CAPÍTULO 23

 

 

 

 

Lilian aterrizó en Nueva York a las cinco de la tarde, hubiera querido una reunión formal en la oficina de los Harrison, pero Paul fue enfático al decir que la escucharía esa noche durante la cena. Lilian le envió los datos del hotel en el que se hospedaría, y él quedó de enviarle un chofer que la llevaría al restaurante.

 

Era finales de agosto, las temperaturas aún eran altas en la Gran Manzana. No visitaba la ciudad desde que su padre la trajo un fin de semana como regalo de cumpleaños. Para la cena escogió un vestido verde aceituna, el mismo que había llevado la noche en que conoció a los papás de Peter. Qué lejos estaban esos días. Era una prenda de coctel a la rodilla y lo acompañó con un chal de seda negra que había comprado en un mercadillo de pulgas. Se recogió el cabello en un moño suave y se maquilló con discreción.

 

Estaba nerviosa. Tras la entrevista, varios diarios y blog de mujeres habían pedido entrevistarlas, pero al mismo tiempo habían recibido amenazas de todo tipo, que la policía había desestimado. Hale se había presentado en el programa competencia de Brooke, donde se le notó acartonado y nervioso. Al verlo, Lilian supo que se estaba sintiendo acorralado y por esa razón, era más  peligroso.

 

El chofer la recogió con un cuarto de hora de antelación y la dejó en la puerta del mejor restaurante de comida francesa de la ciudad, a media cuadra de Times Square y que era, por lo visto, el preferido de los Harrison. El maître la recibió y la condujo a la mesa donde Paul la esperaba. Atravesó las diferentes mesas y comensales que disfrutaban de los exquisitos y elegantes platos o brindaban con diferentes licores. El hombre se puso de pie tan pronto la vio llegar.

 

—Lilian, es un placer verte.

 

Paul la saludó con un beso en la mejilla y la invitó a tomar asiento.

 

—El placer es mío.

 

—Veo que te has convertido en una celebridad, bien por ti. Estás muy hermosa. —Tomó sus manos—. Siento mucho todo lo ocurrido y solo espero que Hale tenga lo que se merece. Eres una mujer valiente.

 

—Muchas gracias, ha sido duro, pero estoy bien.

 

—Me alegro. ¿Qué quieres tomar?

 

Llamó al mesero, Lilian se decidió por una copa de vino blanco. Paúl ordenó descorchar una botella. Hasta ahora había tomado un aperitivo, pero acompañaría a la dama con el vino.

 

—¿Retiro este puesto, señor? —señaló el mesero, al ver que la mesa era para tres.

 

—No, estamos esperando a alguien.

 

—¿Va a venir tu padre?

 

Paul hizo un gesto ambiguo y cambió el tema. Hablaron de temas variados. Era un hombre agradable.

 

Llegó el mesero con la botella, que abrió delante de ellos y luego sirvió.

 

—¿Recuerdas la tarde en Las Vegas, cuando me preguntaste cuál era mi pasión?

 

—Sí, lo recuerdo. —Paul se llevó la copa a los labios.

 

—Encontré pasión en lo que hago, Paul, el activismo es lo mío.

 

—Me alegro, aunque me duele que el área de la publicidad pierda un talento como el tuyo. Eres creativa. Gran parte de la campaña de Always lleva tu sello.

 

—Esas son palabras mayores, estuve en la campaña en sus inicios, el equipo de trabajo de la empresa se lleva todos los aplausos. —Lilian dejó la copa en la mesa—. Me enteré de algo, Paul y créeme que no fue por Peter, él y yo no hablamos hace meses.

 

Paul rodeó el tallo de su copa de vino con su mano de uñas elegantes y bien cuidadas, le dio un sorbo y la dejó en su lugar.

 

—Algo sé, me encontré a Pam en un vuelo la semana pasada. —Lilian dio un respingo—. No puedes culparlo, lo dejaste solo y ella es una mujer hermosa.

 

El estómago de Lilian se encogió, pero ella no permitió que su rostro mostrase ninguna contrariedad. Después le daría rienda suelta a sus celos. No iba a perder el control delante de Paul.

 

—No es de Pam de quien quiero hablar, lo que hagan no es mi problema.

 

—¿En serio? Creo que tu esposo difiere un poco, pero si es así, quiero que sepas que yo no he dejado de pensar en ti. A pesar de que te portaste muy mal conmigo al darme alas en Las Vegas, cuando planeabas casarte esa noche con Peter.

 

—No recuerdo haberte dado alas.

 

—Pero tampoco me dijiste la verdad.

 

—Paul, no te cité aquí para hablar de algo que no va a pasar.

 

—Si es para hablarme del contrato y la cláusula, ya llegamos a un arreglo con Peter hace una hora.

 

—¿Peter está en Nueva York? —preguntó por disimular y curiosa por el resultado de la reunión. Necesitaba saber para poder idear su estrategia.

 

—Sí, está en Nueva York y si no me equivoco, viene en este momento como toro enfurecido hacia nuestra mesa.

 

No precisó darse la vuelta para saber que su marido estaba a pocos pasos de ella. Su energía la envolvió como en la época en que lo estaba conociendo.

 

—Buenas noches.

 

La voz de Peter… El tono en el que pronunció el saludo le atravesó el cuerpo y las memorias. Sintió las rodillas hechas gelatina. Si hubiera estado de pie, habría tenido que apoyarse en algo.

 

Devolvió el saludo deprisa, en apenas un susurro. Se reprendió por tonta.

 

—Hola.

 

Paul los observaba con intensidad. Peter se acomodó de manera que quedó frente a ella, que no lograba disimular la consternación con que lo observaba. Hasta sus fosas nasales llegó el aroma de su loción, lo que le ocasionó un nudo en el estómago. Apenas entendía de lo que hablaban el par de hombres. Quiso extender sus manos y tocarlo, olfatearlo, besarlo hasta dejarlo sin aliento y que no pensara en otra mujer nunca más. Quiso esconderse debajo de la mesa. A Peter no le haría ninguna gracia ese encuentro ni tampoco el motivo. El corazón le retumbaba, no sabía cómo ellos no lo escuchaban.

 

Con manos temblorosas, tomó la copa y bebió un trago largo. Alucinada por el encuentro y por lo hermoso que estaba su marido esa noche, se dedicó a observarlo, ante la mirada burlona de Paul. Vestía un traje azul marino que se adaptaba a su cuerpo a la perfección, camisa blanca y corbata de color claro. Parecía recién afeitado, extrañó la dureza de su barba y una pesadez se instaló en el vértice de sus piernas al recordar esa misma barbilla refregándose en su sexo. Enrojeció de repente, qué pensamientos tan inoportunos. Bebió otro sorbo. El mesero se acercó, rellenó su copa y le sirvió a Peter. Volvió a la tierra cuando él le habló.

 

—¿Cómo has estado?

 

—Bien, gracias. ¿Y tú?

 

—Bien.

 

Qué charla tan insulsa entre dos personas que habían compartido tanto. Lilian quiso llorar de amargura. Sintió a Peter tan lejano que sería muy difícil recuperar lo que tuvieron en su día. Sus inseguridades habían hecho el trabajo de llevarse su matrimonio por la borda. La mirada de su marido no expresaba nada.

 

El mesero se acercó y ordenaron la cena. Lilian supo que no podría comer nada de lo que le trajeran.

 

—Estaba charlando con Lilian, que está algo preocupada por la póliza que tendrás que pagar, le dije que habíamos llegado a un arreglo. No somos unos bastardos, Lilian, pero los contratos deben respetarse.

 

—Yo ya no tengo que ver con la empresa, pero me parece injusto que tenga que pagar algo. No puedes permitir que la agencia que va a sacar del bache tu negocio con la venta del perfume se vea en problemas por una estipulación anticuada.

 

—Ya está solucionado —intervino Peter.

 

Lilian necesitaba saber que la empresa no iba a estar en peligro, necesitaba esa tranquilidad.

 

—Necesito saber.

 

—Peter pagará una pequeña cantidad, llámalo una especie de multa que no atentará con el capital de la empresa. Nosotros reconocemos que se ha hecho un gran trabajo, lo hacemos por los nuevos accionistas que exigieron el cumplimiento de dicha cláusula, logramos sortearlo de la mejor manera y créeme, Lilian, pudo ser peor. Además, como parte del arreglo, en cuanto termine el juicio, darás un reportaje a Vogue como una de las gestoras de la campaña publicitaria del perfume, y todos contentos.

 

Era poco el precio que tendría que pagar con tal de que la empresa no peligrara.

 

—Me alegro de que todo esté solucionado —dijo Lilian mirando a Peter.

 

Este dio respingo y algo brilló en sus ojos sin despegar la mirada de los labios de Lilian.

 

—Es más, tu marido tuvo una gran idea. La empresa apoyará a la ONG de la que hablaste en el programa. Podemos hablar de eso más adelante.

 

Lilian le regaló una mirada agradecida.

 

Peter la miraba y no sabía si lanzarse sobre ella y devorarle los labios o recriminarla por su terquedad y abandono. Ya sabía por los escoltas que Lilian había viajado a Nueva York, lo que le molestó fue la expresión de regocijo de Paul al decirle que se reuniría con ella a cenar, e insistió en estar en la cena. Necesitaba saber qué se traía Lilian con él. Estaba celoso, cuando entró al restaurante, ver la risa de Lilian dirigida a Paul sacó una parte muy fea de su personalidad que no conocía. El hombre todavía la deseaba, podía olfatearlo. Ella le sonreía, le hablaba, cuando a él lo había ignorado por más de tres meses, sin inquietarse lo más mínimo por sus sentimientos. Ni siquiera darse cuenta de que había venido a Nueva York preocupada por su empresa le calmaba el mal humor.

 

Llegaron las entradas, Lilian se obligó a comer algo. Ante la mirada severa de Peter se llevó cantidades minúsculas a la boca, que bajaba con sorbos de agua o vino. Necesitaba hablarle, pero al recordar las insinuaciones de Paul sobre la modelo, mudaba su temperamento. Estaba con los nervios a flor de piel.

 

Después de la cena, un silencio cayó sobre ellos. Paul, viendo que sobraba, se dispuso a despedirse, no sin antes decirles que la cena estaba pagada. Con un guiño de ojos y un beso en la mejilla, se despidió de Lilian. Le dio la mano a Peter, que disimuló como pudo su mal genio por el gesto con su esposa, y los dejó solos.

 

Lilian soltó un profundo suspiro.

 

—Necesitaba hablar contigo.

 

Peter le regaló una mirada dura.

 

—Habla.

 

El pedestal del orgullo estaba demasiado alto, se dijo Lilian al ver la actitud de Peter o a lo mejor ya no le importaba. Otra vez el recuerdo de la modelo le ocasionó un nudo en el estómago y quiso recriminarle, pero no tenía derecho. Le agradecería por todo y se iría.

 

—Quiero agradecerte todo lo que has hecho por mí. Enviar al abogado para solucionar lo de las fotos fue todo un gesto. Era un tema que me atormentaba mucho y tú me ayudaste a solucionarlo, te debo mucho, Peter.

 

Él hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

 

—¿Hay algo más que deba saber? Te lo pregunto porque guardas muchas sorpresas y no quiero enterarme de tus secretos en un titular de prensa de mañana.

 

—Sé que me he portado mal contigo, pero ha sido por protegerte.

 

Peter reaccionó iracundo, no solo por las palabras de su esposa, sino por la situación, que escapaba a su control. Sus sentimientos encontrados, la reacción de su cuerpo al verla, ella lo invadía por completo con solo una de sus miradas.

 

—¡Protegerme! ¿Me ves tan poco hombre que crees que necesito tu protección? —dijo en tono de voz bajo y furioso, mostrándole los dientes.

 

—¡No! Lo hice porque no quería que todo esto que me está pasando te llegara de alguna manera y afectara tu imagen y la de tu empresa. Un día me dijiste que para ti es muy importante el prestigio, no quería acabar con eso.

 

La risa sarcástica de Peter la molestó.

 

—¡Nunca confiaste en mí! ¡Me utilizaste! ¡Me dejaste! Y has seguido con tu vida como si nada. Te felicito, has hecho muy bien las cosas…

 

—¡Tú estás con Pam! —Se arrepintió enseguida de su exabrupto.

 

Peter le regaló una mirada confusa y algo de remordimiento se paseó por sus facciones. Lilian se levantó, y furiosa, tiró la servilleta en la mesa. Peter le aferró la mano.

 

—¿A dónde crees que vas? No hemos terminado.

 

—Al baño. —Se soltó de manera brusca y caminó por el corredor.

 

Peter caminó detrás de ella. Esperó afuera, miraba para todos lados, necesitaba hablarle, en cuanto ella salió la agarró del brazo.

 

—¡No me voy contigo!

 

—¿En serio? Yo creo que sí.

 

Peter caminó por un pasillo del restaurante que seguro llevaba a las oficinas. Sus turbulentas emociones lo controlaban. Abrió la primera puerta que vio sin saber qué se iba a encontrar adentro, la hizo pasar y entró él. Encendió el interruptor, era un cuarto de archivo. Los ruidos del restaurante se silenciaron como por ensalmo. Solo se escuchaban las respiraciones agitadas de los dos.

 

—¿Qué haces? —preguntó ella, al ver que él cerraba la puerta con seguro—. Déjame salir.

 

Trató de sortearlo sin éxito. Peter le cerró el paso.

 

—¡No! He hecho todo como has querido y mira los resultados.

 

—Vete con Pam.

 

—Con Pam no ha ocurrido nada.

 

—Pero tienes muchas ganas de que ocurra, ¿verdad?

 

Peter se llevó los dedos a los ojos, masajeó los parpados y cuando los abrió, fijó su mirada en ella y toda el ansia por su esposa le nubló la visión y los pensamientos. Solo quería sentirla otra vez, pero su orgullo se hizo presente y quiso herirla.

 

—¿Qué hay entre Paul y tú? Lo vi muy amable y tú eras todo charlas y sonrisas.

 

Lilian soltó un gemido iracundo y se acercó a la puerta. Peter la inmovilizó con sus brazos y su cuerpo.

 

—Estás loco.

 

—¿Loco? Sí, estoy loco.

 

La soltó.

 

—Yo puedo hacer lo que me venga en gana, así como tú lo haces con Pam y me imagino que con todo el lote de modelos de la agencia.

 

La mirada cargada de reproche de Peter la atravesaba de arriba abajo.

 

—¿Ya encontraste a otro que te calentara la cama? Conmigo perdiste el miedo.

 

Lilian levantó su mano para darle una bofetada, pero él fue más rápido y atajó el gesto.

 

—No tienes ningún derecho a tratarme así.

 

—Me estás acusando de acostarme con Pam. Ah, y con el lote de modelos de la agencia.

 

—¿No ha pasado nada entre ustedes? —insistió ella.

 

Peter recordó la tarde en que la modelo había ido a su oficina, la manera en que había tratado de seducirlo, incluso intentó hacerle sexo oral. Estuvo tentado, quiso olvidarla a ella, pero al final desistió.

 

—¡No! No puedo estar con otra —le dijo, descompuesto—. Estás en mi mente todo el maldito tiempo. ¡No puedo sacarte de mí! Te pienso solo a ti.

 

La pegó a él. Lilian agachó la mirada. No quería manifestar la miríada de sensaciones que la asaltaban al estar cerca de él. Aspirar su aroma hizo que sus pezones se endurecieran y una punzada la atacó en medio de las piernas cuando Peter le acarició la muñeca que le había aferrado con el pulgar.

 

—Dime. ¿Qué mierdas soy para ti? —preguntó, de modo agresivo—. Si, ya sé, el que te calienta y te da orgasmos, solo serví para eso.

 

—Estás equivocado.

 

Peter le dio la vuelta y la apresó en sus brazos, sus nalgas rozaban la erección de él. Soltó una carcajada carente de humor.

 

—¿En serio? A mí no me lo parece.

 

Peter le soltó el cabello y como poseso aspiró su aroma, le mordisqueó la oreja. Lilian quiso detenerlo, pero la sensación era celestial y no quería separarse, así los celos la atormentaran.

 

Él le echó el cabello a un lado, le besó el cuello y le regaló varios mordiscos. Llevó las manos a las caderas, a la cintura, a los muslos, la acariciaba con premura como si alguien fuera venir a arrebatársela. La odió con el mismo ímpetu con que la amaba y la deseaba, y por provocarle el desbarajuste de sentimientos que solo ella le ocasionaba. Le levantó el vestido y le acarició la piel de los muslos. Le dio la vuelta y la pegó a la pared, le tocó el sexo, fue como una bocanada de agua a un sediento.

 

—He fantaseado con tenerte de nuevo así, tocar tu culo, tu sexo, que te mojes en mis manos, sueño con estar dentro de ti, con follarte hasta que no te puedas mover. Estoy tan caliente…

 

Lilian emitió un jadeo y se pegó a él y antes de que ella pudiera reclamarle algo, le devoró la boca en un beso profundo y feroz con lengua, como si de ella dependiera el elixir de la vida. Le apretaba las nalgas, la espalda refregándose en su cuerpo al ritmo del beso. La abrazaba con tanta fuerza que temió por un momento dejarla sin respiración. Los sentimientos lo desbordaban: ira, frustración, celos, pero sobre todos ellos se paseaba campante el amor. Se obligó a aflojar el abrazo. Necesitaba penetrarla enseguida, le acarició los senos por encima de la ropa, no podía hacer más, después la desnudaría y la veneraría entera. Inclinó la cabeza para hacer el beso más íntimo y le bajó los interiores. Se separó de ella y la miró. Le aferró el cabello con la mano.

 

—Di que eres mía, aquí, ahora —ordenó en tono de voz ronco y vulnerable.

 

—Sí —jadeó ella, sin importarle nada más, solo ese momento en que por fin se sentía de nuevo su mujer.

 

—Dilo.

 

—Soy tuya.

 

Peter se desabrochó el pantalón en segundos. No sabía si todavía tomaba pastillas y no le importaba. No tenía condones, rogó al cielo que no lo detuviera. No lo hizo. La levantó de un solo movimiento y la colocó sobre él. Gimió de nuevo cuando ella resbaló sobre su cuerpo con su erección dura y grande deslizándose dentro de ella. Peter jadeaba y sudaba con el corazón a mil, casi fuera de control.

 

Lilian no le temía, la forma en que la sujetaba no era dolorosa, era la manera en que un hombre sujeta a una mujer a la que desea de manera ardiente y eso a ella la calentaba porque lo hacía increíblemente erótico en sí mismo. Nadie la desearía así, nadie la besaría de esa forma tan necesitada, nunca. Solo ella hacía que ese hombre hermoso y sensual perdiera el control.

 

—Dios, estás tan apretada —susurró él con esa voz que tanto había extrañado.

 

Las embestidas fueron haciéndose más duras y profundas. Peter le sujetaba las caderas con las manos. Se movió de una manera diferente, como queriendo que lo recibiera más profundo. Dios, le tocó puntos sensibles que ni sabía que existían. Ella jadeaba mientras se besaban, todo pensamiento racional voló de su mente, estaba tan mojada que podía escuchar los sonidos de sus genitales al chocar, era sexo puro, animal y básico. La tocó en un punto cercano al clítoris, no necesitó más, soltó un grito cuando empezaron las intensas contracciones, él arreció sus movimientos manteniéndola en vilo, en esa breve línea entre el placer y el dolor. Su mundo voló por los aires al tiempo que Peter, con un gruñido áspero, se corría con fiereza dentro de ella una y otra vez, sin parecer que acabaría nunca.

 

Cuando se normalizaron las respiraciones y Lilian volvió al mundo de los vivos, Peter se subía la cremallera de los pantalones sin mirarla. Ella se apresuró a ponerse la ropa interior. Se bajó el vestido, confusa por la frialdad que apreció en su marido donde segundos antes había calor. Se recogió el cabello con celeridad.

 

—Estás servida, cada vez que desees un polvo, ya sabes dónde encontrarme.

 

Lilian sintió el corazón partirse en dos y una rabia inmensa la circundó.

 

—¡Imbécil!

 

Salió disparada del lugar.

 
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