16

–¿Sería posible que hoy hablásemos un rato? –susurró Harry, satisfecho de haber encontrado a Mamoon en la biblioteca.

Para sorpresa de Harry, éste respondió:

–Sí, por qué no. Me apetece. –Aunque clavó la mirada en el sujetapapeles de Harry como si llevase allí su certificado de defunción–. ¿Tienes alguna pregunta excitante para variar?

–Me preguntaba si se siente usted vigorizado después del masaje matinal.

–Mi piel canta de felicidad. Y tú me has puesto en la desagradable tesitura de tener que pensar en ti, algo a lo que yo era reticente.

–¿Pensar en mí en qué sentido?

–Estás sorprendido.

–Patidifuso, señor.

–Bien. –Y Mamoon se lo aclaró–: Tu fascinación por el cuerpo femenino no es ni antinatural ni inusual. De hecho, el cuerpo de una mujer joven es el objeto más elocuente del mundo, admirado y deseado por los homosexuales, por supuesto, además de por otras mujeres, bebés, lesbianas, niños, diseñadores de moda y hombres. No me sorprende que los musulmanes oculten a la mujer como si fuese una foto guarra, mientras su fundamentalismo nos recuerda que la sexualidad femenina es el mayor de los problemas. Para esa gente la mujer es ya de por sí una puta. Y tienen razones para estar tan preocupados –continuó argumentando–. El cuerpo de una mujer joven es el centro del mundo y normalmente el centro de muchas elecciones: el aborto, las madres solteras, los permisos de maternidad, la prostitución, el incesto, los abusos sexuales, el hiyab... El cuerpo de la mujer es de donde procedemos todos y adonde todos queremos acceder. El cuerpo femenino provoca que el conocimiento desaparezca. Es sorprendente que alguien tenga tiempo de pensar en la filosofía, la literatura, la psicología o la historia. Las mujeres también lo saben y por eso caminan deprisa por la calle. Ninguna mujer guapa camina despacio.

–¿Cuándo se interesó usted por esto por primera vez? –le preguntó Harry, preparando su grabadora pero sin pulsar todavía el botón de «grabar».

–Recuerdo haber leído en Madrás cuando era joven algo de Bertrand Russell, que era famoso por saberlo todo y que entonces me apasionaba.

»Escribió en alguna parte que su vida emocional era “irracional”. Por Dios, él rechazaba lo “irracional”. Los amores, odios y deseos de Russell..., todo el tinglado corporal al completo, y lo único que el más importante filósofo del mundo fue capaz de decir al respecto fue que era “irracional”. Provocó que yo quisiese aportar mi punto de vista, como si todo ese asunto todavía requiriese una explicación y fuese necesario atrapar a toda esa gente irracional, los poderosos del mundo, y escuchar lo que tenían que decir al respecto.

–¿Y cuál es el remedio, señor?

–Detén ese dedo pérfido antes de que te lo machaque. No grabes esto, debe quedar entre nosotros. Me preguntas sobre el remedio..., supongo que te refieres al remedio para el apetito excesivo.

–Sí.

Mamoon soltó una carcajada.

–Todas las religiones se han preocupado por apartar a los individuos de sus deseos. ¿Quién, después de todo, puede vivir con sus propias carencias? Pensemos en la contención del modo en que lo hicieron los estoicos. Me gusta leer a Séneca, que dice que puede ser aprendida. O fruto del autoconocimiento, como prefería Platón, lo cual podría disiparla. Pero el apetito es todo lo que tenemos y no podemos o no debemos buscarle un remedio. No soy freudiano, pero nadie puede negar que el deseo es el motor de nuestra existencia, como lo es para cualquier niño que quiere seguir viviendo. Como tu frenesí indica, suele estar fuera de control y está ligado a la locura, lo cual es una desgracia, porque el objeto del deseo, la mujer en la que uno piensa, no puede ser sino esquiva y se te escapará. Ella tendrá, naturalmente, otras preocupaciones y otras vidas. Eso generará celos, la creencia de que el otro posee lo que nosotros no tenemos. Proust construyó un mundo a partir de esta simple idea. Pero en mi opinión, cuanto más deseo, menos castigo.

–Ha mencionado usted a Bertrand Russell y el horror que le producía la confusión.

–¿Y?

Harry echó un vistazo al portapapeles, vio una pregunta que tenía anotada y miró a Mamoon.

–¿No es cierto que cuando conoció usted a Marion sintió por primera vez una conexión física que no había sentido con nadie? ¿Que en aquel momento sintió un descomunal ataque de irracionalidad que le descentró?

–Estás creando una historia para mí, una historia paralela a mi vida. ¿Pero por qué no se lo preguntas a ella?

–Es obvio que debo hacerlo. ¿A usted le parece bien? ¿Cuento con su visto bueno, señor?

–La decisión dependerá de Marion. Pero la encantadora Alice, con sus masajes y sus fotografías..., no sabes la suerte que tienes..., me ha convencido de que coopere más contigo.

–¿Defiende mi causa?

–Es simpática, ya lo sabes, y ha intercedido por ti. También ha pensado en mi sufrimiento, que se acabará antes si te permito adentrarte más en mi vida. Ve a ver a Marion y veamos qué sacas en claro. Espero que te eche a cajas destempladas, como ha hecho con otros fisgones. A un plumilla insistente le lanzó un frasco de tinta encima.

–¿Por qué?

–¡Ya comprobarás..., ja..., que es de armas tomar!

–¿Ése es el motivo por el que usted no se casó con ella?

Mamoon soltó una carcajada y respondió:

–Podríamos decir que hay ocasiones en que ciertos placeres pueden ser tan intensos que uno tiene que repensar su vida al completo para decidir si los toma... o los deja.

–Es cierto que el placer puede hacerte perder la cabeza. ¿Quiere usted decir que una serie de orgasmos pueden ser un nuevo inicio?

Mamoon se puso en pie.

–Diga lo que diga Marion, yo siempre seré un bicho raro en tu libro.

–Gracias por darme permiso, señor –le dijo Harry–. Una última pregunta, que no sé por qué se me acaba de pasar por la cabeza. ¿Se arrepiente usted de no haber tenido hijos?

–No tener hijos ha sido lo mejor que he hecho en mi vida hasta ahora –dijo Mamoon–. Vamos, recoge tus cosas y desaparece de una puta vez de mi vista. Necesito sosiego.

–Gracias de nuevo, señor.

–Me darás las gracias mil veces más –dijo Mamoon con una risita–. Sobre todo cuando vuelvas aquí huyendo con tu alma sangrando. Lo estoy deseando.