29

En la cocina Alice condujo a Mamoon hasta el fregadero. Le contuvo la hemorragia de la mejilla, le limpió la herida y le puso una gasa. Harry puso el hervidor al fuego para preparar un té. Trató de cruzar una mirada con Alice para indicarle que éste era un buen momento para largarse, pero supuso que no podrían salir de allí hasta que Mamoon y Liana hubiesen hecho las paces.

Mamoon estaba enfadado, pero no desolado; ya había pasado por esto antes. Más tarde, abriría una botella de champán para Liana. Todo se arreglaría. Echando un vistazo al cuaderno de notas que Harry siempre llevaba consigo, dijo:

–Espero que no estés anotando esto en un pésimo inglés para hacernos parecer un par de chiflados.

Maestro, me aseguraré de que no lo haga –dijo Alice.

–Lamento que de algún modo Liana te eche la culpa de todo esto –comentó Mamoon.

–¿Lo hace? –preguntó Alice–. ¿Es realmente culpa mía? Harry, por favor, dime si es así.

Liana bajó, cargando con una maleta.

–Llevo mi collar de calaveras..., una pieza que detesto. ¡Pero voy a dar un portazo y adiós! Alice, por favor, sujeta a los perros.

Mamoon salió corriendo tras ella y la agarró por el brazo.

–Liana, te lo ruego, esto ha ido demasiado lejos.

–Sí, ¿quién va a cambiarte las pilas del cepillo de dientes? ¿Quién te va a masajear con crema tus pies destrozados y te va a dar las pastillas? Morirás aquí solo. ¿Realmente crees que estos jóvenes explotadores van a cuidar de ti? –Empujó la maleta hacia la puerta–. Me voy con quienes me quieren y me valoran.

–¿Como quién?

–Puedes quedarte con Alice, viejo idiota, ¡pero eres demasiado estúpido para darte cuenta de cómo te ha utilizado!

–¡Qué disparate!

–Harry te la ha enviado para convencerte de que confieses cosas que nunca hiciste con Marion..., se lo he oído decir a Rob.

–¿Es eso cierto, Alice? –dijo Mamoon, desconcertado.

–En cierto modo sí –confesó ella.

–Querida, me cuesta creer que hayas sido capaz –dijo Mamoon–. Seguro que Harry te ha manipulado. No te preocupes, lo voy a machacar por esto.

–Liana, ¿por qué no te sientas y hablamos de todo esto con tranquilidad? –propuso Harry.

–Sí –dijo Mamoon–. Por favor, Marion, quiero decir Liana, ¡te estás exasperando demasiado!

Mamoon intentó quitarle la maleta, pero ella lo apartó empujándolo. Él se dio contra la mesa, se volvió, se dobló y se desmoronó.

–Oh, Dios mío, Mamoon –dijo Alice, corriendo hacia él–. ¡Te has hecho daño en la espalda!

–¡Ya ves, ya ves! –gritó Liana–. ¡Y ahora dame las llaves del coche!

–Jamás.

–Pues iré caminando campo a través hasta la estación –amenazó ella–. ¡Hasta nunca! –Acto seguido desapareció por la puerta y se alejó bajo la lluvia.

–No dejes que se vaya –le dijo Mamoon a Harry.

–¿Qué puedo hacer?

–Ya ha oscurecido. ¿Y si se cae al estanque y se ahoga? ¡Tráela de vuelta!

–Yo lo haré –dijo Alice, y salió en su busca.

Harry tuvo que perseguirla mientras enfilaba por el sendero en dirección a la carretera. Llovía con ganas y el viento soplaba con fuerza, pero Harry la oía gritar el nombre de Liana. No le llevó mucho tiempo encontrar a Alice. Ella era su prioridad. Tuvo que obligarla a volver a casa, mientras le rogaba que no gritase. Aun así, no logró oír a Liana.

Alice estaba empapada y en cuanto Harry la metió en casa, le buscó una toalla y ropa seca. Después se acercó a Mamoon con una manta.

–Por favor, échese en el sofá y espere. Liana volverá pronto.

–Si la recoges y la llevas a Londres –le amenazó Mamoon–, te mato ahora mismo.

Harry acomodó a Mamoon en el sofá y le dijo:

–Señor, le aseguro que ella no querría venir con nosotros.

–Habla de usted todo el rato –intervino Alice–. Si no lo quisiera tanto, no estaría tan alterada. Está intentando asustarlo.

–Pues lo ha conseguido, y además tengo frío y palpitaciones. –Alice encontró los analgésicos de Mamoon y le llevó un vaso de agua–. Me voy a morir del disgusto –dijo él. Había empezado a sollozar–. Ya no lo soporto más. No me vais a dejar así, ¿verdad? ¿Dónde está Ruth? ¿Qué voy a comer? ¿Quién va a cuidar a los animales?

Harry ya había telefoneado a Julia, que prometió que ella y su familia tomarían las riendas de la situación. Pasase lo que pasase, no quería a Alice y Harry correteando por allí fuera; dos urbanitas histéricos y confundidos, a los que les daba miedo la oscuridad, no iban a ser de gran ayuda. Ella conocía el terreno «íntimamente».

No fue la noche más plácida en la cocina de Mamoon mientras Alice, Mamoon y Harry cenaban, preparaban té y se preocupaban por Liana. Julia, Ruth y Scott salieron en busca de Liana con linternas, gritos y mantas. No creían que se hubiese alejado mucho; probablemente estaría andando en círculos. Mamoon se negó a permitir que Harry y Alice lo dejasen solo y permaneció echado en el sofá, con la mirada perdida y de vez en cuando cerraba los ojos y parecía quedarse dormido.

Mientras esperaban noticias, Harry insistió en lo competente y fiable que era Julia. Si alguien era capaz de encontrar a Liana, era ella. Alice contó que había sido de gran ayuda tenerla viviendo con ellos en Londres. Ella quería prolongar el acuerdo y Julia había aceptado. Julia cuidaría de ellos y de los bebés durante al menos los próximos dieciocho meses.

A Harry eso le sorprendió; él consideraba que sería mejor que Julia volviese con Liana y Mamoon y el resto de «su comunidad». Pero Alice se mostró firme; había oído historias terroríficas sobre au pairs y niñeras. No veía ninguna razón por la que Julia no resultase adecuada. Estaba dispuesta, sabía manejarse con niños y ellos la conocían a ella y a su familia.

Harry no podía ganar la partida; estaba condenado a vivir con las dos. Mamoon podía estar allí echado contemplando la eternidad, pero no estaba tan traspuesto como para no encontrar el momento de esbozar una microsonrisa.

Pasó una hora más antes de que localizaran a Liana. Su ira la había llevado bastante lejos, pero al final se había derrumbado en una cuneta y Julia y Scott la encontraron gimoteando y lloriqueando. La llevaron al hospital, donde la visitó un médico que decidió que, como estaba agotada y tenía algunas pequeñas heridas, era mejor que se quedase esa noche ingresada. Harry llevó a Alice y a Mamoon a verla. Durmió bien y la tarde siguiente él la llevó de vuelta a casa, donde Alice la ayudó a meterse en la cama. Mamoon se mostró solícito, cariñoso y poco hablador.

Al día siguiente, cuando finalmente Alice y Harry se marchaban, Mamoon seguía preocupado por si tendría que compartir su estudio con Liana, y no paraba de preguntarle a Harry si debía aceptarlo. No podría trabajar con Liana sentada a su lado; era absurdo.

Cuando se dirigía al coche, Harry se topó en el jardín con un equipo de televisión desempaquetando sus bártulos. Por lo visto, animada por Liana, una cadena alemana tenía una cita para hacer un documental sobre Mamoon. Dijeron que Mamoon había aceptado, a cambio de una bonita suma, darles su opinión sobre temas contemporáneos de los que no sabía nada.

–Uno de ellos lleva un portapapeles repleto de preguntas –le dijo Mamoon a Harry–. Temo que se convierta en el vídeo de mi martirio. Diles que se vayan.

–Sólo usted puede hacerlo –le dijo Harry.

–¿Os marcháis y nos dejáis así?

–Sí.

En Londres, mortificada por lo que creía que había provocado, Alice se quedó en la cama dos días, con un gorro de lana. Harry y Julia se encargaban de llevarle zumo de zanahoria y sopa, sostenerle la mano y escuchar sus lamentos.

–No pensé que fuesen tan vulnerables –se lamentó Alice–. Los quiero tanto a los dos. Para mí son como padres. ¿Qué debo hacer? ¿Escribo o telefoneo para disculparme? Oh Dios, ella no me perdonará nunca... Harry, ¿por qué no me advertiste? A ti no parecía importarte que estuviese con él. ¿O simplemente estabas encantado porque podía conseguirte material? Por favor, respóndeme. ¿Hablarás con ellos esta noche?

Harry no sabía qué decirle. Estaba contento de estar lejos de Prospects House. No tenía ningunas ganas de volver a ver a Mamoon y a Liana durante algún tiempo; se encerraría en su estudio durante al menos dieciocho meses y escribiría el libro como quería. Mamoon seguiría siendo Mamoon; a Harry ni le gustaba ni le disgustaba. En la mente de Harry se estaba convirtiendo en otra cosa, en un hombre inventado o fabulado, alguien que había vivido sólo para que Harry pudiese escribir un libro sobre él.