Era sábado en la mañana y corrían por la carretera rumbo a Santa Helena, en Napa, a visitar a la familia de Lilian. Con apenas quince días de casados, un frágil lazo parecía florecer cada día que pasaba, aunque Lilian notaba a Peter diferente desde la cena con sus padres. No tenía nada que reprocharle, era un caballero, demasiado tal vez. El sexo que llevaban desde ese día era tranquilo, más como las descripciones que había escuchado de las modelos meses atrás. Su marido se contenía y no entendía la razón. Le regalaba orgasmos dentro de un ambiente controlado que la dejaba satisfecha, pero extrañaba la manera animal en que la había amado al principio. De esa manera, Lilian había logrado superar su miedo a la intimidad y quería en su cama a ese Peter animal e insaciable de los primeros encuentros, que olvidaba los miramientos cuando la poseía, y no al caballero con remilgos que ahora se le presentaba.
Habían sido días de bastante trabajo seleccionando a la modelo que sería la cara de Always, las locaciones para las fotografías y el comercial. La próxima semana se escogería la forma del envase y el color del perfume. Los primeros días como jefa no habían sido fáciles para ella, pero Peter —bendito fuera con su generosidad—, la ayudó en todo. La conectó con el mejor director de cortos y el mejor fotógrafo de la costa oeste, que resultó ser una mujer con la que había hecho buenas migas.
Había asistido a sus clases de kickboxing, aunque no con la frecuencia que deseaba, y se había visto con Alice en una ocasión. Parecía que estaba ocupada con su conquista.
Su madre aún no sabía de su matrimonio. Habían hablado en varias oportunidades en que Lilian no fue capaz de soltar prenda, solo le habló de su ascenso. Alina la felicitó, pues por fin estaba ocupando el lugar que sus actitudes merecían y le recomendó que se alimentara bien. Tenía con ella una relación cordial, pero lejana, el punto de unión era Hanna, y por Hanna, Lilian era capaz de cualquier cosa. Las expectativas de Alina para con sus hijas eran altas, a pesar de tener la pequeña una condición especial. A Lilian no le gustaba decepcionar a su madre, odiaba la sensación que se había tallado en ella años atrás. Era otra situación por la que se sentía culpable y resentida a la vez y el paso del tiempo no había hecho nada por arreglarlo, estaba ahí, a la espera y se mezclaba con los recuerdos que trataba cada día de sepultar.
Jason Hale tuvo la desfachatez de hacer un discurso después del veredicto de inocente. Manifestó que no le guardaba rencor a Emily, que con un poco de ayuda profesional, la chica podría recuperarse de su mundo de fantasía, y recomendó a los padres estar más pendientes de sus hijos. Lilian casi vomita al oírlo dar las gracias a los presentes por creer en él. Cuando su madre le dijo que hasta ese día hablarían del tema, que nunca más quería volver a escuchar de lo ocurrido, Emily, con los ojos perdidos en la lejanía, supo que algo acababa de morir en su interior.
La universidad le envió una carta en la que le decía que por los sucesos ocurridos, su beca quedaba cancelada. Tiró la misiva al suelo y se encerró en el baño, aún guardaba la esperanza de poder recuperar algo de su vida. Vomitó, abrazada a la fría taza, el nudo en la garganta de angustia y de miedo se aferraba a ella como una garrapata. Ya no podría seguir sus planes, ya ninguna universidad de renombre la recibiría, la sensación de triunfo y bienestar, ya ausente durante ese tiempo, se evaporó por completo. El mundo era un lugar triste y oscuro, repleto de peligros.
La relación con su madre era tensa, perdió peso, su rostro estaba pálido y ojeroso, se pasaba las horas en el porche trasero. Tenía la sensación de que su vida había terminado. No se dejaría tocar por un hombre nunca más.
Alina se acercó a ella una tarde con una taza de té caliente. El otoño vestía los árboles de múltiples colores. Las hojas poblaban el patio.
—No puedes continuar así. Me hace falta mi pequeña guerrera —soltó Alina, con los ojos llenos de lágrimas.
—¡Mamá! —exclamó Emily, con un clamor que le erizó los vellos de la nuca a Alina.
Lloró en el regazo de su madre con llanto convulso hasta que se quedó sin lágrimas.
—Lo siento tanto.
Alina le levantó el rostro y le limpió las lágrimas.
Lilian esperaba que su madre le pidiera que hablara de lo sucedido, de su sufrimiento, de su frustración, que se disculpara por dudar de ella, pero Alina no hizo nada de eso. Había cumplido lo que decía, en su casa no se hablaría más del tema.
—Tienes que ser valiente y salir adelante, puedes pasarte la vida escondida como una víctima destrozada o puedes empezar a salir y enfrentar al mundo. Todo irá bien, estos golpes nos hacen más fuertes y tienes que estar animosa para poder moverte y enfrentar tu vida. Todo irá bien —repitió, sin dejar de abrazarla.
—¿Seguro, mami?
—Seguro.
Peter le acarició el muslo y le sonrió.
—¿Estás bien?
—No me digas que quieres apostar por mis pensamientos.
—Ni loco, recuerdo todavía ciertos miles de dólares ganados a mi costa. Estoy seguro de que esta vez perdería mucho más.
—Si tú lo dices.
—Sí, lo digo —aseguró, sin quitar la mirada de su boca—. ¿Por qué tengo la sensación de que te crees más lista que yo?
—Porque lo soy —respondió ella, sonriéndole con un gesto de insolencia en los ojos.
El hogar de la familia de Lilian, ubicado a cinco minutos del pueblo de Santa Helena, era un bed and breakfast de seis habitaciones y dos cabañas separadas de la casa. Entraron por un camino asfaltado y un prado bien cuidado, desde el que se erigía el nombre Gardenia Inn, en metal azul eléctrico. La casa de color azul claro tenía un porche en madera. Estacionaron en un espacio donde había dos autos más.
Lilian cerró los ojos, angustiada.
—Tranquila.
Peter la había mantenido distraída, preguntándole cosas sobre el lugar. Así se enteró de que los abuelos de Lilian habían sido hippies, algo que no enorgullecía mucho a su madre, y que fallecieron en un accidente de auto tres años atrás. Alina había emigrado a la costa este cuando era una jovencita y regresó tras el fallecimiento del padre de Lilian.
Atravesaron el porche y entraron por la puerta de atrás que daba a la cocina. El paisaje que rodeaba la vivienda era bonito, con una laguna pequeña y dos cabañas pintadas de colores vivos. El ojo crítico de Peter observó que el lugar necesitaba reformas, aunque estaba impecable, no había una sola hoja en el prado.
—¡Peter! —gritó Hanna, que algo hacía en el mesón y saltó para abrazarlo—. ¡Viniste, te enseñaré a hacer galletas!
—Claro que sí, chef Hanna, estoy ansioso por nuestra primera clase. —Lo invadió una profunda ternura al abrazarla.
Hanna abrazó y besó a su hermana, y salió a buscar a Alina. Lilian rezumaba preocupación. Peter la acercó a él y la abrazó.
—Tranquila, estás conmigo, ya eres una mujer adulta y tomas tus propias decisiones.
—¿De qué decisiones habla el señor, Lilian?
Peter se dio la vuelta y se encontró con una mujer aún joven, aunque con una expresión cansada, el parecido con las hijas era evidente, aunque no era pelirroja. Era pequeña y delgada, su cabello estaba recogido en una cola de caballo, llevaba jeans, tenis y una camiseta rosada, era sencilla y hermosa. Un aire algo severo la circundaba.
La mujer se acercó al lavaplatos y se lavó las manos, las secó en un delantal que llevaba puesto. Al mirar a su hija, vio el enorme diamante que ocupaba el dedo anular.
—Mucho gusto señora, soy Peter Stuart. —Le dio la mano en un gesto breve.
—Hola, mamá, Peter es mi esposo —soltó Lilian, tan de sopetón, que hasta Peter se sorprendió.
La mujer levantó una ceja y observó a Peter de arriba abajo. No dijo nada, se acercó a un mueble, sacó una tetera, la llenó de agua y la puso en la estufa.
—Te quitaste las gafas y estás vestida diferente, te ves bien.
—Gracias.
—¿Cuándo se casaron?
—Hace quince días, en Las Vegas.
La mujer emitió un parpadeo, sus ojos verdes volaron a la cara de Lilian, tratando de dar sentido a sus palabras.
—¿Es en serio? Porque si es una broma, es de muy mal gusto.
—Es en serio, señora —intervino Peter.
—¿Y vienen hasta ahora?
—Teníamos mucho trabajo —contestó de nuevo Peter, ya que Lilian se había quedado muda de repente.
Los segundos pasaron. Finalmente, Alina afirmó con la cabeza, como si ya supiera qué hacer.
Hanna entró en ese momento con un delantal para Peter, pero retrocedió ante el ambiente, espeso como el de una natilla.
—Hanna, ve con tu hermana y cambien la habitación tres, el huésped no demora en llegar. Dile a Manuela que hay manchas en la alfombra del pasillo.
—Sí, mami.seguro
—Pero… —intentó refutar Hanna.
—Hagan lo que les digo, por favor.
Invitó a Peter a sentarse en una banca pegada a un mesón grande de baldosas en colores vivos. Nada estaba fuera de lugar. Peter se enterró los dedos en el cabello. La mujer sirvió dos tazas de té, sin preguntarle, la única concesión fue que le pasó el recipiente del azúcar. Algo en los gestos de Alina lo intimidaba, gotas de sudor empezaron a deslizarse por su espalda. La mujer tenía un cabreo fenomenal, con ella no valdrían sus zalamerías. Las Norton eran criptonita para él, a excepción de la dulce Hanna.
—¿Hace cuánto están juntos? Lilian no me había hablado de ti.
Habían acordado que mientras más se ajustaran a la verdad, menos explicaciones tendrían que dar.
—Hace un par de meses.
—¿Y por qué ese repentino afán de casarse?
—Los sentimientos son así, señora.
—¿Amas a mi hija?
Peter quedó en blanco, no se lo había planteado, la necesitaba para respirar, le gustaba estar con ella, se sentía bien, ella lo retaba, lo empujaba y lo volvía loco. Recordó un libro que había leído hacía años, El padrino y la escena del rayo que atacó a Michael Corleone cuando conoció a su primera esposa. Las sensaciones descritas en el libro, él las había experimentado cuando se supo dueño de sentimientos intensos hacia Lilian. “El rayo siciliano o amor a primera vista”, aunque en su caso no fue la primera vez que la vio, sino cuando se materializó ante él como una verdadera mujer. El intenso coctel de sensaciones, el golpe inédito, violento, feliz y animal hizo que Peter la asediara sin tregua y luego se casara con ella en Las Vegas. Ella era el cielo en el que poco creía y se le había aparecido de repente, flechándolo de inmediato.
—Adoro a su hija.
—No pregunté si la adorabas.
Peter sintió como si un cubo de hielo le paseara por el rostro y el conocimiento de lo ocurrido la última semana se burlara de él. Se contenía con su esposa y estaba a punto volverse loco. Lilian lo satisfacía, pero extrañaba amarla de la manera que lo había hecho en Las Vegas o en la casa de su padre, tenía miedo de quebrarla con su ímpetu, de romperla de alguna forma y que no superara el maldito pasado.
—La amo, señora.
Alina levantó una ceja.
Ya está, lo había dicho, siempre pensó que el día que admitiera sus sentimientos sería en un ambiente especial, único y no en una cocina sencilla, ante una mujer con cara de pocos amigos, mientras la que amaba se encontraba en otra habitación.
—¿Si la amas por qué lo hiciste?
Era una pregunta trampa, de esas que las mujeres saben que contestes lo que contestes, la respuesta estará mal.
—¿Hacer qué?
Hacía un calor infernal en esa cocina, sudaba como un cerdo, no entendía por qué su suegra no destilaba una gota de sudor.
—Casarte con ella en una capilla de Las Vegas.
—Porque la amo fue que lo hice.
—¡Ja! Ustedes no entienden nada. Mi hija merece respeto, algo que no le diste y eso pone en duda tus intenciones.
Peter carraspeó.
—Con todo respeto…
—No te conozco, no puedo hacerme a un juicio tuyo, mi hija no era muy generosa en comentarios respecto a ti y de pronto apareces en mi puerta a decirme que te casaste con ella. Hace un tiempo no llamaba la atención. Me imagino que su cambio tuvo mucho que ver.
—Me ofende y la ofende, señora. Lilian es maravillosa vestida con ropa anticuada o como luce ahora. Tengo las mejores intenciones para con ella, quiero ayudarla a superar su pasado.
El rostro de Alina dio un respingo y Peter pudo percibir una sutil reducción en la hostilidad de la mujer.
—Muy loable de tu parte, pero eso tendrá que hacerlo ella sola, ninguna persona puede asumir una carga que no le corresponde.
—Ella no es una carga para mí.
—Lilian es una mujer compleja, con aristas tan puntiagudas, que resultarás herido algunas veces. Tendrás que revestirte de mucha paciencia.
Algo en la mirada de la mujer le decía a Peter que ella sabía que a esa historia del matrimonio feliz que intentaban venderle le faltaba un enorme pedazo, y decidió cambiar de tema.
—Vi al entrar en su casa, sin ánimo de ofender, que hay unas tablas sueltas en el porche, puedo arreglarlas si lo desea.
—Claro que lo deseo, mil gracias.
Peter bebió el té que ya reposaba frío en la taza.
Cuando se lo encontró en la escalera, al ver la expresión de Peter, Lilian supo que había recibido los dardos de Alina.
—Bienvenido a la familia, cariño.
—No es gracioso.
Les habían dado el cuarto de la buhardilla. Cuando Lilian iba de visita o vacaciones compartía habitación con Hanna.
—Tú mamá sabe que hay algo que no está bien.
Lilian soltó una risotada.
—Es bruja, con una sola de sus miradas puede hacerte confesar hasta las faltas que no has cometido. Sería una buena interrogadora, como ese hombre en la serie que vimos la otra noche.
—No hay mujer que se me resista —adujo Peter, mientras llevaba a Lilian a la cama, se ponía encima de ella, le olfateaba el cuello y le soltaba el cabello—. El olor de tu piel y tu cabello suelto son fuertes afrodisíacos para mí. ¿Lo sabías?
—Lo noto, pero ahora no podremos hacer nada. Hanna está impaciente por darte clase y mamá preparó unos emparedados para el almuerzo.
—Me da lo mismo.
Peter le apresó los pechos entre sus manos.
—Un rapidito, ni lo notarán.
Enseguida las manos se colaron por entre la cintura del jean y el interior, con los dedos empezó a acariciar su sexo.
—No, el sonrojo dura horas en bajar y los labios se me hinchan…
—¿Cuáles?
Lilian soltó la carcajada
—Ordinario.
—Estás empapada. Vamos, déjame saborearte un poquito, tú serás mi almuerzo.
—No —le dijo, besándolo en la mejilla y tratando de empujarlo.
—Serás la culpable de que ande empalmado todo el día.
—Créeme, con mamá cerca, será poco probable.
—Tú ganas. —Se levantó de mala gana.
Lilian le regaló otro beso lleno de ternura.
—¿Qué pasa? ¿Estás bien? —preguntó él, al ver la expresión preocupada de Lilian.
—Estoy muy bien. —“Pasa que me estoy enamorando de ti”.
Después del almuerzo se discutió —Peter estaba seguro de que no era la primera vez—, el futuro estudiantil de Hanna. Él había aprendido que el síndrome de Down era una condición compleja, con diferentes grados de deficiencia intelectual, y que para el buen desarrollo de estas criaturas era muy importante la estimulación en todas las áreas. Hanna era una joven que había recibido un buen apoyo interdisciplinario y su madre se había negado en los primeros años de estudio a llevarla a una escuela especial. Ella había podido estudiar en una institución con niños sin necesidades especiales hasta los once años, época en que comenzó a dar muestras de estancamiento. Había llegado al límite de sus posibilidades intelectuales y la presión que ejercía Alina en todas las áreas ya no surtía el mismo efecto. Ahora estudiaba en una escuela especial semiprivada, que Lilian pagaba, además de terapias ocupacionales y otras cosas. La madre no estaba convencida, alegaba que si Hanna recibía una educación especial, no estarían integrándola a una sociedad real. Sostenía que el aprendizaje de estos niños es igual al de cualquier otro niño, solo que sus avances son más pausados.
Hanna, por lo que observó Peter, odiaba la escuela. Ella quería ser repostera y le importaba poco lo que aprendiera en el colegio. Lilian era de la idea de invertir más en su educación culinaria para que se realizara y fuera feliz. Las personas con síndrome de Down vivían más tiempo, pero con frecuentes problemas médicos, Lilian no sabía a qué se enfrentaría en la adultez de Hanna, lo único constante era su amor por la repostería y por eso pagaba todos los cursos de cocina que la chica quisiera tomar.
El ambiente se aligeró en cuanto Hanna empezó su clase de galletas. De manera pulcra y organizada, la joven sacaba los utensilios y demás ingredientes y le explicaba a Peter que el orden era lo primero que debía tener todo cocinero. Él, ataviado con un delantal idéntico al que lucía ella, la escuchaba con atención, como si estuviera en una clase magistral. Cernieron la harina en un recipiente blanco y grande, y mezclaron los demás ingredientes con una batidora manual. Luego Hanna le pidió a Peter que amasara la mezcla con cuidado, agarrara un pedazo e hiciera una bolita, y luego la cubriera con papel de hornear y la estirara con el rodillo. Así lo hicieron con el resto de la masa, hasta que tuvieron una lata llena de galletas que llevaron al horno.
Peter bromeó todo el rato con ella. Lilian entraba y les echaba vistazos.
—Nunca he ido a Las Vegas, Manuela me dijo que era la ciudad de las bodas.
—Entre otras cosas, renacuajo.
—¿Todas las mujeres que van allá llegan casadas?
Peter sonrió.
—No, no todas.
—Lilian nunca había tenido novio y tú eres muy guapo.
—Tú hermana también es hermosa, cómo tú.
Ella le regaló una sonrisa triste.
—¿Tienes novio?
Hanna se ajustó las gafas.
—Me gusta un chico, quiero que me lleve al baile de fin de curso.
—¿Y ya te invitó?
Volvió y se ajustó las gafas, era un rasgo nervioso, según pudo darse cuenta Peter.
—No.
—Todavía es pronto, estamos a finales de abril, dale una semana más.
La fiesta sería en quince días. Peter sabía que si ya no había recibido invitación, sería poco probable que la recibiera.
—Espera una semana, lo solucionaremos de alguna forma ¡Ya huele a galletas! Soy un buen alumno.
Hanna blanqueó los ojos. Lilian entró en ese momento.
—Regular, Peter, muy regular, haces desorden.
—Acabas de romper mi corazón.
Sacaron las galletas y las pusieron a enfriar, Peter no se aguantó y tomó una de las masas calientes, que pasaba de una mano a otra tratando de enfriarla.
Lilian se acercó a su hermana y la abrazó.
—Voy a alistarme para mi entrenamiento de natación.
—¿Entrenas?
—Estoy en el equipo, compito en las Olimpiadas de Niños Especiales.
—Yo te llevo.
—Vaya —intervino Lilian—, parece que te olvidaste de mí.
—Tú hermana es más interesante.
—¡Lo sabía! Ahora tendrás que aguantarnos a los dos.
En las dos cortas semanas de matrimonio había vislumbrado cosas de él, como su enorme capacidad de dar cariño, compañía, sexo, lo que ella deseaba, lo tenía. ¿Y el amor? El frágil vínculo creado con su marido le hacía añorar muchas cosas. Quería lo que había vislumbrado en casa de los Stuart días atrás. A medida que pasaba el tiempo, todo cambiaba, le parecía que su vida rodaba de manera muy rápida por una pendiente y ella no deseaba llegar al final. Quería ser su compañera de vida, su amiga, su socia, su amante. La traumática experiencia le había robado mucho del gozo de su juventud, quería reír, bailar, amar, se lo merecía. Sabía que la única manera de hacerlo era enfrentar el pasado de frente y con honestidad, pero también sabía que si lo hacía, perdería lo que había encontrado con Peter. Nunca lo sometería a lo que se vendría, no pondría en juego su buen nombre y la campaña. Estaba amarrada.
Deseaba corresponder a su generosidad con ella y con su dulce Hanna. ¿Qué le brindaba ella? Su cuerpo, su mente, su lealtad, pero estaba segura de que Peter quería su alma y hasta que no la tuviera, no desaparecería esa ansia por ella que lo desbordaba. Le preocupaban los lazos que había formado con Hanna, su hermana era sensible y no quería hacerla sufrir. Si lo suyo con Peter no funcionaba, sería otro hombre que las abandonaría.
Peter, Lilian y Hanna fueron al centro deportivo de Napa. Era una hermosa tarde primaveral, la chica salió con su vestido de baño negro, el gorro y las gafas. Peter se dedicó a verla practicar, mientras Lilian le contaba anécdotas de su hermana cuando era más pequeña. Era buena deportista, tenía estilo y sus tiempos eran buenos. Peter pensó que podría ganar más velocidad, tenía la brazada perfecta para hacerlo.
Cuando ya se despedían, un joven de la misma edad que ella se acercó a saludarla. Lo presentó a regañadientes como David, y Peter supo que no era el joven que Hanna esperaba que la invitara al baile. El adolescente ni lo intentó, era tímido.
—Conque esas tenemos, bribona —dijo Lilian.
—¿David? Él no me gusta, es feo.
—Él no es feo —insistió Lilian.
—Y podría acompañarte al baile —dijo Peter.
—Si no me invita Liam, no iré.
—Vamos Hanna, siempre has tenido buenas relaciones con tus compañeros, toma la iniciativa.
Peter no creía que era el consejo adecuado.
—¿Puedo? —preguntó Hanna, esperanzada.
—Claro, no hay nada que no puedas hacer.
Más tarde discutieron sobre ese tema, antes de bajar a cenar.
—No es buen consejo el que le diste a Hanna.
—¿Por qué?
—Le gusta el chico y él no le da ni la hora. La estás exponiendo a una situación incómoda e inútil.
—¿Qué sabrás tú? Caballero de brillante armadura —soltó Lilian.
—No te burles y sé bastante sobre adolescentes inconscientes y narcisistas, que con lo único con lo que piensan es con la polla.
—Conozco a algunos adultos también y además, ¿qué te importa? No quiero que te apegues a Hanna, si esto no funciona, serás otro hombre que desaparece de la vida de ella.
Peter la miró con expresión indignada.
—No soy un bastardo, Lilian y así tú no me vuelvas a ver en la vida, nunca, óyelo bien, nunca dejaré atrás a Hanna. Ella ya es parte de mi vida, si quieres esfumarte, hazlo, pero a ella no la involucres.
Salió furioso de la habitación. Cuando Lilian bajó, Peter charlaba con su madre y ponían unos vinilos con música de la década de los ochenta. Miraban álbumes de fotografías.
—¿The Carpenters?
—Esa es verdadera música —señaló Alina, mientras sorbía una copa de vino—. No como los figurines de ahora.
Estaban sentados en un sofá de la sala, dos parejas estaban hospedadas y no habían llegado aún.
Peter apenas reparó en ella, se veía tan atractivo, con una camiseta oscura, un jean ajustado y mocasines negros en gamuza. Hasta su nariz llegaba el olor de su loción. A Lilian le encantaba el olor de Peter, a loción, a su jabón especial, olor de hombre después de una dura jornada de trabajo. Su presencia le brindaba seguridad. Peter era su hogar, le daba la sensación de estar por fin en casa después de un azaroso viaje. Su voz suave y agradable hablándole de naderías, contándole anécdotas graciosas, mientras ella o él preparaban algo de comida. La gente decía que la rutina acababa una relación, Lilian no estaba de acuerdo, esas rutinas, como la de turnarse para hacer las comidas u otras cosas, eran lo que daba sentido a una relación. Peter era un hombre que irradiaba luz, intensidad, poderío, se hacía a las situaciones, sin rendirle pleitesía a nadie y sin pedir permiso.
Dejó a su madre en lo suyo y fue a ayudar a Hanna con la mesa.
Comieron en un ambiente de cordialidad, era como si su madre le hubiera dado el beneplácito a su marido. Lilian estaba segura de que lo había hecho por Hanna, a la que se le notaba la adoración por Peter a cada minuto que pasaba.
Después de arreglar la cocina, salió al porche, donde Peter, sentado en una de las sillas, observaba el horizonte.
—Tengo unas jodidas ganas de fumar.
—Pero si tú no fumas —exclamó Lilian.
—Lo dejé hace cuatro años.
—No lo hagas.
Peter la miró, con sus ojos azul marino, intensos y brillantes.
—Solo te voy a decir esto una vez.
—Te escucho —dijo ella, sentándose a su lado—, y discúlpame por lo que te dije arriba, en serio, lo siento.
—Si no dejas ir la mierda, esto no tendrá futuro y yo quiero un futuro, pero desde este momento, depende de ti, Lilian. Todo el mundo tiene sus rollos, pero los supera, porque ese es el sentido de la vida. Vívela, maldita sea, vive los momentos que te regala, porque no vuelven, y deja ya el papel de víctima. —Lilian hizo el amago de levantarse—. No he terminado y tú no eres una maldita víctima, eres una sobreviviente. Tienes una familia que te quiere y nosotros, a nuestra manera retorcida, estamos construyendo algo. Tú escoges.
A Lilian un escalofrío le surcó la espina dorsal, fue tanto el deseo de contarle todo, hablarle del maldito Jason Hale y de las fotos, que eran las grandes culpables de no permitirse ser feliz. El conflicto que asolaba su interior se hizo más evidente y el miedo se pegó a ella como una lapa y le impidió abrir la boca. Se acurrucó junto a él.
—¿Y si tenemos sexo salvaje?
—El sexo no lo arregla todo.
Ella lo miró con una nube de deseo en sus ojos de musgo.
—Creía que sí.
En el hervidero de emociones que se paseaban por el pecho de Peter, estaban en pugna la ternura mezclada con el enfado. Quiso decirle que la amaba, que él era lo suficientemente fuerte por los dos, pero no sabía cómo lo tomaría, a lo mejor corría valle abajo y atravesaba los viñedos en su carrera por alejarse de él.
Le besó la cabeza y siguió mirando el cielo tachonado de estrellas.
El domingo pasó como una exhalación. Peter hizo los arreglos pertinentes ante una Alina que lo perseguía con una jarra de limonada. Las tres mujeres babearon cuando Peter se quitó la camiseta y expuso su torso, dorado y musculado, y hasta Manuela, la empleada mexicana, se santiguó en su presencia. Las invitaron el fin de semana siguiente a San Francisco. Alina se excusó, tendría huéspedes al completo ese fin de semana, pero Hanna sí aceptó y le dijo a Lilian que si iba al baile, necesitaría un vestido nuevo.
Lilian habló con Alina unos minutos antes de que Peter apareciera.
—No sé muy bien que es lo que está pasando, solo te digo que tengas mucho cuidado. Tú marido es un buen hombre, no lo vayas a arruinar.
—Cómo siempre, me sorprende la fe que tienes en mí.
—Te tengo fe, Lilian, así no lo creas, sé que no he actuado bien en muchas cosas, pero siempre he creído en ti y sé que tendrás una vida maravillosa.
Lilian se negó a mirarla a los ojos y con un breve beso se despidió de ella.
En el auto, volvió la cabeza, y vio a Hanna que los despedía con la mano.
—Gracias —dijo Lilian a su esposo.
—Lo que quieras, siempre.