Llegaron a Napa después de almuerzo. Habían parado en un restaurante al filo de la carretera y comido las hamburguesas más grandes que hubieran visto en su vida. Todo el camino lo hicieron a punta de duelos musicales para evitar caer en coma pos comida chatarra. Lilian conectó su iPhone al equipo de sonido del auto y los acordes de heavy metal irrumpían en medio del silencio.
—¿¡Qué mierda es ese ruido!? —Peter se tronchó de la risa.
—Anthrax, y no son mierda, más respeto para uno de los grandes del thrash metal.
—Es ruido.
Lilian no le refutó y siguió concentrada en los acordes de la banda.
Luego le tocó el turno a Peter, una canción de Bruno Mars, la voz suave del cantante se deslizó por el auto.
—Escuchas música de chica —dijo Lilian, petulante.
—Más respeto, infame metalera, esta mañana no había nada de chica metido en medio de tus piernas.
Lilian soltó la carcajada y enrojeció.
—Ordinario.
Al llegar al hostal, escucharon el llanto de Hanna tan pronto atravesaron el umbral. Manuela, la empleada, los recibió con un movimiento de cabeza.
—¿Qué pasó? —preguntó Lilian, asustada, y subiendo las escaleras de dos en dos.
—Pasa, que los hombres son unos cabrones, no importa la edad —dijo la mujer de camino a la cocina.
Peter adivinó lo que ocurría y no quiso decir “te lo dije”, porque se ganaría un mutis de su esposa.
Alina los recibió, le dieron un beso en la mejilla a modo de saludo.
Hanna estaba boca abajo en la cama de la habitación, Alina la confortaba.
La joven lloraba desconsolada porque Liam había llamado a cancelar el baile, adujo un par de excusas tontas, lo que pudieron sacar en claro es que llevaría a otra chica.
Habría de ser un desgraciado y un inconsciente, pero Peter se dijo que solo era un chico de dieciséis años.
—Vamos, Hanna, no es el fin del mundo —dijo Alina.
Peter se acercó, la levantó y la sentó en su regazo. Ella lo abrazó y siguió llorando, Peter sabía que era poco lo que se podía hacer para tranquilizarla.
—No pasa nada, pequeña, él se lo pierde.
Le acarició el cabello y le levantó el rostro, Lilian le secó las lágrimas, Alina le pasó un pañuelo desechable de una caja que estaba en una mesa.
El cuarto de Hanna era luminoso como ella. Colores vivos, un tablero de corcho con centenares de fotografías. Muñecos de felpa, flores de plástico y un edredón de arabescos fucsia. Olía a vainilla.
—Soy fea, nadie me quiere, no puedo ser como las demás chicas.
—Claro que no eres como las demás, cielo —señaló Peter—. Eres hermosa.
La levantó y la puso frente al espejo. Ella se abrazó a él, negándose a mirar su reflejo. Alina y Lilian miraban sin atreverse a intervenir.
—Hanna, tú desafías los cánones de belleza tradicionales.
La chica lo miró, confusa.
—Haré que me entiendas mejor.
Peter se dirigió a Lilian.
—Cariño, vamos a hacerle un estudio de fotografías a Hanna, escojan diferentes ropas, lo haremos en el jardín. Mientras se alistan, yo haré unas llamadas.
—Renacuajo —dijo, dirigiéndose a Hanna—, mira tu cabello, tienes por lo menos diez matices diferentes, si sales a la luz, lo notarás.
—¿Qué son matices?
—Colores, tonos.
—¿Por qué sabes tanto? —le preguntó Hanna con sus ojitos achinados y un gesto de admiración.
—Es mi trabajo. Las espero abajo.
Hanna, un poco más animada, le pidió a Lilian que la peinara, Lilian le hizo unos rizos con las pinzas y bajo la mirada de Alina, la maquilló. La chica se vistió con una camiseta negra, un leggins de varios colores, y Converse negros.
—Mírate ahora —señaló Lilian a su hermana, frente al espejo—. ¡Cómo has crecido! Gracias a tu ejercicio y buenos hábitos, te ves muy bien.
Hanna tendía a ser gruesa, como casi todos los niños que tienen Down, pero eso no le restaba belleza a su cuerpo.
La chica empezó a sonreír.
Cuando bajaron, Peter ya había hecho la llamada que haría de esta fecha un día inolvidable para ella.
Si hubiera querido dedicarse a la fotografía profesional, lo habría hecho sin problemas, observaba colores y escenas que a los demás se les pasaban por alto. Tenía buen gusto visual.
—¿Y esa cámara? —dijo Lilian.
Peter tenía en sus manos una Nikon que seguro había sacado del auto.
—Viajo con ella a todos lados, ya sabes, por eso de buscar la fotografía perfecta. Me pasaba hacía unos años, que observaba los atardeceres más espectaculares y no tenía la cámara a mano para retratarlos.
Lilian sabía que a Peter le gustaba la fotografía, las obras en su casa lo evidenciaban. Quiso fotografiarla en más de una ocasión, pero ella se negaba en el acto. No sabía que era un hobby tan serio, qué poco sabía de su marido.
La sesión de fotos se inició y Hanna, algo nerviosa al comienzo, se soltó con las indicaciones que le dio Peter. Docenas de poses pasaron por el lente de la cámara. La chica era muy natural. Se cambió varias veces, posó en el jardín, en el porche, en la sala y hasta frente al computador, charlando por el móvil y haciendo todas esas cosas que hacen las adolescentes para pasar el tiempo. Peter le dijo que más adelante la haría una sesión de fotos cuando estuviera en la cocina.
—Si la gente pudiera ver la belleza en el interior de Hanna, muchas jóvenes querrían ser como ella —dijo Alina a Lilian, mientras Peter tomaba una fotografía tras otra.
Peter tomó el computador prestado y descargó las fotografías. Sonrió, cuando les mostró las imágenes en el computador.
Hanna quedó pasmada, por un minuto no pudo decir nada.
—Soy hermosa —dijo en un susurro.
—Así es, renacuajo.
Lilian y Alina, a la que se le aguaron los ojos, miraban sorprendidas las imágenes. La favorita de Lilian fue una en la que aparecía saltando, el cabello volaba sobre ella y la expresión de su mirada era mágica. Hanna, con esas fotografías, redefinía el concepto de belleza.
La joven brincaba de alegría. Alina permanecía muda de la emoción, Lilian le pasó el brazo por los hombros, su madre no era muy buena gestionando sentimientos.
—¿Te das cuenta? La belleza tiene millones de formas y todos los cuerpos son bellos. He aprendido mucho de eso estos últimos tiempos —dijo Peter, guiñándole el ojo a Lilian. Hanna no desprendía la mirada de la pantalla del computador.
Lilian se acercó a su marido y sin importarle que Alina y Hanna estuvieran a su lado, le cogió el rostro y le dio un sentido beso, luego le susurró en el oído.
—Mil gracias.
—Soy hermosa —repitió Hanna, que no se había percatado del gesto de Lilian.
—Quería que te lo grabaras —expresó Peter—, y eso no es todo, tendrás acompañante al baile, si tu madre da permiso.
Las tres mujeres lo miraron como si se hubiera vuelto loco. Lilian lo miraba con ganas de llevárselo a la habitación, comérselo a besos y devorarlo entero.
—¿Quién es? ¿Liam? —preguntó, ilusionada.
Hanna lo miró, confusa.
—No, a ese no volverás ni a mirarlo.
—¿Entonces?
—Paul Higgins.
Las tres mujeres abrieron la mandíbula casi hasta el piso.
—¿Estás loco? —saltó Lilian.
—¡Yupi! —Hanna alucinó al escuchar el nombre del cantante del grupo Percepción. Bailó, brincó y subió a la habitación dando brincos, al pasar se topó con Manuela, que subía unas sábanas—. ¡Voy a ir al baile con Paul Higgins!
La mujer, que no tenía idea de quién era el nombre, la felicitó y siguió con su labor.
—Hanna no irá a ese baile, enloqueciste, Peter —exclamó Alina, furiosa.
—¿Qué tiene de malo? Es un buen chico, no la dejaría en manos de alguien que pudiera lastimarla.
—No es garantía para mí. ¿Cómo te atreves?
—Debiste haber preguntado primero —dijo Lilian.
—¿Qué diablos les pasa? Es una noche especial para ella, le dará una lección al cabrón que la dejó plantada.
—No es la vida real, Peter. Mi hija necesita buenas dosis de realidad, más que otras personas.
—¿Estás diciendo que no tiene derecho a soñar, es eso?
—No quise decir eso —afirmó la mujer, en guardia.
—Pues a mí me parece que sí.
—Hanna no tendrá las cosas fáciles cuando yo falte. No necesitamos que venga el genio de la lámpara a solucionarle la vida. Debe aprender que en la vida tendrá decepciones y ese chico no será la primera ni la última persona que la lastime.
Peter se levantó, ofendido, caminó por la sala mientras ordenaba sus pensamientos.
—Entiendo tu postura, Alina, y no es mi intención meterme en la vida de tu hija. En mi defensa, diré que lo hice porque no quería verla sufrir. Pienso que también la vida está llena de recursos para actuar a nuestro favor y sería de tontos no aprovecharlos. Mientras le tomaba fotografías, pensé que podríamos utilizar a Hanna para un catálogo de modas de adolescentes.
—Hanna es un alma dulce, soñadora y pienso que esta experiencia podría perturbarla.
—Ella es mucho más fuerte de lo crees, mamá —intervino Lilian—. No la subestimes.
—Te contradices, Alina, primero me dices que Hanna tiene que ver la vida como es y luego que no deseas perturbarla.
La mujer enrojeció de la rabia.
—No te atrevas a…
Peter la calmó con un gesto de manos.
—Llamaré a cancelar la cita.
—¡No! —gritaron las dos mujeres al unísono.
Peter quedó callado.
—No entiendes nada —dijo Alina—. Ahora será peor. Nunca me perdonaría esto.
Lo dicho, caviló Peter furioso, en cuanto a las mujeres Norton, todo su conocimiento del alma femenina le servía para nada.
—No vuelvas a hacerlo —fue todo lo que dijo Alina, antes de salir de la habitación.
Lilian se acercó a su marido, por detrás y lo abrazó por la espalda.
—Entiendo tu posición, yo también quise tener al maldito de frente cuando rechazó a Hanna, pero mamá tiene razón.
—Quiero a Hanna y mientras esté en mis manos, la ayudaré a cumplir sus sueños.
—No tienes que hacerlo, ella es feliz como está.
Peter se dio la vuelta.
—No entiendo por qué hacen una tormenta de un vaso de agua.
—Cosas de mujeres que no entenderías.
—Entiendo de mujeres, pero con ustedes no paso el examen.
Ella empezó a acariciarlo, se puso de puntillas y pegó sus labios a los de él, su lengua atravesó su boca y se perdieron en un beso abrasador. Con un gemido Peter se obligó a soltarla.
—En cuanto a mí, tienes mucha idea de lo que haces —le ronroneó en el oído y se soltó.
Peter le dio una palmada en la nalga y salieron a enfrentar la tormenta.
Alina, todavía molesta, hizo mil y una recomendaciones. Peter pensó que no era para tanto su reacción. El chico se quedaría solo una hora, Paul era un joven de la misma edad de Hanna, de sólidos principios, en caso contrario no lo habría convocado. Además, tenía un hermano con la misma condición de ella, del que estaba orgulloso, luego a Peter no se le hizo raro que aceptara en cuanto se comunicó con su agente y expresó su idea. Incluso sería buena propaganda para ellos. El chico estaba en Los Ángeles y voló al aeropuerto local a última hora de la tarde. Peter se comprometió con Alina a llevarlos al baile y esperar afuera junto con Lilian.
—Dios mío —dijo Peter a Lilian—. Si lo hubiera sabido, habría ido yo con ella al baile.
Lilian soltó la carcajada.
—Hubieras tenido serios problemas. No todos los días se aparece tu cantante favorito a llevarte a un baile de escuela, es raro y le pasa a muy poca gente. Tienes que entenderla.
—Pero Hanna está feliz y es lo único que me importa, así que pueden ustedes dos hablar lo que deseen, lo volvería a hacer.
Peter estaba acostumbrado a que lo que quería lo conseguía, no entendía las reacciones de Alina y Lilian. Su suegra debería ser más feliz, necesitaba una gran cuota de optimismo en su vida. Entendía que habían pasado etapas difíciles, se le notaba que sus expectativas con Lilian fueron inmensas y a partir de lo ocurrido, perdió un poco la fe en ella, como si su hija hubiera sido la culpable de lo sucedido. Ese pequeño detalle ponía una barrera entre él y Alina, le fastidiaba. A Hanna, le exigía como si la chica tuviera un coeficiente normal y a la vez le impedía soñar o realizarse en lo que ella deseaba. Cierto que todavía era muy joven y necesitaba de sus guías y consejos, pero los chicos de cualquier edad y condición tenían derecho a volar, así fuera en sueños.
La única recomendación que le había hecho a Hanna era que no se enamorara. “Como si tú ordenaras y el puto corazón cumpliera”, soltó la risa, el corazón hacía lo que le daba la gana desde el inicio de los tiempos. De todas formas, le advirtió a Hanna que solo era por un rato, una hora donde charlarían, bailarían y que si algo la incomodaba, él estaría a pocos metros de ella, esperándola en el auto.
Paul llegó a la casa, con una flor para la joven. Hanna bajó la escalera, estaba hermosa en su vestido. Emocionada, reía frente a Paul, que le dio la flor, que ella agarró en sus manitas regordetas y pequeñas. El chico le dijo que estaba hermosa y que sería un honor acompañarla un rato a su primer baile. Lilian y Alina detallaban al joven de arriba abajo, con pantalones pitillos oscuros, camisa blanca y chaqueta de traje de las que usan los chicos, pequeñas y con las mangas subidas. Estaba guapísimo, lucía un flequillo en la frente que seguro era la adoración de las chicas, y tenía hoyuelos de niño bueno.
Alina les tomó una fotografía y luego, cuando salían, le guiñó un ojo a Peter.
Desde el auto escucharon la algarabía cuando la pareja entró al salón, luego las palabras de algún profesor, que pedía calma y respeto para la pareja de Hanna y después los acordes de una canción. Chocaron palmas.
Peter y Lilian decidieron esperarla en el auto. Una pareja de rezagados pasó por su lado. Él empezó a tararear una canción de Maroon 5 que llegaba hasta ellos.
—¡No! —protestó Lilian—. Otra canción de amor perdido. Música de chicas.
Peter sonrió.
—Si piensas que me tocas las pelotas con eso, pierdes el tiempo.
—¿En serio?
Peter corrió el asiento hacia atrás.
—Estoy muy seguro de mi hombría, cielo.
—¿En serio? —repitió ella, con una ceja levantada.
Peter soltó la carcajada.
—Lo vas a comprobar ahora mismo.
La jaló hacia él y le soltó el cabello, el olor a champú invadió el pequeño espacio, la besó, y fue un beso perfecto, ambos con el corazón en bandeja. Cuando Peter gimió sobre su boca, Lilian entreabrió los labios, y la lengua de él invadió su espacio, lo que empezó como un beso suave, viró a algo húmedo e intenso.
Peter se separó unos momentos, echó el asiento de Lilian hacia atrás y apretó su cuerpo al de ella. Se frotó clavándole su erección en la pelvis, pronto los gemidos invadieron el auto.
—Para —dijo ella poco convencida—, alguien nos puede ver.
—Yo estoy pendiente —la engatusó él—. No hay nadie.
Lilian resopló.
—Eres capaz de cualquier cosa con tal de meterme mano —dijo en un tono de voz ronco y hambriento.
—Eso te pasa por tocarme las pelotas, aprende a vivir con las consecuencias —farfulló él, levantándole la camiseta y sobándole los pechos—. Haz de cuenta que estamos en nuestro primer baile de adolescencia y te saqué del lugar para esto.
La besó de nuevo. Se frotaron otra vez y Peter enterró la nariz en su cabello. Le abrió más las piernas, lo que permitía el jean y empezó a besarla y a tocarla con más ímpetu.
—Podríamos corrernos así, tú y yo refregándonos, con la ropa puesta.
—Me sentiría incómoda con Hanna, después, en el auto, con nosotros.
Peter desplazó las manos a su cintura y la acarició por encima de la ropa. Lilian soltó un gemido.
—Vamos, cielo, estás cachonda, dame un orgasmo hasta que lleguemos a casa y pueda follarte como Dios manda.
Ella se frotó con más ganas.
—Eso amor… así, joder —dijo Peter, antes de devorarle la boca. Imprimó el ritmo de los siguientes movimientos, sabía lo que hacía.
Para Lilian era una deliciosa sensación cada vez que Peter la rozaba y no demoró en mojar la ropa interior, más y más con cada roce y cada caricia. Reaccionó besándole la quijada, que ya tenía una barba áspera que la calentó más y luego le mordió el cuello y le acarició los pectorales.
—Quisiera estar desnuda —dijo, entre susurros, le pesaba la ropa, le incomodaba el sujetador, los pulmones los sentía a punto de estallar, quería sentir la piel de su marido—. Te deseo como no tienes idea.
Peter gimió, le bajó la cremallera del jean, metió la mano en el interior y suspiró de nuevo cuando alcanzó su sexo húmedo. Lilian le acariciaba el pecho a través de la camiseta. Le besó el cuello, la mandíbula, le mordisqueó el lóbulo de la oreja.
—No sigas, cielo, o me correré en los pantalones.
—Hazlo en mi mano.
No tuvo que repetírselo. Peter se bajó enseguida el cierre del pantalón y liberó la erección que Lilian tomó en su mano.
—Que rica estás… —dijo, incapaz de hilar más pensamientos.
Peter tomó la mano de Lilian y le imprimió un ritmo más fuerte. Le suplicó que lo mordiera, que lo marcara. Mientras, con la otra mano, la tocaba a ella.
El auto se llenó de sonidos bruscos y excitados.
—Más, por favor… —dijo ella, desesperada por liberarse y retorciéndose en la mano de él.
Lilian alcanzó el orgasmo en segundos, un grito ahogado fue el compañero del vaivén y las contracciones que la asaltaron y la llevaron a una explosión de sensaciones que siempre la dejaban desmadejada. Peter la siguió momentos después, un calor abrasador le inundó la espina dorsal y se concentró en medio de las piernas. Sus manifestaciones fueron más elocuentes, mientras chorros de semen invadían el abdomen desnudo de Lilian. Peter se sintió mareado cuando volvió a su asiento. Lilian tomó un paquete de pañuelos húmedos, se limpió y luego lo limpió a él.
—Dios… —exhaló Peter.
Cuando estuvieron arreglados, abrieron las ventanas, pues el auto quedó impregnado de olor a sexo. Lilian se recogió el cabello, mientras Peter la miraba y le acariciaba el cuello.
A los veinte minutos, Hanna y Paul aparecieron por la puerta. Lilian acababa de echar ambientador, se habían desecho de la prueba del delito y se bajaron del auto tan pronto los vieron.
Hanna venía feliz. Paul era un buen chico y comentó que había pasado un muy buen rato, los profesores impidieron que una horda de chiquillas acabara con él, y pudo disfrutar de un momento muy agradable. Intercambió números con Hanna y quedaron de verse en el concierto que daría el grupo el mes entrante en San Francisco. Un auto estacionó al lado del de ellos, un chofer bajó, y el chico se despidió. Ellos se quedaron mirando las luces que desaparecieron por el camino.
Hanna, exaltada, les contó lo que había ocurrido en la fiesta, la cara de Liam y de las compañeras que eran antipáticas con ella. Les comentó que Paul bailó solo con ella y habló con sus amigas. Otras chicas se acercaron a saludar.
Lilian dedujo que ahora Hanna tendría más vida social, no era que se quejara, pues siempre fue sociable.
Alina los esperaba levantada. Hanna repitió la historia y la llevó a dormir.
Cuando bajó, dijo:
—Discúlpame por la manera en que te traté. No estoy acostumbrada a que alguien, aparte de Lilian, me ayude con Hanna.
—Hanna es ahora mi familia.
—Gracias.