—¿Que hiciste qué? —Alice daba vueltas alrededor de Lilian, que trozaba verduras en una tabla de picar. Por culpa de los nervios que la asaltaban, ya había un recipiente lleno.
—Lo que oíste.
—Para, para —Alice puso una mano encima de la mano que maniobraba el cuchillo—. Para, o terminarás sin dedos. Además, no creo que nos comamos esto ni en una semana.
—Te juro que no sé cómo pudo pasar.
—Yo sí sé, hombre divino, polvos salvajes, licor, fiestas… ¿Me equivoco?
—Es todo un cliché.
—Lo que no entiendo es cómo la comedida Lilian, la que no hace dos semanas me pidió que cerrara las piernas hasta el Día del Juicio, va un fin de semana a Las Vegas y llega con marido.
Lilian dejó la labor, se sentó en la silla, apoyó los codos en el mesón y se llevó las manos a la cara.
—No sé, no sé, es como si otra persona hubiera tomado posesión de mí.
—Cuéntame todo, a lo mejor entre las dos podemos dilucidar tu ataque de locura.
Cada vez que pensaba en lo ocurrido, se le contraía el abdomen. En el trabajo estuvo a punto de un infarto cada vez que sonaba el teléfono. No salió de su cubículo ni siquiera cuando Helen le pidió que le contara sobre el baile y la campaña. Beatrice se esfumó después del mediodía con todas sus cosas. No le dijo una palabra, pero su mirada derrotada y furiosa le expresó todo. Se imaginó que en pocos días habría un reemplazo. Ella también había decidido en la madrugada que iniciaría la búsqueda de un nuevo trabajo. Podría recurrir a Paul en última instancia, Peter no tendría por qué saber que trabajaría con ellos.
El silencio de Peter la asustaba, se sentía como un preso antes de recibir la sentencia. Solo oraba porque le hubiera vuelto la cordura y accediera al divorcio enseguida. Sería un episodio sin importancia con el paso del tiempo. Aunque para ella no sería así, tenía grabado en su mente cada segundo de esa noche y no le cambiaría nada, ni siquiera la sencilla boda. Se sintió real, la manera en que Peter la miró cuando pronunció sus votos con seguridad y confianza, al revés de ella, a quien le tembló la voz en todo momento.
Su madre la mataría. Su relación había cambiado mucho desde lo ocurrido —y aunque Alina trataba de acercarse a ella, Lilian era consciente de que sin Hanna de por medio, tendrían una relación lejana—, pero eso no le impediría juzgar los actos de su hija, como siempre.
Después de relatarle a Alice con pelos y señales lo ocurrido y ver la sucesión de expresiones que se sucedían en el rostro de su amiga al escuchar la extraña historia, esta se quedó callada unos minutos, sacó dos copas de vino y sirvió el licor. Lilian no lo rechazó y esperó su veredicto.
A pesar de la evidente campaña que Alice había hecho para que Lilian saliera del caparazón, se notaba que le preocupaba la actitud asumida por su amiga a en Las Vegas.
—El hombre siente algo profundo por ti, no estamos hablando de un jovencito dejándose llevar por las drogas o el licor.
—Muchos hombres lo hacen y no tan jóvenes, jugadores, artistas…
Alice se quedó momentáneamente cortada.
—Nada de lo que me has comentado sobre él me indica que es el tipo de persona que haría algo así en Las Vegas sin una poderosa razón. Él no te va a hacer las cosas fáciles con el divorcio, estoy segura de que descubrió algo y no lo va a dejar ir hasta que sepa qué es. Lo que importa aquí es por qué lo hiciste tú, y tus intenciones no fueron tan nobles como las de Peter. Quisiste reconocimiento por todo lo alto, te dio ira la manera en que fuiste tratada por Beatrice.
—No pensé en Beatrice durante mi boda —retrucó.
—Pero tu subconsciente sí. Te dejaste llevar por lo que pasó en ese baño.
—¡No! Él me hizo sentir mujer.
—Pero no todas corren a casarse por eso.
—No lo entiendes, fue magia, fue algo único que se da pocas veces en la vida, si es que se da. ¿No has vivido un momento perfecto con alguien y quieres darle el final que se merece?
—He vivido muchos momentos perfectos y no he corrido ante un juez a hipotecarme la vida.
—No sé, no sé, me he reprimido de mucho todos estos años, de pronto quería salir al mundo y decir: “Soy Lilian Norton y puedo hacer lo que me venga en gana”.
—Lo siento, no suena como tú —dijo Alice, poco convencida.
—Pero lo pensé, te juró que lo pensé.
—Háblame de tus sentimientos hacia él. No los has nombrado en ningún momento.
—No estoy enamorada de él. Es guapo, atractivo, caballero…
—Buen polvo…
—Sobre todo, buen polvo, aunque no tengo experiencia para comparar.
Bebió de su copa y continuó.
—Es un hombre generoso, siempre lo tuve por alguien superficial y no lo es. Tiene la facultad de leer tus pensamientos, es un hombre bueno, alegre… —Se quedó pensando unos momentos—. Es cómplice de las mujeres, ya veo porque todas lo adoran.
—Estás jodida, tu esposo te atrae.
—No lo considero mi esposo.
—Él sí te considera su esposa.
Lilian se levantó de la silla.
—No quiero hablar más del tema, pidamos una pizza.
—Cómo quieras, pero una última pregunta. ¿Te vas a volver a acostar con él?
—No lo creo.
—No dejes que tu corazón se entrometa en esto. Puedes salir lastimada.
De no estar la ceremonia de por medio, consideraría tener una relación de amantes con Peter, algo privado, solo de los dos, de lo que nadie en la agencia se enteraría, pero ahora las condiciones eran diferentes. No le parecía correcto vivir la relación como si fuera un sucio secreto y tenía el presentimiento de que a él no le gustaría tampoco.
Lilian llegó al día siguiente a la oficina en la misma nube de incertidumbre del día anterior. Había elegido para esa jornada un vestido de gabardina color beige, el clima era benigno y no aparecía lluvia en el horizonte. Se peinó el cabello en una cola de caballo y se maquilló de manera tenue. Sabía que ese día lo vería, era la firma del contrato y estaba segura de que los Harrison la convocarían a la reunión. Además, tendrían que hablar del nuevo director creativo. Con lo que había añorado ese trabajo, y ahora le sería imposible aceptarlo.
A los diez minutos de llegar, Peter la convocó a la oficina.
A Lilian se le secó la garganta tan pronto entró al lugar y lo vio, el nudo en el estómago no le había cedido desde que lo dejara en la suite del Bellagio y el sudor humedecía sus manos. Su mirada recorrió su figura, envuelta en un traje oscuro de diseñador y corbata de varios colores, su cabello brillaba.
Peter, con un gesto, la invitó a que tomara asiento en una de las sillas que bordeaban la pequeña mesa que utilizaba para reuniones. La oficina relucía. Peter se sentó a su lado. Permanecieron en silencio unos minutos, observándose. Ella decidió terminar con la tensión, que se hubiera podido cortar con un cuchillo.
—¿Cómo has estado? —preguntó.
Él, sorprendido de que iniciara la charla, elevó la comisura de los labios.
—Bien, todo lo bien que puede estar un hombre recién casado y al que su mujer apenas presta atención.
Ella bajó la mirada.
—No quise molestar ayer, sabía que tenías un día ocupado.
—Quería que me molestaras ayer. Lo esperaba.
Lilian no dijo nada, cruzó las manos encima de los muslos, carraspeó y preguntó:
—¿Hablaste con los abogados?
—Si te refieres al contrato con One, está todo listo, gracias por preguntar.
Peter se limpió una inexistente pelusa en la corbata.
—Sabes que no me refiero solo a eso.
—Hay algo que tengo que decirte, espero que guardes la calma.
—¿Qué pasa?
—La noticia de nuestro matrimonio se filtró.
Lilian se puso rígida y elevó el ceño. Peter vistió su rostro con su máscara de jugador.
—No sé muy bien cómo fue, creo que no éramos la única pareja de esa noche en la fiesta que deseaba casarse con Elvis.
—¿A quién le dijeron?
—A los Harrison, ellos ya saben que nos casamos y espero que entiendas que no podemos divorciarnos ahora sin arriesgar lo que con tanto esfuerzo hemos logrado.
En qué momento su mundo había vuelto a ser una pesadilla, se preguntó Lilian ante las noticias de Peter.
—Pero no entiendo eso qué tiene que ver…
Y entonces recordó la dichosa cláusula de buen comportamiento.
—Tenemos que manejar esto de manera que crean que la boda no fue un acto de imprudencia, sino producto de una decisión ya tomada, tiempo atrás. No quiero que piensen que así como cometo una imprudencia en Las Vegas, voy a actuar parecido con los millones de dólares que depositarán para el manejo de la campaña.
—Pero nadie va a creerlo.
—Somos publicistas. Vendemos mentiras.
Lilian soltó una carcajada, incrédula.
—Te volviste loco.
—No, Lilian, nunca he estado más cuerdo en mi vida. No voy a perder el contrato de One por nuestro atolondramiento y me vas a ayudar en esto. Me lo debes.
Todo era por el negocio. Lilian no supo por qué el aleteo de la decepción la golpeó, dejándola vulnerable. Apenas hacía cuarenta y ocho horas estaba en su cama y ahora tenía que pagar el precio de su estupidez. Se levantó y se dirigió a la ventana, su mirada se perdió en la vista que le ofrecía la ciudad. Habló sin emoción.
—El contrato, todo sea por el contrato.
—No todo es por el contrato, Lilian, por lo menos de mi parte.
Algo parecido al alivio y una tímida esperanza brotaron de ella. ¿Qué le pasaba? Había venido a la oficina de Peter para hablar de divorcio y aquí estaba, vulnerable como si estuviera sin ropa en la cama del hotel. Volvió a su lugar y se sentó.
—El camino al infierno está poblado de buenas intenciones —dijo ella.
—Tenlo por seguro.
Peter aprovechó el momento para sacar del bolsillo de la chaqueta un par de estuches de una conocida joyería.
Lilian había guardado su anillo en la mesa de noche y lo observaba antes de irse a dormir como si algo en la joya le fuera a dar la respuesta a lo que había hecho.
—Compré los anillos ayer en la tarde. No podemos andar con los que utilizamos en la ceremonia. Espero que te guste.
Peter abrió el estuche. Lilian quedó sin habla y quiso llorar, era la argolla más delicada y exquisita que había visto. El diamante en forma de corazón brillaba escondido en un engaste de platino.
—En cuanto la vi, pensé en ti. Un diamante escondido. Es lo que has sido, pero el engaste le da elegancia y no lo opaca.
Lilian tragó saliva, si no decía algo pronto, se soltaría a llorar. Ilusión, ternura y algo indefinible cruzó por su mirada, pero desapareció como lluvia de verano. Necesitaba recurrir a algo frívolo, no podía darle transcendencia a ese momento. Nada se le ocurrió.
La mirada de Peter sondeó sobre ella, buscando la emoción que necesitaba para seguir con la charada y allí estaba, tímida y escondida, con pavor a manifestarse.
—Señora Stuart… ¿Me permite? —Lilian levantó la mano y se la brindó en un gesto un poco reticente. Peter sonrió y le puso la joya, luego le acarició con el pulgar el dorso y se quedó mirando el diamante con fijeza. El roce generó una descarga que lo atravesó como rayo—. Vas a estar bien, te lo prometo. No te haré daño.
Pero ella sí podría hacerle mucho daño a él y no se lo merecía. En cuanto supiera toda la verdad, saldría corriendo y la débil estructura que estaba construyendo se desmoronaría por completo.
—¿Cómo lo haremos? —preguntó—. ¿Viviremos juntos? ¿Seremos compañeros de piso? Porque ya tengo una compañera de piso.
Peter la miró sin piedad.
—Lo siento por tu compañera, pero vivirás en mi casa.
—Esto no está bien —dijo en tono de reprobación.
La cascara de hombre comprensivo y en control se desintegró.
—¿Quieres que me disculpe? Estoy haciendo lo posible para superar este episodio de la mejor manera.
—La mejor manera de arreglarlo es con el divorcio. Este arreglo es por el contrato, no compartiremos cama.
Él se sacudió como si hubiera recibido una bofetada.
—No pretendo ser el amigo que llega, saluda y te da un beso de buenas noches.
La lujuria y algo más brillaron en sus ojos. Lilian abrió los suyos, pasmada.
—Trabajaremos juntos, compartiremos casa y mantendremos las emociones en su lugar. No soy quien crees, no soy una buena apuesta.
—No estoy apostando.
Decidió no presionarla más, la mujer tenía sus propios demonios que combatir. Tenía que enseñarle a confiar en él. Sabía que no eran las mejores circunstancias, pero podría mostrarle el camino. Era sexy, hermosa e inteligente y que lo partiera un rayo si dejaba que un maldito violador le siguiera robando la alegría de vivir. Aceptaría sus términos, si era lo que ella de verdad quería, pero su expresión dictaba otra cosa. Podría ir despacio, seducirla, desafiarla.
—Tendrás tu propia habitación.
La expresión golpeó como látigo la estancia. La desilusión se paseó por toda ella, le hubiera gustado que él hubiera insistido más. Hizo un gesto afirmativo con la cabeza y ya se levantaba para irse, cuando Peter empujó el estuche de su argolla hasta ella.
—Mi argolla.
Ella se quedó quieta un momento. Luego tomó la caja y la abrió. Era una sencilla alianza en platino. El corazón le golpeaba las costillas a millón. Su piel hervía, le puso la argolla y luego él entrelazó las dos manos.
—Se ven bien.
El intercomunicador sonó, Peter se levantó y habló con Margot.
—Dígales que los recibiré en la sala de juntas. —Colgó el aparato—. Los Harrison están aquí con su grupo de abogados.
Lilian se levantó, presurosa. Peter le dijo que irían los dos a recibirlos. Salieron de la oficina y Peter le tomó la mano.
—Ya está todo arreglado, Peter —dijo la secretaria—. Felicitaciones a los dos.
Lilian agradeció el cumplido.
—Quiero que estés tranquila en la reunión con los directivos de One, yo manejaré las cosas.
—Estoy tranquila y también puedo manejarlo.
—Esa es mi chica.
La reunión con los Harrison se llevó a cabo sin problemas. Si Harrison padre e hijo estaban sorprendidos con el matrimonio, no lo manifestaron. Los felicitaron, William bromeó con Lilian, y Paul estuvo serio todo el rato. Peter fue muy cariñoso con ella. Firmaron el contrato y después hicieron un brindis por una larga trayectoria comercial.
Remataron el acontecimiento con un almuerzo en uno de los mejores restaurantes de la ciudad. Peter les explicó que llevaba saliendo con Lilian seis meses y en vista de la obtención del contrato, decidieron dar el sí esa noche, porque más adelante no les quedaría tiempo y ya deseaban compartir su vida. Paul miraba resentido las manos entrelazadas, pero no pronunció palabra. Se despidieron de los Harrison. Llegaron en horas de la tarde a la oficina, donde los empleados habían organizado una pequeña reunión para celebrar el nuevo contrato y el matrimonio. Al salir, fueron para el apartamento de Lilian, donde bajo la mirada sorprendida de Alice al ver el anillo y al espectacular hombre que la acompañaba, Lilian hizo una maleta mediana, con ropa para varios días y sus útiles personales. Peter se despidió de la chica, tranquilizándola en cuanto al valor de la renta, que correría de su bolsillo el tiempo que su amiga estuviera fuera. Era una apuesta y esperaba que Lilian no volviera a ese lugar.
La casa de Peter en el condado de La Marina, era un lugar de tres niveles, moderno y minimalista.
—Hogar, dulce hogar —dijo Lilian, impresionada por la elegante vivienda de paredes blancas y desnudas, pues había pocas obras de arte.
Era un espacio abierto, decorado de forma vanguardista. Sala grande de sillones grises con esculturas en las esquinas, un comedor estilo art déco de madera clara, con un par de lámparas de cristal de diseño moderno que pendían del techo y que dominaban el espacio, cocina al fondo que daba a un gran ventanal desde el que se divisaba una frondosa vegetación. En el segundo piso estaba el estudio, con escritorio, sillas de cuero, televisor grande de pantalla plana y un equipo de sonido. En el tercero había dos puertas. Peter abrió la de su habitación, un espacio grande y luminoso, con una cama inmensa en madera clara y edredón blanco a juego con una alfombra blanca. El único punto de color eran unas fotografías de paisajes, enmarcadas en madera oscura y que llevaban la firma de Peter.
El cuarto que ocuparía Lilian era más pequeño, cama doble en madera y edredón de arabescos verdes, a juego con el color de las paredes, era el único cuarto con diferente color en las paredes, de muebles sencillos y elegantes.
—Te dejo para que te instales.
Ella lo miró a los ojos, su corazón dio un vuelco, por unos segundos deseó que todo fuera real, que él la hubiera entrado en brazos y todas esas cosas sensibleras que hacen los que están enamorados. La intimidad de lo que compartirían cayó sobre ella y el miedo le atenazó el vientre. Vivir con él no sería lo mismo que vivir con una compañera de piso. No lo conocía de nada, sus mañas, sus costumbres. Sería incómodo irrumpir en su vida de esa manera. Además, Lilian era una solitaria, a Alice le había tomado su tiempo conocerla, si no hubiera sido por el asunto económico, no compartiría vivienda con alguien. Y ahí estaba, por culpa de su embriaguez de alcohol y de sexo, viviendo con un hombre y en una casa que no había ayudado a construir y mucho menos a escoger.
—Gracias.
Peter, ajeno a sus pensamientos, se aflojó el nudo de la corbata.
—Espero que todo sea de tu agrado. Haré la cena.
Lilian asintió sin quitar la mirada de sus manos, que desabotonaban la camisa.
—En unos minutos bajo.
Cerró la puerta, se recostó contra ella y exhaló un profundo suspiro.
—Fuerza, Lilian, tú puedes —se dijo, mientras inspeccionaba la habitación.
Peter hurgaba en la alacena, buscando los ingredientes para preparar una pasta. Tendría que hacer una compra de víveres diferente, por lo poco que había visto de Lilian, se alimentaba bien, no seguía ningún régimen y eso era para él refrescante. Cuando estaba en compañía de una mujer, pedía la cena a cualquier restaurante o si era el caso, les daba gusto tapizando su cocina con cuanto ingrediente dietético y vegetariano hubiera en el mercado. Al salir con modelos, estas llevaban una dieta frugal, y no podía comerse un trozo de pastel en las narices de una pobre chica, que no consumía más de seiscientas calorías al día.
Lilian bajó a los pocos minutos cambiada, se había puesto un pantalón de mezclilla y una camiseta sin mangas, incluso con esa sencilla vestimenta se veía deseable. Tenía pecas en los hombros, quiso besarle cada lunar.
—¿Te ayudo en algo?
“Claro, ven aquí, te tenderé sobre este mesón y comeré tu sexo”. El recuerdo de lo ocurrido en el mirador del Admiral flotó sobre él. Iba a volverse loco. Tenía una erección de campeonato mientras cortaba unos jodidos tomates.
—Pon la mesa —dijo en tono de voz áspero—. Por favor, los implementos están en este cajón.
Le señaló el lugar. Lilian encontró los individuales y cubiertos, e iba de lado a lado mientras Peter la observaba de reojo. Ella quería un jodido compañero de piso, y él estaba muriéndose por volverla a tocar, por estar en su interior.
—¿Estás bien? —preguntó ella desde el comedor.
—Sí —graznó él—. ¿Por qué lo dices?
—Estás colorado.
Él levantó la mirada y con ojos calientes le recorrió la figura, ella permaneció inmóvil, deseando que soltara todo y la tomara donde quisiera.
—Estoy bien. —Le notó que trató de controlar la respiración.
Se sentaron a cenar minutos después en un ambiente tenso y cargado. Hablaron de la empresa, de la casa, cuando de pronto, Lilian se quedó mirando algo detrás de Peter.
—Hay un gato detrás de ti —dijo, alarmada—. Y es negro.
Peter se dio la vuelta.
—Su majestad, por fin nos honras con tu presencia. —El gato se desplazó hasta donde estaba Peter, sus ojos verdes entrecerrados, estudiándola—. Enrique VIII, te presento a mi esposa, Lilian Norton. —Alzó al gato, que se acomodó en su regazo, como si ese fuera su derecho y siguió mirándola con fijeza. Entonces se Peter se volvió a ella—. No saques a relucir tu fobia a los gatos negros en su presencia, por favor. Podrías herirlo.
Lilian no supo si hablaba en broma o en serio. En ese momento, el animal saltó al piso y le regaló un gesto displicente, lo que puso en duda las palabras de Peter, y se acomodó en un cojín café que estaba a su derecha. Lilian se limitó a observarlo conservando las distancias, no le interesaba intimar con el gato más de lo que este deseaba hacerlo con ella.
—¿Qué le pasó en la cara? —preguntó, mientras se limpiaba con la servilleta al término de la cena.
—Lo encontré al lado de un tacho de basura una mañana que salí a correr, fueron unos vándalos.
—Pobrecito.
—Duró semanas internado, creí que no lo lograría, luego quise que alguien lo adoptara y ya sabes… No lo iba a devolver a la calle, tiene una forma de ser muy peculiar, es poco amable y vive para que lo sirvan, por eso le escogí ese nombre.
—Hiciste bien. —señaló ella, nerviosa, deseaba dar por terminada la cena, quería estar sola.
—No es nada personal hacia ti, nunca hace buenas migas tan pronto.
Lilian capturó su mirada y la oscuridad que bailaba en la expresión de Peter hizo que se levantara y le deseara buenas noches con una sonrisa forzada.
—Buenas noches, Lilian, descansa.
Peter se sirvió una copa de vino, en el ambiente flotaba su aroma cítrico, que no lo ayudaba ni un poco a calmar el ansia por su esposa ¿Cuánto tiempo podría aguantar su máscara de contención? Mientras cenaba, imaginó que tiraba todo al suelo y la poseía en la mesa. Sus poses remilgadas lo volvían loco, porque sabía el fuego que bullía debajo de su piel. Si la dejaba dormir sola esa noche, sentaría un precedente y sería más escarpado el camino a su cama. La solución estaba en esa noche, ahora. Seducirla, conquistarla, hacer que lo deseara con el ansia voraz que la deseaba él, pero para eso tendría que contenerse, nada del animal cavernario que había sido en Las Vegas, podría hacerlo.
“Duérmete ya”, se dijo Lilian mientras daba vueltas en la cama.
Lo único que quería hacer era ir en busca de su marido. Como todas las noches desde que había estado con él, rememoraba sus encuentros como si de una película se tratara. “Déjalo, ya”. Recordó todos los pendientes del día siguiente, el libro de recetas que le había encargado Hanna, iría ese fin de semana a Napa. Iba a empezar a contar ovejas cuando la puerta se abrió.
Se sentó y se quedó mirándolo. Emily resurgió de sus cenizas para gritar como fan de cantante famoso, la muy zorra. Apenas llevaba un pantalón de pijama y el cabello húmedo, seguro por una ducha reciente, permaneció de pie sin decirle nada, todo músculos y tendones. La sangre se le subió a la cabeza y cerró más los muslos, con lo que se ganó un bufido de Emily.
—¿Qué quieres?
—Lo sabes tan bien como yo —dijo en un tono áspero, sensual y caliente que le impidió a ella contestar.
Él se movió con pasos ágiles hasta llegar a la cama, como vikingo acechando a su presa. El corazón de Lilian iba a estallar.
—No creo…
Él la interrumpió, tomándola de forma suave de la mano y jalándola para enfrentarlo, quedó de rodillas en la cama frente a él.
—Estoy de acuerdo en lo de ser compañeros de piso, pero eres mi esposa, estás en mi casa y que me cuelguen si paso la noche en la habitación de al lado. No lo haré. Eres mía, Lilian.
—Pero el trato…
Acercó su rostro al de ella, el aliento bañó sus labios y su rostro.
—Al diablo el jodido trato. No voy a pasar noche tras noche con una erección de cañón, cuando sé que tú también deseas esto. Me perteneces, lo hubieras pensado mejor cuando estábamos frente a Elvis, cielo.
La boca de Peter demandó la suya. Lilian esperaba algo de fiereza, pero él la conquistó con dulzura. Introdujo su lengua a un ritmo que le dijo que la saborearía entera. Ella se aferró a él y le devolvió la caricia. El beso se volvió cálido y húmedo, Peter devoró su boca, exigiendo lo mismo de ella. Lilian pensó que se disolvería en su calor. Él le sacó la prenda de dormir.
—Me gustan tus tetas —dijo, mientras las abarcaba con ambas manos—. Quiero jugar con ellas.
Lilian jadeó, cuando Peter dibujó besos en ambos pechos y por último se metió un pezón a la boca. Se arqueó hacía él, demandando más. La acarició en el vientre durante unos momentos, bajó más la mano y deslizó los dedos por los pliegues de su sexo. Estaba resbaladiza y bastante excitada.
—Me muero de ganas por saborear tu coño otra vez.
El perfume cítrico, su piel caliente y el aroma de su sexo llenaron sus sentidos y tuvo ganas de mandar al carajo el férreo autocontrol, respiró profundo, se inclinó y se metió el otro pezón en la boca, y chupó, moviendo el dedo central con suavidad en su interior.
Subió por su cuello y mordisqueó el hombro.
—¿Qué quieres, preciosa? Dímelo.
Lilian apenas podía razonar, siquiera respirar, el deseo la obnubilaba.
—Dime.
—Quiero que me beses aquí. —Y le llevó la mano a su sexo.
Peter la miró con ardor y recorrió su cuerpo a besos hasta que se situó en medio de sus piernas. Jaló de ella hasta que las nalgas quedaron en el orillo de la cama. Arrodillado, la observó por un momento. Su sexo era hermoso, pliegues rosados, tiernos y suaves que brillaban de excitación. Su erección ya era dolorosa y lo urgía a actuar, pero antes se daría un festín. Hechizado, la abrió con los dedos y la besó como había hecho con su boca minutos antes. Escuchó la profunda inspiración y vio como pegó sus caderas a su rostro. El sabor era exquisito. Deslizó la lengua dentro y fuera de toda aquella calidez suculenta. Era un acto íntimo y delicioso besar toda aquella blandura. Lo único que escuchaba eran los gemidos y las inspiraciones de ella, estaba idiotizado por la imagen que Lilian presentaba acostada en la cama, el cabello extendido en la almohada, sintió otro tirón en su pene. La mantuvo abierta hasta que sintió las contracciones del orgasmo, la acarició con la lengua entrando y saliendo, y alcanzó a ver cómo las contracciones se sucedían una tras otra. Cuando ella gritó, casi se corre ahí mismo. Se concentró en no correrse, mientras veía el sexo de Lilian contraerse. Era difícil no embriagarse con todo el rosario de sabores, olores y sensaciones que ella le ofrecía. Quiso chuparle los pechos, tocarla por todas partes, refregarse en los sitios sensibles, enterrar la cara en aquel glorioso cabello, pero si no la penetraba sufriría un colapso. Se puso un condón con celeridad y la penetró enseguida, no como quería hacerlo, con embestidas desesperadas y salvajes. Lo hizo con calma y con las mandíbulas apretadas.
Empujó despacio y se sintió humilde por la mirada que ella le regaló. Confiaba en él. No se creyó merecedor de ese premio y enterró la cara en su cuello sin dejar de moverse. Se sentía sobreexcitado, su mata de cabello, su glorioso cabello, que deseaba aferrar y jalar con fuerza, sus pechos friccionando su pecho, su sexo estrecho y apretado, le hicieron ver que no duraría mucho más. Empujó tres veces más y cuando percibió el otro orgasmo de Lilian, su propio clímax se precipitó por la columna vertebral directo a sus testículos. Con ambas manos la aferró por las caderas y en un último empuje se vino dentro de ella, gruñendo de placer.
Cuando volvió a la realidad, Lilian le acariciaba la mejilla. Todavía sudaba y temblaba por las secuelas de su orgasmo.
—Quedé muerta.
Él la miró y se separó de ella.
—Era la idea cuando me presenté en modo hombre de las cavernas. Funciona, ¿verdad?
—Sí, quiero ver a dónde nos lleva esto.
—Alabado sea Dios, vamos a mi cama.
Ella se puso de medio lado.
—Ni loca me voy a acostar en esa cama. Si quieres que entre a tu habitación, tendrás que comprar otra cama y quemar el colchón. No quiero compartir tu santuario con el montón de mujeres que seguro han pasado por allí.
Peter sonrió, incómodo.
—Ha habido mujeres, Lilian, pero ni una de ellas me ha dado el placer que me has brindado tú.
—Más te vale.