CAPÍTULO 14

 

 

El miércoles en la tarde, Lilian recibió la llamada del agente Caldwell, recordándole la cita del jueves en Los Ángeles.

Se dijo que podría ausentarse en la tarde, sin tener que comentarle a Peter. Saldría del aeropuerto cercano, estaría dos horas en Los Ángeles y volvería a última hora, eso sí, si los vuelos eran precisos. Estaban en primavera, habría pocas probabilidades de que cerraran los aeropuertos por mal tiempo. En la noche cenaría con Alice. Le dijo a Peter que pasaría la tarde con ella y que se verían en la noche en casa. Almorzó con él, como todos los días. Desde la semana anterior pedían a un restaurante y charlaban de trabajo o hacían planes para la noche, ya que algunas veces iban al cine o a beber algo, pero lo que más le gustaba a Lilian era ver alguna serie de televisión acurrucada a su lado, no llegaban ni a la mitad. Ella o él empezaba a meter mano y las cosas se ponían calientes.

—Te noto nerviosa.

Lilian forzó una sonrisa, apenas había comido, se había dedicado a esparcir los alimentos por el plato. Las manos le sudaron mientras recogía los utensilios del almuerzo.

—Imaginaciones tuyas.

Se despidió de su marido con un breve beso y sin mirarlo a los ojos. Salió de la oficina y llegó al aeropuerto justo a tiempo. En cuarenta minutos estaba inmersa en el caótico tráfico de Los Ángeles. Cuando llegó a un edificio de apartamentos ubicado en el centro, el agente Caldwell y Evie ya estaban allí. Le presentaron a Cinthia Roberts y Janeth Heath, ambas jóvenes arriba de la veintena. En el minúsculo lugar en el que vivían, asesoraban, ayudaban y movilizaban con un par de ordenadores, un mapa del país con las universidades investigadas y todo el coraje del mundo. Se habían convertido en activistas hacía un año, tras ser abusadas en distintas situaciones. Habían perdido el miedo a denunciar y con ellas estaban arrastrando a un grupo de mujeres que habían pasado por las mismas circunstancias a lo largo y ancho del país.

—Ya perdí el miedo a hablar —dijo Cinthia, invitándola a tomar asiento—, ya no me da pena decir que dos jóvenes me violaron. Yo estaba muy borracha, pero lo recuerdo, uno me penetró por delante y otro por detrás, me dolió muchísimo, lo que más recuerdo es que mi cuerpo al otro día tenía otro aspecto, otro olor. Sé que hay cosas que no se deben hacer, si aprendiéramos a no dar el control de nuestros cuerpos a otras personas, otra sería la historia, el alcohol es mal consejero, pero óyeme bien, eso no justifica ni por asomo, el que puedan aprovecharse de nosotras.

—Es cierto —dijo Evie.

Janet contó su historia: un conocido abusó de ella, eran compañeros de clase y la universidad se convirtió en su enemigo. Nunca denunció, la enfermaba compartir espacio con su violador, pidió una licencia y viajó un tiempo, pero la distancia poco hizo por ayudarla a aliviar el trauma. Había vuelto al país decidida a enfrentar lo ocurrido.

Le hablaron a Lilian de las dos mujeres que estaban dispuestas a plantar cara a Jason Hale, estaban indignadas por su postulación a candidato. Había otras mujeres que no querían hablar, ni denunciar. Las que sí estaban dispuestas a llegar hasta las últimas consecuencias eran Linda Flynn, estudiante de la misma época de Lilian, y Mary Donovan, pasante universitaria en su oficina cuando fue senador.

—El tipo es un depredador, amparado en su poder político ha hecho lo que le ha venido en gana. Vamos a pararle los pies.

—Jason Hale juega sucio —dijo Lilian.

—Lo sabemos —contestó Janeth, una rubia alta y delgada.

Las mujeres se dedicaron a exponerle las pruebas, los testimonios y la ayuda que en ese momento les brindaban algunas ONG y la misma Casa Blanca, que había tomado las denuncias con rigor. Lilian se percató de que no estaban desamparadas como cuando ella inició su batalla. Podrían tener éxito, pero… ¿a qué costo?

—Necesitamos toda la ayuda posible, entra en la demanda, Lilian —suplicó Cinthia, una mujer afroamericana, bajita y delgada de hermosos ojos cafés—. Ese hombre te hizo mucho daño.

—Se desatará un escándalo. Seremos pasto para la prensa y créeme, en este caso no serán generosos con nosotras. Estoy empezando una nueva vida, no quiero que esto salpique mi trabajo y mi matrimonio —concluyó Lilian.

—Se lo debes a las hijas que tendrás —refutó Janeth.

“Y a la hermana que tengo”, pensó Lilian.

—Si desean, puedo ayudar de otra forma, con recursos, con mi tiempo, tocando puertas.

—Necesitamos que entres en la demanda —insistió Cinthia.

—Lo siento, no lo haré.

Cinthia elevó los ojos al cielo.

—Te agradecemos que hayas venido, pero nos apañaremos.

La decepción bailaba en sus semblantes y en el alma de Emily.

Era lo mejor, ellas no tenían idea de a lo que se enfrentaban, era mejor sepultar todo, como ella trató de hacerlo años atrás…

 

Emily maduró de pronto, fue como si le hubieran dado un golpe en la cabeza y hubiera reaccionado de inmediato. Su adolescencia y juventud quedaron enterradas de golpe, fue un cambio tan drástico como todos los demás. Se cortó el cabello hasta los hombros, descartó todo su vestuario juvenil y optó por ropa más conservadora, demasiado conservadora, diría su madre. Investigó universidades hasta que dio con una facultad del estado de Washington, cerca de Seattle, y con sus notas de colegio la aceptaron para el siguiente semestre. Deseaba marcharse e iniciar una nueva vida lejos de todo, hasta de su familia. Ya no era la chica despreocupada y fiestera de meses atrás, era una persona angustiada y sufrida con una herida sangrante en el corazón. Decidió pasar las navidades con sus abuelos, los seres más tranquilos, buenos y nobles que había conocido. Allí, en medio de la naturaleza y las labores del hostal, empezó a sanar. Lejos de las mezquindades del mundo, de la indiferencia de su padre, de la desconfianza de Alina, pudo por fin respirar. De su vida anterior a la que más extrañaba era a Hanna, pobrecilla, la llamaba todas las noches, estaba confusa y asustada sin entender lo sucedido.

La tercera semana de agosto se presentó en la nueva universidad, era un sitio un poco anticuado, de grandes y blancos edificios perfectamente conservados. Se había comprado sus gafas de pasta gruesa, vestía pantalones oscuros y jerséis grandes con zapatos Keds. De su antigua vida rescató todos sus libros y el segundo nombre, para borrar a Emily para siempre. Nadie reconoció a la chica que decía haber sido violada por Jason Hale. Solo era Lilian Norton, estudiante de Mercadeo y Finanzas.

En el ente universitario poco llamaba la atención, pero para un observador experto y esos eran casi nulos en la universidad, no pasaría desapercibido el tono blanco porcelana de su piel, que emitía un brillo espectacular; el color de su ojos, que variaba según sus estados de ánimo, y el matiz de su cabello, que mantenía apretado en un moño y que solo soltaba en la noche para ir a dormir.

Se graduó con honores e inició su vida profesional en una empresa de tecnología en San Francisco.

Al morir sus padres, tres años atrás, Alina decidió trasladarse a Napa para encargarse del hostal y en busca de una mejor vida. La gente de su entorno no olvidaba lo ocurrido y John Norton había muerto de un infarto, sin haber tomado medidas económicas para ellas, quedando Hanna desprotegida. Eso aceleró el traslado, el lugar era poco rentable, pero la vida era más barata y el aire libre le hacía bien a la joven.

Lilian iba algunos fines de semana y pedía vacaciones en verano, cuando había mayor ocupación.

 

Minutos después, a la salida del edificio, el agente la alcanzó.

—Lilian, piénsalo, ahora hay más posibilidades de ganar y de que se haga justicia.

Lilian soltó una carcajada ausente de humor.

—No le creo, agente Caldwell, no conozco la justicia.

Se despidió de él, caminó una cuadra y llamó a un servicio de transportes, tenía la aplicación en el móvil, en un minuto un auto largo y oscuro se estacionaba frente a ella y un hombre bajaba de él.

—Hola, Lilian.

Como entre una bruma, el protagonista de sus pesadillas se materializó frente a ella. Retrocedió, tambaleándose. Él la aferró del brazo. Fue incapaz de modular palabra, solo se movió para poner distancia, quería echar a correr, pero el fuerte brazo del hombre la rodeó, quedó rígida del miedo, un sudor helado le bajó por la espalda.

—Tenemos que hablar, te llevaré a donde quieras.

A Lilian le era imposible en esta dimensión y en cualquier otra que él imaginara que tenían algo de lo que pudieran hablar. La incredulidad anuló su miedo.

—Estás loco, no tenemos nada de qué hablar. Suéltame o empiezo a gritar.  —Lo miró con viva repugnancia.

—Te lo digo otra vez, no te haré daño, pero si no me acompañas, tu esposo tendrá tus espectaculares fotografías en su correo esta noche.

—Eres un hijo de puta, ya no puedes tocarme. —Escupió las palabras con gusto, aunque la garganta se le había secado de pronto y la voz le salió ronca—. Sé cómo defenderme, ya no soy la imbécil de años atrás.

Varias personas miraban la escena, por lo menos había testigos de que se subió al auto, ante la indiferente mirada del chofer que sostenía la puerta, seguro pensaba que estaba ante una pelea de amantes. Aborrecía respirar su mismo aire, pero lo hizo, porque pudo olfatear su temor, él ya sabía lo que se cocinaba en ese apartamento, le enfermaba estar en su mira, que la siguiera, que supiera de ella, intuía de qué iría la charla. No se amedrantaría. Él fue al grano. Le preguntó a dónde iba y ella, de mala gana, le contestó que para el aeropuerto.

—Si reabres tu caso, perderás todo lo que has conseguido.

Le regaló una mirada burlona.

—¿Estás asustado?

Hale sintió como si lo hubiera abofeteado y una chispa de ira apareció en sus ojos. El hombre que estaba frente a ella nada tenía que ver con la figura que aparecía en las noticias, besando la cabeza de los niños enfermos de cáncer, o estrechando manos de humildes inmigrantes que esperaban, en su mandato, legalizar los papeles que por fin les cambiaría el estatus de ciudadanos de tercera. No, este hombre era un alma fría y maligna que haría lo que fuera con tal de salirse con la suya, pisotearía al que fuera por culpa de su ambición.

—No estoy asustado. —Se limpió una mota inexistente de su chaqueta—. Simplemente no quiero buitres alrededor de mi campaña, tengo que lidiar con cosas en realidad importantes como para perder mi tiempo en demandas que ni siquiera serán instauradas en la corte.

Lilian chasqueó los dientes en un gesto destinado a molestarlo. Estaba furiosa y asustada, aferraba las manos al bolso para evitar temblar en su presencia.

—Prepárate, Jason Hale, porque te llegó la hora de pagar por todo lo que has hecho y los millones de tu familia no serán tu escudo esta vez. Las cosas son diferentes a hace seis años.

—Puedo hacerles la vida muy difícil, eso se me da muy bien. No quiero ver tu nombre en esa lista y quiero que las convenzas de lo mal que te fue a ti, para que eviten hacer el papelón ante la corte y la prensa.

Lilian se quedó callada. Sentada frente a él, como en la línea de tiro, comprendió que había estado atrapada en la red de un pasado que no era capaz de dejar ir, sus cambios eran exteriores, por dentro seguía siendo la misma impostora de trajes sosos. Si Hale estuviera tan seguro de los resultados, no estaría ella en ese auto, y como en una iluminación, comprendió que no dejaría a esas chicas solas, que por sí misma, por las demás y por las otras mujeres que ese hombre había lastimado y cuyos nombres nunca saldrían a la luz, llevaría la demanda hasta las últimas consecuencias. El pasado no podía cambiarlo, era imposible. Necesitaba desmantelarlo para poder disfrutar de un presente y un futuro pleno. El hombre que tenía enfrente, asustado como todo cobarde, había saqueado su intimidad y ella le había dado el poder de penetrar en su alma, con sus sentimientos de culpa y minusvalía. Ya era suficiente, necesitaba ser libre, por ella misma y por ese incipiente amor que abrazaba su alma. No le diría nada más, precisaba bajar de ese auto ilesa y con tiempo para planear su estrategia. Lo que le dijera a ese hombre sería poco inteligente y lo prevendría más.

—No dices nada —protestó Hale ante el silencio de Lilian.

Ella ya veía las señalizaciones que le indicaban que estaba a pocos minutos de bajar del auto. El corazón le golpeaba en el pecho y estaba segura que la chaqueta estaba lavada en sudor.

—Ya dijiste lo que tenías que decir. No tengo nada que agregar. Amenazaste y te portaste como el bastardo que eres, no responderé a tus ataques.

—Vaya, vaya, a la gatita le han crecido las uñas.

El auto aminoró la velocidad y estacionó en la puerta de la aerolínea.

—Cuidado, Lilian, no arruines tu futuro.

Lilian bajó del auto y casi corrió hasta la puerta de embarque. Toda la adrenalina la abandonó de pronto y un desaliento le recorrió el cuerpo, se quedó quieta en la entrada como si no supiera a dónde tenía que ir, al dar el primer paso, chocó con una persona. Siguió de largo, necesitaba el abrazo de Peter, de su madre, de su Hanna. No quería llorar, sabía que donde empezara, no terminaría. La gente la miraba con curiosidad, algo en su semblante denotaba que no se encontraba bien. Entró a una cafetería, pidió una botella de agua.

El vuelo a Los Ángeles saldría en media hora. Había hecho la reserva para las cuatro y treinta, pensó que la reunión sería más larga. Se sentó en una silla y mientras bebía del líquido, se dedicó a observar a la gente que pasaba por su lado. Algo de serenidad alcanzó antes de abordar.

Con mirada ausente rememoró lo ocurrido. El maldito tenía que estar muy asustado para haberle dado ese susto de muerte. Llamaron a abordar, tan pronto se sentó en su puesto, todo el cansancio de la jornada hizo mella en ella, cerró los ojos sin dejar de pensar en lo ocurrido. No quería pensar en Hale, en su mirada de hielo, en sus gestos despectivos. Recordó a Peter en el momento en que se despidió de ella, sabía que algo la atormentaba y era prudente con sus espacios, a pesar de ser un hombre intenso. Cómo lo necesitó esa tarde, necesitó su fuerza, su cariño, su complicidad y la manera fiera en que la protegía. Cuando se enterara de que fue Hale, Dios, no quería estar en el pellejo del hombre.

El vuelo fue rápido y tranquilo, y cuando divisó la salida, fue en su propio pellejo donde no quiso estar, al ver a Peter, furioso, que la esperaba recostado de una pared.

—¿Se puede saber qué coños se te perdió en Los Ángeles?

Hoy no era su día de suerte.

Fue incapaz de responderle.

Peter, más descompuesto a cada minuto que pasaba a su lado, no le habló más hasta que estuvieron en el auto. Lilian quiso llorar en cuanto lo vio, quiso refugiarse en su ternura, decirle que Jason Hale la había amenazado y la había hecho llorar, quiso decirle que se hiciera cargo de él y de su vida, pero no podía hacerlo, había batallas que debía librar sola. Demostrar su valía ante el mundo tomando las riendas de su vida. Nadie podría hacerlo por ella, aunque tuviera la seguridad de que Peter lo haría con gusto, ese no era su trabajo. Lo notó cansado, nervioso, la sombra de la barba oscurecía su mentón dándole su apariencia de pirata que ella tanto amaba.

—Contesta.

Silencio.

—¿Hay alguien más? Te estoy dando la oportunidad de que te sinceres conmigo.

Peter aferró las manos al timón como si la vida le fuera en ello.

—¡No! Cómo se te ocurre.

—Se me ocurre, cuando mi esposa me oculta que va a viajar a otra ciudad y llega con cara… ¿de qué coños tienes cara?

—No me ofendas.

—¡Contéstame! Maldita sea.

—¡Para el auto y me bajo!

—¡No!

Peter tomó el carril de velocidad. El cielo era un contraste de colores, dando su permiso a la noche.

—¿Quién te dijo que estaba en Los Ángeles?

La miró como si hubiera recibido una bofetada al escuchar la pregunta.

—¿Alice? —preguntó ella, extrañada de que su amiga se hubiera dejado embaucar de él.

—Sí, llamó a cancelar la cena. Estaba preocupada porque no contestabas el móvil y entonces Helen le dio mi número. Debes tener llamadas mías y de ella. ¿Por qué no contestabas el teléfono? ¿Te viste con Paul? Él estaba en Los Ángeles. Todavía te mira con ojos de ternero degollado.

—Peter, por favor…

—Por favor qué… ¿Es él? ¿Te gusta?

—No sigas, Peter —dijo ella en un tono que lo silenció de inmediato.

Llegaron a la casa. Enrique VIII saltó sobre Peter tan pronto lo vio, pero al notarlo tenso, le obsequió una mirada despectiva a Lilian, como si la culpara a ella, saltó al suelo y se refugió en su cojín.

Lilian soltó el bolso y fue a la cocina. Mientras tanto, Peter se había quitado la chaqueta y la corbata, y se desabotonaba los primeros botones de la camisa, sin dejar de mirarla. Ella se quitó la chaqueta, llevaba una camisilla color beige.

—No tengo nada con nadie, soy una mujer casada y te respetaré hasta que lo estemos.

—¿Por qué mentiste?

Peter se acercó al mesón de la cocina. Lilian se lavó las manos y fue a abrir la nevera, cuando Peter se acercó a ella por detrás y no la dejó.

—Háblame —suplicó, angustiado, abrazándola por detrás y besando su cabeza, aspirando el aroma de su mujer, consternado y frustrado por los muros que como fortalezas ella erigía—. Me revienta que no me hables, que no confíes en mí.

Lilian dio la vuelta y se abrazó a él. La sintió helada, la estrechó con fuerza y le acarició la espalda, oprimió la cabeza de ella contra su pecho susurrándole que todo estaría bien, que lo que la agobiaba tenía alguna solución. Se aferró a él buscando cobijo. La acariciaba tratando de protegerla con su cuerpo, con su calor. Peter absorbió el miedo y el dolor, y Lilian pudo respirar por fin desde el dichoso encuentro. El alivio hizo que las lágrimas anegaran sus ojos, mientras él la consolaba como a una niña pequeña. Peter asumió su pena para que ella pudiera desahogarse. El consuelo fue tan fuerte que Lilian cada vez lloraba con más intensidad.

—Me estás asustando.

Por fin el llanto remitió y él esperó con paciencia. La llevó abrazada al sofá y se sentó junto a ella, le limpió el rostro, pero fue en vano, otras lágrimas ya cruzaban sus mejillas.

Levantó el rostro apenada, y se secó las mejillas con las manos.

—¡Qué vergüenza!

—No tienes nada de qué avergonzarte. Lilian, dime que pasa, se nota a leguas que necesitas soltarlo.

Entre susurros entrecortados, le contó la reunión con las activistas y le contó de las ocasiones en que el agente Caldwell la había contactado.

Ella suspiró y se apoyó en su hombro. Peter tuvo la intuición de que no era todo. Estuvieron unos minutos en silencio. Luego ella se apoyó en el respaldo, se separó un espacio. Se aferró las manos y le miró.

—Fue Jason Hale.

Lo notó tensarse, la dejó en el sofá y se levantó con los brazos cruzados.

—Me estás diciendo que…

—Él me violó.

—¡Maldito! —Se acercó a una pared y dio un tremendo puñetazo.

Lilian cerró los ojos.

—Tendré que matarlo —dijo con fiereza.

Entonces recordó algo de lo ocurrido en esa época y más rabia le dio. El maldito la había puesto en la picota pública. Los estudiantes le hacían la vida imposible, era seguidor de ese deporte, el maldito había sido antagonista de Nick en los partidos. Fueron chismes que llegaron a todas las universidades y se habían enterado de que una loca lo había acusado. En ese tiempo lo apoyaron, qué imbéciles habían sido.

Lilian lo miró, asustada.

—No vale la pena que te ensucies las manos por esa escoria.

—¡Maldito hijo de puta! —exclamó con rabia.

—Hale me estaba siguiendo, me abordó en un auto y me obligó a ir con él al aeropuerto.

El rostro de Peter se transformó, y una ira ciega lo invadió. Fue el turno para el mesón en piedra que separaba la cocina del comedor, lo golpeó con un puño.

—Voy a matarlo. —Se acercó de nuevo a ella y le aferró lo brazos—. ¿Te hizo algo? Dime que ese hijo de puta no intentó propasarse contigo.

—No, solo me amenazó.

Lilian procedió a relatarle lo ocurrido, con todos los pormenores. Peter, con el ceño fruncido, no perdía detalle. Le brindó un vaso de agua y cuando terminó de hablar, se sentó junto a ella.

—¿Qué quieres hacer?

Lilian se quedó unos segundos en silencio, suspiró profundamente.

—Cuando salí de la reunión, te juro que iba a olvidarme de todo, pero luego se apareció ese maldito y se me devolvió la película. La gente utiliza la palabra sobreviviente para demostrar que superó una terrible experiencia que no la dejó marcada, fui víctima y soy sobreviviente, pero a veces pienso que ese término me queda grande, oculta que ya no soy la misma. Soy mucho más fuerte, pero a veces tengo unos días horribles. Ya no puedo ser indiferente, me atañe y tengo que enfrentarlo.

—Tú no eres una sobreviviente, eres una guerrera, has participado en la educación de Hanna, haces un excelente trabajo en la empresa y lo más importante de todo, eres una buena mujer. Nadie te quitará eso, ni siquiera ese maldito.

—Eres un buen hombre, Peter Stuart.

—Pero no soy digno de tu confianza.

Lilian se envaró y se conmovió al ver la expresión vulnerable en el rostro de su esposo. Le levantó el rostro.

—Cariño —dijo por primera vez sin asomo de sarcasmo, más bien con emoción—. Te confié mi intimidad, contigo volví a ser mujer. Tú atravesaste una gruesa barrera. Eres generoso, no quiero que nada de mi pasado te manche, no lo mereces. Antes prefiero alejarme.

Él la miró, asustado.

—¡No digas bobadas! No permitiré que te alejes de mí. Tengo mucho que decir respecto a eso.

—Todo ha pasado tan rápido, dejé de usar mi disfraz y la situación me cayó de golpe. Lo que menos quiero es lastimarte.

—Yo recuerdo que nuestros votos rezaban: en las buenas y en las malas. Debes aprender a confiar en mí.

Lilian no lo sacrificaría, eso lo tenía claro. Antes se cortaría una mano que dejar que a Peter le salpicara toda la basura que rodeaba a ese hombre.

Peter fue a la cocina, ella lo siguió, sacó fresas y vino blanco.

—Pondremos música y si quieres podemos usar el jacuzzi, pediremos la cena.

Ella lo abrazó por detrás.

—Dime una cosa. ¿Esta velada termina con nosotros en la cama?

—Por supuesto.

—Olvídate de lo anterior. ¿Qué tal si me dejas encargarme a mí del resto de la velada?

—Lo que quieras.

Lo arrinconó contra la mesa y le sacó la hebilla del pantalón.

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