V

El día siguiente era un sábado. Me encontré con Cary en el Volunteer y la acompañé caminando hasta su casa: era una de esas tardes de primavera en que se puede oler el campo en las calles de Londres ; olores de árboles y de flores soplaban en Oxford Street desde Hyde Park, Green Park, St. James y los jardines de Kensington.

—¡Oh! —dijo ella —, me gustaría que nos fuéramos lejos, lejos, a algún lugar muy caliente y muy alegre y muy…

Tuve que detenerla de un tirón o hubiera acabado debajo de un autobús. Siempre tenía que estar salvándola de los autobuses y de los taxis… A veces me preguntaba cómo podía mantenerse viva cuando no estaba yo junto a ella.

—Bueno —dije—, podemos.

Y mientras aguardábamos que cambiaran las luces de los semáforos se lo conté.

No sé por qué esperaba que ella se opondría seriamente ; en parte quizá porque la había visto tan ilusionada con un casamiento en la iglesia, el coro, el pastel de boda y todas esas tonterías.

—Piensa un poco —le dije —; un casamiento en Montecarlo, en vez de un casamiento en Maida Hill. Y el mar allí abajo, y el yate esperándonos…

Como nunca había estado allí, los detalles se me agotaron en seguida.

Ella dijo:

—También está el mar en Bournemouth. O por lo menos así cuentan.

—La costa italiana.

—En compañía del señor Dreuther.

—No compartiremos nuestro camarote con él —dije —y supongo que el hotel de Bournemouth no estaría completamente vacío.

—Querido mío, yo quería que nos casáramos en San Lucas.

—Piensa… la Alcaldía de Montecarlo… el alcalde en traje de gala. El… el…

—¿Y eso cuenta?

—Claro que cuenta.

—Sería más divertido que no contara y entonces podríamos casarnos en San Lucas, al regresar.

—Eso sería vivir en pecado.

—Me encantaría vivir en pecado.

—Podrías en cualquier momento —dije —. Esta tarde.

—¡Oh!, no quiero decir en Londres —dijo —. Eso sería nada más que hacer el amor. Vivir en pecado es… ¡Oh!, toldos a rayas y cuarenta grados a la sombra y uvas… y un traje de baño agresivamente alegre. Tendré que tener un traje de baño nuevo.

Pensé que todo se había arreglado, pero ella vio, por encima de los plátanos de una plaza vecina, uno de esos campanarios puntiagudos.

—Hemos mandado todas las invitaciones. ¿Qué va a decir tía Marión?

Había vivido con su tía Marión desde que sus padres murieron en la Blitz.

—Dile la verdad. Ella preferirá recibir tarjetas postales de Italia que de Bournemouth.

—El vicario se resentirá.

—Sólo por valor de cinco libras.

—Nadie creerá realmente que nos hemos casado.

Agregó después de un momento (era fundamentalmente sincera):

—Eso sería divertido.

Pero el péndulo volvió al lado opuesto y prosiguió :

—Alquilas tu ropa. Pero a mí me hacen el vestido.

—Hay tiempo de convertirlo en un traje de noche. Y de cualquier modo ése hubiera sido su destino.

La iglesia apareció a la vista ; era una iglesia horrenda, pero no más horrenda que San Lucas. Era gris e inexorable y manchada de hollín, con escalones rojizos que bajaban a la calle color de barro y en un tablero se leía este texto: «Venid a Mí todos vosotros que lleváis una pesada carga», que era como decir: «Abandonad la Esperanza». Acababa de celebrarse un casamiento y había una deslucida fila de muchachas con cochecitos de niños, y niños y perros chillando, y de maduras y severas matronas que tenían aire de echar maldiciones.

Dije:

—Observemos un poco. Esto podría pasarnos también a nosotros.

Una hilera de muchachas con trajes largos color lila y gorritos holandeses de encaje se alinearon a cada lado de la escalera ; miraban con recelo a las niñeras y a las matronas, y dos medio rieron nerviosamente… Difícilmente se las hubiese podido censurar. Dos fotógrafos colocaron sus cámaras de manera que abarcaran la entrada, un arco que parecía estar decorado con hojas de trébol de piedra, y después aparecieron las víctimas seguidas por la retahíla de parientes.

—Es terrible —dijo Cary—, terrible. Pensar que podríamos ser nosotros dos.

—Bueno, tú no tienes un bocio incipiente y yo… bueno, ¡caray!, no me sonrojo y sé dónde poner mis manos.

Un auto decorado con cintas blancas esperaba y las muchachas del cortejo, armadas de bolsitas llenas de pétalos de rosa de papel, los arrojaron sobre la joven pareja.

—Tienen suerte —dije —. Hay escasez de arroz, pero estoy seguro de que la tía Marión tiene suficiente influencia con el tendero para conseguirlo.

—Nunca haría semejante cosa.

—No se puede confiar en nadie en cuestión de casamientos. Pone siempre de manifiesto extrañas y atávicas crueldades. Ahora que ya no pueden llevar a la cama a la novia, tratan de averiar al novio. Mira —dije apretándole con suavidad el brazo a Cary.

Un chico, incitado por una de las sombrías matronas, se había deslizado hasta la puerta del auto y justo cuando el novio se agachó para subir le tiró a quemarropa al infortunado joven un puñado de arroz en plena cara.

—Cuando sólo se puede conseguir una taza llena —dije —. Ya ves, no se puede saber de antemano lo que sucederá hasta ver de cerca al enemigo.

—Pero es terrible —dijo Cary.

—Eso, hija, es lo que se llama un casamiento en la iglesia.

—Pero el nuestro no será así. Va a ser muy tranquilo. Sólo los parientes cercanos.

—Te olvidas de los caminos y los cercos. Es una tradición cristiana. Ese chico no era un pariente. Te lo aseguro. Lo sé. A mí me han casado en una iglesia.

—¿Te casaron en la iglesia? Nunca me lo dijiste —dijo —. En ese caso prefiero mil veces que me casen en la Alcaldía. No te habrán casado también en una Alcaldía, ¿verdad?

—No, será por primera y última vez, puedes creerlo.

—¡Oh!, cállate —dijo Cary —y toca madera, por favor.

Y ahí estaba dos semanas más tarde, refregando… mentalmente la rodilla del caballo para que trajera suerte, en el gran hall del hotel de Montecarlo que, vacío, se extendía a nuestro alrededor, y yo dije: «Bueno, algo es algo. Estamos solos, Cary» (uno no podía contar al empleado que atendía a los viajeros, ni al cajero, ni al portero, ni a los dos hombres que llevaban nuestro equipaje, ni a una pareja de viejos sentada en un sofá, pues el señor Dreuther, me dijeron, no había llegado todavía y teníamos la noche por delante para los dos).