21
Esa tarde, mientras se cambiaba en su habitación, Harry los oyó gritar, sus voces superponiéndose mientras se interrogaban mutuamente. Sospechó que había ejercido algún tipo de influencia sobre ese matrimonio. Mala suerte: tenía entre manos un libro que escribir. Escribir era endemoniado. Escribir era para lo que lo habían contratado.
Se puso a escuchar música con los auriculares y esperó hasta que casi había anochecido, aunque la luz de la cocina seguía encendida, para salir furtivamente por la puerta trasera. Estaba fumando en el jardín, a punto de meterse en el coche, cuando oyó un grito, o tal vez fuese un aullido. Y Mamoon salió de la cocina y caminó hacia el hombre elegido para retratarlo.
Mamoon no se apoyaba en su bastón, como hacía siempre últimamente; ese bastón que Harry le había fabricado, tallándole la empuñadura en forma de tosca cabeza de conejo. Mamoon lo alzaba por encima de la cabeza con lo que a Harry le pareció la diáfana intención de dejarlo caer sobre el equipo cognitivo del joven escritor.
Harry se dio la vuelta y corrió por el jardín hacia el sendero. Para su sorpresa, Mamoon lo persiguió, corriendo y trastabillando, como si intentase desprenderse de alguna de sus extremidades.
–Mamoon, señor, por favor... –intentó razonar Harry.
Siguió corriendo y lo mismo hizo Mamoon. Oía cómo el viejo respiraba pesadamente y pensó que debía estar ya al borde de la extenuación. Harry deseaba poder hacer uso de la razón y debatir temas literarios. Había recibido una educación cara y no quería desperdiciarla, ni siquiera en esa situación.
–Escuche –empezó, y se detuvo. Tenía al escritor encima. Harry esquivó el bastón agachando la cabeza y volviéndose–. Señor, lo que digo...
Mamoon le golpeó en la espalda con el bastón con todas sus fuerzas. Harry cayó al suelo y Mamoon le arreó otros dos bastonazos.
–Mira, Judas..., ¡mantengo un buen drive!
–¡Pare de una vez...! ¡Por Dios! ¡Duele! ¿Qué está haciendo?
–¿Quieres un smash cruzado con bolea? –dijo Mamoon, volviendo a alzar el bastón. Estaba a punto de golpear a Harry en plena cara–. ¡Te voy a arrear con la fusta...! ¡Ja!
–¡No, ni se le ocurra!
Harry se escabulló gateando lo más rápido que pudo, se puso en pie, le quitó a Mamoon el bastón, se lo llevó atravesando el jardín y lo dejó encima de su coche. El viejo chiflado, rebosante de adrenalina, se precipitó tras él y no tardó en descubrir, tras intentar saltarle encima, que sus días de deportista ya habían quedado definitivamente atrás. Tropezó, se cayó de bruces y quedó humillantemente tendido sobre la gravilla.
–No me toques. Has estado chismorreando sobre lo que te contó Marion –resopló Mamoon, mientras Harry lo ayudaba a levantarse y le sacudía el polvo de la ropa.
–Señor, usted mismo dijo que hoy en día ni un instante de nuestra existencia queda sin grabar.
–¿Qué te parecería tener a todas las mujeres a las que te has follado dando el coñazo a tus espaldas permanentemente? Tal vez lo hagan, una multitud fantasmagórica de almas en pena, vociferando maldiciones agresivas. Entonces yo me partiré de risa.
–Usted siempre ha sido un disidente, inconformista y anárquico. ¿No versan la mayoría de los buenos libros sobre las debilidades sexuales? –Avistando un punto de partida para el debate intertextual con el que había soñado, Harry dijo–: Usted adora a Strindberg, adaptó sus piezas teatrales y escribió un ensayo sobre él. Las angustiadas e histéricas cartas de Kafka a Felice siempre le han fascinado. Pensemos en cómo los escritores varones han plasmado la fuerza de la sexualidad femenina...
–¡Cállate, cabrón! Liana me está machacando vivo, gritando y despotricando. No puede creer que yo me lo haya pasado bien con alguien que no sea ella. Me ha echado del dormitorio y me ha mandado al contiguo al tuyo. Y ahora insiste en que le cuente hasta el último detalle de mi vida con Marion. ¿Cómo voy a hacer eso? ¿Cómo voy a reconciliarme con ella?
–¿La quiere?
–Si tengo una terrible pesadilla y me pongo enfermo en mitad de la noche, ¿me darás tú el beso reconfortante?
–Mis besos son suaves y profundos. Pero seamos honestos, ese material va a salir a la luz de todas formas, lo cuente yo o lo cuente Marion. ¿Qué estoy haciendo sino desenredando la madeja de la verdad... como hace Goole en Llama un inspector?
–Eres un espíritu maligno que intenta jugar a Dios conmigo. Ése era un asunto absolutamente privado.
–Renunció usted a eso en el momento en que me invitó a venir aquí para contar la historia de su vida. ¿Por qué preocuparse cuando sabe usted perfectamente que la sexualidad pone en evidencia a todo el mundo?
Mamoon le dijo a Harry que no podía confirmar toda esa información, pero éste le explicó que Marion le había enseñado las cartas. Cuando Mamoon preguntó por qué iba Marion a hacer eso, Harry le replicó:
–La vida y la escritura son una prolongación del mismo libro. Sucede lo mismo con todos los escritores.
–Marion..., quiero decir Liana, ¡me ha dicho que eres de los que les gusta aparecer en televisión! ¡Intentas hacerte un nombre a mi costa, jovencito!
–Estamos encadenados en esto, señor. Nos hundimos o salimos a flote los dos juntos.
–El tuyo es un trabajo regido por la envidia y eres un parásito semifracasado de tercera división que ha medrado a base de poner en escena un estudiado encanto y miradas lánguidas. ¿Has leído alguna vez a un biógrafo capaz de escribir tan bien como su biografiado?
Y como si la perorata no fuese suficiente, Mamoon agarró a Harry por las solapas e intentó empujarlo contra el coche.
–Estás despedido, Harry. No voy a permitir que acabes de dar forma a este montón de chismorreos, ¡y cuando mañana a mediodía salga de mi estudio quiero estar seguro de que esta ridícula aventura se ha terminado! Tenemos a otro escritor preparado en la reserva para sustituirte. ¡Y lleva corbata! –Acercó su cara a la de Harry–. Recuerda esto, muchachito: no sabes nada, no eres nada. No serás nunca nada.
Mamoon parecía haber llegado al límite de su resistencia y empezó a toser. Harry lo acompañó de vuelta a la cocina y fue a buscarle un vaso de whisky después de dejarlo sentado en una silla.
–¿Quiere que avise a Liana? –Supuso que estaría en alguna parte en el piso de arriba, destrozando algo o escuchando a Leonard Cohen.
Mamoon negó con la cabeza y dijo, mientras Harry se acercaba a la puerta:
–¿Te parezco especialmente avejentado y débil? ¿He envejecido de repente? No me dejes..., creo que no me queda mucho tiempo.
Pero Harry se precipitó fuera y se quedó un rato sentado en el coche, recomponiéndose, antes de ir a casa de Julia y utilizar la llave que le había dado.
Al recorrer el pasillo, vio que Ruth estaba en la sala de estar, con la resplandeciente blusa que Liana había lucido en la cena del cumpleaños de Mamoon. Estaba sentada delante de la mesa, con dos de sus amantes, envueltos en una nube de humo de porro, bebiendo el champán de Mamoon en vasos de cerveza y, Harry no tardó en deducir, discutiendo sobre un negociete que implicaba el uso de firmas falsificadas, que en ese momento estaban practicando. Harry los saludó en voz baja. Por desgracia despertó su interés y uno de los dos tipos se levantó y lo invitó a gritos a tomarse un trago con ellos, y Ruth le dijo:
–Harry, Harry, Harry..., ¿no nos vas a honrar con tu presencia para tomarte una copa?
Harry tuvo la sensatez de seguir adelante para reunirse con la mujer a la que había ido a ver.
Julia lo esperaba en la cama.
Él se quitó la camisa y dijo:
–¡Mira!
–Precioso. Gracias... Estaba esperando este momento.
Harry se volvió.
–¡Fíjate en los moratones!
–Oh, Dios mío, ¿quién te ha hecho esto, mi hermano? ¿Ha vuelto?
–Por suerte no, ha sido Mamoon.
Julia se rió.
–Oh, vamos.
Harry le cogió la mano y se la apretó contra la cara.
–Es un viejo peligroso, Julia, tiene unas muñecas muy potentes.
–Vaya por Dios, se te va a poner de un color muy raro. Parecerás una berenjena.
–Es una verdura que no me gusta. Coge mi teléfono. Fotografía los moratones. Se ha ido todo al garete. Me ha despedido.
Julia le fotografió el cuerpo antes de acabar de desnudarlo por completo y colocarse encima de él. Los besos de Julia lo relajaron.
–Necesito tu cariño, Julia.
–Lo sé. Felicidades, guapo.
–¿Por qué me dices esto?
–Te han pegado y te han echado. Debes estar haciendo un trabajo estupendo.
–Sí, bueno, el viejo pretende elevarse por encima de las estupideces cotidianas y contemplar la inconmensurable distancia con esa altiva mirada de tortuga, presumiblemente arrepintiéndose de todas las oportunidades sexuales que ha dejado pasar. Y después se pone como un loco arreándome con el bastón que le fabriqué.
Julia empezó a follárselo, sabiendo que Harry se relajaría.
–¿Puedo preguntarte una cosa? No he parado de darle vueltas. ¿Cuántas veces le has hecho el amor a Alice los días que ha pasado aquí?
–Sólo una. Estábamos poniéndonos a ello otra vez cuando tú nos interrumpiste, gracias. Ya sé que fingías limpiar algo en el pasillo, pero en realidad estabas escuchando. Añadí algunos sonoros gimoteos para sonrojarte.
–¡No estaba escuchando!
–Con Alice el único modo de hacerlo es amoldándose a sus condiciones, es como conseguir audiencia con la reina. Su última aportación es pretender que es alérgica al semen. Tiene la inflexibilidad de una niña que lo ha pasado mal.
–Iba a decir maltratada. Cada vez conseguirás menos de ella, guapito.
–Qué rápido se agotan estas cosas. Ya casi estoy listo para un cambio.
–Pero no te gusta soltar a la gente.
–Dime lo que piensas de verdad.
Julia le colocó un porro entre los labios y se lo encendió.
–Vosotros dos puede que tengáis una oportunidad si ella es capaz de entenderte. Ella no se da cuenta de que eres divertido y dulce. Dices cosas fascinantes y eres una compañía muy agradable. A diferencia del viejo, a ti sí te interesan los demás. Además, unas dotes especiales para el cunnilingus te sitúan en la cima que ocupan el uno por ciento de los hombres.
–Hace falta práctica para convertirse en semejante gourmet.
–Siempre me pongo ahí perfume almizclado para ti, pero ahora no te voy a pedir que me lo comas, Harry. –Julia apagó las luces, encendió velas y le sopló en los párpados–. Pareces hecho polvo; tienes pinta de estar a punto de ponerte a llorar en mi hombro.
–Estoy deprimido. Ésta es nuestra última noche juntos. Si realmente me despide, tampoco me va a importar tanto, si quieres que te diga la verdad. Ya estoy harto de ese par.
–Voy a poner el despertador. Creo que te puedo ayudar. Soy tu chica, ¿recuerdas?
–Si esta vez me salvas el pellejo –le dijo Harry– es que eres un genio. Te invitaré a cenar a un indio.
–Puedes hacer algo por mí, Harry. Ya sabes qué. Ya te lo he pedido antes. Llévame contigo, Calzoncillos Efervescentes.
–¿Adónde?
–A Londres.
Harry se rió.
–Ojalá pudiera. Tal como están las cosas, estoy acabado.