Lilian llegó al apartamento con un portavestidos y el tiempo suficiente para arreglarse para la cena. Había estado en un local, a una cuadra de Chinatown, en el que mujeres acaudaladas vendían sus vestidos formales de diseñador a precios ridículos. El lugar era regentado por dos ancianas que donaban el dinero recaudado a la caridad. Vestidos de Versace, Dior y Vera Wang colgaban en perchas al módico precio de cincuenta dólares. Después de descartar media docena de prendas, se decantó por un modelo de Ralph Lauren, de por lo menos tres temporadas atrás, pero con el estilo clásico, elegante y sin estridencia que es su marca registrada y que no pasaría de moda en los próximos diez años. Era una prenda de seda negra a la altura de las rodillas, con volumen en el bajo y escote en caja, mangas farol combinadas con un fajín del mismo material, marcando la figura. Los zapatos de gamuza con tacón que había comprado el día anterior le servirían.
Alice la recibió con un par de aspavientos y no la dejó arreglarse hasta que Lilian le contó hasta el último detalle de lo ocurrido. Todo, menos el encuentro con Peter y el beso.
—Esa jefa tuya, la tal Beatrice, es una imbécil —soltó su amiga, indignada.
—El tiempo pondrá las cosas en su lugar.
Lilian sacó la prenda del portavestidos, en la tienda le dijeron que había pasado por la tintorería en días pasados, podría usarla sin problemas.
—Es hermoso, nada de collares. Aretes pequeños, labial rojo y algo de rímel, no necesitas más.
—Muchas gracias.
Alice se acercó y le puso las manos en los hombros.
—Este el primero de todos los cambios que vendrán. Tengo noticias, pero pueden esperar —dijo, mirándose las uñas con picardía.
Lilian levantó la mirada, sorprendida.
—Estás loca, no podría estar tranquila.
Se sentaron en el sofá.
—Tom me llamó, es la tercera vez que lo hace. Saldré con él mañana.
—Me parece fabuloso, ya sabes, nada de portarte ansiosa o como gato ante tazón de leche.
Alice le regaló una mirada digna.
—Sé cómo me tengo que portar. Por cierto, te llamó alguien, no me quiso dar muchas explicaciones, anoté sus datos en la agenda. Oficial Joe Caldwell, del FBI. No le quise dar tu número de móvil, pensé que si te necesitaban urgente lo investigarían.
—¿Por qué no me lo dijiste tan pronto entré?
—Tú tenías chismes más jugosos.
—Alice, es el FBI.
—Pues llámalo al móvil.
Lilian se acercó a la mesa esquinera donde reposaba una agenda al lado de un teléfono. Enseguida marcó el número.
—¿Oficial Caldwell? Buenas noches, habla Lilian Norton, recibí una llamada suya.
El hombre se presentó y le pidió una cita para hablar con ella. Lilian inquirió el motivo, pero el agente no le quiso adelantar nada. Quedó de encontrarse con él al día siguiente a la hora del almuerzo en una cafetería frente a la oficina. Intrigada, terminó la llamada. No le pudo decir nada a Alice, porque quedó igual que antes de hablar con el oficial.
—Lo siento, no quería arruinarte la cena.
—Esto era importante, gracias por decirme.
La alegría con la que había llegado se esfumó por completo.
—¿Crees que sea por Jason Hale? Fue lo único que se me ocurrió —aventuró Alice.
—Fue hace tanto tiempo, no entiendo qué pueden querer de mí, si entones ni siquiera me creyeron. No quiero saber nada del tema.
—Puede ser importante.
—¡Y tiene que ser ahora que trato de empezar de cero! No quiero que esa maldita experiencia me persiga más como una mala sombra. Estoy harta, fueron siete años escondida, ya quiero dejarlo atrás. Necesito volver a ser la Emily de antes. No deseo remover el pasado.
—Eso que dices es una estupidez, eres la misma, tu esencia ha estado ahí siempre, que la tuvieras amordazada es otra cosa. No veo qué tiene que ver lo uno con lo otro.
—No quiero ese episodio de vuelta en mi vida, no más.
Colgó el vestido en una percha y se dio una ducha larga, tardó casi una hora en secarse el cabello, se dijo que sería un cambio muy agresivo para un solo día si se dejaba el cabello suelto, además, le llegaba casi a la cintura y las puntas necesitaban un corte. Se lo peinó con una gruesa trenza que luego enrolló en un moño bajo y se dejó a ambos lados de la cara dos mechones que recortó a la altura del cuello con unas tijeras de manicura. Se vistió. Alice entró con un labial rojo mate de Chanel. Un par de aretes de perlas, regalo de su padre en su graduación de colegio, adornaban sus orejas. Su padre, lo añoraba a pesar de los problemas Cuando se miró al espejo, acarició las joyas y recordó el drama de esa noche…
Emily se sometió al interrogatorio con la trabajadora social y a los exámenes en estado de shock, no podía creer aún lo sucedido. Le tomaron fotografías y empacaron su ropa como evidencia. Le dolía el cuerpo, pero más el alma, se sentía vulnerable y avergonzada. Después de lo que parecieron horas, la dejaron descansar. Una enfermera entró más tarde y la limpió de manera cuidadosa mientras ella permanecía acostada mirando al techo.
—¿Qué pasó? ¡Dios mío! —dijo Alina, la madre de Emily, al entrar.
Ella no contestó, debido al sedante aplicado estaba en una duermevela.
—¿Alguien me puede decir que ocurrió?
Sarah, que hasta ese momento permanecía a la sombra, la saludó.
—¿Sarah? ¿Qué pasó? Un accidente de coche me imagino. ¿Bebieron? ¿Hay alguien lastimado?
La chica se tomó la cabeza con ambas manos.
—Nada de eso, señora.
El médico entró en ese momento y libró a Sarah del interrogatorio. El rostro de la mujer se transformó a medida que el galeno relataba lo ocurrido. Los ojos de la mujer, iguales a los de su hija, se tornaron vidriosos. Se acercó a la cama y le acarició el cabello, tomó un mechón y observó el color, le besó la frente y le susurró al oído. Emily, despierta aún, se negaba abrir los ojos de la vergüenza.
—Estarás bien.
Con expresión irascible, se acercó a Sarah.
—¿Quién fue?
La chica abrió los ojos, asustada, ya le había dado el nombre a la trabajadora social, después de someterse a una prueba de alcoholemia. El hospital tenía la obligación de llamar a la policía.
—Jason Hale. Un estudiante de último año.
—¿Perdón?
Emily abrió los ojos. Sarah se atacó a llorar y entre hipidos de borracha, le contó a Alina lo ocurrido. La cara de la mujer demostraba que muy poco le creía, le parecía increíble que un joven estudiante, hijo de una prominente figura política, le hubiera hecho eso a su hija.
—¿Ustedes se drogan?
—¡No! Como se le ocurre, nos vamos de fiesta cuando queda tiempo, para liberarnos del estrés, pero drogas nunca. Estamos limpias.
La mujer se acercó a Sarah, la aferró de ambos brazos y con los ojos a punto de saltar, le recriminó:
—Si estás tratando de encubrir a alguien, las pruebas dirán la verdad, porque el malnacido ese ni siquiera usó un condón.
Sarah le contó lo ocurrido, Alina no la importunó más. La envió a casa y se sentó a hacer vigilia frente a su hija. La puerta se abrió y entró John Norton.
—¿Qué haces aquí?
—Emily me llamó. —Fue la contestación del hombre.
Nervioso por la presencia de su exesposa, el padre de Emily se acercó a la cama, tomó a su hija de la mano y le besó la mejilla. Su llamada lo había sumido en una profunda angustia. Le comentó a Alina que había hecho los kilómetros que los separaban en tiempo record, su hija lo necesitaba. Por primera vez en cinco años había recurrido a él. Preguntó en recepción y le pidieron que esperara, una trabajadora social le informó lo ocurrido minutos después, a John se le fue la sangre de la cara y con gesto desencajado trató de asimilar la noticia. Pidió verla. Le dijeron que estaba sedada y que su madre la acompañaba.
Alina se echó a llorar en silencio.
—Voy a matar al bastardo que le hizo esto.
—Si te dejan acercar a él —contestó Alina.
—¿Quién fue?
—Según Sarah, fue Jason Hale. —Ante el gesto confundido de John, ella continuó—: El hijo del gobernador Hale.
John se derrumbó en una silla y con las manos en la cara, soltó el llanto.
—¡Dios mío!
Alina quiso acercarse, pero los rencores por las rencillas que sostenían no la dejaron. John se había separado de ella hacía cinco años, para casarse con una mujer muy joven y tenía un hijo pequeño con ella; a sus dos hijas apenas les prestaba atención. A Hanna hacía dos años no la veía, por más que ella le enviaba galletas en las fechas especiales. La chica, con su felicidad innata y su abierto optimismo, disculpaba de cualquier manera las ausencias del padre y eso era algo que Alina no le perdonaría jamás.
—No descansaré hasta que esté en la cárcel —aseveró la mujer.
—No será tan fácil.
Ella lo miró, disgustada.
—¿Qué, vas a salir corriendo como siempre que hay dificultades?
—No seas injusta.
—¡Injusta! Eres un soberano egoísta, solo piensas en ti, tan pronto aparezcan los problemas saldrás corriendo, es tu especialidad ¿Por qué no has visitado a Hanna? No estamos lejos, un par de horas en auto y la podrías llevar al cine, a pasear. Ella te adora y no mereces su amor ¿Eres mejor padre con esa criatura que vive contigo?
—¡Basta! —Se levantó de la silla—. En cuanto despierte, me avisas, o házmelo saber con la enfermera.
Las voces despertaron a Emily, pero al escuchar discutiendo a sus padres, siguió con los ojos cerrados. Cuando John salió de la habitación, abrió los ojos, miró a su madre como si hiciera años que no la viera y se echó a llorar en sus brazos, mientras Alina la consolaba y la abrazaba.
—Ya pasará, pequeña, ya pasará.
Ya más tranquila, la joven le relató todo a su madre.
A la mañana siguiente, un detective la interrogó, dijo que antes de emprender una demanda legal, el ente universitario debía estar enterado del tema. Enviaron a un agente del Departamento de Seguridad de la universidad, que trató por todos los medios de desestimar las acusaciones de Lilian.
La universidad interrogó a Jason Hale, que lo negó todo, reconoció que había estado con ella y que el juego se le había salido de las manos, que habían bebido bastante y retozado un poco fuerte, pero que en todo momento fue consensuado, no entendía el alboroto. Tenía testigos que corroboraban que parecían un par de tórtolos, seguro lo que la chica deseaba era llamar la atención.
Cuando salió del hospital, la citaron de la oficina del decano. Nunca olvidaría esa charla. Entró a la oficina de muebles de madera caoba oscuro, bibliotecas con libros y cuadros de antepasados ilustres. El decano, un hombre en la cincuentena, la invitó a sentarse.
—Sentimos mucho lo ocurrido, señorita Norton, hubiera acudido a nosotros antes de involucrar a la policía. Estamos a las puertas de un escándalo que no le conviene a nadie. Era una fiesta, hubo ríos de alcohol y cuando eso ocurre, a veces cambiamos la percepción de las cosas.
Lilian, envarada en su silla, lo interrumpió.
—No estaba borracha, y no fue consensuado, señor decano, fue un ataque premeditado, un acto calculado. Él quiso hacerme daño.
—Es su palabra contra la suya. Son cosas que pasan, tómelo como una mala decisión, estaba en el lugar equivocado a la hora equivocada.
—No puedo creer que usted me esté diciendo esto.
—Por Dios Lilian, Jason es un joven con un futuro brillante. No queremos truncar eso. Había pensado que se tomara unos días de vacaciones. Así no tendrá que encontrarse con él.
—¿Perdón?
—Es lo mejor, unos días en casa le permitirán ver las cosas desde otra perspectiva. Hágame caso.
—¿Entonces usted no lo va a expulsar? Él me violó. Es un depredador y si escarba un poco, creo que no seré la única.
—Me temo que no podremos apoyarla en esto, señorita Norton. Piénselo bien.
—No tengo nada que pensar, la policía tiene el kit de violación como evidencia.
Visite nuestro centro de terapia, le puede servir, y le recuerdo que su prueba de alcohol dio positiva.
Con esas palabras, la despachó de la oficina.
La noticia de lo ocurrido no había causado ninguna reacción entre las autoridades universitarias. Lilian y sus padres no entendían por qué no prosperaba la demanda instaurada ante la Fiscalía.
Un día trabajó en la biblioteca por largo rato. En cuanto salió, la alcanzó Orson Miles, un compañero con el que coincidía en varias clases. La antipatía era mutua, competían por la nota más alta.
—¿Te revolcaste con Jason Hale y ahora quieres acusarlo de violación? Eres una loca, siempre lo he sabido.
Emily quedó de una pieza. Un frío intenso subió por sus piernas y un escalofrío la recorrió, el chico lo dijo en voz alta, varias personas la miraron con gesto confundido.
Había comenzado el infierno. La Fiscalía se negaba a interrogar a Jason Hale. Las conexiones del padre actuaban en beneficio de él, y mientras tanto, Lilian se veía sometida a toda clase de atropellos en la universidad. Recibió amenazas en su correo, de que si no cesaba en sus demandas, publicarían unas fotos comprometedoras. Lilian no recordaba foto alguna.
La primavera entraba en carrera con el verano, el clima era más cálido. En el campus de la universidad había parejas y grupos desperdigados aprovechando el sol. El semestre terminaba. Aunque parecía que a Emily no le ocurría nada malo, muchas veces se distraía y se quedaba pensativa por horas. No salía con sus compañeros, estaba silenciosa y apagada. Le preocupaba que su beca peligrase por culpa de su distracción y se obligó a dejar de lado su pena para poner su mente en el estudio. Sabía que murmuraban sobre su radical cambio, era como si una luz se hubiera apagado dentro de ella.
John se reunió con su hija y Alina en varias oportunidades. Era catedrático en la universidad de Rhode Island y estaba muy orgulloso de los logros de Emily y de la beca a la excelencia que había obtenido para estudiar matemáticas y finanzas en St Louis Square, uno de los entes universitarios más prestigiosos del país. De genio menos exaltado que el de su exesposa, sopesó los riesgos que una demanda como la que deseaban instaurar su madre y ella, acarrearía en la vida de su hija.
Estaba en el Starbucks, cerca de la facultad, reunida con su padre, que se había propuesto visitarla más a menudo.
—No estoy diciendo que ese bastardo no reciba su castigo. Pero la que estará en la picota pública serás tú y toda la familia. No es un hombre común, es una persona cuya familia ostenta poder en este país.
Emily lo observó, indignada.
—Según tú, debo olvidarlo y seguir como si nada. Y el día de mañana, cuando acabe con la vida de una persona, seguiré tan tranquila, porque a mí no me tocó esa suerte.
—No estoy diciendo eso, pero debes pensar en ti, en tu futuro, en tu beca.
—Quiero que Jason Hale sea castigado, tengo pruebas para que se refunda en una cárcel y no descansaré hasta hacerlo.
—Estás peleando contra molinos de viento, hija, saldrás más lastimada, no sabemos qué sean capaces de hacer y te llevarás a tu madre y a Hanna por delante.
Emily se entristeció cuando su padre nombró a su hermana.
—No la visitas, no la quieres.
El hombre se removió, incómodo, en su silla.
—No voy a hablar de eso contigo.
Emily se levantó de la mesa.
—Tengo que estudiar, no vuelvas más.
—Pero hija…
—Ella también es tu hija y hasta que no lo aceptes, no quiero nada contigo.
Lilian, que se había opuesto a que Peter la recogiera, llegó a las ocho pasadas al restaurante. Trató de poner entusiasmo en su expresión, la charla con el detective la había sumido en la preocupación, necesitaba alejarse de aquello. Olvidarlo era su única protección contra el hedor que emanaban los malos recuerdos.
Peter la esperaba a la entrada. Cuando Lilian se quitó el sencillo abrigo, se le heló la sonrisa en los labios. El aire salió de sus pulmones. La miraba con la boca abierta. Se había arreglado con meticuloso esmero. Algo difícil de creer en una mujer que hasta el día de ayer vestía como esperpento. “Vaya, vaya”. El vestido sencillo pero elegante, negro, como la profundidad que lo absorbió por un camino de no retorno. El cabello recogido que siempre había criticado ahora hacía lucir la línea esbelta de su cuello, y los zapatos, el complemento ideal para lucir sus torneadas piernas ¿Quién lo hubiera dicho? Lilian Norton tenía bellas piernas y la boca pintada en ese tono indecente que le recordó el beso disfrutado horas atrás. Se le destemplaron las rodillas por primera vez en su vida y no era con la mujer más bella del mundo, como lo soñó siempre, pero era la más bella para él.
Lilian, al ver que no modulaba, le dijo:
—¿Entramos? ¿Ya llegaron los Harrison? ¿Beatrice?
Peter contestó sí a todo como si estuviera en trance. Por lo visto, había logrado impresionarlo, caviló ella.
—Bonito vestido.
—Gracias.
Puso su mano en la espalda y por entre las mesas llegaron al lugar reservado para ellos, donde los Harrison y Beatrice disfrutaban de un coctel. La mujer llevaba un vestido color rojo de estilo clásico, y sonreía distendida hasta que la vio. Los hombres se levantaron al verla llegar.
—Bienvenida, Lilian —saludó el mayor de los Harrison.
Paul le dio un breve beso en la mejilla y después de expresarle en halagos lo bella que estaba, se sentaron a la mesa. Al mirar a Peter de refilón, se percató de que miraba con expresión asesina a Paul, a lo que el hombre respondió con una risa burlona. No iba a ser una cena relajada.
El Noba Hills era la clase de lugar caro y selecto que frecuentaban los poderosos para dejarse ver. Un sitio hermoso, con pinturas originales de artistas reconocidos, manteles de fina factura y lámparas de Baccarat. Su cocina era una fusión de gastronomía francesa y mediterránea.
Lilian no conocía el lugar, no era la clase de restaurante que alguna vez hubiera frecuentado, ni siquiera cuando su padre vivía y la llevaba a cenar a sitios elegantes. Al inicio de la velada estaba algo nerviosa, pero no iba a dejarse impresionar por un simple lugar. Sabía usar los cubiertos y leía algo de francés, estaría bien. Con una deslumbrante sonrisa, se dirigió al mayor de los Harrison y entabló una amena charla. Peter la observaba, sorprendido; Beatrice a duras penas reparaba en ella, pendiente como estaba de cada gesto de Paul. El hombre preguntó de dónde era su familia y Lilian contestó que de Providence, pero su madre, su hermana y ella se habían traslado a Napa hacía unos años. Mientras se enfrascaban en una conversación sobre paisajes, vinos y viñedos, Peter no dejaba de sorprenderse, pues no sabía que Lilian fuera de la costa este, ni tenía idea de a qué había obedecido su traslado.
Ordenaron vino y la cena, ya todos distendidos hablaron de música, libros y películas. Lilian se percató de que William manejaba su imperio y la vida de sus hijos con guante de seda y mano de hierro. Era un hombre que imponía en cualquier ámbito de la vida.
La llegada de los platos, olorosos y humeantes, le recordó a Lilian que apenas había probado bocado ese día. Su plato de salmón a la plancha en una cama de verduras y legumbres salteadas expedía un delicioso aroma.
—Está exquisito —dijo con naturalidad, como si cenas en ese lugar fueran su día a día.
Beatrice regaló un par de comentarios, todos sonreían, por lo visto la mujer con algunas copas de vino descollaba una faceta amigable que Lilian no le conocía.
—Bien, llegó la hora de que me convenza —dijo Paul a Peter—. Dígame por qué debemos firmar con ustedes si tengo dos propuestas más económicas y una de las empresas nos garantiza el aumento del sesenta por ciento en las ventas del perfume en los primeros tres meses.
Peter soltó el tenedor, y se limpió con la servilleta, que dejó de nuevo en su sitio.
—Primero que todo, si la presentación que vieron esta tarde no los convenció, nada de lo que yo diga ahora lo hará. No me gusta garantizar lo que no tengo asegurado, es un porcentaje muy alto el que les ofrecen, no descargo faroles con posibles clientes y más sobre algo tan importante. —Bebió un sorbo de la copa de vino—. No me gusta incumplir, somos organizados y hemos trabajado muy duro para llegar a donde estamos. Le ofrezco nuestro talento y lealtad, y eso vale.
—No podemos negar que sabe vender —adujo Harrison padre.
—Gran cosa —terció Harrison hijo, en tono displicente—. ¿Dónde estaba, mientras mi padre y yo formábamos una empresa ladrillo a ladrillo, luchando con empleados, instalaciones y productos, o abriendo mercados, viajando de allá para acá? Las empresas de publicidad se quedan con una gran tajada del negocio sin haberlo sudado, no es justo.
Peter, que había vuelto a su plato, soltó de nuevo los cubiertos.
—Estaba yendo a la escuela primaria, porque tengo entendido que fue su padre el que inició el negocio. Usted le dio un toque de modernidad y mientras lo hacía, yo acababa de sacar un título sobresaliente en la universidad, en una carrera en la que me considero muy bueno y más rodeado de gente muy capaz, por la que hoy está considerando contratar mis servicios.
A Paul Harrison se le desvaneció la sonrisa petulante. William soltó una carcajada.
—Vale —dijo el hombre, sorprendido, estaba ante alguien que no se dejaba intimidar—. No es nada personal, yo también soy bueno en lo mío.
—Lo de no lamer traseros era cierto —adujo William.
Lilian supo que estaba ante un hombre un poco más complejo de lo que imaginaba, era alguien cómodo con su vida y entorno, no le rendía pleitesía a nadie, así le costara millones a su empresa, era libre y amo de su propia existencia. Lo envidió, quiso ser como él.
—No inventé la publicidad ni el marketing que hoy día rige nuestra sociedad de consumo, pero sería un tonto si no sacara tajada de esa torta —dijo Peter, sin importar si había mandado todo a la mierda. A él nadie lo intimidaba.
La competencia entre Peter y Paul se debía a la bella mujer que tenía al lado.
—Otra cosa, Stuart —señaló William—, en caso de que firmemos con ustedes, quiero advertirle que somos una familia muy tradicional, habrá una clausula especial, en ella se comprometerán a que no haya escándalos de ningún tipo que involucren a sus empleados o a su empresa. Ustedes ganarán renombre a nivel nacional en su alianza con nosotros y cuidamos con celo nuestro buen nombre.
—No hay problema.
—El mundo de la publicidad es algo libertino, espero que si se dan las cosas, lea muy bien la letra pequeña —concluyó Harrison padre.
—Lo tendré presente.
Pasaron a temas más amables. Peter era consiente en todo momento de Lilian, de su ligero aroma a limón en el cabello, de su tenue perfume, que aún no había podido descifrar, se percató de su preocupación por la firma del contrato y se maravilló de su inocencia, pues no podía saber que para triunfar en el mundo de los negocios se debía tener vena depredadora y ella no la tenía. Era muy inteligente en el manejo de su trabajo de crear y convencer; se dio cuenta de que era muy parecida a su hermana Lori y eso le gustó.
—El sábado en la noche es el baile benéfico que la empresa realiza cada año para recoger fondos destinados la investigación del cáncer de mama. Se realiza en el hotel Bellagio de Las Vegas, ese día haré el anuncio de qué empresa se hará cargo de la publicidad de Always.
—Les haremos llegar las invitaciones —dijo Paul para todos, pero mirando fijo a Lilian—. Espero poder disfrutar de su compañía en el baile.
—Estaremos encantados de acompañarle —contestó Lilian con soltura.
—Beatrice, espero que estés pendiente de que todos reciban invitación, no olvides a Lilian, por favor —ordenó Peter.
—Está bien —contestó la aludida.
Se despidieron, Beatrice llevó a los Harrison al hotel en una limosina. Peter insistió en llevar a Lilian a su casa.
La silletería en cuero del Mercedes olía a él, una canción de Lady Gaga se escuchaba por los parlantes.
—Disculpe mi atrevimiento, no debí aceptar la invitación sin saber qué planes tiene. No me hubiera sentido cómoda si hubiera aceptado yo sola.
Un toque de sarcasmo se paseó por el rostro de Peter y soltó una breve carcajada.
—A estas alturas deberías tutearme. ¿No crees?
Lilian curvó sus labios en una sonrisa.
—Está bien.
El aroma de su piel limpia, cítrica, le danzó en la nariz. ¿Cómo era posible que esa mujer sin mayores artificios, despertara la nube de lujuria que lo atenazaba? Mierda, se sentía como si se hubiera fumado un chute de marihuana, de esos que compartió de vez en cuando con su compañero de cuarto de universidad.
—Hubieras tenido un serio problema conmigo si hubieras aceptado sola la invitación.
—¿Por qué? Me imagino que vas a llevar a alguna amiga.
—No —apretó los dientes y aferró aún más el timón—. No voy a llevar ninguna amiga. —Se interrumpió—. ¿No entiendes aún, verdad?
—No entiendo —contestó ella sin mirarlo, concentrada en la oscuridad de la calle.
Peter orilló el auto. Echó la silla hacía atrás y en un ágil movimiento sentó a Lilian en su regazo. La aferró por la cintura y buscó sus labios, que se amoldaron perfectos a los suyos, suaves y maleables bajo el calor de su aliento, disfrutó el gusto a vino mezclado con su sabor dulce. Se separó un momento y le habló con un tono de voz áspero y espaciado:
—Quise devorarte la boca tan pronto te vi. —Soltó una risa carente de humor—. Estoy enganchado a los labios de Lilian Norton.
Se unió de nuevo a su boca, que profirió un leve gemido y él la devoró con intensidad, sin delicadezas o sutilezas, su lengua intrusa entró a por más.
Lilian le respondía con igual ímpetu. La felicidad bailaba alrededor de ella, no sentía temor, solo deseo, deseo de ser amada, deseo de florecer, deseo de llegar a otra instancia. Se sintió valiente y poderosa al percibir la pasión de Peter. Él gruñó con desespero mientras le bajaba la cremallera del vestido, absorto en el sujetador de encaje negro en el que se vislumbraban sus pezones. Su mano traviesa acunó el seno y lo despojó de la tela, quedando libre y erecto el pezón de color fresa madura, listo para ser acariciado. Lilian no estaba preparada para la explosión de sensaciones cuando Peter lo tomó en su boca. Lo chupaba y le daba placer mientras ella gemía. Liberó el otro pecho, y le dio las mismas atenciones.
Peter se sintió arder en su propio fuego. Llevó una mano a las piernas hasta el orillo del vestido, y le acarició los muslos.
—¡Qué diablos! —dijo, al percatarse de las medias a medio muslo y el liguero. Eso tendría que verlo, era fanático de los ligueros. Mientras ella gemía y respondía a sus caricias, le levantó más el vestido y la observó.
—Quién hubiera pensado que la remilgada señorita Norton conoce de ligueros —murmuró, con una mirada de ojos oscurecidos repletos de pasión.
—Sorpresas que da la vida. —Lilian trató de imprimir un tono desenfadado y fracasó de forma miserable. Estaba nerviosa.
Sus dedos tocaron la piel suave y temblorosa hasta llegar al borde de las bragas. Introdujo los dedos por dentro del elástico. El olor de su excitación lo puso como animal en celo. Quería correrse en los pantalones al acariciar el sexo húmedo, suave y caliente que lo apresó. Fuego y pasión mojaban sus dedos y supo que esa mujer sería suya.
Apenas farfulló:
—Tú casa, mi casa…
El cuerpo de Lilian se tensó de repente, como si hubiera caído un chubasco de agua en segundos lavando todo el fuego y el calor, y luego se perdiera en el horizonte.
Volvió a su puesto y se acomodó en el asiento, sin hablar, echó el cuerpo para adelante y se subió el cierre de la cremallera, ante la mirada confundida de Peter. Se alisó el vestido y se decidió a mirarlo.
El gesto lo impresionó, era una mirada de rabiosa resolución. Le habló suave.
—Tendrás que darme tiempo. —Ella se estremeció, la emoción le atravesó la garganta, carraspeó varias veces—. Tendrás que tenerme paciencia.
Peter supo que estaba ante una mujer compleja que tenía temor a la intimidad, fue su segundo instinto certero en cuanto a ella. No quería espantarla, deseaba liberarla.
—El tiempo que necesites.
La abrazó, le dio un beso en la frente, se acomodó lo que pudo acomodarse, encendió el auto y la llevó a su casa.