Cuando Lilian llegó a la cafetería para cumplir la cita, oteó el lugar repleto de oficinistas de los alrededores por ser la hora de almuerzo. El oficial Joe Caldwell ya estaba sentado en una de las mesas, supo que era él, porque el hombre enseguida que la vio, le hizo una seña. Lilian se acercó. Los meseros con platos iban y venían, de sus bandejas llegaban diversos olores, que se mezclaban entre sí. El aroma no tentó su estómago que sentía hecho un nudo.
Era un hombre alto en la cuarentena, con rostro de niño y mirada bonachona, vestía como los oficiales de las películas, ropa oscura y camisa blanca. Ella lo examinó atentamente. Él se puso de pie, se hicieron las presentaciones y la invitó a tomar asiento.
—Sé que te parecerá muy rara mi llamada.
Llamó al mesero, que presuroso trajo la carta, le ofreció a Lilian algo para beber, ella no quiso nada. El hombre pidió otro café.
—Estudié tu caso y la demanda a Jason Hale.
Directo al grano, caviló Lilian, y advirtió cómo el pasado se levantaba de golpe. Palideció de pronto, no dijo nada, esperó que el hombre continuara.
El oficial, dándose cuenta de que su entrada a la conversación no había sido la mejor, enseguida se dispuso a tranquilizarla.
—No pasa nada, sé que el tipo es culpable y que contigo se cometió una gran injusticia.
—Sus palabras no me tranquilizan y llegan seis años tarde. ¿Qué desea, agente Caldwell?
El hombre la miró, sorprendido.
—Quiero ver a ese malnacido en la cárcel.
—Conmigo pierde su tiempo, es caso cerrado.
El hombre vaciló un momento ante el gesto severo que le obsequió Lilian.
—Hay más mujeres en su caso.
—Me lo imaginé. ¿Por qué ahora?
—No sé si sabrás por los medios de comunicación. —Lilian negó con la cabeza y el hombre procedió a explicarle—. La administración ha tomado cartas en el asunto con respecto a los abusos en los campus universitarios. Las chicas decidieron hablar a raíz de una carta publicada por una de ellas en una revista universitaria, y se ha levantado un movimiento en todas las universidades del país. Tenemos un índice de abuso sexual muy alto, una de cada cinco alumnas de enseñanza superior en este país lo sufre en su campus, en las universidades y colleges más prestigiosos del país. Los ciudadanos no podemos permitir que se sigan presentando este tipo de crímenes sin castigar a los culpables, ya ha habido un par de condenas a exjugadores de fútbol americano de una universidad del sur, les dieron veinte años a cada uno. Cuatro de ellos violaron a una joven inconsciente. Yo sé que muchas de estas jovencitas se ponen en situaciones vulnerables, pero eso no le da derecho a algún patán de abusar de ellas.
El hombre lucía indignado. Lilian había seguido todo ese proceso de cerca, sabía de lo que le hablaba.
—Vuelvo y le pregunto, oficial. ¿Qué quiere de mí?
—Quiero que hagas parte de la demanda colectiva a Jason Hale.
—No puedo.
—¿Por qué? ¿No quieres verlo en la cárcel? El hombre se va a lanzar a la gobernación, será el dirigente de estado más joven que haya ocupado esa investidura, no querrás verlo dirigiendo los futuros de la gente de California. Hay una pasante de su oficina que sufrió abuso y está dispuesta a hablar.
—¿Cómo sé que no es una jugada política? Algún juego sucio de algún contendor político. Hace siete años me trataron como apestada, no solo Hale, la policía, mis compañeros de universidad, los profesores. ¿Por qué cree que quiero revivir esta maldita historia?
—Justicia. El hombre es un hipócrita. Pertenece a docenas de movimientos contra el abuso de la mujer. Se ha blindado muy bien. Hay mujeres que no hablarán, llegaron a un acuerdo económico, pero hay tres que desean verlo en la cárcel.
Lilian recordó la advertencia de William Harrison. Nada de escándalos. Ese caso sería notorio para la prensa, y no quería poner en riesgo la campaña, ni aparecer en los diarios otra vez. Sería un duro golpe para la empresa y para su familia si se filtraba lo sucedido. Quiso encogerse en la silla, quiso tener su disfraz como arma.
—Piénselo, Lilian, merecen darle un final a ese terrible episodio.
—No puedo, oficial, no me vuelva a contactar.
Se levantó de la mesa y dejó al agente Caldwell con la palabra en la boca.
El hombre suspiró ante la taza de café. Necesitaba de su testimonio y la investigaría. No quería coaccionarla, pero sin su colaboración sería difícil llevarlo a un nuevo juicio. Cuatro mujeres no harían tanto ruido como seis o siete, aunque si se le hacía justica a una sola, se daría por satisfecho. El llevar a Hale a la cárcel se había convertido en algo personal y no dejaría que Lilian Norton se interpusiera en sus planes.
Al día siguiente, Lilian viajaría a Las Vegas. Se encontraría con Alice en un centro comercial cerca de la oficina para comprar el vestido que usaría en el baile. Salió de la oficina algo más temprano y caminó hasta el lugar de la cita. La niebla había caído sobre la ciudad y había oscurecido temprano. Se arrebujó en su abrigo, mientras pensaba en la charla con el oficial. Necesitaba esos esqueletos en el fondo del armario, no estaba preparada para volver a pasar por lo mismo. Ella sabía de las intenciones políticas de Jason Hale, tan pronto se había retirado del futbol, siguió los pasos de su padre. Le enfermaba todo lo que leía del hombre: sus triunfos, el homenaje rendido en la universidad, las fotos en la prensa con la que sería su futura esposa. Pobre chica, solo por ella y por los hijos que tendría y que no se merecía, deseaba verlo con el mono naranja tras las rejas. ¿Y el escándalo? Volvería a estar en la picota pública y otro fracaso no lo soportaría. Hanna ya era mayor, se desestabilizaría, se imaginó a su madre… Y Peter no se lo perdonaría, porque perderían la campaña.
Su mente fue a recuerdos más agradables: al encuentro con Peter en el auto, a su manera de seducirla, de calentarla, porque estaba caliente por él. Ya no le temía a la última instancia, es más, la deseaba y eso no le había pasado nunca. ¿Cómo sería en la cama? Recordó la charla de un grupo de modelos en el estudio de fotografía. Las chicas tomaban un descanso cuando ella se acercó, sin querer las escuchó hablar y con una curiosidad insana se negó a abandonar el sitio, las modelos no repararon en ella, como siempre. “Hacer el amor con Peter Stuart es como darte una fiesta sorpresa o un baño de chocolate, qué sé yo, es una experiencia fascinante que toda mujer debería vivir”, dijo una. “Sí”, dijo otra, “es alegre y desenfadado, le gusta jugar y sabe cómo hacer que una mujer se sienta totalmente satisfecha”. Bien, ella quería esa fiesta, quería el chocolate, el juego y los orgasmos. No se hacía ilusiones románticas, sería una tonta si lo hiciera. No podía enamorarse de él, saldría con el corazón hecho pedazos y esa no era la idea. Peter la ayudaría a liberarse de ese trauma que le tenía la vida trancada, nada más. Trataría de no olvidarlo.
—Vas a tener que pegarle otro mordisco a la tarjeta de crédito, el baile es elegante y necesitas estar espectacular —dijo Alice mientras subían las escaleras eléctricas del centro comercial para ir a una boutique que regentaba una amiga suya.
—Tendré que trabajar en turnos nocturnos en alguna fábrica —adujo Lilian, asustada, y renuente a gastar dinero.
—Tienes una meta Lilian, los cambios eran necesarios.
La compra fue rápida y amor a primera vista. Un vestido pegado al cuerpo en satén, color verde esmeralda con escote bandeja, manga muy corta y un ligero vuelo al final de la prenda. Era un atuendo sencillo y elegante que solo permitiría unos aretes de brillantes. La compra no resultó tan onerosa, Lilian aprovechó el descuento, y satisfechas, salieron a la próxima parada.
El peluquero de Alice observaba emocionado lo que había caído en sus manos. La melena de Lilian era la de una colegiala antes de someter el cabello a tinturas, rizos y secadores. Le sugirió un corte en capas y también el largo adecuado, Lilian decidió que se lo cortaría debajo de la espalda. El hombre le separó el cabello en partes con pinzas de colores, mientras charlaban sobre chismes de farándula. Le aplicó un buen masaje en las puntas y por último lo secó. Se miró al espejo y no se reconoció.
—Ahora te das cuenta de todo lo que estabas escondiendo —señaló Alice, satisfecha del cambio operado en su amiga.
Lilian asintió a la imagen. Ya estaba lista para su viaje a Las Vegas.
Peter entró en el restaurante del hotel Admiral de San Francisco, lo esperaban en una mesa su hermana Lori y su esposo Mike, con Nick, su otro compañero de universidad, Julia, su mujer. Después de saludarlos a todos y de alabar a Julia que estaba en su sexto mes de embarazo, se sentó y pidió al camarero un Martini.
El hotel se había inaugurado un mes atrás, y el restaurante contaba con una carta que, poco a poco, se abría paso entre las de los mejores restaurantes de la ciudad. Con un ambiente clásico y cuidado, y un pianista tocando una suave melodía, el lugar se había vuelto el favorito de jóvenes profesionales que trabajaban en el área cercana.
—Pensé que vendrías acompañado. Estábamos haciendo apuestas sobre quién sería la última modelo que te tendría atrapado —comentó Lori.
Mike la tomó de la mano y se la besó en un gesto de ternura.
—Nadie me ha atrapado —Un par de ojos verdes, un vestido negro, ligueros y una boca pecaminosa asaltaron la mente de Peter—. Estás espléndida, Julia.
—No sabes cómo deseo que el tiempo vuele, tener los pies hinchados y caminar como pato no es lo que más me preocupa. —Miró a Nick con profunda ternura. Peter sintió un ramalazo de envidia, quería lo mismo para él—. Son los nervios de mi querido marido, que piensa que me voy a quebrar en cualquier momento.
—No puedes culparme. Es un jodido milagro —soltó Nick y acarició el abdomen de su esposa—. Eres la depositaria de mi estirpe. Mi vida no volverá a ser la misma.
—Tanto dulce me ocasiona dolor de estómago —terció Peter, irónico—. ¿Ordenamos? —Hizo una seña al mesero—. Estas chicas tienen cara de no haber almorzado.
—Siempre te parece que tenemos cara de hambre, pero ahora que lo dices, se me olvidó almorzar. Estoy muy emocionada —exclamó Lori, con la cara del gato que se ha zampado a Piolín.
El mesero se acercó y todos procedieron a ordenar la cena.
—¿Qué se traen, chicos? —preguntó Nick, curioso por la expresión de éxtasis en la cara de sus amigos.
—Lori y yo estamos embarazados —dijo Mike, atrayendo a su esposa y dándole un sonoro beso.
—¡Qué buena noticia! Los felicito —Peter se levantó, arrastró a Lori con él y luego le dio un fuerte abrazo a Mike. Después fue el turno de Julia y Nick—. ¿Ya lo saben mis papás?
—Aún no. Mañana vamos a almorzar con ellos —respondió Lori con expresión ilusionada.
—¡Dios mío, voy a ser tío! —exclamó Peter, feliz—. ¿Ya fuiste al médico? ¿Todo está bien? Ahora que te miro bien, pareces cansada.
—¡Qué va! Estoy tan entusiasmada que apenas he podido dormir, pero no me importa.
Peter ordenó al mesero traer una bebida espumosa sin alcohol.
—¡Quiero brindar por ustedes! Es un regalo que les brinda la vida y sé que serán excelentes padres.
—Hace unos meses no pensabas así, me lo pusiste difícil, cabrón —dijo Mike, sonriendo.
—Te lo buscaste, aunque tengo que abonarles el que hayan sido más ágiles con los preparativos de la boda que Julia y Nick.
—Porque no tienen una suegra como la mía —protestó Nick, al tiempo que aparecía un mesero con la botella.
Lori y Mike se habían casado a mitad de febrero, casi un mes después de la reconciliación. Fue una boda hermosa y sencilla realizada en el Admiral de Los Ángeles.
Peter descorchó la botella y sirvió las copas. Hizo el brindis.
—Un niño siempre es una bendición. Este bebé será excepcional y afortunado, tendrá por madre a una mujer muy especial. Muchas felicidades y que sepas que voy a malcriarlo como no te imaginas.
—Míralos con la satisfacción del deber cumplido en sus rostros —dijo Lori a Julia—. Solo les falta un cigarro cubano.
Todos soltaron la carcajada. Llegaron los diferentes platos, una profusión variada de sabores y olores. Peter les contó lo referente a Always, les habló de los Harrison.
Nick partió un pedazo de pan y antes de llevárselo a la boca, le dijo:
—Conocí a Paul hace un tiempo en Nueva York. Es un tiburón, amigo, ve con cuidado. Cuando se le mete algo entre ceja y ceja, no cesa en su empeño hasta conseguirlo.
A Peter no le gustó esa aseveración, dio otro bocado al plato y se dijo que de pronto era la típica competencia entre machos por la misma mujer. Pues Paul no dejó de mirar a Lilian durante la cena.
—Lo puse en su puesto ayer… —Procedió a relatarles los pormenores de la campaña, habló de su admiración por Lilian.
—No sé cómo no la dejaste reemplazarme —dijo Lori.
—No creí que estuviera preparada, pero créeme, estoy arrepentido.
Lori alzó la mirada, sorprendida.
—¡Vaya! ¿Quién diablos eres y dónde está mi hermano? No has criticado su vestuario, ni tampoco has lloriqueado en mi hombro porque su ropa no combina con el color de tus muebles.
—No es gracioso.
—El que no la hayas tenido en cuenta tampoco lo es.
Peter bebió de su copa de agua.
—Cometí un error. Hay cosas más importantes —susurró. Nick y Mike soltaron la carcajada y él les regaló una mirada ceñuda—. Además, ella ha hecho cambios en su físico.
—¿Qué? —se burló Mike—. ¿Cambió el gris ratón por un gris más oscuro o cambió el tamaño de las gafas?
Peter no supo por qué ese comentario lo descompuso.
—¡No tienen derecho! Es una mujer brillante que ha demostrado tener más sesos que cualquier creativo de la ciudad, qué digo de la ciudad, de la costa oeste, y merece todo mi respeto.
—¡Mierda! —exclamó Mike—. Te gusta.
—Lo que pase entre ella y yo es asunto nuestro.
Lori había quedado sin palabras ante el exabrupto. Nunca en su vida había visto a su hermano nervioso al hablar de una mujer. Tendría que averiguar cómo estaban las cosas con Lilian, la invitaría a almorzar la próxima semana. Al ver que el talante de Peter no estaba para bromas, los amigos decidieron dejarlo en paz.
El resto de la velada charlaron de diversos temas hasta el momento de la despedida. Peter notó que los rodeaba una calidez que no tenía nada que ver con el licor ingerido y sí con la camaradería y la complicidad que dan los años de amistad. Sabía que aunque se encontraran lejos, podría contar con ellos de manera incondicional. Era un bastardo afortunado. Nunca había visto brillar a su hermana de esa manera, la rodeaba el halo de la felicidad y era muy merecido. Sus amigos habían encontrado sus almas gemelas. Sintió de nuevo la acometida de esa extraña sensación de inconformismo. De pronto, su vida le parecía carente de sentido. Era un tío, por Dios, los tíos no se andaban con monsergas. Un buen polvo era lo que necesitaba, pero ni siquiera eso lo tentaba y más después de vislumbrar los encantos de Lilian Norton. Dios, esa piel, esas tetas, esas piernas y esa boca lo tenían ardiendo. Si cerraba los ojos, podría rememorar lo ocurrido en el auto segundo a segundo, se había hecho la paja varias veces, como adolescente en celo. Deseaba meterla en su cama, pero tenía el presentimiento de que ella no estaba lista aún y él no la presionaría.
Lilian llegó a Las Vegas alrededor del mediodía del día sábado, el clima primaveral estaba en su apogeo. Era un cambio bienvenido comparado con la temperatura de San Francisco. En el trayecto del aeropuerto al centro de la ciudad su mirada iba de un lado a otro, edificaciones, ríos de gente, electricidad. Pecado y placer, nunca dos palabras juntas habían conjugado tan bien con el entorno de una ciudad. Se apeó en el hotel Bellagio, era el lugar en que los Harrison habían organizado el evento y apartado las suites para los invitados de todo el país. Lilian no quería parecer más sorprendida de lo que estaba ante uno de los hoteles más lujosos de Las Vegas, con su hermosa fuente danzante, el cielo raso del lobby con más de dos mil flores de cristal creadas a mano y pisos de mármol como espejos. Exuberantes jardines y muebles bañados de sobria elegancia. Se dirigió a una de las numerosas recepciones con que contaba el hotel, una mujer muy amable validó la reserva. Como tenía todo el día para ella, hasta la hora del baile, dejó su maleta en la habitación y salió a hacer un recorrido por todo el lugar. Famosas tiendas de marca, dulcerías y restaurantes. Tuvo ganas de probar suerte en el casino, pero siguió de largo para conocer otros lugares.
—Bienvenida a Las Vegas. —Escuchó una voz conocida detrás de ella.
Dio la vuelta para encontrarse con la mirada entre interesada y burlona de Paul Harrison.
—Señor Harrison.
Le tendió la mano. El hombre se acercó, la abrazó y le dio un beso en la mejilla que hizo sonrojar a Lilian.
—Llámame Paul. ¿Dónde está Peter? No debería dejarte sola. Algún desconocido podría propasarse.
Lilian sonrió con ganas.
—Mi jefe llegará a última hora de la tarde y creo que soy capaz de cuidarme sola.
—¿Peter y tú son pareja?
Lilian se demoró centésimas de segundo en contestar. Si lo negaba, el hombre empezaría con sus requiebros, lo sabía por la manera en que la miraba y no le atraía para llegar a tanto. Si le decía que sí, y su devaneo con Peter no consolidaba, quedaría como una mentirosa. Decidió salirse por la tangente.
Él la miró fijamente sin pestañear, esperando su respuesta.
—Es mi primer viaje a Las Vegas.
El hombre le regaló una enorme sonrisa, apoyó su mano en la espalda y se ofreció de guía turístico. Paul Harrison era un hombre atractivo, en la treintena, cabello castaño y ojos oscuros, le halagaba la atención que le prodigaba. La llevó por pasillos repletos de negocios, fuentes y esculturas, mujeres de escasas de ropas se paseaban por los diversos lugares tomándose fotos con los turistas que pululaban por centenares a su alrededor.
Paul la invitó a almorzar, pero Lilian tenía ganas de seguir caminando y declinó la invitación. La llevó a ver el espectáculo de las fuentes mientras le hacía todo tipo de preguntas.
—¿Cómo llegaste a trabajar en el campo de la publicidad?
Lilian le relató sus inicios en la empresa y las funciones que detentaba en esos momentos.
—Veo en ti a alguien brillante y eso que solo hemos compartido en dos ocasiones. ¿Es Peter buen jefe?
—Sí, es buen jefe, exigente y justo.
—Si yo te ofreciera un trabajo más acorde con tus aptitudes, ¿lo aceptarías? Más dinero, más beneficios, reconocimiento.
Lilian levantó una ceja. “¿Hasta dónde pensará llegar?”, caviló, ni por asomo tentada.
—Me parece que no. Prefiero ganarme el derecho a un buen salario demostrando mi valía y no porque alguien que no me conoce me lo ofrezca —contestó con orgullo.
Un dejo de admiración pobló el rostro de Paul.
—Me lo imaginaba, tienes integridad y carácter. Algo que no abunda mucho en estos tiempos.
—Estoy segura de que si escarba un poco encontrará que somos varios con esas cualidades. Lo que pasa es que somos discretos. Estoy satisfecha con mi trabajo en este momento, Paul.
Además, sabía que Peter la mataría y bailaría en su funeral si se fuera de la empresa para trabajar con él, pues no ocultaba su animadversión por el menor de los Harrison.
Admiró la plaza de San Marcos del hotel Venetian, con sus locales de tiendas famosas, cafeterías, los colores del cielo artificial que se reflejaban en el Gran Canal, donde las góndolas paseaban trayendo consigo la magia y el murmullo de las conversaciones.
—Ahora cuénteme sobre el mundo de los cosméticos.
Paul se explayó en el tema un buen rato y luego la obligó a hablar más de sí misma, pero ella se limitó a darle datos escuetos. Le huían al tema de la campaña. Paul insistió en llevarla a comer algo y Lilian se decantó por un helado en la famosa heladería del hotel Venetian.
—¿Qué te parece Las Vegas hasta ahora?
Lilian saboreaba con deleite un delicioso helado de vainilla y menta bañado en chocolate. La gente pululaba a su alrededor, debía volver al hotel y arreglarse para la fiesta. Señaló a su alrededor.
—Vibrante, mágica y tentadora como este delicioso helado.
Paul sonrió, su mirada fija en los gestos de su boca. Lilian se limpió con una servilleta, algo incómoda. De pronto no le pareció tan buena idea el paseo.
—¿Le vas a decir a Peter de nuestra salida?
Lilian frunció los hombros, tratando de imprimir un gesto desenfadado en sus facciones.
—Si se toca el tema, se lo diré.
—Háblame de Peter, ya sé que es un jefe inmejorable —expresó con sarcasmo—. ¿Tienes un romance con él?
—¿Perdón?
—¿Duermen juntos?
—No, y no creo que sea de su incumbencia.
—Es de mi incumbencia, me atraes y siempre voy detrás de aquello que me gusta.
—¿Por qué me da la impresión de que no tendríamos está conversación si mi jefe no mostrara cierta… preferencia por mí?
—No te subestimes, Lilian, eres hermosa e inteligente, una combinación difícil de resistir. Quiero estar seguro de que tengo el camino libre. Sé mi pareja esta noche.
Lilian trató de adivinar cuál era su juego. Se imaginó llegando al baile del brazo de Paul y supo que nunca pondría a Peter en esa situación, él no solo bailaría sobre sus huesos, los haría papilla. Se imaginó besando a Paul y una vibración suave la circundó, nada parecido a lo que experimentaba cerca de Peter, en lo más mínimo. Sí, era cuestión de piel, los únicos labios que anhelaba sentir eran los de Peter.
—No puedo. Lo siento.
Caminaron en silencio un buen rato, salieron al boulevard que los llevaba al hotel.
—¿Cuál es tu anhelo, Lilian? ¿Qué es lo que más deseas? ¿Tienes una pasión, algo por lo que darías lo que fuera?
Lilian siguió en silencio por un rato. No eran preguntas fáciles. Llevaba años sin pensar en ello. Se había limitado a sobrevivir el día a día y ahora todo le caía de golpe, su cambio de apariencia, Peter, el oficial Caldwell, Paul… Fue como si al decidir salir a la luz, todo lo que la había atormentado saliera a la claridad con ella.
—Tengo sueños como todo el mundo, pero he vivido en el mundo real mucho tiempo y como todo el mundo, he tenido que aparcar mis sueños por mis responsabilidades.
—Bienvenida al club. ¿Algún sueño en particular?
Lilian miró su reloj.
—Me temo que es algo tarde. —Ya estaban a las puertas del hotel—. Tengo una fiesta a la que asistir.
—¿Me concederás una pieza de baile?
—Claro que sí.
Se despidieron al llegar a la recepción. Beatrice los observó de lejos y una sonrisa bailó en su semblante. ¿Qué pensaría Peter? No hallaba la hora de contarle, con suerte el devaneo de este par terminaría antes de siquiera haber empezado.