13
Era media tarde cuando Harry cruzó el jardín en dirección al estudio de Mamoon para ir a buscar al recluido anciano, que todavía caminaba con ayuda del bastón. Después del incidente en la pista de tenis, el médico de Mamoon había diagnosticado una hernia de disco más que un tirón muscular, y le recomendó que se operase, pese a que no podía garantizar un buen resultado tratándose de una persona tan mayor. Mientras Mamoon debatía a fondo su dilema, se tragaba los tranquilizantes a puñados y, según Liana, se había vuelto más malhumorado y agresivo que de costumbre porque vislumbraba un futuro de impotencia y decrepitud.
–Otra mañana de vacuidad –sentenció mientras Harry lo metía en la cocina y lo acompañaba hasta su silla. Julia le trajo afanosamente su agua con gas favorita sin hielo.
Alice se le acercó, se sentó, le tomó la mano y le miró a los ojos.
–Gracias por permitirme venir aquí –le dijo–. Es un lugar maravilloso.
–Querida, te estábamos esperando –le aseguró él–. Dime, ¿qué tal va todo en el mundo de la moda?
–Las cosas no van mal, gracias.
–¿Puedes explicarme para qué sirve?
–¿Perdón? –Alice meneó la cabeza con incredulidad–. Es un negocio. Compramos y vendemos y conseguimos que la gente no pase frío. ¿Para qué no sirve?
–No creas que no me han llegado ya noticias sobre ti –le dijo Mamoon, clavándole la mirada–. Liana, aquí presente, me dijo que me comparaste con un sastre.
–¿Qué sastre?
Una vena, que recorría la frente de Mamoon desde el nacimiento del cabello hasta la ceja, palpitaba.
–Un sastre o un zapatero, o algún otro tipo de artesano. ¿Estoy equivocado, Liana?
Alice miró a Liana, que los observaba conteniendo el aliento. Como Liana no sabía qué decir, Alice le preguntó a Mamoon:
–¿Ha visto usted alguna vez una chaqueta de Alexander McQueen?
–Por supuesto que no. ¿De qué me hablas? ¿Ha leído esa reinona mi obra? ¿Es capaz de leer sin mover los labios?
–Tal vez dije –explicó Alice–, para ayudarme a ubicarle, que es usted un maestro como el maestro Valentino, adorado por muchos, incluida Liana.
–Y me ubicaste, ¿verdad? Nos comparaste.
–Probablemente sea un honor.
–¿De qué modo puede eso ser un honor?
–Bueno, para mí lo es.
Mamoon empezaba a parecer irritado.
–Si hablamos de esa gente –dijo–, sólo hablamos de apariencias.
–No estoy tan segura.
–¿Perdón?
–Es más que eso –aseguró Alice–. Hablamos de cómo debe fabricarse algo. De qué aspecto tiene. De cómo es. De una actitud.
–Una actitud. ¿Y eso qué quiere decir?
–Un beso... –empezó ella.
–Habla más alto. Estoy prácticamente sordo.
–Un beso, una maldición, una taza, un zapato, un dobladillo, una chaqueta de punto, un reloj, un chiste, un gesto de cortesía..., y por supuesto una frase, un párrafo, una página... ¿No tiene todo eso que tener estilo, gracia, clase... e ingenio?
–Por supuesto.
–El arte no está sólo en los libros.
Harry susurró:
–Flaubert escribió que «el estilo es la vida».
–Una belleza más universal sería algo por lo que luchar –sentenció Mamoon.
–Bien –dijo Alice, suspirando–. Sí.
–Bien. Gracias a Dios, bien –intervino Liana. Mostró la botella de vino–. Es un Guigal de 2009. ¿O preferís el Chablis?
–Cállate, por favor, Liana.
–¿Disculpa, Mamoon?
–A diferencia de usted, maestro, yo leo revistas –prosiguió Alice–. ¿Y no le dijo usted a un periodista que un artista tiene que esparcir cierta cantidad de polvos mágicos en todo lo que hace? ¿No se aplica esto a cualquier objeto? Mire este sencillo anillo de platino. –Le tendió la mano, que él sostuvo y contempló–. ¿Ve a qué me refiero? El anillo los tiene.
–Sí, de acuerdo –aceptó él–. Es una forma de sensualidad. Alguna gente lo llama Eros, que nació de un huevo y puso en marcha todo el universo. La luminosa irradiación del amor.
–Ya lo ve.
Mamoon la miró.
–Casi me has levantado el ánimo, querida.
–¿Sólo casi?
–Me haces recordar –dijo Mamoon– que el lenguaje, de hecho todas las cosas verdaderas, tiene que vibrar de sensualidad. Eso lo tengo claro. Pero si parezco ligeramente sombrío es porque he estado teniendo esta maldita pesadilla recurrente. Es sosa y anodina, pero sin embargo es persistente, y quiero desembarazarme de ella de una vez por todas.
–¿En el sueño está usted desnudo? –preguntó súbitamente Julia.
Había estado escuchando mientras servía la comida.
–El maestro nunca está desnudo –terció Liana–. Vamos, Mamoon, por favor...
–¿Tú estás desnuda en tus sueños, Julia? –inquirió Mamoon.
–Nunca llevo ni un hilo encima, corro desbocada por el campo cantando y todo el mundo me mira.
–Oh, qué boba. –Mamoon se secó el sudor de la frente con la mano y dijo–: Harry, si vas a imponernos tu presencia durante algún tiempo más, podrías sernos de utilidad. Tengo entendido que eres una suerte de intérprete de sueños.
–¿Yo?
–Liana me informó de que a la mínima oportunidad interpretas los sueños. Lo aprendiste de tu reverenciado padre.
Harry negó con la cabeza y dijo:
–Mi padre también me advirtió de que uno no debería contarles a los demás sus sueños del mismo modo que nos les facilita los detalles de sus cuentas bancarias.
–Pero eres brillante, Harry –dijo Liana–. Mamoon, ¿no podrías contarnos, por favor..., podemos escuchar adónde ha estado viajando tu alma? Sus devaneos llevan mucho tiempo atormentándonos a todos los demás.