voy a discutir eso, porque hemos hecho todo lo que teníamos que hacer. Considera lo que tenemos. Los judíos no han sido elegidos por Dios; no se diferencian en ningún sentido de los demás. Dios no siente nada especial por nosotros. Los profetas sólo imaginaban cosas. Las Sagradas Escrituras no son sagradas sino sólo obra de los hombres. La palabra de Dios y la voluntad de Dios no existen. El Génesis y el resto de la Torá son fábulas o metáforas. Los rabinos, incluso los más grandes, no tienen ningún conocimiento especial sino que actúan persiguiendo su interés.
Franco negó con la cabeza.
—No tenemos todo lo que necesitamos, aún no. Yo quiero verle otra vez.
—Acabo de enumerar todas sus abominaciones. Sus palabras son pura herejía. Esto es lo que el tío Duarte nos pidió, y lo hemos hecho como él quería. Las pruebas son abrumadoras: Baruch Spinoza no es un judío. Es un antijudío.
—No —repitió Franco—. No tenemos suficiente. Yo necesito oír más. No estoy dispuesto a testificar hasta que tenga más.
—Tenemos más que suficiente. Tu familia está en peligro. Hicimos un trato con el tío Duarte… y ya sabes que los tratos con él hay que cumplirlos. Precisamente eso fue lo que intentó hacer el idiota de Spinoza, estafarle eludiendo el tribunal judío. Sólo por los contactos del tío, los sobornos del tío y el barco del tío no estás tú aún escondido en una cueva en Portugal. Y dentro de dos semanas su barco vuelve a por tu madre y tu hermana y la mía. ¿Quieres que las maten como a nuestros padres? Si no vas conmigo a la sinagoga y testificas ante el consejo rector, serás tú el que encienda las hogueras en las que ardan.
—No soy un imbécil y no estoy dispuesto a permitir que me lleven de un sitio a otro como una oveja —dijo Franco—. Tenemos tiempo y necesito más información antes de testificar ante el consejo de la sinagoga. Un día más no importa, y tú lo sabes. Y lo que es más, el tío tiene la obligación de ayudar a su familia aunque nosotros no hagamos nada.
—El tío hace lo que quiere él. Le conozco mejor que tú, no sigue más reglas que las suyas, y no es generoso por naturaleza. Yo no quiero volver a visitar a tu Spinoza. Calumnia a todo nuestro pueblo.
—Ese hombre tiene más inteligencia que toda la congregación junta. Y si tú no quieres ir, hablaré con él yo solo.
—No, si tú vas, yo iré también. No te dejaré ir solo. Ese hombre es demasiado persuasivo. Hasta yo me he sentido inseguro. Si vas solo, no tardaré en ver un hérem contra ti además de contra él. —Dándose cuenta de la cara de desconcierto de Franco, Jacob añadió—: Hérem significa «excomunión»… otra palabra hebrea que sería mejor que aprendieses.