Aterrizaron en el aeropuerto de Los Ángeles el lunes a las nueve de la mañana, la cita en la Fiscalía era a las diez. Peter, que había insistido en acompañarla, sabía que ese trance no sería nada fácil y además, ignoraba qué podía estar planeando el cabrón de Hale, no la dejaría sola. Pasarían la noche en Los Ángeles y volarían al día siguiente a primera hora a San Francisco, estarían en sus puestos de trabajo cuando iniciara la jornada laboral.
Peter llevaba un traje gris plomo y corbata clara. Lilian, un poco más tranquila con la compañía de su esposo, vestía un traje verde aceituna. Subieron las escaleras de la entrada del ente judicial, y cambiaron sus identificaciones por la escarapela de visitante.
Mary, Linda y Evie ya estaban en la sala de espera cuando ellos llegaron. Lilian presentó a su esposo, y se sentaron a esperar. Peter revisaba su correo en el móvil mientras las mujeres hablaban. Al cuarto de hora apareció Maribel y al minuto las hicieron pasar a una sala, donde el fiscal y el agente Caldwell las esperaban. Peter se despidió de ella con un beso y un abrazo, y le deseó suerte.
El fiscal Richard Bernard, un hombre en la cuarentena, con mirada sagaz y ademanes algo nerviosos, moreno y un poco pasado de peso, les explicó en profundidad lo que pasaría de allí en adelante. Ellos estudiarían los testimonios de cada víctima, junto con la investigación de la policía y del FBI. Lilian percibió que esta vez los entes judiciales estaban de su parte, lo sentía por su intimidad, en cuanto la prensa se enterara de lo sucedido, no las dejarían en paz, como tampoco a Hale. Tendrían que acostumbrarse a estar en la picota pública. Luego de instaurada la demanda y de escuchar sus testimonios, la Fiscalía escucharía a Hale y se decidiría si la demanda pasaba a una instancia superior.
La Fiscalía recibió los testimonios de manera individual. Lilian volvió a contar por enésima vez la historia, no era fácil rememorar lo ocurrido, pero le ayudaba, cada vez que lo hacía era como si una capa más de los horribles sentimientos que la acompañaron esos años la abandonara. Esta vez relató el último suceso ocurrido en su anterior visita a la ciudad.
Al salir de la fiscalía, se reunieron en la oficina de la abogada. Allí se encontraban Cinthia y Janeth, las activistas. Lilian presentó a Peter.
—Empezaron las represalias —dijo Janeth.
Las chicas contaron, entre pausas, que habían recibido un anuncio de desalojo del dueño del departamento, alegando actividades ilegales; en su caso, prostitución. La noche anterior habían sufrido una redada de la policía, la vivienda había quedado de cabeza. No necesitaban sumar dos más dos para saber quién era el artífice de ello.
—¿Dónde se puede presentar una queja por abuso de autoridad? —preguntó Peter a la abogada.
—No nos conviene hacernos de enemigos en la policía —señaló la mujer—. Vienen tiempos duros y es mejor dejarlo pasar. No sabemos qué injerencia tenga Hale.
—Yo les buscaré alojamiento —volvió a intervenir Peter.
Las dos mujeres le regalaron una mirada curiosa.
—No quisiéramos molestar —dijo Cinthia.
—Tengo mis contactos, dejen y hago unas llamadas.
Peter se levantó. Lilian lo tomó del brazo.
—Cariño —señaló Lilian—. Ellas necesitan un sitio amplio donde puedan hacer reuniones con nosotras. Además, sería bueno tener un lugar a donde Mary, Linda y Evie, que no tienen familia en la ciudad, puedan llegar. Pagar un hotel por el tiempo que dure todo puede ser oneroso, por más que la ONG nos ayude.
—No te preocupes, cielo, hablaré con Mike, estoy seguro de que habrá una solución.
Las mujeres suspiraban por el atractivo de Peter y su manera de tratar a Lilian.
—Tengo buenas noticias —señaló la abogada—. Amber Tayler se unirá a la demanda. No lo hiciste tan mal, Lilian.
Todas aplaudieron y lanzaron parabienes.
—¿Qué la hizo cambiar de opinión? —preguntó Lilian, sorprendida.
—Amenazas, de las que me imagino se aburrió. Vendrá mañana y presentará su testimonio a la Fiscalía, no sé si su caso sirva, ella se negó a acudir a la policía, solo lo hizo con las autoridades de la universidad y ya sabemos lo que ocurre en esos casos, creo que desestimaron su denuncia. Sin embargo, algún papel debe haber en algún lugar, tengo a los investigadores husmeando, y además, Hale no ha sido muy inteligente con sus amenazas, se siente acorralado. Aunque eso no lo hace menos peligroso. Tengan cuidado, chicas.
“Una más”, pensó Lilian. “Gracias, Dios mío”.
Peter recibió una llamada y salió de la sala a contestar.
—He hecho algunas averiguaciones —señaló Lilian—, no sé qué piensan ustedes, pero debemos darle una cara diferente a lo que se está haciendo. No quiero decir con esto que algo esté mal, pero podríamos hacer una fundación, ayudar a cualquier mujer que se encuentre en las mismas circunstancias. —Lilian les pasó unas carpetas con toda la información—. Aquí está lo que hemos hablado y varias ideas más sobre lo que podremos hacer, pienso que así estaremos más respaldadas.
—Piensas en grande —dijo Cinthia.
—Hay que hacer la diferencia —sentenció Janeth—. A mí me parece bien, miraremos tu propuesta y hablaremos la otra semana.
Cuando terminó la reunión, Peter seguía al teléfono. En cuanto vio a Lilian, dio fin a la llamada.
Se despidieron en la puerta.
—Cielo, invité a toda la pandilla a cenar. Hay una buena probabilidad de conseguir una vivienda por medio de un amigo de Mike.
—¿El arriendo será muy costoso?
—Ese es el detalle, podrán estar un año sin pagar alquiler, solo los gastos de mantenimiento.
Lilian, más extrañada que agradecida, no pudo evitar preguntar:
—¿En serio? ¿Por qué razón lo hace tu amigo?
—No sé sus razones, cielo, lo importante es que desea ayudar y hay que aprovechar la oportunidad.
Lilian soltó un suspiro.
—Te debo mucho, Peter Stuart —dijo, en tono solemne.
Una sonrisa maliciosa pobló el semblante de Peter.
—No te preocupes, me pagas con tu delicioso cuerpo y estamos en paz.
Lilian sonrió. Se subieron a la limosina que los llevaría al hotel, donde el chofer había hecho el check in mientras ellos estaban en la audiencia.
Ella se sentó en sus piernas tan pronto Peter subió el vidrio tintado que los separaba del espacio del chofer.
—No me gusta dejar deudas pendientes —le susurró en tono erótico al oído.
La suave risa de Peter llenó el pequeño espacio y dio paso a una ardiente mirada. La tomó de la cabeza y soltó la pinza que sujetaba su cabello. La miró con ojos brillantes.
—Y otra vez el cabello —suspiró ella—, tienes un serio problema con eso.
Peter tocó un mechón rojizo y lo apartó del rostro, abarcó su mirada del cabello y los senos hasta los ojos de Lilian.
—Ejerce un poder mágico en mí. —Le acarició el rostro—. Tengo mis buenas fantasías.
—Las has cumplido todas —dijo Lilian, moviéndose un poco, de pronto sintió calor.
—No creas, no dejo de fantasear.
Lilian blanqueó los ojos y le dio un codazo en el costado. La mano de Peter envolvió su muñeca. La jaló contra él y le habló sobre su boca.
—Sé que no es el mejor momento, pero tengo que decirlo.
El aliento de Peter le rozaba los labios y Lilian lo único que deseaba era fundirse en un beso voraz. Lo miró con gesto interrogante.
—Te amo, Lilian Norton, te amo como nunca creí poder amar a una mujer. Te amo por tu valentía, amo tu inteligencia, tu sarcasmo y el miedo que escondes.
A Lilian se le aguaron los ojos.
—Me hechizaste desde que caminabas por los pasillos de la oficina con tus zapatos de abuela y con tu vulnerabilidad escondida detrás de unas enormes gafas. Muchas personas piensan que el matrimonio es como andar con cadenas, gruesas y pesadas. Todos los días al despertar busco ese vínculo que me une a ti como a una bendición.
Esas palabras emocionaron mucho a Lilian. No pudo evitar que las lágrimas rodaran por su rostro y le ocasionaran un nudo en la garganta. Soltó un sollozo.
—Cielo —susurró Peter, limpiando sus mejillas.
La abrazó y la consoló como solo él sabía hacerlo.
—Yo también te amo —balbuceó ella contra la solapa de su saco.
Peter le aferró el rostro y la miró con enorme ternura.
—No sé por qué estoy llorando, es ridículo.
—No, no es ridículo, eres muy sensible.
—Solo tú puedes decir algo así, se nota que me amas —dijo en un amago de sonrisa y tratando de bromear, pero la expresión de Peter era seria.
—Te amo —repitió ella, mirándolo con ojos llorosos y la nariz roja.
—No sabes lo feliz que me haces.
Llegaron al hotel Admiral en pocos minutos, cruzaron la recepción de la mano, subieron al ascensor y se miraron sin atreverse a tocarse, saltaban chispas alrededor. Entraron a la suite, que los esperaba con los rayos del sol de la tarde atravesando los cristales. Lilian no tenía ojos para nada que no fuera su esposo, ni para la cama lista para que disfrutaran de ella, ni para los arreglos de flores y frutas con que la firma agasajaba a sus huéspedes, las gruesas alfombras o las lámparas de cristal. No, no les interesaba nada de aquello. Se devoraron en un beso voraz, apasionado. Cayeron presos de un ardor que solo aplacarían en el momento de la liberación. Lilian no quería que el beso acabara, un beso hambriento y duro que la distrajo de los ademanes impacientes de Peter por quitarse la chaqueta. Retrocedió del beso para quitarse la chaqueta y la falda. Estaban alejados de la cama en cuanto Lilian quedó desnuda. Peter agarró su trasero y la levantó, se besaron de nuevo. Ella envolvió las piernas alrededor de su cintura y él la llevó a la cama sin siquiera darse cuenta. Se sentó en ella con Lilian en la misma posición, abierta para él.
Quedaron frente a frente. Peter le obsequió una mirada posesiva que Lilian sintió como caricia, se removió en cuanto empezó a acariciar sus pechos desnudos, pequeños escalofríos le recorrieron la piel y dejó sus pezones dispuestos para más caricias, los labios de él vagaron por uno de los pechos hasta que atrapó un pezón. Lilian estaba tan excitada que casi llegó al clímax con las simples succiones. Apretó su cabeza contra su pecho mientras él le lamía los pezones, apreció la suavidad de su cabello, los olores de su champú y su loción la encendieron más. Era suyo, se repetía sin cesar.
—Es delicioso, eso, chúpalos más, así, mi amor —pidió ella, en voz baja.
Peter, que no se había quitado el pantalón, apenas se desabrochó y bajó el cierre, se quitó los calzoncillos y liberó su erección, que se hinchó más ante la mirada de Lilian.
—Peter…
Su nombre salió de sus labios como una exhalación, eran pocas las veces en que ella lo utilizaba y cuando lo hacía, se sentía el rey del mundo.
—Ahora quiero a mi sexy esposo dentro de mí.
Peter, que apenas podía hablar, le acarició el sexo, en cambio, sus pensamientos iban a millón. Era suya, suya, no se atrevía a manifestarlo, no quedaría más cavernario de lo que ya se sentía. Deseaba tenerla así todo el tiempo, todos los jodidos días de su vida y las veces que quisiera, era como famélico frente a un banquete de comida, quería todo y más.
Estaba caliente y húmeda. Jadeaba de manera ruidosa. Guio su erección hasta su sexo. La penetró de una embestida que le hizo apretar los dientes por lo fácil que perdía el control. Lilian se agarró a los hombros de Peter a la vez que clavaba los dedos sobre su piel, mientras él amasaba sus caderas, imprimiéndoles el ritmo que sabía la volvía loca. Lilian, perdida en sensaciones y con el corazón exultante por su declaración de amor, escuchaba como Peter juraba entre dientes mientras se deslizaba dentro de ella a un ritmo constante y se arqueaba hacía arriba, tratando de llegar más profundo. Entraba y salía a un ritmo que reverberaba en el silencio de la habitación. Le gustaba verle perder el control, volverlo loco, lo necesitaba.
—Vamos, cielo, córrete para mí —farfulló él entre dientes. Le gustaba cuando Lilian tomaba una actitud más agresiva, le confirmaba que compartía su deseo, que no se encontraba solo en esta locura.
Él deslizó un dedo entre sus piernas y con el pulgar presionó alrededor del clítoris. Una sensación repentina y delirante la acorraló con la fuerza de un tornado. Se agarró más a él, como si temiera despeñarse de algún precipicio, mientras Peter explotaba en su interior en medio de gemidos bruscos y roncos, ya perdida la conciencia. Como si tuviera vida propia, su miembro seguía saliendo y entrando de ella una y otra vez.
Cuando halló sus labios de nuevo, la besó con exquisita ternura, un beso dulce y cariñoso, en contravía a la forma en que la había tomado, y como si no pudiera expresar en esos momentos con palabras lo que sentía, la abrazó y le masajeó la espalda.
—Vaya, no sé qué decir. ¿Estás seguro de que el sexo no mata neuronas? —preguntó ella, desmadejada y jadeante encima de él.
Una risa se formó en el pecho de Peter y afloró en su cara.
—Sé que se queman calorías, lo otro debe estar en investigación.
Ella sonrió contra su hombro y él la levantó, minutos después tomaron una ducha y se acomodaron en la cama, donde pasaron el resto de la tarde.
Entraron en el restaurante The Bazaar, en Beverly Hills, pasadas las siete. Mike y Lori ya estaban allí junto con Nick, Julia estaba en el último mes de embarazo y no se arriesgaba a viajar. Este sería el último viaje de Nick en un buen tiempo.
El ambiente era elegante y sobrio, pero con el toque de modernidad e insolencia que caracterizaba a la ciudad: elegantes lámparas de araña, paredes cubiertas de papel al estilo retro y juegos de mesa lujosos. El sitio estaba casi lleno, la música suave acompañó sus pasos hasta llegar al reservado donde Mike y Nick se levantaron al llegar ellos a la mesa. En el recorrido, Lilian observó que su marido era objeto de miradas de apreciación. Vestía deportivo, pantalón de gabardina negro, camisa negra y chaqueta de color gris. Ella llevaba un traje de seda color crema, recatado, sin mangas y a la rodilla, sandalias de tacón, el cabello suelto y maquillaje suave.
—Perdóname la insolencia —le dijo Mike en cuanto se sentaron—, pero me es difícil reconciliar tu imagen con la de meses atrás. Te ves hermosa.
—Mil gracias.
Lori la abrazó y la miró con un dejo de preocupación.
—Siempre ha sido hermosa —adujo Peter, poniendo un brazo sobre la silla y acariciándole la nuca.
Se acercó el sommelier con la carta de vinos, Nick hizo la elección y todos estuvieron de acuerdo. Se acercó el mesero y ordenaron la comida, que era fusión mediterránea y americana, presentada como tapas.
—Me moriré de hambre —dijo Lori, al ver los platos servidos en las diferentes mesas—. Amor, creo que de vuelta a casa comeré una hamburguesa.
—Lo que tú quieras, principessa.
Mike le acarició el vientre a su esposa.
—¿Cómo está mi sobrino? —preguntó Peter.
—Bien, muy bien, mañana tenemos cita para la ecografía. He subido mucho de peso y las náuseas apenas me dejan levantar en la mañana, por lo demás, bien.
—¿De cuántos meses estás? —preguntó Lilian.
—Tres meses.
Charlaron de diversos temas, Nick comentó que Julia caminaba como pato, que ya habían decorado la habitación del bebé y blindado su casa de cuanto peligro hubiera para que la niña la transitara con tranquilidad. Peter se burló de la premura. Lilian sonreía, mientras escuchaba bromear a los amigos, los platos se sucedieron uno tras otro, no tenía mucha hambre. La reunión no sería tan relajada en un rato, Peter había decidido hacer partícipes a sus amigos y familiares de la demanda a Hale.
—Hum —dijo Lori—, veo a un par de periodistas por aquí, no demora en entrar una celebridad.
Peter aferró la mano de su esposa, que sonrió nerviosa.
—Además de querer verlos, saludarlos y compartir tiempo con ustedes, los invité porque Lilian y yo tenemos que comentarles algo importante.
Lori, que se imaginó el asunto, dejó el plato con el minúsculo postre a un lado.
Mike y Nick pusieron atención.
Peter inició el relato de lo ocurrido a Lilian en su época universitaria. La expresión del par de hombres cambió de relajada y distendida a indignada a medida que Peter avanzaba en la historia. Lugo relató lo que pasaría de allí en adelante.
—Es un hijo de puta —señaló Nick—. Lo sabía, nunca me simpatizó.
Mike miró a Lori.
—Tú ya lo sabías. ¿Por qué no habías dicho nada? Le presté el salón de eventos aquí en la ciudad para una reunión con la prensa. Maldito.
Lori puso la servilleta en la mesa.
—Lilian no quería que nadie lo supiera.
—Lo siento mucho, Lilian, siento que hayas tenido que pasar por esa amarga experiencia, sé que mis palabras poco consuelan… —se excusó Mike, horrorizado.
Lilian lo atajó suavemente.
—El apoyo de ustedes es importante, he estado sola en esto mucho tiempo.
—Sé que nada de lo que digamos borrará tu mala experiencia, pero puedes contar con nosotros para lo que quieras —expresó Nick.
En el alma de Lilian brotó el agradecimiento y la certeza de que las cosas serían distintas de allí en adelante.
—No son días fáciles los que nos esperan —concluyó Lilian.
—¿Qué pasará con Always? —preguntó Lori—. ¿Y la cláusula?
—¿De qué hablan? —indagó Nick.
—Hay una cláusula en el contrato de la campaña, perderemos dinero si hay algún escándalo que involucre a la empresa y a los empleados —respondió Peter, reticente.
—Eso es absurdo —declaró Nick—, aunque el viejo Harrison es un excéntrico.
—Ellos entenderán esta situación, no es un escándalo de drogas o cuernos —exclamó Mike.
—No es tan sencillo —dijo Peter, con una sonrisa nerviosa que alarmó a Lilian y le hizo replantearse su confianza anterior.
Allí estaba la duda, a Lilian se le encogió el corazón, no podría arrastrarlo a esto, así la amara, poco quedaría de ese amor si por culpa de su cruzada quijotesca perdía la empresa, no se lo perdonaría nunca.
—Se solucionará —dijo Lori, tomándole la mano a su hermano—. ¿Papá y mamá ya lo saben?
—No, aún no, iremos esta semana. —Cambió de tema enseguida, notó el cambio en Lilian y no quería abrumarla más—. Háblame de la casa que facilitará tu amigo para Cinthia y las demás.
—Lucas Escamilla —intervino Lori—. Es un gran amigo nuestro y activista en varias causas sociales, en este momento trabaja con adolescentes. Lucas tiene una casa al sur de la ciudad, cerca de la universidad, la heredó de su abuela, tiene que hacerle algunas reformas y no tiene los medios para eso, me dijo que si estaban interesadas, podían quedarse con la casa un año con tal de que paguen los recibos de servicios públicos. Él piensa que en un año estará en condiciones de arreglarla y venderla, le estarían haciendo un favor.
—Sí hay que hacerle refacciones, yo ayudaré con eso —añadió Nick.
—Yo también —ofreció Peter.
—Muchas gracias, en nombre de todas.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Lori.
—¿Qué pasa? —preguntó Mike, alarmado por el tono utilizado por su esposa.
—Jason Hale acaba de entrar.