Desde que Lilian lo dejara, un dolor de añoranza y privación se había instalado en el alma de Peter y no parecía querer abandonarlo. Los primeros días los vivió como si hubiera bajado al infierno, sus sentimientos lo desgarraban, la ira, el desengaño y la traición se paseaban por su pecho, oscureciéndole el corazón. Se encerró en sí mismo, y se mostró tiránico con sus empleados, e intransigente con sus familiares.
No obstante, contrató vigilancia personal para su mujer las veinticuatro horas del día. No la dejaría sola con el loco de Hale cerca, por muy furioso que estuviera. Ella no tenía por qué saberlo, y él al menos podría trabajar tranquilo sabiendo que estaba protegida. Cada tanto se distraía y su mente volaba a todos los recuerdos que atesoraba y llevaba en su cuerpo y alma como una segunda piel. Recordaba su sonrisa, esa que pocas veces obsequiaba, o las carcajadas que él se comía a besos. La recordaba entrando retadora a su oficina para convencerlo de que acogiera sus ideas. Estaba dispuesto a dejar que hiciera con su empresa lo que se le diera la gana si ella volvía atravesar la puerta para arreglar las cosas.
A veces la ira retornaba y pensaba que había sido un estúpido por creer en palabras vacías. Lilian lo había engañado, nunca tuvo intención de que el matrimonio funcionara y vivió su historia de una manera muy diferente a como la vivió él, para ella siempre tuvo fecha de caducidad. Él solo fue el pasaporte para devolverle su índole de mujer. Nada más.
Cuando se disipaba la ira, su corazón se ablandaba, pensando en todo lo que ella había sufrido. Él ni de lejos había pasado por algo tan atroz, había tenido una buena vida y su etapa universitaria fue la ideal, de pronto no se había puesto en sus zapatos. Le ofendía sobremanera que le hubiera dado tanta importancia a lo ocurrido en el restaurante, ahora se daba cuenta de que fue el pretexto perfecto para dejarlo en la estacada. Su abogado había llegado a un acuerdo financiero con el abogado de Hale. Con el juicio encima, el hombre no deseaba llevar la demanda a otra instancia. Peter pagó lo estipulado por los abogados y se retiraron los cargos.
Abrió el computador de nuevo, el par de escoltas le tomaban fotografías a Lilian en cada ocasión y le enviaban un archivo cada dos días. Así se sentía más cerca de ella, era enfermizo, lo sabía y pronto terminaría con ello, pero no todavía. En una de las fotos, llegaba a la casa después de correr por el sector, hacía ejercicio cada vez que podía. La notaba más delgada, y siempre con el cabello recogido, no había ni una sola fotografía de ella con el cabello suelto. En otra salía del supermercado y en la última charlaba con Cinthia.
Recordó una conversación con ella: “Tu historial está repleto de mujeres altas y con largas piernas, rubias de preferencia, has cambiado tus gustos”. Él solo sonrió, si ella supiera… “Desarrollé una debilidad por las mujeres pequeñas, desde que cierta pelirroja se atravesó en mi camino. Eres hermosa y sexy, y tu cabello me vuelve loco”. “¡Mas te vale!”.
Cerró el computador de golpe, ella lo había dejado colgado, y él debería acostarse con alguien. Pam estaba rondándolo otra vez. No, no podía. ¡Maldita sea! Era un hombre, los hombres hacían eso todo el tiempo, después de una mujer, otra, él lo había hecho toda su vida adulta. No quería borrar con otro cuerpo lo ocurrido la tarde en que le dijo que la amaba. Aún no. Era oficial, estaba hecho un soberano imbécil.
Debería ponerse a trabajar, recordó con pelos y señales la conversación con los Harrison en su oficina en un imponente rascacielos de Manhattan a los pocos días de la partida de Lilian. Se había presentado en el lugar como guerrero dispuesto a dar batalla.
El lugar era elegante y señorial a tono con lo que conocía de ellos. Ya la hinchazón en el ojo había bajado y una leve sombra amarilla lo circundaba. Una pequeña costra quedaba de la herida del labio.
Lo hicieron pasar enseguida. Había llegado una hora antes a Nueva York. Cómo amaba esa ciudad, tal vez podría instalarse allí, sería un nuevo inicio y así comenzaría a olvidar. La ciudad era agresiva y elegante, hacía años que no la recorría y ese día no era el momento para hacerlo, su empresa peligraba por culpa de su imprudencia y tendría a bien recordarlo y concentrarse en ello.
Al entrar a la oficina, William Harrison estaba sentado ante un escritorio imponente en madera oscura. Paul, de pie en una esquina, observaba por la ventaba los rascacielos de la ciudad.
—Buenas tardes.
El par de hombres reciprocó el saludo.
—¿Qué parte del contrato no le quedó clara, Stuart? —preguntó Paul.
—Sé leer perfectamente, entendí cada palabra, Paul —dijo Peter, y sentándose en la silla que le señaló Harrison padre, cruzó una pierna con aire indolente.
—No estamos jugando, Stuart, hay muchos millones de por medio.
—Antes de continuar con esto, les cuento que ya hay un piloto del comercial, las pautas publicitarias en las revistas ya están negociadas, y estamos pensando en hacer el lanzamiento en…
—No es para eso que hoy lo citamos aquí.
—A mí me parece que sí, todo lo que tenga que ver con la empresa y el contrato que tenemos en las manos es lo que les debe interesar. En cuanto a lo que ocurrió, todo hombre tiene derecho a defender a su esposa, no podía quedarme de brazos cruzados mientras el maldito que la violó, cuando Lilian tenía diecinueve años —hizo hincapié en la edad— reía y bebía champán en la mesa de al lado. ¿Qué hubiera hecho usted?
El mayor de los Harrison carraspeó, nervioso.
—Sé que es un tema delicado, pero no queremos estar en la mira de los medios de comunicación. No deseamos que se nos relacione con tan bochornoso espectáculo. Ni queremos ver al dueño de la campaña de la mayor inversión de este grupo en la última década golpeando a un posible gobernador.
—Lo sé y entiendo su molestia, no estoy justificándome. Estoy seguro de que el hombre renunciará a la candidatura.
—He leído lo publicado, si todo lo que se comenta es verdad, el cabrón merece refundirse en la cárcel —adujo Paul.
—¿Y si no prosperan las cosas? —preguntó William con cautela.
Un hombre con uniforme de mesero entró con una bandeja donde reposaban tres cafés. Le ofreció a Peter una taza, que él endulzó con calma.
El hombre abandonó la oficina. Peter se rebulló en la silla.
—Mi esposa está trabajando para que eso no suceda, ustedes la conocen, no se dará por vencida fácilmente.
—Nos preocupa la imagen de la campaña.
—A mí también y antes de que corran a llamar a sus abogados, les recuerdo que el producto que vamos a vender es un producto femenino. Es un perfume que estará al alcance de cualquier mujer.
—Explíquese —señaló Paul, que no se había movido de donde estaba.
El viejo Harrison se llevó ambas manos al abdomen y se recostó en la silla, esperando la disertación.
—Caballeros, estarían condenando al fracaso su producto antes de haber salido al mercado, al darle la espalda a la causa de Lilian.
—Eso es chantaje —señaló Paul con tono ofendido.
—No, yo no tendría que mover un solo dedo, Paul, no lo necesito. Las mujeres en esas cosas son solidarias y si se enteran de que usted se llevó la campaña de una empresa que defiende los derechos de la mujer por delante, me temo que su perfume quedará en las estanterías enmohecido para siempre.
—Estoy por pensar que usted es un embaucador de primera laya o está muy enamorado de su mujer.
Peter se levantó.
—Escoja la que más le guste, no estará errado —señaló—. Y vean la oportunidad de oro que se nos presenta, la empresa One apoyando una importante causa de las mujeres, piénsenlo. Hasta Obama lo está haciendo.
Había salido de la reunión con el ánimo sombrío. ¿Viste, cielo? No tenías que preocuparte por nada.
Volvió a su presente en la oficina de San Francisco, cuando una llamada de Alina a su móvil lo alertó. Ella nunca lo llamaba. En los meses que llevaba separado de Lilian, había ido a Napa cada vez que había podido. El fin de semana del concierto de Percepción, Alina y Hanna lo habían pasado con él.
—¡Peter! Aparecieron las dichosas fotos.
“Fotos… ¿Cuáles fotos?”, se dijo, preocupado. ¿Habría averiguado sobre su enfermiza obsesión mandarla retratar con los escoltas? ¿Los habría descubierto?
—Cálmate, Alina.
La mujer sollozaba al teléfono.
—Ya están en todos lados y Lilian se va a querer morir, hay que hacer algo.
—No entiendo de qué me hablas.
—De un montaje de fotografías con el que Hale la chantajeó en la universidad, son fotografías de ella desnuda, pero son un montaje, no es ella, te lo aseguro.
—¿En qué página se encuentran? —preguntó con voz ronca.
—Ya te envío por móvil los datos.
Cuando abrió las fotografías en un periódico digital, sintió que la sangre se le subía a la cabeza.
—¡Maldito hijo de puta!
Se levantó y aferró las manos al quicio de la ventana hasta que los nudillos se pusieron blancos.
Margot entró para dejarle unos documentos y se preocupó al ver el semblante de su jefe. La despachó, diciéndole que deseaba estar solo. Sentado a su mesa, con la cabeza en las manos, observó con cuidado cada una de las fotografías, por supuesto que no era ella. Lilian tenía un lunar en la parte superior del seno derecho y la forma y el color de los pezones era distinto, el contorno del cuerpo, todo era diferente. La pieza que faltaba en el rompecabezas que era su mujer encajó de pronto. Llamó a Lori, que ya estaba enterada de todo. Le pidió el favor de que la acompañara, que no la dejara sola mientras él llegaba. Se comunicó con su oficina de abogados y le pidió a su secretaria que reservara un vuelo a Los Ángeles.
Un abogado se presentó en poco tiempo. Adam Blair era un hombre pequeño, rubio, con calvicie incipiente y ojos donde brillaba la astucia. Peter le relató lo que sabía.
—Cuando se involucra a alguien importante en un juicio, siempre suele suceder, hay que hacer un ataque frontal. Demostrar con pruebas que las fotografías son falsas. Vamos a pedir que las retiren de la web por contenido inapropiado, eso sí, habrá páginas en las que circulará siempre, pero esos sitios no son del común de la gente. Haremos una declaración, debes estar en Los Ángeles o ella aquí y en tres días se habrá olvidado todo. En cuanto tengamos las pruebas, demandaremos al sitio web.
—¿Y el contrato con One? Los Harrison me colgarán de las bolas. La campaña ya está en la recta final, el lanzamiento del perfume será en noviembre.
—Es un tema complicado, habla con ellos y diles que te reunirás en cuatro días. Que lo vas a arreglar.
—No será tan fácil.
—Espera y veamos cómo salen las cosas. No entiendo qué le pasa a Hale, él solo se está llevando al matadero.
Después de la reunión con el abogado, Peter volvió a hablar con Alina, y le dijo que iría a Los Ángeles. La mujer carraspeó.
—Peter…
—¿Dime?
—Lilian no quiere verte.
—Pero Alina, esto es grave.
—Me dijo que si vas, ella se iría enseguida de allí. —La mujer soltó un suspiro angustiado—. Entiéndela, está angustiada. Avergonzada.
—No tiene por qué estarlo, ella no es la mujer de las fotografías.
—Yo le dije que tú dirías eso.
En momentos así, Lilian colmaba su paciencia.
—Entiendo. Enviaré a mi abogado, entonces.
—Gracias, Peter, muchas gracias, deseo pasar unos días con ella, pero estamos en plena temporada.
—No te preocupes, Alina, además, no debemos perturbar a Hanna.
Peter no quería volver a caer en la angustia de los primeros días de la separación. Apoyó los codos sobre la mesa y se tapó la cara con las manos. Tenía unas ganas inmensas de abrazarla y a la vez reprenderla por su terquedad. Varias veces al día sucumbía al acto de marcar su número, pero su orgullo aparecía y desistía. Deseaba estar a su lado, ayudarla, consolarla, pero como siempre, el muro infranqueable que esgrimía los dejaría a todos por fuera. Él también tenía su dignidad, la herida en su pecho sangraba al menor rasguño y todo volvía a empezar. Deseaba no amarla como la amaba, no necesitarla, no desearla, que un conjuro mágico la borrara de su mente. Su orgullo tendría que sostenerlo de allí en adelante, impidiéndole arrodillarse ante ella. Dios, si pudiera aliviar en algo el dolor en el pecho, podría contentarse.
Lilian no había salido de la casa. La prensa estaba apostada en el jardín, y los más osados, se acercaban con sus lentes a la ventana.
Cuando llegó Lori, se abrazó a ella. Era lo más cerca de Peter que se permitiría estar.
—Vine tan pronto me enteré, Julia te llamará más tarde. Lo siento mucho, Lilian.
Lori la llevó abrazada a la sala y se sentaron en el sofá.
—Es un burdo montaje.
—Eso dijo Mike.
—A veces me digo que no vale la pena, es como si peleara todos los días contra algo invisible.
Lilian se levantó, ni siquiera se había cambiado, llevaba el mismo pantalón de chándal rosado y la camiseta de Helo Kitty con la que había dormido. En la cocina puso agua a hervir para hacer té.
—Esto es más grande que Hale, querida.
A Lilian se le hizo un nudo en el alma al escuchar el término querida.
Lori, que vestía un pantalón capri de flores y una camiseta suelta, se acarició el abdomen y continuó:
—La labor que estás haciendo es encomiable y estoy segura de que ya dejaste a ese hombre atrás. Mírate, eres la guerrera que siempre supe que afloraría y estás trabajando en una causa que es de admirar. Pensé que te iba a encontrar destruida y estás más fuerte que nunca. Lo has superado.
—Nunca se supera, he aprendido a vivir con ello, aprendí al lado de tu hermano y en este tiempo con mis compañeras de causa, que puedo convivir con ese monstruo en el armario. Fueron muchos años de rabia y frustración, Lori, ya es suficiente.
—Me alegra escucharlo, ojalá arregles las cosas con mi hermano, no lo dejes ir, Lilian.
A Lilian se le aguaron los ojos.
—Mira lo que me rodea, mira lo que soy.
—Peter se enamoró de ti y de todo lo tuyo. Él no va a desaparecer lo ocurrido, querida, pero si tú lo dejas, puede ser tu compañero de vida, te ayudará a sanarte.
El agua hirvió y Lilian sirvió dos tazas de té. Cinthia y Janeth estaban reunidas en el centro de la ciudad con una periodista que había prometido ayudarlas.
—A veces quisiera que todos los seres humanos tuviéramos la capacidad de comenzar de cero, sin recuerdos, sin traumas.
—Esos recuerdos y traumas construyen nuestra historia, son cicatrices de guerra de las que nos debemos sentir orgullosos. Lilian, a ti te tocó una parte dura y dolorosa, hay gente que lo pasa mejor o peor que nosotros. Ahora que lo pienso, tengo una vecina muy influyente, tiene un programa de cobertura nacional. Brooke Miller.
—Vaya, ¿la conoces?
—Hemos intercambiado saludos en la playa, tiene dos perros que dejan regalos en mi jardín a cada tanto.
—Su programa es al estilo del de Oprah.
—Podrías ser invitada. ¿Te gustaría? —Lilian, sorprendida, asintió—. Déjame y hablo con ella, te avisaré en cuanto lo haga.
Por último, Lori tocó el tema del dinero. Peter estaba preocupado, sabían que ella contaba con ahorros, pero estos eran para el futuro de Hanna, y por más que recibieran auxilios de algunas ONG, no era suficiente para mantenerse en una ciudad como Los Ángeles. Lori cada rato enviaba autos con compras de comida, que las chicas agradecían. Lilian insistía en que estaría bien hasta el juicio, después tendría que trabajar como esclava para recuperar el equilibrio. Había tenido que echar mano de sus ahorros, pero estaba segura de que los repondría.
Lilian no estaba tan indefensa como todos creían. Había sido un golpe fuerte, pero no la tomó por sorpresa, llevaba mucho tiempo preparando su respuesta.
Cuando el abogado de Peter se presentó en la sala de su casa, lo recibió amable. Su madre le había advertido sobre la visita del profesional, este le ayudaría a dar cuerpo a la idea para tapar el escándalo y que no se echara una cortina de humo en lo que tuviera que ver con el juicio.
Si Adam Blair se preguntó por qué Peter no estaba al lado de su esposa cuando esta más lo necesitaba, no lo manifestó.
—Muchas gracias por venir.
—Es mi trabajo —contestó el hombre.
Tomó asiento, y sacó del portafolio una tableta que contenía los puntos a seguir.
Se limitó a poner a Lilian al tanto sobre lo conversado con Peter.
—Yo me adelanté un poco, abogado, sabía que esto iba a pasar y tomé algunas medidas.
El hombre levantó una ceja y la dejó proseguir.
—Cuando llegué a Los Ángeles me tomé la libertad de hacer examinar las fotografías por un experto que puede atestiguar sin problemas que son un montaje. Él me dijo que hace unos años se hubiera considerado un buen trabajo, pero ahora con los avances de la tecnología son un grupo de imágenes burdas que caerán por sí solas. Solo estuvieron expuestas unos días en la red que la universidad tiene para sus alumnos y en manos de personas que las tendrán en sus correos personales. Le estoy hablando de hace seis años. No he investigado si se encuentran en el mundo subterráneo que maneja la pornografía —dijo con tono de disculpa—, eso no lo he hecho. Apenas hasta ahora he decidido decir basta.
—No se disculpe conmigo, Lilian, cada quien se toma su tiempo como mejor le parezca. Usted estaba asustada y era una jovencita, no podía hacer más.
—Pienso que podemos manejar las cosas de la siguiente manera: he preparado un comunicado de prensa y me gustaría revisarlo con usted. Las fotos están en todas partes, ya sabe. —Lilian se tocó la minúscula cicatriz en la muñeca—. Cuando un tema se hace insistente, se vuelve viral enseguida.
—Trabajemos.