20

Harry se sentó junto a Alice y le confesó que esta parte de la historia de Mamoon lo sacaba de quicio y lo desmoralizaba. Lo cierto es que no se podía decir así sin más que una persona era un sádico sexual. Como era de esperar, Mamoon ya se había mostrado hostil y Marion no le dejaría citar fragmentos de las cartas, aunque tampoco es que éstas confirmasen muchas cosas. A menos que hubiese algo más que los alegatos de Marion para seguir adelante, tendría que dejar a un lado todo este material y escribir un libro insulso.

–Abandonaré el proyecto si no puedo llevar a cabo el tipo de retrato íntimo y psicológico del que habíamos hablado –aseguró Harry–. La arqueología del hombre completo. Él habla; todos hablan. No puedo soportar la idea de ser mediocre, Alice. Antes morir que ser vulgar.

–¿Qué podemos hacer?

–Deberías hablar con él y preguntarle si Marion me contó la verdad.

Alice parecía horrorizada.

–¿Por qué me lo iba a decir a mí, Harry?

–El viejo chiflado se vanagloria de que puede seducirte. ¿No has estado brincando por los bosques con él?

–No, brincando no. No puede caminar mucho. Mientras paseamos hablamos sobre la naturaleza del amor y del arte.

–Démosle la vuelta –propuso Harry–. Si puedes conseguir que el viejo lo admita, me ayudarás a mí y por extensión a la familia que formaremos. Nuestro futuro podría estar asegurado.

Alice se mordía las uñas.

–¿Por qué me metes en todo esto, Harry?

Alice no quería que la pusiese en la situación de tener que «engañar» a Mamoon, tal como lo decía ella. Él confiaba en ella; a ella él le caía bien, y era muy desagradable que Harry se pusiese tan insistente y tiránico.

–Necesito tu ayuda –dijo él–. Tenemos problemas de dinero. ¿No me harás este pequeño favor?

Antes de la cena Harry le dirigió un gesto de asentimiento con la cabeza a Alice. Ella bajó para ver a Mamoon y le entregó el fular, los gemelos y la corbata que sabía que lo animarían. Le ofreció el brazo y le propuso que dieran un paseo. Llevaba el móvil para utilizarlo como grabadora. Harry la había aleccionado sobre los numerosos detalles que tenía que preguntarle a Mamoon. Había un considerable número de historias; a Alice le habían impactado al oírlas y no daba crédito a que Mamoon pudiese hacer ese tipo de cosas.

–¿Estás absolutamente seguro de esto? –no paraba de preguntarle a Harry.

–Tú simplemente asegúrate de acordarte de todo. Me interesa saber cuál es su actitud ante esa parte de su pasado.

Alice y Mamoon estuvieron fuera un buen rato. Cuando regresaron, ella era incapaz de mirar a Harry, pero sí le pasó su teléfono, que él se llevó arriba y conectó al ordenador. Escuchó a Alice preguntándole a Mamoon si había sido tan macho como había oído decir. ¿Había utilizado alguna vez su fama y posición para conseguir favores sexuales? ¿Era tan dominante como aparentaba? El viejo gruñó y se rió. Alice le comentó que había algunos «juegos sexuales» que le gustaría probar, si podía convencer a Harry. Y se preguntaba si Mamoon había probado algunos de los que le citaba a continuación.

Mamoon le confirmó vagamente, o al menos no negó, haber probado la mayoría de las prácticas por las que le preguntaba. Lo cierto era, le contó, que a Marion le gustaba probar cosas fuertes, pero habían resultado, por desgracia, demasiado exigentes para él. La pasión femenina era un torbellino: él no podía entregarse por entero a una mujer, necesitaba tiempo para reflexionar y escribir. Si se ponía a pensar en ello, prefería el arte a la vida. Cuando conoció a Liana todo empezó a resultar más sencillo. Como defensa ante la excitación no deseada, el matrimonio era un profiláctico que él recomendaría a todo el mundo.

Alice se sentó en la cama y observó a Harry mientras él escuchaba la grabación, asintiendo y tomando notas.

–¿No estoy muy pálida? –preguntó ella.

Harry la miró.

–Tu color de piel es pálido.

–¿No quieres saber lo que ha sucedido?

Le pidió a Harry que saliesen fuera. Él la siguió hasta el prado más cercano, caminando con paso apresurado. Ella estaba lívida y temblaba. Tenía los ojos dilatados.

Golpeó a Harry repetidamente y gritó:

–¿Por qué me has obligado a hablar de obscenidades con un extraño? No me quito de la cabeza que él lo ha disfrutado de algún modo obsceno. Y cuando he apagado el teléfono, adivina lo que ha pasado, he tenido un ataque de pánico..., he tenido palpitaciones muy fuertes, como si me golpeasen el pecho con una piedra. He tenido que tumbarme en el suelo.

–Oh, Dios mío, lo siento.

–¡Tú nunca lo sientes!

–¿Qué puedo hacer? –preguntó Harry–. ¡Esto es desesperante! Te ofreciste a ayudarme en este proyecto. Yo nunca dije que iba a ser fácil.

–Mamoon me sostuvo la cabeza hasta que se me pasó. Temía que lo que me había estado contando me hiciese enloquecer y enfermar.

–Pues él tenía razón. Eres sensible. ¿Ahora ya estás bien?

–No te voy a dar las gracias por ponerme en esa situación. ¿Estás seguro de que quieres cuidar de mí? Liana duda de que realmente sea así. Tiene sus reservas sobre tu modo de ser.

–Y yo sobre el suyo. Te quiero, cariño. ¿Puedo besarte?

–¿Cómo puedes siquiera pensar en eso estando yo en el estado en que estoy?

Alice ya había emprendido el camino de regreso a casa. No sería buena idea dirigirle la palabra durante un rato. El ansia de verdad de Harry lo había convertido en un criminal. Alice no quería comer con Liana y Mamoon, no quería hablar con nadie, así que se envolvió en un edredón en el sofá de la sala de estar y se durmió con un gorro de lana en la cabeza y chupeteándose el pulgar. A la mañana siguiente Harry la llevó a la estación y Alice tomó un tren a Cornualles, donde tenía programada una sesión de fotos. Harry la besó, le dio las gracias y le recordó que la adoraba, pero no había manera de cambiarle el humor.

Cuando Harry volvió a la casa, se topó con Mamoon sentado en la sala de estar, y lo abordó:

–Señor, ¿puedo preguntarle si estaría completamente equivocado si considerase que sus experiencias con Marion, su amour fou, fueron la base del personaje de Ali en su sexta novela?

Se produjo un silencio antes de que Mamoon respondiese:

–Harry, como creo que ya sabes, me gusta aportar mi granito de arena a tu desarrollo intelectual negándome a desarrollar cualquier correlación banal y simplista entre el arte y la experiencia.

–Lo sé, señor. En eso le sigo a usted como a un maestro. El arte es un simbólico sueño vital que trasciende esa forma de la que se deriva y, de hecho, todo lo que se dice sobre él. Sin embargo, había un inconfundible estallido de deseo y amor, incluso de felicidad, en sus libros de ese periodo. Anteriormente sus personajes masculinos eran seres aislados, incluso ingenuos, tal vez ratones de biblioteca. Y entonces, de un modo brillante, dio usted un paso adelante.

–¿Lo hice?

–Dijo usted en algún momento que si cada época tiene su tema filosófico central, el de la nuestra será el resurgimiento de la religión como política. Y empezó a conectar el islam radical y su estrafalaria sexualidad con el odio al cuerpo y los cuerpos carbonizados en las autoinmolaciones sacrificiales. Es un gesto de la máxima obediencia. Sabemos que la cultura occidental intentó, en la década de los sesenta, eliminar al padre, autoritario o no. Y así es como acabamos, tal como ha señalado con sagacidad, en la cultura de las madres solteras. El caso de Ruth es un ejemplo claro.

»El padre, tal como los padres hacen, regresó en la forma o bien de gángster, como en El padrino o en su serie favorita, Los Soprano, o de autoridad religiosa. Y también está el intento por parte del padre de excluir, si no directamente de acabar con la sexualidad. Al menos la de los demás. Tal vez el padre, de acuerdo con este mito, quiere a todas las mujeres para él. La sexualidad regresa, no puede ser de otro modo, como perversión, como un modo de sadismo. Evidentemente, el miedo, si no el odio, a las mujeres está en el núcleo de muchas religiones.

Mamoon bostezó y dijo:

–¿Yo dije esto? Y si lo dije, ¿qué cojones importa?

–Permitió usted la entrada de la mujer, señor. La gente dice que la sexualidad está en el centro de los secretos humanos, y que el erotismo nos conduce a una nueva experiencia, a un tiempo sagrada y profana. ¿Cuál es la conexión en su mente, si es que la hay, entre las mujeres con las que ha convivido y los libros que ha escrito?

–No tengo ni idea de qué me hablas.

–Piénselo, por favor. Intento que parezca usted interesante. ¡Puedo hacerle parecer bueno en la cama y fuera de ella! Marion sugirió que la mente de usted se abrió a nuevas ideas cuando lo hicieron las piernas de ella, cuando ustedes dos se embarcaron en sus aventuras en Estados Unidos.

A diferencia de la mayoría de la gente, Mamoon tenía un control más o menos completo de sus palabras, no le gustaba que se le escapasen. Pero por un momento pareció como si se hubiese tragado un bloque de mármol.

Finalmente dijo:

–Por muy exultante que me ponga el escuchar las apreciaciones de Marion desde la charca, no sé de qué me hablas. Me gustaría que no intentases pelarme como a una cebolla. ¿Sabes?, como al público común y corriente, me apasiona la ignorancia. Quiero trabajar a oscuras..., ése es el mejor modo para mí, para cualquier artista. Las cosas surgen así, compactadas como en un sueño. –Guardó silencio unos instantes, antes de añadir–: No voy a negar que la relación con ella me despertó una nueva creatividad. El intelecto y la libido deben estar conectados, porque de otro modo no hay vida en la obra literaria. Todo artista tiene que trabajar con su polla o su coño. Cualquier persona tiene que trabajar con su deseo, para desafiar al aburrimiento, para mantener las cosas vivas. Todo lo bueno tiene que ser ligeramente pornográfico, si no perverso.

–Sin embargo –dijo Harry–, el biógrafo ve lo inevitable, los mismos escenarios sexuales paradigmáticos reproducidos una y otra vez. Cuando se trata de amor y sexo, el pasado escribe el futuro. Ésa sería la historia de la vida de cualquiera. Los caníbales no se convierten en fetichistas del pie.

–Harry, sabes más de mis muchos yoes que yo mismo. Tú estás en el negocio de recordar, mientras que yo practico el juego de olvidar, y olvidar es el más delicioso de los lujos mentales, un cálido y aromático baño para el alma. Yo sigo a Chuang Tzu, el santo patrón de la demencia, quien recomendaba: «Siéntate y olvida.»

–Gracias por la información.

–Tal vez mi esposa te ha contratado para reunir la pequeña cantidad de recuerdos que necesito. Debo decir que disfruto especialmente cuando recuerdas cosas que nunca sucedieron. Estás construyendo una vida imaginaria.

–¿Cómo?

–Mi vida, tal como la he vivido, ha sido una película de los Hermanos Marx. Una serie de rodeos, errores, equívocos, oportunidades perdidas, retrasos, pifias y cagadas. Soy un hombre que nunca encontró su paraguas. Tu vida, espero, es parecida. Tu adscripción a una flecha teleológica proporciona demasiado significado e intención. De todos modos, la idea de convertirme en una ficción tiene su gracia. Para mi sorpresa, puede que poseas los elementos que conforman a un artista.

–Dudo que alguna vez alcance su nivel, señor –dijo Harry–. Me impresiona que sobreviviese usted a las situaciones extremas y la culpa con Marion, y que regresase a casa para estar con Peggy durante su terrible agonía y se sentase junto a ella noche tras noche. Y después siguió usted adelante. Incluso durante algún tiempo tuvo algo parecido a una familia. Habiendo repudiado previamente el rol, parecía gustarle ser una especie de padre. ¿Qué tal era eso?

Mamoon asintió.

–Ya sabes que uno está sujeto a muchas distracciones e insensateces. Yo he tenido la buena fortuna de ejercer un trabajo que me ha salvado y de haber mirado el mundo a través de las lentes de mis ideas. Dios quiera que tú, un día, alcances esta estabilidad esencial.

–¿De qué modo le ha salvado el trabajo?

–Te empeñas en hacerme parecer lascivo, cuando la verdad es que incluso Philip Larkin disfrutó de más sexo, y yo he estado entregado por completo a las palabras Siempre quise regresar a mi escritorio para crear algo que no hubiese existido con anterioridad. Ésta es mi única, y exigua, contribución a mejorar las cosas aquí en la tierra.

Dichas estas palabras, Mamoon cerró los ojos y empezó a roncar ligeramente. Poseía la habilidad de dar una cabezada a voluntad, pero era especialmente propenso a quedarse dormido mientras Harry lo interrogaba.

Harry salió al jardín en pantalón corto y zapatillas deportivas para hacer unos estiramientos y levantar pesas. Colgó un saco alargado de un árbol y le dio patadas y puñetazos. Era su rutina y su modo de aliviar tensiones cuando las cosas se ponían difíciles con Mamoon, cuando sabía que tendría que volver a abordarlo con preguntas imposibles.

Se preguntó de cuánto rato dispondría.

Unos minutos después, Liana, con medias de rejilla y botas de agua, salió de la cocina y se sentó en el banco junto a la puerta con una popular biografía de una dama de la alta sociedad, una taza de té y sus gafas de leer.

–¡Bravo! –le gritó.

Sintiéndose más un heredero de Chippendale que un biógrafo literario, Harry se tomó un respiro y Liana le sirvió un poco de té.

–Pobre chico, debes de estar agotado. Yo lo estoy. Mira, te he traído esta loción tonificante –le dijo, ofreciéndole un botecito–. Te gustará, ya lo verás.

–Eres muy amable, Liana. ¿Por qué lo has hecho?

–Te he oído quejarte de lo mal que tienes la piel. Mamoon me dijo que para ti eso era más importante que el colapso de la economía.

–Mucho más. Es el resultado de un eccema que tuve de niño. Durante años me pasaba el día rascándome. Me preocupa que la ansiedad a la que me veo sometido aquí lo haga rebrotar.

–¿Qué ansiedad? Esta crema tiene unas propiedades reparadoras increíbles, y pareces alterado.

–Lo estoy.

–Creo que ya sabes más sobre mi marido que yo misma.

–Ése es el problema.

–¿Marion se mostró cariñosa hacia mi marido? ¿O dio rienda suelta a su amargura como la otra?

–Mostró cierta amargura, no del todo injustificada. Marion resultó ser bastante espléndida.

–¿Estás seguro? Habrás flirteado con ella.

Harry se extendió la loción por los brazos.

–Tenía mucho que contar sobre un montón de cosas. Todavía no lo he transcrito, pero siento que el libro ha progresado mucho.

–¿Progresado hacia dónde, querido? Me estás asustando, Harry.

–¿En serio?

–No quiero que te dejes arrastrar y acabe yo también con un eccema. Dejemos que todo siga teniendo un tono amable en tu historia, ¿de acuerdo?

Alice le había avisado de que tuviese cuidado: que aguantase la condescendencia e incluso los insultos, y no mostrase todas sus cartas, haciendo la rosca más que resoplando, aunque precisamente la actitud contraria lo llevaría muy lejos. De todos modos, lo que tanto Rob como él admiraban de Mamoon, en eso estaban de acuerdo, era su talento como provocador, su habilidad para generar anarquía y rabia, y después sentarse a contemplar las ruinas. A veces Mamoon era más Johnny Rotten que Joseph Conrad. Harry empezaba a pensar, como si su padre se lo hubiera sugerido, que hasta ahora había sido demasiado pasivo. Sus miedos le habían hecho mantenerse demasiado a resguardo. Crearía algún alboroto, había llegado el momento de actuar a lo gonzo y subir la apuesta.

–Liana –dijo Harry–, supongo que ya lo sabes todo.

–¿Saber el qué?

–El trasfondo de la historia de Marion. El modo en que Mamoon humilló e insultó a una chica en una universidad norteamericana, llamándola «negra de profesión». Tuvo que largarse y en poco tiempo se transformó en alguien amargado y agresivo.

–¿Eso va a aparecer en el libro?

–Cuando lo haya investigado a fondo. Después de eso Mamoon decidió romper o alejarse de Peggy, mientras seguía viviendo con ella. Él y Marion iniciaron una suerte de relación perversa, que me ha hecho preguntarme si ese tipo de historia ha sido algo recurrente en su vida. –Liana guardó silencio–. O si fue una excepción.

–¿Perversa?

Harry le aseguró que algunos la llamarían así.

–¿Estás seguro de todo eso?

–Él me lo confirmó. Cuando esta historia vea la luz la gente os mirará de un modo distinto. Las gacetillas y los periódicos simplifican las cosas. Probablemente lo llamarán sadomasoquismo.

Liana reflexionó unos instantes y dijo:

–Hagas lo que hagas, no cuentes esto, pero me preguntaba por qué al principio de nuestra relación me pedía si podía mirarme mientras yo orinaba. Como soy una dama, le dije que no. ¿Por qué iba alguien a querer hacer algo así?

–Para experimentar una singular forma de intimidad.

–Escucha, Harry –dijo Liana–, ¿qué coño insinúas? ¿No puedes ser más explícito? ¡No quiero vivir en la inopia como una idiota! Como mujer madura que soy... –acercó la cara a la de Harry–, ¿y verdad que te gusta recordármelo a todas horas?..., necesito saber hasta el último detalle de lo que ha contado Marion.

–¿Por qué?

–Sería espantoso que tú supieras cosas de él que yo desconozco.

Harry se puso la chaqueta del chándal y se sentó con ella. Liana no tardó en ponerse colorada y empezó a abanicarse ansiosamente con el libro, como si intentase apagar un fuego pero lo único que consiguiese fuera avivar las llamas. En su honor hay que decir que escuchó hasta el final a Harry antes de decir:

–¿Y pretendes incluir toda esta basura en el libro que nosotros te hemos encargado?

–Es relevante para entender su obra, que en esa época se hace muy sombría y en ocasiones brutal.

Liana rompió a llorar y se tapó la cara con las manos.

–Pobre Marion. Pienso a menudo en ella y en cómo la rechazó. ¡Eso mismo me sucederá a mí!

–¿Por qué iba a ser así?

–Ella no pudo hacer lo suficiente para mantenerlo interesado. Él se arrepiente de haberla dejado.

–¿En serio?

–Marion lo inspiró, era inteligente. Les encantaba hablar sobre Shakespeare. Ella estaba aprendiendo árabe y según Mamoon era más inteligente que él. Él leía sus cartas con ayuda de un diccionario. Mi padre era muy inteligente, así que sé que los hombres aman a las mujeres que les resultan útiles, como ayudantes.

Harry le preguntó si se encontraba bien.

–Harry, querido, me prometiste que me ayudarías a ganarme su amor y sus besos –le recriminó ella–. Y ahora me vienes con esta merda. Me va a echar a mí la culpa por revolver el pasado. ¡Qué has hecho! –Se puso en pie y se alejó rápidamente, en dirección al bosque, y sólo se detuvo un momento para decir–: Te he echado una maldición. He pensado incluso en soltarte encima un enjambre de abejas, pero soy demasiado señora para eso. Pero te va a pasar algo terrible..., esta noche.