Teogonías II

Estaba vivo, y ese escueto hecho le sorprendió. Paredes cilíndricas de plata torcida le rodeaban, una cápsula de metal de la que no tenía recuerdo de haber sido colocado en su interior. La luz penetraba a través de un gran desgarro en un lado del tubo, brillante e inconstante, como la luz solar reflejada desde la superficie de un lago con mareas. Nunca había visto un lago, pero sabía instintivamente que se vería así, como sabía cómo sentiría las aguas frías en su piel y la sensación de libertad que vendría de nadar en las profundidades azules y verdes.

Desabrochó una serie de cables de sujeción de su cuerpo y se volvió en torno a los estrechos confines del tubo. Cuando se arrastró a lo largo de la ruptura en la superficie, vio su reflejo en las paredes lisas de su…

¿Su qué?

¿Su prisión, su refugio o su casa?

No, ninguna de esas palabras era la correcta.

Sus facciones eran las de un hombre poderoso y juvenil, pero ante quien los demás estarían dispuestos a doblar la rodilla. La mandíbula era cuadrada, el pelo oscuro como la noche, sus ojos de un verde cálido, con motas doradas. Era el rostro de un hombre sobre cuyos hombros podía colocarse una pesada carga sin temor a ser destronado.

A él le gustaba su cara, complacido por la forma en que se había forjado.

Estaba desnudo, pero la ausencia de ropa no le molestaba. No sabía nada de modestia y se tomó un momento para admirar la perfección de su cuerpo divino. Se rio de la vanidad de la idea, y con la sonrisa de un hombre que conoce el mundo que está a sus pies, empujó la sección dañada de plata curvada. El material era suave y flexible al tacto y pudo doblar fácilmente la estructura de nido de abeja lo suficientemente como para permitirle salir. Se impulsó y salió del interior reflectante como un recién nacido de una brillante crisálida.

Se dejó caer al suelo, y se quedó mirando con asombro a su alrededor.

Se puso de pie de un gran cráter, de cien kilómetros de ancho como mínimo, en el vientre de lo que había sido una montaña colosal de roca y hielo negro. El cráter era un bosque de estalagmitas estriadas en espiral, con su suelo palmeado con grietas por donde los respiraderos escaldados expulsaban vapor ondeante y chorros de roca fundida. El calor era increíble, y la cálida lluvia empañaba el aire; hielo para cuando sobrevolaba el cráter, líquido mientras caía y vapor antes de llegar al suelo.

Los acantilados se disparaban un millar de metros por encima de él, y cascadas de rocas coronadas de hielo caían en el borde astillado del cráter. Nubes de polvo y humo oscurecían el cielo y la montaña gemía y se sacudía con temblores sísmicos.

Su llegada había causado esto, estaba seguro de ello.

Las paredes de los acantilados eran una curiosa mezcla de hielo transparente, metal incrustado y arcos estructurales rotos, todo veteado con millones de hilos de plata que temblaban como luciérnagas encarceladas. Pulsos dorados de bioluminiscencia viajaban por la red, como sinapsis fallidas en un cerebro dañado. La brillante luz brilló a su alrededor, como soles recién nacidos en un cielo de cristal.

Era con mucho la cosa más hermosa que jamás podría haber imaginado.

Apartando los ojos de la magnífica vista del cráter, se tomó un momento para inspeccionar la cápsula de la que había surgido. Tenía exactamente nueve metros de largo y estaba arrugada debido a su terrible impacto en la montaña, su superficie estaba cubierta con símbolos que aún no entendía e incrustada con joyas que le hicieron un guiño a su propia luz interior.

¿De dónde había venido la cápsula?

¿Era su presencia aquí deliberada o un accidente?

Dispositivos cuadrados sobre su superficie superior emanaban una profusión de cables y tubos de crucería. Estos derramaban líquidos claros que olían a productos químicos y elementos exóticos que no podía nombrar. Sus ojos se sintieron atraídos por una placa de hierro cepillado debajo de una ventana circular rodeada de un precinto metálico pesado ​​y de gruesos remaches.

Sobre el cristal una sola letra: X.

No, no era una letra. Una representación del número diez.

Y con ese reconocimiento llegaron los demás pensamientos. ¿Había más como él?

No tenía recuerdo de dicha hermandad, pero sabía en el nivel más profundo, más primitivo, que era parte de algo más grande que él. Unido en un propósito, compitiendo por la supremacía, era fuerte.

Solo, no era nada.

Sacudiendo un sentido de autocompasión de la soledad estudió el cráter una vez más, dejando que los detalles que había glosado ​​previamente a simple vista pasaran a primer plano. Una cosa era inmediatamente evidente: no se trataba de una formación natural de roca en la montaña, su forma era demasiado geométrica y con demasiada precisión simétrica como para haberse formado naturalmente. Vio el juego de la luz a través de las paredes, un patrón en sus movimientos aparentemente al azar, era en realidad un patrón que ahora se interrumpía.

El corazón de ese patrón lo llevó al centro del cráter, donde vio indicios de una estructura angular situada entre las estalagmitas que se encrespaban. Se puso en camino hacia ella, con zancadas largas y seguras, confiado hasta el punto de la arrogancia. Devoró la distancia rápidamente, zigzagueando entre las grietas de gases sobrecalentados y arroyos burbujeantes de roca fundida eructados a la superficie.

Cuanto más se acercaba al centro, más grietas dividían el terreno y más rodeos tenía que tomar. En cuanto se detuvo encima de una torre caída, examinó el suelo cerca de la estructura, viendo patrones concéntricos complejos excavados en la roca que lo rodeaba. Parecían no tener sentido, barriendo arcos con formas rúnicas cursivas entre ellos. No eran un lenguaje, de eso podía estar seguro, pero a qué propósito servían era un misterio.

Muchos estaban divididos por las grietas, otros todavía estaban siendo quemados por las cintas de roca líquida que silbaban y emitían vapor desde los conductos de magma por debajo. A pesar de que no tenía ningún conocimiento consciente de tales cosas, sabía que todo este cráter estaba en peligro de caer en una caldera hirviente de lava, que su estabilidad descansaba en que la cima de la montaña quedase intacta.

La estructura en sí era una cosa baja y cuadrada, aparentemente sólida, sin medios visibles de entrada. Era sin duda importante; ¿por qué iba alguien tomarse la molestia de depositarla en un lugar tan inaccesible?

Siguió adelante, serpenteando a través de las estalagmitas que se agolpaban en la planta del cráter como centinelas silenciosos. Pasó la mano sobre una al pasar, sintiendo que un hormigueo lo recorría. ¿Una red cristalina electro-conductora tal vez? Cruzó las líneas concéntricas de símbolos rúnicos, sintiendo una extraña sensación de escozor al hacerlo. Le vigorizaba, como si una fuente de vitalidad se hubiera abierto en su interior.

El calor en el cráter fue en constante aumento, y cada vez más rocas caían desde el borde superior. Los flancos de la montaña se estaban colapsando hacia adentro como una escultura de arena lamida poco a poco por la marea. Tendría que salir pronto o arriesgarse a ser enterrado.

Finalmente llegó a la estructura en el centro del cráter. Como había sospechado, no había medios visibles de entrada, con sus paredes brillantes negras y sin junturas, uniones o imperfecciones en su superficie. A todos los efectos, era un bloque sólido. Una piedra en espera de un escultor, un sueño en espera de ser hecho realidad.

O una pesadilla…

Una grieta repentina hizo eco como un disparo, y se apartó cuando un sentido profético de peligro arraigó en su estómago. Vio una tracería de luz plateada romper la piedra sin rasgos, moviéndose como un rayo hacia arriba a través del bloque. Otra enloqueció en la esquina más cercana a él, seguido rápidamente por una tercera. Una cuarta y una quinta palmearon la superficie. Sabía que tenía que alejarse lo máximo posible de aquí, pero tenía que saber lo que se había escondido en este lugar secreto.

Cada vez más grietas se extendían sobre la estructura, uniéndose y brillando con un tono fósforo. Se protegió los ojos mientras el bloque irradiaba luz como una supernova. Con un destello final, la caja se abrió y lo que había dentro fue revelado.

A través de la brillante bruma de la luz mercurial de plata, imposiblemente brillante, vio una forma tomar forma en el resplandor. Segmentado y en espiral, era una entidad desmontada que ahora sólo era capaz de recuperar su forma original. Un enrejado remolino de arquitectura y organismo, imaginación e inteligencia, que era al mismo tiempo un ser vivo y un monstruo artificial forjado.

Un estrépito espantoso de engranajes de acero bio —mecánicos y de metal líquido sacudieron por la caverna; un latido de corazón artificial y un nacimiento en un grito. Vio una enorme criatura vermiforme desenrollarse de su prisión disuelta. Al oír ese terrible grito de liberación mecánico, no tuvo ninguna duda de que este monstruo había sido encarcelado dentro de esta montaña inexpugnable.

Inclinándose, cogió un trozo afilado de roca negra, lisa como un espejo. Un arma cruda, pero tendría que servir. Salió a hacer frente a la criatura, una sierpe titánica con un cuerpo segmentado que constantemente giraba y se reformaba con la facilidad que le otorgaba su textura líquida. Su bulboso y arácnido exo —cráneo estaba envuelto en tentáculos metálicos, un trío de probóscides dientes de aguja y ojos multifacéticos, que reflejaban un millón de imágenes de la figura desnuda ante él. La gran sierpe se encabritó, un monstruo imponente de acero cromado, y soltó un aullido ronco de rabia mecánica.

Saltó a un lado cuando la criatura golpeó con su cuerpo hacia abajo, aplastando los restos de la antigua prisión y agrietando el suelo por su peso titánico. Se dio la vuelta, quemándose la piel en las manchas de roca fundida que burbujeaban a través de las grietas. El vapor escaldado le envolvió y lo expulsó con un grito de dolor.

La imponente sierpe se deslizó hacia él, aplastando estalagmitas a su paso y horadando un gran surco en el suelo con su peso. Con sólo su fragmento afilado para defenderse, no se hacía ilusiones sobre cuál sería el resultado de la pelea.

Rugió y cargó hacia la criatura, apuñalándola con su hoja de obsidiana en sus flancos, pero la piedra se estrelló contra su armadura reluciente. Chocó contra ella, un gigante seccionado de metal atronador y poder imparable. Lengüetas de plata perforaron su piel al ser arrojado de su camino, destrozando gravemente su pecho y hombros. Cayó al suelo con fuerza, sin aliento, con el cuerpo magullado hasta los huesos. Se puso de rodillas, listo para enfrentarse a la criatura una vez más. Incluso sin armas, lucharía contra ella.

Pero parecía que matarle no le preocupaba a la sierpe. Continuó por el suelo del cráter, aporreando un camino a través de los acantilados. Una vez más, se encabritó y cientos de patas con garras salieron desde la parte inferior de su cuerpo. Con flexiones sinuosas, la criatura rasgó su camino por las paredes en desintegración hasta que se enroscó alrededor del borde y se deslizó fuera del cráter.

Se levantó y la vio alejarse, aliviado de estar vivo, pero furioso porque no había podido matar a la bestia. No sabía nada de su pasado, pero el poder de su cuerpo le dijo que era algo más que un simple hombre. Había fracasado en esta primera tarea, y se juró a sí mismo que no iba a fallar de nuevo. Su llegada había destruido esta prisión montaña, sin saberlo ni desearlo, y la responsabilidad de deshacer el daño caía en él.

La estela de destrucción dejada por la criatura le llevó a la base del acantilado. Su ascenso había dejado la roca arrancada y desgarrada con asideros, lo que haría posible el ascenso.

Era posible, y sin embargo seguía siendo muy peligroso y difícil.

Con cada segundo que se retrasaba, el wyrm ponía cada vez más distancia entre ellos, por lo que se asió a la pared del acantilado y comenzó a subir. Mano sobre mano, con los golpes implacables de una máquina, subió el acantilado. No era una subida fácil, pues la roca se había debilitado en gran medida por el paso de la sierpe. Necesitó dos agotadoras horas, pero finalmente llegó al borde del cráter y se arrastró hacia fuera. Los músculos le ardían con el ejercicio y su pecho se movía con dificultad. Se dejó caer de rodillas, apoyando las manos ensangrentadas en el suelo mientras tomaba grandes bocanadas de aire helado y polvo obstruido.

Fragmentos de las escamas del wyrm cubrían el borde del cráter y levantó una, pensando en utilizarla como arma. Le dio la vuelta en sus manos, sorprendido por la luz que emanaba. El borde era de gran nitidez, y cuando alcanzó a ver su reflejo dejó escapar una exclamación de sorpresa.

Donde una vez sus ojos habían tenido un atractivo color verde con motas doradas, ahora eran de plata brillante, como monedas colocadas en los ojos de los muertos. Se llevó una mano a la cara, al ver la red de venas y la sangre incandescente debajo de la piel, el arte que había obrado en su construcción y las milagrosas maravillas de bioingeniería codificadas dentro de su carne.

¿Era esto un efecto secundario del ataque del wyrm o ahora percibía el mundo como siempre se había sido pretendido que lo viera? Curiosamente, la visión de sus nuevos ojos no le preocupó demasiado, y se puso en pie con un nuevo propósito.

La estela de la sierpe era imposible ser pasada por alto, un profundo surco en la ladera de la montaña que conducía hacia el norte, a un páramo sombrío. Una luz acuosa se reflejaba en las escamas de la criatura, al tiempo que huía de su antigua tumba. Más allá de la sierpe, vio los contornos rotos de lo que parecía ser un conjunto de torres en ruinas, obviamente antiguas y quizá pertenecientes a una cultura desaparecida mucho tiempo atrás.

Los cielos sulfurosos en el horizonte eran un desastre estriado de amarillo hematoma e infecciones de color rojo. Nubes de tormenta rodaron y se enfrentaron, y relámpagos lejanos dividieron el aire con detonaciones estruendosas. Sólo una luz débil y difusa aparecía entre las nubes. Una mancha de luz iluminaba la falda sur de la montaña justo debajo de él, y vio un número de vehículos primitivos cruzando la estepa del sur a lo lejos, una gran caravana de tirada por gigantescas bestias de carga de piel gris. El paisaje que la caravana atravesaba era de arenas negras y hostiles, un entorno barrido por las tormentas de polvo y vientos helados; un lugar sombrío al que llamar hogar.

Aunque pequeños por la distancia, podía distinguir hombres encorvados envueltos en pieles y capas gruesas de cuero que conducían a las poderosas bestias. Ver otros seres vivos le envió una punzada de nostalgia, un creciente alivio al ver que ya no estaba solo.

Quería ir a ellos, saber dónde estaba y quiénes eran, pero había jurado ver a la criatura wyrm destruida.

No haría que su primer acto al llegar a la superficie fuera romper un juramento.

Les dio la espalda a los hombres de este mundo, y siguió el rastro de la sierpe hacia las arenas negras y frías del norte.