EL CÍRCULO DE LA TIERRA

 

En cierta ocasión, Janet y yo estábamos en una habitación de hotel con motivo de una de mis conferencias, y una camarera llamó a la puerta para preguntar si necesitábamos toallas. Creí que teníamos y le dije que no, que no necesitábamos toallas.

Apenas había cerrado la puerta, Janet gritó desde el cuarto de baño que también nosotros las necesitábamos y que llamase a la camarera.

Por consiguiente, abrí la puerta, la llamé y le dije:

— Señorita, la mujer que está conmigo en la habitación dice que también nosotros necesitamos más toallas. ¿Tiene la bondad de traerlas?

— Desde luego —repuso ella, y se alejó.

Janet salió del cuarto de baño con la expresión indignada que adopta cuando no capta por completo mi sentido del humor, y preguntó:

— ¿Por qué le has dicho eso?

— Ha sido una declaración literalmente cierta.

— Sabes que lo dijiste deliberadamente, para dar a entender que no estamos casados. Cuando vuelva, le dirás que lo estamos, ¿entendido?

La camarera volvió con las toallas y yo le dije:

— Señorita, la mujer que está conmigo en la habitación quiere que le diga que estamos casados.

Y al oír que Janet gritaba «¡oh, Isaac!», la camarera replicó, con altivez:

— ¡No me importa en absoluto!

Bien por la moral moderna.

Hace poco recordé este incidente al terminar un ensayo que había escrito para Science Digest, en el cual declaraba casualmente que la Biblia presume de que la Tierra es plana.

Os sorprenderá saber las cartas indignadas que recibí de personas que negaban enérgicamente que la Biblia presumiese que la Tierra fuera plana.

¿Por qué? A fin de cuentas, la Biblia fue escrita en unos tiempos en que todo el mundo presumía que la Tierra era plana. Ciertamente, cuando los últimos libros fueron escritos, unos pocos filósofos griegos pensaban de otra manera, pero, ¿quién les escuchaba? Creía que era absolutamente razonable que los hombres que escribieron los diversos libros de la Biblia no supiesen más de Astronomía que cualquier otro de su época, y que, por consiguiente, debíamos ser caritativos y amables con ellos.

Sin embargo, los fundamentalistas no son como la camarera de aquel hotel. Cuando se trata de cualquier sugerencia sobre una Tierra plana bíblica, les importa en grado sumo.

Su tesis, como veis, es la de que la Biblia es literalmente cierta en todas sus palabras y, más aún, que es «infalible»; es decir, que no puede equivocarse. (Esto se desprende claramente de su creencia en que la Biblia es la palabra inspirada de Dios, que Dios lo sabe todo y que, como George Washington, Dios no puede mentir).

En apoyo de esta tesis, los fundamentalistas niegan la evolución, y niegan que la Tierra y el Universo en su conjunto tengan más de unos pocos miles de años de antigüedad, etcétera.

Hay concluyentes pruebas científicas de que los fundamentalistas se equivocan en estas materias, y de que sus nociones de cosmogonía tienen aproximadamente el mismo fundamento que un cuento de hadas, pero los fundamentalistas se niegan a aceptarlo. Negando algunos descubrimientos científicos y deformando otros, insisten en que sus tontas creencias tienen algún valor, y llaman creacionismo «científico» a sus imaginarias lucubraciones.

Sin embargo, hay un punto en el que tienen que ceder. Incluso los más fundamentales de los fundamentalistas encontrarían un poco difícil sostener que la Tierra es plana. A fin de cuentas, Colón no se cayó al llegar al borde del mundo, y hoy en día los astronautas han visto que el mundo es una esfera.

Por tanto, si los fundamentalistas tuviesen que admitir que la Biblia considera que la Tierra es plana se vendría abajo toda su estructura sobre la infalibilidad de aquélla. Y si la Biblia se equivoca en una cosa tan fundamental, puede estar equivocada en todo lo demás, y ellos tendrían que renunciar a su posición.

En consecuencia, la simple mención de la Tierra plana bíblica les produce convulsiones.

Mi carta predilecta, recibida a tal respecto, sentaba los tres puntos siguientes:

1. La Biblia dice, concretamente, que la Tierra es redondeada (aquí cita un versículo bíblico); sin embargo, a pesar de esta declaración bíblica, los seres humanos persistieron durante dos mil años en creer que la Tierra era plana.

2. Si al parecer fueron cristianos los que hablaban de que la Tierra era plana, fue sólo la Iglesia católica, y no los cristianos lectores de la Biblia, quien insistió en ello.

3. Era una lástima que sólo los no fanáticos leyesen la Biblia. (Esto, según me pareció, era una amable observación tendente a insinuar que yo era un fanático que no leía la Biblia y que, por consiguiente, hablaba de algo que ignoraba).

En realidad, mi amigo autor de la carta se equivocaba de plano en los tres puntos.

El versículo bíblico que citaba era Isaías 40, 22.

Dudo de que mi corresponsal se diese cuenta de ello, o incluso que lo creyese si alguien se lo decía, pero el capítulo cuarenta de Isaías es el primero de la parte del libro llamada «Segundo Isaías», porque no fue escrita por la misma mano que los primeros treinta y nueve capítulos.

Los primeros treinta y nueve capítulos fueron escritos alrededor del año 700 a. de J. C., en la poca de Ezequías, rey de Judá, cuando el monarca asirio Senaquerib estaba amenazando el país. En cambio, en el capítulo 40, nos hallamos en la situación que debió de corresponder aproximadamente al año 540 a. de J. C., cuando la caída del Imperio caldeo ante Ciro de Persia.

Esto significa que el Segundo Isaías, fuese quien fuese, se crió en Babilonia, en la época del cautiverio babilónico, y estuvo indudablemente bien instruido en la cultura y la ciencia babilónicas.

Por consiguiente, el Segundo Isaías piensa en el Universo en términos de la ciencia babilónica, y, para los babilonios, la Tierra era plana.

Bien, ¿qué dice entonces «Isaías 40, 22»? En la Versión Autorizada (más conocida como Biblia del rey Jacobo), que es La Biblia de los fundamentalistas —de modo que todos los defectos de traducción que contiene son sagrados para ellos—, el versículo, que es parte del intento del Segundo Isaías de describir a Dios, dice:

«Es el que está sentado sobre el circulo de la Tierra…». Ya lo veis: «el círculo de la Tierra». ¿No es una clara indicación de que la Tierra es «redonda»? ¿Por qué insisten todos aquellos fanáticos que no leen la Biblia en pensar en la Tierra plana, cuando la palabra de Dios, guardada como una reliquia en la Biblia, se refería a la Tierra como un «círculo»?

La pega está, desde luego, en que se supone que leemos la Biblia del rey Jacobo como si estuviese escrita en inglés. Si los fundamentalistas quieren insistir en que toda palabra de la Biblia es cierta, entonces es justo que acepten el significado inglés de aquellas palabras y no inventen nuevas significaciones para deformar las declaraciones bíblicas en algo diferente.

En inglés, un «círculo» es una figura bidimensional; una «esfera» es una figura tridimensional. La Tierra es casi una esfera; ciertamente, no es un círculo.

Una moneda es un ejemplo de un círculo (si imagináis que la moneda tiene un grosor despreciable). Dicho en otras palabras: lo que el Segundo Isaías quiere decir cuando habla del «círculo de la Tierra» es una Tierra plana con un borde circular: un disco, un objeto con la forma de una moneda.

El propio versículo que mi corresponsal citaba como prueba de que la Biblia consideraba a la Tierra una esfera es, precisamente, la prueba más convincente de que la Biblia presupone que la Tierra es plana.

Si queréis otro versículo con igual efecto, considerad un pasaje del Libro de los Proverbios, que es parte de un canto de alabanza a la Sabiduría personificada como atributo de Dios:

«Cuando preparó los cielos, yo estaba allí: cuando puso un compás sobre la faz: del abismo» (Proverbios, 8, 27).

Como todos sabemos, un compás sirve para trazar un círculo; por consiguiente, podemos imaginar a Dios trazando de esta manera el disco circular y plano del mundo. William Blake, el artista y poeta inglés, pintó un famoso cuadro en el que mostraba a Dios marcando los límites de la Tierra con un compás. «Compás» no es la mejor traducción de la palabra hebrea. La Versión Corriente Revisada de la Biblia contiene el versículo en esta forma: «Cuando fundó los cielos, yo estaba allí, cuando trazó un círculo sobre la faz del abismo». Así resulta más claro y preciso.

Por consiguiente, si queremos trazar un mapa esquemático del mundo tal como les parecía a los babilonios y judíos del Siglo VI a. de J. C. (época del Segundo Isaías), lo encontraréis en la figura 1. Aunque la Biblia no lo dice en parte alguna, los judíos del último período bíblico consideraban que Jerusalén era el centro del «círculo del mundo», de la misma manera que los griegos pensaban que el centro era Delfos. (Desde luego, una superficie esférica no tiene centro).

Una tienda no es una estructura esférica que rodea otra estructura esférica más pequeña. Jamás ha habido una tienda así. En su forma más esquemática es una semiesfera cuyos bordes tocan el suelo formando un círculo. Y el suelo de debajo de la tienda es plano. Esto es cierto en todos los casos.

Si queréis ver los cielos y la Tierra en sección lateral, tal como se describe en este versículo, ved la Figura 2. Dentro de la tienda de los cielos, sobre la base de la Tierra plana, moran las langostas que son la Humanidad.

Citemos ahora el versículo íntegro:

«Es el que está sentado sobre el círculo de la Tierra, y los habitantes de allí son como langostas; él tiende los cielos como un toldo, los despliega como una tienda para morar en ella». (Isaías, 40, 22).

La referencia a los habitantes de la Tierra como «langostas» no es más que un tópico bíblico para lo pequeño y carente de valor. Así, cuando los israelitas vagaban por el desierto y enviaron espías a la tierra de Canaán, estos espías volvieron con informes desalentadores sobre la fuerza de los habitantes y de sus ciudades. Los espías dijeron:

«… nos pareció a nosotros que éramos como langostas, y así les parecíamos nosotros a ellos». (Números, 13, 33).

Observad, empero, la comparación de los cielos con un toldo o una tienda. Una tienda, según suele representarse, está compuesta de algunas piezas que se montan y desmontan fácilmente: cuero, tela, seda, lona. El material se despliega arriba y se deja caer en todos los lados hasta que toca el suelo.

Este concepto es razonable para personas que no han estado muy lejos de su casa; que no han navegado en los océanos, que no han observado las posiciones cambiantes de las estrellas durante viajes muy hacia el Norte o el Sur, o el comportamiento de los barcos al acercarse al horizonte; que han tenido demasiado miedo en un eclipse para observar atenta y desapasionadamente la sombra de la Tierra sobre la Luna.

Sin embargo, hemos aprendido mucho sobre la Tierra y el Universo en los últimos veinticinco siglos, y sabemos muy bien que la imagen del Universo como un toldo desplegado sobre un disco plano no coincide con la realidad. Incluso los fundamentalistas saben esto, y la única manera que tienen de eludir la conclusión de que la Biblia está equivocada es negar el buen inglés.

Y esto demuestra lo difícil que es poner límites a la sandez humana.

Si aceptamos un cielo hemisférico descansando sobre una Tierra que es un disco plano, tenemos que preguntarnos sobre qué descansa éste.

Los filósofos griegos, culminando en Aristóteles (384-322 a. de J. C.), que fueron los primeros en aceptar una Tierra esférica, fueron también los primeros que no tuvieron que preocuparse por el problema. Se dieron cuenta de que la gravedad era una fuerza que apuntaba al centro de la Tierra esférica, de modo que podían imaginar que ésta estaba suspendida en el centro de la esfera, más grande, del Universo en su conjunto.

Para los que vinieron antes de Aristóteles, o no oyeron hablar nunca de él, o le despreciaron, «abajo» existía una dirección cósmica independiente de la Tierra. En realidad, ésta es una visión tan tentadora que, en cada generación, los chiquillos tienen que ser salvados de ella. ¿Cuál es el joven colegial que, en su primer encuentro con la noción de una Tierra esférica, no se pregunta por qué la gente del otro lado, que caminan boca abajo, no se cae?

Y si concibes una Tierra plana, como hicieron los escritores bíblicos, tendrás que resolver la cuestión de qué es lo que impide que se caiga todo.

La inevitable conclusión —para aquellos que no están dispuestos a considerar toda la cuestión como divinamente milagrosa— es presumir que la Tierra debe apoyarse en algo; por ejemplo, en columnas. A fin de cuentas, ¿no se apoyan en columnas los techos de los templos?

Pero entonces hay que preguntar dónde se apoyan las columnas. Los hindúes pretendían que las columnas se apoyaban en elefantes gigantescos, que, a su vez, estaban de pie sobre una tortuga supergigante, que, a su vez, nadaba sobre la superficie de un mar infinito.

Al final quedamos atascados en lo divino o en lo infinito.

Carl Sagan habla de una mujer que tenía una solución más sencilla que la de los hindúes. Creía que la Tierra plana descansaba sobre la espalda de una tortuga. Le preguntaron:

— ¿Y sobre qué descansa la tortuga?

— Sobre otra tortuga —contestó altivamente la mujer.

— Y esa otra tortuga…

La mujer interrumpió:

— Ya sé adónde quiere usted ir a parar, señor; pero es inútil. Hay tortugas hasta abajo de todo.

Pero, ¿habla la Biblia de la cuestión de sobre qué se apoya la Tierra? Sí, pero sólo casualmente.

Mirad, lo malo es que la Biblia no entra en detalles de cuestiones que presume que todo el mundo sabe. Por ejemplo, no describe a Adán cuando fue formado. No dice, concretamente, que Adán fue creado con dos piernas, dos brazos, una cabeza, sin cola, dos ojos, dos orejas, una boca, etcétera. Da todo esto por sabido.

De la misma manera, no dice lisa y llanamente «la Tierra es plana», porque los escritores bíblicos no oyeron decir nunca a nadie que no lo fuese. Sin embargo, podéis ver la calidad de plana en la serena descripción de la Tierra como un círculo y del cielo como una tienda.

De igual manera, sin decir concretamente que la Tierra plana se apoya en algo, cuando todo el mundo sabía que era así, se refería a aquel algo de una manera muy casual.

Por ejemplo, en el capítulo 38 de Job, Dios contesta a las quejas de Job sobre la injusticia y la maldad del mundo, no explicándole a lo que se refería sino señalando la ignorancia humana y negando, por ende, que los seres humanos tengan siquiera derecho a preguntar (una evasión altiva y autocrática de la pregunta de Job, pero eso no importa). Dice: «¿Dónde estabas cuando yo puse los cimientos de la Tierra? Dímelo si tanto sabes. ¿Quién determinó, si lo sabes, sus dimensiones? ¿Quién tendió sobre ella la regla? ¿Sobre qué descansan sus cimientos o quién asentó su piedra angular? (Job, 38,4-6).

¿Qué son estos cimientos? Es difícil decirlo, porque la Biblia no los describe de modo específico.

Podríamos decir que los «cimientos» se refieren a las capas bajas de la Tierra, al manto y al núcleo de hierro líquido. Pero los autores bíblicos no habían oído nunca hablar de tales cosas, como no habían oído hablar de las bacterias, por lo cual tuvieron de valerse de cosas tan grandes como las langostas para representar la insignificancia. Como veremos, la Biblia nunca se refiere a las regiones de debajo de la superficie de la Tierra como compuestas de rocas y metales.

Podríamos decir que la Biblia fue escrita en una especie de doble sentido; en versos que significaban una cosa para los sencillos contemporáneos de los escritores bíblicos, pero que significan algo distinto para los más ilustrados lectores del Siglo XX, y que significarían otra cosa para los todavía más ilustrados lectores del Siglo XXXV.

Pero si admitimos esto, toda la tesis fundamentalista se viene abajo, pues todo lo que dice la Biblia puede entonces interpretarse de manera que se ajuste a un Universo de quince mil millones de años y al curso de la evolución biológica, y esto lo rechazan de plano los fundamentalistas.

De ahí que, para discutir el caso de los fundamentalistas, debemos suponer que la Biblia del rey Jacobo está escrita en inglés, de modo que los «cimientos» de la Tierra son los objetos sobre los que descansa la tierra plana.

En otra parte del Libro de Job, éste dice, al describir el poder de Dios: «Las columnas del cielo tiemblan y se estremecen a una amenaza suya». (Job, 26, 11).

Parecería que estas columnas son los «cimientos» de la Tierra. Quizás están colocados debajo del borde de la Tierra, donde desciende el cielo para encontrarse con ella, como en la figura 3. Estas estructuras son, a la vez, las columnas de cielo y los cimientos de la Tierra.

¿Sobre qué se apoyan, a su vez, las columnas? ¿Sobre elefantes? ¿Sobre tortugas? ¿O hay pilares «hasta abajo de todo»? ¿O se apoyan en las espaldas de ángeles que vuelan eternamente por el espacio? La Biblia no lo dice.

¿Y qué es el cielo que cubre la Tierra como una tienda?

En el relato bíblico de la creación, la Tierra es, al principio, como una masa amorfa de agua. El primer día, Dios creó la luz y, de alguna manera, sin la presencia del Sol, hizo que fuese intermitente, de modo que existiese la sucesión de día y noche.

Después, el segundo día, colocó la tienda sobre la amorfa masa de las aguas:

«Dijo luego Dios: “Haya un firmamento en medio de las aguas, que separe las aguas de las aguas”». (Génesis, 1, 6.)

La primera sílaba de la palabra «firmamento» es «firm», y esto es lo que pensaron los escritores bíblicos. La palabra es una traducción del griego stereoma, que significa «un objeto duro» y es, a su vez, traducción del hebreo rakia, que significa «una lámina fina de metal».

Dicho en otras palabras: el cielo se parece mucho a la tapa hemisférica de metal que colocan sobre la fuente plana en nuestros restaurantes de lujo.

El Sol, la Luna y las estrellas se describen como creados el cuarto día. Las estrellas eran vistas como destellos de luz pegados al firmamento, mientras que el Sol y la Luna eran círculos de luz que se movían de Este a Oeste a través del firmamento o, quizá, debajo de él.

Esta visión se encuentra más específicamente en el Apocalipsis, que fue escrito alrededor del año 100 de nuestra Era, y que contiene una serie de visiones apocalípticas del fin del Universo. En un pasaje se refiere a un «gran terremoto». Como resultado del cual:

«… las estrellas del cielo cayeron sobre la Tierra como la higuera deja caer sus higos sacudida por un viento fuerte, y el cielo se enrolló como un libro que se enrolla…» (Apocalipsis, 6,13-14).

En otras palabras: las estrellas (aquellos puntitos de luz) fueron sacudidas de la fina estructura metálica del cielo por el terremoto, y el propio cielo de fino metal se enrolló como un libro enrollado.

Se dice que el firmamento «divide las aguas». Aparentemente hay agua sobre la base plana de la estructura del mundo, la propia Tierra, y hay también una cantidad de agua sobre el firmamento. Probablemente es esta cantidad en lo alto la responsable de la lluvia. (¿De qué otra manera puede explicarse que caiga agua del cielo?).

Por lo visto, hay aberturas de alguna clase que permiten que la lluvia pase por ellas y caiga, y, cuando se desea una lluvia particularmente fuerte, aquellas aberturas se ensanchan. Así, en el caso del Diluvio: «se abrieron las ventanas del cielo». «Génesis, 7, 11).

En los tiempos del Nuevo Testamento, los eruditos judíos habían oído hablar de la griega multiplicidad de esfera alrededor de la Tierra, una para cada uno de los siete planetas y una exterior para las estrellas. Empezaron a pensar que un solo firmamento podía no ser suficiente.

Así, san Pablo, en el Siglo I de nuestra Era, supone una pluralidad de cielos. Por ejemplo, dice:

«Sé de un hombre en Cristo que hace catorce años…, fue arrebatado hasta el tercer cielo». (II Corintios, 12, 2.)

¿Qué hay debajo del disco plano de la Tierra? Ciertamente no un manto y un núcleo de hierro líquido del tipo de que hablan actualmente los geólogos; al menos, no según la Biblia.

Debajo de la Tierra está, en vez de aquello, la morada de los muertos.

La primera mención de esto se hace en relación con Coré, Datán y Abiram, que se rebelaron contra la jefatura de Moisés en los tiempos en que vagaban por el desierto: «Y ocurrió…, que se abrió el suelo que estaba debajo de ellos. Y abrió la Tierra su boca y se los tragó a ellos, sus casas y todos los partidarios de Coré con todo lo suyo. Vivos se precipitaron en el abismo, con todo lo que les pertenecía, y la tierra se cerró sobre ellos, y perecieron… » (Números, 16, 31-33).

El abismo, o «Sheol», era visto en los tiempos del Antiguo Testamento como algo bastante parecido al Hades griego: un lugar de oscuridad, de debilidad y de olvido.

En tiempos posteriores, quizá bajo la influencia de los relatos de ingeniosos tormentos en el Tártaro, donde imaginaban los griegos que estaban recluidas las sombras de los grandes pecadores, el Sheol se convirtió en el infierno. Así, en la famosa parábola del rico y Lázaro, vemos la división entre los pecadores arrojados al tormento y los buenos que son elevados a la bienaventuranza:

«Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico y fue sepultado. En el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio a Abraham desde lejos y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: «Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que con la punta del dedo mojada en agua, refresque mi lengua; porque estoy atormentado en estas llamas». (Lucas, 16, 22-24).

La Biblia no describe la forma del abismo, pero sería interesante que ocupase el otro hemisferio del cielo, como en la figura 4.

Puede que toda la estructura esférica flote en la masa infinita de agua de la que fueron creados el cielo y la Tierra y que representa el caos primigenio, como se indica en la figura 4. En tal caso, quizá no necesitásemos las columnas del cielo.

Así, para contribuir a las inundaciones del Diluvio, no sólo se abrieron de par en par las ventanas del cielo, sino que, al mismo tiempo, «… se rompieron todas las fuentes del abismo…». (Génesis, 7, 11).

Dicho en otras palabras: las aguas del caos ascendieron y casi sumergieron toda la creación.

Naturalmente, si la imagen del Universo está ciertamente de acuerdo con las palabras literales de la Biblia, es imposible un sistema heliocéntrico. La Tierra no puede ser considerada como algo que se mueve (a menos que se la vea como flotando a la deriva en el «abismo») y, desde luego, no se puede imaginar que gire alrededor del Sol, que es un pequeño círculo de luz sobre el sólido firmamento que encierra el disco plano de la Tierra.

Permitidme recalcar, empero, que yo no tomo en serio esta imagen. No me siento obligado por la Biblia a aceptar esta visión de la estructura de la Tierra y del cielo.

Casi todas las referencias a la estructura del Universo que se hacen en la Biblia se hallan en fragmentos poéticos de Job, de los Salmos, de Isaías, del Apocalipsis y otros. Todo puede ser considerado como imágenes poéticas, como metáforas, como alegorías. Y los relatos de la Creación en el principio del Génesis deben también considerarse como imágenes, metáforas y alegorías.

Si esto es así, no hay nada que nos obligue a ver en la Biblia la menor contradicción con la Ciencia moderna.

Hay muchos judíos y cristianos sinceramente religiosos que consideran exactamente la Biblia bajo este prisma, que piensan que la Biblia es una guía para la Teología y la Moral, que es una gran obra poética, pero no un libro de texto de Astronomía, Geología o Biología. Entonces, no tienen la menor dificultad en aceptar tanto la Biblia como la Ciencia moderna y situar a cada cual en su sitio, de manera que «… dan al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios». (Lucas, 20,25).

Yo sólo discuto con los fundamentalistas, los literalistas, los creacionistas.

Si los fundamentalistas se empeñan en imponernos una interpretación literal de los relatos de la Creación contenidos en el Génesis; si tratan de obligarnos a aceptar una Tierra y un Universo que sólo tienen unos pocos miles de años de antigüedad, y a negar la evolución, entonces insisto en que deben aceptar literalmente todos los demás pasajes de la Biblia…, y esto significa una Tierra plana y un cielo fino de metal.

Y si esto no les gusta, ¿qué más me da a mí?