I

Supongo que la pequeña estatua grisácea de un hombre a caballo, con peluca, es una de las estatuas más famosas del mundo. Le dije a Cary:

—¿Has visto cómo le brilla la rodilla derecha? La han tocado tantas veces para que traiga suerte como el pie de San Pedro, en Roma.

Restregó la rodilla cuidadosamente, tiernamente, como si la estuviera lustrando.

—¿Eres supersticiosa? —dije.

—Sí.

—Yo no.

—Soy tan supersticiosa que nunca paso debajo de las escaleras. Tiro sal detrás de mi hombro derecho. Trato de no pisar las grietas de los pavimentos. Querido, te vas a casar con la mujer más supersticiosa del mundo. Mucha gente no es feliz. Nosotros sí. No voy a correr ningún riesgo.

—Has restregado tanto esa herradura que deberíamos de tener mucha suerte en las mesas.

—Yo no estaba pidiendo suerte en las mesas —dijo.