MEDIO SIGLO DE POESÍA
DE GLORIA FUERTES
O VIDA DE MI OBRA

Con toda sinceridad

Con toda la sinceridad y lógica inmadurez de mis diecisiete años, el primer poema autobiográfico que escribí y publiqué fue éste:

ISLA IGNORADA

Soy como esa isla que ignorada,

late acunada por árboles jugosos,

en el centro de un mar

que no me entiende,

rodeada de nada,

—sola sólo—.

Hay aves en mi isla relucientes,

y pintadas por ángeles pintores,

hay fieras que me miran dulcemente,

y venenosas flores.

Hay arroyos poetas

y voces interiores

de volcanes dormidos.

Quizá haya algún tesoro

muy dentro de mi entraña.

¡Quién sabe si yo tengo

diamante en mi montaña,

o tan sólo un pequeño

pedazo de carbón!

Los árboles del bosque de mi isla,

sois vosotros mis versos.

¡Qué bien sonáis a veces

si el gran músico viento

os toca cuando viene el mar que me rodea!

A esta isla que soy, si alguien llega,

que se encuentre con algo, es mi deseo

—manantiales de versos encendidos

y cascadas de paz es lo que tengo—.

Un nombre que me sube por el alma

y no quiere que llore mis secretos

y soy tierra feliz —que tengo el arte

de ser dichosa y pobre al mismo tiempo—.

Para mí es un placer ser ignorada,

isla ignorada del océano eterno.

En el centro del mundo sin un libro

sé todo, porque vino un mensajero

y me dejó una cruz para la vida

—para la muerte me dejó un misterio—.

Con cierta frecuencia, y sin saber explicar el porqué, continué cantando o contando mi vida muy directamente en ciertos poemas que, o bien titulaba «autobiografías» o que, sin titularse así, informaban sobre mis estados anímicos, económicos, sentimentales-emocionales, circunstancias exteriores, experiencias interiores, etc.

Se ha visto a través de los siglos que toda obra literaria es en parte autobiográfica, sobre todo si el autor es poeta.

Mi obra, en general, es muy autobiográfica, reconozco que soy muy «yoista», que soy muy «glorista». Lo que a mí me sucedió, sucede o sucederá, es lo que ha sucedido al pueblo, es lo que ha ocurrido a todos, y el poeta sabe, más o menos, mejor o peor, contarlo, necesita decirlo, porque necesitáis que lo digamos.

Y este cantar (o contar) mi vida en verso lo destaco valientemente, de una manera clara, a veces descarada, en mis múltiples autobiografías poéticas.

Veamos la segunda:

NOTA AUTOBIOGRÁFICA

Gloria Fuertes nació en Madrid

a los dos días de edad,

pues fue muy laborioso el parto de mi madre

que si se descuida muere por vivirme.

A los tres años ya sabía leer

y a los seis ya sabía mis labores.

Yo era buena y delgada

alta y algo enferma.

A los nueve años me pilló un carro

a los catorce me pilló la guerra;

a los quince se murió mi madre,

—se fue cuando más falta me hacía—.

Aprendí a regatear en las tiendas

y a ir a los pueblos por zanahorias,

por entonces empecé con los amores

—no digo nombres-

gracias a eso, pude sobrellevar mi juventud de barrio.

Quise ir a la guerra, para pararla,

—me detuvieron a mitad de camino—.

Luego me salió una oficina,

donde trabajo como si fuera tonta

—pero Dios y el botones saben que no lo soy—.

Escribo por las noches y voy al campo mucho.

Todos los míos han muerto hace años

—estoy más sola que yo misma—.

He publicado versos en todos los calendarios,

escribo en un periódico de niños,

y quiero comprarme a plazos una flor natural

como las que le dan a Pemán algunas veces.

«Gloria Fuertes nació en Madrid.» ¿Por que como en una instancia empezar un poema con mi nombre? En los primeros años de nuestra postguerra, al palparnos vivos a pesar y todavía, necesitábamos gritar —como todo superviviente— que estábamos aquí, que nos llamábamos así, que sentíamos de aquella manera. Por aquel entonces, sin ponernos de acuerdo, Blas de Otero, Celaya, Hierro, Alcántara —y tantos nombres que añadirán a esta relación los estudiosos—, escribíamos poemas declarando incluso nuestra filiación, dirección y profesión para llamar la atención a los transeúntes que luego iban o no a pasear por nuestras páginas.

NO DEJAN ESCRIBIR

Trabajo en un periódico

pude ser secretaria del jefe

y soy sólo mujer de la limpieza.

Sé escribir, pero en mi pueblo

no dejan escribir a las mujeres.

Mi vida es sin sustancia

—no hago nada malo—;

vivo pobre.

Duermo en casa.

Ceno un caldo y un huevo

—para que luego digan—.

Compro libros de viejo.

Me meto en las tabernas,

también en los tranvías,

me cuelo en los teatros

y en los saldos me visto.

Hago una vida extraña.

… Soy más bien buen carácter,

y nadie dice

que desde que nací yo duermo sola.

… Soy alegre y afable en el invierno,

en el verano piso por la playa,

en el otoño pliso los visillos,

estoy como una cabra en primavera.

Atraída únicamente por el lenguaje popular, por el saber popular, me he agarrado varias veces al dicho «De poetas y de locos todos tenemos un poco», y transformándolo a mi manera, vuelvo a reconocer que estoy algo «cabra» en otro poema, no sé si bueno, pero sí sincero y valiente:

CABRA SOLA

Hay quien dice que estoy como una cabra,

lo dicen, lo repiten, ya lo creo,

pero soy una cabra muy extraña

que lleva una medalla y siete cuernos.

¡Cabra! En vez de mala leche yo soy llanto.

¡Cabra! Por lo más peligroso me paseo.

¡Cabra! Me llevo bien con alimañas todas.

¡Cabra! Escribo en los tebeos.

Vivo sola. Cabra sola

—que no quise cabrito en compañía—,

cuando subo a lo alto de ese valle

siempre encuentro un lirio de alegría.

Y vivo por mi cuenta, cabra sola,

que yo a ningún rebaño pertenezco.

Si sufrir es estar como una cabra,

entonces si lo estoy, no dudar de ello.

Y otra muestra de autobiografismo irremediable en el siguiente poema muy poco conocido:

VENTANAS PINTADAS

Vivía en una casa

con dos ventanas de verdad y las otras dos pintadas en la fachada.

Aquellas ventanas pintadas fueron mi primer dolor.

Palpaba las paredes del pasillo,

intentando encontrar las ventanas por dentro.

Toda mi infancia la pasé con el deseo

de asomarme para ver lo que se veía

desde aquellas ventanas que no existieron.

En esta línea autobiográfica tengo otro tipo de poemas en los que nombro, con pelos y señales, a mis amigos o amores del momento, como muestra el siguiente en el que manifiesto que les comprendo, aunque no explico el porqué:

ESTA NOCHE COMPRENDO

Esta noche comprendo por qué bebe Novais,

por qué canta Renata

por qué Rita se esconde,

por qué cose Amparito,

por qué Celaya ríe

por qué Phyllis se acuesta

por qué Chelo se duerme,

por qué Lauro y sus golfos

por qué yo y mi taberna,

por qué la psiquiatría

por qué va y se suicida…

esta noche comprendo

por qué la gente es buena

por qué la gente es mala

por qué no tengo sueño

por qué estamos tan solos

por qué fuma una monja[1].

Fui surrealista y autodidacta

Fui surrealista, sin haber leído a ningún surrealista; después, aposta, «postista» —la única mujer que pertenecía al efímero grupo de Carlos Edmundo de Ory, Chicharro y Sernesi. La postista que irremediablemente iba para modista, modista de un importante taller (mi madre se encargó de ello), modista o niñera, se reveló por primera vez; yo no quería servir a nadie, si acaso a todos.

Mi madre, por fin, me matriculó en el «Instituto de Educación Profesional de la Mujer» (precisamente en la calle del Pinar, Madrid) en todas las asignaturas propias de mi sexo. Allí me diplomaron, pero bien diplomada, en Cocina, Bordados a mano y a máquina, Higiene y Fisiología, Puericultura, Confección y Corte (¡que corte!), y por si fallaba (que falló) lo del casorio —cosa que intuía la que me parió—, me apuntó también a «Gramática y Literatura», ya que estaba harta de mis mosqueantes aficiones, impropias de la hija de un obrero—, tales como atletismo, deportes y poesía. Además, en aquellos tiempos, antes de la garra de la guerra, pocas muchachas practicaban hockey, baloncesto y menos, poesía.

Ya en 1937 y para no terminar, tan joven, muriéndome de hambre y otras cosas, entré en una fábrica de contable; en aquel barrio llovían obuses a diario —os lo cuento de milagro—. Y así, trabajando sin cesar en diferentes oficios (y sin dejar de escribir un solo día poesía) pasé en 1939 de la oficina de hacer cuentas a una redacción para hacer cuentos.

En 1955 volví a estudiar, hice biblioteconomía e inglés, durante cinco años —todo esto sin dejar de trabajar ni de escribir.

Fue una de mis épocas más felices. Aquellos años, en que ya al frente de una «Biblioteca Pública», aconsejaba y sonreía a los lectores. Mi jefe era el libro, ¡yo era libre!

Más feliz fui todavía, en 1961, cuando con un anémico «curriculum vitae», de sólo seis libros de poesía agotados, me dieron una «Beca Fulbright» para enseñar «Poetas españoles» en la Universidad de Buchnell, Pennsylvania (Estados Unidos). ¿Es necesario que diga la sincera, estremecedora y terrible frase con la que empecé el curso?

—«Es la primera vez que piso una Universidad, no como estudiante sino como profesora…»

Se hizo un breve silencio durante el cual me los gané. A continuación, empecé con Unamuno, padre de la poesía del siglo XX.

Circunstancial y emocionalmente, desde 1965 mi destino estaba hecho un fuera de serie. Y a pesar, estuve dando clases con clase, allí o aquí hasta este presente año 1975 en que, aún ayudada por la «Beca March de Literatura Infantil» (1972) me autobequé y pasé por primera vez a «trabajar» solamente en lo mío: escribir, y vivir —como sea— de lo que escribo.

Influencias

Cuando empecé a escribir, niña-adolescente, como no había leído nada, mi primera poesía no tenía influencias. Empecé a escribir como hablaba, así nació mi propio estilo, mi personal lenguaje. Necesitaba decir lo que sentía, decirlo, sin preocuparme de cómo decirlo. Quería comunicar el fondo, no me importaba la forma, tenía prisa.

Aunque después, como es lógico, leí y leo poetas, a mí no hay quien me influya, así que, como en 1934, sigo siendo huérfana e independiente.

El primer poeta que conocí fue en vivo, no en libro, y era Gabriel Celaya —debido a que me «pisó» el «Premio Fémina de Poesía»—. Gabriel y yo fuimos finalistas, yo quedé segundona. Celaya, en 1934 (¿), era alto y rubio como la cerveza, parecía un príncipe —lo que son las cosas…

Mi poética y obsesión de comunicación

TELEGRAMAS DE URGENCIA ESCRIBO

Escribo, más que cantar cuento cosas.

Destino: La humanidad.

Ingredientes: Mucha pena

                     mucha rabia

                     algo de sal.

Forma: Ya nace con ella.

Fondo: Que consiga emocionar.

Música: La que el verso toca

             -según lo que va a bailar—.

Técnica: ¡Qué aburrimiento!

Color: Calor natural.

          Hay que echarle corazón,

          la verdad de la verdad,

         -la magia de la mentira

         no es necesario inventar—.

        Y así contar lo que pasa

        —¡nunca sílabas contar!—

       Y nace solo el poema…

       Y luego la habilidad

       de poner aquello en claro

       si nace sin claridad.

En este poema de veintiún versos resumo (y doy facilidades) todo lo que pueden decir de mí,

con estudio, rigor y trabajo, en tesis de esas de quinientos folios.

Desde adolescente, casi niña, descubrí que mis poemas tenían un destinatario: la Humanidad, por eso a algunos los titulé «poemas-cartas».

Me parecen incompletos, aunque sean buenos, los poetas que escriben y confiesan escribir para sí mismos. La útil expresión es más importante que la inútil perfección.

Mi lenguaje era y es, directo-comunicativo, mi «yoísmo» no es egoísta, porque es un «yoísmo» expansivo. Sólo quiero darme a entender, emocionar o mejorar con aquello que a mí me ha emocionado o mejorado antes de escribirlo; o más todavía: gritar a los sordos, hacer hablar a los mudos, alegrar a los tristes, poner mi verso en el hombro de los enamorados, hacer pensar a los demasiado frívolos, describir la belleza a los ciegos de espíritu, amonestar a los injustos, divertir a los niños; esto es lo que quiero y a veces consigo.

Es necesario obtener comunión-comunicación con el lector u oyente para conseguir conmover y sorprender. Por esto, ya en mis primeros libros inicié algo en lo que he insistido a través de mi obra: escribir poemas breves, «Momentos» los llamaba en mi primer libro Isla ignorada; vuelven a aparecer en las páginas centrales de Poeta de guardia con el título de «Mini-poemas» y en casi todo el reciente Sola en la sala y en mis libros aún inéditos. El libro Sola en la sala (que aparece íntegro al final de este volumen) resultó, sin proponérmelo, puesto que no lo escribí pensando en libro, la mayor expresión con el menor material; con las menos palabras, al resumir y exprimir la idea, obtuve la esencia, el zumo, el tuétano de la poesía que yo tenía que dar en esa época —en la que yo físicamente también vivía a base de zumos y de extractos—. El lector puede comprobar esto en mis poemas de un solo verso.

Es difícil rectificar, en vidrio, acuarela o amor.

Cuando escribí Sola en la sala yo estaba por primera vez enferma, tenía mucha prisa, y decía lo que tenía que decir con la rapidez de un dardo, un navajazo, una caricia.

Voy por los pueblos

Voy por los pueblos, aldeas y provincias de España. A los que no compran libros (porque allí no llega el libro, o el dinero, o la alfabetización), yo, humildemente, les llevo mi libro vivo, en mi voz, cascada rota, en mi cuerpo, cansado y ágil. Así sé que mi poesía también es oral, así la entiendo y me entienden.

Mi poesía no es mía de siempre, no es mía del todo, me la dicta alguien —no sé quién—, yo la doy a todos —no sé a quiénes.

Cuando los editores de Cátedra me dijeron que escribiera sobre mí misma unos folios que abriesen este volumen de Obras incompletas, me eché a temblar.

Hay poetas que saben adjetivar exhaustivamente su poesía, yo no sé más que escribirla; lo único que puedo deciros es que mi obra nunca será oscura, difícil, cerebral, culta —culta en el sentido en que intelectualmente no tengo datos ni memorias. A la hora de escribir se me olvida lo poco estudiado y lo mucho leído, al escribir solamente recuerdo lo que tengo que decir y lo digo, a mi manera, a mi aire, en directo, sin ensayos, sin preocupación, espontáneamente, en vivo. Se puede crear pintura, escultura y música abstracta, pero una casa, un amor y un poema no pueden ser abstractos. En fin, con perdón, escribo como me da la gana.

Mi mundo poético es vuestro mundo; de tanto preocuparme por vosotros continúo olvidándome de mí. Vivo sola pero no aislada, salgo a la calle, hablo, escucho, siento o presiento vuestros laberintos, siento o presiento que nos necesitamos.

No puedo pararme en la flor,

me paro en los hombres que lloran al sol.

Y sigo intentando evitar

un mundo peor.

Temas

Hombre-vida, amor-paz, muerte-Dios, injusticias-guerras, niño-futuro, soledad-tristeza, desamor-angustia, humor-amor y amor otra vez; dicen que son los temas en los que más insisto.

No soy demasiado descriptora de exteriores. No soy paisajista.

No puedo vivir sin paisaje, pero en mi poesía prefiero el hombre al monte, el niño al árbol. En el campo, sobre la tierra, «pinto» al campesino, al labrador; bajo la tierra, al minero; en el mar, al pescador, al marinero, y en la ciudad me dirijo a todo ser que sufre o goza sobre el asfalto.

Proceso creativo

Primero siento, después pienso, en ese sentir-pensar se engendra el poema y, veloz, se inicia el recorrido mágico: corazón-mente-dedos, y entre los dedos —muslos creadores— se produce el parto, el asombroso nacimiento del nuevo poema.

Lo que no me ha sucedido nunca es que el poema se retrase horas, días… si el poema se atraviesa, algo va mal en la madre —en el poeta.

Perdonad que la metáfora me haya salido tan fisiológica, pero bien veis que el nacimiento de un poema es en parte como un parto, un parto sin dolor —el dolor se siente antes del alumbramiento, durante el fugaz «embarazo».

Circunstancias, emociones o sentimientos que me sacuden, provocan el salir de estampida las oportunas palabras. Aún me maravillo al comprobar que me salen solamente las que tienen que salir y acuden a la punta del bolígrafo en orden, sin empujarse, a su debido tiempo, y que se paran cuando yo ya he dicho lo que quería decir; aunque solamente haya escrito dos versos, me obligan, las palabras, a poner punto final en el poema.

Y por Castilla veo un árbol

y parece que veo a alguien de mi familia.

Y ahora…

No me catalogues

no me catafalco

no me catadiñes

—sería desfalco—.

Ahora una minoría vendrá a catalogarme, a «etiquetearme» o a encasillarme literaria o sociológicamente; la etiqueta se me desprenderá con el sudor de mis versos, y si me encasillan, me escapo.

Tener la suerte y el valor de reeditar hasta mis antiguos versos (los primeros libros casi nunca son buenos), gracias a este volumen, me responsabiliza de una manera atroz.

El que se expone se expone. Sé que vendrá un temporal de lluvias de críticas, ensayos, tesis, fuertes alabanzas, fuertes palos o fuertes glorias; dirán que poéticamente soy así o asao, que humanamente soy esto o lo otro, y una se cura en salud anticipando:

Que me llamen lo que quieran

que a mí no me importa nada

mientras que a mí no me llamen

la finada.

GLORIA FUERTES

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