—¿Tienen alguna otra candidata? —preguntó Peter desde un extremo de la mesa.
Llevaban toda la mañana discutiendo sobre la mejor aspirante para llevar la campaña.
—Peter, ya hemos hablado de esto. —Lilian, en la otra punta de la mesa, retaba a su marido con lo que creía ella era la mejor opción en el abanico de mujeres que iban desde modelos cotizadas, pasando por actrices, hasta cantantes. Así era el grueso de millones que manejaba la campaña—. Helen Krauss es una actriz incipiente y cobra menos que una actriz que ya ha sido nominada al Oscar. Además, casa muy bien con la imagen, y el modelo de mujer al que le queremos hacer llegar el perfume.
—No llama tanto la atención.
—¿Cómo puedes decir eso? Mira de nuevo las fotografías, por favor —instó Lilian.
Peter apretó los labios en un rictus que ya ellos conocían bien. Levantó la fotografía que Lilian le señaló. Era una joven con cabello castaño rojizo y vivaces ojos azules, a Peter no le disgustaba, pero quería estudiar las opciones muy bien antes de elegir.
—Está esa modelo rusa… —objetó Brad—. Una rubia natural siempre vende.
—Si quisiera una rubia natural hubiéramos escogido a Pam.
Los celos pellizcaron el corazón de Lilian. No lo quería cerca de ella.
—Habíamos dicho —insistió—, que necesitábamos una modelo vivaz, no queremos una rubia insípida. Ha de tener clase, simpatía y que parezca asequible.
Peter se levantó, se quitó la chaqueta y se arremangó la camisa. Lilian lo admiró como siempre, era un hombre atractivo, fuerte y capaz de una enorme ternura. Extendió las imágenes sobre la mesa. Era un estudio fotográfico de la actriz en diferentes poses y ambientes. El ambiente en la sala de juntas era espeso como la niebla que por las tardes caía sobre el Golden Gate.
—Lo de estrella puede funcionar, pero hay algo que no me convence —señaló Peter.
—No hay tiempo —refutó Greg, con talante molesto.
Lilian se quedó callada. Sabía que la actriz era la modelo perfecta para usar como emblema del perfume, había tenido mucho éxito en una comedia romántica estrenada meses atrás. Su rostro era fácil de recordar.
Desde el día del viaje, Peter andaba como león enjaulado, lo entendía, pero debían aprender a separar lo personal de las cosas de la empresa o no podrían trabajar juntos. Le molestaba su terquedad, la mujer era preciosa. Algo más lo disgustaba. Ella también guardaba sus resquemores. La trataba de manera gentil, respetuosa y adecuada para un horario familiar, estaba harta, porque sabía que él tampoco estaba satisfecho. Necesitaba a su marido, el hombre que la miraba con fuego en los ojos, que la penetraba de improviso y que no podía controlarse con ella. El sexo duro de las primeras veces había marcado una pauta para ella, la había hecho sentirse viva y en control de su sexualidad. En cambio, ahora se sentía embutida en el mismo saco de las modelos con quienes él tuvo intimidad en el pasado. Tal vez un cambio de escenario estaría bien. Decidió provocarlo, ya que la reunión estaba terminando.
—Mañana tomaremos la decisión —concluyó Peter.
En cuanto se levantaron de la mesa, Lilian alzó los brazos y se soltó el cabello ante la mirada estupefacta de Peter. Simuló un dolor de cabeza, ya que empezó a frotarse una sien.
Brad se acercó y puso una mano en su hombro, con lo que tocó algo de su cabello.
—Tengo una aspirina —le dijo el amable joven.
—Gracias Brad, en un momento se me pasará.
Cuando los hombres salieron, ella agitó el cabello sobre los hombros, sin dejar de mirarlo.
“La muy zorra”, masculló Peter, furioso y siguió sus movimientos con mirada ardiente e intensa cuando el cabello le cayó como una manta. Se levantó y caminó despacio, cuando lo que quería era correr, tumbarla sobre la mesa y hacerle todo lo que deseaba hasta que saliera por esa puerta apenas pudiendo caminar. Quería follarla hasta perder la cabeza.
—¿Pasa algo, cariño? —dijo ella, con un amago de sonrisa satisfecha, al ver el paquete que se le marcaba en el pantalón. Su gesto había dado resultados.
—Sí, pasa algo.
Fue a la puerta y la cerró con llave. Se devolvió. Le acarició el cabello y ese gesto caldeó su piel. La miró a los ojos al tiempo que le acariciaba los brazos. En segundos, la boca de su esposo la devoraba, llevándola por el sendero de la dicha, le tocó los mechones de cabello, enterró los dedos en su pelo y la tendió sobre la mesa de juntas. Soltó un gemido y se refregó en ella dándole a entender lo cachondo que estaba. Lilian le jaló el cabello e interrumpió el beso, como siempre quedó prendada del apuesto rostro de su marido a pocos centímetros de ella.
—No quiero baños de chocolate, ni fiestas sorpresas.
—¿Qué? —preguntó, confuso.
—Es lo que dicen tus modelos de tu forma de hacer el amor. Quiero a mi rudo, sexy y salvaje marido. Lo necesito de vuelta, por favor.
Le regaló la expresión más confundida que le había visto en el tiempo que tenían de conocerse, y cuando entendió, el alivio borró el gesto anterior.
—Gracias a Dios, iba a volverme loco —dijo con voz grave.
Le subió la falda y le acarició las piernas.
—No soy de porcelana, resisto bastante. Hago kickboxing, ¿recuerdas?
Peter le bajó la ropa interior.
—Cierto —jadeó. Su voz era una mezcla de asentimiento y excitación—, kickboxing. Tendré que verte entrenar un día. Ahora pondremos a prueba tu aguante. Aunque aquí será un rapidito. En casa te follaré toda la noche.
—¿Eso quieres?
Peter se soltó el cinturón, se desabotonó el pantalón y liberó su erección.
—Quiero muchas cosas, cielo —dijo, mientras soltaba su blusa y le subía el sujetador—. Quiero ser el hombre que te dé miles de orgasmos.
—¿Miles? —suspiró ella, mientras le acariciaba el miembro de arriba abajo, haciéndolo gemir.
—Miles, quiero ser tu hombre.
—Eres mi hombre, ahora déjate de delicadezas y tómame como se te dé la gana.
Ella echó la cabeza hacía atrás cuando él le tocó el sexo y le chupó un pezón.
—Así me gusta, caliente y a tono conmigo. Te voy a enseñar quién es el jefe.
Lilian iba a soltar una réplica, pero él la devoró con la boca, la lengua, las manos, hasta que estuvo lista y húmeda para recibirlo, con las piernas le abrió los muslos y se hundió en ella. Ella se arqueó y él empujó con más ímpetu y con un gruñido de excitación. La ropa la incomodaba, deseaba sentirlo piel con piel, pero no era el lugar. Veneraba la expresión de sus ojos que se oscurecían y el fulgor de fuego en su expresión cuando la fijaba en ella, su cuerpo duro y tallado, su peso. Lo sentía en todas partes, sus manos aferradas a sus nalgas mientras mantenía un ritmo frenético y fuera de control.
—He querido follarte así, Dios, duro… —Le regaló una embestida tan larga y fuerte, que Lilian tuvo que sostenerse de los bordes de la mesa—. Me estás volviendo loco, Lilian. ¿Lo sabes, verdad? Tu cuerpo, tus tetas y la manera en que me aprietas….
Peter sudaba, se notaba que contenía su orgasmo por ella.
Se apoyó sobre su cuerpo, la mantenía agarrada y la aplastaba sobre la mesa. Los testículos rozaban su sexo en cada empuje. Se sentía tan invadida por Peter que su mundo quedó reducido a lo que percibía en su vagina, como si fuera una entidad independiente. Él agarró sus caderas y le impuso el ritmo con el que Lilian construyó su orgasmo. Con un grito salvaje que Peter devoró en un beso, ella alcanzó la liberación. Él no bajó el ritmo, al contrario, aceleró las embestidas ante las contracciones de la mujer, sintió su pene crecer dentro de ella, soltó un fuerte gemido que acalló con los dientes en la piel de Lilian y estalló. Ella notó el líquido que la bañaba emparejado al ritmo de sus contracciones y el intenso placer que parecía no acabar. Fue una sensación tan intensa que lo vio todo rojo. Apenas pudo modular un gemido, pues Peter estaba de nuevo sobre sus labios, devorándolos como si todo fuera a volver a empezar.
Segundos después, Peter soltó su boca con la cabeza embotada por el fuerte orgasmo que había experimentado. Aún lo recorrían los estremecimientos. No quería soltarla, parecía que sus dedos habían quedado pegados a sus caderas. Se obligó a hacerlo, supo que le dejaría marcas. No quería salir de su interior, había sido un error follarla en la oficina, quería estar horas dentro de ella, no, horas no, días, semanas, meses. Era una puta locura, caviló, tratando de recuperar una brizna de control. Ya no se cuestionaba por qué su mujer lo ponía de ese talante. Salió de ella y una satisfacción primitiva lo invadió al ver la humedad de su sexo, de sus piernas. Era bárbaro. No le importaba. Nunca el cabello de una mujer lo había excitado tanto, era como ver sus pechos desnudos todo el tiempo, era la misma sensación. Cuando vio a Brad tocándolo, quiso separarlo de un empujón. El gesto de su pelo cayendo en sus hombros como manta, era suyo, solo suyo. Durante el sexo le encantaba meter la nariz en la cabellera y olfatear el aroma del champú como un perro. La manera en que Lilian se entregaba, la forma en que lo ceñía, opacaba a cualquier otra mujer que hubiera compartido su cama. Salió despacio de ella, el suspiro que emitieron sus labios amenazaba con encenderlo otra vez. Se bajó la falda y corrió hasta el baño. Era tímida después de hacer el amor, como si aún no creyera lo que ocurría entre ellos. Maldito Hale, quería aplastarlo como hormiga, con su acción le había llenado la cabeza de basura.
Lilian salió del baño más compuesta, luego entró él. Salió, secándose las manos. Le sonrió.
—El que juega con fuego, sale escaldado.
Lilian sonrió.
—Estabas imposible. —Se acercó a él y le acarició el cabello.
—Tienes unas maneras muy agradables de reprender.
—Volveré al trabajo, porque mi tirano jefe no aprueba mi elección.
—Ella está bien, solo dame otro estudio de fotografías con ropa de otros colores.
—Está bien, y pasando a otro tema. Mañana en la tarde tenemos reunión con la oficina de abogados que se hará cargo de la demanda.
—¿Necesitas algo? ¿Dinero?
—No lo sé aún, esta primera reunión será informativa, conoceremos a los abogados y nos conoceremos nosotras. Tendré que viajar a Los Ángeles, no sé a qué horas terminaré.
—Quédate en casa de Lori, viaja sin presiones, aquí todo estará bien. Un chofer te recogerá tan pronto aterrices, estarás protegida cada segundo. No permitiré que ese hijo de puta se acerque a ti otra vez. Le diré a Lori que te llame.
—Gracias.
—Quisiera acompañarte.
—No, tienes mucho que hacer.
Peter extendió su mano y le acarició el rostro. Deseaba ser más participe de todo lo que concernía a la vida de Lilian, quería estar allí cuando el pasado se hiciera presente, darle su fuerza, pero no era el lugar ni el momento para presionar.
—Está bien.
Aterrizó al medio día en Los Ángeles y un hombre trigueño de aspecto inmenso, que parecía más un guardaespaldas que un chofer, la esperaba a la salida. Se presentó como Cole Miller y la escoltó hasta un auto. La oficina de abogados quedaba en el centro de la ciudad. Lilian los había investigado, no tenían que ver con los políticos contrincantes de Hale en su carrera por la gobernación del estado y se habían especializado en demandas colectivas a varias entidades privadas.
En una sala de juntas ya estaban todos reunidos cuando ella llegó. La abogada que los iba a representar era una mujer de rasgos hispanos de nombre Maribel Rueda, profesional de una de las mejores universidades del país. Mientras recitaba sus credenciales, Lilian observó a Mary Donovan y a Linda Flynn, las mujeres tenían un rasgo en común, eran rubias o pelirrojas. Cinthia las presentó tan pronto llegaron. No recordaba a Mary Donovan, era más o menos de su edad y había estudiado en la misma universidad. La abogada les habló de los pasos para instaurar la demanda, de los testimonios y las pruebas con que contaban.
El primer paso, reunir los diferentes testimonios para presentarlos en un alegato a la Fiscalía y de allí presentar la demanda al tribunal. Lilian se dio cuenta de que hacer el caso sostenible llevaría una cuota de tiempo y una gran tajada de dinero, una parte lo asumirían las demandantes del porcentaje que recibirían del pago que tendría que hacer Hale si lo encontraban culpable y la otra parte lo asumirían dos ONG. Cinthia y la abogada hablaron de convencer por lo menos a dos personas más de las presuntas víctimas. El caso se haría público en pocos días, era inevitable, ya no estaba sola, había un sólido equipo detrás apoyándola. Se ofreció para hablar con posibles víctimas de Hale. La abogada dijo que había una mujer cerca de San Francisco, vivía en San José. Lilian pidió sus datos y dijo que hablaría con ella. Planearon varias estrategias, necesitaban que los diferentes movimientos en el país contra la violencia sexual las apoyaran. Lilian pudo darse cuenta de que Cinthia y Janeth, a pesar de sus buenas intenciones, estaban desorganizadas, necesitaban más computadores y más gente ayudándolas. Lo primero que hizo allí en la oficina de la abogada fue un directorio con los datos de todas e hicieron la promesa de reunirse una hora cada noche por Skype. De manera sutil, organizó un poco las cosas.
—¡Vaya! ¿Te das cuenta de cuánto te necesitábamos? Eres todo un general.
Mary Donovan la alcanzó cuando ya se habían despedido de todos y esperaba el ascensor.
—Yo estaba en la biblioteca el día que abriste tu correo y esas inmundas fotos hicieron aparición.
Lilian templó su mirada y sus fantasmas se mantuvieron a buen recaudo, no quería volver a un día que la avergonzaba tanto y no era solo por las fotos. Se acarició la muñeca donde una pequeña cicatriz era su recordatorio del día que casi se quita la vida. El elevador llegó. Cuando llegaron al primer piso, Lilian vio que Cole la esperaba a la salida. Mary la tomó del brazo, la mujer era bonita y tenía sobrepeso. La recordaba muy delgada.
—Fui una cobarde, vi lo que te pasó y yo no quise denunciar. Fue horrible, él me hizo mucho daño, yo le supliqué que parara, pero no me hizo caso, hasta un compañero suyo golpeó en la pared, le decía: “Te está diciendo que la dejes, ya para, hermano”. Aún tengo pesadillas y no puedo bajar de peso, mi psicóloga me dice que uso la grasa como protección.
—Va a pagar por todo.
—Es la única manera en que podré superarlo, viéndolo en una cárcel. A pesar de que me gradué en la universidad y tengo un trabajo que me gusta, no puedo superarlo. Todo el mundo dice que mejorará, pero… ¿cuándo?
Lilian le tomó la mano.
—No dirían eso si se pusieran en nuestros zapatos, pero es la forma que tienen nuestros seres queridos de decirnos que no estamos solas.
—No lo había visto de esa manera.
Se despidieron, ya en el auto llamó a Peter.
—Cielo —contestó él al primer tono.
Ella soltó un suspiro.
—No fue tan difícil, voy a tener mucho trabajo.
Le relató todo lo ocurrido durante la reunión.
—Te ayudaré en lo que pueda.
Ella le sonrió al aparato. Quiso decirle que lo amaba, que amaba su ternura y su bondad, que lo necesitaba como escudero en la batalla que se avecinaba, pero no fue capaz, tenía que dejarlo ir. Nunca imaginó enamorarse de él. Dicen que los opuestos se atraen y no lo había experimentado hasta que ocurrió. La había ayudado cuando estaba aposentada en la oscuridad, con su amor y generosidad le había dado la mano a Emily y por un estrecho sendero la había llevado a la claridad.
Su tiempo con Peter Stuart se acababa.
—Realicemos la mejor campaña para Always, será suficiente.
Escuchó a Peter resoplar.
—Una manera de decirme que me meta en mis propios asuntos.
—No lo tomes así, pero hay cosas que debo hacer sola.
Escuchó un suspiro.
—Mujer terca. Te extraño.
Ella bajó la voz.
—Y yo a ti.
Media hora después, se abrieron las rejas a un camino que llevaba a una hermosa mansión. Lori la esperaba en la entrada.
—Bienvenida. —La recibió con un fuerte abrazo.
Lilian quedó pasmada por el lujo y el buen gusto que se respiraba en el hogar Donelly y así lo manifestó mientras pasaban por una suntuosa sala de muebles claros y un comedor inmenso.
—Cuando conocí la casa también me impresioné, le hice varios cambios, Mike dice que le di calor de hogar.
Lilian no había movido un dedo en la casa de Peter, como si supiera que su paso por allí era provisional, aparte de la exigencia de la cama que apenas habían llevado la semana pasada, no había habido más cambios.
—¿Fue bien tu reunión? Peter fue algo evasivo, como si no hubiera trabajado en la empresa. ¿Algún nuevo contrato?
Lori la llevó a una sala más acogedora de sillones en colores vivos, cuadros vivaces y floreros con flores multicolores. Estaba segura de que era su espacio. Un computador portátil descansaba en una de las mesas.
—Con Always y las cuentas que tenemos, tendremos trabajo suficiente hasta que se acabe el año. Era un asunto personal.
Lilian se quitó la chaqueta y dejó la pequeña maleta en una esquina.
—¿Estás bien?
Ella respondió con un gesto afirmativo de la cabeza y pasó al aseo. Se dijo que era cuestión de días el que todo el mundo se enterara de lo que sucedía, por lo menos la familia de Peter necesitaba estar preparada.
Cuando volvió a la sala, una mujer de aspecto latino dejaba una bandeja de plata con bebidas y varios emparedados. No había comido nada y se moría de hambre.
—Te presento a Consuelo, la mujer que hace mis días idílicos y tranquilos.
Ésta soltó una carcajada. Lilian la saludó.
—Pensé que era Mike.
—En esta casa y en mi caso, mi felicidad es Consuelo, pero no le digas nada a Mike. Peter me dijo que te alistara algo de comer, no habías almorzado y supuso que toda la tarde estarías ocupada como para ingerir algo de alimento.
Lilian quiso llorar de amargura. Peter, susurró para sí. Tan detallista y delicado, la cuidaba, se preocupaba por ella. Disimuló su gesto tras el vaso de jugo.
—No es tan malo que tu marido quiera ser atento —señaló Lori—. Te acostumbrarás.
—Lori…
Ella levantó la mirada y sonrió sin querer prestar atención al tono de preocupación de Lilian.
Lilian tomó un sorbo de jugo, se aclaró la garganta y con mirada ausente le contó todo a Lori, hasta la identidad de su atacante. El rostro de la mujer se demudaba mientras ella avanzaba en el relato. En un momento dado se secó una lágrima y en más de una ocasión la reconfortó con un apretón de manos. Lilian se daba cuenta de que le hacía mucho bien contar lo ocurrido, se sentía liviana y fuerte a la vez.
—Lo que vas a hacer es correcto y no te voy a decir que estarás bien o que lo olvidarás, porque no tengo idea de lo que se siente.
—Gracias.
—Peter te apoya y ahora nosotros también. Ese malnacido merece pagar por lo que hizo.
—Tú hermano es un increíble ser humano.
—Pero…
Lilian se sintió violenta.
—No puedo arrastrarlo a esto.
—¿Por qué? No es un niño, no lo subestimes.
—Hay una clausula especial con Always. No puede haber escándalos entre el personal de la empresa.
—¡Eso es ridículo!
—Nos veríamos abocados a una demanda por incumplimiento de contrato.
Lori se levantó, furiosa.
—¡Que se vayan a hacer puñetas!
—No es tan fácil y ya tomé mi decisión, tu hermano es un buen hombre y merece a una mujer sin el equipaje que yo llevo.
—A mi hermano le encanta tu equipaje, él es un caballero de brillante armadura que busca rescatar a la doncella.
—Es cierto, pero yo no busco que me rescaten, no lo necesito.
Lori soltó una carcajada de incredulidad.
—Ahora lo entiendo, veo el poder que ejerces sobre mi hermano. Nunca se había topado con una mujer como tú. Debe estar volviéndose loco.
—No te entiendo.
—Yo sí me entiendo.
De pronto Lori se tornó seria.
—Hay algo más que te preocupa aparte de la cláusula.
“Vaya con el par de hermanitos”.
—Nada más.
Lori se quedó pensativa unos instantes.
—Mi hermano está muy enamorado y tú también estás enamorada, si esto estaba en el panorama… ¿por qué te casaste con él? Y no me vengas con el cuento: “Vimos la luz en Las Vegas”.
El corazón de Lilian palpitó como tambor y le tembló la voz.
—Esto no estaba en el panorama, ocurrió después de casarnos.
Lori se quedó en silencio unos minutos, algo que Lilian agradeció.
—Puedes contar conmigo para lo que necesites. A veces hay que poner las cosas importantes en perspectiva. ¿No te parece que ya le has dado mucho poder a ese hombre?
—No te entiendo.
—Piénsalo, Lilian, no te voy a decir más.
Consuelo volvió a entrar a la sala.
—Lori, ese par de perros lo hicieron otra vez.
Lori levantó una ceja.
—Es la tercera vez esta semana.
Al ver la expresión interrogativa de Lilian, le relató lo que ocurría.
Su vecina tenía una pareja de buldogs, a los que trataba como a sus hijos. Pólizas millonarias, collares de diamantes, chips por si se perdían y todos los lujos a los que estaban habituadas las mascotas de las grandes estrellas. El problema con el par de animales es que no les bastaba la amplia mansión de su dueña para hacer sus necesidades, sino que utilizaban una parte del jardín de la casa de los Donelly. El problema ya era molesto, la mujer se excusaba con llamadas, ramos de flores, cestas de quesos y vinos finos. El esposo de Consuelo ya estaba perdiendo la paciencia y Mike señaló que si seguía sucediendo, dejaría el asunto en manos de un abogado. Lori no creía que fuera para tanto.
Después Lori le habló de su embarazo, de la manera tan rápida en que estaba aumentando de peso y de la ausencia de náuseas y demás síntomas. Mike estaba de viaje y no las acompañó a cenar esa noche.
Lilian le dio las gracias por todo y se retiró a dormir. El sueño le huía, tomó su tableta y empezó a hacer investigaciones. La madrugada la encontró trabajando en varios aspectos que ella creía que las beneficiarían en la demanda. Más tranquila, durmió un par de horas antes de viajar a San Francisco.