TODO ACABA EN CENIZAS…
TODO ACABA EN CENIZAS…
Qué proféticas me parecen esas palabras ahora
Esta máxima la pronunció un sabio de la antigua Terra, o unas palabras muy parecidas. Me pregunto si tendría el mismo don que yo. Digo que es un don, pero a cada día que pasa más me parece que mis poderes son una maldición.
Contemplo desde lo alto de mi torre un paisaje de locuras y tormentas de energía imposibles, y recuerdo haber leído esas palabras en un viejo libro casi despedazado de Terra. He leído a lo largo de los siglos todos y cada uno de los textos procedentes de las eras olvidadas que albergaban las grandes bibliotecas de Prospero, pero creo que no lo he entendido realmente hasta hoy.
Puedo sentir que se acerca en cada aliento, en cada latido de mi cuerpo.
Precisamente ahora, que todavía respire y conserve el corazón me parece un milagro.
Viene a matarme, por supuesto. Siento su furia, su orgullo herido, su enorme arrepentimiento. El poder que ahora posee no lo buscaba, no lo quería, era antinatural. Algunos dicen que el poder es pasajero, pero no es así con este poder.
Una vez adquirido, no se puede devolver.
Es un poder como el que jamás ha tenido humano alguno. Podría matarme desde el otro lado de la galaxia, pero no lo hará. Tiene que mirarme a los ojos mientras me destruye. Es su punto débil, uno de ellos, al menos: tiene una personalidad honorable.
Se comporta con los demás como espera que se comporten con él.
Eso fue su perdición.
Sé lo que cree que he hecho. Cree que lo he traicionado, pero no lo he hecho. De veras que no. Ningún miembro de nuestra cábala lo hizo. Hicimos todo lo posible por salvar a nuestros hermanos.
Al final ha acabado así, en un padre dispuesto a matar a su hijo preferido.
Ésa es la mayor tragedia de los Mil Hijos. Nos llamarán traidores, pero esa ironía quedará sin ser documentada, ni siquiera en los libros perdidos de Kallimakus. Seguimos siendo leales, como siempre lo hemos sido.
Nadie lo creerá, ni el Emperador, ni nuestros hermanos, y sobre todo, ni los lobos que no son lobos.
La historia contará que desencadenaron a los Lobos de Russ para lanzarlos contra nosotros, pero la historia se equivocará. Desencadenaron algo mucho peor.
Lo oigo subir los peldaños de mi torre.
Cree que lo he hecho por lo de Ohrmuzd, y de algún modo, es cierto. Pero es mucho más que eso.
He destruido a mi legión, a la legión que amaba, a la legión que me salvó. He destruido a la legión que él mismo intentó salvar, y cuando me mate, tendrá todo el derecho a hacerlo.
No me merezco menos, y quizá sí mucho más.
Pero antes de que me destruya, debo contaros nuestro destino aciago.
Pero ¿por dónde empezar?
No hay comienzos ni finales, sobre todo en los mundos del Gran Océano. El pasado, el presente y el futuro son una sola cosa, y el tiempo no tiene sentido.
Así que debo ser arbitrario con el lugar donde comienzo.
Comenzaré con una montaña.
La montaña que devora personas.