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–A mí no me gustan.

–Por supuesto que no.

–Realmente no.

–Ya sé lo que piensas y ya he dicho que no son del agrado de la mayoría, Alice. Estos viejos pomposos y autoritarios son algo más que un gusto adquirido..., son tal vez una perversión.

Pero a Alice le divertía insistir en que él debía estar enamorado de Mamoon. Era «evidente». Harry le preguntó de dónde había sacado esa idea.

–El otro día, cuando me telefoneaste en uno de tus momentos bajos, tuve que soportar una descripción de sus labios y sus ojos. –Alice reprodujo el tono pijo, ligeramente afeminado e irónico de Harry–: «Sus ojos, querida Alice, pueden parecer oscuros e impenetrables, pero contienen el calor de unas castañas asadas durante cientos de años...»

–Sí, eso era sólo para tu información. Serás gratificada por venir hasta aquí.

Le reiteró que le aumentaría el saldo de la tarjeta de crédito; una hoguera de dinero para que ella la quemara en Bond Street. Y así, después de mucha discusión, evasivas y la promesa de un viaje a Venecia, se había producido un gran acontecimiento: Alice no sólo había consentido en visitarlo, sino que él se la había encontrado esperando impaciente en el andén de la pequeña estación esa mañana temprano, tamborileando con los dedos en su móvil.

Ahora la pareja recorría en coche el laberinto de estrechas carreteras hacia el destino en el que convergían todas las carreteras comarcales: Prospects House. La elegante cabeza de Alice giró sobre su largo cuello y, en un instante perfecto, los setos dejaron ver el paisaje: las vacas mugieron, los pájaros cantaron, un ciervo se quedó inmóvil. Mientras ella absorbía la sosegada belleza del lugar, tal como Harry sabía que haría, él le dijo que tenía que disculparse por no invitarla exactamente al departamento de la sangre fría.

–Pero mi cuerpo se está desplegando –le anunció ella–. Esto es casi un momento digno de una sesión de yoga. ¿Por qué no me habías dicho que era una maravilla?

–Mírame. Dime, ¿qué aspecto tengo?

–¿Te has duchado? Esta camiseta está hecha unos zorros. Y yo que tú me pondría cera en el pelo para darle volumen. ¿Te lo pasaste bien en la cena de anoche? Cuéntamelo todo.

Harry le contó que antes de que Mamoon se quedase frito, lo había presentado a sus amigos como su darbari, que quiere decir cortesano o catamita. Después Liana le pidió drogas e insistió en que él desnudase a Mamoon. Posteriormente sugirió que tal vez Harry quisiera desnudarla también a ella. A este paso no tardaría en estar cualificado para trabajar en el Old Vic como ayudante de camerino de algún actor.

–¿Has estado flirteando? –le preguntó Alice–. Oh, Dios, Harry, te rogué que aquí te comportases como una persona normal. ¿Ya has estado dando por culo a todo el mundo?

–Te aseguro que es ella. Incluso la pasta que cocina es negra. Huele mi sangre, mi miedo y mi debilidad, y me persigue, indiscreta, entrometida, mofándose de mi trayectoria. Cuando me llama mediocre y nada creativo, como hace la mayor parte de los días, yo tiemblo de rabia y lloro a solas.

–¿Algo de lo que te susurra es cierto?

–Yo no puedo hacer otra cosa que sonreír y sonreír.

–¿Porque Rob insiste en ello?

–Estoy aquí para progresar espiritual y materialmente. –Cuando Alice le preguntó qué tal iban las entrevistas, Harry le respondió–: Tal como me aconsejaste muy sabiamente, cuando llego a la puerta de la biblioteca de Mamoon cuento atrás desde diez antes de entrar. Pero entonces, temiendo que mi biografiado me inserte la cabeza de un pez repleto de espinas en el ano, empiezo a temblar y tengo que ir al lavabo antes de que él empiece a hablar. –Alice puso en duda su virilidad, como le gustaba hacer a menudo, ante lo cual Harry le aclaró–: Si te leyeses los ensayos de Mamoon, cosa que no harás, descubrirías que ha comido carne humana.

–Por favor...

–No una gran cantidad. No un brazo o un cuello. Pero al menos, como les dicen a los niños que hagan con la comida, la ha probado..., frita, con sal y pimienta. Realmente me asusta un poco, Alice. Cuando me espía mientras me acerco con mi cuaderno parece un perturbado, como un crustáceo a punto de beberse un batido de limón por la nariz –dijo, y añadió–: El resultado que logre depende en gran medida de si puedo verme con su antigua amante, Marion. Rob ha insistido en que debo contar con el permiso de Mamoon, porque si genero más hostilidad en el viejo, me va a echar a patadas.

–¿Qué es lo que te da miedo?

–Su rechazo. Su mal genio. Ya serás testigo de todo eso y te darás cuenta de la gravedad de la situación.

–¿En serio?

–No puedo evitar que me considere un inútil.

Alice se encogió y se abrazó a sí misma.

–¿Va a pensar lo mismo de mí?

–No de entrada. Primero te seducirá. Pero después te arrancará la cara y se la echará a los cerdos.

–Oh, por el amor de Dios, Harry, por favor, llévame de vuelta a la estación. ¿Por qué demonios me has invitado a ver toda esta mierda?

–La oscuridad se está apoderando de mi mente, Alice. He estado viendo y escuchando cosas que no pueden existir ni aquí ni en ninguna otra parte. Por la noche, cuando no se me aparecen mujeres locas en mis alucinaciones, noto que la depresión empieza a envolverme. Si me hundo en ella, tendré que tirar la toalla y ponerme a escribir una novela.

–Y entonces seremos pobres.

–Peor. Mi familia me despreciará. De hecho, todas las familias.

–Odio decir que ya te lo advertí.

–Pero me verás emerger de las llamas habiendo conservado casi todo mi cabello y al menos un testículo intacto.

Dejaron atrás el garaje, la iglesia y el pub, y giraron para tomar la carretera. No tardaron en avanzar entre sacudidas por el camino de tierra hacia la casita de cuento de hadas.

Alice se inclinó hacia él, le dio un beso y le dijo que era un sádico.

–Sospecho que estabas deseando que llegase este momento. No montarás un número cuando yo desaparezca, ¿verdad? Ya sabes que me gusta huir.

Mientras Harry sacaba del asiento trasero las varias maletas con las que había aparecido Alice y las trasladaba a la casa, le informó de que la gente de la zona se refería a este lugar como el Overlook Hotel y que todas las salidas estaban cerradas con candado. De modo que no podría largarse.

Justo en ese momento se oyó un grito: Liana salió para saludar, echar un vistazo y abrazar a Alice. A Alice le entusiasmaron los perros y Liana se mostró de inmediato encantada de enseñarle la casa.

Pero primero Harry y Alice fueron a su habitación y él se echó en la cama. Medio dormido, contempló cómo Alice rebuscaba entre su ropa. Se cambiaba al menos tres veces al día y se gastaba la mayor parte de su dinero y buena parte del de él en ropa. Conseguía una buena parte a precio reducido gracias a amigos del negocio y siempre le sentaba bien. Sus prendas favoritas eran aquellas que todavía no se había puesto –aquellas que estaban esperando «la ocasión adecuada»–, de las cuales tenía una considerable cantidad. La ropa y los accesorios daban pábulo a la creatividad de una persona; el aspecto que tenía uno era siempre una decisión libre, como una pincelada en un lienzo. Él disfrutaría más de las mujeres, le había asegurado ella en alguna ocasión, si entendiese la ropa que llevaban.

Cuando Alice se fue a vivir con él, los cambios de ropa eran frecuentes y regulares. Ambos sentían pasión por los zapatos femeninos y podían dedicar tardes enteras a los pies de ella. El pequeño estudio de Harry se había convertido en una cueva repleta de los vestidos y abrigos de ella. La ropa de Alice cubría los libros de Harry. Pero ése era el menor de los problemas. «Tengo deudas, Harry. No puedo parar de gastar. Un juego de té, una máquina para hacer expresos, joyas, Milán..., todas estas pequeñas cosas necesarias están acabando conmigo.» Quería pedirle un préstamo a Harry, pero a menos que Rob le adelantase un poco más de dinero, él también estaba a dos velas. Si iban a comprar una casa y fundar una familia, tenían que ser prudentes, como cualquier otra persona en Europa.

Harry no conocía a nadie que no hubiese enloquecido y reconocía que Alice no era distinta de los demás en este momento: tener deudas no era algo vergonzoso; de hecho a quienes no tenían deudas y eran ahorradores se los consideraba unos perdedores lamentables. Sin embargo, tenía que instarla a dejar de gastar, como debe hacerse con cualquier adicción. Pero ella consideraba que ir de compras era su «desahogo» y le preocupaba que si dejaba de hacerlo necesitaría otras vías para aliviar su ansiedad.

Hoy, una vez instalada, Harry pensó que sería buena idea que Alice pasase el día con Liana. Con su mente feroz pero entusiasta centrada en la comida, el mobiliario y el estado de ánimo de su marido, Liana sería un buen ejemplo para la joven.

–Liana, querida, dime, ¿qué te parece mi novia? –susurró Harry cuando, más adelante esa misma mañana, tuvo un momento a solas con su madura anfitriona–. ¿Debería mandarla de vuelta a casa?

–Su cara radiante me ha animado. Es un poco altiva, como ya me advertiste, pero fresca y exquisita. Me ha encantado desde el momento en que ha demostrado que tenía gusto. Ha dicho una cosa maravillosa: «Liana, sin duda ésta es una casa femenina.» Me recuerda tanto a mí misma antes de que empezase a tener resacas y conociese a Mamoon que podría ser mi hija. ¿Es modelo?

–La gente solía pararla por la calle para pedirle que se dedicase a eso. Así que lo hizo, pero durante poco tiempo. Es demasiado discreta para enseñar el culo por dinero.

–Es tan delgada, su piel es prácticamente translúcida. Y su cabello, qué color tan extraordinario.

–Es natural.

–¿Acaso he dicho que no lo fuese? Supongo que lo podríamos llamar rubio platino. Es casi blanco.

–Por favor, Liana, no le regales ropa. En cualquier caso, ¿por qué la estás regalando?

–¿Para qué me sirve aquí? Las mujeres sólo se ponen ropa bonita para que los hombres deseen quitársela.

–Pobre Alice –dijo Harry–, esta mañana casi temblaba. Por el miedo que le dabas, Liana.

Liana le agarró el brazo.

–¿Yo? ¡No me digas eso! Yo sólo quiero asustar a Mamoon..., y a ti, por supuesto. ¿Por qué?

–Está asustada. Tu experiencia y sofisticación la intimidan.

–Pobre chiquilla. Debo ayudarla y guiarla. Su presencia ilumina esta casa.

Apareció Alice. Liana pegó un grito y la saludó con la mano, los perros salieron corriendo hacia el coche y Liana se la llevó al pueblo para hacer compras para la comida. Después le enseñó la cocina y cocinó con ella, y se bebieron una botella de vino mientras Liana hablaba sin parar. No tardó en referirse a Alice como su «preciosa hija perdida» y le hizo una visita guiada en compañía de los perros por la casa, los graneros y los alrededores, y después le enseñó su ropa y sus zapatos, y como eran piezas clásicas italianas despertaron el interés de Alice.

Cuando una mujer mayor conoce a una chica más joven y ésta le cae simpática, le regala ropa. Eso forja un vínculo entre ellas, establece tal vez una jerarquía y también una complicidad. Liana también le obsequió a Alice joyas indias e italianas, tal cantidad que cuando después Harry se topó en la cocina con Alice, tuvo que pestañear y volver a mirar, porque su novia –que al recogerla en la estación tan sólo llevaba una sencilla chaqueta naranja, unos shorts vaqueros y unas sandalias–, ahora, al moverse por la casa envuelta por múltiples tintineos, parecía una actriz salida de una película de Bollywood. Al fijarse más detenidamente, Harry descubrió que Liana de hecho había transformado a Alice en una versión más joven de ella misma.

–Vaya chica más creativa es tu Alice –le dijo Liana–. Ha echado un vistazo a esta casa decrépita y me ha lanzado un montón de buenas ideas para devolverle la vitalidad. Voy a hablar con mi agente. Podríamos rodar una serie de televisión aquí. Ya me doy cuenta de que me miras como si fuese una hortera. Pero estamos maquinando juntas para conseguir que esta casa dé dinero. La llenaremos de artistas jóvenes.

–¿Cómo de jóvenes?

–No arriesgues tu vida contándole esto a Mamoon. Ya está echando humo en su estudio porque la comida se ha retrasado. Pero, gracias a Alice, tenemos espárragos, higos, pargo, helado y la mejor mozzarella del mundo, la burrata, que me envía mi hermana. Oh, pero estoy muy nerviosa porque temo que sea grosero con ella. Últimamente está desbocado, por tu culpa.

Cuando Harry le preguntó si había preparado a Mamoon, tal como prometió, para la llegada de Alice, la respuesta de Liana no fue muy convincente.

–Bueno, he preparado un poco el terreno.

–¿Qué le has dicho?

–Le he insistido en que aunque ella no ha oído hablar jamás de Mamoon el escritor, llegará a tenerlo en muy alta estima, al mismo nivel al que admira a los grandes modistos.

Harry sintió un escalofrío.

–¿Lo has comparado con ellos?

–Venía a cuento por el contexto.

–¿Y qué pasa si le suelta alguna barbaridad a Alice?

–Ya le he advertido de que no empiece a hablar de su sueño. Vamos, date prisa, ve a buscar al minotauro antes de que estalle de rabia.