Washington, marzo del 2016.
El lugar estaba repleto de gente. Los aplausos se sucedían mientras cada mujer recibía la distinción de la Primera Dama de los Estados Unidos: “Premio a Mujeres con Coraje” que cada año enaltecía la labor de las féminas en su batallar contra la violencia sexual en el mundo, su afán de superación y la lucha por defender a otras mujeres.
Alina, Hanna y Peter, se levantaron y aplaudieron cuando Lilian pasó a recibir el galardón. Con el corazón henchido de orgullo, Peter vio a su mujer caminar con porte serio hacía la esposa del Presidente, los labios se le curvaron mientras recordaba que apenas dos horas antes la tenía caliente y jadeante aferrando las sabanas de la cama del hotel mientras él se enterraba en ella. Casi llegan tarde, culpa del embarazo y las hormonas que tenían a su mujer insaciable esos días y no era que se quejara. Con un gesto, Lilian agradeció a la Primera Dama y bajó de nuevo.
Las cosas habían ido muy bien, después de la condena de treinta años a Hale, sin posibilidad de excarcelación, el horizonte brillaba para ellos. Las ventas de Always después del lanzamiento de la campaña habían superado las expectativas de todos. El reportaje en la revista Vogue y la publicidad acarreada por el juicio había ayudado a poner el perfume entre los más vendidos del trimestre pasado.
Lilian había organizado su tiempo y trabajaba a tiempo parcial en la empresa de publicidad y medio tiempo en la nueva ONG que lideraba junto con Cinthia y Janeth. Cuando naciera el bebé bajaría el ritmo, se tomaría un año sabático.
La boda sería a principios de abril, los preparativos iban viento en popa y para la luna de miel, Peter pensaba llevarla dos semanas a Hawái.
—¿Tú crees que le gusten las galletas?
Hanna, que estaba sentada a su lado, se refería a las galletas que había preparado para la Primera Dama. Peter y ella las habían entregado a una persona encargada del evento y que dijo que las haría llegar a su destino. Sabía que por esquemas de seguridad, esas galletas probablemente no llegarían a ella, pero no sería él quien le quitara la ilusión.
—Claro que sí, renacuaja.
—Mi hermana es una estrella —dijo la joven en cuanto vio a Lilian sonreírles luego de estrecharle la mano a la Primera Dama.
Peter pensó que se refería a lo famosa que se había vuelto su hermana.
—Lilian brilla —insistió Hanna.
Peter le devolvió la sonrisa a Lilian con dulzura y con calor, su mujer le regalaba todos los días un mundo con el que jamás soñó. Sí, era su jodida estrella.
—Tienes razón, renacuaja, tienes razón.
FIN.