CAPÍTULO 24

 

 

Peter salió tras ella, confirmó que la cuenta estuviera pagada, dejó propina y partió con algo de prisa. No debió haberla ofendido de esa manera, teniendo sexo en un cuarto de archivo de un restaurante, un lugar donde alguien los hubiera podido encontrar en cualquier momento. En cuanto empezaba a pensar con la polla, se convertía en un imbécil. Su mujer tenía razón. Tendría que arreglarlo de alguna forma. Llamó a Cole, uno de los guardaespaldas, que le dio la ubicación de Lilian, estaban a pocos metros de ella en Times Square.

 

Lilian salió del restaurante furiosa, se limpió las lágrimas que empezaron a correr por su rostro y se obligó a caminar hasta encontrar un taxi. Se sumergió entre la multitud de gente al llegar a pleno Times Square. Las luces de neón de los miles de avisos le produjeron mareo. Caminó hasta una esquina entre un grupo de mujeres hindúes y un montón de turistas con pintas de europeos. Un ratón Mickey gigante se acercó a ella, y lo esquivó dando un rodeo a las mujeres que se exhibían en topless ante las miradas y flash de cámaras de los turistas. La humedad entre sus piernas la mortificaba, se reprendió de nuevo por ser tan tonta. Alguien la empujó de lado y sintió un ardor que le atravesó el abdomen. La sensación fue como si hubiera recibido un latigazo. Un dolor profundo y candente se instaló en toda la zona del  vientre e irradió por la espalda, hizo caso omiso y quiso seguir caminando ante la mirada estupefacta de la gente que empezó a rodearla al verla manchada de sangre. En segundos un par de hombres fornidos —reconoció a Cole, el guardaespaldas que la había recogido una vez en Los Ángeles—, la sostuvieron y evitaron que cayera. Se sintió paralizada al tiempo que escuchaba la voz de Peter:

 

—¡Lilian, mi amor…! ¿Qué te ocurre? —Se dejó llevar y la negrura la invadió de pronto.

 

Peter, presa del terror más profundo, al ver el vestido manchado de sangre y la palidez en el rostro de Lilian, se quitó la chaqueta y la acomodó en forma de almohada debajo de la cabeza de ella, mientras esperaba la llegada de la ambulancia.

 

El par de escoltas espantó a los curiosos, que se alejaron unos metros sin dejar de mirar le drama que se desarrollaba frente a ellos.

 

—¿Quién fue? —gritaba Peter a los escoltas—. ¿Dónde diablos estaban?

 

—Lo siento, señor, el tipo fue como una sombra. Llevaba jean y chaqueta con capucha oscura. Un testigo me dijo que era blanco, esperaré con él a la policía para que haga un bosquejo.

 

El sonido de la ambulancia, que aparcó a pocos metros, opacó el ruido de los autos que pasaban y las voces. En minutos la acomodaron en la camilla. Peter se montó con ella para acompañarla al hospital.

 

“¡Dios mío! Si te me mueres, me muero yo también. ¡Perdóname, cielo!”, suplicaba Peter. Se inclinó con la mano de ella en la suya y lloró como un niño, mientras los enfermeros le encontraban la vena y le revisaban la herida. Había recibido una puñalada y hasta que no llegara a urgencias no sabrían cuán delicado era. Los enfermeros detuvieron la hemorragia y la hidrataron.

 

Peter caminaba como león enjaulado por la sala de espera, se había quitado la corbata y se mesaba el cabello a cada rato en gesto nervioso. Jamás había experimentado un miedo tan visceral. No sabía qué tan grave había sido la herida, cada vez que veía una enfermera o un médico, el miedo sepultaba las ganas de saber.

 

—Se repondrá, señor Stuart —le dijo el médico después de la cirugía—. Ya la pasamos a la habitación, está sedada, pero puede acompañarla. La herida no tocó órganos vitales, solo tejido, ya se corrigió el traumatismo. Saldrá de la clínica en tres días y estará incapacitada cinco semanas. Lo más importante ahora es que no sufra alguna infección.

 

—¿Puede viajar en un avión especial? Sé que querrá estar con su familia.

 

—Mientras permanezca acostada, no veo problema. No puede olvidar las pastillas para el dolor y los antibióticos.

 

—Gracias, doctor.

 

Lo impresionó de nuevo la palidez de Lilian en contraste con su cabello rojo. Se sentó a su lado y sosteniéndole la mano, esperó a que despertara. ¡Dios mío! Él había hecho eso, la había dejado sola y vulnerable para que la atacaran, cuán culpable se sentía. “Perdón, perdón, perdón, mi amor. Si te hubiera acompañado, esto no hubiera ocurrido”.

 

La llamada a Alina fue lo segundo más difícil de la noche. Le costó trabajo tranquilizarla. Le prometió que llevaría a su hija sana y salva a casa.

 

Los rayos de sol entraban por entre las persianas de la habitación. Una enfermera observaba el goteo de líquidos y anotaba los datos en una planilla. Lilian abrió los ojos y trató de ubicarse, no recordaba así la habitación de hotel, luego lo ocurrido el día anterior acudió a su mente. Se llevó la mano al abdomen y sintió una puntada en la herida, con ella despertaban los dolores. Peter se le acercó.

 

—¿Qué pasó? —preguntó.

 

Él tenía la misma ropa del día anterior, la camisa manchada de sangre, un asomo de barba y profundas ojeras debajo de los ojos.

 

Peter le explicó lo que había pasado y los cuidados de debía tener. Le dijo que ya había hablado con Alina y que en tres días la esperaban en Napa.

 

—Pero el juicio es en cuatro semanas.

 

—Lo sé, pero primero tienes que recuperarte y Los Ángeles no es la mejor opción.

 

Ella asintió.

 

—¿Crees que fue Hale?

 

En los ojos de Peter brilló la ira.

 

—Estoy seguro —contestó con rabia.

 

—¿Por qué yo?

 

—Porque eres la que más peligro representa para él, nunca te dejaste comprar, lo llevaste a juicio cuando ocurrió todo y has tenido el coraje de enfrentarlo. Ya la policía está tras algunas pistas, las cámaras de seguridad ayudan mucho.

 

—Debo hablar con Maribel, con las chicas.

 

—Ya me ocupé de eso, luego, cuando estés más despierta, lo harás.

 

—El escolta que estuvo conmigo en Los Ángeles…

 

Peter carraspeó.

 

—Yo contraté los escoltas que han estado contigo estos meses. No debía ni podía dejarte en manos de ese malnacido.

 

Lilian le obsequió una profunda mirada.

 

—Gracias.

 

Peter no le contestó.

 

—Te dejaré sola un momento, voy a ir al hotel a cambiarme, regresaré en un rato. Cole y Mark están afuera, no estarás sola.

 

Ella solo lo quería a él.

 

—Te espero.

 

Peter puso la mano en el pomo de la puerta y sin mirarla, le dijo:

 

—Respecto a lo de anoche, quiero pedirte…

 

—No es necesario, ambos estábamos ofuscados, puedo entenderlo.

 

Peter afirmó con la cabeza y salió sin decirle más.

 

 

 

 

 

Tres días después viajaban en un avión alquilado que los llevaría al aeropuerto más cercano a Napa. Lilian, recostada, trataba de leer un libro mientras Peter trabajaba en el computador. No quería perder su cercanía, los días anteriores apenas se había separado de ella. La había tratado con cortesía, distante, atento a sus más mínimas necesidades, pero lejano. En cuanto la dejara en casa, volvería a San Francisco, a su vida y no la vería quién sabe en cuánto tiempo.

 

El vuelo fue largo e incómodo y lo único que deseaba era ver a Hanna y a su madre. Peter la llevó alzada hasta el auto, en el que echó el asiento de ella hacía atrás. Frunció el ceño al rozarla para colocarle con delicadeza el cinturón de seguridad. Lilian se dijo que debía estar horrible, ya que su marido evitaba acercarse a ella.

 

Alina la recibió como a la hija pródiga. Hanna, en cambio, estaba seria y triste. Peter se quedó hasta el día siguiente y salió temprano después de una breve despedida. Lilian no sabía cómo arreglar las cosas. Tendría que arrastrarse, eso era un hecho. A la semana, ya daba pasos por la habitación y hablaba por Skype con Cinthia y Janeth. Las demás llegarían para el juicio una semana antes. Le urgía ponerse bien.

 

La investigación del atentado a Lilian no había arrojado gran cosa hasta el momento. Peter no le había levantado la seguridad, pero después de lo de Nueva York, había cambiado de escoltas. Alina estaba abrumada con el par hombres rondando por la casa, pero lo aceptaba hasta que se supiera quién había atentado contra su hija.

 

Peter volvió el siguiente fin de semana, pero era como si no lo hubiera hecho, pues se dedicaba a los entrenamientos de Hanna y a reparar las cabañas que después de los últimos huéspedes necesitaban refacciones. Al siguiente fin de semana, trajo a Alice con él.

 

Ya Lilian bajaba al primer piso y descansaba en el porche con una manta. Ambas observaban como Peter cambiaba unas tejas del techo en compañía de un sobrino de Manuela. No le perdían ni pies ni pisada, y estaban mirándolo cuando se quitó la camiseta.

 

—Jolines, tu marido está para comérselo —soltó Alice, risueña.

 

—¡Oye! Es mi marido.

 

—¿Y qué? Me imagino que le habrás saboreado ese abdomen tan divino con sus six-packs a punta de caramelo.

 

—No deberías hablar así, estoy en recuperación, puedo recaer —se quejó Lilian, de buen humor—. Ese novio que tienes debería darte unas palmadas.

 

—No le va la onda Grey.

 

—¿Y qué le gusta?

 

—Besos, caricias, abraza mucho. ¿Sabes?

 

—¿Follan?

 

—No, hacemos el amor —dijo, en tono remilgado.

 

—Vaya cambio, ahora que lo tienes seguro.

 

—No sé si esté seguro, seguí todos tus consejos y estoy cada día más enamorada.

 

Hanna las interrumpió.

 

—¿Qué consejos?

 

—De amor —dijo Alice—. Tu hermana es experta en amor.

 

Hanna soltó la carcajada.

 

—Lilian no sabe nada —refutó.

 

—Muchas gracias —respondió Lilian, quisquillosa.

 

Hanna siguió de largo y llegó hasta donde Peter medía unas tablas de madera. Habló con él un momento y volvió a entrar a la casa.

 

—¿Qué es lo que le decías a Peter?

 

—Mañana viene un amigo a hacer galletas, le estaba contando.

 

El corazón de Lilian se encogió. Hanna se abría con Peter de una manera que no lo hacía con ellas, la figura de su marido le había devuelto la sensación de contar con un padre, ya que el suyo, en vida, estuvo mayormente ausente.

 

—Tienes que recuperarlo, no te queda de otra —señaló Alice—. Y te estás demorando mucho.

 

—Tendré que pensar en algo.

 

Lilian se bañó y se cambió, ya había terminado el tratamiento, pero todavía sentía ligeras punzadas cuando se agachaba. El proceso de cicatrización demoraría dos semanas más; el mismo tiempo que faltaba para el inicio del juicio. Necesitaba a su marido con ella. Le habló a Alina de sus planes.

 

—¡Por fin! Me alegra que hayas visto la luz o sería capaz de robártelo.

 

—¡Mamá!

 

—Te veo diferente y no de ahora, llevas días así, como si te hubieras liberado de un peso aplastante. Me alegra, ya lo estás dejando ir y cuando condenen a ese maldito, será mucho mejor.

 

Y era cierto, Lilian duró días tratando de darle nombre a la nueva sensación que se adhería a su vida, así como tiempo atrás lo había hecho su máscara. Libertad, por primera vez en años se sentía libre, las murallas que la habían inmovilizado ahora eran estructuras ruinosas que se caían solas, permitiéndole respirar. ¡Tanto tiempo perdido, levantando una carga sucia y pesada que no significaba nada! Las fotos no la aniquilaron, y el juicio, al margen del veredicto, tampoco lo haría. Jason Hale ya tenía lo que se merecía, sin haber recibido una condena. La herida tanto tiempo abierta por fin estaba cicatrizando y con el paso del tiempo, solo sería un recordatorio de que todo en la vida puede superarse. Era hora de permitirse ser feliz y con Peter a su lado, lo lograría. Quería compartir su vida con él, darle hijos, enfrentarlo. Era un hombre que respetaba su esencia y por lo que veía, no eran muchos los que lo hacían. Haría bien en tenerlo presente.

 

Su madre le dio un tierno beso en la mejilla.

 

—Me encanta el ser humano en el que te has convertido, estoy muy orgullosa de mis hijas.

 

—Gracias, mamá.

 

Mientras le contaba a su madre lo que había planeado y le pedía su ayuda, Peter se llevó a Hanna al entrenamiento, después había reunión y volverían al anochecer. Lilian le pidió a su hermana que lo demorara, lo llevara a comer algo o a dar una vuelta.

 

—Está bien. —Fue todo lo que dijo la chica.

 

Las mujeres trabajaron, en un espacio del jardín que tenía una vista al pequeño lago, pusieron luces entre las ramas y una mesa con dos sillas. Lilian no hacía gran cosa, la habían obligado a sentarse.

 

—¿Crees que dé resultado? ¿Y si ya no quiere nada conmigo?

 

Alina resopló.

 

—No creo.

 

—Te lo tendrías bien merecido —dijo Alice, en broma.

 

—Cállate —ordenó Alina.

 

—Es cierto, mamá. No he sido una buena esposa.

 

—Quieres enmendarlo y eso es lo que cuenta.

 

 

 

Peter y Hanna llegaron agotados al anochecer. Alina y Alice estaban en la sala charlando y tomando vino. Hanna las saludó y después de un bostezo, se fue a dormir.

 

—¿Lilian ya se acostó? —preguntó Peter.

 

—No, está en el jardín de atrás —dijo Alice, limándose las uñas.

 

—¿No es un poco tarde?

 

—Búscala— dijo Alina.

 

Peter tomó un chal de una silla y salió de la habitación, no quiso pensar en las expresiones entre risueñas y burlonas de Alina y Alice. Estaba harto, la situación entre Lilian y él estaban en un punto en que lo único que habría que hacer era darle una patada y todo terminaría por rodar cuesta abajo. Furioso y frustrado por cómo estaban las cosas, salió al jardín.

 

Un centenar de luces adornaban el árbol y la vegetación adyacente. Había una mesa con una lámpara de las antiguas y su mujer, sentada, observaba a lo lejos. No hizo ruido al acercarse. La luz tenue le daba un tono nacarado a la piel de Lilian. Llevaba el cabello suelto. Peter había sido un gran admirador de la belleza, se dio gusto cuando tuvo que dárselo, pero ahora, en la madurez de su vida, necesitaba a una verdadera mujer, con coraje, con inteligencia, que lo volviera loco y esa era Lilian. Necesitaba recuperar a su mujer.

 

—Hola —dijo y le colocó el chal sobre los hombros.

 

Ella le devolvió una sonrisa agradecida.

 

—Hola —contestó, nerviosa.

 

—¿Y esto?

 

—Quería pasar un rato a solas con mi esposo, bien sabe Dios que en la casa es misión imposible. Traje vino y algo para picar.

 

Peter, sorprendido, pero sin hacerse muchas ilusiones, se sentó a su lado. No quería beber ni comer nada, ni siquiera intentó abrir la botella. Ella tampoco. La notó nerviosa, podría insistir en el divorcio o en alejarse de él de cualquier forma.

 

Lilian tomó su mano y con los dedos entrelazados observó los anillos de matrimonio.

 

—La tapa del frasco de Always la diseñé como un homenaje a nuestro matrimonio, en esos días pensaba que si no funcionaba, algo de nosotros estaría representado en el perfume. Hoy me doy cuenta de que no es suficiente, por lo menos para mí.

 

—Lilian…

 

—Déjame hablar, por favor… —insistió ella con voz ronca y llena de inseguridad.

 

—Continúa.

 

—Te amo, Peter, te amo —confesó con intensidad y asombrándose de cómo repetir esas palabras la liberaba—. Te amo tanto que a veces me duele el corazón. Otras veces, cuando llegas, siento que se expande en el pecho, impidiéndome respirar y sé que nadie más provocará eso en mí jamás.

 

Peter la miró, conmocionado. “Gracias Dios”, agradeció al firmamento.

 

—Durante mucho tiempo me sentí sucia e indigna de ser amada —balbuceó, nerviosa—, llegaste tú y con un brochazo borraste una parte de mis frustraciones y con un respeto sublime, me convenciste de que podía hacer lo que quisiera. Me regalaste de nuevo la vida y por eso te amaré siempre. Y luego la manera en que acogiste a Hanna bajo tu ala, te lo agradezco como no te imaginas. Quiero casarme por la Iglesia, quiero una boda de cara al mundo, con nuestras familias y tus cientos de amigos. Empezar de cero y no es que considere menos la boda en Las Vegas —lo miró, implorante, con la certeza de estar haciendo lo correcto—. Me habría arrodillado, pero la herida aún no me deja.

 

Peter se quedó unos segundos en silencio, mirando al frente. La soltó y el corazón de Lilian se arrugó de pena, se levantó y anduvo unos pasos, sopesando lo que iba a decir. Se paró frente a ella, que ya tenía los ojos aguados.

 

—Si vas a desocupar mi cuenta bancaria por culpa de los preparativos de la boda, necesito saber qué recibo a cambio.

 

Un sollozo de euforia escapó de la garganta de Lilian. Él la abrazó y la besó como hacía tiempo deseaba hacerlo.

 

Vulnerable y asustada, pero feliz al ver la expresión con que su marido la agasajaba, Lilian lo miró a los ojos.

 

—A mí, me recibes a mí —dijo, incapaz de soportar los sollozos que amenazaban con ahogarla—. Eres un hombre maravilloso que merece a su lado a la mujer perfecta. Yo no lo soy, pero soy la mujer que te ama. —Se golpeó el pecho varias veces—. Amo a mi familia, pero tú eres mi hogar y quiero que lo seas siempre. Eres el regalo que me dio la vida después de todo lo malo. Sé que te he hecho sufrir por culpa de mis inseguridades y me pasaré la vida entera enmendando ese error si me das otra oportunidad.

 

Peter le limpió las lágrimas y la miró, enternecido. Ella continuó con su diatriba, como si después de callar tanto tiempo, sus sentimientos no pudieran contenerse.

 

—Quiero que seas mi compañero, quiero llevar tus hijos en mi vientre. Recuerdo cada palabra y cada voto pronunciado ese día en Las Vegas, pero mis muros me impedían soñar.

 

Peter se acercó más y con voz llena de emoción, le dijo:

 

—Llevo varios meses esperando por estas palabras —susurró—. Sabes que te amo también.

 

Ella afirmó con la cabeza.

 

—Hay algo que quiero contarte, quería decírtelo en el restaurante, pero no me atreví.

 

Peter levantó la barbilla de Lilian, le movió el rostro con lentitud, hasta que su mirada de hojas frescas y pestañas húmedas descansó en él.

 

—Sabes que puedes decirme cualquier cosa.

 

—El día  que aparecieron las fotografías en la universidad —carraspeó, incómoda—, quise quitarme la vida.

 

Peter la aferró él.

 

—¡Mi cielo! Cuánto has sufrido.

 

Ella se separó de él, le mostró la pequeña cicatriz del corte que se había hecho.

 

—Este es mi recordatorio de la mayor estupidez que iba a cometer. Me avergüenza sentirme así, pero ya no más, ya pasó —dijo, con una firmeza que enterneció el corazón de Peter.

 

Él acercó la muñeca a los labios y la besó con honda ternura.

 

—Todo eso queda atrás —sentenció con resolución—. Te amo, te amo más que a nada en el mundo.

 

—Eres un hombre maravilloso, no me cansaré de decirlo, tienes mi corazón en tus manos.

 

 

 

 

 

Una tibia mañana de cielo nublado de la primera semana de octubre, ocho años después de ocurrido el delito, Lilian Norton, junto con cuatro mujeres más, ingresó a la sala del tribunal de la Corte de Justicia, que estaba repleta. Un grupo de mujeres de todo el país les habían hecho calle de honor en la entrada, con pancartas y parabienes las apoyaban en su lucha. No todo era color de rosa, había mucha gente a en contra, pero esa vez personas muy preparadas estaban ayudándolas. Tres días atrás habían logrado vincular a Hale con el atentado a Lilian. El maleante había recibido el dinero de uno de sus ayudantes, la idea no era matarla sino asustarla. Ya hecha la conexión, se abriría un nuevo juicio por intento de homicidio en la persona de Lilian Norton.

 

Lilian vestía un sencillo traje oscuro, poco maquillaje, y como única joya, lucía su argolla matrimonial. Peter la observaba desde la segunda fila. Subió al estrado y ante la Santa Biblia, juró decir la verdad y toda la verdad. Jason Hale la observaba desde el banquillo de los acusados, su fría mirada contrastaba con el rictus amargo de su boca. Lucía un traje oscuro también, se veía demacrado, casi derrotado bajo su refinada fachada.

 

—Por favor, diga su nombre.

 

—Lilian Norton.

 

Su abogada la interrogó y ella contó de nuevo su historia, relató los pormenores como si de una película se tratara, sus emociones afloraron, pero al ver a Peter y a sus compañeras de infortunio, se dijo que no estaba sola. Jason Hale ya no la intimidaba con su halo de matón.

 

Las siguientes semanas del juicio se sucedieron con los testimonios de las demás víctimas, que la defensa trató de echar por tierra en su empeño por defender la inocencia de Hale. Las dos partes presentaron a sus testigos. Después de un receso de una semana, en el que Lilian se reintegró a trabajar, volvieron a Los Ángeles. La prensa no los dejaba en paz, a la salida de la casa o del trabajo, los asediaban, había fotografías de ellos en todas las revistas. Lilian se había convertido en una persona mediática y la estampa de su esposo ayudaba. Eran tema de revistas, periódicos y blogs de farándula.

 

—Vamos a terminar como esas parejas que ventilan su vida privada en un programa de televisión —decía Lilian a Peter mientras salían de una cafetería en Rodeo Drive—. Solo falta que las cámaras entren a la casa.

 

—Y firmar un contrato millonario con una de esas famosas cadenas.

 

—Ni Dios lo quiera.

 

Los alegatos de ambas partes duraron tres días. A la mañana siguiente, el jurado entraría a deliberar. Ellas sabían que podían transcurrir horas o días, tenían que prepararse para una larga espera. El jurado duró deliberando una hora. Lilian no sabía si era algo bueno o malo. Cuando el presidente abrió el sobre, las mujeres se tomaron de las manos y con los ojos cerrados, esperaron el veredicto.

 

—En el caso de Mary Donovan, encontramos al acusado culpable.

 

Una ovación se escuchó por toda la sala.

 

—En el caso de Linda Flynn, encontramos al acusado culpable.

 

Otra ovación.

 

—En el caso de Lilian Norton, encontramos al acusado culpable.

 

Lilian se abrazó a sus amigas y de pronto se vio envuelta en los brazos de Peter. Las lágrimas rodaron por sus mejillas. Alina, que estaba más atrás, le envió un beso.

 

—En el caso de Amber Tayler, encontramos al acusado culpable.

 

Lilian miró de reojo la cara de Hale, el hombre se había encerrado en sí mismo.

 

—En el caso de Evie O´Brian, encontramos al acusado culpable.

 

—Esta corte —dijo el juez—, encuentra al acusado culpable, el próximo tres de diciembre se dictará sentencia.

 

Dos meses largos había durado el juicio.

 

El mazo del juez cayó, entraron los guardias que se llevaron a Hale esposado, en lo que sería el inicio de su cautividad.

 

 

 

 

 

—Cielo, si no sales, entraré —llamó Peter desde la habitación.

 

—Ya voy, ya voy.

 

Lilian caminaba nerviosa en el baño, en su reloj faltaban treinta segundos para saber el resultado de la prueba de embarazo. Quisieron esperar hasta después de la boda, pero Lilian había estado indispuesta por Navidad, tomó antibióticos y las pastillas anticonceptivas perdieron su efecto.

 

Dos jodidas rayas.

 

—¡Sí! —susurró ella ante la paleta que indicaba que estaba embarazada.

 

Salió del baño y caminó en apariencia tranquila hasta la cama.

 

—Faltan tres minutos, amor.

 

Se acostó en la cama y miró el techo. Necesitaba ese breve espacio de tiempo para ella antes de que fuera real, antes de que él saliera del baño con gesto de ilusión en su rostro y sus vidas ya no fueran las mismas. Enrique VIII estaba acostado a los pies de la cama. Tomó la mano de su marido.

 

—Mamá y Hanna vendrán el fin de semana, pasaremos el domingo en casa de tus padres. Manuela y su sobrino atenderán el hostal.

 

—Me alegro, Alina necesita descansar, hacer otras cosas, conocer gente.

 

Peter se levantó como un resorte.

 

—No me aguanto.

 

Lilian soltó la carcajada mientras su marido entraba al baño.

 

—¡Sí! Eres una bribona… —Peter salió con la prueba—. ¿Desde cuándo lo sabes?

 

—Desde hace dos minutos.

 

—Si no estuvieras embarazada, te haría cosquillas hasta que reptaras por la habitación, pidiendo clemencia.

 

—Pero no puedes, estamos embarazados —canturreó Lilian.

 

—¡Qué va! —Se abalanzó sobre ella, de forma suave, eso sí, y la atacó a cosquillas.

 

Las carcajadas de Lilian espantaron al gato de la cama.

 

—No puedes, no….

 

Peter la miró, ella con el cabello desordenado le sonrió juguetona y se le colocó encima. Tenía los ojos llenos de ilusión, de futuro… De un amor para siempre.

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